Capítulo V

.

—Gracias, InuYasha —no pudo evitar el estremecimiento que le produjo esa frase pequeña, pero tan potente para él. Lo disimuló, poniéndose en pie con rapidez.

—Entra, no te enfríes más —sabía que sus palabras podían sonar a una orden, su intención nunca era la de pasar por encima de la voluntad de Kagome, sin embargo, ella era testaruda y debía mostrar decisión para procurar su cuidado.

—Encenderé un fuego en el hogar, puedes quedarte, si quieres —le ofreció e InuYasha sintió como se le expandía el pecho ante la posibilidad de redención.

Por fallarle a ella —fue su primer pensamiento, al principio dirigido a su partida junto a Kikyo, pero no se trataba de eso, había algo más que no conseguía encontrar en su memoria, sin embargo latía fuerte en su corazón.

A su espalda escuchó la maleza removerse, muchos metros más allá de la cabaña, no obstante fue suficiente para él.

—Me quedaré aquí —indicó un lugar junto a la puerta. Presentía que entrar en la cabaña que habían compartido sería un golpe del que le costaría mucho reponerse.

—¿Estarás bien?

Él asintió, sin atreverse a decir nada más.

Se quedaría junto a su puerta, como un custodio, para que ella descansara y soñara con un lugar en que estaban unidos, nuevamente completos.

Se sentó en el bordillo de madera que rodeaba toda la casa, descansó la espalda en la pared y acomodó su espada Tessaiga sobre el pecho y el hombro, como solía hacer para mantenerse en un estado de alerta. Rara vez dormía acostado. Tuvo la sensación de una reminiscencia de la primera noche que pasó con Kagome. El recuerdo bailó en sus ojos y se arremolinó en su estómago, en su vientre y en su corazón.

Cerró los ojos; sería mejor dormir.

A los pocos minutos sintió el letargo del descanso leve, ese momento en que estas en una especie de éter, el espacio que contiene los sucesos posibles y mágicos.

—¡InuYasha! —la escuchó vociferar de ese modo tan propio que nunca lo dejaba indiferente. Kagome era una persona alegre, vital y optimista; incluso cuando todo parecía perdido era de ella de quién sacaba fuerzas—¡InuYasha! —repitió, a pesar que él ya se había girado para mirarla correr, subiendo la colina en la que estaba. Le gustaban los lugares altos, desde ahí tenía un mejor control de los sucesos.

—¡No corras, Kagome! —vociferó, él también, antes de dar dos saltos y llegar ante ella, que perdió el equilibrio al detenerse de pronto. InuYasha la sostuvo por un brazo y la expresión de Kagome pasó de la sorpresa a la alegría, para luego regalarle una sonrisa radiante como las que sólo ella conseguía poner en su vida.

InuYasha tenía ideas vagas de sí mismo antes que ella lo encontrara. Reconocía, con mucha fuerza, todo lo que había significado Kikyo en su vida, pero incluso entonces, él se diluía en lo que ella necesitaba, como si aún no se hubiese encontrado a sí mismo. Sabía que había ansiado una vida tranquila, y juntos, como humanos cuando Kikyo se lo pidió. Kagome, sin embargo, le había pedido una sola cosa: estar junto a él.

—Mira —Kagome le enseñó la pequeña rama de un arbusto que traía entre las manos. No sabía lo que era, ella siempre estaba aprendiendo sobre plantas.

—No sé lo que es, pero huele muy mal —respingó la nariz, los olores eran algo muy potente para él.

—¡Gaulteria! —le contó con tal entusiasmo, que InuYasha pensó que había encontrado el secreto de la vida eterna. Internamente lo deseo, ella era frágil y su vida corta en comparación con la propia.

—¿Gaulteria? —preguntó, intentando parecer interesado. Tomó el ramillo y lo agitó en el aire. Las bolitas rojas, que acompañaban a las hojas, se sacudieron y chocaron entre sí, dando la sensación de que podían llegar a tintinear.

—No las agites —refunfuñó Kagome y se las quitó—. Sirve para muchas cosas, entre ellas para hacer una pomada que ayudará a la anciana Kaede.

Recordó que la mujer se hacía mayor y que cada vez se quejaba más de los dolores de huesos.

—Y ¿Sabrás hacer eso? —le gustaba poner a prueba la paciencia de Kagome, ella siempre enfocaba su mirada en él de forma intensa, mientras se le arrebolaban las mejillas y para InuYasha, ver los minúsculos tonos de rosa en su cara era todo un espectáculo.

—Claro que sí —aseguró, con un gesto de decisión que él le conocía bien y no pudo evitar sonreír, Kagome dejó el enfado y lo reemplazó por el amor puro que él le inspiraba.

—Ya es tarde, te llevo a casa —le dijo, por entonces aún no vivían juntos.

InuYasha notó como ella le tomaba la mano, lo hacía muchas veces, pero en todas ellas él sentía lo mismo: Paz. La retuvo y Kagome lo miró con un claro qué pasa en sus ojos, no tardó demasiado en obtener una respuesta. Se inclinó hacia ella, con el corazón enloquecido dentro del pecho. Le miró la boca, los ojos y nuevamente la boca, quería probar su sabor una vez más; así que la besó. El primer toque fue con suavidad, tentando una caricia sólo con los labios, luego la tocó con la lengua y se abrió paso para encontrarse con la suya, acariciarla y saborearla. Finalmente la atrajo por la cintura y se hundió en la dócil humedad de su boca, robándole el aire que se elevó como un suspiro entre ambos.

¡Cómo podía un beso encender tal necesidad de unión!

Abrió los ojos y se encontró con la mirada de otros ojos castaños, no eran los suyos, no era Kagome.

Kikyo

Despertó de un salto. Inmerso en emociones que pasaban por la alegría, el amor y la angustia, hasta llegar a la rabia. El sueño había sido un recuerdo matizado con los tintes fantásticos de los sueños. El beso lo había formado de recuerdos y sensaciones, de cuando se sentía arrebatado por uno, pero no había sucedido ese día, ni en ese monte.

Notó el peso de lo que acababa de ver en medio del adormecimiento, Kikyo y el camino que había tomado con ella. La había amado, la había amado tanto como para dejar de ser un medio demonio y vivir con ella, pero el amor en algún momento se había transformado en otro sentimiento. Había sido después de las luces, aunque ahora no sabía cuándo habían aparecido. La admiraba, pero no se sentía vivo junto a ella. Más ahora, que el aroma de Kagome lo llenaba todo. No estaba seguro de porqué se habían separado, le costaba recordar la razón, sólo sabía que sentía el pecho invadido de emociones que no conseguía canalizar.

Respiró hondamente. Pronto amanecería, el tono del cielo al recortarse contra las montañas se lo confirmaba. La nieve había dejado de caer, aunque el aire aquí fuera aún olía y seguramente continuaría nevando.

Volvió a recordar el beso de su sueño y saber a Kagome a pasos de él, tan cerca que podría besarla, lo llenaba de emoción, pero también de un profundo desconsuelo.

¿Cómo podría definir el desconsuelo? —quizás sólo se podía comparar con un agujero enorme que lleva a la oscuridad en la que no puede existir nada.

Miró a un lado, junto a él había una pobre pila de leña a medio cubrir de la humedad, no serían más de cuatro trozos que no le darían a Kagome para calentar la casa durante un día. Sabía dónde guardaban la leña los aldeanos, quizás no sería mala idea apilar unos cuántos más. En el horizonte ya se veían las nubes más claras debido al sol que comenzaba a aparecer, desplazando a la noche y a la oscuridad.

.

Kagome caminaba por el sendero que comunicaba el río con la aldea, la primavera estaba próxima, se lo contaban las primeras hojas tímidas que se atrevían a asomar en las ramas de los árboles. Verlas le alegraba tanto como la entristecía, era consciente que si el invierno se alargaba un poco más, esas mismas hojas morirían antes de desplegarse por completo.

A lo lejos escuchaba leños partirse, alguien estaba preparando madera para el fuego.

Pasó junto al Árbol del Tiempo y se detuvo ahí. Era un lugar que inevitablemente la conectaba con las partes que la componían. Después de todo este árbol aún existía en su tiempo, además, la conectaba con Kikyo y sus sentimientos por InuYasha, con la flecha que lo clavó al tronco y que decidió que no debía matarlo. A veces pensaba que sí daba una vuelta completa alrededor del Goshinboku, éste le hablaría de los sentimientos que componían el cosmos. Sonrío al pensar que algún día lo haría.

Respiró profundamente el aire del bosque y continuó su camino. Nuevamente escuchó el sonido de los leños al partirse, esta vez se oía más cerca, y estaba segura de quién podía estar ejecutando aquella acción con tal energía. Miró dentro de la cesta que llevaba consigo en sus paseos por el bosque y sonrió por la cantidad de manzanas silvestres que había encontrado y que sabía que a InuYasha le encantaban. Nunca le había querido contar cómo se hizo aficionado a ellas, pero Kagome suponía que no era una historia amable; él nunca contaba esas historias.

Salió de sus pensamientos, extirpada de ellos por una fuerza que al principio reconoció como demoniaca, pero enseguida pudo determinar que no parecía agresiva aunque sí de una enorme potencia que le erizó la piel. Miró ante ella y en el camino había aparecido una figura alta como los árboles que la rodeaban, era luminosa al punto de no permitirle distinguir detalles en ella.

—¿Quién eres? —pidió saber, con decisión. Lo siguiente fue escuchar una voz fuerte y profunda, más en su cabeza que en sus oídos, contándole algo que parecía una sentencia.

Eres tú, la humana que derribó la puerta del miedo y del odio. Eres tú, la que debe volver a hacerlo. Nuestras creaciones son nuestro legado ¿Dónde está la criatura que llevaste en el vientre?

Cada palabra retumbó en su cabeza y en su corazón con tal potencia que cayó de rodillas sin poder evitarlo. Sintió que la tierra se partía bajo su cuerpo y que se la tragaría para que el mundo la olvidara.

La figura ante ella se hacía más grande, era enorme como una montaña y de sus hombros brotaban cuernos de luz amenazantes.

Despertó.

Abrió los ojos y observó la luz que entraba por la rendija que había bajo la puerta. Se incorporó sobre el futón, sentía el cuerpo pesado e incluso parecía más cansada que cuando se había dormido. Miró el hogar que estaba a poco más de un metro de ella, aún permanecían encendidas las lumbres y se alimentaban de un leño a medio consumir. En ese momento reparó en el sonido que venía de la distancia, era la leña al romperse y lo recordó en medio de su sueño; y aunque no pudiese recuperar más de él, sí recobró sensaciones: alegría, amor y angustia. Suspiró e intentó ordenar todas aquellas emociones y las que estaba experimentando ahora mismo.

Intentó centrarse en el sueño, tenía la impresión de que venía a contarle algo importante, pero no conseguía recordarlo.

Se puso en pie y se vistió con las ropas habituales, que ya estaban secas debido al calor que había amparado la cabaña durante la noche. Se lavó la cara con el agua que mantenía en una vasija de madera, estaba fría, aunque eso era lo usual. Se cepilló el pelo con cuidado y lentitud, permitiendo que el cepillo de madera pasara por entre las hebras oscuras, acariciándolas. A la distancia continuaba escuchando los trozos de madera siendo divididos y apilados poco más allá de su cabaña. Finalmente se puso en pie y con las manos extendió la tela de su ropa antes de decidirse a salir.

Caminó por el sendero que la acercaba a la aldea y a la zona en que guardaban la leña. La nieve estaba fresca, así que cada paso que daba la hacía crujir levemente bajo sus pies, dejando huellas que se hundían en el blanco y delicado colchón de copos. Mientras iba avanzando hacía la aldea lo vio a él claramente desde la distancia, su vestimenta roja lo hacía inconfundible. Podía distinguir la forma en que ponía un leño en la base de corte y con el canto de la mano le asestaba un golpe que lo partía en dos. No era la primera vez que presenciaba aquello y se sintió conmovida e inquieta por lo que aquella escena cotidiana le despertaba. Decidió que no haría nada, sería invisible como la sombra de un árbol en medio del bosque. Pasó a metros de donde se encontraba InuYasha y no quiso girarse a mirarlo, aunque presintió los ojos de él fijos en ella. Tomó el sendero hacia el río con la clara idea de darse el baño de cada día.

La nieve acababa al terminar los árboles del bosque y comenzar las rocas, luego estaba el río. Dejó un poco más lejos de lo habitual la ropa que se pondría al terminar, ya que la bruma de la cascada que había metros más allá se hacía evidente y más fría después de la nevada. Se quedó con la yukata y se acercó al borde del río en el que solía darse sus baños. Llenó la vasija de madera, era la primera de cuatro que debía echarse por encima y la sola idea le erizó la piel. Agradecía la noche cálida en la cabaña eso le ayudaría mucho a tolerar este momento. Alzó el recipiente y se dejó caer el agua por el cuello, inclinándose para que ésta también llegara a parte de su cabeza. Mientras ejecutaba la labor iba recitando los mantras que Kaede le había enseñado para purificar el aura. Así comenzó el ritual.

Agua, purifica el miedo, otorga vida.

Por alguna razón no estaba en calma, tenía el pecho oprimido por esa sensación que precede a un hecho, algo iba a pasar y lo preveía como terrible. Por un momento quiso volver a ser la Kagome que cruzó el pozo por primera vez, incapaz del miedo o el odio.

Tomó el agua del segundo baño y se la dejó caer por la cabeza, le dolía la piel por el frío líquido. Jadeó un par de veces, para contener la sensación y recitó el segundo mantra.

Agua, purifica los pensamientos limitantes, transfórmalos en comprensión.

Miró al cielo, las nubes se habían densificado y temió que volviese a nevar dentro de poco. Siguió con su labor y arrastró el recipiente del agua dentro del río para llenarlo. Una vez lo obtuvo se dejó caer el agua por encima y se estremeció completa antes de poder recitar el mantra.

Agua, purifica las emociones para que mantengan el equilibrio

Esperó un momento antes de llenar la vasija por cuarta vez, necesitaba recuperar la sensibilidad de sus brazos. Tomó el agua, consciente en todo momento de que aquello estaba siendo una tarea dura. Al levantar el recipiente le pareció que el agua era más pesada, supuso que debido al dolor que sentía en los músculos y los huesos. Finalmente derramó sobre su cuerpo el líquido cristalino por cuarta y última vez, para luego recitar el mantra correspondiente.

Agua, purifica el espíritu para que sólo refleje la luz.

Dicho aquello, dejó la vasija delante de ella y puso ambas manos en el borde para sostenerse de él. Exhaló y pudo ver el vaho de su aliento, estaba cansada por el frío y por lo difícil de su concentración en este día en particular. Se quedó así un momento, buscando recuperarse.

—¿Por qué haces esto, mujer? ¿Estás loca? ¿Quieres morir? —Escuchó la voz de InuYasha junto a ella. Lo miró a los ojos y se sintió profundamente molesta. Hoy le estaba resultando muy ardua la purificación.

—¿Por qué sigues aquí? ¿Por qué no te has ido? —le espetó a la cara, con la voz rota y temblorosa por el frío.

InuYasha se quedó un instante mirándola, de pie junto a ella que aún permanecía arrodillada sobre la roca, aquello lo hacía ver más imponente de lo habitual. Pensó que se iría ante sus palabras y se arrepintió de lo que había dicho.

Definitivamente Kagome estaba loca, o algo parecido. Lo miraba como si quisiera sacarle los ojos a mordiscos y por un momento agradeció que ella no fuese un youkai. Pensó en irse, tal y como ella de cierta forma le exigía, pero la veía temblar de frío y no se sentía capaz de abandonarla ahí, probablemente le costaría hasta ponerse en pie. Le dio la espalda y se dirigió hasta el sitio en que la vio dejar su ropa y se la acercó. Ella pareció quedarse perpleja por el gesto, pero no dijo nada y aceptó lo que él le ofrecía.

—¿Te puedes poner en pie? —le preguntó, manteniendo un tono neutral.

Kagome se impulsó para medir sus propias fuerzas y asintió con un gesto y un sonido que reafirmaba que podía hacerlo sola, aun así InuYasha permaneció a su lado. Una vez que estuvo en pie vaciló un poco y el hanyou estuvo a punto de sostenerla, pero no fue necesario. Miró la ropa junto a ella, habitualmente se ponía el hitoe por encima y volvía a la aldea, pero hoy estaba particularmente fría y no sabía cómo podía hacer para cambiarse en el lugar.

Quizás entre los árboles —pensó.

—Hazlo aquí —sentenció InuYasha, adivinando sus pensamientos—, la nieve terminará de congelarte.

Estaba luchando por mantener la paciencia, Kagome lo notaba en el tono de su voz.

—No quiero cambiarme aquí —se quejó ella, con un cierto tono que le recordó a sus primeros días juntos.

—Mira que lo complicas todo —ahora se quejó él, quitándose la parte superior de su haori, para ponérsela a ella alrededor de los hombros—. Cámbiate rápido, no miraré.

InuYasha se apresuró a aclarar, cerrando los ojos luego de crear un espacio dentro del haori y junto a su cuerpo, para que ella se pudiese quitar la yukata mojada y poner la ropa seca.

Él sintió como ella dejaba algo sobre su hombro, supuso que se trataba de la ropa que luego tomaría. La sentía temblar contra la tela del haori y le daban ganas de reñirla y abrazarla a partes iguales. Luego de eso se detuvo en su aroma, al estar ella desnuda y al tener él los ojos cerrados se hacía incluso más intenso. Era una sensación abrumadora. No necesitaba mirarla para recrear en su mente la forma que tenía su cuerpo y cómo se amoldaba al suyo; lo recordaba. Respiró profundamente y contuvo el aire, intentando calmar las sensaciones. El hombro de ella le tocó el pecho y luego notó como se inclinaba hacia él al perder el equilibrio, supuso que poniéndose el hakama. InuYasha soltó el aire de pronto y abrió los ojos, ya no podía mantener la promesa. Kagome se encontró con su mirada, ya se había puesto la mayor parte de la ropa.

Quiso besarla, lo quiso con locura, pero se mantuvo mirándola en silencio. Por un momento pensó que la belleza de lo eterno estaba en apreciar los momentos en que se para el tiempo.

Entonces, las lágrimas de nieve comenzaron a caer.

.

Continuará

.

N/A

Espero que la historia les esté gustando. Yo me enamoro cada día con ella ¿Quién me iba a decir que estaría escribiendo de InuYasha otra vez?

La vida, que me vive

Me paso al capítulo siguiente

Gracias por leer y comentar.

Anyara