Hola a todos, espero que inicien muy bien la semana

Disclamer.- Todo pertenece a Sir Arthur Conan Doyle, a la BBC, a Moffat a Gattis y a un montón de personas de las cuales ninguna soy yo. Mía solo es la historia y escribo sin ánimo de lucro.

Para Violette Moore, porque ella lo pidió!


La Ecuación De Dirac

por

Adrel Black


V

Los terrenos son amplios, toman un paraguas cada uno, John se ofrece a ayudar a Sherlock con su equipaje y los tres salen para ir hasta la Iglesia, cruzan por un camino de piedras encajadas directamente en la tierra y lavadas ahora mismo por la lluvia.

John puede ver como los ojos de Sherlock están catalogando todo lo que ve, mientras él se dedica a mantener la conversación con Barclay que habla sobre cuando la Iglesia se fundó y cómo se mantiene en pie gracias a las donaciones de los feligreses.

La puerta está cerrada para evitar que la lluvia pase, es una puerta relativamente pequeña, de madera, con forma de arco puntiagudo y con solo algunas florituras sobre ella, y apenas una pequeña cerradura, es obvio que la seguridad no es algo que preocupe, al menos no la seguridad de la Iglesia. El director Barclay la abre y los tres entran, cerrando los paraguas y procurando dejarlos cerca de la entrada, para no ensuciar el piso.

Un pasillo estrecho delimitado a cada lado por bancas, una docena de ellas; por dentro la Iglesia es relativamente pequeña en comparación con las que John ha visitado antes. Las paredes de piedra gris se levantan sobre columnas que rematan en arcos hacia el techo, de aquí y allá cuelgan candelabros, pero no son demasiado vistosos, son más bien humildes, al altar se levanta recto y un tanto vacío, hecho de piedra blanca al igual que el púlpito, de hecho todo ahí parece bastante duro y austero, salvo por el vitral que corona la pared del fondo, sobre el altar, es un vitral de colores azules, rosas, verdes y morados, con el centro amarillo y una figura que John se esfuerza en distinguir y, que una vez ha prestado suficiente atención, se da cuenta que es la Virgen con el niño Jesús en brazos.

Un hombre calvo y regordete se acerca, vestido con una sotana que le cubre a duras penas el prominente abdomen, parece bastante mayor, pero fuerte a pesar de ello.

—Y aquí viene nuestro amado párroco, —murmura Barclay. El hombre les da alcance a mitad del camino hacia el altar.

—Barclay. —Dice a modo de saludo seco, John lo cataloga de inmediato dentro del tipo que estaría de acuerdo con la Inquisición si tuviera que opinar.

—Padre Samuel, permítame presentarle a estos caballeros, el Capitán Watson, que será quien se dedique a enseñar a cazar a nuestros estudiantes en el próximo ciclo, —John extiende la mano y el padre la toma sin mucho entusiasmo.

—Así que usted es quien enseñará a nuestros chicos a volverse carniceros.

—¿No aprueba las armas? —pregunta John con educación.

—¿Usted si?

—En las manos adecuadas…

—¿Las suyas?

—...pueden salvar vidas.

—Si, —responde el padre Samuel, —quitando otras.

—Hemos hablado de esto antes, Padre Samuel, —dice Barclay, restando importancia al asunto. —Él será su nuevo diácono, —el director hace un ademán hacia Sherlock y el Padre Samuel se vuelve, —el Padre William.

Mira a Sherlock, desliza la vista por su traje ajustado, sus rasgos, su cabello, su cuerpo en forma y la desaprobación se refleja en sus rasgos al momento.

—Jovencito, —extiende la mano con reticencia y toma la de Sherlock, —espero que observe sus votos con toda la dedicación que nuestro oficio amerita.

—Sí, Padre Samuel. —La voz de Sherlock suena dócil y joven, el hombre mayor parece conforme con ello.

—Venga, le llevaré a la Sacristía para que se instale.

—Yo volveré a mis obligaciones, —dice el director Barclay.

—Si no le molesta, —comenta John, —me gustaría quedarme aquí en la iglesia.

Barclay niega con la cabeza, y luego se despide con un simple "buenas tardes".

—Por aquí padre William, —dice el viejo párroco a Sherlock.

—Lo veré luego Capitán, —se despide Sherlock de John y luego se retira siguiendo al padre.

John los ve alejarse, hacia una puerta a la derecha, él mientras tanto sigue mirando aquí y allá no hay mucho que ver, para ser francos. Las paredes de piedra gris están adornadas con cuadros de las escenas del viacrucis, a John le parece extraño que no haya un crucifijo encima del altar, solo el vitral de la Virgen. A la izquierda al final de la fila hay un confesionario, John le echa un ojo, un confesionario perfectamente normal, luego se acerca a los escalones que llevan al altar, aquellos en los que encontraron el cuerpo de Thomas Morgan.

Un escalofrío le recorre la espalda, han puesto un tapete que cubre los escalones, piensa que tal vez sea a causa de las manchas de sangre, no debió ser fácil retirarla del suelo blanco.

¿Quién era Thomas Morgan? ¿Quién podría tener intención de matarlo? ¿Porqué? ¿Tenía enemigos? ¿Dónde lo mutilaron? ¿Fue alguien de fuera o fue alguien dentro? o peor aún ¿fueron todos y lo están encubriendo?

Unos pasos leves lo sacan de su contemplación, es Sherlock saliendo por la puerta de la sacristía.

—¿Qué opinas?, —pregunta cuando está a la altura de John.

—Es difícil saberlo.

—Jovencito —se escucha la voz del padre Samuel. —¿Se ha instalado ya? —Sherlock se vuelve y a John le sorprende, no por primera vez, la forma tan fácil en la que su rostro cambia, de ser Sherlock a ser ese Diácono joven y cándido.

—He dejado ya mis cosas, Padre Samuel. —El hombre mira con desconfianza a ambos.

—Le mostraré el campanario, no quiero otro accidente como el que ocurrió.

Sherlock asiente y avanza hasta el padre.

—Me encantaría ver el campanario, —dice John y camina junto a Sherlock, —si usted lo permite padre.

—Claro. —Pero no suena a una afirmación, suena más bien a sarcasmo, sin embargo, John a pesar de entenderlo, lo acepta como un permiso y camina junto a Sherlock rumbo a la sacristía, siguiendo al padre Samuel que ya ha dado la vuelta.

La sacristía es tan austera como la propia Iglesia, paredes de piedra gris con puertas marrones sin decoración alguna, Sherlock le señala la puerta de enmedio en silencio, John entiende que esa debe ser su habitación. Cruzan el pasillo hasta la puerta del fondo que se abre con una pesada llave que el Padre lleva en las manos, luego la entrega a Sherlock.

—Será su responsabilidad tocar las campanas, —dice, —mis piernas ya no están para esos trabajos, guarde la llave con cuidado.

—Sí Padre.

—Cuando los alumnos no están solo tenemos servicio a las siete de la tarde, aun así deberá llamar al Ángelus Domini.

—Entiendo padre.

—Pues hazlo, —retoba a Sherlock, no gritando, pero de mala manera, a John le sabe mal que el anciano trate de esa forma al detective. Sherlock mira su reloj y asiente, están a punto de ser las doce del día. —Usamos las llamadas de la Iglesia como marca para las comidas, de modo que deben ser muy puntuales.

—No se preocupe Padre.

—Bien, —responde el hombre y sin ningún tipo de despedida da media vuelta y se vuelve por el pasillo por el que llegaron.

Sherlock comienza a subir los tres tramos de escaleras que les llevan hasta el campanario, John le sigue de cerca.

Desde lo alto se abarca casi todo el terreno alrededor y el bosque se ve grandioso, casi como un bosque encantado.

—¿Qué opinas? —pregunta el detective sin parsimonia.

—Un hombre encantador —suelta John.

Sherlock sonríe un poco aun consultando su reloj.

—Has conocido a alguien más.

—No, solo las mismas personas que tú.

—¿Y qué dirías de ellos? —pregunta el detective.

—Bueno, Barclay tiene tipo de político, no para de sonreír y Bryant, —John hace una mueca —no le agrado.

—Claro que no le agradas —John lo mira con curiosidad —es un exsoldado que se hace pasar por el gran estratega, pero debió ser un mediocre, no le agrada que un soldado con verdadera capacidad esté al lado para opacarlo.

John recibe el halago velado como algo tibio en el pecho, Sherlock mientras, toma la cuerda de la campana.

—¿Sabes cómo llamar al Ángelus… algo?

—Claro, me preparé para mi papel —es la respuesta —ahora mismo podría oficiar misa sin que ningún cura dijera que nunca lo he hecho.

Sherlock hace sonar la campana, desde lo alto del campanario pueden ver al Padre Samuel caminar hacia el colegio bajo un gran paraguas negro resguardándose de la lluvia que ha dejado de ser intensa, pero sigue imparable.

John desanda el camino hacia abajo, Sherlock le alcanza al momento.

—Ven —dice el detective llevándolo hacia la primera de las puertas, —es la habitación del Padre Samuel.

El lugar no está cerrado, es pequeño, con las paredes grises de la misma piedra que el resto de la iglesia, es básicamente una celda, una ventana pequeña con barrotes en ella, cama pequeña, y tubular con ropa de cama gris, un buró con una lámpara cuya pantalla fue blanca en mejores años y ahora es amarilla, una silla y un pequeño escritorio también tubular.

—¿Tu habitación es como esta?

—Si.

—La iglesia parece bien cuidada, —habla John, —austera pero en buen estado, ¿por qué las habitaciones son tan miserables?

—No creo que tenga algo que ver con recursos, —aclara Sherlock, —creo que es más bien por las ideas del Padre Samuel.

—Te refieres a los votos de pobreza y todo eso.

—Si.

Sherlock rebusca en el escritorio, pero está casi vacío salvo por unos cuantos libros de religión, hay un pequeño buró con algo de ropa interior y en una percha dos o tres cambios de ropa, lo que al parecer son todas las posesiones del Padre.

—¿Cómo alguien puede vivir con tan poco?

—Técnicamente es posible, pero aun así, es alguien sin ninguna raíz, sin familia, sin amigos, sin hobbies, ni intereses, nada.

—Tenemos que irnos, Sherlock.

—Solo nos pasaremos rápido por la sacristía

Pasan la puerta que es la habitación de Sherlock, y llegan a la última del extremo, es una especie de oficina decorada con el mismo sentido austero que el resto, muebles baratos, tubulares, libros viejos, todo impersonal y frío.

Al final, sin haber encontrado nada, salen a la llovizna, John los cubre a ambos con uno de los grandes paraguas negros que tomaron de la recepción.


Espero que tengan una bella semana.

Un abrazo.

Adrel Black