LA ROSA DEL VIKINGO


3 Gabo


[La Historia, imágenes y personajes NO me pertenecen, los tome para entretenimiento, SIN ánimo de LUCRO]


Su sueño había sido intranquilo. Imágenes inconexas, retazos de su pasado, desfilaban por su mente. Vio las curiosas mezquitas árabes y los magníficos palacios de los moros de piel negra. Vio el mar un día en que Odín tronó, maldijo y empujó a los hombres a la muerte con letal tranquilidad.

Evocó el viaje a París por el Sena e incluso, anterior en el tiempo, la sala de estudio del hermoso castillo de piedra de su padre en Dublín. Menma, el heredero, estudioso y siempre conciliador, sabía la historia de Irlanda como un senescal, y Naruto, siempre celoso, se encaramaba a la mesa y, blandiendo una espada imaginaria, juraba que conquistaría el mundo.

Entonces oía la melódica voz de su madre, que lo reprendía con dulzura y firmeza. Sus fantasías de conquistas se desvanecían cuando ella los reunía a todos en torno a sí: Menma, Naruto, Chōjūrō, Nagato, Yahiko y Deidara, y las niñas, Karin, Ino y Sakura.

Les hablaba de Tuath De Danaan, las tribus antiguas, el honor de la hospitalidad irlandesa y el orgullo de su raza. Podían recorrer el mundo entero, aseguraba su madre, pero jamás debían olvidar que eran irlandeses. Llevaban la raza en la sangre, formaba parte de ellos y siempre les acompañaría.

El sonido de las gaitas les conmovía, y eran capaces de oír al hada agorera, fantasma de la muerte, en el viento. Y sabían que gente diminuta hacía juegos y trucos en los bosques y que la tierra era sagrada. Mientras Kushina contaba cuentos y leyendas, sus traviesos hijos escuchaban en silencio sentados a sus pies. Entonces aparecía Minato por la puerta y trataba de atraer su atención explicándoles las sagas de Odín, Tor, Loki y el resto de dioses. Siempre había calor y cariño en el castillo de Uzushiogakure. Calor y amor.

Esas escenas permanecieron en su mente mientras se revolvía inquieto en su sueño. El gran hogar, los perros, la tierra. Los días en que viajaban a Tara para sentarse con los reyes de todo el país, los días en que su abuelo Ashina Uzumaki gobernaba con justicia y sabiduría a los irlandeses.

También los días en que lo enviaban al bosque para que el colosalmente viejo druida Jiraiya lo instruyera. Los días en que el viento soplaba y silbaba, y rugían los truenos, y el anciano tonto se quedaba fuera, bajo la lluvia, con los brazos levantados hacia el cielo.

«Siéntelo, hijo; siente el viento, siente el halcón cuando vuela y la tierra que pisas. Y recuerda siempre que las respuestas no se encuentran en los demás hombres, sino dentro de tu alma; tú y la tierra sois uno.»

Jiraiya lo había obligado a leer y estudiar manuscritos en latín, franco, nórdico, irlandés e inglés. Lo había llevado por las ciénagas y le había enseñado qué hierbas servían para anular el efecto de los venenos, con qué mohos podía prepararse una compresa para cortar una hemorragia. El druida le había exigido mucho, mucho más que a sus hermanos y hermanas. Una vez él protestó: —Basta, viejo; soy un príncipe. Soy hijo del Lobo, nieto del gran Ard-Ri.

Jiraiya lo miró de arriba abajo, le arrojó un hacha y replicó: —Sí, Naruto, eres todo lo que dices. Por lo tanto, procura que la fuerza de tu cuerpo esté a la altura de tu soberbia. Corta leña de estos árboles y no pares hasta que el montón sea muy alto, porque este promete ser un frío invierno.

Jamás comprendió por qué obedecía al viejo. Quizá porque su madre amaba a Jiraiya, y hasta su padre buscaba su consejo. El druida jamás se equivocaba. Había sabido cuándo moriría Shion.

Acostado en la casa señorial conquistada, Naruto gimió y dio otra vuelta en la cama. El druida había tratado de impedir que partiera de viaje con su tío, aunque Naruto ya había dejado atrás la juventud. Jiraiya había ido a la playa. El cabello y la ropa se agitaban alrededor del anciano, que parecía un cuervo gigante. Resistió el viento y esperó hasta poder hablar con él a solas.

—No vayas —le advirtió.

—Jiraiya, debo ir; se lo prometí a mi tío.

—Corres un grave peligro. No sé decirte de dónde procede ni qué te amenaza. Tu corazón, tu alma y tu vida están en grave peligro.

Recordaba que aquel día había sentido un enorme cariño por su viejo tutor. Rodeó los flacos hombros del druida con los brazos:

—Soy príncipe Naruto, Jiraiya. No falto a mi palabra y, como mi padre antes que yo, debo vivir en peligro.

Jiraiya no discutió más.

Y partió de viaje, conoció a Shion, y su corazón y su alma estuvieron realmente en peligro. En sus sueños veía la belleza desnuda y flexible de su cuerpo, su sonrisa cuando lo montaba. Sentía de nuevo el suave y sedoso roce de sus cabellos brillantes.

Ella sabía dónde acariciar a un hombre, como si estuviera dentro de él, como si supiera qué necesitaba, cuándo, dónde y cómo. Veía su cuerpo, resplandeciente por el sudor tras la tempestad que se desencadenaba entre ellos; la forma de sus pechos, sus pezones. Olía su aroma.

Había matado a muchos hombres aquella noche. Los envió a descansar con Alá, al cielo, al Valhalla o al infierno, no sabía bien adónde. Pero con tal derramamiento de sangre no logró aplacar el dolor que lo asaltaba y que pasó a formar parte de él; nunca cesaría, jamás dejaría de traspasarlo y acosar sus sueños.

Volvió a gemir. Le dolía la pierna. Jiraiya, el viejo druida, con su rostro enjuto, ojeroso y eternamente arrogado, volvía a aparecer en sus sueños. Naruto sonrió con tristeza.

—Vete, druida. Deja en paz mis sueños.

—No estás soñando —oyó decir Naruto.

Parpadeó y movió la cabeza, pero la cara continuaba allí. Naruto se incorporó y se sintió mareado. Se esforzó por vencer el aturdimiento y poco a poco la habitación dejó de girar. En efecto, el druida se hallaba ante él. Naruto lo miró furioso, con el entrecejo fruncido.

—Viejo murciélago del infierno. Por Odín, ¿qué haces aquí?

Jiraiya se sentó a su lado en la cama. Naruto hizo una mueca de dolor, apretó los dientes y se dio cuenta de que el druida estaba curándole la herida del muslo.

—¡Por la sangre de Cristo! ¡Eso duele! —exclamó. El druida movió la cabeza apesadumbrado.

—Naruto, has hablado de Cristo, Odín y el infierno, y todo en cuestión de segundos. Decídete acerca de tus dioses, joven Lobo, y rézales correctamente si puedes.

—¿Cómo has llegado aquí?

Jiraiya ató la compresa con una venda de lienzo. Naruto se sorprendió al comprobar que el dolor disminuía casi instantáneamente, como si el toque del viejo tuviera verdadera magia. El druida lo observó con expresión reflexiva, sin responder.

—Te he hablado —le recordó Naruto.

«Este tiene el genio de su padre —pensó Jiraiya—; no, más.» De todos los hijos del Lobo y su princesa, ese era el que más se parecía a su padre. Poseía su propio código de honor, y nadie podía transgredirlo.

Era exigente con todos cuantos se cruzaban en su vida y se mostraba implacable en la batalla, en cualquier batalla. Era tan alto como su padre, tan rubio como él, más ancho de hombros, muy musculoso y sin embargo esbelto, flexible y ágil. Sabía caminar silenciosamente sobre las hojas de los árboles, él mismo se había encargado de enseñárselo, y sin embargo caminaba con firmeza.

No pedía a sus hombres más de lo que él daba. Los trataba con franqueza, y los hombres no dudaban en seguirlo. Aunque su espada podía ser cruel, su juicio era siempre justo y sabio. Su defecto, pensó Jiraiya, era esa vena de tozudez que lo dominaba.

—Te eché las runas —dijo por fin el druida.

—¿Me echaste las runas? —repitió Naruto.

Jiraiya era hijo de madre irlandesa, una bruja, según decían muchos, y un maestro nórdico de runas. Las runas eran piedras simbólicas que podían predecir el futuro, si un hombre creía en su poder. Muchos no salían a navegar si las runas no les profetizaban un buen viaje.

—Quería descubrir adónde te dirigías —dijo Jiraiya. Le arregló la venda de la pierna que con tanto cuidado había atendido—. Los barcos ya habían partido, pero yo los seguí lo más rápido que pude.

—¿Por qué?

El druida se incorporó y alzó los brazos para señalar la casa señorial y la tierra que la rodeaba.

—¡Esto! ¡Esta es una traición!

Naruto lo miró ceñudo y echó las sábanas a un lado, decidido a levantarse.

—Deberías estarte quieto. De lo contrario la herida volverá a sangrar —avisó Jiraiya.

—No puedo estarme quieto.

Se encaminó hacia una mesa en que descansaban una palangana y un jarro con agua. Le dolió la pierna, pero no permitió que el druida lo advirtiera. Metió la cabeza en el agua, y el frío de esta lo despabiló.

—La herida habría sanado con más facilidad —dijo el druida, mordaz—, si te hubieran extraído la flecha bien. Pero no, el príncipe de los tontos tuvo que romperse el músculo y la piel al sacársela él mismo.

Naruto lo miró enojado y se secó el rostro con una toalla de lino.

—Me has curado la pierna, y tu advertencia de traición llega demasiado tarde. Tal vez, druida, deberías regresar al lugar de donde viniste para fastidiar a mi hermano, que seguramente necesita ayuda para algunos proyectos.

Ignorándolo, Jiraiya arrastró una silla de madera hasta el hogar que ardía con fuego suave. Naruto se dirigió hacia la puerta y la abrió. Se hallaba en la planta superior de la casa señorial, y probablemente la habitación que había elegido era la del señor porque la hermosa cama en que había dormido se elevaba sobre un pedestal, y el colchón era de plumas.

El hogar estaba hermosamente labrado, y la repisa de la chimenea, adornada majestuosamente con santos y gárgolas. Las paredes estaban decoradas con tapices, y el jarro, en cuya asa había joyas incrustadas, y la palangana de la mesita eran obras de artesanía.

Sí, la habitación había pertenecido al amo del lugar, quien quizá la compartía con su lady. O posiblemente había pertenecido a la perversa lagarta que lo había dejado en el lamentable estado en que se encontraba.

—¡Shikamaru! —llamó.

En ese instante vio a la chica de cabello oscuro a quien había rescatado de los entusiastas avances de sus hombres la tarde anterior. Estaba limpia y pulcramente vestida con una túnica larga y recatada; llevaba el pelo recogido en un moño, y su rostro, con sus grandes y adorables ojos, aparecía lozano.

La muchacha se apresuró a inclinarse en una reverencia.

—Mi señor, he estado esperando para servirte.

Le ofreció una bandeja con ave asada, pan fresco y una jarra de cerveza. Él la miró y asintió.

—Dime cómo te llamas.

— Mirai, mi señor.

— Mirai, ¿has vivido siempre aquí?

—Siempre, mi señor.

—Dime, ¿dónde está tu amo? ¿Lo mataron ayer en la refriega? ¿Por qué me atacó? ¿Lo sabes?

La chica negó con la cabeza, sorprendida.

—No ha habido amo aquí desde que murió el príncipe Hiashi, hace ya muchos años.

—¿Ningún amo? —preguntó Naruto.

De espaldas a Naruto y contemplando el fuego, Jiraiya dijo: —Pregúntale por su ama, mi príncipe.

—Lady Hinata —dijo la joven.

—Ah, lady Hinata —repitió Naruto—. ¿Una ninfa esbelta de cabello negro que le cae hasta más abajo de las caderas? —«Y que posee una perversa habilidad para lanzar flechas», añadió en silencio.

—Sí, esa es mi señora.

Cuánto deseaba volver a ponerle las manos encima. Sonrió con aire despreocupado.

—Bien, entonces ¿qué me dices de lady Hinata? ¿Por qué me atacó? Yo vine aquí invitado por el rey.

—Viniste en una proa dragón, milord.

—Sí, construimos proas dragón; son buenas naves —dijo él—. En cualquier caso yo debía haber sido bien recibido, a menos que se haya cometido traición contra mí o contra el rey.

—No sé nada de eso —dijo la muchacha.

Él la miró detenidamente. Era guapa, pero una simple criada muy joven. No podría ayudarlo.

—Gracias, Mirai —dijo, despidiéndola.

Ella se ruborizó, hizo otra reverencia y entornó los ojos.

—¿Puedo servirte en algo más?

—Sí. Busca a Shikamaru, el hombre grande pelinegro. Dile que venga aquí. Ella volvió a inclinarse.

—Ha estado esperando que tú… —se interrumpió.

—Vamos, chica, ve a buscarlo —ordenó él con el entrecejo fruncido.

Ella se inclinó, le besó rápidamente la mano, se irguió y se marchó precipitadamente. Naruto la siguió con la vista, movió la cabeza y entró en la habitación. Al sentarse a la mesa descubrió que tenía un hambre canina. Entusiasmado, dio un mordisco al pollo y lo encontró sabroso. Miró a Jiraiya, que contemplaba las llamas.

—Di, pues, Jiraiya, tú que sabías de este peligro, ¿cuál fue la causa de este innecesario derramamiento de sangre?

Jiraiya se encogió de hombros sin apartar la vista del fuego.

—Lo ignoro. No soy vidente.

—Ah, claro, no eres vidente —replicó secamente Naruto.

Se llevó la cerveza a los labios. Tenía mucha sed y vació la jarra. Alguien golpeó la puerta, y de inmediato Shikamaru entró en la habitación, nervioso, empujando a un sacerdote enjuto. Naruto arqueó una ceja de forma interrogativa.

—¿Qué ocurre? —preguntó en nórdico.

—Habla, padre, y rápido —apremió Shikamaru al monje.

El hombrecillo se humedeció los labios, y los ojos se le agrandaron aún más al ver al gigante rubio sentado a la mesa, vestido tan solo con una túnica corta de cuero, con los hombros desnudos, dejando al descubierto los músculos de sus brazos, macizos y duros. Naruto se levantó y el monje pareció encogerse. Tras santiguarse y avanzar un paso vacilante, balbuceó unas palabras. Naruto se cruzó de brazos, molesto y divertido a la vez.

—Vamos, padre, habla. No somos bárbaros.

El monje pareció dudar sinceramente de esas palabras.

—Soy el padre Iruka —dijo por fin—, de la antigua orden de san Beda.

Vengo de parte del rey Iroha de Wessex.

—¿Ah, sí? —dijo Naruto con severidad. Se tensó. El recuerdo de la traición le golpeó.

—Por favor, querido príncipe. El rey está disgustado y no sabe más que tú sobre esta traición. Jura que averiguará qué ha sucedido. Te envía aguamiel, lanas, pieles y joyas creadas por sus mejores orfebres y plateros.

—El rey me ofrece lo que teme que yo robe —replicó Naruto. El monje se irguió con impresionante dignidad.

—Iroha es un gran rey y un hombre de palabra que no se arredra.

—Bien dicho —murmuró Naruto.

—Y cierto —añadió en voz baja Jiraiya.

El monje se volvió para mirar la espalda del druida con cierta fascinación. Naruto se acercó al hogar y se apoyó en la repisa. La compresa que Jiraiya había aplicado en su pierna estaba surtiendo efecto, y se sentía como si un nuevo vigor y una nueva fuerza le recorrieran las extremidades. Se frotó la barbilla con los dedos, observando al monje, que continuaba maravillado por la espalda del druida.

—¿Qué desea el rey?

—Desea, eh…, es decir…, el rey desea encontrarse contigo aquí. Espera tu respuesta en el bosque y quiere un rehén, porque supone que estás enfadado.

—No enviaré ningún rehén. —Naruto se interrumpió cuando Jiraiya se incorporó; una flaca figura siempre parecida a un cuervo.

—Sí, mi príncipe. Yo iré, tal como desea el rey inglés.

Naruto frunció el entrecejo. El druida solía ser una espina en su costado, pero lo amaba tanto como a cualquier familiar y no quería ponerlo en peligro.

—No, no debes ir.

—¿Y por qué no?

—Eres demasiado viejo para este juego.

—Cuando sea demasiado viejo, moriré.

Jiraiya se inclinó en una profunda y respetuosa reverencia ante Naruto y después se volvió hacia el monje, que lo miraba con la boca abierta, y le sonrió.

—¿Vamos?

El monje miró a Naruto. Shikamaru echó a reír.

—No practica la magia negra, padre. Es simplemente el ermitaño de mi señor. No te convertirá en cuervo. —Se volvió hacia Jiraiya—. ¿Verdad que no, druida?

El anciano se encogió de hombros.

—No, hoy no.

—No sé si un loco… —comenzó el monje. Naruto lo interrumpió:

—Di a tu rey que retiene a una persona muy querida para mí, mi mentor, un hombre que suele tener mi fuerza en sus manos. Dile que retiene un tesoro, y si comete traición toda Inglaterra lo pagará. Y que venga cuando guste; hablaremos en esa hermosa sala.

Salieron los hombres; el monje más nervioso que cuando llegara, Jiraiya estoico, y tras ellos Shikamaru, que sonreía divertido. Cuando se hubieron marchado, Naruto acabó su comida y después se dispuso a vestirse.

En algún momento de la noche Shikamaru había llevado su baúl a la habitación. Como debía recibir a un rey, decidió vestirse como hijo de un soberano y nieto de dos. Eligió ropa irlandesa: calzas de lana, una suave túnica azul orlada con piel y un cinturón que se abrochaba con una cruz celta bellamente labrada. Prendió en la capa real carmesí la insignia de la casa de su padre, el lobo y la corona.

Una vez acicalado, paseó la vista por la estancia. Shikamaru lo habría instalado en la mejor habitación de la casa, de modo que si no era la del señor, debía ser la de la señora. Lleno de curiosidad, se acercó al baúl que descansaba al pie de la cama y lo abrió. Contenía ropa de mujer, largas túnicas de telas finas guarnecidas con pieles y joyas.

De modo que lady Hinata gobernaba allí. Él la había expulsado de su hogar, o al menos eso parecía. Tenso, apretó las mandíbulas y contrajo los músculos. Se había cometido una traición, y seguro que esa tal Hinata era la culpable. Aquellas eran sus tierras, había asegurado la criada. Sin duda había sido ella quien había ordenado presentar batalla y continuarla hasta su sangriento final. Ella le había enviado aquella lluvia de flechas, lo había herido, y había deseado matarlo.

—¡Bruja! —masculló.

Sí, era una bruja, con sus ojos de color plata, su cabello de negro puro con una extraña mezcla de azul y su profundo odio. Cogió una daga con joyas incrustadas, pensando en todo lo sucedido. Tal vez debería haberle lanzado la daga al corazón. Aquella traición había costado muchas vidas. Y si volvía a tener la oportunidad, pensó, la joven lo mataría sin dudarlo.

Había estado más cerca que ningún hombre de acabar con su vida. No era una muchacha dulce y recatada; había luchado como una arpía y lo había herido. Sabía dónde apuntar contra un hombre.

—Bien, señora orgullosa —dijo en voz alta, haciendo girar la daga en sus manos—, ya has pagado en parte por tu acción, porque renunciarás a esta tierra, estas ropas y todo cuanto retengo. Juro que jamás las recuperarás. Tal vez así aprenderás a mostrarte humilde, y si alguna vez se me presenta la oportunidad, me encargaré de que lo aprendas bien.

No podía olvidar la rabia que había instilado en él. Y tampoco podía olvidarla a ella. Incluso hirviendo de odio, sus ojos eran hermosos, con aquel tono grisáceo y el tupido marco de pestañas oscuras. No le inspiraba ternura, pero había despertado un acuciante deseo en su interior. Sonrió.

«Lástima que haya nacido dama. Seguro que para ella ser entregada de concubina a un hombre que considera vikingo sería una cruz difícil de soportar.» Arrojó la daga dentro del baúl y lo cerró. Ninguna mujer, por hermosa que fuera, valía tanto para él como la tierra.

Y aunque el sabor de la venganza era dulce a su paladar, deseaba con pasión ese trozo de tierra y las ensenadas circundantes. Si el rey no había participado en la conspiración, él reclamaría la tierra. Como príncipe cristiano, no podía exigirle que le diera una dama para convertirla en concubina.

Bajó a la planta inferior, donde se hallaban algunos de sus hombres, sentados alrededor del gran hogar. Perros mastines rondaban por la sala, y al parecer los siervos habían reanudado sus tareas. «¡La bendición de ser esclavo!», pensó con ironía Naruto. Porque si el amo era decente, el siervo no cambiaba mucho de posición en su vida, triunfara quien triunfara, gobernara quien gobernara.

Rock Lee, Shikamaru y Gaara No Sabaku bebían cerveza. Rock Lee era hijo de uno de los hombres de su padre y una criada irlandesa; Shikamaru era nórdico por los cuatro costados, y Gaara No Sabaku era tan irlandés como la reina Kushina.

Al observarlos, Naruto pensó que la alianza de su padre con su abuelo había sido buena. Habían aprendido a ser amigos y habían prosperado. Naruto apreciaba a esos tres hombres; luchaban juntos, se querían mucho y eran ferozmente leales. Y al igual que él, buscaban algo; tal vez conquistas propias. Shikamaru levantó la vista hacia Naruto, que descendía por las escaleras.

—Hemos ordenado que se prepare un festín para el rey de Wessex. Nos envió a un joven noble de East Anglia como rehén, y hemos mandado una escolta para que se reúna con su grupo. Creo que ahora deberíamos salir a recibir al rey de Wessex a las puertas.

—De acuerdo —dijo Naruto, acercándose al hogar para calentarse las manos.

Después miró fijamente a Rock Lee.

—¿Hemos hecho prisioneros durante la noche?

—No, Naruto. Capturamos a los hombres que quedaron al final de la batalla, y a las mujeres, pero ninguno era de la casa. Hay granjeros, siervos y artesanos. Todos han prestado juramento de lealtad a ti.

—Bien.

Negociaría con el rey, pero en ningún caso renunciaría al lugar. De todos modos, deseaba tener a la chica para coger su arco y sus flechas y rompérselos en el espinazo. O quizá a la muchacha le convenía pasar unas noches en soledad a pan y agua… Se retiró del fuego y miró a los tres hombres.

—¿Vamos?

Gaara, Rock Lee y Shikamaru asintieron. Naruto encabezó la marcha hacia el patio. Ya era otro día, advirtió. Por el patio paseaban cerdos y pollos. Más allá vio a un chico que azuzaba a un buey para que avanzara. Sus hombres estaban por todas partes. Reclinados contra el granero, algunos afilaban sus cuchillos a la manera escandinava, mientras que otros, recelosos, se mantenían alerta, con las manos en las armas.

Con una amplia sonrisa Tazuna de Cork se acercó a él llevando un imponente semental blanco.

—Es una belleza, milord Naruto. De excelente crianza, rápido y fuerte. Me agradó verlo aquí, e inmediatamente supe que no aceptaría a nadie salvo a ti.

—Sí, es un hermoso caballo —acordó Naruto. Acarició el hocico del animal, que lanzó un bufido e hizo una cabriola. Naruto notó su poderosa fuerza y sonrió—. Sí, Tazuna, me será muy útil.

Montó rápidamente y alzó una mano hacia sus hombres, que profirieron un grito. Levantando las riendas del semental, Naruto emprendió la marcha hacia las puertas seguido por sus capitanes.


En la cima del monte que dominaba la ciudad, Iroha observaba cómo se aproximaba el peligroso príncipe a quien había invitado. La figura de Naruto de Uzushiogakure era inconfundible; su estatura sobrepasaba todo cuanto le habían dicho.

Cabalgaba la enorme montura con la comodidad de un guerrero, erguido en la silla, imponente con su gigantesco cuerpo y su resplandeciente melena. Los cascos del caballo golpeaban la tierra fresca y fragante después de la tormenta.

El rey estudió atentamente al príncipe irlandés en busca de algún defecto, pero no encontró ninguno. Los ojos azules que lo escrutaron a su vez, sin pestañear, eran severos, implacables quizá. Sostuvieron su mirada con expresión de exigencia, cierto recelo e indiscutible franqueza.

—¿Iroha de Wessex? —preguntó el guerrero. El rey asintió.

—¿Naruto de Uzushiogakure? Naruto asintió también.

Acompañaban a Iroha varios jinetes, al parecer nobles por su vestimenta. Sin embargo, en esos momentos iníciales cargados de tensión y suspicacia ninguno de los dos se fijó en las personas que los rodeaban. La importancia del encuentro radicaba en la fe y la confianza que podían ofrecerse mutuamente.

Iroha se acercó con su cabalgadura y tendió su mano enguantada hacia Naruto, quien se la estrechó tras una ligera vacilación. El hombre era valiente al aproximarse así, o bien creía en su fama de honradez, u odiaba tanto a los daneses que estaba dispuesto a correr cualquier riesgo con tal de abatirlos.

Al contemplar al rey, a Naruto le gustó lo que vio. Iroha era un hombre de estatura mediana, ojos grisáceos y cabello y barba castaños oscuros. «Poco se le escapa a este hombre», pensó Naruto. Parecía sabio y cansado. En la profundidad de sus ojos había inteligencia. Además, Jiraiya creía en él, recordó cuando sintió la firmeza de su mano.

—Volveremos a la ciudad —anunció Naruto—. Las mujeres están atareadas preparando un festín de bienvenida al gran rey de Wessex.

El rey asintió sin apartar la vista de Naruto, que comprendió que Iroha sabía que él reclamaría la ciudad y que estaba decidido a no disputársela.

Observó que el rey era un excelente jinete y pensó que ambos habían luchado contra los enemigos daneses desde su nacimiento, aunque al parecer el rey era unos cinco años mayor que él.

Llegaron a las puertas y Naruto, el rey Iroha y sus respectivas comitivas entraron en la ciudad. Por lo visto ninguno de los dos grupos estaba dispuesto a abandonar a sus líderes; la confianza tardaba algo más en llegar a los seguidores.

Ya en la gran sala, el rey ordenó a sus hombres que esperaran fuera. Naruto hizo un gesto a Shikamaru y los demás. Quedaron solos en la enorme sala de la casa señorial. Naruto ordenó que les sirvieran aguamiel, y los dos se sentaron en sendas sillas enfrentadas ante la mesa y se observaron mutuamente sin reservas.

Naruto esperó que el rey hablara primero, ya que era él quien tenía que dar explicaciones. Observó a Iroha con semblante serio. El rey se inclinó sobre la mesa.

—Supongo que no necesito contarte cómo ha sido nuestra vida, porque los daneses también han asolado las costas irlandesas eternamente.

—Mi padre y mi abuelo lucharon contra los daneses, y yo también lucho contra ellos.

—Como yo.

Naruto bebió un trago y se reclinó en su asiento, mirando al rey por encima de la copa.

—Entonces di, Iroha de Wessex, ¿por qué fueron atacados mis barcos cuando llegué aquí en respuesta a tu petición de ayuda?

Iroha movió la cabeza y se hundió en la silla. Naruto no dudó de su sinceridad.

—Se ha cometido una traición, aunque ignoro quién. Te juro que no descansaré hasta descubrirlo. Muchos sospechan que uno de los hombres muertos fue el traidor, que prefirió combatir a darte la bienvenida.

—¿Y qué me dices de la chica?

—¿La chica? —preguntó el rey.

—Lady Hinata. Esta era su tierra. ¿Te traicionó ella?

—No, no —se apresuró a negar Iroha.

—¿Cómo puedes estar tan seguro?

—Es mi ahijada, y pariente mía.

Naruto no creía que la chica pudiera ser declarada inocente con tanta facilidad, pero decidió no añadir nada más sobre el asunto por el momento.

—Quiero esta casa y esta tierra —dijo.

—Ya las has tomado —repuso Iroha secamente, tal vez con algo de amargura.

—Se ha creado mucha mala voluntad —dijo Naruto.

—Sí —reconoció Iroha, que de nuevo se inclinó hacia Naruto. El ardor de su deseo brilló en sus ojos—. Viniste a luchar contra los daneses. No es tu tierra natal la que vas a defender, y por ello me encargaré de que tu recompensa sea grande.

Naruto se levantó, apuró su bebida y se dirigió hacia el gran hogar para apoyarse en la repisa de la chimenea. Volvió la cabeza hacia al rey.

—¿Qué recompensa?

Iroha se sobresaltó. Poniéndose en pie, se acercó al hogar. El fuego ardía entre ellos igual que el profundo odio que ambos sentían por el enemigo.

—¿Qué quieres? —preguntó.

—Más tierras —respondió Naruto—. Quiero las ensenadas que rodean esta propiedad y una parte de la costa del norte. Hay una bahía resguardada, flanqueada por elevados acantilados. Nadie podría conquistar esa tierra. El suelo es fértil allí, la vegetación, exuberante. Es un puerto natural; lo divisé desde el mar.

Iroha vaciló. Naruto arqueó fríamente una ceja y el rey pensó que sus ojos podían convertirse fácilmente en hielo.

—¿Lo consideras demasiado por la sangre que me pides derramar?

—No, no se trata de eso. Yo te entregaría esa tierra sin dudar, pero no me pertenece.

—Entonces di a tu señor, a tu noble, que tome otras tierras. Conquistaremos algunas a los daneses.

—No es un señor quien posee esa tierra —murmuró Iroha. Vio que Naruto fruncía el entrecejo—. La propietaria es mi ahijada, lady Hinata.

Naruto asintió, comprendiendo la situación.

—Entonces ella debería ofrecerla de muy buena gana por tu causa.

—De hecho ya ha entregado algo —dijo el rey con cierto humor—. Esta era su ciudad, ganada por su padre.

La imagen de la mujer de cabellos de color noche sedienta de sangre apareció en la mente de Naruto, que sonrió con cierta malicia.

—¿De modo que también quitaría esa posesión a lady Hinata?

—Sí —susurró el rey, regresando a la mesa—. Hinata es la señora de toda esta costa. Su padre, Hiashi, un excelente guerrero, luchó siempre con gran lealtad. La gente todavía recuerda su nombre. Si ofendo a su hija, tendré que combatir contra mi propio pueblo.

—No renunciaré a esta tierra —afirmó Naruto.

Y no lo haría. Estaba bañada por la sangre de sus hombres. Y tampoco devolvería jamás ni un puñado de tierra a lady Hinata.

Iroha frunció el entrecejo furioso con el implacable príncipe y más furioso aún con Hinata. Por sus ojos glaciales y la inexorable expresión de su rostro, dedujo que Naruto de Uzushiogakure jamás cambiaría de opinión. Vio cómo se desvanecía ante él su sueño de paz en Wessex. Podía luchar y lo haría, y por todo lo más sagrado vencería; era un gran rey.

Sin embargo, no podía batallar sin más hombres. Los ingleses se habían apresurado a unirse a él. Hombres sin la suficiente formación habían muerto por su causa. Necesitaba a los vikingos irlandeses, esos guerreros intrépidos, valientes, orgullosos y bien preparados para el combate. Los necesitaba para ganar.

—Tus tropas y las mías podrían librar fieras batallas aquí si yo despojara a Hinata de cuanto posee —dijo Iroha.

—Ah, bien, entonces tal vez podamos llegar a un acuerdo, porque creo que debo solucionar ciertos asuntos con la lady —afirmó Naruto.

—¿Con Hinata?

—Ella ordenó que atacaran mis barcos.

Naruto se preguntó por qué no deseaba contar al rey lo sucedido en su encuentro más íntimo con la joven. Iroha se humedeció los labios.

—De acuerdo. Te entregaré a lady Hinata por esposa, y de ese modo tendrás todas sus tierras, más de lo que has pedido.

—¿Qué? —exclamó asombrado el príncipe irlandés.

—Te daré por esposa a lady Hinata, y así serás el señor de todas sus tierras. El pueblo aceptará un matrimonio cristiano y verá que estamos unidos por esos lazos. Y cuando te ofrezca a mi propia ahijada, tus hombres comprenderán que yo no te traicioné.

Iroha se sorprendió al ver la expresión divertida que apareció en el hermoso rostro del príncipe irlandés.

—Señor —protestó Naruto—, yo no deseo una esposa.

El rey retrocedió ofendido. Todos los nobles de su corte y muchos de tierras lejanas se disputaban a Hinata. Dios no había creado un ángel más hermoso que ella, ni había concedido a otra mujer tal gracia; como tampoco le había dado esas tierras para que sirvieran de botín.

—Naruto de Uzushiogakure —dijo bruscamente, tamborileando los dedos sobre la mesa—. Hablamos de una mujer de mi propia sangre, hija de la casa real de Wessex y descendiente de dos de las casas reales de Gales. Y te ofrecemos una propiedad que supera cualquier sueño de conquista, porque es excepcionalmente fértil; una tierra que ambicionas.

Naruto apretó los dientes. Él deseaba venganza, no una esposa. Una vez había aprendido qué era el amor y lo había perdido. Jamás pudo llamar esposa a Shion, y no deseaba otra. Su corazón se había endurecido. Una cosa era encontrar placer en compañía de una puta con talento y otra muy distinta contraer matrimonio.

La mera idea le resultaba repulsiva.

Además, Iroha no hablaba de una esposa cualquiera. Quería casarlo con la muchacha que tenía furia en el corazón. Casi echó a reír. Ciertamente esa unión sería un infierno.

—Iroha, no pretendo ofenderte. En primer lugar te recuerdo que soy hijo de un rey, nieto del Ard-Ri de toda Irlanda, y un rey noruego muy poderoso. No me ofrezco con ligereza en cualquier negociación.

—No te considero con ligereza, señor. Te ofrezco mi propia sangre.

—Dudo de que la joven apruebe una boda así.

—Hará lo que se le ordene. Soy su protector y su rey.

Naruto se encogió de hombros. Casi sonrió por la ironía de la situación. Había recomendado a la muchacha que rogara a Dios que no volvieran a encontrarse. Ciertamente sus oraciones no habían sido escuchadas. El rey estaba resuelto a seguir Suzumente.

De pronto Naruto notó una ráfaga fría. Miró hacia la puerta y vio que se había abierto. Los hombres del rey y los suyos miraban hacia el interior de la sala expectantes. Todos deseaban, esperanzados, que olvidaran la traición, la batalla y la sangre que se había derramado.

¡Pero él no quería desposarse con aquella joven! La detestaba y despreciaba porque, en su ignorancia, odiaba todas las cosas nórdicas, sin entenderlas. Ansiaba vengarse de aquella chica malcriada, caprichosa y arrogante. Se negaba a honrarla como a su esposa.

—¡Maldita sea! —exclamó el rey—. No hay mujer más hermosa en el mundo. Me desgarra el corazón ofrecértela.

Naruto arqueó una ceja, observando al rey.

—Iroha, la dama no estará de acuerdo con este matrimonio.

—Lo estará —aseguró Iroha. Él era el monarca, y su palabra ley. Apretó las mandíbulas. Había precisado de toda su fuerza de voluntad para ofrecérsela a otro hombre sabiendo que estaba enamorada de Kiba y que este y su amada confiaban en que su matrimonio recibiría la bendición del rey. Pero en esos momentos no podía permitirse recordar que Hinata y Kiba se amaban. La batalla contra los daneses era más importante que su prima, Kiba y el amor—.¡Es la única manera! —dijo con dureza.

La única manera, pensó Naruto. Iroha lo necesitaba y estaba dispuesto a compensarlo generosamente. Pero nunca cedería la tierra sin combatir, a menos que él se desposara con la joven.

¿Y qué importaba? La frialdad se aposentó en él. El matrimonio era un contrato que él se limitaría a aceptar; nada más. La muchacha estaría sometida a él hasta que la muerte los separara, y tal vez ese sería el peor castigo para ella.

Por fin se le brindaba la oportunidad de poseer su propia tierra, fértil, exuberante, verde, con un hermoso puerto; no heredada ni concedida, sino ganada.

Debía conseguir aquella tierra. Ya la saboreaba, la sentía. Comenzó a entusiasmarse con la idea; deseaba ser el amo y señor de esa costa. De un modo u otro la conquistaría. Y si la mujer no se resignaba a su suerte, la enviaría a Irlanda y así se libraría de ella.

El matrimonio era un asunto de conveniencia, la base de pactos y alianzas. Por un fugaz y demoledor instante recordó la sensación de tenerla bajo su cuerpo. Evocó la tersura de su piel, la rabia y pasión de sus ojos, el violento deseo que lo dominó. Y recordó que en aquellos momentos la habría poseído como un vikingo, como el bárbaro que ella creía era.

Y esas habían sido sus tierras. Había lanzado flechas contra él. Si había sido ella quien había traicionado tanto a él como al rey de Wessex, si por su culpa se había derramado innecesariamente la sangre de irlandeses, noruegos e ingleses, lo pagaría muy caro todos los días de su vida.

Si el rey no se ocupaba de ello, se encargaría él mismo. Y tendría la libertad para hacerlo. Se casaría con ella, como exigía el rey. Su rostro, impasible, no revelaba ni sus emociones ni sus pensamientos. Iroha sabía que el príncipe reflexionaba, pero sus pensamientos eran un misterio, oculto en la niebla ártica de sus ojos.

Naruto se acercó a la mesa y vertió más aguamiel en los dos cálices.

—Por una larga y duradera amistad —brindó, tendiendo una copa al rey.

—Por la muerte de los daneses —dijo el rey.

—Por su destrucción.

El rey bebió sin apartar la vista del príncipe irlandés. «¡Cualquier mujer desearía a este hombre!», pensó, tratando de tranquilizarse. En cuanto su prima lo viera, no se sentiría tan molesta. Por sus venas corría sangre real, las fuerzas de dos naciones guerreras.

Era de porte noble, tan bien formado, musculoso y esbelto como el mejor caballo de raza; sus rasgos eran impresionantes, duros, hermosos, y sus ojos, cautivadores… a veces escalofriantes como el hielo.

Sí, cualquier mujer lo desearía. Era culto y justo. Hablaba muchos idiomas y conocía bien el arte de la guerra.

Cualquier mujer… Excepto Hinata.

Conjuró esos pensamientos de su mente. Él también era culto y buen conocedor del arte de la guerra, como el guerrero rubio. Y al igual que él había aprendido a administrar cierta dosis necesaria de crueldad.

Iroha volvió a levantar el cáliz.

—Por tu matrimonio, Naruto de Uzushiogakure. Vamos, llamaremos a nuestros escribas y sellaremos este pacto tal y como lo hemos establecido.


Gabo


La runa Gebo expresa la unión o donde se juntan dos circustancias. Representa el cruce donde coinciden dos caminos distintos que tienen origenes diferentes.