La esperanza inundó su pecho sobrepasando cualquier otro sentimiento. No había abierto los ojos, pero su cuerpo le daba avisos contundentes de que todo había sido real, la presión entre sus piernas, el agotamiento de sus músculos, la pesadez de sus párpados y el perfume que su jefe solía usar impregnado en el ambiente.
A menos que hubiese perdido por completo la razón, aquello no podía ser producto de su mente.
Hizo acopio de todas sus fuerzas, y los abrió, para encontralo allí, juntito a su cuerpo, observándola, con la expresión más serena que había percibido jamás en su rostro.
Le regaló una sonrisa, mientras se daba cuenta de que llevaba una ropa distinta, y su cabello aún húmedo le decía que había tomado ya la ducha. Tras el perfume, le llegó el olor a café y tostadas, había hecho desayuno, pero lo que más le sorprendió fue el rugir en su estómago, tenía hambre, y desde que había estado desterrada, no sabía que era comer a gusto y necesidad.
—Buenos días —le saludó él primero —¿Cómo estás?
Su sonrisa, mucho más amplia le dio la respuesta, sus ojos marrones volvían a tener ese brillo particular que le eclipsaban, y ante ello, no pudo resistirse más, le dio un beso a sus labios, pausado, grabándolo en su memoria, la textura, la temperatura, el sabor... Ahora que lo había probado todo, la añoranza sería más fuerte.
—Te tienes que ir ya... —susurró Emily.
Tragó el nudo que cerró su garganta, y envió lejos el deje de dolor que le causó su expresión. Debía irse, más pronto de lo que ambos hubiesen querido, pero era la realidad, su momento se había terminado, y debía hacerle frente.
Se levantó de la cama solo para subirse a regazo, dándole un fuerte abrazo. Como él, se grabó su olor, el calor de su cuerpo, y la sublime sensación de tener sus brazos envueltos en su cuerpo, la firmeza de sus manos y la dulzura de sus besos.
Se llenó de él, de todo aquello que necesitaría para mantenerse viva, cuerda, mientras esperaba regresar a su mundo real.
—¿Cuánto tiempo más, Aaron? —le preguntó.
Y a él, le calcinó por dentro no poder responderle.
—Haré todo lo que esté en mis manos para que vuelvas en el menor tiempo posible —La tomó de las mejillas, para darle dos besos, uno en su frente y el otro sobre sus labios —No puedes olvidar que estás viva, Emily, no puedes olvidar que al otro lado del mundo hay una familia que te espera, que se alegrará de saberte viva —La vio asentir, luchando por mantener sus lágrimas a raya —Y también estoy yo, deseoso de volver a tenerte en mi vida.
Lo sucedido horas antes, sus palabras, el sentir que había en ellas, le devolvió toda esperanza, quería mantenerse en vida, porque deseaba con cada poro de su ser volver a su vida, junto a su familia, junto a él.
Aún así, no pudo evitar ser realista, todo era incierto, pendía de un hilo, de un error de Doyle para cazarlo, y nadie más que ella tenía claro lo difícil que podía resultar aquello, más ahora que desconfiaba de absolutamente todo.
Por ello, decidió ser completamente sincera, no sabía cuánto tiempo pasaría, si acaso lo volvería a ver. Tomó una respiración profunda, nerviosa, pero con tan solo llevar su palma a su mejilla, dándole mimo, no existía otra cosa que quisiera decir en ese momento.
—Te quiero, Aaron Hotchner.
Lo besó, sin furor, como si aquel beso pudiese detener el tiempo, y contarle sin apuro todo lo que aguardaba en su alma, su corazón, para él.
—Yo también te quiero —susurró, limpiando sus lágrimas.
Volvieron a unir sus bocas, una y otra vez, en una amarga despedida. Se disculpó por no poderlo acompañar hasta el aeropuerto por temas de seguridad, y evitando el querer retenerlo ni siquiera se levantó de la cama. Un último abrazo, un último beso, junto a una lágrima fue todo lo que le dio antes de se marchase.
Después de llorar, se llenó de fuerza para volver a enfrentar su realidad, Emily Prentiss escondida en la ciudad del amor, donde había tenido una probada, y ahora debía aferrarse a ese momento, para poder sobrevivir.
Salió de la habitación, le había prometido a Aarón comer todo lo que le había preparado y su estómago gruñendo le obligaba a cumplirle. Apenas llegó a la estancia, se sorprendió, el desastre había desaparecido, todo estaba limpio, en orden, y con un ramo de rosas rojas en un jarrón de vidrio, junto a él, había un detalle envuelto en papel marrón y una cinta roja.
Se fue por él, primero acarició los pétalos de la rosas, aspiró su aroma, sonriendo ante su frescura. Desenvolvió el regalo, conteniendo sus lágrimas otra vez. Dos libros. Matadero cinco de Kurt Vonnegut, el gusto literario que compartía con Morgan, dentro había un bonito separador de unicornios y arcoíris, sin duda, pensó en Garcia. El siguiente libro era del escritor David Rossi, donde narraba los casos más importantes en los que había trabajado, aquella edición estaba en francés, y dentro, llevaba una foto del equipo.
La llevó a su pecho deseando poder abrazarlos.
Y supo que debía ser lo suficientemente fuerte para volver a estar junto a ellos, y ahora, para estar junto a Aaron Hotchner.
