5
OBITO
SOLÍA DISFRUTAR TRABAJANDO. Me gustaba ganar dinero, fabricar armas y estar al mando. Me ocupaba de la mayoría de nuestros clientes, atendiendo sus necesidades, y estaba a cargo de la fabricación. Contrataba a los mejores ingenieros para que vinieran a diseñar las mejores armas y sacarlas al mercado. No era el trabajo con mayor impacto del mundo... aunque a mí me gustaba.
Pero ahora, lo odiaba.
Cada segundo que pasaba en el trabajo, estaba lejos de ella.
Temari.
Quizá sólo era porque era guapísima o porque era buena en la cama, pero ya no podía dejar de pensar en ella. Cada vez se me hacía más difícil concentrarme en las tareas, porque siempre estaba de fondo en mi mente. A mí siempre me habían obsesionado las mujeres y el sexo, pero no de aquella manera. Antes no controlaba mi vida.
La diferencia era que ahora mi atención se concentraba en una sola mujer y en su sexo.
Sasuke entró en el complejo, totalmente vestido de negro: camiseta negra, vaqueros negros y una chaqueta negra de cuero. Casi nunca llevaba traje al visitar las instalaciones, ya fuese porque no quería ensuciárselo o porque no quería parecer un panoli delante de los hombres. Estábamos en el negocio de la venta ilegal de armas, no de seguros de coche.
Llevaba una pistola en la cadera, y yo sabía que tenía otras dos debajo de la cazadora. Habló con algunos de los hombres, se hizo una idea de los asuntos que había en marcha, y después se reunió conmigo junto a la mesa. Yo estaba estudiando los bocetos para un nuevo cuchillo en el que estaba trabajando.
Sasuke atrajo el papel hacia sí para verlo mejor.
―No lo entiendo.
Abrí la demostración digital en la tableta para enseñarle cómo iba a funcionar.
―Es una hoja de dieciocho centímetros que se retrae. –Le enseñé el dibujo―. La hoja está oculta, y al quitar el seguro, sólo hay que pulsar el botón y sale. Además, es muy sólido. No se va a romper.
Sasuke observó unas cuantas veces la demostración antes de asentir.
―Quiero uno de estos para Sakura.
―Si te interesa mi opinión, tu mujer lo que necesita es una pistola. Sabe utilizarla.
―No te he preguntado. ―Empujó la hoja de papel hacia mí―. Shisui acaba de hacerme un resumen de todo. ¿Tenemos otro comprador?
–En Budapest.
―¿Lo has investigado?
Empujé la carpeta en su dirección.
―Todo bien.
Sasuke pasó las páginas, leyendo hasta la última palabra como si no confiara en que hiciera bien mi trabajo.
Puse los ojos en blanco.
―Llevo mucho tiempo haciendo esto. Sé lo que estoy haciendo.
―Me parece que tu puta de diez millones de dólares es prueba de lo contrario.
El enfado asomó a mi expresión como si hubiera estado esperando bajo la superficie en todo momento.
―No la llames así. Insúltame todo lo que quieras, pero déjala fuera de esto.
Sasuke apartó la vista del documento y la volvió hacia mí. Era la mirada que llevaba recibiendo desde que éramos pequeños. Quería decir que estaba sopesando algo, pensando en algo que fuera incriminatorio.
―Sakura me contó que llevaste a Temari a ver a sus padres a Estados Unidos.
¿Temari se lo había contado? Mira que hablaban las mujeres. Aquella había sido una experiencia tan personal para ella que yo había dado por hecho que no se la mencionaría a nadie.
¿También le había hablado de las pastillas de cianuro?
―Sí. ¿Y?
Sasuke inclinó la cabeza hacia un lado, estrechando los ojos.
―¿Y? ―Su voz profunda no cambió, pero su expresión se endureció―. Todo un detalle para con alguien que no te importa un carajo.
Yo le cogí la carpeta y fingí que la estudiaba.
―Simon está limpio. No hay nada por lo que preocuparnos. El envío ya está en marcha.
―¿Obito?
Continué ignorándolo.
―¿Va a convertirse Temari en un problema?
―¿A qué te refieres? ¿Cuándo os ha molestado a ti o a Sakura?
―Conmigo no te hagas el tonto ―ladró él―. No vas a quedarte con esa mujer.
―Nunca he dicho que fuera a hacerlo.
―Entonces, ¿la devolverás según lo prometido?
―Sí.
Sasuke me miró fijamente, como si no me creyera.
―No voy a empezar una guerra por ella. No voy a cabrear a Tristan por ella. Si tu corazón es tan susceptible a sus encantos como tu polla todas las noches, tienes que poner un poco de distancia.
―No va a haber ningún problema.
―¿Por qué no te creo? ―Apoyó ambas manos en la mesa mientras me miraba.
―Es verdad, le he cogido cariño. Pero la devolveré, como prometí.
―Más te vale, porque no quiero involucrar a Sakura en esto.
―No tienes nada por lo que preocuparte.
―¿Por qué arriesgaste entonces el cuello llevándotela nada menos que hasta Estados Unidos? Te podrían haber detenido en seguridad y todo se habría ido a la mierda.
–Pero eso no fue lo que pasó, ¿verdad? ―pregunté con tono de listillo.
Sus ojos se estrecharon aún más.
―¿Por qué lo hiciste, Obito?
―Quería ver a sus padres una última vez...
–¿Y a ti eso por qué te importa? ―soltó.
―Porque no soy un cabrón, por eso. Desearía haber podido hablar con Naori una última vez, aunque supiera que iba a morir.
En cuanto mencioné a nuestra hermana, Sasuke se aplacó.
―Por todos los Santos, déjame en paz. ―Lancé la carpeta sobre la mesa y salí como una tromba, harto de las gilipolleces de mi hermano.
Sasuke me siguió.
―¿Estás llevándotela a hacer turismo?
―¿Y qué si es así? A lo mejor tú deberías llevar a Sakura también. Estoy seguro de que le gustaría.
―Ahora mismo estoy demasiado ocupado con el trabajo. Y no te preocupes por el entretenimiento de mi mujer. Tiene de sobra.
―No lo parecía cuando hablé con ella. ―Me serví un vaso de whisky en el mueble bar.
―No metas las narices en mi matrimonio.
―No metas las narices en mi relación ―contraataqué.
―¿Relación? ―dijo furioso―. ¿Ahora es una relación?
No había escogido nada bien las palabras.
―Tú sabes lo que quiero decir.
―Obito, quiero que me des tu palabra de que vas a devolver a esa mujer. Es una buena chica y lo lamento por ella, pero no es problema nuestro. ¿Me entiendes?
Yo di un trago al whisky y lo ignoré.
―Dame tu palabra.
―Vale, hombre. Tienes mi palabra, ¿de acuerdo?
Sasuke todavía no parecía creerme.
―¿Qué es lo que quieres que diga?
Cogió su propio vaso y se sirvió whisky.
―Le tengo cariño. ―Observé a mi hermano beberse el licor tan deprisa como yo―. Me gusta. No quiero que vuelva. Lo admito todo. Pero no puedo hacer nada por ella. Me pidió que la ayudara de otro modo... y yo acepté.
Sasuke dejó el vaso en la mesa sin quitarme la vista de encima.
―Me pidió que le consiguiera pastillas de cianuro...
Los ojos de Sasuke se ensombrecieron de pena.
―Para que parezca natural y no le hagan daño a Matsuri.
―Es triste, pero... es lo mejor para ella.
―Estoy de acuerdo.
―¿Conseguiste las pastillas?
Asentí.
―Entonces supongo que sí la vas a devolver.
Volví a asentir.
Se terminó la copa y dejó el vaso sobre la encimera.
―Esto que quede entre nosotros, ¿de acuerdo? No hace falta que Sakura lo sepa.
―Estoy de acuerdo.
―Sólo conseguiría alterarla otra vez.
―Lo sé.
Sasuke miró hacia el otro extremo de la habitación, donde los hombres recogían equipo del almacén de alquiler.
―De verdad que tienes que enterrar el hacha de guerra. Sakura está destrozada por todo el asunto.
―Anoche lo solucionamos.
―¿Sí? ―pregunté―. Ya era hora.
–Tenía que pedirme perdón.
–¿No le diste una bofetada?
En su cara se pintó de inmediato una mueca como si le acabara de dar un puñetazo en la tripa.
―Lo hemos solucionado. Es todo lo que importa.
―Si no me cuentas tú los detalles, me los va a contar ella. Así que lo mismo te da contármelo.
―De acuerdo. Me dijo que no haría más estupideces, escapándose cuando le apetece. Y yo le prometí que nunca... volvería a hacerlo otra vez. ―Agachó la cabeza, con aire avergonzado por primera vez en toda su vida.
―Bueno, pues me alegro de que se haya terminado. Temía que la pelea no se fuese a acabar nunca.
―Siempre haremos las paces. Es sólo que... estaba cabreadísimo con ella.
―Lo sé, Sasuke. Estaba allí.
―De todas formas, ¿qué le dijo Tristan?
No tenía ninguna intención de hablarle sobre el intercambio que quería hacer Tristan. Aquello le provocaría el peor ataque de rabia de su vida.
―Que nunca vendería a Temari. No tiene precio para él.
―O sea, que estabas en lo cierto.
Por supuesto que sí. Me la estaba tirando, a fin de cuentas.
–¿Y dijo algo más?
―No. Sólo le dijo que no volviera por allí. Dijo que estaba intentando actuar como uno de ellos, cuando no era más que una mujer estúpida... ―Me acababa de inventar aquello, pero tenía que lograr que sonara creíble. Ni de coña iba a contarle la verdad.
Sasuke suspiró aliviado.
―Gracias a Dios que Tristan nos valora. Si cualquier otra mujer hubiera entrado allí...
―Eso da igual. Sakura está en casa.
―Sí. ―Le echó una ojeada a la botella de whisky y se sirvió otra copa―. Simon cumple todos los requisitos. El envío tiene buena pinta, en mi opinión.
–No me hacía falta tu opinión para saber eso.
Me dio unas palmaditas en el hombro antes de alejarse.
―Ya sé que no, hermano.
TODAVÍA ME QUEDABAN ALGUNOS ASUNTOS QUE TERMINAR EN EL TRABAJO, PERO YA NO QUERÍA quedarme más tiempo.
Así que me marché.
Estaba tomándome tiempo libre para enseñarle la zona a Temari, por lo que tenía que hacer jornadas más largas cuando iba a la base. Pero al final, no trabajaba esas horas extra para ponerme al día. En consecuencia, se me estaba empezando a acumular el trabajo, asfixiándome lentamente. Si Sasuke llegaba a olérselo, se cabrearía.
¿A quién intentaba engañar? ¿Si? Cuando. Cuando Sasuke se lo oliera.
Llegué a casa en coche y entré por la puerta, esperando encontrar a Temari viendo la televisión o cocinando en la cocina. No estaba haciendo ninguna de las dos cosas. La busqué por la casa, pero no la encontré en ninguno de los dormitorios.
Por un breve instante, me entró el pánico.
―¿Bellissima? ―Volví a la sala de estar y eché un vistazo en el patio trasero.
Allí la encontré. Estaba tumbada en bikini en una de las tumbonas. Se había quitado la parte de arriba, exponiendo a la luz del sol sus pechos perfectos. Llevaba una pamela enorme y tenía un libro en el regazo. Había una copa de vino en la mesa que tenía al lado.
Parecía estar teniendo un buen día.
De haber sabido que estaba despatarrada tan a gusto en una tumbona mientras yo estaba todo el día en el trabajo, no habría conseguido hacer absolutamente nada. Salí al patio trasero y ella se incorporó al darse cuenta de que ya había vuelto a casa. Se sentó e inclinó la cabeza para poder mirarme desde debajo de la pamela.
Me metí las manos en los bolsillos sin quitarle los ojos de encima, más atraídos por sus pechos que por su mirada.
―Hola. ―Colocó un punto de lectura entre las páginas y cerró el libro.
―Hola. ―Tenía la piel de un tono dorado, bronceada por los poderosos rayos del sol. Estaba adquiriendo un color excelente, su piel clara oscureciéndose aún más. Probablemente se había embadurnado la piel de protector solar o crema bronceadora, y no me habría importado saborearlo mientras arrastraba la lengua por su cuerpo.
Estuvimos un buen rato contemplándonos en tensión, pero no incómodos.
Ella pareció recordar que se había bajado la parte de arriba, porque cogió los tirantes y se dispuso a atárselos en la nuca.
–Déjalos así.
Hizo una pequeña mueca antes de dejar caer los tirantes negros de la parte de arriba de su bikini. Se posaron en su vientre, dejando sus pechos expuestos a la luz solar... y a mi vista.
Sobre la mesa vi un bote grande de protector solar y una idea sucia me vino a la mente. Cogí la toalla doblada que había en la mesa y la dejé caer sobre el cemento.
–Ponte de rodillas.
Ella miró la toalla, sin saber muy bien lo que quería que hiciera.
Me desabroché el cinturón y me abrí los vaqueros.
―De rodillas. No me hagas pedírtelo otra vez. ―Dejé caer los vaqueros hasta que los tuve por los tobillos. Me los quité de una patada, junto con los zapatos. Tenía demasiada prisa como para quitarme los calcetines, así que me los dejé puestos.
Se trasladó hasta la toalla que había puesto junto a la silla, colocando encima las rodillas para protegerlas del cemento.
Yo me senté en la tumbona que ella acababa de dejar libre y abrí las rodillas para tenerla entre ellas. Mi poderosa erección se apoyaba contra mi estómago, ligeramente inclinada hacia un lado y ansiosa de ella. Cogí el bote de protector y me eché una buena cantidad en la palma de la mano.
Ella me observaba a través de sus gruesas gafas de sol y su pamela, con aspecto de bombón de playa con olor a verano. Me miró mientras me frotaba las palmas, extendiendo la loción antes de agarrarle ambos pechos con las manos. Se los cubrí con la espesa crema, extendiéndola y lubricando la zona entre ambos. Su piel palideció bajo una capa de blanco, y el intenso aroma de la crema solar me inundó la nariz. Pensé en arena entre los dedos de los pies, en el sonido de las olas al romper y en hacer el amor con aquella mujer en la playa junto al mar. Le masajeé los pechos antes de colocar mi miembro directamente en su canalillo, arropado por la calidez de su piel. Me deslicé lentamente por la loción mientras aplastaba sus pechos a mi alrededor, tan placenteros, tan suaves.
Avancé para cubrir su boca con la mía, besándola inmediatamente con lengua. Respiré con esfuerzo en su boca, nuestros labios moviéndose juntos con agresividad. Llevaba pensando en ella todo el día, y ahora que la estaba tocando, me daba cuenta de que ella también había estado pensando en mí. Se movió de arriba abajo impulsándose con las rodillas, deslizando mi sexo entre sus preciosos pechos.
Joder, qué gusto.
Su mano se desplazó hasta mis testículos, que colgaban sobre la silla, y los masajeó con las puntas de los dedos sin alterar el ritmo.
Dios, qué placer.
Incliné la cabeza para llegar mejor a su boca. La besaba con más fuerza cuanto más placer me daba, con la mente inundada por el deseo de sexo. Mi miembro empujaba entre sus pechos firmes. No resultaba tan placentero como cuando la penetraba, pero seguía siendo una sensación increíble. Tenía pechos de mujer, redondeados y voluptuosos. Podría estar todo el día follándomelos.
Le temblaron los labios contra mi boca cuando inspiró con fuerza, disfrutando de aquello tanto como yo. Me imaginé su entrepierna empapada para mí, anhelando sentirme enterrado en su interior para dilatarla como a ella tanto le gustaba.
Ya llegaríamos a eso.
Me masajeó los testículos con algo más de fuerza, estimulando a la perfección mis nervios con la punta de los dedos. Su pecho subía y bajaba mientras colaborábamos para bañar mi erección con sus resbaladizos pechos.
Quería eyacular sobre ella. Deseaba ver gotas blancas por su pecho y por su cuello. Mientras estaba trabajando, ese tipo de pensamientos no me venían a la mente. Pero ahora que nos movíamos juntos, me preguntaba por qué no habíamos hecho aquello antes.
―Bellissima... ―Apreté sus pechos con más fuerza y bajé el ritmo de sus movimientos, sabiendo que estaba a punto de estallar. Mi miembro empezaba a engrosarse y mis testículos a tensarse. Ya no podía seguir besándola, porque mi mente estaba concentrada en una sola cosa.
Me corrí con un gruñido, salpicándola en los pechos y debajo de la barbilla. La llené por todas partes, como si fuera una diana. Continué eyaculando, la trayectoria perdiendo fuerza con cada oleada. Cuando terminé, continué deslizándome por su escote, percibiendo el aroma a protector solar y semen mezclados.
Joder, había sido increíble.
―Tienes unas tetas preciosas... ―La besé en la comisura de la boca, falto de aliento y satisfecho. Ella me complacía como ninguna otra mujer lo había hecho antes. Ponía la cara más cachonda mientras lo hacíamos, como si estuviera constantemente intentando no correrse. Sus besos siempre estaban llenos de pasión, como si no consiguiera saciarse de mí, a pesar de estar dándole ya todo lo que tenía.
―Tienes una polla preciosa... ―Esgrimía una sonrisa juguetona, otra de las cosas que amaba de ella.
Le devolví la sonrisa.
―Gracias. Nunca me lo han dicho.
―Pero seguro que lo pensaban.
Tenía el miembro cubierto en crema solar, con lo que follármela quedaba descartado, pero desde luego no pensaba dejarla con las ganas. Aquella mujer sólo tenía unos cuantos días antes de que su vida terminara. Tenía que aprovechar cada uno de ellos. Y yo pretendía provocarle un orgasmo todos los días... Varios, en realidad.
Me levanté de mi asiento mientras mi erección continuaba perdiendo fuerza.
–Siéntate.
Ella se trasladó a la tumbona en la que yo había estado sentado hacía un momento.
Me arrodillé sobre la toalla, adoptando exactamente la misma posición en la que estaba ella hacía unos segundos. Tiré de sus caderas hasta el borde de la tumbona y le pasé las piernas por encima de mis hombros. A continuación, me incliné y pegué la boca a su abertura, haciendo con la lengua todo lo que a ella le gustaba.
No tardó mucho en llegar al orgasmo, y por supuesto, gritó mi nombre al hacerlo.
Música para mis oídos.
