Lincoln no podía quitarse a sus hermanas de encima, quienes no cesaban de decirle que debía corresponderle por lo menos a una de las chicas que se le declararon. Éste se negaba a responder, ya que no quería dar falsas ilusiones a ninguna de las dos, ni a Cookie, ni a Cristina. Pero, ¿de verdad no ansiaba nada? Ambas se estaban portando de manera bastante agradable.
Las dos hablaban con él, coqueteaban ligeramente, se reían, pasaban tiempo junto a él. Lincoln no podía evitar sentir algo por ellas, aunque nada era seguro.
Pero un día, después de muchas insistencias por parte de todo el mundo pasó algo impredecible. Era viernes en la tarde, y como de costumbre, Cristina lo alcanzó para salir con él, ya que Cookie tenía que irse con sus padres para pasarla en familia.
Charlaron por un rato, y Lincoln recordaba una y otra vez a sus hermanas incitándolo a sentar cabeza. Se decidió, y cuando por fin Cristina se iba a ir, Lincoln suspiró un poco.
- Oye, Cristina, ya llevamos mucho tiempo conviviendo juntos, y creo que nos la pasamos muy bien. No sé si estés de acuerdo, pero, ¿te gustaría tener una cita conmigo esta noche?
Cristina se quedó de piedra. Sus latidos se aceleraron, a la vez que chillaba de emoción.
- ¡Claro que sí, Lincoln! Oh, por dios, oh, por dios, oh, por dios... ¡Estoy tan emocionada! ¿A dónde iremos? ¿A qué hora?
- Si te parece bien, ¿te recojo a las ocho para ir al restaurante Franco-Americano?
- Sería perfecto, Lincoln. ¡Estaré lista! -más feliz que nunca, Cristina le dio un rápido beso en la mejilla, y se fue dando saltitos.
Lincoln, que no se creía su propio atrevimiento, se fue a su casa para trazar un plan. Hizo la reservación en el restaurante, preparó unos cuantos temas de conversación, y trató de quitarse los nervios. Pero como casi nada se mantiene secreto en esa casa, pronto alguien se percató de sus acciones.
- ¿Lincoln?
El interpelado dio un salto tremendo, sorprendido de encontrare con la presencia de Lucy sin avisar dentro de su habitación. ¿Quién más podría deslizarse por la casa asustando a todos?
- ¡Ahhhhh! Lucy, deja de hacer eso.
- Lo siento, pero es que oí ruido extraños acá abajo, y vine a averiguar lo que era. Desgraciadamente, no se trataba del fantasma que esperaba... Oye, ¿qué haces?
- ¿Yo? N-Nada, aquí disfrutando de la vista.
- Lincoln, estamos en el sótano.
- Solo ayudo un poco a mamá con la limpieza. Y perdón, me tengo que ir a... acomodar unos cómics.
Salió corriendo, pero antes de llegar a las escaleras, se topó con las gemelas, quienes bajaban para buscar sus ropas limpias.
- ¡Hola, Lincky! -saludó Lola.
- ¡Hola!
- ¿A dónde vas? -preguntó Lana, extrañada.
- Eh... A mi cuarto. Tengo tarea que hacer -improvisó el albino.
- Lincoln tu jamás haces tarea los viernes -intervino Luna, quien bajaba en esos momentos, buscando unas baquetas perdidas.
- Bueno, por algo hay que empezar.
- Muy bien, Lincoln -dijo Lori, al final de las escaleras, escuchando cada palabra de la conversación- ¿Qué te traes entre manos?
Pronto, el peliblanco se vio rodeado de diez hermanas curiosas que impedían cualquier intento de salida. No veía como podía escaparse de esa. No tenía más remedio que decir la verdad.
- Invité a Cristina a una cita -murmuró Lincoln por lo bajo.
Por un momento no hubo ningún ruido. Luego el albino se tuvo que tapar los oídos por los diez gritos agudos de emoción que dieron sus hermanas. Fueron tan fuertes que estuvieron a punto de romper las ventanas. Todas sus hermanas empezaron a parlotear a la vez, por lo que Lincoln no entendió ni una palabra.
Después de haber intentado dilucidar por lo menos diez recomendaciones sobre como tratar a una chica, modales que debía seguir, consejos para manejar la cita, y con un atuendo formal pero vistoso en sus manos, Lincoln por fin pudo entrar a la tranquilidad de su cuarto.
- Uno no puede estar tranquilo en esta casa -se lamentó Lincoln, pero a la vez agradecido por lo que sus hermanas habían hecho. En realidad, aún no tenía muy bien pensado que se iba a poner, pero lo que le dieron le gustó mucho. Después de cambiarse, acicalarse, lavarse los dientes y peinarse, se consideró listo para la cita. Se estaba guardando suficiente dinero por si acaso, (al fin y al cabo, el restaurante era bueno), cuando alguien llamó a la puerta de su cuarto.
Toc, toc, toc.
Abrió, y vio a su hermana comediante plantada ahí. Luan quedó impactada por como se veía su hermanito. Se veía bastante bien con esa camisa a cuadros, pantalones caqui, y un moño rojo en su cuello. Sus zapatos negros lustrados y brillantes se hacían notar. El peinado le sentaba de maravilla, y le daba una apariencia mayor, de al menos quince años.
- Ehm... Traigo algo para ti... -susurró Luan, nerviosa- No sé si te guste, pero... Me gustaría que lo tuvieras...
Se veía nerviosa, aunque Lincoln no sabía porqué. Tal vez tenía un acto esa noche. Agarró la botellita que le ofrecía.
- ¿Loción? ¿Crees que la necesito?
- Le da un buen toque a tu apariencia... Le pregunté a muchas personas, y dicen que les gusta... Y creo que a ti te quedaría muy bien... -seguía nerviosa, algo anormal en ella.
Con la atención de nuevo en la loción, Lincoln se puso un poco. Realmente olía muy bien.
- ¡Wow! Luan, huele genial. ¡Gracias!
La abrazó con fuerza. Ésta hizo lo posible para que no le viera la cara roja. Se sintió más tranquila, y le devolvió el abrazo.
- Uy, ya es hora. Me tengo que ir- dijo Lincoln, sin poner atención.
- Suerte -le deseó Luan.
Las demás le dieron buenos ánimos a su hermano, esperando que Lincoln por fin encontrara lo que buscaba. Pero aunque el gesto había sido bueno, Luan se preguntó si se sentía bien o mal de dejar a Lincoln en una cita. Pero, ¿por qué se sentía mal al ver a Lincoln alejarse?
- Concéntrate, Luan Loud -pensó, debatiéndose consigo misma- De seguro te sientes distraída por el tiempo que pasaste con él. Solo no quieres que se aleje de ti. Sí, ha de ser eso.
Trató de convencerse de ello, aún cuando el recuerdo de su pecho estallando cuando su hermano la abrazó invadiera continuamente sus pensamientos.
Lincoln andaba muy campante por las calles, caminando en dirección de la casa de Cristina. No estaba nervioso, pero sí algo intrigado por lo que podría pasar en la cita. Después de la cita con Ronnie Anne en el restaurante Franco-Americano, había perdido prácticamente el miedo a las citas. Sabía de qué cosas hablar, era educado, e intentaba que la chica la pasara tan bien como él. Estaba repasando sus ideas, cuando llegó a casa de Cristina. Tocó la puerta.
Temió que aquella visita le acarreara hacia una situación cliché. En efecto, la persona que abrió la residencia Novoa no fue Cristina, sino su padre. El señor Novoa cruzó sus brazos de manera amenazadora y miró escrutadoramente al chico peliblanco de trece años que se hallaba ante él. Pero en lugar de asustarse o de ponerse nervioso, Lincoln sonrió. Estaba preparado.
- Buenas tardes, señor. Me alegra que hallamos podido conocernos. Mi nombre es Lincoln Loud, y esta tarde me he tomado la libertad de prepararle un obsequio.
Le entregó un paquete. Asombrado, el señor Novoa lo abrió. Una corbata lujosa se deslizó entre sus manos.
- Vaya, no había ninguna necesidad -murmuró.
- Ha sido un placer. Por favor, acepte este regalo y considérelo como una cordial invitación a su hija a una cita conmigo esta noche.
Eso se ganó una sonrisa de parte de su interlocutor. Lincoln agradeció con todo su corazón las pruebas que a veces le daba Leni como obsequio por su ayuda.
- Solo no vuelvan demasiado tarde.
En eso salió Cristina. Llevaba puesto un hermoso vestido rojo, que le llegaba ligeramente por encima de las rodillas. Un bolso marrón le colgaba de la mano. Su cabello se veía flagrante. La castaña lucía mínimo maquillaje y se acariciaba el cabello tímidamente. Se veía espectacular.
- Ho... Hola, Lincoln...
- Buenas noches -saludó, siguiendo con el juego de caballero elegante. Cristina dejó escapar una risita. Se despidieron y se fueron caminando tranquilamente. Charlaron un rato. El restaurante los recibió con los brazos abiertos.
Aceptaron su reservación, ubicada en una parte ligeramente más apartada de las demás, con vista al jardín, velas, y música tranquila. Christina sonrió emocionada, y Lincoln la tomó de la mano, acercándola a la mesa. Pidieron un buen corte de carne, especialidad del restaurante, acompañado de pasta con especias, y de postre, un suculento strudel de manzana.
La cita salió tal como Lincoln había planeado. Hizo que Cristina se riera con sus chistes, platicaron de temas de interés de ambos, se quejaron de la escuela y hablaron de sus familias.
Cristina estaba sumamente interesada en la familia de Lincoln, quien siempre estaba en caos con diez hermanas. Así, se enteró de que el peliblanco era prácticamente el intermediario entre las diez, pero salía airoso en la mayoría de los casos. Y ella le contó que sus padres eran muy atentos con ella, la querían, y deseaban que se convirtiera en maestra. Por suerte, era una carrera que a ella también le gustaba, así que no había discrepancias. Dieron las once, y dieron por concluida la cita. Volvieron a su casa, donde había luces de un televisor en la sala. Seguramente el matrimonio Novoa estaba esperando a su hija.
Antes de abrir la puerta, Cristina se volvió.
- Lincoln, me has hecho la chica más feliz del mundo. Esta noche fue la mejor que haya tenido en mi vida, y te agradezco que me hayas invitado. No sé si te han llegado mis sentimientos, ni tampoco si es que son correspondidos. Pero quiero que sepas que... en... en serio me gustas...
Se acercó, y le dio un ligero beso en la mejilla. Con la cara encendida, entró a su casa. El albino se quedó unos momentos mirando la puerta, atolondrado por lo ocurrido. Se tocó donde habían estado los labios de Cristina, y sonrió un poco. Volvió a su casa.
Y con la experiencia adquirida tras años de práctica, entró a su cuarto sin ser detectado. La ventana era su modo de salida y entrada cuando no quería ser visto. Se acostó, orgulloso de cómo le había ido y se durmió.
Durmió unas horas hasta que se despertó, sintiéndose observado. Abrió los ojos y ahí estaban todas sus hermanas, mirándolo fijamente, ansiando detalles.
- ¿Y bien...? ¿Cómo te fue?
Suspiró, muy al estilo de Lucy, y se rindió ante ellas. Les contó de lo que había hecho, y ellas asintieron, de acuerdo en como se había conllevado la cita. Cuando les contó el final, gritaron a lo fangirl.
- ¡¿Te dio un beso?! -gritó Leni.
- Solo en la mejilla...
Pero no sirvió de nada esa aclaración. Lincoln no pudo evitar más cuchicheos en su cuarto, así que esperó a que la marea bajara. Pero luego vino una cuestión que no había previsto.
- Pero Lincky... ¿No decías que había otra chica que se te había declarado? -siseó Lola.
Todas se voltearon a verlo. Éste se quedó de piedra. Había olvidado por completo a Cookie.
- Eh... Supongo que puedo invitarla a ella también...
Lori bufó.
- Lincoln no le puedes hacer eso al corazón de una chica. No puedes estar invitándolas a las dos, tienes que decidirte por una.
- Pero... ¿Y si aún no me decido por una?
- Entonces decide rápido -dijo Lynn- Porque si no, yo misma me encargaré de dejarte muy claro lo que te puede ocurrir... -susurró, tronándose los dedos amenazadoramente.
- Ok, ok... Lo voy a pensar.
Lo dejaron para que reflexionara, pero no fue tan fácil. Y al día siguiente ni Cristina ni Cookie le dejaron las cosas más sencillas.
Para empezar, Cristina no dejaba de repetir lo bien que se la había pasado en su cita, y lo encantados que estaban sus padres con él. Por su parte, Cookie, dolida porque Cristina se le adelantó, se llevaba a Lincoln a pasar el tiempo con ella. Le llevaba muchas cosas que ella misma cocinaba. Y aunque su especialidad eran las cosas dulces, Lincoln tenía que admitir que los demás platillos eran deliciosos.
Mientras todo le daba vueltas, no ponía tanta atención a sus hermanas como antes. Las hermanas Loud sentían su ausencia, pero comprendían que Lincoln tenía cosas más importantes que atender. No obstante, una hermana en especial lamentaba que Lincoln se estuviera alejando de ellas.
- ¿Qué es este vacío que siento? Este hueco en mi vida... Estas llamas que me consumen... Esta lluvia que me enmudece... Algo me está faltando. ¿Qué me estás haciendo Lincoln? Nunca me había sentido de esta forma. ¿Por qué ahora? ¿Por qué no antes? ¿Y... qué es esto que me ata a él? Esas chicas... ¿lo alejan de nosotras? ¿De mí? No entiendo... ¿Qué tengo que hacer para dejar de necesitar a mi hermanito? ¿Qué espero de él? Y... ¿qué espero de mí?
Luan no hallaba respuestas a ninguna de esas dudas que la carcomían por dentro, pero de algo sí estaba segura. Y es que cuando en una ocasión ella soñó que ella y Lincoln se besaban, se sintió... completa.
