—¿Por qué no viajamos en tren para ir más rápido? —preguntó Mikasa después de cierto tiempo.

—Por precaución —respondió Historia—. Si fuéramos juntos en un vagón de tren sería lo más sencillo hacerlo volar y deshacerse de todos nosotros al mismo tiempo. —Connie resopló—. Armin es algo así como el hombre más odiado en toda Eldia y algunos jaegeristas han atentado contra la vida de mi gente. Así, separados, por lo menos les costará más deshacerse de todos.

En cierto momento un jinete se acercó a la ventanilla del carro y le pasó a Historia un fajo de cartas que durante poco tiempo se dedicó a ver, antes de caer dormida presa del desvelo de anoche. Los otros tres se quedaron dormidos también con al menos uno despierto todo el tiempo, como un reloj interno que les indicaba cuándo dormir y despertar para montar guardias al dormir fuera.

Mikasa soñó con Eren, como era la costumbre siempre que no tenía un mal sueño. A veces aparecía en los malos sueños, pero no recordaba ningún buen sueño en el que Eren no estuviera. Estaban tendidos en el pasto, tomados de las manos y mirando hacia el cielo. Él tomó la mano de la joven y se la acercó a los labios, besándole los nudillos antes de susurrar su nombre con voz perezosa. Al verlo, sus ojos esmeralda brillaban llenos de vida y pasión. A veces Mikasa pensaba que la visitaba en estas ocasiones, pero algo en su interior le decía que era un recuerdo, de otra vida quizá. De la visita que se sintió como un sueño.

Era más de mediodía cuando llegaron al bosque de titanes del sur de la zona Rose, como la había llamado Historia. Sonaba tan extraño eso, pero al mismo tiempo tenía más sentido que seguir llamando las secciones de Paradis como "murallas". Solo la costumbre había dejado los nombres para esos enormes territorios circulares.

—¿No viene Lady Azumabito? —Le preguntó Connie a Historia.

—No, nos va a alcanzar en Yalkell esta tarde.

—¿Crees que podamos visitar el cementerio?

Historia asintió, sonriendo levemente.

Bajaron del del carro cuando los guardaespaldas les dieron la señal y a varios metros hacia adelante encontraron a una mujer a penas más pequeña que Armin y algo más joven que ellos. La guardia de Historia ya estaba en el sitio.

—¡Subteniente Springer! —chilló la soldado—. ¡Teniente Kirschtein, subteniente Ackerman!

El acento, mezclado con el de Trost, le pareció similar a Jean, pero no fue capaz de definir exactamente de qué parte del mundo lo conocía cuando vio que la mujer se apresuraba hacia ellos y se sintió ponerse en guardia junto con Connie y Mikasa.

Historia bajó justo cuando los otros dos carros de motor llegaron al sitio. La escolta de la reina bajó del primero una vez más antes de dejar a sus amigos poner un pie en la tierra. Al ver a la reina la mujer que los recibió frenó de golpe, provocando que su pelo caoba le pegara en la cara como un látigo.

—Majestad. —Hizo una reverencia—. No imaginé que fuera a llegar con ellos.

—No te preocupes, Sibylle. Sigue en tus asuntos. Me voy a quedar un tiempo con los embajadores.

Sibylle le dio la mano efusivamente a los tres ex soldados, brotando de sus labios elogios sobre su labor y lo que había escuchado de ellos. Cuando se dio la vuelta para saludar a los pasajeros del carro de Armin Mikasa la siguió. Connie le jaló la manga del saco a Jean sobre el codo.

—¿Qué?

—Deja de hacer eso.

—No estoy haciendo nada —dijo Jean intentando no ponerse a la defensiva.

—Y más te vale que sigas así, con lo de Pieck…

—¡No le hice nada a Pieck! —Lo dijo un poco más alto de lo que esperaba y sintió los ojos de la mujer perforándole la nuca, ojalá lo dejara pasar. Puso la cabeza al nivel de la de Connie y le dijo en voz baja—: no le hice nada, la sigo amando y seguimos cantando, bailando, riendo y bebiendo juntos.

—Pero no puedes dormir cerca de ella.

—No —admitió.

—Ni quisiste ir en el mismo carro que ella.

—No.

—Ni puedes decirme qué fue lo que pasó.

—No —volvió a decir Jean. Se dio la vuelta para sacar su equipaje del carro, les habían indicado que más tarde pasarían carros nuevos por ellos—. Pero te juro que no es tan malo como parece.

—Está bien. —Connie soltó a Jean—. Pero deja en paz a Mikasa. Se supone que el del buen juicio eres tú.

—No le estoy haciendo nada a Mikasa. —Jean volteó los ojos y luego cambió de tema. El barullo de los pasajeros del otro carro recuperando sus cosas les permitía cuchichear—. ¿Reconoces acento de Sibylle?

—Se parece al tuyo. No me parece que sea tu tipo.

—No, pero tiene algo más. Creo que hemos ido a un sitio en donde la gente habla así.

—¿No escuchaste lo que Historia dijo ayer? —Le reprendió Connie—. Le han estado dando la nacionalidad a eldianos de todo el mundo…

—Para diversificar la población, sí la escuché. Solo me llama la atención que le permitieran unirse al ejército.

—¿Ya estamos todos? —Preguntó efusivamente la antes mencionada—. ¡Bienvenidos!

—La oficial Sibylle Aarts ha modificado los equipos de maniobras tridimensionales —anunció la reina, no con la vocecita de Historia, sino con un tono regio y autoritario—. Necesito que la legión de reconocimiento se lo pruebe y se familiarice con él. Pieck, Annie y Reiner, ustedes pueden probarlo también, pero nos concentraremos en que Armin, Jean, Connie y Mikasa lo logren. —La legión de reconocimiento: cuatro personas solamente y todas ellas retiradas del ejército desde años atrás—. Estos son equipos de maniobras artísticas porque los equipos militares están resguardados. Los usarán para sus presentaciones en público, sin espadas.

En parte espectáculo y en parte una forma de evacuarlos en caso de emergencia, nada mal. Lo que sí estaba mal era el equipo. Se sentía de mala calidad, demasiado ligero y frágil como para usarlo en batalla.

—¿No es increíble? —gimió Sibylle detrás de Connie mientras se colocaban el equipo, provocando el sobresalto del pobre hombre—. Cambié el metal base por una aleación más ligera y flexible y solo con eso se optimiza la utilización de gas.

—Es interesante, se siente muy diferente —respondió Connie.

—Definitivamente no lo usaría para matar titanes —dijo Jean poniéndose de pie y ajustando las correas del pecho a las de los muslos—. Me parecen algo frágiles.

—No son para combate, teniente. Las acrobacias tridimensionales se volvieron el deporte nacional en el tiempo en el que no estuvieron. Le prometo que le va a resultar más sencillo moverse con esto.

—Llámanos por nuestros nombres, Sibylle, si sigues llamando por su rango a este idiota se lo va a creer.

Jean cerró los ojos y suspiró para contener sus ganas de responder frente a una desconocida. Sibylle soltó una risita nerviosa y se marchó a molestar a Mikasa, ocupada en mostrarle a Pieck cómo ajustarse el equipo.

Al final el equipo no resultó tan malo. Reiner y Annie se pusieron en poco tiempo casi al nivel de Jean y Connie. Mikasa, como siempre, era otra cosa: volando entre las copas de los árboles como si de un ave se tratara. Lo que alcanzaban a ver de ella casi siempre las botas y el pantalón que Armin le había prestado para que usara en lugar de su falda. Se comparaba solamente con el desempeño de Historia, quien había tenido la oportunidad de practicar en ocasiones con las modificaciones, pero pronto Mikasa se acercó a su nivel.

Para ellas parecía natural, pero todos los demás se atascaron aunque fuera un poco. Armin había quedado completamente de cabeza en las primeras dos ocasiones que intentó. Esto debido al cambio de peso en el equipo. Pieck, como era de esperarse, batallaba para balancearse y moverse con seguridad entre los troncos de los árboles.

Treinta minutos bastaron para que estuvieran completamente cansados y adoloridos. Era un poco decepcionante haber realizado un viaje tan largo para tan poco tiempo en las alturas. La única que parecía tener energía para continuar era Mikasa, quien había seguido algo más activa en su granja que el resto de ellos en sus trabajos de oficinistas, pero después de un tiempo regresó al suelo con sus amigos.

Acordaron tomar un descanso para comer y tomar agua, y ver si podían continuar después. Historia siguió revisando su correo, al principio con el buen humor que el ejercicio y la comida le habían traído, luego aburrida y al final de la comida se notó preocupada, cubriéndose la boca con una mano mientras leía. Cuando Connie se levantó a volar entre los árboles de nuevo Jean lo siguió, tratando de no preocuparse por la expresión de Historia. Había llamado a Armin y ambos lo miraron con caras serias después de que el comandante leyera la carta también.

Jean trató de no darle importancia y se adentró en el bosque de nuevo, preguntándose con qué tanta dificultad sobreviviría con estas habilidades oxidadas y con este equipo frágil a un ataque de un titán real.

Esta vez se enfocó más en resistir el dolor de los músculos, pero no aguantó demasiado tiempo tampoco esta vez. Bajó de nuevo para encontrarse con Reiner, Annie y Connie ya abajo y agotados y decidió que iría en el carro de los muchachos. Si a Pieck no le gustaba podía irse en el otro.

Conversaron un rato con Sibylle, quien, completamente emocionada, les comentó que estaban planeando instalar radios en las ciudades grandes dentro de dos semanas para que sus discursos fueran escuchados en toda Eldia.

Al cabo de un rato Mikasa volvió por fin después de un rato.

—¿Estuvimos mejor de lo que imaginabas? —Le preguntó Mikasa a Historia con sarcasmo cuando esta última se acercaba a lado de Armin.

—No —respondió la reina con media sonrisa—, pero tendrán dos semanas para practicar en una granja en el norte. Es hora de irnos.

A Jean el corazón le dio un vuelco y al girar la cabeza se encontró con los ojos muy abiertos de Connie: Armin les había dicho que sus madres estaban ocultas en una granja al norte de la isla. Se reunirían con sus familias de nuevo. A Jean le ponía nervioso estar con sus amigos y su madre al mismo tiempo. Seguro la vieja diría algo imprudente sobre Pieck, o juzgaría a Connie y Reiner, o lo avergonzaría frente a Armin, Mikasa y Annie. Connie, en cambio, debía estar emocionado por ver a su madre por primera vez en diez años. Aguantaría mil años de humillación pública por parte de su madre solo para ver ese reencuentro.

Jean se levantó, dispuesto a seguir a sus amigos al carro cuando Armin le puso una mano en el hombro diciéndole con una voz extremadamente seria:

—Jean, sube al carro con Historia y conmigo, necesitamos hablar sobre algo.

—Si alguien nos quiere acompañar en el cuarto asiento es bienvenido, a menos que quieran ir apretados en el otro carro —añadió Historia.

Fue Annie quien dio un vistazo alrededor y se aproximó a Armin, indicando que ella sería la cuarta pasajera. El teniente se puso tenso con todo esto, ¿qué habría pasado? ¿Sería algo sobre su madre? Era lo único que se le ocurría.

Siguió al trío de rubios al carro y subió al último, los otros cuatro se quedaron mirando cómo subió antes de subir ellos mismos. La puerta se cerró y el motor inició. Jean miró nerviosamente a Armin e Historia, frente a él, y luego a Annie que se recargó en la ventanilla a su lado. Fue entonces cuando Historia le tiró un sobre en el regazo al tiempo que Armin suspiró. Miró lo que Historia le había lanzado, y leyó el remitente de la carta: Levi Ackerman. Armin fue quien rompió el silencio:

—Jean, ¿qué hiciste?