Esa misma mañana, Lucy bajó tarde a desayunar. Tenía que esperar hasta que Lori se fuera; no quería verla por el resto del día. Mientras alguna de sus hermanas le dijera algún consejo o intentara ayudarla, ni siquiera le dirigiría la palabra. Por ese día, sólo Lori lo había hecho, pero su madre se mostró preocupada cuando apenas y desayunó, aún cuando el estómago le rugía de hambre de modo que se fue por el momento.
Lucy se marchó sin decir ni una palabra, y se fue a la escuela. No era que fuera del todo útil ir, al fin y al cabo se saltaba muchas de las clases, y a las pocas que iba apenas y ponía atención. Pero si faltaba a muchas de las clases, de seguro le hablarían a su madre, y ella intentaría entrometerse otra vez. Siempre trabajaba lo mínimo necesario, y no aceptaba ayuda de nadie más que de su mejor amiga Haiku. Sin embargo, como su amiga estaba de visita en casa de sus abuelos, esos días los pasaba sola.
Veía a veces al club de teatro, que organizaban obras fuera de lo convencional, por lo que tenía garantizada al menos una vez a la semana una sorpresa. Esa tarde había una obra, pero no era hasta la tarde, por lo que se ocultó en su arbusto favorito y esperó. No tenía mucho que hacer, así que simplemente se quedó viendo al cielo hasta que el timbre de las doce de la mañana sonó. Era una de las pocas clases a las que siempre asistía: artes.
No era que participara mucho, pero al menos podía entretenerse un rato haciendo lo que quisiera, y mientras continuaba sus poemas y diálogos, la maestra se los calificaba con sobresalientes, aunque se sentía decepcionada de que Lucy no fuera más activa en su clase, o en las otras obras que ella protagonizaba.
Finalmente, las clases terminaron. Lucy se encaminó a la salida, cruzándose en el camino con un profesor, quien la miró con cierta desaprobación. Ninguno de los maestros y maestras aprobaban mucho que Lucy se saltara tantas clases, y poco servía que la recriminaran o le informaran a su familia: Lucy se las arreglaba para justificar sus faltas, y como no reprobaba, aunque por muy poco, no había mucho espacio para discusión. Incluso con límite de faltas, Lucy no agotaba ninguna, para irritación de los profesores. Incluso con proyectos en grupo, ella los hacía sola.
Ese día nada cambió, y por mucho que odiara tener que ir a la escuela, Lucy casi se había acostumbrado a la rutina. Comió en la cafetería, lejos de todos, y estaba muy tranquila sin molestar a nadie, ansiando acabar para poder irse a su casa.
- ¡Eh! -se oyó que alguien le gritaba.
- No -pensó Lucy- Cualquier otro día, pero hoy no.
- Te estoy hablando, sorda.
Lucy recibió un manotazo, y al levantar la vista vio a una chica de cabello castaño en patines que la miraba desde arriba.
- ¿Qué quieres, Polly? -dijo de mala gana Lucy.
- Que te quites de aquí. Ésta es nuestra mesa.
Otras chicas vestidas con ropa deportiva se acercaron con las manos en las caderas.
- Llegué primero, y nadie dijo que esta es su mesa. Yo me quedo.
- Oh, ¿en serio?
De repente, tomó la bandeja donde Lucy estaba comiendo y la tiró con fuerza al piso. Muchos curiosos se voltearon para mirar, pero ninguno intentó detenerlas. Al fin y al cabo, nadie quería realmente a esa chica de cabello negro.
- Te dije que te quitaras. Tenemos práctica esta tarde, y necesitamos esta mesa.
- No voy a...
Pero antes de poder decir otra cosa, recibió una bofetada en la cara, con lo que cayó al piso. Las risas surgieron, y la cara de Lucy se encendió al instante. En segundos, por lo menos cinco chicas la habían levantado, obligándola a quedarse en el centro. Mientras, Polly se arremangaba las mangas y se tronaba los dedos.
- ¡EY!
La lengua de Lucy estaba a punto de soltar improperios que sin duda le habrían valido más golpes, cuando otra chica apareció y empujó a las demás. Le limpió la cara a Lucy, y la ayudó a levantarse. Al verla de cerca, Lucy notó que era también una deportista. Tenía puesta una camisa blanca y roja, con un short a juego, y su largo cabello castaño estaba recogido en una coleta.
- Pero capitana, no nos deja sentarnos aquí...
- ¿Qué más da? -recriminó ésta, furiosa- ¡Eso no les da derecho a meterse con cualquiera! Se los he dicho un millón de veces: El ser más fuerte no te da derecho a gobernar. Y es la última vez que se los digo: Si vuelven a hacer algo como esto, estarán fuera del equipo, ¡y no van a poder quejarse de nada!
- Aaash... Qué aburrida eres -le dijo otra compañera.
Las patinadoras se alejaron murmurando por lo bajo, lanzando miradas furiosas a quien se atreviera a observarlas. Poco a poco, el barullo normal de la cafetería surgió de nuevo, y lo ocurrido entre ellas fue casi olvidado. Lucy se alisó su camisa.
- Gracias -susurró.
- No hay de qué -dijo la chica con tono enérgico. Nada más verla se notaba la autoridad y fuerza que tenía esa chica, pero a diferencia de las otras, ella no andaba abusando de ello.
- Tienes que tener cuidado. Ahora pude evitar una pelea, pero ellas buscan cualquier pretexto para llamar la atención. Solo porque saben usar bien los patines y ya se creen diosas o algo así.
- Si, ya lo noté -dijo Lucy con amargura.
- Oye, tranquila, como soy la capitana no me pueden decir nada, pero si no estoy por ahí habrá problemas.
- De acuerdo... ¿Capitana de qué?
- ¿Qué deportes conoces? -dijo la chica, con una sonrisita de autosuficiencia.
- Ok, ya entiendo, capitana de todo.
- Lynn Faren.
- Lucy Veral.
Ella le volvió a sonreír. Sin embargo, su sonrisa se tornó en una mueca de desconcierto.
- ¿Qué ocurre? -dijo Lucy, algo dolida, pensando que había sido ella.
- Oh... No, nada. Creí recordar algo -sacudió su cabeza- Bueno, fue un gusto conocerte, Lucy. Nos vemos luego.
- Adiós.
Lucy se quedó un rato pensando en ello, pero como ya eran casi las tres de la tarde, se fue a su club. En el camino, pensó en esa chica, y la razón por la que se había sorprendido. Luego reparó en su apellido. Faren.
Algo en lo más profundo y recóndito de su mente se sacudió, y sintió el atisbo de un recuerdo, aunque nada concreto. Ese apellido le decía algo...
Se topó de bruces con la puerta trasera de la escuela. Por suerte, nadie la había visto. Imaginando que podría meditarlo más tarde, dejó el tema de lado, y salió de la prisión que para ella era la escuela.
Lincoln volvía después de haber terminado todas sus clases. Lamentaba tener que hacer varios proyectos antes de que terminara la semana, pero estaba seguro de que lo ayudaría bastante a él y a sus amigos haberlos hecho antes. Mientras reunía a los diversos equipos con los que tenía que trabajar, y recaudaba los materiales necesarios, se preparaba uno de sus deliciosos sándwiches, codiciados por sus hermanas.
Pasaron horas sin ninguna distracción. Sus amigos estaban tan cansados como él, pero al menos podían ir y venir a su antojo, ya que él tenía que asegurarse de que ninguno de los proyectos fuera arruinado. Su maqueta del sistema solar, su demostración de cómo funcionaba el hígado, su planta que llevaban meses cuidando, los insectos que habían capturado, su poema, su video sobre las guerras entre Alemania y el resto del mundo, y su almuerzo estaban acomodados en precario equilibrio sobre la mesa.
Estaban sentados disfrutando de una bien merecida malteada Flipys, cuando Luna y Luan entraron por la puerta. Los diversos juguetes y utensilios de Luan salieron despedidos, y los tambores de Luna rodaron por la sala. Clyde y Zack se aseguraron de que los proyectos no se movieran, a la vez que Rusty y Liam sujetaban los tambores.
- ¡Chicas! -exclamó Lincoln- ¡Tengan cuidado, por favor! Llevamos mucho tiempo haciendo estos proyectos. ¡No les hagan daño!
- Ay, no exageres Lincoln -rió alegremente Luan, sin preocuparse en lo más mínimo- No les pasará nada -y con una habilidad francamente impresionante, se alejó subiendo las escaleras haciendo malabares con más de siete objetos al mismo tiempo.
- Bueno, aquí vamos -suspiró Luna, y con la destreza que sólo la práctica ejerce, la rockera llevó todos sus instrumentos, que eran más de seis, a su habitación en una sola vuelta.
Los chicos suspiraron aliviados.
- Lincoln, ¿por qué seguimos haciendo los proyectos en tu casa? - preguntó Rusty, tratando de recuperar el aliento y la calma.
- Porque... Eh, porque... -el silencio se extendió- De hecho no tengo idea. Sólo ponemos nuestro trabajo en peligro. Lo siento, chicos. La próxima vez lo haremos en otra casa. Es más, tendríamos que llevarlos ahora, por si acaso.
- En la mía -dijo Liam- Creo que es la mejor opción, y la más tranquila.
- De acuerdo -jadeó Clyde.
Después de un esfuerzo desmedido, lograron llevar las cosas a la casa de Liam, en donde se los llevarían a la escuela cuando se los ían pasado casi una hora protegiendo sus trabajos, lo cual no les hacía ninguna gracia a ninguno de los cinco. Las vacaciones siempre sabían a gloria.
- ¿No te quedas, Lincoln? Hay papas, juegos y se va a estrenar un nuevo episodio de ¡Argghh!
- Lo siento -se excusó Lincoln- Pero mi papá viene hoy a casa, y quiero verlo ya que se pasa mucho tiempo trabajando. Vamos a cenar albóndigas.
- De acuerdo. Ni modo, será para la próxima. Nos vemos mañana, Lincoln.
- Hasta luego, chicos.
El camino de vuelta a casa no fue placentero. Para empezar, estaba increíblemente exhausto por todas las cosas que había tenido que hacer, la desgastada calle no lo ayudaba, sus piernas se caían de cansancio, y para colmo, sus hermanas se estaban peleando cuando por fin llegó a su hogar. Por lo que pudo oír en cuanto cruzó el umbral de su hogar, Lisa, con un ácido de sus múltiples experimentos, le había derretido por accidente el estuche de Luna, y ahora la guitarra preferida de ésta se quedaba sin protección.
Lincoln las escuchaba gritarse la una a la otra, mientras Luan trataba de detenerlas y Lynn las vitoreaba. Entró en la casa, cerrando la puerta detrás de él.
- ¡Chicas deténganse, papá ya va a llegar! -suplicó Luan.
- ¡Dale con la rodilla, el codo, justo en la cara! -gritaba con entusiasmo Lynn.
- ¡No ayudas! -le espetó Luan.
- No es la intención -replicó a su vez Lynn.
Después de unos minutos de confusa lucha que no parecía que acabaría pronto, Lincoln explotó. Ya había tenido suficiente por ese día.
- ¡ALTO! -gritó Lincoln, tan fuerte como pudo.
De repente, todo se detuvo. Lisa estaba aferrando con fuerza la camisa de Luna, mientras ésta le jalaba el cabello. Sus ropas estaban algo destrozadas, y los lentes de Lisa le colgaban de su rostro.
- No me importa que es lo que haya causado esto -dijo enfadado- pero papá está a punto de llegar, y ustedes lo van a recibir con una pelea. ¡Vaya manera de saludarlo! Compórtense como hermanas, y soluciónenlo con palabras, ¡no a los golpes!
En seguida captaron la razón que había en esas palabras, y lentamente se soltaron, lanzándose miradas asesinas.
- Y ya tranquila, Luna. Mañana te compro un estuche nuevo.
Luna se sintió conmovida, y prontamente se calmó.
- No tienes que hacerlo, Lincoln -murmuró.
- Pero lo haré. Eso es lo que hacen los hermanos.
Eso fue suficiente para que Lisa recapacitara.
- No te preocupes hermano mayor. El ácido clorhídrico con el que trabajaba reaccionó de una manera mucho más potente de la que yo tenía prevista en mis cálculos, dañando severamente la protección instrumental de mi hermana mayor... No obstante, reconozco que fue una mala idea llevarlo conmigo en lugar de dejarlo como estaba. Yo seré la que aporte la cantidad en efectivo necesaria para obtener la mejor compra que pueda encontrar.
Apenas entendiendo algunas de las cosas que decía Lisa, Lincoln asintió. Cómo todo se había pausado por unos momentos, se apresuraron en tenerlo todo listo para que llegara su papá. Luan preparaba las albóndigas, Lisa y Lynn ponían cubiertos en la mesa, y Luna se encargaba de la sopa. Como Lincoln era el que generalmente hacía todas esas cosas por ellas, lo dejaron descansar, cosa que agradeció.
La cena estaba a punto de estar lista, cuando se oyó un carro llegando. Vanzilla irrumpió en la cochera, de donde salió un muy agotado señor Faren.
- Hola, niños. Vaya noche que tuve hoy -jadeó el señor Faren, algo molesto y malhumorado.
- Hola, papá -dijeron todos, neutrales.
Se sentaron a cenar en un calmado silencio. Pasado un tiempo, el señor Faren se sintió mejor, y volvió a su característico buen humor y carisma. Preguntó a sus hijos como les había ido, y cada uno relató lo que habían hecho. Nada fuera de lo normal, pensó el padre de familia, una vez que sus hijos le contaron que hicieron lo que normalmente hacían todos los días. Pero cuando llegó a Lynn, tuvo algo nuevo.
- Bueno, además de mis prácticas, solo tuve un inconveniente con mis compañeras.
- ¿Eh? ¿Qué clase de inconveniente? -preguntó el señor Faren, terminando de masticar su cena.
- No son mis amigas, pero las chicas de la clase de patinaje molestaron a una chica solo porque no las dejó sentarse en la mesa que siempre usaban, ya que ella había llegado primero. Hubiera ido de mal en peor si no las hubiera detenido -explicó Lynn.
- Eso estuvo bien, hija. Pero no la dejarán en paz, ¿o si? Por lo que recuerdo que me cuentas, esas chicas siempre han sido busca-pleitos.
- Pues sí, pero no puedo hacer mucho, no fuera de la escuela al menos. Aunque eso sí, la chica se veía algo extraña. Toda vestida de negro. Pálida, y con voz monótona. No le podía ver los ojos...
Al oír esa descripción, Lincoln se quedó de piedra. Nunca se le había pasado por la cabeza que esa chica pudiera estar en la misma escuela que él. Seguramente se la pasaba sola, y por eso no la había visto.
- Ah, y me dijo que se llama Lucy Veral.
Ahora fue el señor Faren quien se puso tenso al oír esas palabras, pero solo Lincoln lo notó, aunque no pudo interpretar sus acciones.
- Ese nombre me suena de algo... -dijo Luan- Creo que lo he escuchado en alguna otra parte.
- Bueno, no importa, seguro hay muchas personas que se llaman así -repuso el señor Faren, algo forzadamente- Me voy a acostar niños. Buenas noches.
Ninguno de los hijos notó nada extraño, por lo que acabaron de cenar y se durmieron también. Sólo Lincoln estaba un poco intrigado, pensando que su papá no estaba tan tranquilo como aparentaba. La mención de ese nombre le sonaba sin duda. Pero... Tal vez supiera algo que ellos no. Con aquellos sombríos pensamientos, logró quedarse dormido.
