Pude sentir el agarre de sus brazos, el calor de su boca, como sus músculos se flexionaban mientras me atraía hacia él, era un beso que tenía la intención de ser inocente, pero una ráfaga de hambre me recorrió, estábamos conectados, siempre lo estaríamos, podía sentir como fluía entre nosotros, como ambos queríamos resistirnos por razones diferentes, y sin embargo ninguno lo quería terminar. Él fue quién rompió el contacto, me tomó de las manos y me guío hasta el sitial bellamente labrado en la esquina de la habitación, se sentó y me acomodó en su regazo, sólo el hecho de que no había soltado mis manos me previno de sonrojarme.

- Hay algo que he querido preguntarte – dijo mientras me acomodaba un cabello rebelde detrás de la oreja.

- ¿Sí?

- La otra noche, antes de que durmieras te regalé un preciado secreto, mi nombre. El nombre que me fue otorgado y no el título del cual me apoderé – hubo una pausa en la que enarcó una ceja – me quedé contigo un rato más después de que te dormiste, y susurraste mi nombre mientras te reías en sueños, me intriga mucho el porqué.

- Oh – intenté disimular mi sonrisa, pero no lo conseguí, tenía una vaga idea de lo que podría haber pasado por mi mente – es sólo que es tan… común, conocí a tres en el primer ejército ¿sabes?

- Ya veo, así que la señorita esperaba algo más original, tal vez un poco más siniestro – me respondió con una sonrisa ladeando el rostro para observarme con curiosidad - ¿Lo dirías para mí?

- Aleksander – susurré.

Su sonrisa desapareció lentamente, sus ojos grises parecieron parpadear, pude sentir cuando sus piernas se tensaron.

- De nuevo – exigió.

- Aleksander.

Sus brazos me rodearon, fuerte, sentí como su respiración cambiaba mientras acortábamos la distancia que nos separaba, creí que iba a besarme, pero juntó nuestras frentes como ya había hecho una vez antes. Entonces lo entendí, no había nadie en el mundo igual que nosotros, estábamos solos y éramos diferentes.

- Hay tantas cosas que me gustaría saber – murmuré – ojalá pudiera perdonarte, olvidar todo y volver las cosas a como eran antes.

- ¿Crees que lograrías perdonarme Alina? ¿Después de las cosas que he hecho?

Abrí los ojos, sin recordar en que momento los cerré, Aleksander parecía impasible, pero había algo parecido al temor en sus ojos. No quería mentirle, verlo así casi me dolía, ¿podía perdonar lo que me había hecho?

- Me mentiste antes – susurré.

- Decir medias verdades no es del todo mentir – susurró en respuesta, pero sus ojos no me miraron.

Bien, era una forma de verlo. Desde el inicio ambos habíamos contado con el amplificador, el ciervo siempre había estado en los planes de ambos, las cosas sólo se habían tornado oscuras al final, cuando lo abandoné todo y hui siguiendo las advertencias de Baghra, cuando me fui con Mal.

- Si me hubiese quedado… ¿me lo habrías dicho?

- Sí, probablemente hubiera esperado de todas maneras a que tuvieses puesto el collar – una jugada inteligente, pensé – no sé si te hubiera dicho que era el Hereje negro, pero sí lo que planeaba hacer por Ravka.

- Ahora soy yo quien ha guardado una pregunta – tragué saliva antes de continuar - ¿me utilizaste? El beso junto al lago, la kefta con tus colores, cuando nos escabullimos del baile en la demostración ¿era un plan? Sin mentiras.

- Sin mentiras – prometió – al principio sí, necesitaba tu lealtad, Alina, te necesitaba atada a mi por algo más que el deber o el miedo, pero hubo otras cosas, otros… sentimientos, no mentí cuando dije que sentía ira ese día, mis planes marchaban bien, había esperado tanto tiempo para encontrar al ciervo y los tenía por fin a ambos, debí organizar la partida esa misma noche… y en lugar de ello, preferí sucumbir ante ti.

- Yo creí… bueno las cosas que después… Zoya dijo que… - no sabía cómo continuar, quería que me lo aclarara, no tenía nada que reclamar, pero quería escucharlo de su boca.

- Lamento si esto te suena un poco cliché, pero cualquier aventura vaga que mantuviera se acabó el mismo día en que te conocí. Sólo tú eres mi igual, Alina – sus ojos se entrecerraron un poco – pero permíteme a mi preguntar, ¿qué hay de tu príncipe Lanstov?

- ¿Por qué sientes tanto desdén por los otkazat´sya?

- No es desdén, es comprensión – alcé una ceja así que medio volteó los ojos antes de continuar – son predecibles, las personas te amarán por un tiempo, pero ¿qué pensarán de ti cuando su rey muera y tu permanezcas sana y joven?

Me quedé helada, era cierto que aún no me hacía a la idea de la larga vida que se extendía frente a mí, un abismo de eternidad, abierto, enterraría a todos mis cercanos antes de darme cuenta, puede que incluso sobreviviera a otros Grisha, miré el amplificador de mi muñeca, ¿cuántos años más me había potenciado también?

- No lo habías considerado, ¿verdad? – su tono sonó amable – tú vives en un único instante, pero yo vivo en miles. Al final entre más te agradan los lloras más.

- Supongo que no creí que los Santos vivieran mucho – musité.

¿Cuántas pérdidas había llorado él? ¿Había tenido amigos? ¿Una esposa? ¿Había dejado que alguien se le acerca tanto como para tenerlos? Me recliné contra él para descansar mi cabeza en el hueco de su cuello, aspiró el olor de mi cabello y subió una de sus manos para pasarlas por él con cuidado, estuvimos así un momento muy largo, las luces comenzaban a consumirse cuando finalmente habló.

- Dijiste antes que hay muchas cosas que te gustaría saber antes de estar segura de poder perdonarme.

- Y son tantas que no sabría bien por donde comenzar – asentí.

- Alina, me he estado preguntando… La noche que Baghra te contó mis planes, ¿dudaste?

- Sí.

- ¿Alguna vez en los días siguientes pensaste en volver?

- Sí.

- Bien.

Se movió y me hizo alzarme un poco, entendí sus intenciones así que lo miré de frente, a los ojos, su expresión me era confusa, no había sonrisas.

- Quiero proponerte una tregua, temporal por supuesto, a ti y a Lanstov. No me malinterpretes, mis planes no han cambiado en lo que concierte a Ravka, tal vez un poco en lo que concierne a los nichevo´ya, pero no en lo macro de las cosas, yo seguiré trabajando en mi campaña y ustedes en la suya, sólo prometo no lanzar toda mi artillería al fuego, por ahora.

- Jamás creí que escucharía la palabra tregua en esta guerra.

- Este alto al fuego duraría 10 noches – explicó sin inmutarse – vendré aquí y te contaré las cosas que necesites saber sobre mí, mi pasado, mis ambiciones, incluso te aclararé mis pensamientos al conocerte, si lo necesitas. Después de eso tomarás tus decisiones. Puedes quedarte a pelear y convertirte en un mártir, casarte con Lanstov o tu explorador, también puedes huir de todo y dejarles la responsabilidad a otros.

- ¿Esas son todas mis opciones? – pregunté en voz baja, procesando todo lo que me acababa de decir.

- Hay un trono junto al mío, Alina.

- ¿Estás ofreciéndome una corona?

- Siempre tuve intención de que gobernaras como mi igual.

- Baghra es tu madre y te desobedeció, ¿qué pasaría conmigo si te desobedeciera? – me mordí el labio, arrepintiéndome de preguntar.

- Bueno, podríamos resolverlo políticamente y hablarlo – una parte de mi recordó el pasado consejo de guerra y enrojecí.

- ¿Y si no pudiésemos? ¿Si nuestras diferencias fueran demasiadas?

- Sospecho que ambos terminaríamos dañados si lo fueran – sus ojos se alzaron hacia mi - ¿aceptarás mi tregua?

- No puedo sólo llegar y decirle a Nikolai y al consejo de guerra de esto, ni siquiera debería estar sentada contigo así, si les digo que te veo…

- Te creerán loca, o querrán usarte para sacarme información – terminó por mi – tengo maneras de hacer llegar mi mensaje, diez días de tregua, para que recojan a sus muertos y recuperen a los heridos.

- ¿Muertos? – me sobresalté, me levanté al instante, mis piernas me replicaron por ello.

- Fue culpa del otro otkazat´sya ese príncipe idiota, envió una guarnición preventiva de soldados del primer ejército a atacarnos, no tenían ninguna maldita oportunidad, pero al parecer les había ofrecido una recompensa lo suficientemente grande para lanzarse de lleno sin pararse a mirar alrededor.

- ¿Cuántos muertos? – pregunté, mi garganta repentinamente se secó.

- Pocos – entrecerró los ojos – muchísimos menos de los que habría si hubiera soltado los nichevo´ya, los detuvieron mis Corporalnik, la mayoría de ellos eran apenas niños.

- Voy a matar a Vasily.

Estaba fúrica, después de todas las conversaciones del consejo, del desdén por la vida de otros por su origen humilde, me di una palmada imaginaria en el hombro por haberlo enfrentado la última vez, pero ahora iba a escucharme de nuevo.

- Se le prohibió tomar decisiones fuera del consejo, le dije expresamente que si no creía en los hechos enviaría su trasero a custodiar el Abismo – me revolví paseando por la habitación como si fuese una jaula.

- Las órdenes les habían sido entregadas hace menos de tres días – me compartió y se levantó con gracia de donde estaba, observándome.

- Jamás debería haber siquiera postulado al trono, voy a patear su maldito trasero fuera de este palacio la próxima vez que se atreva siquiera a acercarse a la asamblea.

- Todos saben que es quién tiene más derecho al trono, y el Rey le da su respaldo, aunque claramente no lo merezca.

- Nikolai ha intentado desprestigiarlo, le hemos tendido trampas, pero su credibilidad siempre ha sido cuestionable como para hacerla resaltar ahora.

- ¿Serías capaz de matarlo? – su pregunta me descolocó, dejé de caminar.

Lo había considerado, sí, no hacerlo yo, pero tal vez sugerirle la idea a su hermano, Nikolai quería hacer las cosas bien, pero no estaban funcionando, más de una vez se había susurrado entre los generales mayores la idea de un accidente desafortunado en el caballo, incluso entre los Grisha había quienes querían prenderle fuego "por accidente" en alguna demostración, pero de ahí a concretarlo… Mi poder ya se había cobrado vidas antes, fuera por elección de Aleksander o no, mis manos ya estaban manchadas.

- No estoy segura, pero abiertamente, no.

- ¿Y dejarías que otro lo hiciera por ti? En la guerra siempre hay sacrificios, eso yo lo sé bien, pero hay algunos sacrificios que simplemente no deberían hacerse, ninguno de esos niños tenía porqué morir. Hasta un hereje como yo lo entiende.

- ¿Qué estás proponiéndome? – no podía creer que estuviera considerándolo, pero lo estaba.

- Una prueba de fe.