Ranma ½ no me pertenece. Star Wars tampoco me pertenece. Y a Disney le pertenecemos todos.
El hermoso fanart que hace de portada de esta historia es obra de Heather Ran, una vez más, te agradezco el que hayas usado tu talento para dedicarle un dibujo a mi humilde historia.
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Hace mucho tiempo, en una galaxia muy,
muy lejana…
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Fantasy fiction estudios presenta:
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El corazón del jedi 5
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Planeta Nann II, sistema Chuan, Borde Exterior.
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La llovizna engañaba, parecía ligera, pero empapaba hasta la ropa interior. Las gotas dibujaban canales sobre el rostro, desde el cabello hasta el mentón, a pesar de la gorra protectora que era parte del atuendo de excursión. El poncho de material sintético que le llegaba a las rodillas ayudaba con el aire frío, que empujaba la llovizna contra los ojos, pero no con la humedad. El suelo era un barrial en el que había que tener cuidado de no resbalar, en un terreno de planicies sin fin, grises y cafés, con muy poco pasto que afirmara el terreno siempre húmedo. Además, estaba cubierto por pozas de agua, algunas de apenas un metro de diámetro, otras que alcanzaban hasta los cinco metros. No eran perfectamente redondas, sino que óvalos deformados de siluetas antojadizas. La poca vegetación se juntaba en los bordes de las pozas y algunas largas cañas como de bambú emergían desde el centro de algunas. Lo único que se escuchaba, además del chapoteo de las botas luchando contra el lodo, era el canto estridente de las alimañas, ranas azuladas de tres ojos que se reunían sobre las rocas al borde de las aguas y entre la maleza, observando a la hilera de cansados caminantes como si se estuvieran burlando de ellos.
El cielo era gris, cubierto por un manto grueso de nubes negras que se desplazaban muy rápido de oriente a occidente.
La líder de la columna se detuvo sobre la cima de una suave colina, apenas distinguible del resto del terreno como si fuera una pequeña ola en un mar calmado. Se levantó un poco la gorra y se sacó los anteojos protectores. La brisa helada le dio en los ojos, pero no se molestó en quejarse. Deslizó con los dedos los mechones castaños pegados a la frente y se pasó la manga en un esfuerzo inútil por secarse el rostro. Exhaló un suspiró y observó hacia adelante. Las planicies grises acababan abruptamente en una gigantesca pared de roca natural. Era una cadena de montañas, una sierra de picos afilados como dientes. La mujer usó los binoculares. Con un botón amplió varias veces la imagen verdosa y activó el sensor de calor. Recorrió las empinadas laderas y las afiladas cumbres, hasta que dio con una mancha rojiza e intensa. Presionó otro botón y la imagen cobró color real. Entonces, pudo distinguir en la fuente de calor una estructura grisácea, metálica, que de otra manera sería fácilmente confundible con la montaña.
—Te encontré —celebró susurrando en un canturreo melódico.
Uno de los soldados se acercó a ella, empuñando nervioso su rifle bláster contra el pecho.
—Senadora Tendo, ¿está segura de que no desea esperar en la nave?
—Capitán, ¿de qué tengo que temer, cuando cuento con la mejor protección que una senadora puede pagar?
—Eso es lo que me preocupa, senadora. —El capitán dio una mirada hacia atrás, no pudo ocultar su gesto despectivo hacia el pequeño grupo de mercenarios que se había unido a su tropa—. ¿Para qué necesita protección privada, si ya cuenta con el ejército de la República?
—Capitán, una mujer indefensa debe tomar resguardos, nunca se es demasiado prudente. Además, no creo que un hombre experimentado como usted y una tropa completa de soldados de élite tengan que tener reparos por una pequeña excentricidad de mi parte, como contratar a un puñado de guardaespaldas. Después de todo, no soy más que una frágil senadora, necesito calmar mis nervios de alguna manera, ¿me comprende? ¿O teme que ellos le quiten su trabajo?
—No, senadora, en absoluto, pero no me gustaría que durante una batalla me dispararan por la espalda.
—Y no lo harán. —La senadora Tendo le hizo un guiño—. Para eso también tenemos a una jedi con nosotros. ¿No se siente más seguro al recordarlo? —Ella le dio suaves palmaditas en el brazo—. No tenga miedo, capitán, todo saldrá bien.
—Si usted lo dice, senadora.
No muy convencido, el capitán retrocedió y comenzó a dar rápidas órdenes a la columna con gestos de su mano. Se cruzó con una mujer de estatura menuda, cubierta por una túnica larga y capucha sobre la cabeza. Gruñó, ella parecía apenas una niña, una muchachita sin músculos, incluso su andar era torpe y lento en el lodo, como una persona normal, sin entrenamiento. ¿Esa era la famosa jedi? Nadie quería decirlo en voz alta, pero los soldados sabían que esa jedi era la hermana menor de la senadora, y no pocos de ellos creían que el templo de Coruscant la había aceptado únicamente por influencia política. Chasqueó la lengua.
Akane se detuvo un momento y movió la cabeza en dirección del capitán. La meneó inconforme y continuó hacia su hermana mayor. Se detuvo a un lado de la senadora y se cruzó de brazos.
—¿Era necesario que vinieras? —preguntó Akane.
—¿Tú también, Akane? —Nabiki hizo un mohín infantil y se cruzó de brazos—. Ya es suficiente, ¿por qué todo el mundo me trata como a una delicada senadora de la república?
—Es porque lo eres.
—Ay, hermanita, si no te conociera, diría que fueron los jedi los que te convirtieron en una chica tan hosca. ¿Estás segura de que soy yo la que necesita protección? No mucho tiempo atrás, recuerdo, conocí a la hija menor de un diplomático a la que pasaban secuestrando. Si no fuera por ese apuesto jedi… perdón, todavía era un padawan entonces, y su maestra que te salvaba cada vez…
—Nabiki, ya basta. Ya no necesito que nadie me rescate, soy una jedi ahora.
—¿Así que fue eso? ¿Te aburriste de sentirte la damisela en apuros y por eso te fuiste a Coruscant para convertirte en una jedi?
Akane respiró profundamente. Recurrió a todo lo aprendido para mantener la paz interior y el equilibrio sobre sus emociones.
—Nabiki, no bromees, ya sabes como ocurrieron las cosas. Fue un accidente que descubriera mi afinidad con la fuerza…
—Pero fue tu decisión desobedecer a papá y aceptar la invitación de la Orden para entrenarte, a pesar de que ya no eras una niña pequeña.
—Tampoco estaba tan crecida cuando comencé, apenas tenía trece años.
Nabiki se sonrió con malicia.
—Y tu maestro era demasiado joven también, ¿a quién se le ocurrió la idea de poner a una adolescente a cargo de un maestro tan inexperto, que apenas había dejado de ser un padawan?
—¡Ranma fue un excelente maestro! Y no comencé siendo su padawan, al principio únicamente se me entrenó en el templo.
—¡Y uno tan apuesto!
—¡Nabiki!
—Oh, ¿y qué pasó con el autocontrol, maestra Tendo?
Akane torció los labios.
—Se los tragó un rankor, senadora Tendo.
Se miraron un momento, relajaron sus rostros y se sonrieron.
—Por eso me encanta tenerte cerca, me hace recordar los buenos días en casa —confesó Nabiki.
—Y porque la protección de una jedi te sale gratis —indicó Akane.
—Bueno, eso también, no puedes culparme por cuidar el bolsillo de los contribuyentes de la galaxia.
—De los contribuyentes, claro… —Akane puso los ojos en blanco.
Un escándalo se escuchó en la parte de atrás de la columna. Nabiki y Akane dieron media vuelta.
—¿Qué está pasando allá atrás? —se preguntó Akane, que por instinto guio su mano hacia el cinturón donde colgaba su sable de luz.
Nabiki alzó una ceja.
—¿En qué creen que estamos, en un día de campo? —se preguntó la senadora molesta.
Tras la columna compuesta por una treintena de soldados de la República, había un reducido grupo de mercenarios, la seguridad privada contratada por la senadora Tendo. Un alto droide de combate, de cuerpo humanoide, vestía una capa y sombrero de ala alta. Era un modelo poco conocido, pero se veía lo suficientemente letal, armado con pistolas bláster pegadas a la cintura y un rifle en la espalda, como para no acercársele. En especial por la cabeza de líneas cuadradas y ojos de rectángulos rasgados que le daban una apariencia furiosa y atemorizante. Junto a él caminaba un mercenario enmascarado y envuelto en una capa negra, su arma era un largo rifle bláster con mira de francotirador, que se veía, también podía usar como un bastón para combatir cuerpo a cuerpo y que ahora utilizaba para apoyarse en la marcha por el lodo. Junto a los dos, más atemorizante todavía, había un mandaloriano ataviado con su armadura tradicional cubierto de pies a cabeza. Los soldados lo temían más que al resto, porque sabían que un mandaloriano era tan peligroso como todo un ejército.
Incluso los tres mercenarios observaban con distintos gestos de sus cuerpos, que se podían interpretar como hastío e indiferencia, a los otros dos que habían caído en una de las pozas. Los gritos de una mujer joven se cruzaron con los de una bestia que gruñía y gemía.
—¡Mira lo que hiciste, papá, ahora estoy empapada!
Por respuesta tuvo un largo gruñido.
—Fue tu culpa en primer lugar, ¡tú querías robarme mi comida!
Otro largo y furioso gruñido fue seguido de chapoteos en el agua.
Los demás abrieron paso a la senadora Tendo cuando llegó al borde de la poza, escoltada de cerca por Akane.
—¿Se puede saber a qué se debe este escándalo?
La chica dio un golpe de puño a la enorme bestia, que cayó de espaldas sumergiéndose en el agua. Entonces, nadó hasta el borde donde estaba Nabiki. Empapada y cubierta de lodo, apenas se podía apreciar la cabellera roja y los ojos claros en un rostro pequeño. Aceptó la mano de la senadora para ayudarse a salir del agua.
—Fue papá, ese imbécil trató de robarse mi comida y cuando lo pateé, el muy canalla me agarró la pierna y caímos juntos a esa maldita poza, fría y sucia, llena de alimañas que querían morderme el trasero. ¿Es que ahora tendré que secarme con este aire rancio? —La chica pelirroja tardó en darse cuenta de que hablaba con la senadora. Al hacerlo hizo un gesto de dolor y se pasó la mano por la cabeza, ensuciándose todavía más el cabello—. Oh, lo siento…, jefa.
Detrás de la chica se alzó una enrome masa de pelos cubierta de lodo. Era una criatura extraña, más parecida a un oso de pelaje blanco y negro. Lo hubieran confundido con una bestia salvaje de no ser por los cinturones con munición que cruzaban en diagonal su redondo cuerpo y por el enorme cañón bláster que llevaba colgado a la espalda.
—¿Qué es eso? —se preguntó Akane, dejando escapar su sorpresa.
—Es un pando del sistema Zhuzí —respondió la chica, en un tono aburrido, como si estuviera cansada de explicar lo mismo una y otra vez.
El pando gruñó con fuerza y se dio dos suaves golpes en la panza, como dando a entender que hablaba de él.
—Es la primera vez que conozco a uno —confesó Akane.
—Siempre dicen lo mismo. Su mundo pertenece a la zona desconocida… ¡Oh! —La chica de pronto mostró un gran interés en Akane—. No nos han presentado todavía, mi nombre es Ranko, la mejor cazadora de este lado de la galaxia. Y que no te engañen, soy mucho mejor que esa panda de novatos que contrataron.
Akane pudo escuchar al mandaloriano dar un resoplido de disgusto bajo su casco. La pelirroja hizo como si no lo escuchara.
—Bien, bien, si ya se cansaron de jugar, será mejor que continuemos o no llegaremos a la montaña antes del anochecer —dijo Nabiki, sobándose la frente con la punta de los dedos—. ¡Capitán, ordene que retomemos la marcha!
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Acamparon a los pies de la montaña, ocultos en una quebrada. Estaban muy cerca del objetivo, por lo que no encendieron el fuego para no llamar la atención y se taparon como pudieron con mantas para soportar el húmedo frío. Relámpagos brillaban en el horizonte y el sonido de los truenos retumbaba entre las laderas rocosas. Akane quiso entonces conocer mejor a los mercenarios que había contratado su hermana, pues no deseaba correr riesgos.
El droide mercenario se llamaba a sí mismo HK-47, su voz era ronca y bien articulada, con el tono suave de un maestro, pero no podía dejar de agregar comentarios malvados a cada respuesta, sin ocultar sus intenciones violentas. Confesó que era un modelo de robot asesino, un experto en seiscientas maneras de eliminar a un objetivo, y dominaba dos mil técnicas de tortura. Incluso insinuó, sin saber ella si lo decía fríamente o por algún sentido macabro del humor de droide, que entre sus objetivos alguna vez tuvo que asesinar a un par de jedi, sin mucho esfuerzo. Akane tuvo precaución, entonces, de alejarse de él.
El siguiente al que se acercó fue el enmascarado con el arma de largo alcance, encorvado a veces como un anciano cuando se relajaba, pero que se movía como si tratara de disimular su edad apoyándose siempre en su arma bastón. Se hacía llamar simplemente Ma. Y no articuló más que una sílaba a la vez en cada respuesta, con su voz distorsionada por su máscara. El mandaloriano tampoco quiso conversar, así que todos lo apodaban simplemente Mando, como se les decía siempre a los de su raza, pues con la armadura y el casco nunca era fácil identificarlos.
Akane acabó hablando más con la parlanchina y ruidosa Ranko. Esa chica hablaba hasta por los codos y maldecía mucho más que un pirata espacial. Genma, el nombre del enorme pando, gruñía de igual modo, como si fuera parte de la conversación, aunque únicamente Ranko podía entenderlo.
—Que no te engañen —dijo Ranko—, de todos los que están aquí, yo soy la única que no podría traicionarlos.
Akane se encogió de hombros. Estaba sentada con la espalda apoyada en la pared de piedra, junto a Ranko. El pando Genma comía de su mochila como si no fuera nunca a saciarse.
—Eso es lo que siempre dice quién planea apuñalarte por la espalda —respondió Akane.
Ranko se encogió de hombros.
—Bien, sí, puede ser, pero yo soy honesta.
El pando Genma gruñó.
—¿A quién le dijiste tonta, papá? —Le lanzó un puñetazo al pando, que este detuvo con la garra.
Akane no pudo evitar sonreírse, esa chica le parecía divertida. Esperaba que no fuera todo parte de una actuación, pero sus sentidos le decían que era, a lo menos, honesta en ese momento.
—¿Realmente es tu padre? —preguntó Akane.
Ranko estuvo a punto de escupir la comida.
—¡¿Eh?!... ¡Por supuesto que no! Yo tengo mucho menos pelo que eso y soy infinitamente más bonita.
El pando gruñó con los sentimientos lastimados.
—Pero es verdad eso de que un padre es quién te cría —confesó, calmándose un poco, susurrando más seria—. En realidad, no conocí a mis padres. Fui una esclava, me vendieron varias veces hasta que fui rescatada por Genma. Él se ha encargado de mí desde entonces, y lo ha hecho bien, mientras no quiera cambiarme por un saco de comida.
Genma gruñó ofendido. Incluso Akane pudo entenderlo, ya comenzaba a percibir, con la fuerza, la intención comunicativa del pando, como hacían los jedi para entender cualquier idioma sin conocerlo realmente.
—Creo que no le gusta que lo acusen injustamente.
—¿Injustamente? ¡Por todos los créditos de la galaxia! ¡Si ya lo ha intentado más veces que los dedos que tengo!
El pando gruñó y ella lo hizo callar de una patada.
—Lo siento, no sabía que habías sido una esclava —se disculpó Akane.
—¡Por favor! ¿Todos los jedi son tan… así? ¡Pfft!, ni que fuera la primera chica vendida en la galaxia.
—Entonces, ¿no tienes a nadie más? —preguntó Akane, con curiosidad. Su percepción le decía que había algo más en los sentimientos de esa joven mercenaria.
—Bien, supongo, todos tenemos una historia —confesó más seriamente—. Cuando era niña, en la casa de esclavos, creo que… recuerdo que no estaba sola. Sí, eso, parece que tenía un hermano. ¡Ah, qué va, pero esas cosas ya no importan! Debe estar muerto, quién sabe, los esclavos no tenemos mucha suerte, especialmente si somos humanos. Se nos considera una raza muy débil para trabajos pesados.
—Sí, eso parece —murmuró Akane, intentando no revelar la lástima que esa mujer le despertó. Los ojos claros de Ranko, la manera como se quedó mirando la comida que tenía en la mano, víctima de los recuerdos que debía ocultar de la dura vida que tuvo, la hizo pensar que la galaxia era un lugar frío y cruel para muchos, y ella como jedi era incapaz de salvarlos a todos.
—¿Y tú también tienes una historia? —le preguntó Ranko, sacándola de sus pensamientos.
—¿Yo? Oh, no nada, lo habitual. Una niña de casa noble, rodeada de privilegios, que quiso conocer la galaxia y se dio cuenta de lo tonta que era en realidad. Es muy aburrida.
—No, para nada —dijo Ranko y le sonrió—. Además, me pareces muy interesante… incluso para ser una jedi.
—¿Qué?
—No, nada, no dije nada —Ranko le guiñó un ojo.
Akane se sonrió incómoda.
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Se movieron tomando posiciones, ocultándose entre las afiladas rocas. Tras ellos tenían la pared natural de roca que llevaba a la cumbre y un acantilado de dientes afilados de cientos de metros. La fortaleza del cártel que debían atacar estaba construida en la cara más lisa de la montaña, sobre un barranco que cortaba en dos la sierra. Un único puente unía ese lado con la entrada y estaba protegido por un par de torretas láser. Había droides de guardias armados a ambos lados del puente. En lo alto de la montaña, se veían las antenas más pequeñas y una más grande, parabólica.
—¿Ahí es dónde esconden la especia? —preguntó el capitán a la senadora.
Ella negó con la cabeza.
—No, capitán, no solo la esconden. Es en realidad la puerta a una mina dónde la extraen y la producen.
—¡Creía que únicamente la producían en Kessel!
—Por eso es un secreto tan bien guardado, capitán, una mina nueva de especia que hacen trabajar con esclavos.
Akane, al otro lado de Nabiki, usaba los binoculares. Los bajó antes de hablar.
—Un nuevo canal de producción no vigilado. Ahora comprendo por qué Coruscant está sufriendo un nuevo brote de contrabando. Pero, si lo sabías, ¿por qué no mandaste al ejército de la República en lugar de venir en persona?
—No podía confiar en nadie —confesó Nabiki—. Su pequeño complot salió al descubierto cuando tuvieron el atrevimiento de intentar sobornarme a mí y a mis empleados. Cuando no lo lograron, quisieron enlodar mi nombre, filtrando el rumor de que sí estaba comprada por el cártel. Aunque no es oficial, era cuestión de tiempo que se me acusara y se hiciera público. Sé de varios senadores que sí están metidos en el negocio y que quieren sacar dividendos políticos al quitarme del camino. No puedo fiarme de los canales burocráticos tradicionales, no sé hasta qué punto están podridos, así que nuestra misión es entrar ahí y recobrar cualquier archivo que vincule a los senadores corruptos, descubrir la red de corrupción y, de paso, limpiar mi nombre.
—Y liberar a los esclavos, junto con detener la producción de especia —agregó Akane.
—Tú tienes tus prioridades y yo las mías, Akane, pero lo uno lleva a lo otro. Ahora, el problema es cómo entrar sin levantar sospechas. Si provocamos un escándalo, podrían escapar durante la refriega, borrar los datos que queremos… o peor, asesinar a los trabajadores que son testigos —dijo al final, para complacer el sentido de justicia de Akane.
Akane asintió decidida.
—Tengo un plan.
Nabiki sonrió.
—Lo sabía, por eso es útil tenerte cerca, hermanita.
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El reducido grupo trepó por la pared del acantilado y alcanzó la parte inferior del puente. Largas y delgadas tuberías que iban en paralelo, a dos o tres metros de distancia una de la otra, se desprendían de la estructura principal y cruzaban también el acantilado. Akane, conminada por Nabiki, tomó la decisión de no ir sola y lideró a tres de los mercenarios que la acompañarían, Ranko, Ma y el pando Genma, para tratar de alcanzar el puesto de seguridad para desactivar los sistemas de vigilancia. Por otra parte, Nabiki lideraba al grueso de la tropa junto al capitán, el mandaloriano y HK-47, que esperarían para cruzar el puente cuando fuera seguro.
Akane tragó con dificultad al mirar la enorme altura en la que se encontraban. Bajo la delgada tubería, el fondo estaba cubierto por la neblina, como si fuera un acantilado sin fondo.
—Será mejor que yo vaya primero —dijo Ranko a Akane—. Tengo experiencia con estas cosas, no por nada trabajé en un circo como acróbata.
—Ranko, ¿estás segura?
—Déjalo en mis manos. —Le guiñó el ojo.
Akane asintió agradecida y le dedicó una sonrisa.
—Suerte —susurró.
Tras ellas, Ma carraspeó apresurándolas. No le gustaba esperar en el borde de un acantilado.
Cruzaron rápidamente, sin mirar de nuevo hacia abajo. La tubería tenía alrededor de cincuenta centímetros de diámetro. El viento empujaba sus cuerpos en una dirección amenazando con tirarlos. El puente sobre ellos estaba lejos de su alcance, por lo que no tenían donde apoyarse si algo salía mal. Iba por la mitad y los pies de Akane resbalaron. No alcanzó a exhalar un grito ni caer de la tubería, cuando sintió que la aferraban con fuerza de ambos brazos. Ranko por delante y Ma por detrás. Con gran fuerza ambos la retuvieron hasta que consiguió apoyar bien los pies otra vez sobre la superficie.
—Vaya jedi que estás hecha —se quejó Ranko con una gran sonrisa.
Tras Akane, Ma se rio macabramente bajo la máscara. Genma gruñó. Akane apretó los dientes, pero no dijo nada.
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La tropa que esperaba paciente, vigilaba las defensas del puente.
—¿Alguna novedad? —preguntó Nabiki al capitán. Este negó con la cabeza y ella se quejó—. ¿Únicamente tenemos que esperar?, odio hacerlo.
El capitán dio una mirada a los hombres. Hizo una señal a uno de ellos y este asintió.
—¿Qué sucede, capitán? Ordené que nadie se moviera.
—Debemos prepararnos si algo sale mal, senadora. Si las puertas no se abren, tendremos que abrirnos camino a la fuerza.
—Akane no fallará, capitán, se lo aseguro.
El capitán no se mostró muy confiado. Se giró recostado detrás de la roca que los protegía y repartió nuevas órdenes con gestos. Frunció el ceño.
—No veo a Mando —murmuró preocupado—. Droide, ¿viste dónde se metió tu amigo?
HK-47 giró la cabeza hacia la senadora y el capitán.
—Lamento decepcionar las escasas expectativas que tienen en este modelo, pero la locación de los vivos, a los que no puedo asesinar, no me interesa en absoluto, por lo que no puedo darles una respuesta adecuada a sus requerimientos.
El capitán farfulló una maldición y la senadora puso los ojos en blanco.
De pronto, el estallido de un disparo bláster contra las rocas los puso en alerta.
—¡¿Nos descubrieron?! —preguntó Nabiki, ocultándose.
—No es posible que lo supieran. —El capitán apretó la mano en la empuñadura de su pistola—. ¡Es una trampa!
Las puertas de la fortaleza se abrieron. Un pequeño ejército de droides armados apareció marchando alrededor de un tanque blindado que levitaba sobre el suelo. Encima del vehículo, en las escotillas abiertas, matones del cártel gritaban furiosos con sus armas en mano.
—Creo que tenemos un problema —se quejó Nabiki.
—Maravilloso —ironizó HK-47, poniéndose en pie y apuntando con una pistola en cada mano.
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El sonido de los disparos y el puente vibrando sobre sus cabezas, puso en alerta al grupo de Akane.
—¡Están en problemas, tenemos que apresurarnos! ¡Hay que ayudarlos!
—Oye, chica jedi, ¿y quién nos ayuda a nosotros? —preguntó Ranko, apuntando al frente. Tres enormes drones de combate aparecieron flotando y descendieron por los lados del puente. Parecían grandes esferas de acero, negruzcas y con varios brazos, cada uno armado con cañones bláster de poca intensidad. Tenían una cabeza llena de lentes, como una parte separada del cuerpo, que giraba en todas direcciones.
—Oh, no…
El pando Genma gruñó.
Antes de que cualquiera reaccionara, Ma saltó a la tubería que estaba al lado con una agilidad inhumana. Giró la larga arma en la mano para acomodarla, se arrodilló manteniendo el equilibrio y apuntó. El primer disparo de su arma atravesó la cabeza de un droide, en un estallido de metal y fuego, antes de que se desplomara inerte al vacío. Los otros dos droides giraron sus cabezas hacia el que creían una mayor amenaza y dispararon una ráfaga de tiros sobre Ma. El mercenario corrió por la tubería hacia adelante, esquivando los disparos.
—Maldita sea, ¡no me pienso quedar atrás! ¡Papá!
El gruñido aguerrido de Genma resonó por todo el acantilado. El pando saltó a la tubería del lado opuesto, que tembló bajo su gran cuerpo. Apuntó con su pesado cañón bláster y disparó una ráfaga de poderosos disparos que hicieron añicos el cuerpo de un droide. Ranko saltó a la tubería detrás de Ma y lo siguió a poca distancia, disparando con su rifle bláster.
Tres nuevos droides descendieron por los costados del puente y avanzaron hacia ellos, disparando. No tenían donde cubrirse, solo se podían mover y saltar de una tubería a la otra para evitar el fuego enemigo, equilibrándose entre los disparos que rozaban sus cabezas. Un droide más se desplomó, hecho añicos de metal chamuscado por el arma de Genma y cayó rebotando en la tubería, que vibró peligrosamente. Ranko consiguió darle a uno en un brazo y con otros dos tiros le perforó la cabeza de acero.
—¡Sí, a ver si te gusta, pedazo de chatarra!
Ma se detuvo a mitad de la carrera, con los disparos ennegreciendo la tubería bajo sus pies. Se arrodilló otra vez para apuntar, pero un droide lo tenía en la mira. El sable láser de Akane de un intenso violeta cruzó el aire delante de Ma, y la jedi se interpuso entre los disparos. Con maestría desvió dos disparos con su sable de luz y el tercero lo devolvió contra otro droide.
—¡Yo te cubro!
—¡JA! —rugió Ma, tan escueto como era su costumbre. Levantó los brazos vendados en cintas de cuero negro, como el resto de su delgado cuerpo bajo la capa, y descargó otro preciso disparo que atravesó en línea a dos droides a la vez.
—Eres bueno —dijo Akane, antes de que se viera interrumpida por otra ráfaga de disparos que desvió rápidamente con diestros movimientos de su sable de luz.
—Sí —contestó Ma. Apuntó y disparó otra vez. Aunque lento, su bláster de francotirador era en extremo efectivo.
Akane se dio cuenta de que estaban siendo presionados, y sin una cobertura las posibilidades jugaban en su contra. Desvió un disparó de regreso al arma del brazo del droide, que estalló en un tañido metálico.
—Te toca cubrirme —le dijo a Ma.
El silencioso mercenario gruñó. Disparó el tiro que tenía preparado y en un rápido movimiento sostuvo su arma bastón con una mano y con la otra sacó una pistola más pequeña, con la que comenzó a disparar rápidamente.
La jedi se abalanzó, protegida por los disparos de Ma, que estremecían la coraza de los droides y no los dejaban apuntar con exactitud. Akane bloqueó los disparos, corriendo sobre la tubería con una velocidad y seguridad que provocó a Ranko, que la observaba de lejos, un silbido de asombro. Alcanzó al primero de los droides y cortó con un rápido movimiento de su sable dos de los brazos mecánicos. Se agachó esquivando un disparo de otro droide, giró sobre las rodillas y lanzó un corte ascendente que partió en dos a su primer objetivo. Se levantó a la vez que se impulsó para dar un salto, tan largo que sería imposible para una persona normal, y cayó de pie sobre el droide. Le enterró el sable de luz con fuerza y lo apagó justo para dejarse caer por el costado redondo del droide, esquivando los disparos que rozaron su cuerpo. Cayó de pie sobre la tubería, con el droide desplomándose a sus espaldas. Encendió de nuevo el sable para girarlo rápidamente y desviar el disparo de un droide contra otro. Los rápidos disparos de Ranko y el pando Genma aniquilaron a otro droide que acababa de asomarse por el borde del puente, recibiendo tantos golpes de bláster que pareció de pronto como si hubiera sido machacado con un martillo, antes de caer dando un penoso silbido, como si fuera un quejido agónico de dolor.
—¡Rápido, corramos hasta el final! —ordenó Akane liderando la carrera sobre la tubería.
Ma obedeció sin siquiera murmurar. Genma gruñó agotado, casi un gemido doloroso, temiendo que, si se detenía a reclamar, Ranko lo patería por detrás hasta tirarlo al vacío. No tuvieron tiempo de tener cuidado para no caer, simplemente corrieron, y otros dos droides aparecieron. No tuvieron tiempo siquiera de apuntar, porque Ma ya tenía preparado su rifle de francotirador que disparó sin siquiera dudar, y Ranko hizo lo mismo con su rifle sin disminuir la velocidad de sus pies. Los droides chocaron entre ellos en el aire y cayeron dando un fuerte tumbo sobre la tubería.
La tubería cedió en un estallido de vapor y se desprendió. Akane saltó a la tubería siguiente, delante de Ma. Ranko perdió el equilibrio, pero Genma la agarró por la espalda como si no pesara y saltó también a la otra tubería justo cuando la primera comenzaba a caer.
Akane fue la primera en alcanzar el otro extremo del acantilado dejándose caer del final de la estructura a un borde que se asomaba más abajo en la pared de roca. Ma dio un sorprendente salto más largo y cayó adelante de ella. Genma gruñó desesperado, con el pelaje aplastado por el viento, en su carrera comenzaba a inclinarse hacia un costado como si fuera a caer. El pando lanzó a Ranko con todas sus fuerzas hacia adelante y saltó detrás. La mercenaria dio tumbos entre la jedi y Ma hasta chocar con la espalda contra la pared de roca.
Genma lanzó un largo gruñido. Sus garras estiradas parecían no alcanzar el borde. En ese momento Ma y Akane lo atraparon con ambas manos, de rodillas en el borde, intentando sostener su gran cuerpo.
—¡Pesa demasiado! —se quejó Akane.
—¡Sí! —contestó Ma.
Ranko se giró rápidamente y casi gateó hasta el borde para ayudarlos, tirando de la misma garra que Akane.
—Demonios, papá, ¡vas a tener que ponerte a dieta!
El pando gimoteó al borde de las lágrimas. Consiguieron subirlo con dificultad.
—¿Ahora qué, chica jedi? —preguntó Ranko—. ¿Nos toca ser héroes y salvar a la senadora?
Genma gruñó.
—Exacto, papá, debe haber un bono extra por actos heroicos.
Akane asintió con una sonrisa, que se borró al momento, cambiándose por un gesto de hastío y dolor. Alzó el rostro al igual que sus compañeros. Sobre ellos, en el borde superior del acantilado y en el inicio del puente, una treintena de droides y miembros del cártel, armados peligrosamente, los apuntaba.
—Lo siento —murmuró Akane.
—Yo lo lamentó más —dijo Ranko, imitándola, dejando su arma en el suelo y levantando ambas manos—, supongo que no habrá paga extra.
Ma gruñó, con su voz alterada por la máscara, cuando tuvo que dejar sus armas en el suelo y levantar sus largos brazos vendados. Genma gruñó tristemente bajando las orejas.
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Nabiki disparó con su pistola, cubriéndose más veces de las que podía apuntar. Las rocas como dientes en las que los soldados estaban cubiertos, recibía un incesante fuego enemigo. El tanque blindado tenía un poderoso cañón bláster que hizo volar las rocas de la pared que tenían a un lado. Grandes trozos rodaron amenazando caer sobre ellos y siguieron su camino hacia el acantilado del otro lado. La senadora dio una mirada al precipicio. No podían retroceder, tampoco avanzar, si dejaban la cobertura la tropa de droides y mercenarios los aniquilaría. Estaban atrapados.
De pronto, los sonidos de los disparos cesaron. HK-47 se quedó de pie a un lado de Nabiki, con ambas pistolas apuntando, pero sin hacer nada más.
—¿Qué sucede, por qué te detienes? —preguntó Nabiki.
El droide giró su cabeza de ángulos afilados para mirarla.
—Lamentablemente, por más ansioso que me encuentre de perpetuar el acto del asesinato indiscriminado de mis enemigos, no puedo continuar si mi clienta se encuentra amenazada de muerte.
—¿Amenazada?
Nabiki, que todo ese tiempo estuvo cubierta y agachada, escuchó recién una forzada tos tras ella. Giró la cabeza hacia atrás y descubrió una pistola apuntándola muy cerca del rostro.
—Capitán —se quejó Nabiki—, ¿no cree que es demasiado cliché?
La mitad de los soldados estaban de pie, con las manos en alto en señal de rendición. Sus rostros confundidos, airados, mordiéndose los labios de impotencia, porque la otra mitad de sus compañeros eran los que estaban amenazándolos con sus armas.
—Lo siento, senadora, pero…
—Guárdese sus explicaciones, capitán, me las sé de memoria. Dinero, promesas de ascenso y poder, ¿qué más se necesita para seducir a las mentes sencillas? —Nabiki extendió su arma hacia el capitán, que este le arrebató con brusquedad. Sin alterarse se levantó, se sacudió con ambas manos su atuendo y se irguió con dignidad, levantando ambas manos en señal de rendición, pero con pereza—. ¿Podemos irnos ya?, quiero conocer al que está detrás de todo este plan para atraparme, ya que se tomó tantas molestias para recibirnos.
—¿Senadora?
—Por favor, capitán, si me hubiera querido muerta le habría ordenado dispararme por la espalda desde el principio. El que les pagó tan bien, como debo suponerlo por las pocas dudas que tuvieron al traicionar a una senadora, no, a la República, debe haberles ordenado que me atraparan con vida.
—¡Ah!, la sutil traición es tan elaboradamente dulce como un postre —dijo HK-47 con sus manos metálicas también en alto—. Es una pena que nos encontremos del lado equivocado, senadora. Me pregunto si la torturarán primero antes de asesinarla. ¿De qué manera lo harán? ¿De forma violenta y tradicional, o serán más creativos, como arrojarla viva a una madriguera de lyleks? Me parece que sería un espectáculo interesante.
—Sí, lo que tú digas —se quejó Nabiki sin querer escuchar más.
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Tras las enormes puertas de la fortaleza, el grupo de la senadora se encontró con el grupo de Akane. Estaban todos esposados y los miembros del cártel llevaban sus armas. Las hermanas intercambiaron una rápida mirada antes de pararse una al lado de la otra.
—Lo siento —dijo Akane.
—No, hermanita, yo lo siento más.
—¡Silencio! —ordenó el capitán.
La puerta del fondo se abrió y más miembros de cártel aparecieron, todos armados, seguidos por una silueta envuelta en una capa púrpura, con una máscara que le cubría el rostro.
—Senadora Nabiki Tendo, ¿a qué incómodo placer debo yo esta visita…?
—¡Ya basta, senador Kuno, sé que eres tú!
El hombre se detuvo, paralizado. Miró a ambos lados a sus hombres y luego se quitó la máscara. Era un humano joven, de cabello ligeramente rizado sobre la frente y una postura arrogante.
—Nabiki Tendo, ¿cómo lo…?
—Por favor, Kuno, ¿creías que no sabría lo que tú y tu hermana estaban haciendo? —Nabiki chasqueó la lengua, decepcionada—. Sí, tu hermana, eso también lo sé. La famosa Kodachi, regenta del club privado que atiende y chantajea a muchos senadores, y también la encargada de repartir la especia por todo Coruscant. Vamos, cariño, no me vas a hacer creer que tus intentos por invitarme a cenar no fueron más que una distracción para conocer mis secretos. Además, sabemos muy bien que tu único interés romántico siempre fue mi hermana Akane.
—No me metas en esto, Nabiki —gruñó Akane con disgusto.
—Oh, muy astuta, que hayas podido a lo menos ver la superficie de nuestro elaborado plan. Pero, aunque me hayas hecho el favor de poder disfrutar de la compañía de la maestra jedi más hermosa de todo Coruscant —dijo dando una apasionada mirada a Akane, que ella respondió con un gesto de asco—, aún así debo…
—¡No!, no me digas, ¿también quieres liderar tu propia facción en el senado y hacerte con el poder sobre el parlamento galáctico? Ay, no, Kuno, me vas a dar un ataque de risa. ¿Crees que un plan tan infantil y aburrido puede funcionar?
—Nabiki Tendo, ¿cómo te atreves...?
—Kuno, te lo advierto, estoy empapada, cansado y tengo el cabello lleno de piedrecillas, gracias a la cortesía de las armas de tus hombres que por poco nos enterraron vivos en la montaña, así que no pongas a prueba más mi paciencia. Esta es tu última oportunidad.
Kuno se mostró confundido. La conversación no iba como la había planeado. Dio una mirada a sus hombres, los que respondieron con gestos de confusión.
—¿Oportunidad para qué?
—Para rendirte —respondió ella.
Las risas de los hombres estallaron alrededor de los prisioneros.
Ranko se acercó a Akane y le susurró rápidamente.
—Dime que ahora viene tu plan.
—¿Mi plan? —preguntó Akane.
—Oh… —Ranko apretó los labios.
Detrás de ellas, Ma meneó la cabeza murmurando alguna ininteligible maldición. Genma gruñó, tenía hambre.
—Creo, senadora Nabiki Tendo, que no entiendes la realidad de la situación en la que te encuentras.
—Senador Tatewaki Kuno, creo que es lo opuesto. —Nabiki sonrió.
De pronto, una poderosa explosión se escuchó desde el exterior y toda la base se estremeció. Polvo y escombros rodaron por las paredes y cayeron como hilos del techo. Los miembros del cártel gritaron y alzaron las armas nerviosos. Kuno reclamó por explicaciones.
—Eso, Kuno querido, es… no, era el reactor principal de tu base —explicó Nabiki con una feroz sonrisa.
En un momento las luces se apagaron y el fuego de disparos bláster resonó rebotando por todas las paredes. Los gritos de dolor hicieron eco y se escuchó el suave tintineo de un detonador termal, con una parpadeante luz que brilló rodando por el piso a oscuras, hasta desaparecer en lo que debía ser la parte de abajo del tanque blindado. La explosión que siguió sacudió toda la gran sala. El tanque estalló iluminando la oscuridad, convertido de pronto en una enorme pira de metal chamuscado, con el fuego subiendo por sus costados. Y lo vieron, en el cielo, al mandaloriano en el aire con su mochila propulsora, disparando con una pistola en cada mano.
—¡Arriba, idiotas, disparen! ¡Disparen, disparen de una vez! —ordenó Kuno escupiendo.
Akane cayó aturdida al piso, como el resto de los prisioneros y guardias que los custodiaban, tras haber sido empujados por la onda explosiva a sus espaldas. Ranko trató de ayudarla a levantarse.
—¿Estás bien, chica jedi?
—Sí, pero tenemos que sacarnos estas esposas primero y…
Un poderoso haz de luz plateada iluminó la sala ante ellas, dejándolas en silencio. El sable de luz giró rápidamente y cortó a dos miembros del cártel por la mitad, devolvió un disparo en su contra a su dueño y decapitó a un droide enemigo que intentó apuntar al dueño del arma. Giró hacia ellas, haciendo una vistosa maroma con el sable en la mano y usó la punta de luz para quemar el metal de las esposas, cortándolas.
Akane, en lugar de alegrarse, se mostró ofuscada.
—¡Ranma!
Ranma estaba de pie ante ella, con la ropa de bandas de cuero enrollada alrededor de su cuerpo y la capa con capucha echada hacia atrás. La máscara de Ma estaba en su otra mano.
—¿Me extrañaste?
—¡Idiota!
—¿Otro jedi? —preguntó Ranko, con una gran sonrisa al verse libre de las esposas.
Genma gruñó tras ella. El pando era libre también y le alcanzó un arma que le quitó a uno de los guardias. Otro sufrió un fuerte golpe del pando que lo mandó a volar contra sus confundidos compañeros. Gruñó con fuerza.
—Ya sé que tienes hambre, papá, ¡¿no puedes esperar un poco?! —se quejó Ranko. Apuntó y disparó rápidamente contra unos soldados traidores que apuntaron contra ella.
Ranma ayudó a Akane a levantarse, estrechado sus manos. Se quedaron un instante mirándose a los ojos. De pronto los gritos, las explosiones, los disparos de bláster que iluminaron las penumbras, todo dejó de importarles.
—Iba a hacerlo sola —se quejó Akane.
—Lo sé —respondió Ranma, con una tonta sonrisa.
—¿Pero, cómo…?
—Tu hermana…
—Ah, ¡esa Nabiki!
—Y se ve que te va muy bien —se quejó el ex maestro jedi, con un notorio gesto de molestia en su rostro.
—Tu tampoco ayudas mucho —replicó Akane.
—¡Tú…!
—¡Abajo!
Akane puso la mano sobre la cabeza de Ranma y lo obligó a agacharse cuando un disparo rozó su trenza.
—¿Podemos dejar esto para después? —preguntó Ranko, apareciendo entre ellos—. Se ve que aquí hay una historia y todo eso, pero no es momento para peleas matrimoniales.
Los dos jedi la miraron enrojeciendo y furiosos.
—¡No somos…!
—¡Todavía…!
Otra tanda de disparos los detuvo. Akane giró hacia un lado y Ranma hacia el otro, extendieron sus manos y empujaron con la fuerza a los dos grupos de droides que los amenazaban, arrojándolos violentamente contra las paredes.
—Está bien, ¡pero no ha terminado! —advirtió Ranma.
—Eso es lo que yo digo, tonto.
—Olvidaste esto, maestra jedi.
Ranma le alcanzó la empuñadura del sable a Akane, pero antes de que ella pudiera agradecerlo, de detrás del cinturón él le alcanzó otro. Akane observó la segunda empuñadura con una mirada extraña. Tenía un diseño liso y plateado, similar a la suya, pero ligeramente más corto.
—Ranma…
—Después.
Ranma le dio la espalda abanicando el sable. Akane asintió e hizo lo mismo. Al momento encendió sus dos sables de luz violeta, uno más corto que el otro, y los giró ágilmente en el aire como si fueran una sola arma. Los soldados leales a la senadora Tendo se agruparon y reaccionaron rápidamente, recuperando sus armas de los cadáveres que HK-47 dejaba a su paso. El droide comenzó a cantar a viva voz un tema que tenía grabado en su base de datos, mientras disparaba hacia atrás y hacia adelante a cualquier enemigo que intentara siquiera levantar el arma. El mandaloriano aterrizó frente a un grupo de enemigos y con los brazos se protegió de los disparos. La densa armadura de beskar lo protegió con la misma resistencia que un sable láser. Respondió extendiendo el brazo y un infernal lanzallamas disparó sobre ellos. Más antorchas iluminaron la sala, entre luces de colores y destellos de metal.
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Kuno estaba en el piso, esposado junto al capitán. Este último, avergonzado, no se atrevió a levantar la cabeza. Tenía el ojo tan hinchado tras un golpe que ni siquiera podía abrirlo. Tras ellos, una veintena de miembros de cártel, junto a los soldados traidores, los pocos que sobrevivieron, estaban también esposados y vigilados por los miembros leales a la República.
—¿Y bien, querido Kuno, no crees que es hora de que comiences a contarme todos los detalles sobre tu operación ilegal en Coruscant?
HK-47 se paró a su lado.
—Senadora, ¿no sería más conveniente que se negara a hablar? —indicó amablemente, con el dedo índice en alto, recordando que dominaba más de dos mil técnicas de tortura.
Nabiki se sonrió agradada.
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Ranma y Akane discutían en un rincón de la nave. Tras ellos, Ranko los miraba con curiosidad, especialmente a Ranma, como si le recordara algo. El pando Genma devoraba platillos uno tras otro en el comedor junto a los soldados que cantaban su victoria y reían. Nabiki meneó la cabeza y se dirigió a su alcoba.
Allí la esperaba el mandaloriando, de espaldas a ella, admirando la superficie del planeta que acababan de abandonar.
—Fue un gran trabajo el que hiciste ahí, Mando.
El mandaloriano asintió y giró al verla.
—¿Te parecería seguir trabajando para mí? —preguntó Nabiki dirigiéndose a su escritorio. Se sentó y cruzó las piernas muy lentamente—. Un hombre con tus habilidades, armas y artilugios, vale más que un grupo entero de mercenarios. No creas lo que la gente dice de mí, puedo ser muy generosa cuando encuentro quién lo vale. Además, como veras, soy una simple mujer desprotegida, que no puede fiarse ni siquiera de su propio ejército. No quiero alguien para los mandados, entiéndeme bien, lo que te ofrezco es que te conviertas en mi protección personal, con todos los privilegios que eso puede conllevar. ¿Qué dices, te agradaría poder establecerte un tiempo en Coruscant, Mando?
El mandaloriano no se movió. Ella creía que se negaría, pero tras un rato asintió otra vez. Se llevó las manos al casco y lo deslizó lentamente sacándoselo de la cabeza. Entonces el cabello negro resbaló por sus hombros, largo y liso. Su rostro juvenil, de facciones refinadas, sorprendió a Nabiki.
—Creía que ustedes nunca mostraban el rostro.
—No todos.
Nabiki alzó una ceja y sonrió. Se inclinó un poco hacia adelante, con un dedo en la mejilla y una mirada afilada.
—¿Y qué dices de mi propuesta?
—Me gustaría, Nabiki Tendo —respondió el joven mandaloriano—, pero no me gusta que me llamen Mando. Mi nombre es Mousse.
Nabiki sonrió.
—Bueno, Mousse, tenemos un trato entonces.
Ella dejó la silla y parándose delante del alto y joven mandaloriano, le extendió la mano. Él la miró con extrañeza, como si le costara ver bien, pero fue tan solo un instante antes de recobrar su gesto serio e indolente. Entonces hizo lo mismo y estiro su mano.
Y estrechó la pequeña y suave mano de la senadora.
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Fin
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Un año más de aislarnos en la realidad, pero de unirnos a través de la fantasía. Gracias por seguir leyendo mis historias, por escribirme inspiradores comentarios incluso en mis fics más viejitos. Todos los leo, absolutamente todos, son el motor de la inspiración en tiempos difíciles.
Un poco de trivia: HK-47 es un androide asesino que aparece en los antiguos videojuegos de rol Knights of the Old Republic (Kotor). Zhuzí significa bambú en chino mandarín. Ma es caballo, también en chino (Mǎ). Y mi personaje en el primer juego Kotor usaba dos sables violetas, y en el segundo Kotor usaba un único sable plateado. La dupla de Ranko y el panda está inspirada directamente de los fics de Randuril, y más todavía, si ya lo notaron, la pareja formada por Nabiki y Mousse, son todas referencias a sus historias. El nombre del planeta Nann II del sistema Chuan se entiende si juntan todas las palabras: Nann ii chuan.
¡Feliz día de la fuerza!
Nos vemos en un año más con el siguiente capítulo, fufufu.
