I'm depressed and I wanna write some self-indulgent fluff. So, here I go...
Bruno Bucciarati estaba teniendo un mal día. Esa mañana sin razón aparente en particular había despertado sin ganas de nada. No existía ninguna razón en particular, simplemente era uno de esos días. O bueno tal vez se debía a las cosas particularmente jodidas que había presenciado la noche anterior durante un recorrido nocturno a un barrio aledaño.
Como si le hecho de estar en una mafia a tan joven edad, rodeado de adolescentes aún más jóvenes, los cuales habían atravesado diversas situaciones particularmente jodidas incluso antes de superar la pubertad, no fuera suficiente recordatorio de lo inhóspito que puede ser este mundo y lo crueles que pueden ser los corazones humanos, la noche anterior había tenido que llevar a un niño (de no más de 12 años) al hospital tras encontrarlo inconsciente, víctima de una sobredosis. Apenas había logrado dormir pues cada que cerraba los ojos el rostro desesperado de la madre de dicho muchacho se filtraba tras sus párpados.
Había pedido de favor al médico que lo mantuviera informado sobre el estado del chico: dado que Bucciarati era quien correría con los gastos del hospital, la petición fue aceptada. Era medio día y aún no recibía ningún mensaje, lo que podía interpretarse en partes iguales como una buena o mala señal.
Finalmente, dejó a un lado la pila de papeleo, pues no lograba procesar las palabras impresas. Habían demasiadas ideas arremolinadas en su cabeza, ninguna de ellas demasiado agradable. Se sentía inútil. Por no llegar más rápido al hospital la noche anterior; por no notar las señales en el muchacho las pocas veces que lo había visto, atendiendo la panadería de su madre; por permitir que los traficantes se filtraran en uno de los barrios que estaban bajo su protección...
Bruno se sentía inútil, pues a pesar de sus esfuerzos, a pesar de que cuando no estaba cometiendo atrocidades en nombre de la organización (aunque siempre tratando de atenerse a sus idealistas valores) dedicaba cada minuto de su tiempo a mejorar la comunidad, no había logrado evitar que ese niño terminara debatiéndose entre la vida y la muerte. Y como esas, habían tantas cosas que no lograba cambiar...
Un leve golpeteo en la puerta lo sacó de sus cavilaciones.
—Adelante.— Llamó el capo, irguiéndose automáticamente, tratando de ofrecer la imagen de perfección que tenía para su equipo y el resto del mundo.
—Traigo el dinero de las protecciones de la zona Este.— El tono de voz de Abbacchio era uno especialmente gentil que solo utilizaba para dirigirse a su capo; aún brusco e intimidante, pero sorprendentemente tranquilo comparado con su entonación habitual, como si la mera presencia de ese hombre lo llenara de paz.
—Está bien. Déjalo sobre el escritorio, lo revisaré más tarde, aunque confío en que hiciste un buen trabajo.— Respondió cortésmente.
Sin embargo, había algo en su voz que hizo que el ex-policía lo observara con más atención. El escrutinio de esos ojos dorados con tintes violetas tenía algo que provocaba que Bruno Bucciarati se sintiera... ¿Nervioso? ¿Expuesto? ¿Inseguro? No, no eran los adjetivos adecuados, por lo menos, no con una connotación negativa, pero era algo parecido.
—Algo te pasa ¿Qué es?— Preguntó el peliblanco después de lo que pareció una eternidad (aunque en realidad fueron solo unos segundos).
—Nada, estoy bien.— Mintió.
Abbacchio lo observó en silencio durante otros larguísimos segundos, antes de, sin previo aviso, acercarse al capo y lamerle la cara.
—Sabes a mentiroso, Bruno Bucciarati.
Y Bruno, a pesar de sentirse ligeramente miserable, no pudo contener la carcajada. Por supuesto, Abbacchio no tenía la misma habilidad de detectar mentiras a partir del sudor de las personas, pero sabía leer el lenguaje corporal de Bucciarati como ningún otro (tal vez a base de observarlo mucho más de lo socialmente aceptable). Y sabía que algo le sucedía a su capo.
—Está bien.— Admitió el pelinegro tras limpiarse el rastro de saliva con el dorso de la mano. —Solo estoy algo... Cansado.
—¿Es por todo el papeleo? Porque el inútil de Giorno no está haciendo nada. Puedo pedirle que...
—No tiene que ver con el trabajo. Es algo más... — Titubeó un poco antes de decir lo siguiente, pero decidió que si había alguien con quien pudiera bajar la guardia, era con Abbacchio. —Emocional, supongo.
—¿Es por lo de anoche?— El ex-policía no conocía los detalles, solo sabía que Bruno había regresado a la casa varias horas después de lo esperado, y cuando preguntó el por qué, el pelinegro le había explicado a grandes razgos que había llevado a un chico al hospital. No le sorprendía del todo verlo deprimido: El ver a niños sufriendo le afectaba demasiado.
—Sí y no.— Bruno soltó un suspiro lleno de pesadez y se dejó caer hacia atrás, ambas manos en las sienes, los ojos cerrados apuntando hacia el techo. Era difícil permitir que alguien más lo viera tan expuesto, pero al mismo tiempo, sentía la necesidad de externar sus pensamientos. Permaneció más de un minuto en silencio, pero Abbacchio no lo apresuró. —A veces creo que nada de esto tiene sentido.
Leone reprimió un escalofrío. Dado su historial de tendencias autodestructivas, sabía lo peligrosa que podía llegar a ser esa línea de pensamiento.
—No es algo que pudieras evitar.— Respondió el peliblanco con una suavidad inusitada.
—Ese es el punto. ¿Cuál es el sentido de esforzarse tanto, si el mundo sigue siendo un lugar de mierda? No pude hacer nada por él, así como no puedo hacer nada por tantas personas. Y solo me estoy desgastando.
Generalmente, Leone se negaría a contradecir a su jefe, pero este era un caso especial.
—Estás viendo las cosas desde el enfoque equivocado, y lo entiendo. Ser un santo debe ser agotador. Pero déjame asegurarte algo: tú haces del mundo un lugar mejor.
—Leone, no hagas eso.
—¿Hacer qué?
—Ponerme en un pedestal.
—No lo estoy haciendo. Solo digo la verdad.
—Soy un miembro de la puta mafia.
—Y de esa forma tienes más poder para ayudar a los demás que aquellos que se suponen que deberían hacerlo. Haz hecho más cosas buenas por esta ciudad que el cuerpo policiaco completo.
—¡Y PARA QUÉ! ¡NO VALE LA PENA! ¡NO HE CAMBIADO NADA! ¡EL MUNDO SIGUE SIENDO UN LUGAR HORRIBLE, LOS INOCENTES SIGUEN SUFRIENDO, TODOS SIGUEN ABUSANDO EL UNO DEL OTRO, LA HUMANIDAD NO TIENE FUTURO, Y YA ESTOY CANSADO!
El exabrupto los tomó por sorpresa a ambos. Bruno no había querido gritarle, simplemente no había podido evitar que su frustración se canalizara de esa forma, especialmente considerando que llevaba semanas sin una buena pelea. Eso no lo justificaba, por supuesto. Apenas las palabras habían terminado de salir de su boca se sintió peor.
—Leone, lo siento, yo...
—No te preocupes, entiendo.
No trató de detenerlo cuando lo vio alejándose, pues no sabía muy bien cómo disculparse. Cuando la puerta se cerró tras Abbacchio, Bruno se sintió aún peor.
Mientras tanto, Leone se dirigió a la sala, buscando algo (o más bien a alguien) en específico. No tardó en encontrarla en el sillón, acostada a lado de Giorno. Sin saludar al presente, tomó a la bola de pelos entre sus brazos y se dirigió de regreso a la oficina. Tal vez él no era la persona más apta para hacer sentir mejor a otros, pero por Bruno, estaba dispuesto a intentarlo.
—¿A dónde la llevas?— Preguntó Giorno, con curiosidad y desconfianza en partes iguales: no quería que se repitiera un incidente como el de Fugo.
—Cállate, Giorno.— Respondió el albino, sin prestar verdadera atención a las palabras del chico. El aludido decidió pasarlo por alto al notar que se dirigía a la oficina de Bucciarati y volvió a centrar su atención en su libro.
Esta vez Abbacchio no llamó a la puerta, simplemente entró, y dejó a la Doctora (quien se había dejado cargar dócilmente) en el suelo. La perra, al notar a Bucciarati, se acercó a él con un trote alegre y meneando la cola. Bruno, sorprendido por la repentina intromisión de ambos, la acarició por mera inercia.
—Pensé en traer a alguno de los mocosos, pero harían esto un escándalo, y supongo que la bola de pelos funciona para lo mismo.
—¿Para qué?— Preguntó el azabache, confundido.
—Para probar mi punto. Dime, ¿dónde estaría de no ser por tí?
—No fui yo quien la recogió, fue Mista.— Contestó Bucciarati, comprendiendo hacia dónde se encaminaba la conversación.
—Pero fuiste tú quien le permitió quedarse en la casa. A demás, Mista no habría podido encontrarla de estar en la cárcel, de dónde tú lo sacaste.
—Y lo arrastré a la mafia.
—Fue su decisión. Ahora, responde mi pregunta. ¿Dónde estaría?
—No lo sé.— Respondió con una inseguridad impropia de él.
—Pero tienes una idea. En la calle, o en la perrera, o muerta. Sin embargo, está aquí, viva, molesta y feliz gracias a tí. Todos estamos aquí gracias a tí.
—Atrapados en el bajo mundo.
Un poco harto por la terquedad de su jefe, Abbacchio se arrodilló frente a él, para quedar a su altura, y lo tomó de las mejillas para impedir que rehuyera su mirada.
—Tuvimos otras opciones, nosotros fuimos los que elegimos este camino. Yo fui quien eligió este camino. E incluso si no fuera el caso, si me hubieras obligado a seguir tus pasos, seguiría siendo mejor que estar muerto. Porque eso hubiera pasado, estaría muerto, Bucciarati. Tú me salvaste. Tú nos salvaste. Tal vez sientas que tus esfuerzos no son suficientes para cambiar el mundo, pero lo son para cambiar el mundo de aquellos que te conocen. Si hubieran más personas como tú, este sería un lugar mejor, y si desaparecieras, esto estaría aún mas cerca de ser el infierno. Tal vez la humanidad no te merezca, Bruno, tal vez ninguno de nosotros lo haga, y tienes todo el derecho a estar cansado, pero no vuelvas a decir que lo que haces no vale la pena, porque eso sería una mentira.
Bruno no respondió. No sabía qué decir, así que simplemente cerró los ojos y dejó que su frente descansara sobre la del peliblanco, mientras este acariciaba sus cabellos con ternura y él mismo acariciaba a la Doctora.
Finalmente, después de un largo rato, murmuró un tenue:
—Gracias.
Estaban tan cerca que el albino pudo sentir su aliento rozando su rostro al hablar.
—No tienes nada que agradecer.
Permanecieron otra pequeña eternidad en silencio, disfrutando de la agradable intimidad del momento. Hubieran podido seguir así por horas, de no ser por los gritos provenientes de la cocina.
Bucciarati decidió que podían esperar unis minutos antes de que la situación escalara hasta el punto en que alguien necesitara de la asistencia de Gold Experience: Ya estaba familiarizado con la dinámica de las peleas entre Fugo y Narancia. Le echó una rápida ojeada al papeleo y decidió que no era tan urgente.
—¿Qué tal si vamos todos juntos por helado? Necesito un descanso.
Aunque la idea de meterse en un auto con la bola de adolescentes fastidiosos (y un perro, porque por supuesto que iban a llevar a la Doctora) no era su definición de la tarde ideal, pensaba hacer lo que fuera necesario para complacer a su capo.
—¡MOCOSOS, ARRÉGLENSE, IREMOS POR HELADO!
Esas palabras bastaron para que, en la cocina, Narancia soltara el cuchillo carnicero que estaba blandiendo y corriera a ponerse zapatos.
Durante el camino, Bucciarati recibió un mensaje del médico, anunciándole que el niño había despertado y que el pronóstico era favorable.
Lo del capítulo es algo que hablé hoy con el terapeuta. A veces simplemente estoy harta, y tengo la sensación de que el mundo es un lugar horrible, y estoy frustrada por no poder hacer más por las personas que amo, o por mí misma. Pero si todos tiramos la toalla, el mundo sería un lugar aún peor. Y bueno, ser un poco optimista es bueno para el alma, incluso si todo es intrascendente.No sé, me siento muy mal, tal vez debería retonar mi medicación jsjsjsj.
