Justo después de transcurridos seis meses, mientras todos, incluidos Casey y Abril, estaban frente al televisor gozando del maratón de una nueva serie, rodeados de bocadillos, dulces y pizzas, Mikey de pronto se puso de pie y se llevó una mano al pecho comenzando a respirar agitadamente.

― ¿Te sientes bien, Mikey? ― le preguntó Leonardo quien notó de inmediato la jadeante respiración de su hermanito.

― Creo… que sí, her… ― la pecosa tortuga no pudo terminar porque se tambaleó. Leonardo lo tomó en brazos antes de que cayera al piso. Todos los demás se pusieron de pie mirando con miedo y preocupación a la tortuga más joven.

Donatelo de inmediato le pidió a su hermano mayor que llevara a Mikey a la enfermería. Sin dilación Leonardo obedeció, con cuidado levantó en brazos a Mikey y siguió a Donnie. Miguel Ángel aún estaba consciente, pero estaba bastante mareado. Leonardo lo acostó con cuidado en la camilla.

Todos los demás siguieron a Leo y se quedaron en la entrada, a la espera de saber qué le pasaba al de naranja. Donatelo tenía el ceño fruncido, algo estaba pasando y los demás lo adivinaban. Después de examinar los signos vitales de su hermanito, Donatelo miró a los demás sonriendo y les dijo exhalando un suspiro de alivio: ― Parece no ser grave, chicos, regresen a ver la televisión mientras yo me quedaré a vigilar a Mikey.

Todo mundo se sonrió al ya no sentir tanta preocupación. Al tiempo que todos regresaban a su lugar en la sala, Abril se acercó a Donatelo, el rostro de la pelirroja dibujando esa sonrisa que provocaba que la presión arterial de Donatelo se elevara a niveles fuera de la escala.

― ¡Oh, Donnie! Eres tan considerado con todos, muchas veces le he dicho a Casey que no hay nadie como tú en este mundo, siempre cuidas tanto a tu familia. Es una gran suerte el tenerte entre mis amigos más queridos ―. Terminó la chica besando con genuina admiración una de las mejillas del más listo que estuvo a punto de desmayarse de la emoción, pero logró controlarse lo suficiente para permanecer consciente.

― Gracias, Abril, en realidad es algo sencillo sabiendo que mi padre y mis hermanos merecen mis mejores esfuerzos ―, agradeció el de morado con auténtica modestia, esas palabras le consiguieron una sonrisa aún más brillante y un apretado abrazo de parte de la chica a la que había adorado desde el primer segundo después de verla por primera vez.

― A veces creo que, si fuera una tortuga mutante como tú, te habría pedido desde hace mucho que salieras conmigo, Donnie ―. Un guiño travieso fue lo último que observó Donatelo gozando de plena conciencia antes de quedarse viendo con cara de bobo la espalda de Abril cuando salió de la habitación.

Abril volvió a reunirse con los demás mientras Donatelo, sentado al lado de la camilla donde Mikey estaba descansando, se perdía en sus sueños románticos.

Después de un buen rato todos recibieron de vuelta a las dos tortugas faltantes. Por la cara enfadada de Abril, se notaba que algo había pasado.

― ¿Qué tenía Mikey, genio? ― preguntó Rafael poniendo en palabras el deseo de todos para saber lo que había sucedido.

― Nada grave, Rafa, este tragaldabas que no sabe decir que no a otra rebanada de pizza, aunque esté a punto de reventar ―, se sonrió el más listo, palmeando la cabeza de MIkey quien le mostró la lengua haciendo una trompetilla ―, ahora ya está bien. ¿Sucede algo malo? ― añadió al ver el rostro de su amiga sentándose junto a ella y tomando una lata de refresco.

― Casey opina que la chica en esta serie que estamos viendo es sólo una carga para los demás y yo le hice ver su error, pero parece que no tiene la suficiente madurez para aceptarlo ―, respondió la pelirroja mirando de reojo al susodicho.

― Mira Pelirroja, las chicas deben conocer su lugar y dejar a los hombres hacer el trabajo de verdad ―. Esas palabras que sólo habían nacido gracias al enojo, no reflejaban en realidad lo que Casey pensaba del género femenino, pero vaya que de verdad hicieron que los ojos de la chica lanzaran unas chispas amenazantes en dirección del joven peleador callejero quien ni se inmutó a pesar de que los demás se alejaron un poco de él, temiendo lo que Abril pudiese hacer, pues varios objetos alrededor de ellos comenzaron a temblar como si sólo esperaran la señal de la chica para lanzarse contra el adolescente humano.

― De hecho, Casey ―, habló Abril al fin saliendo de ese estado de molesta conmoción ―, a las mujeres que se precien de serlo, no les importa la inmadura opinión de un bruto que está convencido de que todo se puede resolver a golpes.

― Creo que habla de ti, Rafita ―, se burló el travieso mirando a su hermano de rojo quien le dio un coscorrón tan fuerte que lo dejó viendo estrellitas.

― ¿En verdad? ― contraatacó Casey cruzándose de brazos sintiéndose irremplazable ― ¿Y qué es lo que desean esas mujeres, Pelirroja?

― A los hombres que tienen buen gusto, a los que tienen cerebro, no bobos inmaduros de ésos que no tienen ni una neurona y que se ponen a eructar como si fuese algo gracioso.

― Ahora habla de ti, Mikey ―, rio Rafael ahora dándole un zape al más chico que lo miró con enojo.

― Ja, ja, ja, ja… ¿Y dónde hay una maravilla como ésa? ― continuó el jovencito sin permitir que los insultos de la chica le afectaran.

― Justo aquí ―, respondió Abril abrazando con fuerzas a Donatelo, no dejándose vencer por el supuesto obstáculo que Casey pensó que habría en la disputa con su novia. El más listo, cuyo cuerpo se tornó laxo de repente, casi se escurría entre los brazos de Abril, con un rubor tan marcado en sus mejillas que parecía una langosta recién hervida.

Fue Leonardo el que tuvo que recoger a su hermano de morado del piso empapado de refresco, después de que Abril se volteara para seguir discutiendo con su rudo novio.

― ¡Vamos, Pelirroja, estás de broma! ¡Todo el mundo sabe que a las chicas les gustan los tipos como yo, un chico malo! ¡No nerds aburridos! ¡Hay muchas chicas en la escuela que te envidian! ― se burlaba Casey con el aplomo de la estupidez ― ¡Eres la más suertuda del mundo en tenerme como novio!

Esa fue la gota que derramó el vaso para la chica.

― Pues ahora alguien más será la "suertuda" ― exclamó Abril entrecomillando con sus dedos la palabra ― ¡Hemos terminado!

Casey quedó atónito al escuchar esas palabras, los demás también miraban con incredulidad a la chica. El orgullo del chico, a pesar que sabía que había ido demasiado lejos, no le permitió admitirlo.

― ¡Perfecto! ¡No me importa para nada! ¡Quédate con la enciclopedia ambulante! ― el adolescente se levantó, se dirigió a los viejos torniquetes, los saltó y se fue corriendo.

― ¡Espera, Casey! ― Rafael alcanzó a gritar, levantándose también para seguir a su amigo para tratar de calmarlo mientras los demás se quedaban con Abril.

― Es sólo una tonta pelea, Abril, tú sabes que Casey de verdad te quiere, dale un tiempo para que se tranquilice, vendrá como otras veces a pedirte una disculpa ―, aseguró Leonardo tratando de aminorar tanto el enojo como la tristeza de su amiga.

― No, Leo. Ahora algo me dice que esto es de verdad, antes de venir con ustedes a pasar el rato ya habíamos discutido… él y yo somos muy diferentes… ― al mismo tiempo que la chica les explicaba eso, sus ojos se posaron en el ninja de morado que se limpiaba el refresco del cuerpo con un pañuelo.

― Perdona, Donnie por haberte usado de esa forma sólo para darle celos a Casey, pero si quieres, para compensarte podemos pasar más tiempo juntos ― al sugerir eso, los ojos de la pelirroja de verdad rogaban por la comprensión del más listo, algo que a Donatelo le encantaba.

― Claro, Abril, me encantaría ―, respondió el joven genio. Su amiga se abrazó a él, de verdad agradecida por la profunda amistad que el de morado le brindaba.

Mientras Donatelo estaba en la gloria al tener a la pelirroja entre sus brazos, sus ojos se encontraron con los de Mikey, quien lo miraba muy alegre al ver la felicidad en los ojos del joven científico. Después de unos segundos de intercambiar miradas, el más joven le sonrió al de morado y levantó ambos pulgares como en señal de ánimo o de victoria. Al ver eso, la mirada de Donatelo se volvió al piso un poco avergonzado para después de unos segundos sonreírle a su mejor amigo levantando también sus dos dedos pulgares. El de azul los miraba divertido.

Al siguiente día todo el equipo se reunía en la sala para patrullar la ciudad un rato por la noche, los chicos habían gozado de todo un día libre y habían pasado el tiempo en varias actividades, sobre todo Mikey y Donnie que no habían salido del laboratorio mientras se entretenían jugando cartas con el Gatito Helado.

Al salir, una noche tranquila y sin luna los esperaba, una noche perfecta para disfrutar de las sombras amigas que los cobijaban de las miradas de los humanos en las calles. Los chicos iban saltando de techo en techo y Mikey, fiel a su costumbre, iba en su patineta, el estar junto a todos sus hermanos siempre le había dado la confianza de arriesgarse un poco más. Por ello, en cierto momento el más joven se retrasó un poco haciendo unas piruetas en una azotea digna de usarse para ello.

Eso le costó caro. Una silueta emergió de la obscuridad, pero no exponiéndose por completo logrando mantener su identidad en el anonimato. Justo cuando Mikey comenzaba el descenso de un gran salto, un contenedor de cristal, del mismo tamaño y forma que los tubos llenos de mutágeno iba dirigido en su dirección. No teniendo punto de apoyo para salir de la trayectoria del objeto lanzado hacia él, Mikey golpeó el contenedor con sus nunchakus, tal vez se había salvado de que el objeto lo golpeara, pero mucho del contenido hizo contacto con su cuerpo.

― ¿Dónde está el tonto de Mikey? ― preguntó Rafael sin dirigirse a nadie en particular al notar que su hermano de azul se había detenido en su carrera contra él para ver que todos estuvieran bien.

― Te apuesto lo que quieras a que se quedó en una de las azoteas para practicar uno de sus mejores saltos ―, le respondió su hermano de morado que iba al último, respirando un poco agitado.

― Volvamos, chicos ―, decidió Leonardo no queriendo arriesgarse a que algo malo más les pudiera suceder.

No tardaron mucho en regresar al sitio donde Mikey, con un poco de asco, intentaba quitarse todo lo que le había salpicado en la cara y el cuerpo.

― ¡Mikey! ― exclamó Leo acercándose de inmediato al travieso al verlo sentado en el piso, pero Donatelo se lo impidió.

― ¡Espera, Leo! ¡No lo toques! ― le pidió el más listo interponiendo uno de sus brazos en el camino del líder, para acercarse con cuidado al menor.

― ¿¡Qué te pasó!? ― exclamó Rafael con una voz muy poco en concordancia con el sigilo que deberían tener en todo momento.

― Alguien me arrojó eso ―, respondió la pecosa tortuga señalando los cristales rotos a unos metros de él. Mikey quiso seguir sacudiéndose, pero su hermano de morado se lo impidió.

― Espera Mikey, deja tomo unas muestras ―, le pidió Donatelo, sacando de su mochila unos guantes y un frasco para guardar un poco de la substancia para analizarla después.

― Es un contenedor de mutágeno ―, se le oyó decir a Leonardo después de pedirle a Rafael que le ayudara a asegurarse de que no había nadie cerca.

― Así parece, Leo, sólo que no creo que haya contenido eso, el color no corresponde, el mutágeno es verde neón brillante, esto es casi negro ―, añadió el más listo observando con cuidado a través del cristal del frasco la muestra de la substancia que le habían arrojado a su hermanito.

― ¿El tonto va a estar bien, Don? ― pidió saber Rafael, mirando al de morado limpiar bien toda la piel del cuerpo de su hermanito.

― Eso espero… ― le escuchó murmurar al de morado.

― Entonces regresemos pronto a casa ―, ordenó el de azul ―, así podrás revisar bien a Mikey.

― Eso precisamente te iba a sugerir, Leo, regresemos.

Donatelo no permitió que Leonardo ni Rafael ayudaran a Mikey a caminar, les explicó que la razón era por estar temeroso de que algo de la substancia pudiera afectar a los demás, además, Mikey dijo que estaba bien y que podía volver por su propio pie.

― Vamos a la enfermería, Mikey, así puedo eliminar cualquier rastro que haya quedado en ti ―, le pidió Donnie tan pronto como llegaron a su hogar. Leonardo y Rafael los siguieron. Un rato después Splinter, al ver que sus hijos no se reportaban con él después de patrullar, llegó a la enfermería para investigar la razón.

― ¿Te sientes bien, hijo mío? ― preguntó el sensei al pecoso travieso después de que Leonardo le contara lo que había sucedido.

― Si, sensei, hasta ahora si ―. La respuesta acompañada de una sonrisa, hizo suspirar al viejo maestro quien posó una de sus manos en la cabeza de su valiente pequeño sonriendo también ―. Me alegro.

― Sólo para estar seguros dormiremos los dos aquí, Mikey, así te podré vigilar si algo malo sucede, ¿de acuerdo?

― ¡Si, señor! ― se sonrió Mikey, haciéndose el gracioso cuadrándose frente a su hermano más listo como el mejor de los soldados. Esas fueron las últimas palabras del más joven mientras aún disfrutaba de una vida normal.

…..

Leonardo no había podido dormir bien pensando en su hermanito, le preocupaba que las consecuencias de aquella substancia en el cuerpo de Mikey pudieran llegar a ser mortales. Los efectos del mutágeno era casi siempre instantáneos, pero en esa ocasión parecía no haber efectos adversos en aquel compuesto desconocido para ellos, esa podría ser la peor señal, así que salió de su habitación rumbo a la enfermería, justo en ese momento Rafael salía de su propio cuarto.

― Tú también estás preocupado por Mikey, Rafa ― dijo su hermano de azul alcanzando a observar las ojeras debajo de los ojos de su hermanito de rojo quien, a pesar de ponerse con rapidez su bandana tratando de ocultar aquellas marcas, no podía engañar a su mejor amigo.

― ¡Claro que no, Bobonardo! Lo que pasa es que no cenamos y me muero de hambre ―, negó Rafael encaminándose a la cocina, pero antes de llegar le dijo a Leonardo ―: pero si quieres te acompaño para que te quites la preocupación ―. Leonardo se sonrió, Rafael siempre hacía lo mismo, así que sólo se limitó a asentir.

Justo en ese instante se escuchó la voz de Splinter de pie frente a su habitación ―: Leonardo, hijo, ven un momento. La tortuga de azul dirigió su mirada al de rojo haciéndole entender con un gesto que podía seguir y después él lo alcanzaría; comprendiendo, Rafael asintió.

Rafael entró de inmediato a la enfermería esperando ver en el interior a sus dos hermanos, pero extrañamente no había nadie dentro. Frunciendo el ceño y mirando en todas direcciones, la ruda tortuga no encontró a ninguno.

Pensando que tal vez estaban en otro lugar, Rafael inspeccionó el baño, el laboratorio y ambas habitaciones, tampoco había nadie en ellas. Leonardo salió de la habitación de su padre y se topó con Rafael quien se veía un poco confundido y preocupado.

Temiendo alguna mala noticia, Leonardo le preguntó ―: ¿Cómo está Mikey?

― No lo sé, Leo ―, contestó con un poco de preocupación el de rojo ―, ya revisé por todos lados, ninguno de ellos está en la guarida ―, después de aquellas palabras, ambos hermanos se encaminaron a la salida para buscarlos, pero antes de hacerlo, vieron a Donatelo salir de la enfermería para meterse al baño.

― Dona… ― comenzó su hermano de rojo a pronunciar su nombre, pero el de morado pasó sin siquiera hablarles. Frunciendo el ceño, ambos lo siguieron enseguida.

― ¿Dónde estabas, Cerebrito? ― le preguntó Rafael un poco molesto porque Donatelo no le contestó cuando pasó cerca de ellos. Leonardo miraba a su hermano de morado llenar una palangana con agua fría y tomar un par de toallas pequeñas.

― Ahora no, Rafael ―, contestó el más listo sin mirar a su gruñón hermano ―, Mikey tiene mucha fiebre ―. En seguida Donatelo llevó los objetos a la enfermería con una rapidez digna del mejor ninja. Una vez más Leonardo y Rafael lo siguieron.

Mikey estaba cómodamente acostado en la cama, pero se le veía sudoroso con sus ojos vidriosos, Donatelo empapó una de las pequeñas toallas y con ella enjugó el sudor en el rostro de su hermanito para después volver a empaparla y colocarla sobre su frente, el más joven le dio las gracias con una débil sonrisa.

Hasta ese momento los demás no se habían dado cuenta, pero a Donatelo se le veía cansado.

― ¿Te encuentras bien, Donnie? ― le preguntó su hermano mayor.

― Si, Leo… estoy bien… ―, respondió el de morado dejando escapar un gran bostezo, levantando sus brazos por encima de su cabeza para estirarse un poco ―, es que tuve que vigilar a nuestro hermanito, tuvo una fiebre muy elevada durante la noche y quería estar seguro de que estaría bien.

― ¿Crees que fue por la substancia que le arrojaron? ― preguntó el de rojo ayudando a Donnie cambiando la toalla del travieso pecoso.

― Por desgracia creo que si, Rafa. Ya tengo una muestra en uno de mis tubos de ensayo para averiguar lo que es en realidad, pero aún le falta tiempo a la reacción para dar el resultado, es un poco lento… ― El más listo volvió a bostezar, notándose enseguida que le pesaban los párpados.

― Donnie, tienes que dormir ―, dijo Leonardo ―, nosotros cuidaremos de Mikey y te avisaré de inmediato si hay algún cambio en el tubo.

― Gracias chicos… ya han pasado las peores horas de la fiebre, pero de todas formas quiero asegurarme de que Mikey va a estar bien ―, Donatelo se levantó bien dispuesto a ir a dejarse caer en su cama para descansar un poco ―, por favor… avísenme si la substancia en el tubo cambia de color o si Mikey empeora o le sucede algo extraño ―. Ambos asintieron.

Continuará…