BESOS SALVAJES
Soy un Namikaze
Salmón escalfado, stoviesy escinco a la cullen. Una ensalada de frutos secos y arándanos. Un plato de quesos escoceses, torta dulce con mantequilla y mermelada. Vino espumoso en copas Baccarat.
¿Muerte por deliciosa cocina escocesa y cristal fino?
— Pensé que traería un emparedado de mantequilla de maní o alguna cosa así— dijo Hinata cuidadosamente.
Naruto colocó el plato final en la cama y la miró. Su cuerpo entero se tensó. Cristo, ella era una fantasía hecha realidad en su cama, recostada contra el cabecero, sus muñecas atadas a los postes. Era todas curvas suaves, su falda montando arriba de sus muslos dulces, tentándolo con vislumbres prohibidos, un suéter ajustado abrazando sus pechos llenos y redondos, el pelo desgreñado en torno a su cara, sus ojos brillantes tempestuosos.
No tenía duda de que era virgen. Su respuesta a su corto beso le había dicho eso y mucho más. Nunca había tenido a una muchacha como ella en su cama. Ni siquiera en su propio siglo, donde hasta las muchachas de buena cuna habían dado a los hermanos Namikaze un amplio espacio de maniobra. Los rumores acerca de "esos brujos paganos" habían sido muy abundantes en las Highlands. Sin embargo, las mujeres experimentadas, las mujeres casadas y las criadas, habían buscado ansiosamente sus camas, pero evadió lazos más permanentes.
Se sienten atraídas por peligro, pero no piensan vivir con él, le había dicho Menma
una vez, con una sonrisa amarga. Les gusta acariciar la sedosa piel de la bestia, sentir su poder y su fiereza, pero sin duda alguna, hermano, nunca, nunca, confiarán en la bestia cerca de sus niños.
Pues bien, era demasiado tarde. Ella estaba con la bestia le gustara o no. Si sólo se hubiera quedado en la calle, habría estado a salvo de él. La habría dejado en paz. Habría hecho lo más honorable y la habría borrado de su mente. Y si por casualidad la hubiera encontrado otra vez, fríamente habría dado media vuelta y caminado en otra dirección.
Pero era demasiado tarde para actuar con honor. Ella no se había quedado en la calle como una buena muchacha. Estaba allí en su cama. Y él era un hombre, y no uno muy honorable para el caso.
¿Y cuándo la dejarás en libertad?, sisearon los andrajos de su honor.
La dejaré tan deleitada que no lo lamentará. Algún otro tonto balbuceante la lastimaría. La excitaré en formas que nunca olvidará. Le daré fantasías que calentarán sus sueños por el resto de su vida.
Y ese era el fin de esa discusión, en lo que a él concernía. La necesitaba. La oscuridad interior se hacía más y más salvaje sin una mujer. Ya no tenía la posibilidad de entretener a Shizuka, u otras mujeres, en su casa. Pero la seducción, no la conquista, era el plato fuerte en la mesa en esa oportunidad. Le cedió esa noche, quizá la mañana, pero dentro de poco tiempo sería la conquista.
—Entonces, hum, ¿vas a desatarme?
Con esfuerzo, él arrancó la mirada de su falda retorcida. Había apretado sus rodillas de todos modos.
Muchacha sabia, pensó sombríamente, pero eso no será necesario a la larga.
Ella dijo fríamente:
—No puedes secuestrarme así nada más.
—Pero puedo.
—Hay personas que me buscarán.
—Pero no aquí. Nadie me interrogará, lo sabes.
Cuando él se movió con cuidado en la cama para confrontarla, ella se aplastó contra el cabecero.
—No sufrirás ningún daño en mis manos. Te doy mi palabra.
La joven abrió la boca y luego la cerró, como si hubiera cambiado de opinión. Luego pareció cambiar su propósito una vez más, se encogió de hombros, y dijo:
—¿Cómo puedo creerte? Estoy sentada en medio de todas estas cosas hurtadas y me has atado. No puedo evitar preocuparme acerca de tus intenciones para conmigo. Entonces, ¿qué harás?—. Cuando él no respondió inmediatamente, ella agregó con calor—: Si vas a matarme, te advierto que te asustaré hasta el fin de tus despreciables días. Haré de tu vida un infierno. Haré que la legendaria banshee parezca comedida y agradable en comparación. Tú... tú... visigodo bárbaro— estalló.
—Och, ¿y qué hay de tu sangre escocesa?— dijo él con una sonrisa débil—. Acabas de darme una delicada muestra de tu temperamento. Aunque "visigodo" sea un poco inverosímil, ya que apenas hago algo tan épico como saquear Roma.
Ella lo miró con el ceño fruncido.
—Montones de libros se perdieron también en esa época.
—Los trato con cuidado. Y no necesitas preocuparte. No te haré daño. No haré nada que no desees que haga. Puede que haya pedido prestados algunos tomos, pero esa es la extensión de mis delitos. Me iré pronto. Cuando lo haga, te liberaré.
Hinata contempló su cara fijamente, pensando que realmente no le había gustado esa parte de "no haré nada que no quieras que haga". ¿Qué había querido decir con eso?
Inmóvil, su mirada fija permanecía ecuánime. No podía suponer por qué él se tomaría la molestia de mentir.
—Casi podría creer que lo dices sinceramente— dijo finalmente ella.
—Lo hago.
—Hmph— masculló sin comprometerse. Una pausa, y después—: Entonces, ¿por qué lo haces?— preguntó, señalando con su cabeza en dirección a los textos robados.
—¿Tiene importancia?
— Pues bien, puede que no, pero en cierto modo la tiene. ¿Sabes?, conozco esas colecciones que robaste. Había muchas antigüedades más valiosas en ellas.
—Busco cierta información. Simplemente los pedí prestado. Serán devueltos cuando me vaya.
—Y la luna está hecha de queso— dijo ella secamente.
—Lo haré, aunque no creas en mí.
—¿Y las otras cosas que has robado?
—¿Qué otras cosas?
— Todas esas cosas celtas. Los cuchillos y las espadas y los distintivos y las monedas y...
—Todo eso es mío por derecho de nacimiento. Ella le propinó una mirada escéptica. —De verdad.
Hinata bufó.
—Éste es el Regalia Namikaze. Yo soy un Namikaze.
Su mirada se volvió especulativa.
—¿Estás diciendo que las únicas cosas que realmente has robado son los textos?
—Prestado. Y sí.
—No sé qué pensar— dijo ella, negando con la cabeza.
—¿Qué dicen tus entrañas... no, esa no es la palabra correcta... qué dicen tus instintos?
Ella lo miró fijamente, tan intensamente que pareció taladrarlo. Él se preguntó si una muchacha alguna vez lo había mirado tan penetrantemente antes, como tratando de indagar las profundidades de su alma, hasta lo más oscuro de su corazón. ¿Cómo lo juzgaría esa inocente? ¿Lo condenaría como él se había condenado a sí mismo?
Después de algunos momentos, ella se encogió de hombros y el instante se perdió, casi inadvertido.
—¿Qué clase de información estás buscando?
—Ésta es una larga historia— se evadió, con una sonrisa burlona.
—Si me dejas ir, realmente no le diré nada a nadie. Prefiero permanecer viva que hundirme en remordimientos morales. Esa siempre ha sido una cosa muy fácil para mí.
—¿Una cosa muy fácil?— repitió él lentamente—. ¿Una decisión simple?
—¿Decisión simple?
Hinata parpadeó.
—Sí—. Lo miró fijamente. A juzgar por una cierta cantidad de palabras que él usaba y la forma en que ocasionalmente hacía una pausa, como si cavilara sobre un término o frase, se le ocurrió que quizá el inglés no fuera su lengua materna. Él había entendido el francés. Con curiosidad, examinándolo, le preguntó en latín si el gaélico era su lengua materna.
Él contestó en griego que lo era.
¡Jesús, el ladrón no era sólo espléndido, era también políglota! Comenzaba a sentirse traidoramente como Rene Russo otra vez.
—Realmente lees estas cosas, ¿no es así?— dijo con duda—. ¿Por qué?
—Te lo dije, mujer busco algo.
—Pues bien, si me dices qué, tal vez pueda ayudarte—. En el instante que las palabras dejaron su boca, se sintió horrorizada—. No quise decir eso— se retractó precipitadamente—. No me ofrecí a ser cómplice de un criminal.
—Eres una muchacha curiosa, ¿no es cierto? Sospecho que a menudo saca lo mejor de ti—. Él gesticuló hacia la comida—. Esto se enfría. ¿Qué te gustaría comer?
—Cualquier cosa que comas primero— dijo ella instantáneamente. Una mirada de incredulidad cruzó su cara.
—¿Piensas que te envenenaría?— dijo él indignado.
Cuando lo dijo, sonó como si fuera un pensamiento patentemente ridículo y perfectamente paranoico.
—Pues bien— dijo ella a la defensiva—, ¿Cómo puedo saberlo?
Él le propinó una mirada amonestadora. Luego, sosteniendo su mirada, tomó un bocado lleno de cada plato.
—Quizá sólo pueda matar en grandes dosis— contrarrestó la joven. Enarbolando una ceja, él tomó dos bocados más.
—Mis manos están atadas. No puedo comer.
Él sonrió entonces, una sonrisa sexy que la hizo temblar.
—Och, pero puedes hacerlo, — ronroneó él, atravesando con un tenedor una rebanada blanda de salmón y levantándolo hacia sus labios.
—Estás bromeando— dijo ella rotundamente, manteniendo los labios fuertemente cerrados. Oh, no, él no iba a dañarla, simplemente iba a torturarla, tentándola, fingiendo que le resultaba atractiva, y observando a Hinata Hyûga convertirse en un idiota balbuciente al ser alimentada por la mano del hombre más increíblemente magnífico de ese lado del Atlántico. De ninguna manera. No iba a hacerlo.
—Abre la boca— la instó él.
Ella dijo tercamente:
—No tengo hambre.
—Eres demasiado terca.
—No lo soy.
—Me lo agradecerás en la mañana— dijo él, con una sonrisa débil jugando al borde de sus labios sensuales.
Hinata entrecerró sus ojos.
—¿Por qué estás haciendo esto?
—Una vez, hace mucho tiempo, en Escocia, un hombre seleccionaba lo más fino de su plato y alimentaba a su mujer—. Su brillante mirada Azulada se unió a la de ella—. Sólo después de que hubiera saciado los deseos de su mujer por completo, él podría saciar los suyos.
Whuh. Ese comentario fue directamente a su vientre, llenándolo de mariposas. Prosiguió directo a unas pocas otras partes también, partes en las que era preferible no pensar. No sólo era un mujeriego, era un seductor. Rígidamente, ella apretó los dientes.
—No estamos en la antigua Escocia, no soy tu mujer, y además apostaría que ella no estaría atada.
Él sonrió y ella comprendió por fin qué era lo que la molestaba de su sonrisa: aunque él había sonreído varias veces, su diversión nunca parecía alcanzar sus ojos. Como si el hombre nunca realmente bajara la guardia, sin relajarse nunca por completo.
Conservaba alguna parte de sí mismo apartada, guardada bajo llave. Ladrón, secuestrador y seductor de mujeres: ¿qué otros secretos escondía detrás de esos ojos fríos?
—¿Por qué te opones a mí? ¿Piensas que te podría asesinar con mi tenedor?— dijo con poca seriedad.
—Yo...
Salmón en su boca. Ladrón tramposo. Y estaba bueno. Cocinaba a la perfección. Ella tragó apresuradamente.
—Eso no fue justo.
—¿Pero estaba bueno?
Ella lo miró furiosamente, en un silencio decidido.
—La vida no es siempre justa, pero eso no significa que a pesar de todo no pueda ser dulce.
Desconcertada por su profunda reflexión, Hinata decidió que sería más sabio simplemente rendirse. Sólo Dios sabía lo que él podría hacer si ella se negara, y además, tenía hambre. Sospechaba que podría reñir con él hasta que se le pusiera la cara azul, y no llegarían a ninguna parte. El hombre iba a alimentarla y eso era todo.
Y francamente, cuando él estaba sentado allí en la cama, tan pecadoramente espléndido y juguetón y fingiendo flirtear... era un poco difícil de resistir, si bien ella sabía que era simplemente alguna clase de juego para él.
Cuando tuviera setenta años (asumiendo que sobreviviera ilesa), sentándose en su mecedora con sus nietos crecidos en torno a ella, podría reflexionar en el recuerdo de la noche extraña en que el irresistible Fantasma Celta la había alimentado a bocados de platos escoceses y sorbos de vino fino en su penthouse en Manhattan.
El ligero roce de peligro en el aire, la sensualidad increíble del hombre, lo bizarro de su situación se combinaba para hacerla sentirse un poco imprudente.
No sabía que pudiera ser así.
Se sentía... bueno... más bien intrépida.
Horas más tarde, Hinata yacía a oscuras, observando el fuego crepitar y chispear, su mente corriendo a toda velocidad acerca de los acontecimientos del día, sin alcanzar ninguna conclusión satisfactoria.
Había sido, por mucho, el día más extraño de su vida. Si alguien le hubiera dicho esa mañana, cuando se había metido en sus pantys y su traje, cómo se desarrollaría ese miércoles ordinario, frío y húmedo por la llovizna de marzo, se habría reído tomándolo como puros disparates.
Si alguien le hubiera dicho que terminaría el día amarrada a una cama suntuosa en un penthouse lujoso bajo la custodia del Fantasma Celta, observando el fuego consumirse hasta las ascuas, bien alimentada y somnolienta, habría escoltado a esa persona al distrito psiquiátrico más próximo.
Estaba asustada. Oh, ¿a quién trataba de engañar? Aunque estuviera avergonzada de admitirlo, estaba tan fascinada como asustada.
La vida había tomado un giro decididamente alocado y ella no estaba tan alterada como sospechaba que probablemente debería estar. Era un poco difícil obligarse a uno mismo a sentir un ataque satisfactorio de temor por su vida, cuando el secuestrador era un hombre tan intrigante y seductor.
Un hombre que cocinaba una comida escocesa completa para su prisionera encendía fuego para ella, y tocaba música clásica. Un hombre inteligente, bien educado. Un hombre pecadoramente sexy.
Cuando no sólo uno no había sido dañado, sino que había sido muy tentadoramente besado. Y aunque no tenía idea de lo que el mañana traería, estaba curiosa por enterarse.
¿Qué podría estar buscando él? ¿Era posible que solamente fuera lo que había dicho, un hombre rico que necesitaba cierta información por alguna razón, que al no poder obtener de manera legítima los textos que precisaba los robaba, con la intención de devolverlos?
—Claro. Tómame por estúpida—. Hinata puso sus ojos en blanco.
A pesar de todo, si lo pensaba bien, arruinando sus ideas de etiquetarlo pulcramente como un ladrón, estaba el hecho de que él había donado valiosos artefactos autenticados a cambio del tercer Libro de Manannan.
¿Por qué haría el Fantasma Celta algo así? El hecho simplemente no tenía sentido para el perfil de un mercenario de sangre fría. Estallaba de curiosidad. Por mucho tiempo había sospechado que esa misma curiosidad un día podría ser su perdición y, ciertamente, la había hecho aterrizar en un buen aprieto.
Después de la cena, él la había desatado y la había escoltado al cuarto de baño contiguo a la suite principal (guiándola un poco demasiado cerca para su comodidad, haciéndola dolorosamente consciente de las doscientas libras de ventaja de sólido músculo varonil tras ella). Unos pocos minutos y un golpe más tarde, él le había informado que había colocado una camisa y un pantalón fuera de la puerta (él los había llamado trews).
Ella había pasado treinta minutos en el cuarto de baño cerrado, primero fisgoneando por un ducto de calefacción que tuviera el tamaño conveniente para que entrara una persona, del mismo tipo que frecuentemente se veía en el cine pero nunca se encontraba en la vida real, luego deliberando sobre si escribir un mensaje de S.O.S. con lápiz de labios en la ventana podría lograr algo. Aparte de que él lo encontrara y se irritara.
Finalmente no había tomado ninguna decisión. No aún, de cualquier manera. No había ninguna necesidad de alertarlo de sus intenciones de escapar a la primera oportunidad. No se había sentido lo suficientemente valiente como para arriesgarse a desnudarse y darse una ducha, incluso con la puerta cerrada, así que se había lavado un poquito, luego se había desmaquillado, cepillado los dientes con el cepillo de dientes de su anfitrión, porque no había manera de que se acostara sin hacerlo.
Se había sentido extraña usándolo. Nunca había usado el cepillo de dientes de un hombre antes. Pero después de todo, había racionalizado, habían comido del mismo tenedor. Y casi había tenido su lengua en su boca. Honestamente, le habría gustado tener su lengua en su boca, siempre que tuviera la seguridad de que terminaría allí. (No iba a convertirse en el siguiente par de bragas bajo su cama, ni aunque hubiera tenido algunas que dejar.)
Se ahogó en las ropas que él le había dejado, pero al menos cuando la había reatado a la cama, no había tenido que preocuparse de que su falda se subiera. El cordel en la cintura de los pantalones era lo único que la había salvado de caer rodado alrededor de diez veces, con la camisa hasta las rodillas. No tener puestas las bragas era un poco desconcertante.
Él la había arropado bajo la colcha. Había probado los lazos. Los había prolongado ligeramente para que ella pudiera dormir con más comodidad.
Luego se había levantado al borde de la cama un momento, contemplándola con una expresión insondable en sus ojos azules. Crispada, ella había roto el contacto visual primero y había comenzado a rodar en la medida en que fue capaz sobre su costado, alejándose de él.
Jesús, pensó, con los párpados pesados y somnolientos. Olía como él. Su olor la rodeaba.
Empezó a quedarse dormida. Se caía de sueño. No podía creerlo: en condiciones tan atroces y llenas de tensión, se caía de sueño. Pues bien, se dijo a sí misma, necesitaba su sueño para que su ingenio se hallara afilado la mañana siguiente. Mañana escaparía.
Él no había tratado de besarla otra vez, fue su pensamiento final, ligeramente triste, y completamente ridículo antes de que flotara suavemente hacia el sueño.
Varias horas más tarde, demasiado alterado para dormir, Naruto estaba en la sala de estar, escuchando la lluvia golpeteando contra las ventanas y tratando de concentrase en el Midhe Codex, una colección de, en su mayor parte, mitos absurdos y profecías vagas ("un desorden masivo de misceláneas medievales" un renombrado estudioso lo había llamado, y Naruto empezaba a estar de acuerdo), cuando el teléfono sonó. Él lo recorrió con la mirada prevenidamente, pero no se levantó para contestar.
Una pausa larga, un pip, luego:
—Naruto, soy Menma.
Silencio.
—Sabes cómo odio hablar con las máquinas. ¿Naruto?
Un largo silencio, un suspiro pesado.
Naruto convirtió en puños sus manos, las desempuñó, luego dio masaje a sus sienes con los talones de sus palmas.
—Tanahi está en el hospital...
La cabeza de Naruto se irguió en dirección al contestador automático, medio se levantó, pero se detuvo.
—Tuvo contracciones prematuras.
La preocupación en la voz de su hermano gemelo acuchilló el corazón de Naruto.
Tanahi estaba embarazada de seis meses y medio y esperaba gemelos. Contuvo el aliento, escuchando. No se había sacrificado tanto para reunir a su hermano y su esposa en el siglo veintiuno, sólo para que algo le ocurriera a Tanahi ahora.
—Pero ahora se encuentra bien.
Naruto respiró de alivio y se hundió de nuevo en el sofá.
—Los doctores dijeron que algunas veces ocurre en el último trimestre, y siempre que ella no tenga más contracciones, considerarán darle el alta en la mañana.
Un momento lleno de silencio, excepto el sonido débil de la respiración de su hermano.
—...Och, hermano, vuelve a casa—. Pausa. Suavemente—: Por Favor. Clic.
Continuará...
Soy muy curiosa, me encanta la historia, y mas sobre mitologías, para mi la romana, egipcia y griega(la que mas sigo) son las que "mas conozco" ... he escuchado mucho sobre los celtas, pero esta serie me ha llevado a buscar mas allá y descubrir la mitología irlandesa.
Glosario:
- Mitología Irlandesa: La Mitología Irlandesa puede parecer cuentos de hadas pero son de hecho, historias mitológicas importantes que se han transmitido durante generaciones desde el tiempo de los antiguos celtas. La mitología irlandesa es fascinante, dramática y llena de guerra, romance, magia y misterio.
Como la mayoría de las cosas irlandesas, todo comenzó con los celtas. Esta banda de tribus, guerreros y agricultores se originó en los Alpes del centro de Europa, y se extendió a ocupar casi todo el continente europeo mucho antes de que los antiguos romanos y su mitología romana, se convirtieran en una fuerza tan dominante.
En la cima de su poder, habían habitado en todas partes entre lo que ahora es Irlanda en el oeste y Turquía en el este. Alrededor del año 225 a.C. los celtas sufrieron su primera gran derrota a manos de los romanos, y durante los siguientes siglos llegaron más ataques. Como no tenían ninguna forma de gobierno u organización centralizada, declinaron gradualmente. Excepto, es decir, para las áreas donde los romanos y otras sociedades nunca lograron llegar; a saber, Irlanda, Escocia, la Isla de Man, Gales, Cornwall en Inglaterra y Bretaña en Francia.
La sociedad celta era rica y compleja. Pusieron gran énfasis en la guerra y la victoria, y vieron la nobleza, la religión, la riqueza y la belleza como muy importantes. Eran hábiles artesanos y crearon exquisitas joyas y objetos decorativos de oro, cobre y bronce. Tenían un calendario astronómico y celebraron varios festivales en honor a sus dioses y diosas, construyendo impresionantes monumentos y tumbas para honrar a sus muertos que estaban alineados con las estrellas.
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- las Banshees: Por siglos, las Banshees han aterrorizado Irlanda. Mensajeras sobrenaturales de la muerte, fueron llamadas en irlandés Mná Sidhe, o mujeres del más allá. Con los fieros vientos del oeste aullando, si oyes su lamento, no te atrevas a mirar por la ventana por miedo a vislumbrar esa fantasmagórica criatura, peinando su largo y negro cabello, anunciando una muerte en la familia, o aún llamando a los mismos habitantes de la casa a la tumba.
- Libro de Manannan: Manannan Mac Lir es un dios marinero en el folclore irlandés. Él es el hijo de Lir (en irlandés, el nombre es "Lear", que significa "océano"; "Lir" es el genitivo de la palabra). Normalmente está conectado con Tuatha Dé Danann, aunque la mayoría de los especialistas consideran que Manannan tiene un lugar con una raza de dioses más experimentada. Manannan o Manannán Mac Lir, es el nombre dado a una de las divinidades anfibias en el folclore celta, además recibe el nombre del señor de la llegada garantizada, de manera similar a como en numerosas leyendas diferentes se identifica con el otro mundo.
