Disclaimer: Esta historia y sus personajes no me pertenecen. La historia es de eien-no-basho y los personajes son de Rumiko Takahashi, yo únicamente traduzco.
Capítulo 5: De comprensiones y usurpaciones
—Genji —exhaló Kagome.
Parpadeó un par de veces, sacudiendo la cabeza para despejarla. Él seguía allí cuando volvió a mirar, bañado en el brillo de la luna y pareciendo dividido entre el asco y la incredulidad al verles.
De repente, Kagome se dio cuenta de que seguía rodeada por los brazos de Kouga. Se sonrojó fuertemente, consiguiendo liberarse del abrazo mientras Kouga seguía con la guardia baja.
—¡Genji-sama! —llamó, corriendo hacia él para aferrarse a su manga. Se sintió mareada por el alivio de ver una cara conocida.
Genji fulminó al lobo con la mirada un momento más antes de mirarla a ella por el rabillo del ojo. Frunció el ceño, soltándola con suavidad de su manga.
—Perdón. Pensaba que necesitabas que te salvara el culo. No me daba cuenta de que estaba interrumpiendo algo.
Kagome abrió la boca para discutir, horrorizada por el malentendido.
—Bueno, ahora que lo entiendes, chucho, ¿por qué no corres y dejas que termine con mi mujer? —dijo Kouga con desprecio, adelantándose a ella.
—Su mujer ya, ¿eh? —dijo Genji con frialdad, arrastrando las palabras, su ceja izquierda parecía haber desarrollado un repentino tic—. Supongo que no eres tan inocente como finges ser.
—¡No, Genji-sama, yo…! —volvió a intentarlo Kagome.
—¡No te atrevas a insultar a Kagome, chucho! —la interrumpió Kouga una vez más. Kagome le lanzó una mirada al señor de los lobos, disponiéndolo a que se callara.
—¡Por qué no intentas detenerme, lobo pulgoso! —le gruñó Genji en respuesta, cambiando su ira repentinamente de dirección. Sus manos con garras se flexionaron amenazadoramente a sus costados.
—¡Tal vez lo haga!
—¡Entonces cierra la maldita boca y ven!
Y de repente estaban yendo el uno hacia el otro, con los puños levantados y las garras extendidas. Kagome entró en pánico e hizo lo primero que se le vino a la mente. Saltó sobre la espalda de Genji, reteniéndolo. Su hombro gritó de dolor por el repentino movimiento, pero consiguió mantener su agarre.
—¡Kagome! ¡P-Por los siete infiernos, mujer! ¡Bájate!
—¡Kagome! ¡No toques a ese chucho! ¡No sabes dónde ha estado!
—¡Cállense los dos! —gritó Kagome—. ¡Escuchen! Genji-sama, ¡Kouga-sama me salvó de morir en el nido de los youkai y luego me trajo aquí y me dijo que era su mujer o algo así! ¡Está todo en su cabeza! ¡Y, Kouga-sama! ¡Está todo en su cabeza! ¡Así que, por favor, no peleen!
—Kagome… —dijo Kouga, parecía un poco dolido.
Ella casi gruñó al mirarlo. Cualquiera pensaría que de verdad le había dado alguna indicación de que correspondía a sus pensamientos.
—Entonces él… ¿te secuestró? —preguntó Genji, uniendo las piezas lentamente en su cabeza.
—Supongo que sí, un poco —respondió Kagome con incertidumbre—, pero…
—¡Maldito lobo! —gruñó Genji, arrancándose del agarre de Kagome. Ella soltó un pequeño chillido por el dolor provocado por el tirón.
Genji cerró la distancia entre Kouga y él en un borrón rojo, su puño impactó contra el rostro del youkai lobo con fuerza suficiente para que Kagome oyera el sonoro chasquido mientras se le dislocaba la mandíbula. Kouga cayó con brusquedad y derrapó unos metros por el saliente.
—¡Genji-sama! —gritó Kagome, lanzándose hacia delante para agarrarle el brazo antes de que pudiera atacar más. Puede que Kouga la hubiera molestado con sus avances indeseados, pero eso no descontaba el hecho de que le hubiera salvado la vida.
—¡Suelta, mujer! ¡Es una maldita ofensa imperial secuestrar a una sierva del Tennō! —gruñó Genji—. ¿Y qué clase de bastardo enfermo se aprovecha de una mujer herida?
—Técnicamente, todavía no soy una sierva del Tennō-sama —dijo Kagome, agradecida por el hecho de que Genji solo forcejeara un mínimo para evitar volver a desgarrarle el hombro—. Y él no se aprovechó de mí. Me vendó la herida para que no muriera desangrada.
Kagome escogió ignorar intencionadamente el hecho de que el señor de la tribu de los lobos del este le hubiera visto los pechos mientras estaba inconsciente. Difícilmente parecía ser un momento prudente para airear tal agravio.
Genji detuvo sus forcejeos, fulminando a Kouga con la mirada mientras este se ponía en pie. Kouga consiguió levantarse, escupiendo sangre y recolocándose la mandíbula con un rápido tirón de su mano. Kagome hizo una mueca de dolor.
—Por favor, Genji-sama. Volvamos con Miroku-sama y Sango-sama. Por más que haya ocurrido, él me salvó la vida —rogó Kagome, derrumbando lo que quedaba de la resistencia del inu-youkai.
—Keh. Da igual. El maldito lobo ni siquiera lo vale —resopló con un giro desdeñoso de su cabeza.
Se dio la vuelta súbitamente y la cogió en volandas. Kagome chilló, rodeando su cuello instintivamente con los brazos para equilibrarse.
—¡Eh! —exclamó Kouga, moviéndose hacia ellos.
—No te atrevas a moverte, maldito lobo. Me llevo a Kagome de vuelta —gruñó Genji, lanzándole al youkai una última mirada de advertencia. Moviendo a Kagome para que descansara con más firmeza en sus brazos, empezó a avanzar.
Kagome le lanzó a Kouga una mirada suplicante por encima del hombro de Genji, pidiéndole en silencio que se quedase quieto y se callase. Curiosamente, Kouga pareció entenderle. Detuvo su persecución a medio paso. Asintió firmemente en su dirección y Kagome frunció el ceño, presintiendo que se avecinaba alguna estupidez.
—No te preocupes, Kagome. Sé que el chucho tiene un extraño poder sobre ti y que ahora tienes que ir con él, pero iré a salvarte pronto —dijo Kouga en voz alta con la mayor sinceridad—. ¡Te amo, Kagome!
Kagome se sonrojó por lo que le pareció la milésima vez esa noche, hundiendo la cabeza en el hombro de Genji con vergüenza y exasperación. Ningún hombre le había dicho nunca antes algo como eso y descubrió que se le aceleraba un poco el corazón. Pero era tan increíblemente estúpido.
Se dio cuenta de que Genji se había detenido, tensándose. Parecía listo para darse la vuelta y estrangular a Kouga.
Kagome se aferró a él por el cuello con más fuerza para recordarle su presencia en sus brazos, rogándole en voz tan baja que solo él pudo oírlo:
—Por favor, Genji-sama. ¿Podemos volver ya? Estoy exhausta.
Un ligero estremecimiento atravesó a Genji y Kagome se preguntó por la causa. No hacía tanto frío esa noche. Afortunadamente, empezó a avanzar de nuevo para marcharse, acatando sus deseos.
—¡No te preocupes, Kagome! ¡Iré a salvarte de ese chucho híbrido! ¡No pasará mucho tiempo antes de que vaya a reclamarte!
Los pasos de Genji flaquearon ante la palabra, pero no interrumpió su avance al llegar al borde del saliente y saltó de él. Saltó hábilmente de roca en roca, bajando por la pendiente de la montaña, mirando decididamente hacia delante.
—¿Híbrido? —repitió Kagome, desconocía el término. Miró a Genji en busca de una respuesta.
—Sí, híbrido. Hanyou —escupió Genji, como si las palabras le dejaran un mal sabor de boca. Se negó a encontrarse con su mirada inquisitiva.
Kagome tuvo la clara sensación de que había oído usar esa palabra antes, pero no tenía ni idea de dónde o de lo que significaba. Después de todo, su aldea era pequeña. Si fuera un término de la corte, era probable que nunca se hubiera topado con él.
—¿Qué es eso, Genji-sama?
—No bromees conmigo como si fueras estúpida, mujer —dijo Genji con auténtico veneno—. Hanyou. Medio demonio.
—Oh… —fue todo lo que consiguió decir Kagome, sorprendida por su repentino enfado.
Se quedó en silencio. Por un tiempo, el único sonido fue el del viento rozando al pasar mientras Genji continuaba impulsándolos hacia delante con saltos y brincos. Sus brazos estaban terriblemente tensos alrededor de Kagome y ella tenía la sensación de que era lo único que podía hacer para no dejarla caer.
—Si estás pensando en algo, dilo —dijo Genji finalmente con los dientes apretados—. Di la mierda que tengas que decir y acaba de una vez.
—Bueno… supongo que esto… explica por qué su aura es diferente de la de la mayoría de los youkai. Lo percibí cuando nos conocimos —ofreció Kagome, aunque en realidad no había estado pensando en nada, además de en lo incómoda que se sentía.
—Sandeces.
Genji se detuvo en seco de repente. Ya no estaban en la montaña y puso a Kagome sobre sus pies con muy poco cuidado. Ella se tambaleó ligeramente y lo miró, parpadeando en medio de su confusión.
—¿Por qué no puedes decir lo que estás pensando, maldita sea? Pensaba que al menos tú tendrías los huevos de decir lo que piensas.
—¿De qué está hablando, Genji-sama? —dijo Kagome—. ¿Hay algo que quiere que diga?
—¡Di lo que estás pensando! ¡Di que es asqueroso! ¡Di que es una abominación! ¡Di toda la mierda que dice todo el mundo! ¡Pero no me mientas a la cara, maldición!
—¿Por qué insiste en creer que estoy mintiendo? ¿Y por qué iba a pensar algo así? —soltó Kagome, incapaz de contenerse—. ¡No entiendo qué es asqueroso! ¡No entiendo de qué está hablando!
Se fulminaron con la mirada por largo rato. Genji parecía estar buscando algo en su rostro, sus ojos, su cuerpo. Le descolocó no poder encontrarlo. Su mirada asesina se convirtió en un ceño profundamente fruncido. Resopló para encubrir su confusión, dándole la espalda.
—Feh. Da igual. Olvídalo.
—¡Espere! ¡No puede explotar así contra mí y luego negarse a explicarse! —dijo Kagome, irritada.
—Si no lo entiendes, entonces no importa —gruñó Genji—. Venga. Vamos. El houshi y la mujer probablemente están corriendo como idiotas, preguntándose dónde diablos estamos.
Se agachó, ofreciendo su espalda en esta ocasión para llevarla. Kagome lo miró fijamente, preguntándose si valdría la pena insistir sobre el tema. Había sido sincera, después de todo, cuando dijo que no tenía ni idea de qué estaba hablando. Aun así, la probabilidad de sacar algo del malhumorado bloqueo emocional que era este hombre parecía improbable en el mejor de los casos.
Con un sufrido suspiro, decidió que no tenía energía suficiente para otra discusión. Se subió con cuidado a su espalda y él la aseguró con una mano con garras por detrás de cada rodilla. Volvió a impulsarse hacia delante.
Viajaron en tenso silencio, aunque Kagome estaba silenciosamente emocionada por la sensación de casi volar a través de la tierra. Se preguntó por qué él se había molestado en montar a caballo durante el viaje.
Se le ocurrió de repente que había estado intentando ocultar sus diferencias lo máximo posible. Había gritado algo de que ella pensaba que era una abominación. Debía haber sido algo que le habían dicho otros antes.
Kagome suspiró. Ahora se sentía mal, aunque estaba segura de que no había hecho nada malo. Es más, era ella la que había sido acusada falsamente. Aun así…
—¿La gente le trata mal porque es un hanyou? —inquirió amablemente.
Genji trastabilló a medio paso, pero consiguió recuperar el equilibrio y continuó.
—Estoy intentando llevarte de vuelta para que podamos vendarte bien el hombro. El maldito lobo probablemente lo ha infectado con una enfermedad rara. Así que, ¿qué tal si te callas mientras te llevo allí? —dijo.
—¿Tan malo es ser un hanyou? —persistió Kagome, haciendo a un lado su irritación. De verdad que quería entenderlo.
Genji gruñó.
—Es un maldito estigma, ¿vale? ¿Satisfecha?
—No particularmente —replicó Kagome, frunciendo el ceño—. Lo siento. Aún estoy empezando a entender lo que es ser parte de la corte y estar entre su gente, pero haber crecido así debe haber sido tan…
Kagome se interrumpió, afectada ante la idea. Apenas se podía imaginar soportar toda una vida con la ansiedad e incerteza que había sufrido durante esa primera reunión de la corte, sintiéndose siempre como una forastera en formas que no podía cambiar.
—Nunca me molestó. Nunca me importó lo que pensaran —dijo Genji tercamente.
Kagome estaba callada. Era una mentira obvia y no merecía respuesta. Nadie podría no haber sentido nada por ser detestado por el solo hecho de su existencia. No habría estado tan enfadado por la idea de que ella lo viera de la misma manera si de verdad no le importara.
Al pensar en ello, Kagome sintió que podía entenderle un poco mejor. No era simplemente una persona grosera por naturaleza. Eso también explicaba por qué estaba tan ansioso por asumir lo peor de ella. Probablemente rara vez veía otra cosa en la gente.
—¿Genji-sama?
—¿Qué? —espetó, anticipando más insistencia.
—Fracasé en mi misión —admitió Kagome, sorprendiéndole.
—¿Qué?
—Kouga-sama intervino y evitó que me mataran. Recibí ayuda.
Hubo una larga pausa por parte de él.
—¿Moriste?
—¿Qué?
Kagome parpadeó, sorprendida.
—¿Moriste? —reiteró Genji como si ella fuera lenta.
—Por supuesto que no morí. Estoy aquí, ¿no?
—Entonces no fracasaste en tu misión.
—Pero Kouga-sama me ayudó. La futura emperatriz dijo que tenía que hacerlo yo sola.
—Yo no diré nada si tú no lo haces.
—Genji-sama —dijo Kagome, observando el tenso borde de su pómulo con incredulidad—. ¿Eso no es… deshonesto? ¿No está ligado por juramento a decirle la verdad al Tennō-sama o algo así?
Genji resopló.
—Pensaba que estabas muy entregada a ayudar a todas esas pequeñas aldeas y a la gente.
—¡Lo estoy!
—Entonces no irás a renunciar a todo eso porque temes contar una mentirijilla. Como que demuestra lo resuelta que estabas, ¿eh?
Kagome se quedó callada, considerando esto. Era desagradable, pero tenía razón.
—Supongo que mentiré, entonces —dijo con resignación.
—Sí. Las cosas en tu pequeña aldea probablemente estaban muy claras, pero el lugar al que intentas ir es de todo menos eso. A veces hay que hacerlo así.
Genji tampoco parecía disfrutarlo demasiado.
—Entonces, tengo bastante que aprender, ¿no?
—No.
—¿No?
—No —dijo Genji—. Ahora estás mejor así. Para el Tennō, digo. No creo que necesite más serpientes de la corte con las que lidiar.
—¿En serio? Pero…
—Cállate y punto. Ya casi estamos.
Kagome apenas suprimió un gruñido. Era casi imposible mantener una conversación con él.
Al mirar a su alrededor, no obstante, reconoció el precipicio por el que estaban pasando como el que había sido el nido de los youkai pájaro. Al parecer, la guarida de Kouga no había estado demasiado lejos de las tierras de los Fujiwara.
—¿Están esperando en la residencia Fujiwara? —preguntó Kagome.
—Sí. Están esperando a que te lleve de vuelta.
Algo se le ocurrió a Kagome repentinamente. Estiró el cuello para mirarlo a la cara.
—Usted… ¿vino a salvarme, Genji-sama? —se atrevió a decir lentamente. Vio que su rostro se sonrojaba ligeramente a la luz de la luna.
—No… ¡no fui a salvarte porque quisiera ni nada, idiota! —balbuceó—. Pero el houshi y la mujer no se callaban y sabía que ellos también acabarían capturados si iban. ¡Y luego yo habría tenido que ir a salvaros el trasero a todos! Estúpida. ¿Quién querría ir a salvarte?
Kagome se echó hacia atrás, dolida por un momento. Abrió la boca, sin saber qué debía decir, pero sabiendo que sería convenientemente mordaz.
Se detuvo. Cerró lentamente la boca, negando con la cabeza. Al final había acudido en su rescate, dijera lo que dijera.
—Gracias, Genji-sama.
Él se quedó callado por un momento, se había esperado una discusión. Se encontró desconcertado.
—Keh.
Solo les llevó un poco más llegar a la residencia, un complejo extenso, de tejados azules y muros blancos del doble de tamaño que la residencia Tachibana en la corte. Kagome pudo ver lo que parecían miles de pasarelas cubiertas atravesando cientos de exuberantes jardines mientras Genji saltaba sobre el muro exterior fortificado.
Sango y Miroku estaban allí esperando cuando aterrizaron en el patio principal. Sango soltó la mano del houshi como si le hubiera quemado, corriendo hacia ellos para prácticamente arrancar a Kagome de la espalda de Genji. Envolvió a Kagome en un abrazo destinado a estrangularla, mascullando embrollados regaños y epítetos de alivio.
Miroku llegó a sonreírle a la sofocada miko por encima del hombro de Sango, absteniéndose sabiamente de unirse al abrazo. Una atenuación en las líneas de su rostro traicionó su preocupación y su alivio.
Genji se escabulló silenciosamente a alguna parte, obviamente incómodo en medio del grupo. Sango arrastró a Kagome hacia la residencia y encontró rápidamente una habitación vacía, echando a Miroku mientras le sacaba a Kagome su karaginu y limpiaba a conciencia la herida. Kagome le relató toda la difícil experiencia mientras la taiji-ya se ocupaba de volver a ponerle las vendas.
—¿Al final tuviste ayuda? —dijo Sango, echándose hacia delante y hacia atrás mientras maniobraba para pasar la tela sobre y alrededor del hombro de Kagome.
Dio un último tirón para asegurarse de que las vendas estuvieran firmemente envueltas. Kagome hizo una mueca y asintió.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó Sango ansiosamente, sentándose para mirarla.
—Nadie tiene que mencionar que Kagome-chan recibió ayuda —dijo Miroku, abriendo la shoji para entrar en la habitación. Al parecer las había estado escuchando.
Kagome gritó, tirando rápidamente de su karaginu para ponérselo sobre los hombros. Sango frunció el entrecejo, tirándole a Miroku el rollo de vendas. Le dio directamente en la frente, pero se limitó a parpadear cuando rebotó y se detuvo en una esquina. Se sentó con tranquilidad y sin hacer comentarios al lado de la ceñuda noble.
—Después de todo —continuó Miroku—, no es como si Kagome-chan hubiera solicitado la ayuda de Kouga-sama. Él simplemente actuaba por su cuenta. No veo razón para mencionarlo.
—Pero Genji-sama sabe lo que ocurrió —dijo Sango—. Seguro que se lo dice al Tennō-sama. Después de todo, es el sirviente directo de Su Majestad.
—En realidad no —dijo Kagome—. Genji-sama sugirió lo mismo que Miroku-sama. No se lo va a decir a nadie.
—Ah… Genji-sama, ¿mmm? —dijo Miroku, toqueteándose la barbilla pensativamente con un dedo. Kagome lo miró inquisitivamente—. Parece muy… preocupado por ti, Kagome-chan —ofreció Miroku como explicación—. Ha estado observándote durante todo este viaje.
—¿En serio?
Kagome frunció el ceño, rebuscando en su mente cualquier razón que podría tener Genji para estar interesado en ella. Lo único que se podía imaginar era que estuviera controlándola para el Tennō.
—¿Cree que deberíamos preocuparnos por él, Houshi-sama? —preguntó Sango.
—No creo —dijo Kagome lentamente—. Es… difícil de tratar, sí, pero de algún modo no lo veo como conspirador o deshonesto. Simplemente… parece que no encaja con él.
Miroku y Sango le dirigieron sendas expresiones de curiosidad, aunque ella no las vio por estar preocupada con sus propios pensamientos. Intercambiaron miradas, comunicándose silenciosamente. Sango se encogió de hombros.
—Supongo que confiaremos en tu juicio, Kagome-chan —dijo.
—Entonces estamos de acuerdo en no mencionar nunca nada más del youkai lobo —dijo Miroku—. Deberíamos descansar aquí hoy y mañana. Es inútil apresurarse a volver. Enviaré un mensajero para que organice otra reunión de la corte. Mis disculpas, Kagome-chan, me temo que tendrás que soportar otra más.
A Kagome se le encogió el corazón ante la idea, pero se obligó a sonreír y a encogerse de hombros. Al menos esta vez tenía unos días para prepararse mentalmente.
—De acuerdo.
—Venga, Kagome-chan. Te procuraremos una habitación en la que descansar. A menos que tengas hambre. Si no, podemos ir a por comida —dijo Sango con algo similar a un aire maternal. Ayudó a Kagome a ponerse de pie y la condujo fuera de la habitación.
—No, gracias, Sango-sama. Con dormir será suficiente.
—De acuerdo, entonces.
A Kagome la condujeron a una habitación y Sango se marchó, deseándole que pasara una buena noche. Se acomodó con gratitud en el extenso futón que le habían preparado. Se quedó profundamente dormida enseguida.
Sus sueños, sin embargo, no fueron ni de cerca tan pacíficos. En ellos no había más que algunas sombras oscuras y unos sonidos vagos, pero se despertaría a la mañana siguiente con una profunda sensación de pavor.
Al día siguiente, a Kagome se le permitió dormir hasta casi el mediodía para que se recuperase de su aventura. Estaba hambrienta cuando al fin despertó, pues no había comido desde el día anterior. Una sirvienta le trajo el desayuno y la ayudó a prepararse para el día, también le volvió a vendar la herida y la comprobó para asegurarse de que no se hubiera infectado.
Una vez aseada y vestida con un traje de miko limpio, salió para unirse a Sango y a Miroku para recorrer los muchos jardines de la residencia. Demostraron ser impresionantes tanto en número como en aspecto.
Los jardines contenían de todo, desde filas y filas de árboles de sakura precisamente ordenados, hasta estanques koi lo suficientemente grandes como para requerir puentes de piedra que los atravesaran, cada uno de ellos tallados con magníficos dragones de piedra y con una fila de coloridos faroles. Kagome sintió todo el asombro y la sensación extraterrenal de volver a entrar en la capital. Se preguntó cómo podía ser tan fría la futura emperatriz después de haber crecido entre tal belleza.
Sin embargo, la finca tenía algo extraño. No había ni un solo noble a la vista ni por ninguna parte en los extensos terrenos. Incluso los sirvientes parecían ser pocos y estar dispersos. Kagome les expresó esta observación a sus compañeros.
La sonrisa que había estado presente durante toda la mañana en el rostro de Sango flaqueó ante la pregunta y le dio la espalda para mirar hacia el muro exterior del jardín. Confusa, Kagome se volvió hacia Miroku. Él frunció el ceño, negando con la cabeza.
—No… No fue todo por los youkai pájaro, ¿verdad? —preguntó Kagome, recordando, mientras se le retorcía fuertemente el estómago, los cadáveres que los pájaros portaban cuando los encontró.
Miroku volvió a negar con la cabeza.
—Por desgracia, varios de los Fujiwara fueron asesinados por los youkai pájaro. Sin embargo, la auténtica tragedia del clan Fujiwara ocurrió hace varios años. Es… un momento de nuestra historia del que la mayoría de los cortesanos prefiere no hablar ahora.
Kagome continuó observándolo, expectante, esperando que continuase. Él también le dio la espalda. El silencio descendió sobre los tres.
—Acabaremos… contándotelo, Kagome-chan —dijo Sango finalmente—. Solo ten un poco de paciencia. Las heridas de ese periodo de tiempo están todavía frescas.
—De acuerdo —concedió Kagome a regañadientes, almacenando su curiosidad para otro momento. Tanto Miroku como Sango parecían afectados de verdad solo con pensar en tener que hablar de ello.
—Creo que iré a por té para nosotros —dijo Sango de repente, con persistente incomodidad—. Será agradable tomar té aquí fuera, en el jardín.
Sin decir otra palabra, se dio la vuelta y fue apresuradamente hacia la casa principal. Miroku miró a Kagome con expresión de disculpa antes de seguirla. Kagome se quedó, sabiendo que era mejor que se limitara a esperar y que les dejara tiempo para tranquilizarse.
Kagome se quedó disfrutando un rato del paisaje junto con la fría frescura del aire invernal. Se estaba preguntando distraídamente si podría ver pronto la nieve cuando el sonido de pisadas le alertó de la presencia de otras personas. Eran los dos guardias humanos.
Le sonrieron y se sonrieron, acercándose para saludarla con una reverencia. Kagome se sorprendió por el gesto, pero correspondió al mismo rápidamente. No pudo evitar sentir un poco de recelo hacia ellos, no obstante, al recordar la conversación que había escuchado. Pero no había pasado nada hasta el momento, así que tal vez simplemente la había malinterpretado.
—La hemos estado buscando, Kagome-sama —dijo el más alto de los dos.
Zetsubode, recordó Kagome a pesar de su sorpresa por su repentina respetuosidad. Los guardias habían sido respetuosos, como lo requería la cortesía común hacia ella durante el viaje, pero nunca habían parecido tenerla en tan alta estima.
—Sí, Kagome-sama. Nos hemos enterado de cómo derrotó al nido de youkai sin ayuda de nadie. Queríamos darle la enhorabuena —aportó el otro guardia, Uragiri.
—Ahora tiene asegurado un puesto como mano derecha del Tennō-sama —dijo Zetsubode. De repente, Kagome entendió su nuevo respeto hacia ella.
—Bueno, gracias a ambos.
—Pero es una pena —murmuró Uragiri, dándole la espalda como si no hubiera querido que ella lo escuchara.
Kagome frunció el ceño.
—¿Qué es una pena?
—Oh, nada. Nada en absoluto, Kagome-sama. Uragiri-san simplemente no sabe cuándo callarse.
—Si ocurre algo, me gustaría que me lo contaran —dijo Kagome, preocupada por la repentina sombra que pareció caer sobre los dos.
—De verdad, no es nada, Kagome-sama —insistió Zetsubode.
—Excepto que sus impresionantes talentos como espiritista se van a echar a perder —dijo Uragiri, como si no pudiera contenerse.
—¡Uragiri-san! ¡Silencio! Esto no es nada de lo que Kagome-sama tenga que preocuparse —reprendió Zetsubode al guardia más bajo—. Aunque es una pena…
Kagome pasó la mirada de uno a otro guardia mientras ellos intercambiaban miradas de pena, supuestamente en nombre de ella. Había algo raro en todo esto, algo violento y extraño.
—No pretendo husmear, Zetsubode-sama. De verdad que no. Pero me gustaría mucho entender de qué están hablando ustedes dos —dijo Kagome.
—¡Ah, discúlpenos, Kagome-sama! ¡Qué grosería por nuestra parte hablar de todo esto delante de usted! ¡Por favor, perdónenos! —exclamó Zetsubode con una reverencia exagerada—. Aunque, de verdad que preferiría no exponerla a algo tan desagradable.
Kagome presionó al guardia con una mirada expectante, un poco frustrada con su reticencia. Finalmente, él exhaló un pesado suspiro, rindiéndose.
—Si de verdad desea saberlo, Kagome-sama, entonces no me encuentro en posición de negárselo —dijo Zetsubode, inclinándose una vez más.
—El problema yace con el Tennō —aportó Uragiri, claramente el más franco de los dos—. Ciertamente terminará usando incorrectamente su gran poder, Kagome-sama.
Kagome casi dio un paso atrás del asombro. Nunca habría pensado que un cortesano pudiera faltarle al respeto tan abiertamente al Tennō. Ciertamente, ella había tenido algunos pensamientos descorteses hacia Su Majestad en sus momentos más oscuros, pero aun así sabía que era un hombre que debía ser reverenciado como aquel que controlaba el destino de su tierra.
Zetsubode vio la sorpresa escrita profundamente por todo su rostro y apoyó una mano de restricción sobre el hombro de su compañero, ofreciéndole una mirada de disculpa.
—Discúlpele, Kagome-sama —dijo—. Lo ha expresado demasiado abiertamente para una dama delicada como usted.
—¿A qué se refiere? —preguntó Kagome, recobrándose lo suficiente para poner en orden sus pensamientos. No era ni de cerca una dama tan delicada como para dejar pasar ahora el tema.
—Quiero decir —dijo Uragiri con impaciencia—, que nuestro actual Tennō no tiene el poder de usar un atributo como lo es usted de una manera adecuada. Se verá desaprovechada con él.
—¿Desaprovechada? —repitió Kagome—. ¿A qué se refiere con que Su Majestad no tiene el poder? Dirige todo el país, ¿no?
—Nuestro Tennō actual… puede que demuestre no tener tanto poder como usted se imagina —dijo Zetsubode con cuidado y Kagome captó un brillo de algo ladino en sus pálidos ojos—. Creo que hablo por ambos cuando digo que simplemente sentimos que se le podría dar un mejor uso a sus muchos talentos de una… forma distinta. Una forma que puede que encuentre mucho más provechosa.
Uragiri le agarró la mano repentinamente y depositó algo en su palma, cerrándole los dedos alrededor de ello. Al cogerla desprevenida, Kagome solo pudo quedarse mirando con expresión vacía su puño mientras los dos guardias ejecutaban rápidas reverencias y emprendían la marcha.
—Volveremos a discutir esto más con usted después de que haya tenido oportunidad de pensar —dijo en voz alta Zetsubode sobre su hombro.
Kagome levantó la cabeza para ver las figuras que se retiraban, abriendo la boca y medio extendiendo su mano libre como para pedirles que regresaran. Negó con la cabeza, decidiendo lo contrario. Necesitaba una buena cantidad de tiempo para procesar lo que acababa de ocurrir.
Buscó un puente y tomó asiento en su barandilla de piedra, abriendo la mano para examinar lo que había depositado en ella el guardia. Jadeó y casi se cayó al estanque que tenía debajo, consiguiendo mantener el equilibrio únicamente en el último momento.
En su mano se encontraba una pequeña serpiente de jade, con intrincadas escamas talladas por su espalda. Nunca habría reconocido siquiera la piedra preciosa si un mercader que había pasado por su aldea no le hubiera mostrado una piedrecita en una ocasión, diciéndole que incluso una pieza minúscula valía lo suficiente para comprar comida para toda su aldea durante dos meses.
Era una piedra escasa importada de China, había dicho el mercader. La estatuilla que tenía en las manos probablemente equivalía a varios de los mejores juni-hito de seda de Sango.
Sin embargo, eso no era todo. También había un pequeño sello de madera, muy parecido al que le había visto sacar a Miroku cuando habían llegado a la capital.
Estaba meticulosamente tallado con lo que solo podía asumir que era la insignia de un clan, una representación de Susano-o-no-Mikoto, el kami de la tormenta y el obstinado hermano de Amaterasu. Cualquiera que fuera el clan al que pertenecía, sin duda no era menor.
Pero, entonces, ¿a qué diablos se habían referido los dos guardias? Habían aludido a que el Tennō era de alguna manera incompetente o que le faltaba poder. También habían sugerido que a su propio poder se le podría dar un mejor uso de alguna manera que no fuera al servicio directo de Su Majestad. ¿Tal vez empleándolo directamente por oficiales del Gobierno?
Pero no. Si se estuvieran refiriendo a eso, se lo habrían dicho directamente. No había nada indecoroso en trabajar directamente para oficiales del Gobierno. Y definitivamente había habido algo raro en lo que le acababan de proponer.
Kagome bajó la mirada a la serpiente de jade que descansaba en su palma, en paralelo al emblema del clan. Una cosa como esta apenas le resultaba familiar, pero no era lo suficientemente ignorante para creer que la pequeña y cara baratija era simplemente una recompensa por su reciente calvario. Esto era un pago y un pago nunca venía sin la expectativa de alguna suerte de retribución.
Así que tal vez le estaban pagando para servir al clan cuyo símbolo ahora descansaba en la palma de su mano. Eso no debería ser tan terrible, teniendo en cuenta que cada clan debía servir al Tennō y, por tanto, aun así seguiría sirviendo indirectamente a Su Majestad y recibiendo el poder de ayudar a quienes lo necesitaran.
Pero estaba mal. La forma en la que habían hablado del Tennō, la forma en la que claramente habían esperado hasta que estuviera sola para acercarse a ella…
—¡Kagome-chan!
Kagome dio un respingo, de nuevo casi cayéndose por la barandilla. Metió la serpiente y el emblema del clan instintivamente en la parte delantera de su traje. Acabó descansando fríamente en la curva de sus pechos y Kagome se preguntó vagamente por qué lo había escondido. Aun así, no hizo movimiento alguno para volver a sacarlo.
Sango y Miroku llegaron trotando hacia ella, con los brazos de ella cargados con una bandeja de té y los de él con una amplia manta.
—Ahí estás, Kagome-chan. ¿Todavía quieres tomar el té? —preguntó Sango, parecía haber vuelto a su habitual buen humor.
Kagome se la quedó mirando por un momento, intentando obligar a su mente a que volviera a funcionar con normalidad. Sango frunció el ceño al no recibir respuesta.
—¿Ocurre algo, Kagome-chan?
—No, no, nada —respondió Kagome—. Solo estaba… con la mente en otra parte. Me apetece té, sí.
—Bien —dijo Sango.
Los tres fueron hasta una zona en la que daba directamente la luz del sol y extendieron la manta. El resto de la tarde perdieron el tiempo con té, aperitivos y una conversación agradable sobre nada en particular. Kagome saboreó un momento tan pacífico con sus amigos. Su hombro, ligeramente dolorido, le recordaba lo agradecida que estaba de estar viva.
Su conversación con los guardias, sin embargo, seguía pesándole enormemente en su cabeza. Kagome se preguntó por qué había sentido la necesidad de ocultársela a Miroku y a Sango. Aun así, no se atrevía a compartirla con ellos sin importar cuánto lo intentara.
Pasaron una última noche en la residencia Fujiwara para dejar que Kagome terminase de recuperarse antes de hacer el equipaje y marcharse a la mañana siguiente. Les proporcionaron caballos descansados para que portaran sus pertenencias y los escoltaron hasta la puerta principal.
Genji estaba allí para reunirse con ellos, junto con los dos guardias humanos. A Kagome le divirtió ver que esta vez el hanyou ni siquiera se había molestado con un caballo. Le divirtió considerablemente menos ver las miradas furtivas que le lanzaban a ella los dos guardias humanos, sintiendo el peso de la serpiente y el emblema con fuerza contra su pecho.
Partieron a paso lento en beneficio de la miko herida, cuyo hombro se agitaba terriblemente si el caballo se acercaba siquiera a ponerse al trote. El resultado fue que, mientras caía la noche y se asentaban en una pequeña arboleda, ni siquiera habían salido de las tierras de los Fujiwara.
Genji, por supuesto, partió por su cuenta hacia el bosque tan pronto empezaron a acampar. Kagome, casi incapaz de contenerse, fue tras él. No lo había visto desde que la había traído de vuelta de la guarida de Kouga y él había evitado hablar con ella durante todo el día. No podía evitar tener curiosidad, discutió Kagome consigo misma.
Lo encontró holgazaneando sobre un árbol, al borde del bosque, con los ojos cerrados como si estuviera durmiendo. Pero la forma en la que se le movieron las orejas al acercarse le dijo a Kagome que estaba despierto. Esperó pacientemente para que él reconociera su presencia.
—¿Qué pasa, mujer? —gruñó finalmente, entreabriendo un ojo dorado para mirarla—. Keh. No tengo nada de paz con humanos como vosotros alrededor.
—Solo quería hablar con usted —replicó Kagome, impertérrita ante su irritación.
Genji parpadeó, su habitual frunce profundizándose con desconcierto. El concepto mismo de que alguien fuera a buscarlo con el solo propósito de mantener una conversación le resultaba extraño. Bajó de un salto de su árbol para ponerse delante de ella.
—¿De qué? —preguntó, casi con desconfianza.
—Hoy no ha montado a caballo —dijo Kagome, fue lo primero que se le vino a la cabeza.
—No tenía ganas —resopló Genji a la defensiva.
—Ah, ya veo —dijo Kagome con sencillez. Genji se la quedó mirando, con una oscura ceja arqueada inquisitivamente.
—¿Eso es todo lo que has venido a decir?
Kagome consideró esto por un momento antes de encogerse de hombros tímidamente, con las mejillas ligeramente sonrojadas.
—Idiota.
Kagome se enfureció, cruzándose de brazos. Había querido hablar con él, pero no lo había pensado con mucho detenimiento.
—Bueno, lleva todo el día evitándome… —acusó, su tono ligeramente más petulante de lo que había pretendido.
—Ah… —dijo Genji, dándole la espalda—. Eso…
—¿Ocurre algo? —preguntó Kagome, captando el ligero cambio en su comportamiento.
—Nada. Solo tengo mucha mierda en la que pensar antes de que volvamos a la capital.
—¿Es sobre guardarle mi secreto al Tennō-sama y a la futura emperatriz? —preguntó Kagome, la culpa trepaba por ella.
La forma en la que se tensaron ligerísimamente los hombros de Genji le dijo que había dado en el clavo, a pesar de su silencio.
—Genji-sama…
—Mira, no es asunto tuyo. Así que mantente al margen, ¿de acuerdo?
—Pero…
—¡Genji-sama! ¡Kagome-sama! Ahí están. Nos preguntábamos a dónde se habían escapado.
El dúo se giró para ver a los dos guardias humanos emergiendo de la oscuridad entre los árboles. Kagome se tensó, observándolos cautelosamente.
—¿Es hora de que volvamos para comer? —preguntó.
—No exactamente —replicó Zetsubode—. Miroku-sama y Sango-sama siguen ocupados preparando la comida. Solamente vinimos para ver lo que hacían ustedes dos.
Uragiri, se dio cuenta Kagome, se puso inusualmente cerca de Genji mientras su compañero guardia estaba hablando. Genji parecía ligeramente incómodo, pero no hizo movimiento alguno para poner distancia entre los dos.
—Entonces ¿qué era lo que estaban discutiendo? —preguntó Zetsubode con una sonrisa demasiado amplia.
—No es asunto tuyo —dijo Genji cuando Kagome vaciló.
—Ah, bueno, tal vez deberíamos discutir algo que sí sea asunto nuestro, entonces —dijo Zetsubode, dirigiéndole una mirada engreída a Kagome—. ¿Ha tenido un tiempo adecuado para considerar nuestra propuesta, Kagome-sama?
Kagome sintió que se le encogía el estómago al mencionar esa conversación. Genji le lanzó una mirada incrédula, entrecerrando sus ojos dorados.
—¿De qué está hablando, Kagome?
—Simplemente de una pequeña alianza en beneficio mutuo, Genji-sama —dijo Zetsubode, arrastrando las palabras, su habitual expresión cortés se disolvió rápidamente en algo oscuro—. Kagome-sama está ansiosa por ganar poder y obtener beneficios, es todo.
Los ojos del hanyou destellaron, retrayendo los labios en un gruñido de sorpresa mientras la miraba.
—¡Genji-sama, no! Yo…
Hubo un rápido resplandor de metal en la oscuridad y un gruñido gutural salió de la garganta de Genji. Uragiri había sacado una pequeña daga y la había hundido en el pecho de Genji mientras el hanyou estaba distraído. Kagome chilló, presionando las manos contra su boca con expresión de horror.
—¡Bastardo! —bramó Genji, la sangre salía de sus labios mientras levantaba la mano para sacarse la daga. La hizo a un lado como si no hubiera sido más que una astilla.
Se giró hacia Uragiri, con el puño inclinado para darle un golpe. Se tambaleó abruptamente, con los ojos abiertos como platos al perder su impulso y se derrumbó, encogiéndose a los pies del sonriente guardia.
—¿De verdad crees que soy tan estúpido para creer que una simple daga acabará contigo, monstruo? —se rio Uragiri, lanzando una fuerte patada contra las costillas de Genji—. Me tomé la libertad de tomar prestado un poco de veneno especial del suministro de la taiji-ya. Pero no te preocupes. Solo provocará una parálisis temporal. La mujer no se trajo ningún veneno mortal.
—¡Genji-sama! —gritó Kagome, echándose hacia delante para ir hasta él.
Se quedó paralizada cuando Zetsubode desenvainó su katana, sosteniéndola contra la garganta del hanyou, que se debatía débilmente.
—Por favor, permanezca donde está por un momento, Kagome-sama. Tenemos que hablar de unas cuantas cosas.
Kagome obedeció, temiendo que fueran a hacerle más daño a Genji si se atrevía a moverse. El hanyou consiguió ponerse de costado para mirarla, sus ojos ardían acusadores al mirarla a los suyos. Ella se mordió el labio inferior con fuerza, sintiendo que le ardían los ojos.
—¿Por qué hacen esto? ¿No es compañero suyo? —gritó Kagome con voz ahogada.
—Difícilmente —resopló Uragiri—. Podría ser ligeramente más tolerable si el chucho lo fuera.
—Aquí Genji es un excelente ejemplo de los defectos de nuestro actual Gobierno, Kagome-sama —dijo Zetsubode, presionando la punta de su hoja más cerca de la garganta del hanyou—. Es un individuo incompetente en una posición de poder inmerecida. Por ello, su misma existencia en nuestra corte es una afrenta. El clan Taira, cuya insignia actualmente tiene usted en su persona, pretende arreglar todo eso de una vez por todas.
La mano de Kagome fue instintivamente hacia su corazón, presionando contra la madera de lo que ahora sabía que era el sello del clan Taira. Miró a Genji, pero él ahora tenía los ojos firmemente cerrados. Kagome hizo una mueca, su pecho se constriñó al recordar sus palabras sobre el ridículo que le había ganado su condición de hanyou.
—¿A qué se refiere con que Genji-sama es incompetente? —preguntó, obligando a hacer a un lado la sensación y optando por la pregunta más importante en su mente. Necesitaba comprender, hacer que siguieran hablando.
—Su misma presencia en esta misión es una metedura de pata colosal —respondió Zetsubode—. Es muy posible que la capital esté en crisis para cuando volvamos por la forma en que escogió abandonarla tan abrupta e innecesariamente. No es que antes hubiera hecho mucho por gobernarla, pero todo barco necesita un patrón, supongo.
—… ¿Tan importante es la posición de Genji-sama?
—¡Ja! —resopló Uragiri—. El híbrido insistió en utilizar ese nombre y en fingir que era un simple guardia con usted, ¿eh? Deje que le pregunte, ¿quién fue la que fue detrás de Genji-sama cuando estábamos a punto de partir de Heian?
—La… futura emperatriz —respondió Kagome lentamente.
—¿Y por qué iba a estar la futura emperatriz tan íntimamente asociada con un simple guardia como para complicarse la vida para evitar que fuera a esta misión?
—No… no lo sé.
—No lo sabe, Kagome-sama, porque no hay ninguna razón —se jactó Uragiri, triunfante—. No hay ninguna razón para que la futura emperatriz se complique tanto para detener a un simple guardia. ¿Por quién cree que iría tan lejos la futura emperatriz?
Kagome estaba callada. Sabía a qué conclusión llegaba su mente, pero era como si hubiera un muro que evitara que la idea emergiera completamente. Era demasiado escandaloso.
—Su silencio dice que lo entiende bastante bien, Kagome-sama —dijo Zetsubode—. Con suerte, también demostrará ser lo suficientemente inteligente para comprender por qué hacemos lo que hacemos. Una criatura tan anormal e inadecuada, alguien que abandona su trono por un simple capricho no es adecuado para sentarse a la cabeza de nuestro amado país.
—¿C-Creen que no es adecuado simplemente por esta indiscreción? —preguntó Kagome.
—Sabe tan bien como nosotros que eso sería irracional, Kagome-sama —dijo Zetsubode, su sonrisa se ensanchó al parecerle que estaba haciendo progresos con la miko—. En el corto tiempo desde su ascenso al trono, ha cometido varias ofensas graves. Ha introducido legislación que intenta arrebatar el poder de las manos de los cortesanos para poder acapararlo él. Ha intentado regular las vidas de los cortesanos fuera de la corte en sus propias fincas. Algo que, claramente, no es asunto suyo.
»Incluso ha intentado un acto tan absurdo como delegar fondos nacionales para sus propios propósitos, sin la aprobación del Consejo. Básicamente, está lanzando a la totalidad de nuestro noble Gobierno al caos. Si nada de eso es suficiente para convencerla, Kagome-sama, está el simple hecho de que su misma existencia es antinatural. La unión de una humana y un youkai es antinatural. Es asquerosa.
Kagome se mordió el labio, sus ojos volvieron a bajar hasta la silueta bocabajo del hanyou.
El veneno había hecho todo su efecto para entonces y había parado de forcejear, sus ojos dorados estaban brillantes y furiosos mientras los pasaba de rostro en rostro. Intentó asociarlo a todas las graves ofensas de las que le estaban acusando, pero descubrió que no podía. Lo único que veía era su rostro fruncido y sincero.
—¿Y cómo propone el clan Taira arreglar las cosas exactamente? —presionó Kagome.
—No hay cambio mientras el monstruo siga vivo con su derecho al trono —dijo Uragiri—. Así que nos libraremos de él. El hanyou tiene un hermano que está en posición de heredar el trono a su fallecimiento, pero el hermano ha estado fuera estudiando en China desde el ascenso del pequeño bastardo.
»Tenemos a un miembro del clan Taira en posición para actuar rápidamente en cuanto sea informado de la muerte del hanyou. Se hará firmemente cargo del trono antes de que el hermano tenga oportunidad de volver. Una vez en el poder, los Taira devolverán la corte a su forma adecuada. Y, por supuesto, no hay sangre sucia entre los Taira.
—Entonces ¿esta es una rebelión?
Al fin Kagome comprendía qué era lo que la había consternado tanto.
—El término rebelión es muy burdo, Kagome-sama, tiene demasiadas connotaciones negativas —dijo Zetsubode con suavidad—. Simplemente es un cambio y la vida no es más que cambios. Pero si quiere pensar en ello como una rebelión, piense en ello como en una pacífica y sin sangre.
—A excepción de la sangre de él —señaló Kagome.
Zetsubode se encogió de hombros.
—Hay que hacer sacrificios.
—¿Qué es lo que quieren de mí? —preguntó Kagome, sacando de su traje la serpiente de jade y el símbolo Taira—. Obviamente este es un pago en anticipo por un servicio.
—Queremos que trabaje para nuestro clan, por supuesto —dijo Zetsubode—. Su… procedencia es desafortunada, pero cuando se corra la voz de lo que ha conseguido en esta misión, se convertirá en materia de leyendas. Esparciremos la historia, puede que la exageremos un poco, y no habrá youkai en todo Japón que se atreva a ir en contra de los gobernantes Taira.
—Pero difícilmente podemos dejar que se una a nosotros así como así —interrumpió Uragiri—. Tiene que demostrar que nos será leal. Usted es una plebeya, después de todo, y no se le han enseñado los mismos modales que a una auténtica cortesana. No podemos permitirnos que demuestre ser una pequeña campesina traidora.
Kagome casi resopló ante la ridiculez de quién estaba afirmando tal cosa, pero consiguió contenerse. Se giró hacia Zetsubode, al parecer el más racional de los dos, con una pregunta en su rostro.
—Para demostrar su lealtad a la causa, pensamos que debería ser usted la que acabe con aquí nuestra señoría —respondió el guardia con frialdad a su pregunta no formulada, como si no le estuviera pidiendo nada más que matar a una mosca.
—No se preocupe. Esperamos hasta estar en las tierras de los Fujiwara por una razón. Informaremos a la corte de que fue una emboscada de los Fujiwara. La futura emperatriz está en posición de hacerse potencialmente con el poder después de la muerte, después de todo, y así es muy probable que la historia sea aceptada sin preguntas.
Kagome estaba callada, incapaz de formar una respuesta. Su compostura parecía evaporarse como el agua al sol. Se le había quedado frío todo el cuerpo, la seriedad de la situación penetraba en sus huesos y los hacía parecer plomo. Querían que matara a Genji.
No, a Genji no. Al Tennō.
Dado que la habían informado de su complot, era imposible que fueran a permitirle marcharse si se negaba. Incluso si llamaba a Miroku y a Sango, era imposible que llegaran allí antes de que le hicieran daño al hanyou. Alguien iba a morir aquí.
—Si se niega, Kagome-sama, me temo que no podremos dejar que salga de aquí, como comprenderá —dijo Zetsubode, notando su vacilación—. Le animaría a que pensara en la riqueza y el poder que va a ganar con esta alianza. De todos modos, lo que va a arrebatar difícilmente va a ser una vida. No puede haber nada más que miseria en el mundo para tan pobre criatura.
A Kagome le habían empezado a temblar ligeramente las manos, su arco largo descansaba pesadamente contra su espalda. Su corazón latía con un fuerte tamborileo dentro de su cabeza, confundiendo sus ideas. Pero tenía que pensar y tenía que hacerlo rápido.
Mantuvo los ojos clavados resueltamente en el suelo, incapaz de mirar a ninguna de las tres personas que tenía delante. Había un centenar de preguntas y ella no tenía tiempo para pensar con detenimiento en ninguna.
—¿Su decisión? —dijo Uragiri con voz chirriante, impacientándose con su titubeo.
Kagome levantó la mirada hacia él, su expresión dura como la piedra. En un instante, tomó una decisión casi instintiva, a la porra las consecuencias y si estaba bien o no. Se quitó el arco del hombro y sacó lentamente una flecha del carcaj que tenía a la espalda, colocándola.
La sonrisa de aprobación de Uragiri era casi frenética en su amplitud.
—¡Buena chica!
Una sonrisa de satisfacción curvó las comisuras de los labios de Zetsubode mientras bajaba su espada y se apartaba del hanyou, permitiéndole un tiro limpio. Kagome apuntó hacia la silueta bocabajo del hanyou, tragándose el horror de lo que estaba a punto de hacer. Estiró la cuerda.
Y se giró en el último momento, soltando la flecha en dirección a Zetsubode. Su puntería fue certera a pesar de su temblor y le perforó directamente el pecho. El guardia traidor apenas tuvo tiempo de expresar sorpresa antes de colapsar.
Uragiri se quedó boquiabierto ante su conspirador caído, un sonido estrangulado burbujeó en su garganta. Kagome colocó rápidamente otra flecha y la apuntó hacia él, el hombro punzó en recordatorio de su herida. Uragiri se giró hacia ella, con el rostro descompuesto en un horroroso gruñido. Kagome nunca antes había visto tanta ira en los ojos de una persona.
—¡Zorra! —chilló, intentando desenvainar su espada con torpeza—. ¡Pequeña puta plebeya y traidora!
—No quiero dispararle —dijo Kagome con un débil temblor en sus palabras—. Por favor, ríndase tranquilamente.
Uragiri gritó, cargando estúpidamente hacia ella con la katana levantada. Kagome cerró los ojos y disparó. Fue un tiro limpio y pudo oír el golpe sordo cuando su cuerpo chocó contra el suelo.
Abrió los ojos, evitando cuidadosamente mirar a ninguno de los hombres caídos. Consiguió trastabillar hasta la silueta boca abajo de Genji (no, pero ¿cómo iba a llamarlo si no?), cayendo sobre sus rodillas a su lado. Él abrió los ojos finalmente y la miró en silencio, todavía incapaz de moverse. Había algo parecido al asombro en su rostro.
A Kagome se le empezaron a humedecer los ojos, su aliento escapaba en pequeños jadeos temblorosos. Se dobló, aferrándose a su estómago para evitar ponerse enferma. Presionó la cara contra la tela del karaginu rojo que tenía debajo, incapaz de contener los terribles sollozos que brotaban de ella.
Había matado a dos hombres.
La nieve empezó a caer finalmente sobre las cuatro siluetas que se encontraban bocabajo en ese claro, cubriéndolo todo de blanco.
Nota de la traductora: Una semana más, un capítulo más. Me alegro mucho de ver cada vez más lectores por aquí, espero que sigáis disfrutando de la historia como hasta ahora. Muchísimas gracias de nuevo por vuestros reviews y por poner la historia en favoritos y alertas, me anima mucho a seguir.
Por cierto, me he creado en Facebook una página donde voy avisando de las actualizaciones y demás. Si queréis seguirme por allí, estoy como Minako K.
¡Hasta la próxima!
