Se conocieron, a una paciente distancia que los volvía inalcanzables…

El tiempo en la aldea pasaba rápido; los meses y las estaciones, avanzaban en ese ciclo que nadie podía detener.

Pero aquél árbol seguía ahí.

Sus colores cambiaban, sus hojas iban y venían, y dependiendo de la estación, se acompañaba de flores y pájaros, o de viento y nieve.

De ella y él.

Ese gran sauce cercano a los campos de entrenamiento, era el lugar en que se encontraron por primera vez, a pesar de que se conocían de toda una vida.

Y, aún cuando hubiesen pasado 3 años, lo recordaba como si fuera ayer.

Esa agitada tarde de verano fue el día en que todo cambió.

Un nuevo ciclo comenzaba, en esa inmensa oscuridad.

Decir que había sido cruel no era del todo acercado; Temari era brusca y afilada al hablar, pero esa era su forma de ser, su encanto. Ella no pretendía ser quien no era y eso fue lo que lo enamoró, y quizás, su perdición.

Esa personalidad fuerte y decidida, la independencia con la que hacía las cosas y la madurez con la que se desenvolvía fue precisamente lo que los separó.

—Estás retrasado.

Su voz es escuchó firme, mientras el sol hacía brillar a un más su rubio cabello, resaltando el color de su piel y sus ojos; ella era hermosa aún cuando estaba enojada. Pero ese día se sentía distinto, su molestia estaba extrañamente contenida, tranquila, quieta.

—Se me pasó la hora —respondió y sonrió.

Ese era el último día que ella estaría en Konoha y él tenía pensado llevarla a cenar al anochecer.

Pero lo que vino después fue confuso, una mezcla de nerviosismo y ansiedad que se dejaba sentir en el ambiente mientras caminaban por el parque. Y como siempre, esperó a que ella dijera algo.

Temari siempre decía lo que pensaba.

No pasó mucho tiempo, y notó, que ella en ningún momento dejó su mano libre para que él la pudiera tomar.

—No volveré a Konoha —soltó.

Ambos se detuvieron, porque la tensión ya era evidente, y llevó su mirada hacia ella, extrañado, mientras Temari se cruzaba de brazos.

Y su mirada era pura determinación.

—El concejo me propuso un matrimonio y lo voy a tomar.

No se fue con rodeos, jamás lo hacía.

Ni tampoco consideró agregarlo a su oración; para ella, él no era una opción.

Y, por primera vez, el Nara se quedó sin palabras; no había nada que decir, porque la ninja de la arena ya había tomado su decisión. Probablemente era un tema que venía pensando hace mucho y estaba seguro que ya conocía a su prometido. Temari jamás hacía las cosas sin analizar.

—¿Por qué?

—Tú no estás dispuesto a dejar tu vida por ir conmigo a Suna. Y yo no pretendo dejar la mia por venir a Konoha, ya no somos compatibles.

Lo recordó.

Esa, era una conversación que habían tenido un par de meses atrás y que se había repetido hace unos días; había sido una prueba, y él no había entregado una respuesta satisfactoria.

Así de simple.

Seguir con él no tenía futuro y ella decidió avanzar; no la culpaba, porque tenía razón, ninguno de los dos iba a ceder.

Pero no dejo de doler.

El impacto de saber que aquella vida tranquila que había armado para su futuro, donde imaginaba que sería ella quien vendría a él ya no sería, y lo golpeó fuerte, dejándolo sin palabras.

No sabía que decir, ni mucho menos como reaccionar, ni hablar de que sentir.

Así que caminó, se alejó, mientras aún procesaba lo que había ocurrido, y con la voz de Temari repitiéndose una y otra vez en su cabeza; como si eso, le hiciera absorver la realidad y comprender.

Pero por ahora, solo quería huir de ese parque, de ella y de todo lo que estaba ocurriendo hasta que supiera que debía hacer. Hasta que sintiera que nuevamente los pies estaban en la tierra y tuviera algo que decir.

No supo por cuanto tiempo avanzó, mucho menos como llegó a ese lugar, pero ese gran sauce lo recibió en sus faldas y le permitió descansar.

En silencio, se sentó en el pasto y apoyó su espalda contra el grueso tronco mientras su mirada se perdía en el cielo, entre las verdes ramas y las nubes.

Nada.

No sentía nada.

Y la tarde pasó, sin que él notara que había alguien más acompañándolo.

Ella era como la luz para las sombras que él utilizaba; y ese día, se debían encontrar.

Desde lo alto de una rama Hinata lo observó en silencio, esperando que él se diera cuenta que ella estaba ahí. Y no se atrevió a salir cuando se dio cuenta de lo aproblemado que se encontraba.

Tal vez, él también buscaba paz.

Quizás, Shikamaru necesitaba estar solo.

Intentó irse en silencio, pero su corazón le dijo que él no estaba bien; su mirada se veía perturbada, y ella había compartido en muchas ocasiones con él como para hacerse la desentendida. Ambos frecuentaban a Kurenai, ambos pertenecían a la misma generación y eran compañeros, no podía dejarlo así; por eso, se quedó.

Pero él no reaccionaba, solo estaba ahí, quieto, en silencio e ido, y la noche comenzó a caer.

Saltó con suavidad para descender frente a él, intentando no asustarlo y de paso, trayéndolo de vuelta a la realidad; no podía pasar la noche en ese lugar.

—Shikamaru—le habló al notar que él la observaba con sorpresa y en silencio —es hora de ir a casa.

Vio que él no reaccionaba, así que se imaginó que algo no muy bueno podía estar afectándolo para que se viera tan fuera de si. Por eso, se levantó y le ofreció su mano.

Ese simple gesto, esa mirada dulce y comprensiva, y aquella mano que parecía querer ayudarlo en algo más que solo levantarlo, sirvió para que el ninja de las sombras regresara.

Y la tomó.

Se aferró, como un niño asustado, perdido y Hinata comprendió. Ella sabía muy bien lo que era sentirse desorientado, abrumado con problemas que no se pueden resolver y supo que él estaba pasando por algo así.

No preguntó, si Shikamaru quería hablar, lo haría. Solo sonrió, y se giró sin soltarlo para guiarlo en el camino a su propia casa, dándole la oportunidad de que pudiera recomponerse mientras ella no lo miraba.

Avanzó en silencio con él, armando un camino entre las calles solitarias de la aldea y recordando su dirección. Y cuando estuvieron frente a la casa Nara, se volvió hacia él y se acercó.

Porque ella guardaría el secreto de haberlo visto así.

—Si necesitas hablar —le dijo—quisiera escucharte.

Ese, fue el primer encuentro.

Después, vinieron más.

Día a día, Shikamaru se vio caminando a ese sauce durante la tarde, donde ella estaba sentada entre las ramas con un libro en completo silencio.

No soltaban palabras, no había necesidad; él aún no se atrevía a hablar. Pero las noticias volaban en Konoha y la ruptura ya era conocida. Y Hinata ya había entendido.

Siguió yendo a ese lugar a acompañarlo.

Siguió yendo a ese lugar a buscar su compañía.

—¿Qué lees?

La primera interacción real que realizó con ella fue ese día, cuando decidió que, era hora de que comenzaran a hablar. Y fue simple, mucho más de lo que esperó.

—Una novela.

Desde el suelo, acostado de espaldas en el pasto, notó como los claros ojos de ella se despegaron del libro para mirarlo y no pudo evitar sonreír, ella parecía sorprendida. Era la misma dulce y suave mirada con la que le habló en el primer encuentro; y lo tranquilizó.

—¿De qué tipo?

Hinata desvió la mirada avergonzada y algo sonrojada antes de responder.

—Romántica.

Por alguna razón, siempre se imaginó que ella era de las que usaba su tiempo en leer sobre técnicas, jutsus o cosas de su clan. Así que se sorprendió, gratamente, al escuchar que Hinata era tan normal como él.

Ella también perdía su tiempo, si podía.

Y los días pasaron.

Algunas veces, era él quien subía a esa rama en la que ella siempre estaba; otras, era ella quien decidía bajar y sentarse a su lado. Acompañarse se volvió, de a poco, una rutina agradable.

Un pequeño universo, dentro de una simpatica burbuja apareció. Él, con ella, podía evadir la realidad; podía olvidar su corazón.

Pero olvidar, no era lo mismo que superar.

La realidad, así como el tiempo y las estaciones, llegan sin faltar; y a Shikamaru lo alcanzaron.

Temari, después de dos meses, se había casado.

Como siempre, su mejor amigo, Chouji, se preocupó y trató de contarle lo sucedido de la mejor forma posible porque lo conocía. Porque sabía que eso era lo que faltaba para que el Nara pusiera los pies en la tierra y terminara de asumir la realidad.

Huyó.

Sus pies se movieron solos y se alejaron de su mejor amigo, y él no lo siguió; sabía que necesitaba espacio, sabía que había un lugar donde Shikamaru había estado refugiando todo este tiempo.

Sus pasos, poco a poco comenzaron a acelerase.

Su respiración se agitó.

Y, mientras la carrera continuaba, su garganta se apretó.

Ella, realmente, lo había dejado.

Esquivó a un par de personas en el camino, con torpeza, se levantó algunas veces del suelo sin importarle las miradas y se perdió en el bosque cerca de los campos de entrenamientos.

Su cabeza estaba llena de recuerdos, perdida junto a su corazón, pero sus piernas sabían el camino; sabían donde ir.

Aquellas largas ramas caídas de ese enorme sauce parecían cortinas que lo protegerían. Esa rugosa corteza le llamaba a guardarse en sus faldas. Así que se sentó, dejándose caer sobre el pasto a peso muerto, conteniendo las lágrimas que amenazaban con salir.

No podía llorar.

No queria llorar.

—Las cosas están bien —se dijo—ella me dejó porque no tenemos los mismos objetivos, así que está bien.

Hundió su rostro en sus brazos apoyados en sus rodillas, escondiéndose.

—No puedes llorar por esto.

—No puedes

—No puedes

—No puedes

Pero ahí, cuando comenzaba a perderse en su negación para alejarse de la verdad, ella lo hizo aterrizar.

Una pequeña mano tocó su brazo y una suave voz lo alcanzó.

—Shikamaru.

Ella estaba ahí, hincada en el pasto frente a él, mirándolo con esos grandes y claros ojos que no lo juzgaban. Que no esperaban nada diferente de él.

Porque Hinata sabía de corazones heridos.

Sus manos se movieron ágiles y gráciles hacia sus mejillas, reteniéndolo para que no se ocultara y le acariciaron con cariño; con una dulzura que jamás había conocido.

—Las cosas no están bien —le dijo—. Así que, por favor, llora.

La verdad, llegó con su voz, con su mirada, con sus manos que lo contenían y él ya no lo aguantó.

Cambió el tronco de ese árbol, por los brazos de Hinata, y se refugió en ese cuerpo más pequeño y delgado, pero que, en ese momento, parecía mucho más fuerte y mucho más cálido.

—Quiero escuchar.

Y habló, porque con ella no había nada que esconder, nada que aparentar.

Ella guardaría las palabras de rabia, de tristeza, de confusión y de amor por Temari; ella sabía como ir colocándolas en una cajita segura, para que no se perdieran, y lo suficientemente suave como para ser recordadas con cariño. Porque ese era su corazón, porque ese era él y todo lo que tenía escondido.

—La amo—dijo—pero no pude seguirla; debí haber cedido.

Su mano acarició su espalda mientras negaba.

—No—respondió—no debes hacer algo solo por hacer feliz a otra persona.

—Pero, el amor requiere hacer sacrificios.

—Solo si el sacrificio no te lleva al arrepentimiento.

Ella tenía razón.

Él no estaba dispuesto a hacer ese sacrificio, no le nació hacer el sacrificio de irse de Konoha por estar con ella porque sabía que se iba a arrepentir. Jamás se iba a sentir en paz.

Y si no era feliz con esa decisión, no haría a Temari feliz.

Esa, fue la primera vez que comenzó a entender a Hinata, y como veía al mundo; la primera vez que comprendió, porque no imponía su amor en Naruto pero era capaz de dar su vida por él.

Hinata no se arrepentía de sus sacrificios porque era su forma de amar. Hinata no imponía su amor, porque sabía lo que había en el corazón del Uzumaki, y sabía que no sería feliz si forzaba la situación.

Esa luz se alzaba con fuerza en la oscuridad.

Llorar y hablar sirvió para calmar su corazón, y comprendió que superar no es olvidar, es mirar atrás sin dolor y aprender.

Los días pasaron, junto a las estaciones, y el frio llegó.

Encontrarla en el Sauce se había convertido en algo que comenzó a necesitar, su compañía se sentía bien y por eso, le propuso juntarse en partidas de Shogi en su casa, 1 vez a la semana.

El resto de los días, cuando no estaba de misión, no era muy difícil encontrarla; Hinata era una mujer de rutinas, y muy pronto descubrió que los lunes pasaba a la florería, los martes visitaba a Kurenai, los miércoles iba a la biblioteca de Konoha a cambiar su libro, los jueves eran de él, los viernes entrenaba en el clan o tenía reuniones internas, los sábados se juntaba con Kiba y Shino en tardes de poker, y los domingos se encerraba.

Y se incluyó.

En una casualidad puntual, aparecía, al menos tres veces por semana en su rutina; convenciéndose de que esos días salía de pura coincidencia, que caminaba por las mismas calles sin intensión y que se emocionaba al verla porque era el efecto que Hinata provocaba en todo el mundo.

El primer año pasó, y el verano llegó una vez más. Las nubes ahora tenían nombres que Hinata les había dado mientras las observaban, y a veces, solo a veces, él leía una novela romántica para discutirla con ella.

Porque ahora, hablar de amor no dolía; recordar a Temari no lo hacía llorar.

—Shikamaru.

Se giró al sentir su voz un poco más timida y la notó con la mirada perdida en el cielo.

—¿Qué color crees que le guste a Naruto? A parte del naranjo y azul.

Ah, cierto, Naruto.

Quizo decirle que no tenía idea, que se olvidara de él porque probablemente sería cualquier color que le recordara a Sakura, pero no fue capaz, ella muy pocas veces se animaba a hablar de su corazón.

—Tal vez, rojo.

Sí, como la ropa que Sakura usaba, porque no lo veía usando rosado, como el color de su cabello.

Notó que ella se quedó en silencio, sin tener intención de aclarar porqué estaba preguntando eso y sintió la inquietante necesidad de saber.

—¿Por qué?

La mirada de su compañera viajó a él un instante, avergonzada y su rostro se sonrojó de una manera suave y bonita.

No se sintió tan agradado como creyó, de saber que ella había reaccionado así por el Uzumaki; pero así como la sensación llegó, rápidamente la desechó.

—Voy-voy a intentar—comenzó—declararme este invierno. Y pensaba hacerle una bufanda.

No.

Por favor no.

No quería que ella hiciera eso, no quería verla con el Uzumaki.

No quería que Naruto la correspondiera.

Y la mejor excusa que se dio, fue que si ella comenzaba una relación, no podrían encontrarse seguido, no podrían conversar y ya no tendría el pequeño oasis que habían formado.

Pero su rostro tenía una pequeña sonrisa que mostraba esperanza, sus ojos se iluminaron y su expresión se volvió soñadora y feliz.

Joder, ella merecía ser correspondida.

—Estoy seguro que va a funcionar.

De una forma u otra, sus palabras fueron ciertas.

Toneri y la estúpida misión en la luna hicieron que Naruto mirara lo que él no quería que viera; hicieron que encontrara a Hinata.

No le gustó.

Ella estaba ahí, feliz junto al Uzumaki, sonriendo y sosteniendo su mano y él solo sentía que le estaban quitando algo. Que tenía que alejarla, romper ese enlace y gritarle que no se acercara.

Pero se convenció de que estaba teniendo celos de hermano, que veía a Hinata como una pequeña hermana menor y que por eso se sentía así; que tenía miedo de ser desplazado.

Así que continuó diciéndose eso aún cuando veía que Shino y Kiba no se mostraban molestos, sino contentos. Quizás, ellos también lo estaban sintiendo de esa forma y lo ocultaban como él.

Fue un idiota.

Un ciego.

Porque un año después, comprendía la razón de que Chouji le preguntara tantas veces como estaba al de enterarse de la relación de Hinata y Naruto; él lo sabía. Su amigo se había dado cuenta de lo que sentía.

Él la quería.

Se conocieron, a una paciente distancia que los volvía inalcanzables…en circunstancias que mantenían ciego a su corazón.

Y, ahora, aquel espacio se debía acortar.

Chouji, le había dicho que el matrimonio de Hinata se anunciaría en un año más, ese era el plazo para encontrar el prometido. Ese era el tiempo de libertad que ella tenía.

Así que, porque la amaba, era que esperaría a que el Uzumaki tuviera su última conversación con Hinata antes de tomar una decisión. Él podía dejar pasar esta oportunidad si significaba verla feliz.

Pero, si aún así Hinata no volvía con el rubio, entonces no se haría a un lado.

Él también estaba ahí; y esta vez, estaba dispuesto a luchar y sacrificar lo que fuera. Tenía un año para ganarse su corazón.