NOTAS
¡Gracias por llegar al capítulo 4! Salido directamente de mi no deseo de investigar lo suficiente como para seguir con alguna seriedad el canon de Star Wars XD y en cambio preferir inventarlo todo.
Cap. 4
Petkun era un planeta en el que no pasaba gran cosa, excepto cada diez años cuando una multitudinaria peregrinación sartodiana llevaba a cientos de naves y miles de personas allí.
Los peregrinos ocupaban las posadas, aplanaban los caminos, alquilaban el transporte y consumían la mercancía y la comida local en una procesión de un mes en la que visitaban el lecho de un lago a miles de kilómetros de la villa principal, el cual se secaba por completo cada década. Los sartodianos creían que el fondo rocoso era la palma de la mano de una diosa durmiente.
A lo largo de la peregrinación, algo de agua comenzaba a manar sutilmente y tarzaba surcos, dibujando patrones en el lecho de roca que tenía tallados símbolos y representaciones religiosas. Los fieles creían que allí podían leer los dones y regalos para los próximos años, así como premoniciones o consejos que la divinidad decidiera compartir desde su sueño profundo. No pocos creían también que las propias aguas eran milagrosas y se bañaban en ellas, buscando aún más bendiciones.
Escondida en alguna parte de esta peregrinación estaría Huldeen Marrack, la ex oficial Imperial que estaban buscando.
- Según nuestro estimado Jawa, Marrack está en un laboratorio oculto en la parte más alta de la ruta de… Parnack – dijo Larr mientras se aprovisionaban en una de las posadas atestada de viajeros, a unos cuantos kilómetros del puerto.
- La ruta de la Redención – informó la posadera descargando en su mesa una bolsa con carne, agua y conservas. – Parnack es la más dura de todas. Si están pensando en hacerla, deberían saber que no muchos logran terminarla sin la ayuda de alguna montura – les echó una mirada más atenta–. Aunque supongo que ustedes no tendrían mayor dificultad. ¿Del Gremio? – miró a Mando, que no respondió. – Sí... Se sorprenderían con toda la gente del Gremio que busca un poco de paz mental aquí.
La peregrinación solo podía iniciar a la salida del segundo sol del día siguiente, por lo que decidieron quedarse en la primera habitación que pudieron encontrar, sabiendo las pocas probabilidades de hallar otra en medio de tal afluencia de personas.
Desde la ventana del espacio amplio pero humilde podía verse una gran extensión de la ciudad: casas de arcilla de no más de cuatro pisos con puertas de madera y ventanas de tela, mercados cerrándose a esos últimos minutos del crepúsculo y una periferia que se abría paulatinamente a un paisaje agradablemente fértil, extendiéndose hacia un horizonte que se perdía de vista.
Larr, de brazos cruzados, observó la vista mientras caía la noche.
- Es mejor que tengamos un buen descanso – dijo el mandaloriano organizando sus armas en una esquina de la cama, siempre a la mano. – Si lo que dice esta gente es cierto, tendremos que caminar varias horas antes de llegar a algún sitio donde nos alquilen una montura.
- O podrías usar tu jetpack para llegar allí y volver con un par de kaadus – sonrió el otro hombre.
- No es una buena idea si lo que queremos es pasar desapercibidos.
- Lo sé – Larr se quitó su gabán y lo organizó sobre la única silla. – Aunque es una verdadera suerte contar con esa multitud: incluso una armadura de beskar no alcanzará a llamar la atención. Además, si en algún momento necesitamos una distracción, solo hay que crear una estampida – bromeó.
- En ese caso es mejor que recuerdes que el jetpack no aguanta con más de un humano adulto.
- ¿Cómo lo sabes, si no lo has intentado?
- No necesito intentarlo para saberlo.
- Vaya… Un momento, ¿eso significa que existe una pequeña posibilidad de que no hubiera tenido que caminar siete horas en Kátarus para volver al pueblo desde de ese escondite de los otros mandalorianos, sino que pudiste al menos intentar llevarme una parte del camino?
- Nunca lo sabrás – dijo Mando. Se volvió al pequeño que estaba curioseando por el lugar. - Muy bien, ¿Grogu? Es hora de dormir – extendió una mano hacia él y el niño se acercó levantando los brazos. Lo tomó y envolvió en una pequeña manta, poniéndolo en el medio de la cama. El niño balbuceó contentamente, moviendo los pies un poco antes de dar un pequeño suspiro y cerrar los ojos.
Larr, que los estaba observando, sonrió. Miró al piso y luego al otro hombre.
- No perdamos tiempo, entonces - le dijo. – Pásame esa cobija de allá, ¿quieres?
- ¿Adónde planeas dormir?
- En la silla, claro. Como todo un caballero.
- Hay suficiente espacio en la cama para los dos – descartó Mando. – Y no creo que sea necesario hacer turnos de guardia, por lo menos no todavía.
El otro hombre asintió tras un momento.
- Bien. Voy a confiar en el sentido común del guerrero más experimentado aquí.
- Como deberías.
Apagó la pequeña lámpara de la habitación y se metió en un lado de la cama, mientras el mandaloriano se recostaba en el otro con el pequeño contra su costado.
- Mando.
- Mmm.
- No habrás traído esa botella de Ne'tra gal, ¿verdad?
- Duérmete, Larr.
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El mandaloriano despertó con un sobresalto del sueño más profundo que hubiera tenido en años.
Aferró el bláster en su costado y levantó la mirada de golpe, pero lo único que encontró fue a Larr a su lado con las manos tras la cabeza, observando al niño que, sentado en su pecho, jugaba con un emblema que el hombre portaba siempre alrededor de su cuello.
- ¡Por fin! – le dijo el médico. – Estaba empezando a temer que tuviera que arriesgarme a despertarte.
Din suspiró. Había tenido un sueño demasiado pesado para su comodidad.
- Debiste hacerlo – reprendió. – Sabes que el plan es tomarle ventaja al grueso de la peregrinación.
- Apenas despuntó el primer alba. La segunda será en una hora, tenemos suficiente tiempo para prepararnos.
Mando gruñó, molesto por alguna razón. Sin decir nada salió de la cama y fue al cuarto de baño a refrescarse.
Larr lo observó en silencio.
- Parece que alguien se levanta de mal humor – le musitó al niño. Éste dio un pequeño bufido.
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Pronto estuvieron sumergidos entre miles de personas, caminando hacia el punto de salida desde el cual cada peregrino, en grupo o solo, tomaría la ruta conveniente a su viaje espiritual.
Era un panorama novedoso ver tantas especies reunidas allí, cada asistente cargado con equipos de campamento, droides ayudantes y maletas con víveres y artilugios para la supervivencia básica, caminando con una expresión determinada y optimista hacia los dos soles que se alzaban en el horizonte.
Y esto sin nada de armas.
- Alguien tiene que llevar por lo menos un bláster camuflado - a Mando le escocía la mera idea de no contar con nada con lo que defenderse.
- No tengo duda de que no seas el único con esa preocupación acá – le dijo Larr. – Pero hombre, no te sorprendas de que no sea la mayoría.
- El puerto ni siquiera tiene guardias – insistió, intranquilo. - ¿Acaso el Imperio nunca vino a arruinar nada aquí?
- Vinieron y se aburrieron – Larr se quitó la máscara de gas, abrumado por el calor. – O eso fue lo que me dijo uno de los locales. Parece que lo único que hay acá es gente, pisos térmicos, buenas vistas y esto –. Señaló con la mirada al mar de personas a su alrededor.
El mandaloriano no creía mucho en lo que el otro hombre decía. La guerra era la dinámica más poderosa de la Galaxia, o siempre lo había sido a sus ojos. Un lugar así no duraría mucho tiempo sin ser estropeado por uno u otro bando, por lo menos si los locales no ejercían algún tipo de presión contraria.
De hecho, pensó mirando fijamente a un grupo de Ichkitianos que lo observaba, estaba seguro de que más de una docena de fobs de rastreo se activarían allí en ese momento.
Se volvió al frente luego de que los sujetos bajaran la mirada, para encontrar que Larr estaba ya un par de metros más adelante.
- Vamos, Mando – llamó el hombre, sonriendo.- ¿Tengo que tomarte de la mano de nuevo?
- ¿Cómo es que siempre que ando contigo termino en medio de una multitud peligrosa? – le reclamó Din, alcanzándolo.
- Tómalo como una forma de entrenamiento – se alzó de hombros el otro hombre. – Algo como… firmeza mental, o algo así.
Mando dio un gruñido.
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La multitud fue dispersándose hacia distintas direcciones desde un punto de partida marcado por tótems. Allí, pequeños grupos de personas vestidas de forma tribal entonaban canciones y lanzaban flores y polvo de colores sobre los participantes, deseándoles buena suerte.
Larr rió tanto cuando vio la armadura del mandaloriano espolvoreada de amarillo chillón, que tuvo que ponerse de nuevo la máscara de gas y alejarse varios metros para evitar que el otro hombre lo golpeara. Pasado su ataque de risa se pusieron camino a la ruta de Parnak, notando en cuestión de minutos cómo pocos peregrinos parecían favorecerla. Un par de kilómetros más allá, la vegetación comenzaba a volverse más y más espesa.
- Esto va a evolucionar en un bosque denso en unas cuantas millas – vaticinó Larr, revisando el mapa del sector en su controlador. – Hay un camino principal, pero no demasiado marcado. Espero que no te moleste interactuar con la fauna local.
Arribaron a una granja de bothianos en donde había distintos tipos de monturas para el alquiler. El sujeto a cargo les indicó que para desplazarse por este tipo de vegetación, un dewback sería mucho más práctico que una rígida moto jet en las manos de un par de turistas que no conocían la zona.
Era un buen argumento, así que alquilaron dos de los enormes reptiles por una suma que Mando no apreció demasiado ("precio de temporada", lo llamó Larr) y comenzaron a desplazarse a una velocidad mucho más satisfactoria por el camino cada vez más agreste.
Podía ser la ruta más difícil del peregrinaje, desplegada sobre un terreno irregular (árboles tupidos de raíces gigantes, tramos rocosos, pantanos y lagos, estaban en todos lados), pero no fue raro ver alguno que otro peregrino abriéndose paso entre este paisaje, avanzando a su ritmo. A pie o en otras monturas, descansando o acampando, hacían al par de hombres un saludo con la cabeza y estos les correspondían mientras seguían su camino.
- Puede que esté pasando demasiado tiempo contigo – le confesó Larr en la segunda noche, cuando comían algo alrededor de una fogata en un claro diminuto. – Pero tengo la pequeña sensación desagradable de que nos están siguiendo.
- Si solo es una pequeña sensación, entonces no te estás juntando conmigo lo suficiente - le dijo Mando. – Y por eso es que tenemos que comenzar los turnos de guardia.
- Entendido.
- No, eso no es para jugar – reprendió el mandaloriano al pequeño, que estaba lanzando lejos y uno a uno los fríjoles de su plato. – O lo comes, o lo guardamos. Pero no tiramos la comida acá.
- Quizá están muy duros para él – Larr se sentó en el suelo, al nivel del pequeño que estaba sobre una piedra. – A ver, ¿abres la boca para mí? Di "aah"… – el niño lo imitó y el hombre puso un dedo bajo su barbilla, viendo dentro. – Ya tienes todos tus dientes, peque, y no es que te estén saliendo apenas. Además eres el más carnívoro de nosotros.
- ¿Tienes alguna idea sobre qué especie pueda ser? – preguntó Mando con curiosidad.
- Ni la más mínima. No lo he investigado demasiado, pero todo apunta a que sea una raza casi extinta, si lo que nos dijo Ahsoka es cierto.
- Y es por eso que tienes que alimentarte bien – dijo el mandaloriano al niño, intentando sonar estricto. El pequeño lo miró con un brillo de terquedad en los ojos que el hombre conocía bien. – Has comido cosas vivas, niño. ¿Qué te hicieron esos fríjoles? No saben mal, ¿verdad? – preguntó al otro hombre.
- Mejor dejemos que coma cuando tenga hambre – dijo éste. – Siempre que esté hidratado, no tienes de qué preocuparte. A ver, fríjol, dame eso entonces – le quitó el pequeño cuenco de las manos y se las lavó con algo de agua. – ¿Por qué no vas a descansar con el pequeñín? Tengo algunos documentos que estudiar, me servirá hacer ese primer turno.
- Así no es como se hace guardia, Mósdov.
- Así es como se hace guardia cuando tu trabajo tiene que ver con más de cuatrocientas especies. – hizo un gesto de circunstancias. – Por la Reina, a veces raya la veterinaria.
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Para ser realistas, más práctico que viajar con otro guerrero, era viajar con un médico que sabía cómo manejar bien sus armas.
Esto se hizo evidente cuando cayó el primer ataque durante el tercer día de viaje, justo cuando Mando y Larr estaban pasando junto a un grupo de ewoks que iban a pie.
El mandaloriano se encontró en una situación bastante familiar cuando, en cuestión de un segundo, el ruido suave de los pasos sobre el follaje, los pájaros vocalizando desde los árboles y el viento paseándose pacíficamente entre la vegetación, se convirtieron en gritos de batalla, explosiones, disparos y alaridos de pavor.
Los atacantes habían intentado hacer que el pánico del grupo de ewoks trabajara a su favor, y habrían tenido éxito si Din no hubiera comprendido inmediatamente lo que querían y actuado en consecuencia, alejándose de inmediato del grupo.
Cubrió al pequeño poniendo su mochila tras su espalda y disparó su bláster mientras intentaba usar las riendas del dewback para transformar el instinto de huida del animal en uno de batalla.
- ¡Quieren al bebé! – gritó al otro hombre, que estaba descargando un disparo de carabina contra un rodiano que saltaba hacia él desde un árbol.
- ¡Dame el rifle! – le dijo Larr. – ¡Y aléjate con el jetpack! ¡Te alcanzaré! ¡Ve, Mando!
No sin dudar, el mandaloriano hizo lo que le decía. Saltó de su dewback y se elevó hacia el aire frío del cielo nocturno aferrando al niño contra sí.
Una vez se aseguró de haber perdido de vista a los atacantes, se detuvo en la copa de un árbol, tomando aire y tratando de ubicarse con el mapa holográfico y las funciones térmicas de su telescopio, hasta que encontró a un par de kilómetros de allí un risco de piedra escarpado que ascendía hasta las nubes.
Voló hasta allí y, tras unos minutos de exploración, halló una cueva mediana oculta por la propia formación rocosa, que sería un refugio temporal perfecto.
Era demasiado arriesgado enviarle una comunicación a Larr antes de saber que se encontraba bien y que no había sido capturado o algo así, de modo que armó una fogata pequeña y aguardó junto con el niño en la parte exterior de la cueva, atento a cualquier movimiento sospechoso pero también observando el bosque que se extendía durante miles de millas desde los pies del risco, y las nubes densas en el cielo por las que, de vez en cuando, emergían y volvían a desaparecer unos seres pacíficos, enormes y aplanados, como ballenas de un tenue color escarlata.
En un momento, Grogu dejó salir un gimoteo triste, mirándolo con esos inmensos ojos negros llenos de duda.
Mando suspiró.
- Yo también estoy preocupado – le confesó. – Pero por ahora no hay nada que podamos hacer. Larr sabe lo que hace. Esperemos que nos encuentre pronto.
Al pequeño lo venció el sueño un par de horas después. Mando lo envolvió en su manta y lo puso a su lado. Apoyó la espalda contra la roca y esperó, bláster en mano, volcándose en el propósito de la misión más que en la posibilidad de que Larr no llegara.
Muy entrada la noche recibió por fin el mensaje: "¿El fríjol se encuentra bien?", al cual respondió con sus coordenadas.
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