Y con un elegante retraso, presento el siguiente capítulo.
5. Una creación perfecta
Tomar el cráneo no fue tan complicado como pensó en un principio. Los gigantes tenían extrañas costumbres, como ir ante la luna para llorar por sus penas. Un gigante solía recordar el momento en que alguna vez fueron mortales, amados y queridos por una familia antes de ser maldecidos por sus más grandes enemigos. Los moradores de la noche, los renacidos en sangre. Y por supuesto, con los años venía la sabiduría. Por lo mismo, gente como ella buscaba jamás acercarse a un gigante. Ellos podían distinguirlos apenas los veían, y los perseguían hasta aplastarlos y dejarlos como una suerte de pulpa para que se alimentaran las aves.
—Pero qué lindura —Edna miraba el cráneo de aquel hombre, que lucía tan viejo como sólo podría estarlo algo digno de un museo—. Bueno, te hiciste bastante del rogar, pero esos niños me hicieron un gran favor.
Edna seguía caminando hasta las cascadas, en la espesura del bosque. Cuando el sonido del agua corriendo se intensificó, fue cuestión de segundos para ver el altar donde terminaría su ritual.
"Ya tengo todo lo necesario".
Edna se hubiera perdido en medio del bosque, pero de antemano sabía de las criaturas merodeando por el bosque y cómo evitarlas; hincándose en el suelo a la orilla del riachuelo, con su dedo pintó un círculo con una línea ondulada en medio, que luego atravesó con una línea vertical. De pronto, muchas serpientes salieron del agua y se apilaron para tomar forma humanoide de una pulcritud que resultaba repugnante. No obstante, ya se había acostumbrado a todas las rarezas de su vida. Como si aquellas cosas fueran su marioneta, la hizo caminar hasta el altar y se puso frente a él.
—Esta es la parte que menos me gusta —dijo sacando una daga y cortándose la palma de la mano—. Esta noche debe ser, o de otro modo, las cosas podrían salir mal.
Con la palma de la mano hizo un cuadrado con sangre, al cual pintó después un rombo, y en medio puso la calavera del gigante. Tal como si fuera una esponja, el cráneo que antes fuera gris fue pintándose de escarlata, brillando ante la luz del anochecer y enciendo dos fulgores rojos en donde debían estar sus ojos.
Las serpientes mantenían nerviosa y amenazada a Edna, quien sólo podía verlas a ellas a la espera de un movimiento brusco como ya le había pasado antes, mientras que todas las otras contemplaban con admiración el ritual que estaba siendo preparado. Antes de que se alejara, una de las tantas cabezas de serpiente que sobresalían de sus manos fue sujetada por la mujer y no tardó mucho en cortarla con la misma daga. El cuerpo delgado cayó encima del altar mientras se retorcía, manchando con más sangre la roca caliza donde se posaba el cráneo.
Hubo muchos siseos amenazantes cuando esto sucedió, pero luego la vieron depositar diez gotas de veneno sobre el cráneo, el cual se tornó de un color verde-grisáceo. Se cubrió también con carne que parecía estarse echando a perder, y en el ambiente comenzó a dominar un penetrante olor a podredumbre que la asqueó y casi la hace vomitar, lo cual no hizo solo por guardarle respeto a quien estaba a punto de salir de ahí.
—Mi señora —dijeron a sus espaldas—. He traído la sangre de la bestia guardiana.
Entre los pinos apareció una criatura de naturaleza todavía más horrenda, compuesta de un cuerpo delgado y ocho largas patas en las que relucían orbes violetas puestas en todo su alrededor. Traía cargando la cabeza de una bestia peluda con la lengua de fuera y el hocico dividido en cuatro partes. En los ojos de la víctima había inconfundibles muestras de dolor y pánico. Esta se trataba de las pocas veces que estaba orgullosa de una de sus creaciones.
— ¿Lo hice bien, ama?
—Lo hiciste muy, pero que muy bien —ella extendía las manos con una gran sonrisa—. Anda, cariño, dámelo.
La araña obedeció sin rechistar, pero no le hizo pasar por alto a Edna sus heridas de batalla. Su dueña las besó con cariño. Un tipo de beso que sólo podía dar una madre cariñosa por alguno de sus hijos, pero que, en este escenario tan tenso solo podía considerarse algo asqueroso. Su boca estaba llena de sangre violeta y, como si la monstruosidad fuera un niño, se sintió mejor luego de recibir tan especial atención por parte de ella.
Con la misma daga comenzó a rebanar la piel del animal hasta dejarla en el músculo vivo. Cuando la hubo desprovisto del pelaje, comenzó a cortar las mejillas, el hocico, la lengua y los ojos. Al ponerlo boca abajo comenzó a punzar en las cuencas hasta sacar una masa rosácea que caía con asquerosa lentitud en el cráneo hasta dejarle encima un montículo de repulsivas menudencias extraídas de la sola cabeza. Fue en ese momento que cargó el cráneo hasta ponerlo encima del cuerpo de serpientes.
Ahora estaba completo.
Cubriéndose del agua, mezclada con las gotas de sangre de Edna y de su monstruo, una figura comenzó a formarse. Toda ella parecía una mancha en el ambiente. Tinta viviente que cobraba formas grotescas y reverberantes. Edna sonrió ante su nueva creación. Su nueva y magnífica creación.
Y mientras todos esos estúpidos pueblerinos dormían, nadie sabía que el siniestro ritual llevado a cabo había culminado. Y ahora, él estaba despierto.
¿Algo qué decir al respecto? Vale, yo solo cumplo con traer esta historia. Veamos hasta dónde nos guía. Hasta dónde sería capaz de llegar este humilde autor.
—Slash.
