"Estoy harta de esperar, ¡así que nada de dejarme atrás! A partir de ahora, donde vaya uno, el otro le sigue, ¿de acuerdo?"
Kairi, en El mundo inexistente,
A las puertas del reino de la Oscuridad (Kingdom Hearts II)
Morioh City, Reino de la luz, Segundo anillo (luz tenue).
Lea y yo ya hemos llegado a nuestro primer mundo! :3
Me recuerda bastante a casa, así que creo que irá todo bien.
Por ese lado qué tal? Espero que estéis teniendo suerte X3
Solo os echo un poco de menos… ;-;
¡Es broma! XD
Kairi frunció el labio. Los mensajes que había enviado a Sora y Riku no parecían llegarles… Con un único tic negro, el servidor le avisaba de que nadie podía leer todavía lo que había escrito por el grupo. Guardó su móvil gumi en el bolsillo del pantalón e hizo un esfuerzo por no dejarse arrastrar por la muchedumbre.
Si había alguna diferencia entre aquella ciudad y la de las Islas del Destino, era la cantidad de gente. Morioh era una ciudad mediana, tranquila y normalmente sin incidentes; sin embargo, a sus ojos era una verdadera metrópoli a rebosar de vida y actividad. Mucha gente recorría sus calles en direcciones distintas, por motivos que solo podía imaginar. ¿Trabajo? ¿Placer? ¿Amigos? ¿Pareja?
Alguien aferró con fuerza su muñeca. La mano, enguantada en negro, de Lea tiró de ella.
– Vamos. Te dije que no te alejaras de mí… ¿lo captas?
Aceleró el paso para no perderse.
Durante el viaje, habían hablado ambos largo y tendido. Ella todavía no había olvidado que la había secuestrado apenas unos meses atrás. Él todavía no sabía cómo pedirle perdón. Lo había pasado mal por su culpa, pero… Estaba intentando hacer las cosas bien. A pesar de que todavía no se sentían cómodos el uno con el otro, con el tiempo esas rencillas quedarían atrás. Sí… Con el tiempo…
Notó vibrar su teléfono. Lea había aflojado su agarre, así que casi instintivamente llevó la mano al bolsillo. Parecía una llamada de Cid, el ingeniero… pero se cortó antes de que pudiera cogerla. Ojeó por encima la pantalla del móvil gumi. Había recibido aquellos contactos del maestro Yen Sid, así que no cabía duda de que se trataba de él… la duda era, ¿por qué la llamaba…?
Distraída como estaba en su teléfono, no vio venir a otro hombre que tampoco debía estar prestando atención a la calle, y ambos se chocaron.
– ¡Ah! ¡Disculpa!
El móvil cayó al suelo, y rebotó en la acera hasta detenerse a los pies del hombre. Por suerte era un modelo resistente – marca Nokey, si no recordaba mal –, así que no temió por los daños que pudiera sufrir. El señor, trajeado de blanco, se agachó para recoger el teléfono, y se lo ofreció con gesto amable.
Era alto, de complexión fuerte. Su cabello era negro y corto, aunque lo suficientemente largo como para poder llevarlo hacia arriba, de una forma puntiaguda que le recordaba a Sora muy vagamente. No, eso debían ser imaginaciones suyas. El pelo de Sora era más… menos… demasiado particular.
Debajo del traje blanco vestía una camisa rosa de líneas verticales blancas, aunque en lo que centró su atención fue en su corbata. De colores verdes, con gruesas líneas doradas cruzadas, era adornada por… ¿panteras? rugiendo. De alguna manera, parecía poco apropiada para un hombre de negocios.
– Se te ha caído esto.
– Oh… Gracias, y de nuevo, discul…
Se detuvo conforme cogía el móvil gumi. El hombre había comenzado a sujetarlo con fuerza, y parecía mirarla con intensidad. No, no a ella… ¿su mano?
– … ¿disculpe?
– No, soy yo quien debería pedir disculpas… Tenéis una mano muy bonita, jovencita, si me permitís la apreciación…
Cejó en su agarre sobre el teléfono. Kairi asintió lentamente –"Toma el cumplido y déjalo estar", pensó–, y lo recogió. La mano de aquel hombre adulto se cernió sobre la suya propia, y le acarició con un pulgar. No le gustó nada aquel gesto, y se echó hacia atrás instintivamente.
"Es suave, sin duda…", murmuró para sus adentros. La elegida no alcanzó a escucharlo.
– Ey, ¿algún problema?
El hombre del traje blanco, que en su mente recreaba el suave tacto de aquella mano, se giró hacia el origen del sonido. Con unos ojos fríos saludó al pelirrojo, que fruncía el ceño, intuyendo que algo no terminaba de ir bien.
– Esta joven se ha chocado conmigo y ha dejado caer su teléfono. Se lo estaba devolviendo. Eso es todo.
Sin dar oportunidad a que Lea replicara, reemprendió su camino, dejándoles atrás. El pelirrojo le observó mientras incrementaba la distancia entre ellos, y, una vez se sintió cómodo, se acercó a Kairi para discutir con ella sobre lo sucedido. "¿Te ha hecho algo raro?", fue lo último que le escuchó decir. Su mente estaba trabajando. Las emociones se apelotonaban en su interior. Sintió crecer sus uñas un par de centímetros.
Él, Kosaku Kawajiri, anteriormente conocido como Yoshikage Kira, se había enamorado de aquellas manos. Llevaba demasiados días conteniéndose. Así que ahora… ahora… las necesitaba con urgencia.
[…]
Encontrar la puerta a la oscuridad no era una tarea compleja. No les requería hacer un especial esfuerzo mental, ni tan siquiera hacer mayores preparativos que tener sobre aviso al resto de las princesas del corazón. A cambio, debían recorrer todos los mundos inspeccionando cada callejuela y cada rincón. Por eso andaban por las calles de Morioh City muy lentamente, asomándose por los lugares más impensados y fijándose en cada sombra. ¿Había sincorazón? No lo parecía. ¿Habría muchos cerca de la puerta a la oscuridad? La lógica parecía señalarles que sí. Pero la experiencia… La experiencia les demostraba que la oscuridad llegaba a todas partes. Y a veces lo hacían muy inteligentemente.
"Si Xehanort los está controlando, tal vez les mande esconderse en mundos muy conectados a la oscuridad… Para despistarnos".
No tenía ninguna manera de probar que eso fuera así, pero tampoco lo contrario… y no podían permitirse perderlo de vista.
En el fondo, sabía que lo que estaban haciendo era un ejercicio de optimismo desmedido. Para alcanzar la puerta a la oscuridad, originalmente Xehanort – Ansem mediante – había requerido años. Años creando una puerta artificial, y casi un año secuestrándolas a todas ellas, a todas las princesas del corazón… ¿Y ellos planeaban simplemente toparse con la última puerta?
– ¿A qué viene esa cara tan larga? No te habrás desanimado tan pronto, ¿no?
Lea se había doblado hacia delante, y la miraba fijamente con una media sonrisa en el rostro. Ella se detuvo, paralizada por un segundo, pero se limitó a replicar su gesto.
– No. Estoy contenta de haber podido empezar este viaje; es solo que… hay mucha presión. Siento que estamos teniendo que aprender a correr cuando todavía no hemos dejado de gatear.
Sufrir una derrota o dos no era ningún trauma. Al menos, para el resto; como Yen Sid les había recordado, Xehanort solo necesitaba atraparla junto a las otras seis princesas del corazón. Si ella era fuerte, si no podían vencerla, entonces no existiría riesgo ninguno. No habría prisas por encontrar la puerta a la oscuridad. No habría prisas para despertar a Ventus, ni para encontrar a Terra.
– Bueno, para eso estoy yo aquí. No sé usar muy bien la Llave Espada todavía, pero te puedo prestar una mano para que al menos no te caigas… ¿lo captas?
Kairi sonrió. De alguna manera, las palabras de Lea eran reconfortantes.
– ¿Hrm?
Se detuvo en seco. Un callejón había llamado su atención. Era estrecho y estaba bien disimulado, y pasaba desapercibido a los ojos con una asombrosa facilidad. No obstante, notaba algo… distinto sobre él. La oscuridad parecía algo más fuerte. Las sombras más largas. Más negras.
– Lea, investiguemos…
El pelirrojo tenía sus ojos puestos en sus espaldas. Su gesto se había vuelto frío.
– ¿Lo has escuchado? – adoptó una guardia. No había nadie más alrededor, así que no sintió reparos en llamar la Llave Espada a su mano.
Kairi le imitó. No, nada había llegado a sus oídos. ¿Tal vez porque estaba distraída pensando en el callejón? ¿Habrían aprovechado los sincorazón para movilizarse mientras ella se fijaba en su nido? Trató de forzarse a respirar lentamente. Eso le ayudó a agudizar su oído.
– ¡Mira aquí…!
Una voz grave, gutural, fantasmal. Una voz de ultratumba, una voz cargada de odio y resentimiento. Eso era lo que escuchaba Kairi. Pero no había nada a su alrededor. No había ninguna persona, ningún sincorazón, ningún incorpóreo… Nada. ¿Un enemigo invisible? ¿Alguien estaba usando alguna clase de magia? Yen Sid le había explicado que eso era posible, e incluso en el futuro podría aprender hechicería capaz de superar esa clase de obstáculos… pero no en ese momento. No todavía.
– ¡Mira aquí!
El corazón de Kairi dejó de latir por un segundo. La voz sonaba tan cerca como si estuviera a sus pies y entonces… Entonces notó algo recorrer su pierna. Algo subía su gemelo.
– Lea… Tú tampoco ves nada, ¿verdad? Y sin embargo… Sin embargo, noto algo que me sube el gemelo. Pero no es un sincorazón. No puede serlo. Porque lo que está subiendo por mi pierna tiene orugas; puedo notar el tacto de unas ruedas en oruga, como si fuera un tanque. ¿Cómo puede ser eso, Lea? ¿Qué clase de enemigo está ahora en mi espalda?
Lea frunció el ceño. Apretaba los labios con fuerza. Kairi se sentía presa del pánico, pero trató de mentalizarse. Estaban en otro mundo. No debía sorprenderse si se aplicaban otras reglas. Otras reglas de las que no era parte. Otras reglas que no podía conocer ni superar.
En ese mundo existían quienes podían asumir qué estaba ocurriendo. Podían entender las implicaciones de la situación de Kairi, e incluso podían ver el vehículo que con ruedas de oruga se detenía ahora sobre su hombro. Podían ver el pequeño tanque en miniatura que en vez de cañón tenía una máscara demoníaca. La calavera de una pantera con un cuchillo con la hoja hacia la mandíbula, abriendo la boca, casi sonriendo. Con una poderosa armadura de color azul, de placas, parecía casi una tortuga. No obstante, ese grupo de personas selectas habrían reconocido de lo que se trata inmediatamente.
Habrían sabido que aquello era la obra de un Stand enemigo.
– ¡Mira aquí!
– ¿Dónde lo notas, Kairi? – aunque no se podían ver por los guantes negros, los puños de Lea estaban blancos de sujetar con fuerza la Llave.
– En mi hombro… izquierdo.
La joven vio a Lea apuntarla con el arma legendaria, y no necesitó más para comprender. Puede que todavía no les hubiera atacado, pero no podían permitirse un papel reactivo contra un enemigo invisible. Mientras lo tuvieran localizado, debían actuar.
Lea, por supuesto, se sirvió de su magia más fiel.
Una bola de fuego iluminó la punta de la Llave, tan solo unos segundos antes de despegar con precisión hacia el hombro de la princesa de la luz. Apenas debía tocarlo, como mucho quemarle dos mechones; así estaba dirigido el ataque.
Lea no podía saber que los Stand guardan cientos de secretos. Tampoco podía saber el funcionamiento de aquel Stand remoto.
Sheer Heart Attack, el vehículo con ruedas de oruga, saltó del hombro de Kairi en cuanto despegó el fuego. La joven no comprendió el sentido de aquel salto. No trató de evadirlo; no subió a lo más alto del cielo, ni buscó un lateral. No se refugió tras la elegida, buscando cobijo. No, aquel Stand se lanzó hacia delante. Hacia el fuego.
Habiendo reaccionado apenas unos microsegundos después de haber emergido la llama, apenas se alejó medio metro de Kairi. La fuerza del movimiento la echó hacia atrás. Sesenta centímetros de distancia. Pronto agradeció poder contar con ellos.
En contacto con el fuego, Sheer Heart Attack hizo honor a su nombre. Atacó. Explotó con una intensidad que Kairi no había visto en mucho tiempo, y las llamas recorrieron con vehemencia los sesenta centímetros que los separaban.
Lea se echó hacia atrás instintivamente. La explosión no le engulló por poco, pero la princesa de la luz no había tenido tanta suerte.
– ¡Kairi!
Se acercó rápidamente a la pelirroja. Su cuerpo estaba cubierto de quemaduras de tercer grado. Aunque la explosión no había sido en su hombro, sí había sido demasiado cerca. La mitad de su cara parecía casi desfigurada por las llamas, y su ropa estaba prendiendo. La piel debajo de ella palpitaba, como temblando por el dolor. Kairi había caído inconsciente. Mejor, pensó su acompañante. Mantener la consciencia en ese estado…
La magia de sanación, por desgracia, no era su fuerte. Tras utilizarla, solo consiguió que su compañera recuperara algo de color. Que la piel se calmara suavemente. Que se alejara de las puertas de la muerte.
– ¡Maldita sea…!
– ¡Mira aquí!
El cuerpo de Lea se detuvo, paralizado por la rabia y la frustración. Un enemigo invisible que podía explotar cuantas veces lo deseara. ¿Era eso contra lo que se estaba enfrentando? ¿Había intentado llevárselos a los dos? Y como él había sobrevivido… Venía a rematarle.
Se giró hacia la voz invisible, su rostro el de un demonio.
– No sé quién eres, ni qué pretendes… Pero capta esto: mi nombre es Lea, y me aseguraré de que pagues por esto. Nadie, nadie hace daño a mis compañeros y se sale con la suya.
Se giró entonces hacia Kairi y la agarró en brazos. Le dolía, pero no podía hacer otra cosa. Debía huir. Aunque encontrara alguna manera de vencer a aquel enemigo invisible, no podía hacerlo si ella podía ser objeto de alguna clase de ataque. Debía priorizar salvarla. Se lo había prometido a Sora y Riku.
"Un vehículo con ruedas de oruga, ¿no?".
Nunca lo había intentado, pero, ¿por qué no? Acumuló todas sus llamas en sus pies y se sirvió del impulso para despegar. Un cohete humano que se propulsó al cielo, donde ningún tanque puede llegar. Hubo de recomponerse al comenzar el vuelo; notó una ligera perturbación en su avance, una sacudida, un movimiento que amenazó con desestabilizarle. En el suelo, el enemigo invisible volvía a estallar. ¿Por qué? Frunció el ceño mientras volaba. ¿Había intentado alcanzarle en un último y desesperado intento?
Lea hizo uso de su magia pírica para mantenerse en el cielo tanto tiempo como pudo. No le importaba ser visto. Debía evitar al enemigo invisible… y debía llegar cuanto antes al edificio que veía en la distancia.
– No te preocupes, Kairi… Enseguida llegamos… ¡En el hospital te curarán!
[…]
Lea aterrizó en el jardín previo a la entrada del hospital. Era un espacio abierto, unos jardines en los que algunos pacientes disfrutaban del aire libre. Una fuente en el centro refrescaba el ambiente. Él lo agradeció. Estaba sudando copiosamente, y no podía achacárselo solamente a las llamas.
Al usar el resto de su energía mágica para frenar el impacto, solo podía notarse jadear. La princesa le pesaba demasiado en los brazos, sus piernas temblaban, y todo su ser le gritaba para exigirle un minuto de descanso. Nunca se había movido con tanta velocidad. Nunca había volado. Pero lo había conseguido. Kairi todavía respiraba, y pronto estaría en las mejores manos. Si los médicos la atendían, él podía acelerar el proceso con algo de magia curativa. Aunque tardara un par de días, podría salvarse. Ya retomarían luego la búsqueda de la oscuridad. Él también podría descansar. Recuperar el aliento y la energía.
– Doradoradoradoradoradora!
Lea alzó los ojos al cielo. ¿Qué había escuchado? No terminaba de comprender, pero el sonido de cristales rotos le advirtió, y de una ventana a varias alturas de distancia vio a un hombre caer hacia la fuente. De espaldas. No había caído, ¿le habían tirado?
"¡Mierda!".
Su primera reacción fue cubrir a la joven con su cuerpo. Los cristales de la ventana eran peor que cuchillos afilados. Dos se clavaron en su espalda como banderillas, rompiendo el poco fuelle que le quedaba. Apretó los dientes para evitar toser sangre sobre su protegida. Se mantuvo en esa posición hasta que dejó de escuchar cristales impactando a su alrededor.
– ¡Oh, maldita sea! ¡Había alguien ahí abajo!
La voz de un joven le acompañó mientras su conciencia se desvanecía lentamente.
En la entrada del hospital, un hombre alto, de complexión fuerte y pelo negro y corto chasqueaba la lengua. Había acertado con las intenciones del pelirrojo, pero había tenido mala suerte. Josuke Higashikata estaba por la zona. Y eso significaba que Jotaro Kujo podía estarlo también…
– Volveré a por ti, mi amada… No podrán separarnos…
Con esa amenaza, dicha con palabras dulces como la miel, Yoshikage Kira se retiró.
[…]
– Ey, ¿estás bien?
La misma voz que le había seguido mientras su consciencia se desvanecía, ahora le despertaba. Lea se incorporó. Había caído inconsciente sobre Kairi, pero ahora estaban los dos separados. Seguían en el suelo frente al hospital, pero ya no sentía dolor en su espalda. Miró a su compañera. No había abierto los ojos, pero sus quemaduras habían desaparecido.
"¿Qué…?".
Miró a la persona que había lanzado la pregunta. Era un estudiante, a juzgar por su uniforme. No debía tener mucho más de dieciséis años. ¿Él les había curado? No estaba solo: le acompañaba otro estudiante. Cada uno era más raro que el anterior; el primero era fácilmente reconocible por su ridículo tupé, mientras que el segundo tenía el pelo blanco subido hacia arriba, como si de una cascada invertida se tratara.
– Sí, lo estamos, pero… ¿Has sido tú quien…?
– ¡Vaya, y los dos estáis curados del todo! Qué bien, ¿eh? ¡Bueno, yo me tengo que marchar! Venga, Koichi; Rohan debe seguir en el túnel. Debemos ayudarlo.
No. Lea sabía la respuesta a la pregunta. Y por la forma en la que hablaba el joven, aquello era un secreto. Un poder oculto para la mayoría de habitantes de ese mundo. Su mente procesó rápidamente. Los poderes no debían ser una cuestión común. ¿Podían aplicar eso también al enemigo que les había dejado en ese estado? ¿O tenía el poder curativo un tratamiento distinto? ¿Podían arriesgarse?
Fuera como fuere, si le perdían el rastro, tal vez no lo recuperaran nunca. Lea sabía que debía arriesgarse.
– Muchas gracias por curarnos, chaval… –se incorporó lentamente, todavía sentía que el cuerpo le pesaba. El joven del tupé no se detuvo, como queriendo no darse por aludido. ¿Tal vez no lo había escuchado? Lea tomó aire y elevó el tono de voz–. Estábamos así porque fuimos atacados por un enemigo invisible… ¿Tienen ese poder y el tuyo algo que ver?
Aunque ambos casi habían salido del recinto del hospital, se detuvieron en seco. Parecía que había dado en el clavo.
– Aunque no lo vimos, mi compañera sintió el tracto de unas ruedas de oruga subiendo por su cuerpo. Aquella… cosa gritaba "¡Mira aquí!", y fue la responsable de sus quemaduras. Casi nos mata. ¿Sabéis qué era? ¿Sabéis cómo podemos enfrentarlo?
Los dos jóvenes se mantuvieron de espaldas a él. Se miraron entre sí y susurraron algo.
– Tu amiga necesita descansar –dijo finalmente el del tupé–. Y nosotros necesitamos salvar a un compañero. Esperadnos aquí. Volveremos –cuando se giró, su rostro era completamente distinto. No el de un chico de bachillerato, desenfadado y despreocupado. Era el rostro de alguien que había perdido a un amigo. Era el rostro de alguien que buscaba venganza. Era el rostro de alguien que sabía que debía pelear para salvar a sus seres queridos–. Mi nombre es Josuke Higashikata. Pero mis amigos me llaman JoJo. Él es Koichi Hiroshi.
Asintió. No perderían el rastro. Ya no. Incluso si incumplían su promesa, sabiendo sus nombres podían rastrearlos. No parecía que hubieran mentido con ellos, a juzgar por sus rostros. Así que se permitió una sonrisa, y preparó su habitual gesto.
– Mi nombre es Lea… ¿lo captas?
