Capítulo 3
Rostros
Estaba contenta de terminar, pero su corazón tenía un espacio vacío y anhelante que le decía que se quedara un poco más, que tropezara y rompiera algo fundamental para volver a arreglarlo, que hiciera y deshiciera la jodida estructura de madera con el fin de perder tiempo. ¿Qué estaba pasando por su cabeza? Ni siquiera la pequeña Zöe podría creer en su yo actual, porque esa pequeña sabía que el tiempo no se perdía. Esa niña lo supo desde que se escapaba de sus padres para buscar aventuras que le dieran significado a su vida, desde que cuestionó sus privilegios desde temprana edad porque le parecían falsos, desde que le entregó su corazón a una legión que no pierde el tiempo, que nunca lo haría.
Erwin estaría decepcionado.
Bueno, al menos ese pensamiento era más real. Erwin sí lo estaría y ella tenía la sensación de haberlo decepcionado desde que se convirtió en la última comandante del cuerpo de exploración.
Sannes se lo había dicho y nunca dudó de su palabra, ni siquiera estando del lado contrario de la celda, siendo ella la torturadora, la que cree que está en lo correcto.
Es un círculo del que no se puede salir.
Acomodó a uno de los caballos y la carreta —la cual consistía en dos ruedas y una tabla que sería arrastrada por estas más la fuerza del caballo— bien ajustada a él antes de volver a donde Levi descansaba, incómodo con su propia inutilidad.
— Supongo que esto ha sido de lo más aburrido para ti — le habló. Levi intentó moverse y ella se apresuró a sentarlo para que pudiera mirar cómo iban las cosas.
No era una carreta de lujo, pero serviría para sacarlo de allí y esperaba que con el menor dolor posible. Se mantuvo arrodillada a su lado, esperando que diera su veredicto, aún así fuera que su construcción era una mierda o algo similar.
— Es suficiente — razonó él. — ¿Nos vamos ahora?
— ¿Tienes hambre? — preguntó ella.
— No.
— ¿Tienes sueño?
— No.
— ¿Quieres mear?
— Hange…
Eran contadas las veces que la llamaba por su nombre y no por alguno de esos apodos que tanto les gustaba intercambiar, aunque desde que ella se convirtió en su superior, había procurado guardarse los nombres alternativos en frente de los mocosos, porque de verdad la respetaba y quería demostrárselo aún en algo tan pequeño como dejar de molestarla de ese modo. En cualquier caso, nunca nadie se había atrevido a decirle «enano» y nunca nadie se había dirigido a Hange, ni siquiera antes de ser comandante, como «cuatro ojos»; era un acuerdo tácito entre los dos, solos.
Quizás alguna vez se habían referido a ella como loca o algún derivado, en especial tras presenciar su particular forma de aproximarse a los titanes, pero no en presencia de Levi.
— Solo quería saber si necesitabas algo antes de partir — se defendió ella.
— Hablando de lo que necesito… bien, necesito estar limpio, necesito matar a ese mono de mierda y creo que es todo por ahora, pero eso puede esperar dada las condiciones en las que estamos…
— No olvides el té — le recordó su compañera.
— Tsk…
Se miraron. Hange aún no se acostumbraba a verlo de ese modo. Era imposible que Levi volviera a ser el mismo, había quedado demasiado dañado y, de no ser un Ackerman, hubiese muerto. Su cara casi un 80% oculta tras los vendajes era algo doloroso de ver, más aún cuando ella sabía cómo lucía bajo todo el aparataje, se había dedicado años a guardar todas las expresiones de Levi en su mente. Era extraño saber que bajo esas vendas había heridas que dejarían cicatrices para siempre, además de los dedos mutilados y las quemaduras en todo su cuerpo.
El pelinegro, por su parte, no estaba preocupado en absoluto porque no le tenía mucho aprecio a su apariencia. Incluso antes de la explosión, toda su vida evitó mirarse a espejos y se podía decir que carecía de algún tipo de vanidad basada en su físico. Cada vez que se veía por error en el reflejo cóncavo de una cuchara, en una ventana o en el filo de la navaja de su equipo tridimensional, veía a un muchacho desnutrido y ojeroso a un lado de la cama en donde su madre yacía muerta.
No le ayudaba pensar que luego llegaría Kenny a enseñarle ser un bandido y lo abandonaría a su suerte. Bueno, ahora lo sabía, ahora sabía que Kenny lo hizo por el simple hecho de no saber ser familia.
Quizás él tampoco sabría serlo si le dejaran a un niño huérfano a cargo, por eso enmendó culpas internas al insistir en el rescate de los niños huérfanos junto a Historia, la reina.
Volviendo a la forma en la que Hange repasaba cada espacio de su rostro con su ojo sano, comenzó a sentirse demasiado consciente de sí mismo y no pudo evitar preguntar: — ¿Qué es lo que ves? — despojado de toda tosquedad. Quería una respuesta honesta, quería que Hange le dijera que no tenía remedio, que estaba jodido, que lucía peor que mierda de titán.
Oh, cierto.
«Los titanes no defecan… Ellos no tienen sistema digestivo…»
— Oh, yo solo… solo quisiera haberte visto mejor la última vez que tu rostro era… tu rostro — respondió ella. Recordando…
«Ya veo a un anormal aquí… Justo aquí.»
«¡Cállate, cuatro ojos de mierda! Si quieres terminar como mierda de titán, no te detendré, pero no te atrevas a poner en riesgo la vida de mi escuadrón…»
«Claro, la próxima vez escriban un artículo sobre nosotros y dennos una palmadita en la espalda»
«Oi, Hange. Lo que estés a punto de tocar probablemente sea venenoso, no lo hagas.»
— … así que este es mi rostro.
Hange lo miró a su ojo sano, entre gris y azulado, y le sonrió.
— ¿Qué? Lo siento, estaba… distraída — se disculpó.
— Tsk… — él miró hacia otro lado. — No sé qué es lo que te preocupa, ¿Tan monstruoso me veo?
La comandante continuó sonriendo con aprecio mientras lo veía.
— Como un titán de esos bien raros — le aseguró.
Levi no supo si eso significaba que ahora lo encontraba atractivo o si era una ofensa porque los titanes, en especial los anormales o raros, no estaban hecho a imagen y semejanza de dioses exactamente.
— Bueno — ella dio un aplauso con sus manos, sin esperar más para poner en marcha su regreso, sin temor a lo que les esperara afuera, ni siquiera si eso era el fin del mundo. — Andando, tengo que cargar tu pequeño cuerpecito desde aquí hasta allá — le indicó al capitán.
— Como sea — gruñó el aludido, cruzándose de brazos.
— ¡Oi, Levi! ¡No! — ella se alteró al verlo haciendo eso. — Te puedes pasar a llevar y…
— Hange…
Él se dio cuenta de que no podían irse aún.
— ¿Qué?
— No me cargues aún — se descruzó de brazos.
— ¿Uh? — Hange comenzó a pensar en todas las cosas que pudo haber olvidado y por las cuales aún no podrían partir.
— ¿Debo recordarte, comandante, que debemos arribar hacia donde nos dirijamos con un objetivo? ¿Te suena? Erwin…
— Lo sé, lo sé — ella se dejó caer a su lado, sentada, estirando sus piernas y mirándose los pies. No tenía ganas de hablar de planes, de actualidad, del horror que está enfrentando la humanidad en ese mismo momento. Estaba en negación y lo que menos quería en ese momento era arruinar su extraña estadía en el bosque con Levi volviendo a ser la comandante estratega y no solo una persona confundida.
Luego de unos segundos, se tumbó a mirar el cielo.
— No puedo…
— Si puedes, tenemos que hablar, por ejemplo, sobre acabar con Eren Yaeger y salvar a la humanidad.
— ¿Realmente quieres que así acabe todo? — cuestionó Hange. — Digo… yo si quiero, siempre voy a querer, a pesar de lo que vimos en Liberio, en donde aún somos unos demonios y siempre lo seremos, lo cual debió haber detonado algo en la mente de Eren, pero creí que tú…
— ¿Acaso no me conoces lo suficiente? — la detuvo, mosqueado por su duda. Creía haberle demostrado que ya no era más ese ladrón egoísta que solo podía preocuparse por Farlan e Isabel, que una vez quiso atentar contra la vida de Erwin y una vez vivió una vida precaria en la ciudad subterránea.
A pesar de lo dura que fue la vida con él, no quería que fuera así para el resto del mundo y si eso significaba enfrentarse al titán fundador cara a cara y eliminar a los nueve restantes, lo haría sin dudar.
— ¿Es que alguna vez es suficiente? — preguntó ella. Él la imitó y se volvió a recostar con algo de trabajo, lo cual la alarmó, pero no tuvo tiempo de ayudarle y Levi ya no quería su ayuda. Nunca la quiso, en primer lugar.
— Sé que hiciste tu tarea y que la hiciste bien — dijo, refiriéndose a que seguramente Hange se ocupó de investigarlo hasta saciar toda la curiosidad que cargaba siempre por lo que le rodeaba.
— No te investigué — Hange lo contradijo de inmediato. — Nunca lo hice. Quizás alguna vez le dije a uno de tu escuadrón que, si quería vencerte, tenía que conocerte, y quizás fui demasiado bruta, pero, de nuevo, no te investigué.
— Entonces…
— Tú me dejaste conocerte porque… uh, confías en mí — explicó, triunfante. — ¿A que no te diste cuenta?
— Te alejé mil veces…
— Mil veces no es nada.
— ¿Por qué?
Levi le había exigido, por fin y de manera directa, explicar por qué hacía esas cosas, por qué volvía, por qué lo rescataba y por qué gastaba su tiempo en coser sus heridas, vendarlo, alimentarlo, darle de beber, limpiarlo, ayudarlo cuando quería orinar incluso.
A ella nada la hacía querer dejarlo y necesitaba saber por qué.
— Eres el soldado más fuerte de la humanidad — respondió, conflictuada.
— Oh, así que soy algo así como un arma por la que debes velar…
— Por favor, cállate — le pidió Hange.
Había sentimientos allí, pero ¿Qué sacaba con dejarlos salir a la luz? Iban a morir de todos modos y más temprano que tarde así que ¿Por qué hacer más dolorosa la partida hacia su última batalla? Era mejor así.
— En el campo de batalla eres tú quien podrá salvarnos a todos, tú vales mucho más que yo, que mi cerebro. Ahora que estamos llegando al final, voy a cuidarte y creo que siempre lo he he… — comenzó.
— Cierra la boca — repitió Levi a su manera, cansado.
Si esa maldita cuatro ojos estaba pensando que por ese motivo él no iba a cuidar de ella de la misma forma en la batalla, estaba muy equivocada. La necesitaba, joder. La necesitaba en ese mismo momento y la necesitaría allá, enfrentándose a lo que fuera por lo que queda de humanidad.
La sintió reír. Primero una risa discreta, pero luego el sonido hizo eco en el bosque y llenó su cabeza. No quería dejar de oírla jamás y se sintió indefenso por primera vez a todo lo que le hacía sentir esa intrépida mujer.
— ¿Qué pasa ahora? — dijo con la voz mosqueada de siempre, pese a no estar molesto esta vez.
— Acabo de recordar que no te he preguntado si quieres cagar desde que llegamos, puedes estar… constipado, qué se yo — y volvió a explotar en risas, imaginándose la indignación del maniaco de la limpieza al hablar sobre defecar en un momento así.
Simplemente había cruzado en su cabeza como un pensamiento invasivo de esos que le vienen muy a menudo y tuvo que decirlo. Así era ella.
— Oh, ¿Y ahora qué? ¿Me vas a construir un baño? Con la calidad de esa carreta mejor cavo un hoyo aquí mismo con mi mano sin dedos y soluciono el problema — respondió él, provocando de alguna manera que ella riera aún más.
Se levantó, apoyado en uno de sus brazos, y pudo observarla retorciéndose en el suelo con lágrimas en los ojos. Lágrimas de… felicidad.
Sonrió quietamente, una sonrisa imperceptible para cualquiera.
Era muy probable que uno de los dos muriera allá afuera, quizás los dos y eso sería lo más dulce que el destino podría regalarles, pero en el caso de que fuera ella y él se quedara, no moriría de la pena o algo parecido. Seguiría luchando y agotaría su vida de ese modo, del mismo modo en el que nació y creció, luchando. Así es como en cualquier momento todo tendría que acabar.
Pero en el momento en que su vida acabara, justo en ese instante, quería encontrarse con esto: con su risa en medio de la risa de Farlan, Isabel, Erwin, todos los escuadrones que perdieron, todos los que estaban por perder. Quiso pensar que, si uno de los dos moría, el otro estaría esperando justo cuando se acaba el camino y comienza otro. Quiso por una vez ser ingenuo y creer en algo con todas sus fuerzas.
La dejó reír sin decir nada y se recostó a su lado. Un recuerdo más en donde ella era el centro de todo.
