—Solo si tú quieres, Ganyu.

La aludida traga. Boquea. No encuentra las palabras. Sus bonitos labios se contraen y reciben la presión de sus dientes en un mordisco inconsciente.

—¿Cómo no iba a querer? —susurra.

Ninguang y yo evitamos mirarnos, pero ambas componemos una mueca satisfecha: tras la terrible escena en su despacho, hemos decidido que debe ser una tercera quien juzgue nuestra situación. Y, puesto que hace tiempo que ambas tenemos relaciones con Ganyu, ella nos ha parecido la opción más neutral.

Cruzo la estancia, un salón de té con varios divanes, y tomo asiento junto a mi querida secretaria semiadeptus. Mi cadera roza la suya, y me inclino para besar su cuello. El vello corto y azul de su nuca se eriza. Un escalofrío recorre su piel, delicada y pálida. Beso la línea de su mandíbula. Presiono suavemente mi pecho contra los suyos, y mi lengua encuentra las comisuras de su boca. Le doy un lengüetazo y me desvío hasta su oído.

—Siempre me has parecido adictiva —le susurro. Hundo los dedos en su melena y acaricio su cabeza, desviándome hasta su cornamenta. Mi mano la recorre y le rasco la base, que sé que es una zona sensible.

Se le escapa un suave gemido al sentir mis uñas.

Es cuando comienzo a besar sus labios. Ella suspira.

… y Ninguang interviene porque es una zorra insoportable y también forma parte de esta competición por complacer a Ganyu.

—Ven aquí, querida —le ordena con vehemencia. Se arrodilla al otro lado de su cuerpo (¡no se molesta en mirarme!) y, con la punta de los dedos, desvía la barbilla de la semiadeptus y toma control sobre su boca.

Lejos de proporcionarle unos besos cálidos como los míos, Ninguang va derecha a por su lengua. La succiona hasta que Ganyu cierra los ojos; la recorre desde la punta hasta el interior como si ejecutase una felación.

Admito que el arranque de creatividad me sorprende.

La semiadeptus parece conocer bien esta práctica, pues se deja hacer mientras sus mejillas se sonrojan más y más. Jadea levemente. Bajo la vista, temerosa, y descubro que el bulto bajo su vestido está hinchándose.

Qué forma de precipitar las cosas… Aggh.

Puesto que Ninguang ya ha conseguido que la encargada del desempate se empalme, tendré que ir un paso más allá yo misma para no quedar fuera de juego. Y… Ganyu aterriza sobre la espalda mientras la mal llamada equilibrio celestial se agazapa sobre su boca para seguir lamiéndole la lengua con fruición. Fastidiada, busco los cierres de su vestido y le descubro el torso.

Me recuesto junto a las dos y le agarro los pechos a Ganyu con delicadeza. Ella da un suave respingo. Ninguang se gira para lanzarme una mirada envenenada por haberlas interrumpido. Yo me limito a sonreír mientras mis dedos masajean.

—¿Disfrutas, querida? —pregunta Ninguang, supongo que para fingir que se ha detenido porque quería hablar y no porque yo la esté fastidiando.

—S-si aún n-no hemos empezado…

—Yo creía que esto significaba que sí —intervengo rápidamente, pasando mi mano sobre su entrepierna abultada. No está completamente dura, pero es evidente que se está excitando mucho.

Ganyu se estremece en cuanto rozo su polla. Y se le endurece más.

Viéndola así, tumbada boca arriba y expuesta para ambas, Ninguang decide aprovechar y acercar los labios a sus pechos. ¡No es justo! ¡Eso era lo que estaba haciendo yo! Me hago un hueco a su lado y atrapo el otro pezón de Ganyu entre mis labios. Lo chupo hasta empaparlo con mi saliva sin dejar de mirar a Ninguang de reojo. Ella hace lo mismo con el otro.

Qué cruz de mujer.

Al verla tan cerca, el recuerdo del beso se desata en mi mente y arrasa con todo.

¡Mierda! ¡No, no quiero pensar en ello!

Afectada, bajo de nuevo la mano hasta la erección de Ganyu. Ahora sí que está completamente dura. La recorro de arriba abajo por encima de la ropa, consciente de que la tela la aplasta. Vuelvo a prestarle toda mi atención a su pecho cuando la mano de Ninguang se sobrepone a la mía.

—La estoy tocando yo —siseo.

—Ni que fuera una competición —replica con una fina burla que me enrabieta más.

Se me escapa la mano y le suelto un azote en el culo.

Ninguang abre los ojos de par en par. Mi mano reemplaza las funciones de su boca en el otro pecho y me dedico a complacer a Ganyu desde tres puntos distintos.

Aunque rápidamente la líder de Liyue vuelve a intentar tomar el control.

Es insoportable.

Me doy cuenta de que he apretado ligeramente los dientes, así que me detengo y miro a Ganyu con preocupación: lejos de parecer magullada por mi descuido, sigue derrotada boca arriba con la expresión prácticamente desencajada por el placer. Y eso que aún está (casi) vestida. Vuelvo a arrimar la lengua hasta su pezón y lo recorro muy despacio, contemplando el modo en que se estremece, un poco como si mi contacto la electrificase.

Es bonito de ver.

De repente, mientras aún disfruto recreándome en el efecto que tengo sobre ella, abre la boca y suelta un gemido.

—¡Sí, sí! —exclama sin aire.

… esto no es obra mía.

Frunzo el ceño y aparto la vista: Ninguang le ha sacado la polla de la ropa interior y lame su punta.

Cansada de sus continuas interrupciones, me quito las bragas y me subo a horcajadas sobre Ganyu. Noto unas manos en mi culo y no logro sentarme.

—Keching, aún no estás preparada —me dice Ninguang.

—Sí que lo estoy —protesto.

—Deja que te ayude, seguro que a Ganyu no le importa —prosigue, guiándome de vuelta al diván, junto a la semiadeptus. Aunque yo no me tumbo, me quedo sentada en el borde. Ninguang se arrodilla entre mis piernas y me besa los muslos, luego me da un pequeño mordisco que percibo como una forma sutil de desafiarme. Así que agarro su cabeza y tiro de su pelo hasta que sus labios están contra mi coño. Leo la irritación en sus ojos, así que sonrío sin aflojar el agarre.

—Pues prepárame bien —replico burlona.

Ganyu se recuesta para vernos, así que sostengo su mirada. Le regalo cada pequeño tic de placer en mi expresión, cada diminuta o evidente contracción en los músculos según actúa la lengua de Ninguang.

—No pensé que os llevaseis así de bien —comenta.

Prefiero no responder, así que estiro la mano hacia ella y le agarro el miembro por la punta. La masturbo con lentitud y solo en torno al capullo con un movimiento similar a cuando exprimo fruta para hacer zumo. La palma de mi mano empieza a pringarse. Ganyu jadea. Aprovecho la viscosidad para lubricarla y… y… ¡Mierda!

—¡No! —protesto al darme cuenta de que me voy a correr.

Ninguang se detiene al oírme y evita que yo alcance el clímax. De repente no tengo tan claro si es lo que quería… Un torrente de pensamientos irracionales se desparrama por mi cabeza.

(El beso no, ¿vale?).

Antes de que logre decidir si puedo resistir así o no, ella se adueña de Ganyu. Sube sobre sus muslos como para montarla y tarda muy poco en lograr que la semiadeptus vuelva a verse sobrepasada por el placer.

No sé qué le está haciendo. No parece penetración.

Me inclino y veo que, de hecho, está restregando el clítoris contra su glande. Lo guía con una mano y el resto es movimiento de su cadera. Y Ganyu está completamente encantada con el trato que recibe. Hace otro tímido intento por erguirse y tomar algo de iniciativa, aunque yo me adelanto. Rodeo a Ninguang por la espalda y le acaricio los pechos por encima de la ropa. Creo que intenta mirarme, pero no se lo permito. La aprieto entre mis brazos y me aseguro de que no pueda oponerse a mis dedos. Me abro paso por el escote de su vestido, creo que Ganyu ayuda (no puedo verla porque tengo la melena de la otra sobre la cara), y pronto estoy prácticamente ordeñándola.

Con esas tetas tan grandes, ¿cómo no se me ha ocurrido antes tratarla como a una vaquita?

—¿Intentas acelerar las cosas, Keching?

Obviamente.

—No, es que ya sabes que no puedo resistirme a tocarte —replico con malicia.

Se estremece. De reojo intuyo que su ceño se frunce. Parece enfadada… y sus pezones se ponen tan tiesos que me pregunto si no le estaré empezando a hacer daño. Bufa, y yo adelanto un poco la cara, extrañada. Apoyo mi barbilla en su hombro y veo por fin su mueca: sí, está enfadada. Lo está porque le ha gustado lo que le acabo de decir.

Estrecho nuestro abrazo y libero una de mis manos para presionar su mejilla hasta que me encara.

—Córrete para mí —le ordeno. Y recuerdo las palabras que tanto le gustan—. Córrete para tu zorrita privada.

Con un gruñido, se suelta de golpe. Si algo he aprendido estos días es que rompe a sudar justo antes de alcanzar el orgasmo, y ahora mismo tiene el torso empapado.

Se ha quedado a las puertas. Igual que yo.

—Ven aquí. —La autoridad en su voz logra intimidarme. Me tira del pelo hasta que quedo entre las piernas de Ganyu, que, de nuevo, intenta participar sin ser consciente de que ambas estamos peleando por su beneplácito. Antes de poder darme cuenta, su polla toca mis labios. Es mi oportunidad: succiono lentamente para que ella lo perciba como si se abriese paso por una abertura estrecha. En cuanto la tengo dentro de la boca, me ayudo de una mano y la masturbo también.

… y Ninguang comienza su venganza. Desde mi espalda, hunde los dedos entre mis piernas y me toquetea como si tuviese interés en reconocer mi grado de excitación. Teniendo en cuenta todo lo que ha ocurrido en los últimos minutos, así como lo mucho que me gusta lo que le estoy haciendo a Ganyu, comprendo rápidamente qué pretende: quiere que me corra yo primero para relevarme y ser ella quien la lleve al orgasmo.

Bien, pues veamos quién tiene mejores manos.

Me apoyo contra Ganyu hasta que mis tetas dan con la base de su miembro. Me ayudo de ellas y de mi mano para masturbarla y le doy lametones en la punta. Ninguang me mete los dedos y trata de emular los masajes que le he dado en el punto G, pero la postura la conduce precisamente al lado opuesto de la vagina. Muevo las caderas como si negase, y ella desiste. No creo que se haya rendido, ¿no?

Sigo a lo mío. Ganyu gime intentando asimilar mis «ataques». Pierdo de vista sus ojos porque apoya la cabeza hacia atrás, desmadejada. Apenas controla el temblor en sus piernas, así que bajo un poco el ritmo y recorro su glande en círculos con la lengua. Gotea como un grifo mal cerrado. Ninguang aprovecha para incorporarse y se pega a mi espalda. Me agarra del pelo (otra vez) y continúa masturbándome.

Yo me revuelvo. Me tiene harta. No va a salirse con la suya.

Se acabó la tregua, Ganyu: vuelvo a succionarle la polla con una mano ascendiendo y descendiendo por su base. Se le escapa el aire de golpe. Sus gemidos rozan la histeria.

… y Ninguang sigue incordiando.

Desvío la mirada tanto como puedo sin dejar de atender a Ganyu y la aparto con el codo. Ella se agarra a mis caderas y vuelve pronto a restregar los dedos contra mi coño. La empujo una vez más y ella me rodea el vientre con ambos brazos. Está fuera del ángulo de movimiento de mi brazo.

Se inclina y sus labios encuentran mi oído.

—Deja de intentar ocultar la verdad, Keching.

Miro a nuestra secretaria: sigue tumbada sobre su espalda, retorciéndose y tensándose entre gemidos muy ruidosos. Reemplazo con ambas manos la tarea que ejecutaba mi boca.

Vuelvo la cabeza hacia Ninguang.

—Deja tú de intentar hacer trampas.

—¿Cuándo he hecho trampas?

Mis manos recorren la polla de Ganyu de arriba abajo, presionando ligeramente más en la punta y descendiendo de forma ligera.

—La apuesta. Necesitabas desesperadamente tenerme bajo tu control. ¡Eso es prácticamente una confesión de lo mucho que te gusto!

En apenas un parpadeo Ninguang me ha agarrado y sostiene mi barbilla. He tenido que soltar a la semiadeptus.

—Retira eso ahora mismo —me ordena con los dientes apretados.

Me río.

—¿Chicas…?

—¿Qué voy a retirar, Ninguang? He hecho que tiembles y que no puedas reconocer las reacciones de tu propio cuerpo. Atrévete a negarlo.

Mi sonrisa es ácida.

Ella cierra los ojos. Respira lentamente y casi escucho cómo cuenta mentalmente hasta diez.

—Muy bien —replica por fin—. Niega tú que me besaste.

Me desarma.

Abro la boca y no digo nada. Mis hombros se tensan, un frío contraste recorre el interior de mi pecho. Las cejas de Ninguang se levantan sutilmente al apreciar mi reacción, las comisuras de sus labios se encogen en una sonrisa insoportable.

—¿Hola…?

Nos giramos hacia Ganyu: nos mira con los párpados entrecerrados en una mueca de placer. Sus labios, hinchados por lo mucho que se los ha mordido, brillan. Un reguero de saliva escurre por su barbilla.

—Elige a quién se la quieres clavar —le ordena Ninguang.

—Eh… —Me mira a mí—. Preparaste antes a Keching para ello, ¿no?

Mierda.

No quiero que empiece por mí, eso me dejaría en una posición de absoluta desventaja. ¿¡Qué hago!?

—No hace falta que elijas —le suelto a la semiadeptus—. Túmbate Ninguang. Boca arriba.

Tuerce la boca, pero sabe que sería raro que se negase.

Le quito las bragas y las tiro por ahí. Me subo sobre ella y, según queda mi coño apretado contra el suyo, miro a Ganyu.

—Métela entre las dos.

—Ohh… bien… —Se agarra con delicadeza a mis caderas y noto cómo intenta posicionarse entre mi cuerpo y el de Ninguang. Levanto el culo ligeramente y le concedo un poco más de espacio. La noto deslizarse con cautela, su pene sigue la forma de mis labios y extiende la humedad hasta lubricarme por completo. El tacto es muy suave, casi sedoso, pero su firmeza contrasta al restregarse contra mi clítoris. Noto la pequeña protuberancia del glande con especial intensidad. El calor se esparce por mi cara, mi cuello e incluso mis hombros. Trago saliva antes de que me pase como le ha ocurrido antes a Ganyu y, por fin, me inclino sobre Ninguang. Ella también está disfrutando del roce.

Agarro sus muñecas y las posiciono por encima de su cabeza.

Detrás, oigo a la semiadeptus respirar agitadamente.

—¿Este es tu plan? ¿Subirte sobre mí e inmovilizarme para que no me pueda defender?

—Sabes defenderte perfectamente —le espeto.

—Tienes razón. Ohh… ¡Mmmmm! —Gime contra mi oído aprovechando la posición. El sonido agudo se me clava, me atraviesa dejando un cosquilleo placentero a su paso. Mi piel se eriza. Ninguang exagera un poco más sus gemidos. Yo gruño sin poder evitarlo—. Sí, tenías razón. Sé def… ¡Hm!

Mi mano libre cubre su boca. Mis labios localizan su oído y mis manos estrujan sus muñecas.

—Me tienes harta —le digo con un jadeo—. Eres insoportable. Una perra que me hace la vida imposible. —Ella deja escapar un gritito que mis dedos acallan—. Por eso voy a ponerte por fin en tu sitio. Me da igual lo bien que sepas usar tu lengua o lo mucho que te guste tocar mis tetas: vas a correrte, vas a quedar fuera de juego y luego reconocerás la verdad.

Me separo de su oído. Las mejillas me arden. Miro su rosto y la descubro con los ojos cerrados y la piel ruborizada.

Bajo la mano que tenía en su boca hasta sus pechos. Le propino un pellizco fuerte y ella se retuerce. Intenta librarse de mí, pero dejo caer mi peso contra ella de nuevo mientras hago que su pezón gire entre mi pulgar y mi índice. Abre la boca para protestar y la mía vuelve a su oído.

—Hazlo. Chilla para mí, Ninguang.

Su voz se agudiza hasta quebrarse. Enronquecida, murmura algo en respuesta.

—Te esfuerzas demasiado por demostrar que no te gusta ser mi puta.

No dejo de pellizcar. Solo presiono como si mis dedos fueran una pinza. Libero sus muñecas, me incorporo y sonrío de esa forma sarcástica.

—Ganyu, creo que ya se la puedes meter a Ninguang, ¿te apetece?

—¡Sí! —asiente con entusiasmo y excitación. La noto moverse, deja de rozarme—. ¿Así está bien, Ning…? ¿¡Oh!? Sí que estás… mojada…

—Así está bien, Ganyu, corazón.

Observo con curiosidad cómo la mirada de Ninguang se va alterando a medida que es penetrada. Hay placer en su expresión, pero no es como el de antes. No es violento ni degradante, ahora es tranquilo.

Y yo sigo pellizcando su pezón. Lo suelto. La sangre vuelve a circular por esa zona tan delicada… haciéndola más sensible. Ella suspira. Paso mis uñas por encima con mucha delicadeza, asegurándome de que el cosquilleo se vuelva insoportable. Ninguang se retuerce. La polla de Ganyu parece dejarla un poco indiferente, pero ¿mis manos? ¿Mis palabras? Todo lo que le hago yo logra que nazcan gritos y espasmos en sus entrañas. La veo contenerse, intentar controlarlos.

… no puede.

Me inclino y paso mi lengua por su pezón. De nuevo el contraste entre tener la circulación cortada y volver a sentir de forma aún más intensa causa estragos en su cuerpo.

—Me voy a correr —anuncia con la mirada desviada, humillada por la derrota.

Sonrío triunfal. La miro a los ojos sin dejar de lamer.

—Ohhh, aún no… ¿Keching?

… siento el glande de la semiadeptus presionando cuidadosamente mi coño. Abro los ojos de par en par. ¡Mierda! ¡No! ¿Por qué? ¡Casi lo había conseguido! ¡Casi había dejado fuera de juego a la puñetera Ninguang!

—Entra —murmuro fastidiada.

Su polla está cubierta por los fluidos de Ninguang, así que se abre paso fácilmente dentro de mí, que además estoy bastante dilatada por los juegos previos, y me produce una sensación curiosa. Es muy… muy húmedo. Más de lo normal.

Resoplo y trato de controlar mi respiración.

Ninguang rodea mi cuello con su brazo y se apretuja contra mi cara.

—Voy a vengarme —me anuncia. Me estremezco cuando descubro que sus dedos están contra mi clítoris. Lo frota de forma que me tenso enseguida y comienzo a gruñir.

—Keching, aprietas muchísimo —se sorprende Ganyu—. ¿Vas a correrte ya?

—Sí, Keching, ¿vas a correrte ya? —repite la muy zorra.

—¡No! —miento.

—¿No? —se burla Ninguang.

Sus dedos. Sus malditos dedos. Mis ojos se ponen en blanco y gruño con más fuerza todavía. Y…

Ganyu sale.

Debajo de mí, la líder de Liyue jadea y gime al ser penetrada de nuevo.

—Qué… oh, qué mojada —murmura con sorpresa.

—Sí —corrobora Ganyu con la voz ligeramente ronca por el placer—. Se ve que las dos lo estáis pasando bien.

Si ella supiera…

—Zorra —le murmuro a Ninguang al oído. Mi mano baja hasta su coño y masturbo su clítoris del mismo modo que ella me hacía hace un momento.

—Dime —replica con una sonrisa ladeada.

Su mano libre agarra mi pelo, la otra sigue tocándome. Me esfuerzo por ser precisa, intento no desequilibrarme, no aplastarme yo sola el brazo. Le arranco gemidos. Se retuerce contra mi cuerpo. Soporta mi peso y las embestidas como puede. El modo en que me toca es cada vez más impreciso, su agarre pierde fuerza.

… y, por algún motivo, Ganyu decide volver hasta mí. Hago lo imposible por no bajar la guardia, y Ninguang también trata de sobreponerse. Nuestra pelea adquiere intensidad: las amenazas en forma de susurros, los gemidos mal escondidos… todo aumenta. Obtengo placer de sus palabras, de esas promesas de venganza que se manifiestan como deliciosas caricias. Y ella hace lo mismo. Su espalda se arquea, se muerde los labios.

Mis dedos contra su cuerpo, los míos contra el suyo. Nuestro pecho, nuestra respiración, su aliento da en mi oído, mis labios encuentran el lóbulo de su oreja. La oigo, me escucha. El ataque es feroz. Ninguna nos concedemos piedad.

—Chicas, no… no aguanto más… ¡Ahh!

El líquido cálido que salpica mis dedos me sorprende tanto que me detengo y me incorporo. Me doy la vuelta: Ganyu ha terminado. Su semen está en mi mano. Gotea desde la de Ninguang, que tiene el ceño fruncido.

¿Cómo ha conseguido correrse? No estaba dentro de mí. ¿Ha ganado… ella?

—¿Has acabado? —le pregunta.

—Sí… No p-podía retrasarlo más —se disculpa.

—¿Dentro de Keching?

Enarco la ceja.

—No, fuera, tranquilas. ¡Os ayudo a terminar!

Se arrodilla frente a las dos y nos dedica las atenciones de sus manos a ambas al mismo tiempo. Yo observo a Ganyu con cierta decepción.

Y ahora ¿qué?


Después de que la semiadeptus se vaya, Ninguang me mira con los brazos cruzados. Su expresión ya no es desafiante, parece cansada. Yo también lo estoy.

Ambas nos hemos vuelto a vestir.

—Ha sido completamente inútil —se queja.

—Sí —admito—. Qué idea tan mala. Quizá deberíamos olvidarnos de todo este asunto, Ninguang. Tú no vas a reconocer la verdad jamás, y yo me estoy cansando.

—¿De qué, Keching? —Su tono es engañosamente suave. Allá va otra vez—. ¿De tener todos los orgasmos que deseas de las formas más complacientes?

—Olvídalo. Nunca habrá conclusiones, siempre lo negarás todo. —Me voy hacia la puerta—. Paso de tu apuesta. Adiós.

Su voz, ligeramente más aguda de lo habitual, se cuela entre mis pasos.

—¿Y si no lo negara más?

No creo en sus palabras, aunque me sorprenden tanto que me detengo.

—Tienes mi atención, Ninguang, pero no por mucho tiempo.

—Se me ocurre una propuesta de contrato. Una que incluye esa confesión por mi parte. Tendrás la conclusión que quieres.

Me giro hacia ella.

—¿Cuál es el truco?

—Lo diré solo si tú aceptas continuar siendo mi criada. —Y mientras enarco las cejas, Ninguang ladea los labios en una sonrisa—. Harás lo mismo que estos últimos días.

Ahora me toca a mí sonreír.

—¿Acaso no es esta ya tu confesión, Ninguang? Quieres seguir follando conmigo. Te gusto.

—Eso lo dices tú, pero di la verdad: quieres oírlo de mis labios. Quieres creértelo. —Abro la boca para protestar, la discusión va a empezar otra vez… Pero ella me interrumpe—. Puedo decirlo de forma que te lo creas, Keching. Preguntabas que cuál es el truco: pues que tú también estarías confesando que deseas esta situación al aceptarla.

Se me escapa una risa.

—Entiendo.

—Ya conoces mi propuesta. ¿Aceptas?

—Conviértela en un contrato y hablamos, Ninguang.