V
.
.
Kenma despertó a las cuatro de la tarde en una habitación de hospital, blanca, austera y solitaria. Tenía un regusto a flores podridas en el fondo de la garganta y el cuerpo exhausto. Una enfermera estaba afanada en retirar las flores de un jarrón que estaba frente a él.
El doctor entró unos minutos después de la enfermera y Kenma se obligó a conservar la calma. El sensei le repitió lo que ya sabía: que su enfermedad se encontraba en estado terminal y que él recomendaba evitar fatigas innecesarias, así como un retiro cómodo. Kenma deseó que se fuese pronto, para que pudiese llorar. Tenía muchas lágrimas acumuladas en el corazón y pensó que prefería llorarlas antes de que éstas le llenaran de salitre los ojos cuando estuviese muerto. Sin embargo, justo cuando iba a respirar la primera lágrima, el doctor, que iba de salida, le notificó que tenía una visita. Le preguntó si deseaba que lo dejara pasar. Kenma no quería ver a Kuroo, mas supuso que la gravedad de la situación ameritaba hacer algunas concesiones.
Para su sorpresa, quien entró a la habitación no fue Kuroo, sino Taketora. Sintió las manos frías cuando lo vio cerrar la puerta detrás de él.
—No tienes que explicarme nada, Kenma —dijo él al verle la expresión horrorizada —. Estoy al tanto de tu enfermedad y no vengo a hacer reclamos.
—¿Cómo sabes que…? ¿Kuroo te dijo?
—No —respondió Tora, apacible. Caminó con lentitud hasta el sillón de la habitación y se sentó, permaneciendo largos segundos en silencio. Su inusual tranquilidad inquietó a Kenma —. Él no me lo dijo. Es una historia un poco larga.
—Sé que estás enfadado conmigo, pero no tienes que actuar así…
—¿Enfadado?, ¿por qué lo estaría?
—Porque me callé esto.
—Es comprensible. No es como que sea fácil hablarlo. Yo, por ejemplo, no tengo la menor idea de qué decirte —Tora se levantó hacia la ventana y la descorrió. El ruido vespertino de la ciudad inundó la habitación. Luego, sacó un cigarro de su cazadora y lo encendió —. Creo que va en contra de las reglas, pero lo necesito. ¿Te molesta?
Kenma sacudió la cabeza. Vio a Yamamoto dar largas caladas y tirar la ceniza a la calle. Un mal presentimiento le punzó el estómago.
—¿Qué no eres deportista? —dijo Kenma, incómodo por el silencio.
—¿Eres mi mamá? —se rio él.
—Tora, ¿qué sucede? No le des más vueltas al asunto.
El otro lo observó un instante. Con un suspiro, apagó la colilla del cigarro en el alféizar de la ventana.
—Como era de esperarse del mejor observador del Nekoma.
—Tora.
Éste se rascó la cabeza. No sabía cómo empezar. Kenma vio esbozos de palabras en su boca, así como gesticulaciones, pero Tora tardó largos minutos en resolver lo que sea que lo conflictuaba.
—Yo… —dijo, finalmente —, supe que estabas aquí porque Tsukishima-san le dijo a Lev. Y Lev le dijo a los demás.
Kenma notó cómo le hervía la sangre.
—¿Qué? ¿Cómo coño sabe él que estoy en el hospital? —barbotó —. Y hablando de él, ¿dónde está Kuroo?, ¿por qué no ha venido a verme el muy…?
—Porque no puede —lo interrumpió Tora —. Kuroo está en otra habitación, en este mismo hospital.
Hubo un silencio.
—¿Qué? Taketora, qué mierda, explicas terrible.
—Es que no sé por qué soy yo el que te da esta noticia —replicó él, frustrado. Se mesó el escaso cabello e intentó recomponer su relato con una profunda inspiración —. No hay mucho qué explicar. Así como lo oíste: Kuroo también está en el hospital.
—Pero ¿qué tiene que ver Kei-san con todo esto? ¿Por qué él se enteró que estoy en el hospital?, ¿cómo fue que Tetsu…?
Taketora lo detuvo con un gesto de mano.
—Yo creo que sería mejor si hablas con Tsukishima, que está aquí. No creo que me corresponda decirte lo que sucedió, así que, cuando te sientas mejor, ve a verlo.
Kenma tenía la intención de hacer que Tora le contase lo acaecido, pero advirtió que sus ojos estaban anegados en lágrimas. Él, sin saber cómo ocultarlo, se acercó a Kenma y le tomó la mano, la que no tenía la sonda, apretujándosela.
—Kenma, no estoy enfadado —dijo, sorbiendo la nariz —, pero me hubiese gustado que confiases un poco más en mí. No, en realidad, me hubiese gustado que ambos hubiesen confiado un poco más en el Nekoma.
—Taketora, estoy hablando en serio. Dime qué demonios sucedió.
El arrebato hizo que a Taketora se le aflojaran los escrúpulos. Sollozando más fuerte, con el cuerpo estremecido y sin mirarlo, le dijo a Kenma lo que escucharía durante muchos meses durante los malos sueños.
—Kuroo tuvo un intento de suicidio.
x
Kenma no quiso saber los detalles por boca de Tora, quien no los conocía de todas formas. Se arrancó la sonda de la vena y salió de la pieza, sintiendo que vomitaba el corazón. Tenía la cabeza llena de suposiciones imposibles, la respiración agitada, y ganas de morirse en ese instante. Kenma, sin embargo, pensó que no quería morirse sin antes verle el rostro a Kuroo. No sabía exactamente para qué, pero de todas formas echó a correr sin rumbo determinado antes de que la falta de aire lo matara.
Naturalmente, la debilidad del cuerpo de Kenma lo alcanzó enseguida. No recorrió mucha distancia antes de que los muslos de Kenma flaquearan. Tropezó con uno de los tantos transeúntes del hospital. Taketora, con su impecable condición física, llegó detrás de él. Lo sujetó en el instante crítico en que el corazón de Kenma finalmente cedió. Lloró amargamente en el regazo de Tora, quien no dejó de abrazarlo hasta que una enfermera los acompañó de regreso a la habitación.
Después de que le aseguraran que la vida de Tetsurou no corría peligro, Kenma durmió un sueño prolongado inducido por ansiolíticos.
x
Kenma despertó cuando el alba apenas rompía. Aún tenía el rostro abotargado por las lágrimas, pero sintió el cuerpo ligeramente robustecido. Taketora se había ido en algún momento de la noche, y le había dejado una nota donde indicaba cuál era el piso y número de habitación de Kuroo.
Kenma dobló cuidadosamente la nota. Esta vez, se llevó consigo la sonda, que se encontraba empotrada sobre un artefacto móvil que permitía su cómoda manipulación.
La habitación de Kuroo se encontraba tres pisos arriba. Kenma tenía un único propósito, y sabía que si lo pensaba de más, terminaría arrepintiéndose, por lo que, tan pronto como llegó, no demoró en descorrer la puerta. Adentro, Kuroo y Kei-san conversaban en voz baja, aunque las otras dos camas de la habitación se encontraban vacías. La súbita interrupción a deshoras los tomó desprevenidos. Aún con el sol incipiente dándole de lleno en el rostro, Kenma advirtió que Kei-san se apresuraba en restregarse los ojos con un movimiento descuidado; Kuroo esquivó su mirada.
Kenma no miró a Kuroo ni se dirigió a él.
—Kei-san, ¿puedo hablar un momento contigo? —dijo Kenma, con toda la naturalidad que fue capaz.
Tsukishima se mostró desconcertado. Le tomó un par de segundos comprender lo que Kenma decía. Luego, se levantó con un gesto sofocado, se reacomodó los lentes en el puente de la nariz, y le murmuró algo a Testurou que Kenma no pudo oír. Una vez afuera, Kenma, sin mirarlo a la cara, le preguntó si le apetecía bajar a la cafetería por algo de comer. Kei asintió y caminó en dirección al elevador. Detuvo la puerta para que Kenma pudiese entrar con el incómodo armatoste.
Kenma detestó el gesto amable. Si Kei no era la persona insufrible que imaginaba él, entonces no sabría a quién iba a dirigir toda la culpa que ahora ya no se sentía capaz de encauzar hacia Kuroo.
x
Kenma vio la compresa en el pómulo de Kei, el terrible raspón de su barbilla y su ropa estropeada hasta que lo tuvo frente a él. Le faltaba una pata a la montura de sus lentes y tenía en el labio superior la costra seca de una herida. Le recorrió un estremecimiento violento que le hizo apartar la mirada enseguida. No supo qué decir y prefirió fingir que acomodaba el largo tubo de la sonda que se conectaba al dorso de su mano. Luego hubo un breve silencio. Kei-san se levantó. Kozume lo observó ir hasta la máquina expendedora. Suspiró. Se le había ido el arrebato de valentía y le parecía improbable recuperarlo en ese instante. Kei volvió con un té verde, una lata de café y dos empaques de onigiris.
—No voy a disculparme, si eso es lo que esperas —dijo Kei, abriendo la lata de café.
—No quiero tus estúpidas disculpas —farfulló Kenma, súbitamente molesto.
Kei-san entornó los ojos ante el desplante.
—Si es así como va a ser nuestra conversación, no entiendo por qué…
—No las necesito —rectificó Kenma.
Era cierto a medias. Simplemente había recordado la noche en que ambos se conocieron y le pareció idiota aceptar una disculpa. Kuroo fue el primero en acercarse, el primero en pedir el número teléfono; y debió ser el primero en enamorarse.
El pensamiento, que irremediablemente lo condujo a otros similares, le aguó los ojos. La verdad es que no quería tener ninguna conversación con Kei-san. No quería enfrentarse de esa forma a todas sus inseguridades y sus miedos. Se sentía patético, vulnerable y tenía los nervios destrozados. No pudo evitar un sollozo. Se cubrió el rostro con las manos.
—No vamos a hablar de nosotros, Kozume-san. Vamos a hablar de Kuroo-san. Es lo que importa ahora.
Kenma alzó el rostro y lo observó. Pasó saliva. Sólo entonces notó que los ojos de Kei estaban tan hinchados como los suyos, si bien sus lentes lo disimulaban. Hubo un largo silencio, en el cual Kenma ya no supo exactamente qué debía pensar, si detestaba el gesto por la osadía que significaba o si le entristecía saber que había una tercera persona involucrada.
—De acuerdo —aceptó Kenma, exhausto de tanto sentir —. Sólo quiero entender por qué Kuroo hizo lo que hizo y por qué tú tienes el labio partido. Tetsurou me lo dirá a su conveniencia y no quiero saber las cosas a medias.
Kei suspiró. Le dio un sorbo a su café.
—Tienes razón.
Tsukishima guardó silencio por algunos minutos, quizás sopesando lo que tenía para decir. La pausa en la conversación ayudó a Kozume a recuperar la compostura. Clavó la mirada en el té que tenía frente a él, un tanto incómodo por el rostro maltrecho de Kei.
—Los detalles de mi amistad con Kuroo-san son irrelevantes—empezó Kei, con su habitual templanza—. Quizás sólo necesitas saber que Kuroo-san y yo coincidíamos a la hora del almuerzo en la misma cafetería. Conversábamos la mayor de las veces y tomábamos juntos el café si el tiempo lo permitía.
—Tetsu nunca me ha hablado de ti.
—Y es mejor si no sabes de mí —respondió Kei, desenvolviendo pacientemente el empaque de los onigiris.
—Pero…
—Yo sólo te voy a contar lo que sucedió antier, Kozume-san.
—Bien —aceptó Kenma, a regañadientes.
Kei empezó a comer con apuro.
—¿Sabías sobre mi hanahaki antes del accidente?
—Sí, me enteré la misma noche en que tú lo hiciste —confesó Kei. Luego, esbozó una media sonrisa—. Ahora estás pensando que cómo pude ser tan cruel como para quedarme al lado de Kuroo-san, a sabiendas de tu padecimiento. — Kenma se sobresaltó visiblemente—. Esa noche Kuroo-san llegó a mi departamento con sangre seca en el rostro. Lo vi llorar como no había visto llorar a ningún hombre en mi vida. En ese momento pensé que sería más cruel si me iba de su lado, pues yo era el único que tenía tanta culpa como él. Kuroo-san se negó. Dijo que lo mejor era continuar con lo que habíamos decidido un par de horas antes, que era poner fin a la amistad. Así lo hicimos.
—Mentira. O volvieron a hacerse amigos o nunca dejaron de serlo, porque los últimos dos meses Kuroo empezó a llegar tarde y a esconder su teléfono de mi vista.
—Sucedió lo primero. Kuroo-san me esperó una noche afuera de mi trabajo. Al parecer, la terapia no estaba funcionando y tú le prohibiste mencionarle la situación al Nekoma. Simplemente necesitaba alguien con quien hablar.
—¿Por qué dejaste que Tetsurou te encontrara de nuevo? Pudiste haberte ido. Pudiste haber sido la solución.
—¿Tú piensas que es muy fácil? —replicó Kei, frunciendo el entrecejo —. No tengo por qué contestar eso, de todas formas. Y déjame dejar en claro esto: yo tengo tanta culpa como él, pero no soy el único culpable.
—¿De verdad? —contestó Kenma, con ligera ironía.
—¿Vas a continuar hablando sobre ti?
Kenma hizo un esfuerzo sobrehumano por mantener la boca cerrada. Tsukishima, en vista de que Kenma no hizo ningún comentario, prosiguió con el propósito de la charla.
—La noche de tu colapso, me encontraba en casa de mi amigo Yamaguchi. Ahí recibí el mensaje que me notificaba tu ingreso al hospital. Kuroo-san también escribió que no se arrepentía de haberme conocido y se disculpaba por haberme puesto en la posición en la que estaba.
«El mal sabor que me dejó el mensaje de Kuroo-san me impulsó a llamar a un taxi. Mientras lo esperaba, tuve que mensajear a Lev-san porque no recordaba la dirección de su casa. Así fue como lo supo el Nekoma: Lev, el que nunca se entera de nada, enseguida advirtió que algo estaba mal. Me llamó un par de horas después, cuando Kuroo-san acababa de ser ingresado. Era inevitable que se enterara de lo sucedido.
«Cuando llegué a su departamento, nadie atendió la puerta. Uno ya no piensa en esas situaciones, es piloto automático. Estaba la posibilidad de que Kuroo-san simplemente no estuviese en casa, pero el mal presentimiento asentado en mi estómago me decía que sí lo estaba. Recordé entonces que, durante la fiesta, alguien abrió la ventana de la cocina para fumar. Yo estaba cerca y vi que el alféizar era ridículamente ancho, tanto, que albergaba una maceta y todavía sobraba suficiente espacio. Pensé que podía saltar al alféizar y desde ahí romper la ventana, y eso fue lo que hice. Cogí un par de piedras, rodeé el edificio y me trepé a la barda de éste.»
Kei observó el rostro angustiado de Kenma. Se encogió de hombros.
—Tenía mucha adrenalina en el cuerpo y viven en un segundo piso. Salté de la barda al alféizar. Fue la primera vez que me alegró de que todo en Japón sea tan estrecho y diminuto. Como supuse, el alféizar tenía la suficiente anchura para albergarme, así que, acuclillado en ese espacio, saqué las piedras de mis bolsillos y rompí su ventana. Caí de bruces cuando intenté despejar los vidrios para entrar, por eso tengo todas estas heridas y los lentes rotos. La del mentón me la hice al saltar.
Tsukishima se interrumpió para beber café. Su mirada deambuló por el lugar. Kenma todavía lo escuchaba con los ojos fijos en su té intacto, pero de vez en cuando observaba las manos delgadas e inquietas de Kei.
Sin embargo, cuando Kei empezó a hablar de nuevo, sus manos permanecieron rígidas y aferradas a la lata del café.
—El departamento estaba terriblemente silencioso y ordenado. Lo recorrí y encontré a Kuroo-san desplomado en el cuarto de baño. Estaba consciente, pero tenía movimientos lánguidos y estaba confundido. Parecía ebrio. No podría darte los detalles de lo que sucedió después de que lo encontré, porque no los recuerdo con precisión. Sé que llamé a emergencias, que llegaron los paramédicos minutos después y que le aplicaron los primeros auxilios. Busqué en el cuarto de baño todos los posibles medicamentos que pudo haber ingerido, los llevé conmigo y respondí un interrogatorio cuyas preguntas o respuestas tampoco recuerdo. Unos paramédicos me vendaron, nos subimos a la ambulancia, más doctores hablaron conmigo, hice papeleo y contesté la llamada de Lev-san.
Las manos de Kei temblaron perceptiblemente. Esto hizo que los ojos de Kenma se inundaran de nuevo. Esta vez no le importó que lo viese llorar.
—Kuroo-san fue ingresado con una sobredosis de benzodiacepinas. Según los medicamentos que traje conmigo, la sintomatología y los resultados de los exámenes, se concluyó que la vida de Kuroo-san no estaba comprometida. Le pusieron un soporte respiratorio, le administraron medicación y lo dejaron bajo vigilancia. Despertó ayer por la noche.
Kei se levantó inmediatamente. Kenma volvió a escuchar el ruido de la máquina expendedora, pero en esta ocasión, Kei tardó un par de minutos en regresar. A Kenma no le importó. Sólo podía pensar en que no sabía si le aterrorizaba saber que Tetsurou había ingerido los somníferos que había dejado en un compartimento del baño, o si le aliviaba saber que no hubo suficientes pastillas como para matarlo.
Cuando regresó Kei, permanecieron un largo rato en silencio.
—Gracias por salvarlo, Kei-san —dijo Kenma, al fin, con la voz ronca —. En todos los aspectos.
Kei lo miró a los ojos. Kenma no pudo evitar el brinco que dio su corazón al darse cuenta de que la mirada que compartieron ya no era la misma de cuando se observaron aquella noche en la cafetería.
—Hay algo más que deberías saber, Kozume-san, y que probablemente Kuroo-san no te dirá. —Tsukishima extrajo del bolsillo de su pantalón su smartphone y lo sostuvo entre sus manos—. No pude dejar de pensar en lo que hizo Kuroo-san. Pensé que había algo más, relacionado con tu enfermedad, así que mientras estuve en la sala de espera busqué al respecto. Creo que deberías echarle un vistazo. —Kei le extendió su teléfono a Kenma, cuya pantalla estaba hecha añicos —. Lo golpeé accidentalmente mientras intentaba ayudar a Kuroo-san, pero creo que aún puedes leer lo que dice.
El teléfono mostraba un repositorio de artículos científicos sobre hanahaki. Al revisarlo, Kenma notó que todos hablaban de lo mismo: la desaparición súbita de la enfermedad a raíz de la muerte del ser amado.
—No hay suficiente evidencia aún y la verdad es que no tiene sentido, pero la enfermedad misma no lo tiene. Supongo que Kuroo-san debió leerlos en algún momento —acotó Kei.
Kei se retiró los lentes para masajearse el puente de la nariz. La hinchazón de sus ojos y el desvelo reciente le daban una imagen penosa.
—Le pregunté al respecto, pero no quiso contestarme.
Kenma tuvo un acceso de llanto al que Kei no supo reaccionar.
—Ah, Kozume-san, no llores.
—Está bien —dijo él entre lágrimas —. Déjame llorar un poco.
Kenma quiso decirle que su suposición era correcta, mas no encontró el valor para hacerlo.
x
Ya había amanecido completamente cuando ambos dieron por terminada la primera y única conversación que tendrían en su vida.
Kenma había consumido los onigiris y el té verde que Kei-san había traído para él. Kei reunió la basura de la mesa y se levantó para depositarla en los botes correspondientes. Kenma pensó que no regresaría, pero lo vio volver. Se detuvo frente a él y tardó unos incómodos segundos en hablar.
—La verdad es que, antes de saber sobre tu hanahaki, no me importaba ser el otro. No me importaba en lo absoluto lo que pudieras sentir. Pero no te deseaba esto. Nunca lo hice. Lo siento mucho. —Hizo una breve inclinación —. ¿Podrías darme un momento con Kuroo-san?
Kenma asintió lánguidamente. Lo vio alejarse, con su espalda altiva ligeramente encorvada, y se echó a llorar de nuevo. Todavía le tenía inquina, eso no podía desvanecerse de pronto, y, sin embargo, le había conmovido profundamente su amor hacia a Kuroo-san.
.
.
continuará...
Bonnie is typing…
Este ha sido el capítulo más difícil de la historia, disculpen la tardanza. Pensaba cortarlo por la mitad (por eso pensaba que quedaría muy corto), pero decidí no hacerlo y al final he publicado todo.
Como dato curioso, cuando empecé la historia, tenía la intención de no escribir ningún encuentro entre Kenma y Kei, pero terminé por este camino. Como otro dato curioso, la habitación de Kenma es privada. En fin, espero que me acompañen lo poco que falta. Muchas gracias a los que siguen aquí, de verdad. Besos.
