Mariposa negra
Cass ingresó al hospital donde Asa le mencionó que dio a luz y avanzó hasta la recepción, buscando con la mirada a una de las enfermeras que conocía de cuando trabajó en el área de asistencia social en el periodo entre que terminó sus estudios y decidió continuar con su maestría. Pedir documentación de esa manera no era correcto, pero mientras no retirara nada se encontraba en un área gris.
―Dime que no estás pidiendo registros sobre pacientes sin autorización. Estoy seguro de que para estos momentos eres más que consiente de que es ilegal.
La voz masculina de tono severo provocó un pequeño salto en la enfermera que de inmediato retorno la mirada al monitor del computador, pero sólo consiguió que Cass se girara encogiéndose de hombros con desfachatez para luego hablar.
―No tengo permiso firmado por un notario o juez si es eso lo que quieres ver, pero tengo autorización oral de la persona. Le es un poco difícil moverse y no quise meterla en más trámites de los que ya debe de tener desde que despertó.
El hombre negó con la cabeza y removió el gorro de cirugía azul que hacía juego con su ropa de operaciones. George Thompson, jefe del departamento de cirugía, acababa de salir de una compleja operación, pero en lugar de poder relajarse unos momentos antes de comenzar a redactar sus reportes postoperatorios, se había topado con el rostro familiar de la joven que estuvo al cuidado de su hermano años atrás.
―¿Desde cuándo un menor de edad puede dar esa autorización, o cambiaste de ruta profesional y dejaste de trabajar con niños?
―¿Tienes tiempo para un café? ―preguntó ella, abandonando la expresión relajada, consiguiendo picar la curiosidad del hombre.
. .
―Había escuchado del caso ―asintió George tras escuchar porqué Cass se encontraba husmeando en los registros del hospital―. La comunidad médica está sorprendida de ver que la mujer despertó luego de tantos años y en relativo buen estado de salud.
―Físicamente al menos ―intervino Cass reclinándose sobre la mesa―. ¿Escuchaste lo de sus hijos?
―Sí ―afirmó y luego sonrió―. Pero no busques chismes conmigo, no soy una enfermera, sólo sé que está convencida de que tuvo dos pequeños y nadie sabe el paradero. Creen que puede ser recuerdos falsos implantados por el tiempo en coma, quizás una mezcla de historias o alguna novela que escuchó mientras dormía.
―Tenía dos hijos ―aseguró Cass―. Di con la gente que la ayudó en el refugio de mujeres y una vecina del edificio donde vivía, esperaba también poder hablar con las personas que se encargaron del parto, aunque dudo que lo recuerden.
―Debiste ser detective ―bromeó el hombre―. ¿Dónde están ahora entonces? ¿Quieres confirmar con los registros del hospital?
―Quiero confirmar que el registro del que nació aquí no está ―respondió con una sonrisa de medio lado.
―¿Por qué no estaría? ―cuestionó con curiosidad el hombre―. No pongas esa cara, dime que no es uno de esos horrendos casos que te suelen asignar donde acaba hasta el FBI implicado.
―Aún no lo sé ―respondió ella sin perder la expresión del rostro―. No vayas a decirle a nadie, pero Asa asegura que sus dos hijos están vivos y en Japón.
―¿Y cómo puede saber eso?
―Vio a uno en la televisión. ¿Recuerdas ese programa extraño de peleas que trasmitieron desde Japón hace unos años?
―¿El que la nieta de Kido se empeñó en realizar tras la muerte del hombre? ¿El de los chicos que peleaban disfrazados de animales o algo así?
―Sí, sus hijos eran dos de los participantes.
―No es por dudar de la mujer, pero cómo puede estar tan segura. Han pasado años.
―Uno lleva el mismo nombre y el otro uno muy similar, lo orientalizaron ―explicó torciendo la boca, el bebé debía ser John, pero el muchacho que Asa juraba era su hijo se llamaba Shun.
―Si eso es todo lo que tienes sabes bien que eso no basta.
―No, pero esta es la parte en donde no hablas, aunque te secuestren ―soltó Cass endureciendo la mirada―. Asa asegura que el padre de ambos era Mitsumasa Kido.
―Eso… Eso sería una acusación muy grande —susurró el hombre comprendiendo las implicancias.
―Lo es, más si comienzas a pensar mal, lo último que se sabe de ellos es de la noche que trataron de asesinarla y de alguna manera aparecieron en Japón, convenientemente relacionados al supuesto padre. Y para hacer las cosas más interesantes, estuve averiguando un poco sobre los otros muchachos que participaron, ya sabes que me gusta ahondarme en los casos. No encontré nada, fuera de que todos eran unos críos a la hora del torneo pese a no parecerlo; eso estoy segura de que es al menos explotación infantil.
―Estás a un continente de distancia, seguro que alguien desde Japón puede averiguar de dónde salieron ―aseguró el cirujano, aunque no sonaba tan convencido.
―Lo sé, tengo un contacto que me hizo las averiguaciones, pero sé que no tiene tanta capacidad como para hurgar como a mí me gustaría.
―¿Eres consciente que eres una asistenta social y no la policía?
―Sí, eso entorpece mucho mi trabajo ―contestó malhumorada, dependía demasiado de lograr convencer que la gente hablara con ella por disposición propia―. En cuanto termine unas cosas más voy a viajar con Asa a Japón.
―¡¿Vas a qué?!
―No pienso ir con estandarte de guerra, pero la mujer va a ir con o sin ayuda y si realmente son sus hijos, es de mi incumbencia, al menos con el que aún es menor de edad.
―Uno de estos días vas a toparte con algo demasiado grande para morder ―advirtió él negando con la cabeza.
―Es probable, pero por ahora sólo necesito que me permitas comprobar que no quedó rastro del hijo de Asa ―pidió sonriente, convencida que no encontraría nada.
. .
Las pastillas para el dolor de cabeza no hicieron el efecto esperado, Cass tenía un avión que tomar en unas horas y aún podía sentir las palpitaciones. Acababa de dejar la oficina al final del día de trabajo y su jefe estaba hecho una furia por el viaje y toda la reorganización que se requirió para permitirle ausentarse dos semanas con posibilidad de extenderlo a un mes completo. Lo que estaba haciendo pendía de un tecnicismo que le permitía apoyar a Asa sin usurpar funciones de otras organizaciones o incluso la policía.
Terminó de arreglar su maleta y se dejó caer en uno de los sillones de su sala. Había recolectado mucha información desde su primer encuentro con Asa y pese a que no se sentía capaz de confiar en el sentido común la mujer, estaba convencida que no mentía. Sin embargo, no tenía pruebas contundentes, de no ser así ya hubiera contactado a las autoridades, iba a necesitar moverse rápido en cuanto tocaran suelo japones, antes que su acompañante hiciera una locura y complicara más las cosas.
Desvió la vista en dirección a una caja en donde tenía una de las tantas copias de todo lo que había recolectado sobre el caso Miller, documentos, fotos y grabaciones. Estaba siendo paranoica, Kido llevaba años muerto, pero algo le decía que debía de ser extremadamente cuidadosa y asegurarse que su información estuviera a salvo. Dejaría una copia en casa, otra en el cajón de su escritorio en la oficina, su jefe debía haber mandado al depósito la que le proporcionó a él y también se encargó de entregarle una a David Miller en caso deseara hacer algo por su cuenta.
Cuando sintió un golpe en su puerta y luego el sonido de alguien entrando hecho un bufido al aire.
―Llegas muy temprano ―se quejó.
―Pensé que llevarías más equipaje ―comentó Christopher con buen humor―. Creo que hasta tenías más cosas cuanto te mudaste con nosotros.
―Estoy mandando el resto como envío, no planeo sobrecargarme viajando con una mujer en silla de ruedas.
―Eso tiene sentido ―aceptó el hombre cruzándose de brazos―. Mucho más sentido que el ejército de copias que tienes del caso. ¡dejaste tres en mi oficina!
―Una deberías mandarla lejos, de preferencia fuera del país con alguien de confianza.
―He leído lo que has estado averiguando y puedo comprender que tomes precauciones, pero esto es una exageración ―se quejó, sentándose junto a ella.
―Lo sé ―admitió mordiéndose el labio―. Tengo una horrible sensación de que es lo mínimo que debería hacer, hay algo que no estoy viendo con claridad y me voy a volver loca.
―Es un tipo con poder que desapareció documentos legales y se robó a sus hijos, eso a cualquiera lo pondría alerta.
―Y mandó a asesinar a la madre, no te olvides de esa parte.
―Presuntamente ―recalcó, mostrando que incluso en privado le costaba dejar de lado que era abogado―. No hay nada definitivo aún y quizá nunca se llegue a saber.
―Va a ser un infierno, de alguna manera debo posicionarme bien en un par de días, Asa no va a soportar no intervenir más de eso ―soltó Cass con cansancio, lo que más la estresaba era el comportamiento de la mujer.
―¿Cómo planeas hacer? No hablas el idioma, vas a darte con muchas puertas cerradas sólo con eso.
―Tengo un diccionario.
―Sabes que no te va a bastar, ¿no?
―Tendrá que ser suficiente, también espero que haya gente que sepa hablar inglés, voy a ir a Tokyo no a una zona rural ―replicó encogiéndose de hombros―. Si no tendré que reclutar a alguien. Voy a participar en una conferencia por allá, puedo encontrar alguien dispuesto a gastar su tiempo ayudándome.
―¿Conferencia? Es definitivo, estás loca. ¿Cómo se te ocurre mezclar este desastre con eso? ―le increpó Christopher.
―¿Qué de extraño tiene? Suelo participar un par de veces todos los años, se dio la casualidad de que ISPCAN va a realizar una en Japón y puedo aprovechar, lo que les viene bien, están muy atrás en lo que respecta a leyes de protección de niños y derechos de familia ―respondió sin comprender cuál era el alboroto.
―¿Y dices que no vas con intención de pelearte con nadie?
―Si se ofenden no es mi problema.
―Hablando de forma honesta, ¿cuándo esperas regresar?
―Finales de Agosto, dudo que esto quede siquiera encaminado en sólo dos semanas.
Christopher observó su reloj de pulsera y se puso de pie.
―¿Lista? Y no me digas que hay tiempo, es un vuelo internacional.
Cass sonrió de medio lado y asintió, al menos su dolor de cabeza parecía haber desaparecido cuando dejó de enfocarse en la incomodidad.
