Dulce duque
—¿Tú crees que debería... probar... de insinuarme a Archie? —le preguntó de improviso, enrojecida como un tomate.
—¡Annie! —exclamó con estupefacción—, ¡Y yo cómo quieres que lo sepa?
—Bueno, tú conoces a Archi, casi desde siempre... —respondió con una modestia que no encajaba con su anterior pregunta—, seguro que sabes mejor que yo qué es lo que le gusta en las chicas —le dedicó aquella mirada de cachorrito que en pocas ocasiones podía resistir. Aquel era su talón de Aquiles con Annie y ella lo sabía.
—¡Ja, ja, ja! —No pudo evitar reír con ganas—, eso no significa que yo sepa que le pasa por la cabeza en ese aspecto... En realidad, no puedo ni imaginármelo.
Ya había pasado un mes, desde que Annie llegara. Su presencia había sido un gran alivio, aunque tuvieran que seguir manteniendo sus encuentros a escondidas. Aquella "corre, ve y dile" de Eliza era bien entrometida y no perdía ocasión para intentar amargarles la existencia. Cualquier excusa era buena. Si había algo que Eliza soportara aún menos que a Annie, era verla a su lado, pasándolo bien, riendo abiertamente. Pero Annie comprendía su secreto y era la única con la que podía hablar sobre él sin reparos.
Pero lo cierto es que no tenía ni idea de lo que podía pasar por la cabeza de Archie. Sentir algo así por él se le hubiera hecho antinatural... como si deseara a un hermano. En cierta forma, no dejaban de ser familia. Por él nunca se había sentido del mismo modo que con Thomas y, últimamente, con Terry...
Con Terry, solo coincidían en la distancia, nunca hablaban. Pero aun así podía detectar sus miradas. Resultaban imposibles de eludir por el fuego que desprendían aquellas esmeraldas. Solo él, con aquellos ojos que parecían taladrar su alma, lograba fulminar su cuerpo entero, con un fuego abrasador que bajaba directo, como un relámpago, hasta su pelvis y se propagaba, cual sunami, de regreso para encender sus mejillas... Al menos, así lo sospechaba al principio... Annie se lo confirmó a su llegada, cuando los observara en uno de sus silenciosos duelos.
—Pero tú y Thomas, llegaron a besarse, ¿no es así? —atajó la morena poniendo fin a su diversión—... Dime, ¿cómo se siente?
—Annie... yo... —Después de su primer beso sintió una gran liberación al podérselo explicar a alguien, pero cuando Annie se ponía inquisitiva lamentaba, en parte, haberse abierto con ella. Annie solía ser muy comedida y, frente a los demás, muy recatada, pero en ocasiones como aquella dudaba ante la posibilidad de un desliz, por su parte, en el momento más inoportuno, frente al resto de sus amigos—, solo fue una vez y fue algo muy inocente... además, fue él quien me lo dio... yo... yo no tengo ni idea de qué esperas que te diga o aconseje... —se encogió de hombros, con un nudo en la garganta causado por el dolor del recuerdo de aquello que no volvería a ser. Notó como sus ojos empezaban a humedecerse y desvió la mirada, de su amiga hacia la infinidad de edificios londinenses divisables desde la falsa colina.
Annie, arrepentida de causarle dolor, tomo fuertemente una de sus manos— Lo siento. No era mi intención... Perdóname —Luego, acercándose a su cara le dio un ligero beso en la mejilla.
—No te preocupes Annie. Sabes que nunca podría enfadarme contigo. Tú no tienes ninguna culpa —giró su cara, con una amarga sonrisa para mirarla, pero la silueta que, últimamente, asaltaba sus más tórridos sueños captó su atención. Tan pronto como lo divisó y Terry se supo descubierto, desapareció marchando veloz en dirección contraria. Parecía enojado por el inesperado encuentro. Nuevas dudas surgieron en su interior y supo que debía encontrar la forma para hablar con él, para intentar despejarlas.
Continuará...
