Capítulo 4 Con tanto y con tan poco
—¡Hombre malo! —gritó Bell mientras apuntaba al periódico—. ¡Hombre malo!
La pequeña se ocultó más en el pecho de la señora Hudson y ella le abrazó tratando de controlarla, sin embargo, estaba completamente asustada.
—Magnussen... —sorprendido susurró Sherlock.
—Cariño, ¿qué es lo que pasa? —preguntó preocupada la señora Hudson.
Sintiendo el ambiente inundarse en pánico, la señora Hudson al no oír respuesta de Sherlock, volteó a verle y este tenía una mirada perdida, pero en aquellos ojos verdes se distinguía el miedo.
Sherlock ignoró el llamado de la señora Hudson y caminó hacía su sofá para sentarse y poner sus manos bajo su barbilla, comenzó a sentir una fuerte presión en sus hombros y espalda, la cual le calaba con fuerza; su respiración se había tornado un poco agitada y notó que sus manos temblaban con ligereza. Rápidamente las acercó a sus labios para poder evitar esa sensación, pero era imposible ocultarla.
—Sherlock, ¿estás bien? —Él se mantuvo mudo, lo único que hizo fue mover sus ojos y retomar su vista a la nada—. ¿Sherlock? —repitió seria mientras se alzaba del suelo con la niña aún en sus brazos.
La pequeña siguió el ritmo de la señora Hudson y al alzarse movió su rostro para observar al detective. Y Bell lo notó. En esos momentos de quietud y que el único sonido era la respiración agitada de Sherlock, se escuchó como tocaron a la puerta. La señora Hudson se separó un poco de la niña y la tomó de sus mejillas con suavidad para que le mirase.
—Tengo que atender —mencionó. Bell le miró fijamente—. No tardo, ¿de acuerdo?
Con su rostro aún rojo por los gritos y las venas de las sienes relajándose, la niña pasó saliva duramente y cabeceó. La señora Hudson sonrió con nervios y soltó sus manos del rostro de la niña, Bell le miraba hasta que salió del piso y retomó la vista en el detective, quien seguía con esa respiración dificultosa y el temblor en sus manos que no parecía controlarse. Él cerró sus ojos y muy dentro de sí buscaba una manera de lucir lo más sereno posible.
Bell volteó a ver al periódico con la fotografía de Magnussen y lo tomó, se acercó al detective, calculando la distancia a la que tenía que estar y quedó a menos de sesenta centímetros de su espacio personal.
—Hombre malo —repitió mientras le enseñaba la fotografía.
Sherlock logró inhalar con mucha profundidad y al sentir sus pulmones llenos de aire, y también notar que sus manos se habían relajado, exhaló con un terrible escándalo.
—¿De dónde conoces a Magnussen? —preguntó, al terminar de expulsar el aire.
—Mamá... Ella... —balbuceó pensativa, buscando las palabras adecuadas a decir, pero no podía— Trabajo... Hombre malo.
Sherlock abrió los ojos y observó con toda seriedad a esa niña. Ella estaba pensativa y sabía que no le respondería con exactitud; esta vez sus dedos comenzaron a moverse, provocando que la niña se sintiera apresurada y él no tolero. Se desesperó, le arrebató la hoja de periódico y le mostró la fotografía.
—¿De dónde conoces a Magnussen? —demandó furioso—. Él no pudo asesinar a tu madre porque yo lo maté hace cuatro semanas y tu madre murió hace tres semanas, así que esto no tiene sentido al menos que empieces hablar.
Bell vio con grandes ojos al detective y este mantuvo aquella hoja del período alzada frente a su rostro. En ese estado, Bell miraba la fotografía de Magnussen y a la vez al tan desesperado detective y, sin saber cómo responder, colocó sus manos sobre sus sienes y agachó su rostro para ignorar aquella furiosa mirada del detective.
—Cállate —susurró. Sherlock le escuchó y frunció su ceño—. Cállate, no puedo... Pensar... —continuó molesta y puso sus manos en sus orejas, cerró sus ojos y les apretó con fuerza—. Cállate, cállate, cállate...
Sherlock le observó sin saber cómo reaccionar, trató de relajar su ceño y miró a aquella niña que empezaba alterarse. ¿Qué podía hacer? ¿Cómo debería actuar? ¿Qué es lo que hacía John en los casos que él se ponía de esa manera? Ahora el también comenzaba a frustrarse. En esos momentos, como si de un milagro fuese, a su piso arribó la señora Hudson y venía acompañada de Lestrade y Donovan. Y por esos segundos Sherlock agradeció al destino, aunque no creyera en él.
—¿Sherlock? —llamó la señora Hudson. Este movió sus ojos verdes grisáceos hacia la entrada.
—¿Qué? —soltó alterado.
—Te hemos traído el resto de los casos en Northampton —habló Lestrade, quien traía una caja de archivos, y un tanto extrañado observó curioso a esos dos.
Aún con esa expresión de furia mezclada con el miedo, Sherlock bajó la hoja del periódico y se alzó del sofá para mirar a todos los presentes en su living room; Bell seguía en la misma posición más ya no susurraba aquellas palabras.
—¿Y esa niña? —cuestionó Donovan extrañada—. ¿Qué hace con el fenómeno?
Al oír la última interrogante Bell abrió sus ojos de golpe y lentamente quitó las manos de sus sienes.
—Sargento —llamó seriamente mientras volteaba a mirarle—, después le explico la situación. Ahora, si fuera tan amable en traer el resto de los informes —Donovan volteó a verle, con una ceja arqueada, y luego posó sus ojos sobre Sherlock quien aún tenía esa expresión en su rostro que no inspiraban confianza, al menos en ella. Sherlock le echaba la vista hasta que él también arqueó su ceja, a modo de reto—. ¿Donovan? —preguntó Lestrade molesto y está, con desgana le obedeció.
Se dio la media vuelta y se retiró del Living room.
Lestrade dejó una caja sobre el suelo y rápidamente se acercó a los dos.
—¿Qué tiene? —en referencia a la niña, preguntó preocupado.
Sherlock no respondió, lo único que hizo fue poner sus manos en su espalda y caminar hacia la primera caja que dejaron. Lestrade se acercó a Bell, le tomó con delicadeza de los hombros y ella, al sentir aquellas manos se asustó, dio un leve grito y vio al inspector quien se sorprendió de su reacción.
—¿Estás bien? —cuestionó preocupado mientras quitaba sus manos.
Bell no contestó. Volteó a mirar hacia Sherlock, quien les daba la espalda, y la señora Hudson se acercó hacía ellos.
—¿Saben?, sería mejor que me llevará a Bell a la cocina, que vea un poco de televisión y coma unos ricos muffins. ¿Qué opinas, cariño? —preguntó con una sonrisa mientras llevaba sus ojos con ella.
—Desde hace un rato que debió haber hecho eso, señora Hudson —respondió Sherlock al sacar varios informes.
Lestrade suspiró amargamente y ella frunció el ceño.
—Vamos preciosa, dejemos a estos dos trabajar —y le tomó de sus hombros y comenzaron a caminar.
En ello Donovan llegó con otra caja de archivos y casi tropezó con la señora Hudson y la niña. Asustada se hizo a un lado, pidiendo disculpas y las dos continuaron caminando, sin embargo, Bell se detuvo en seco y volteó para observarle. La pequeña le miraba con furia, sus ojos casi delataban como la estaba matando, y logró que la sargento se sorprendiera ante la mirada asesina de la pequeña. Lestrade y la señora Hudson observaron confundidos ese momento, en cambio, Sherlock les ignoraba, pero una inmensa sorpresa recibió al escuchar a la niña decirle a Donovan, con mucho desprecio:
—Tú... eres el fenómeno.
Al escuchar esas palabras, Sherlock se detuvo en leer los informes y alzó su cabeza, pero no volteó a verlos. Donovan abrió sus ojos de par en par sin poder disimular la sorpresa en su rostro, su boca se había quedado abierta ante esas palabras que, sin duda, las había dicho con odio.
La señora Hudson se acercó a la niña y le tomó de los hombros para poder sacarla de ahí. Bell accedió al llamado de ella y ambas salieron del piso del detective. Con el miedo sobre la sargento esta volteó a mirar a Lestrade quien también sus ojos parecían estar fuera de órbita.
—¿Por qué diablos me dijo eso? —preguntó molesta, mientras movía sus ojos con Sherlock en busca de una respuesta.
Este seguía inmóvil. Aquellas palabras que pequeña pronunció le habían caído como un balde de agua fría y, sin poder creerlo, le habían calado hasta en sus huesos. Pero ¿por qué sintió eso? No, la verdadera incógnita era, ¿por qué le defendió?
—¡Te estoy hablando! —exclamó Donovan. Sherlock se mantuvo firme.
—Sargento, basta —demandó Lestrade furioso y esta volteó a mirarle con una mueca torcida—. Es todo por hoy Donovan, gracias por la ayuda. Puede regresar a Scotland Yard.
Lo único que Donovan hizo fue suspirar con mucha amargura, acomodar su saco y salir de ese lugar, no sin antes mirar a Sherlock.
—¿Ahora tienes un nuevo perrito guardián? Quien lo creyera. Holmes, siendo defendido por una niña —mencionó hiriente mientras se cruzaba de brazos.
—¡Donovan! —gritó Lestrade. Ella le miró por el rabillo del ojo.
Sherlock volteó a mirar a la sargento y, en un tono tan neutro y no tan digno de él, le dijo:
—Gracias... por los archivos.
Impresionada Donovan se quedó sin palabras, esta vez no se le ocurrió más argumentos para discutir con Sherlock, ya que parecía no haberle importado lo ocurrido; se veía tan indiferente. Si, era común en él ser así, sin embargo, su indiferencia era cuestionable al de otras veces, parecía indiferente ante lo ocurrido.
—Vete al diablo, Holmes —soltó furiosa y salió del lugar a paso apresurado.
El detective le observó irse, Lestrade suspiró hartado y decidió acercarse a él para ayudarle con los archivos de Northampton.
John miró con pánico a Mycroft. El mayor de los Holmes se alzó a prepararse otra taza y observó al doctor.
—¿Más té? Le ayudará a sus nervios.
Al haber escuchado las palabras, John sacudió su cabeza y trató de volver a la realidad en la que estaba, observó a Mycroft sirviéndose el té de aquella hermosa tetera de porcelana y podía ver como él estaba completamente tranquilo ante lo que le acaba de decir.
—Mycroft —habló seriamente y este movió sus ojos hacía él—, l-lo que me acaba de decir —mencionó nervioso—. ¿Es verdad? La madre de Bell... ¿Trabajaba para Magnussen?
—¿Acaso yo le mentiría? —preguntó con cierta gracia.
—Pe-pero... ¿Cómo...? No, no, no —continuó sin creerlo—. ¿Cuándo? Sería la pregunta más adecuada.
—Bueno, yo no lo consideraría la pregunta más adecuada —dejo a relucir mientras se sentaba—. Pero por favor, Doctor Watson, vuelva a tomar asiento y déjeme terminar de contarle esta historia.
Obedeciéndole John volvió al sillón, poso la mirada en todos los papeles del expediente y tomó aquel donde decía que Samara Jones había laborado para Magnussen.
—Samara —continuó hablando Mycroft—, trabajó para Magnussen por un periodo de cuatro meses, hace año y medio si mal no me equivoco. No fue demasiado tiempo la verdad...
—Entonces —interrumpió—, al salir ella de ese trabajo, entra Janine como secretaria de Magnussen.
—Creo —dijo como si nada el mayor de los Holmes y tomó nuevamente de su té.
—Pero ¿por qué dejaría ese trabajo? Era una buena paga para poder mantenerse a ella y a Bell.
—Eso no podría contestarle Doctor Watson. Probablemente Magnussen se dio cuenta de la clase de persona que era ella y la despidió. Es lo más lógico.
John Watson se quedó pensativo unos momentos y luego llevó su aun sorpresiva mirada en Mycroft, quien seguía tan tranquilo con su fiesta del té.
—¿Y usted cree que Sherlock no se interesará en resolver este caso?
Al oírle aquella pregunta, bajó su taza y observó seriamente al compinche de su hermano.
—Doctor Watson, conozco a Sherlock a la perfección. Sé que lo hará. Pero como le he dicho, él tiene un asunto importante que resolver con Inglaterra, salvarla de James Moriarty. Así que, en lo que nos respecta y como sugerencia, usted le dirá a Sherlock que esa mujer fue asesinada por asuntos entre terroristas y caso cerrado.
Los ojos de John se abrieron como dos enromes platos y lo único que logró hacer fue una mueca de extrañez.
—¿Perdón? —preguntó sin creérselo—. ¿Quiere que le mienta a Sherlock?
—Exacto —y volvió a tomar de su té.
—¡Ja! ¿Acaso te estas oyendo, Mycroft? —dijo con una sonrisa sarcástica—. ¡¿Tú quieres que le mienta a Sherlock?! ¡¿Sobre un caso?! ¡Por favor!
—Usted sabrá ingeniárselas Doctor Watson, ahora si me disculpa, la hora del té ha terminado y tengo asuntos pendientes por resolver.
Mycroft posó la taza frente a la mesita que los separaba, tomó los papeles y volvió a guardarlos en aquel archivo. John vio con enorme coraje al mayor de los Holmes y no dudo en hablar.
—¿Y qué con la niña? Ella vio morir a su madre, en cualquier momento puede decirnos todo.
—No se preocupe por ello, pronto le enviaremos a servicios infantiles para que le acojan, y nos queda tan claro a usted y a mi Doctor Watson que la pequeña no podrá hablar. Usted mismo lo sabe —Mycroft se enderezó para intimidar a John—, el asperger de la pequeña es mucho más avanzado que el del propio Sherlock y, con el shock emocional al que ha sido afectada, dudo que pueda juntar más de cinco palabras y con coherencia —terminó con una sonrisa, tan digna de golpearle en la cara.
John observó a Mycroft y su coraje fue más allá de lo colosal, preguntándose ¿cómo es que no lo había golpeado? El Doctor admiraba su autocontrol, pero se le hacía algo terrible no poder ayudar a Bell. Ella llegó buscando ayuda, no podían negársela y, además, Sherlock ya había dicho que sí. Sin embargo, había algo ciertas verdades en lo que Mycroft le acababa de contar.
—Buen día, Doctor Watson —se despidió muy déspota y salió de su pequeña guarida dejándole con sus pensamientos.
Sherlock y Lestrade seguían indagando en los archivos, pero nada con respecto a un asesinato en estas últimas cuatro semanas aparecía. Todo iba a robos simples, los cuales Sherlock resolvió en un dos por tres; uno que otro caso de envenenamiento, también resueltos, a lo que resumió algunos como suicidio, no obstante, nada se involucraba a un asesinato a sangre fría.
—Todo esto es raro —suspiró Lestrade mientras acomodaba la caja sobre la mesa.
—Tiene que haber algo —soltó ansioso Sherlock.
—Creo que es inútil —continuó Lestrade, pero este le ignoró—. No hay nada en los registros.
—No, tiene que haber algo. Un asesinato así no pudo pasar desapercibido, aunque...
En ello el detective se quedó inmóvil y con la mirada perdida. Lestrade arqueó curioso su ceja, pero nada sorprendido ante la repentina reacción del detective.
Este seguía en su misma posición, con sus ojos a medio cerrar y hundido en su mente. Lestrade se puso a su lado y observaba con esa curiosidad, sabía que algo pasaba en esa cabeza. De repente Sherlock sacó del bolso de su saco su teléfono móvil y marcó un número con mucha ansiedad.
—¿A quién llamas? —preguntó Lestrade, pero este le ignoró.
John Watson, quien iba en un taxi rumbo a Baker Street, tenía su teléfono en mano y acababa de escuchar el mensaje de voz que Sherlock le había dejado con anterioridad. Para que Sherlock decidiera hablarle en vez de textearle, el asunto era serio. Sintió en ese momento como su teléfono vibró y notó, con nada de asombro, quien le llamaba.
—Sherlock —contestó un poco serio.
—Le dijiste sobre la niña, ¿verdad? —preguntó un poco molesto.
—¡Oh, Sherlock! Dame cinco minutos. Ya casi llego y te explico todo.
—¿Por qué? No tengo cinco minutos. Puedes decírmelo ahora mismo.
John suspiró amargamente mientras ponía su mano sobre su rostro, a modo de dejar a relucir su desesperación.
—Sherlock —habló más seriamente—, no tardó en llegar. Una vez ahí, puedo explicarte las cosas con más calma, ¿de acuerdo?
Silencio, fue lo único que salió del otro lado de la línea. John se extrañó al no escuchar absolutamente nada, a tal grado que pensó que le había colgado la llamada, pero no. Sólo se quedó en silencio.
—¿Sherlock?
—¿Por qué te pidió Mycroft que me mientas? —soltó de la nada y los ojos de John se abrieron sorpresivamente.
—¡¿Perdón?! —preguntó.
—Lo que oíste. ¿Por qué te pidió Mycroft ello?
—¡Sherlock! —exclamó nervioso.
—Mycroft mandó a recogerte, era algo obvio que sabía de la llegada de la niña. Te oías muy frustrado y ahora estás nervioso, es probable que lo que hablaras con él, te alteró. Y por como respondes, te pidió que me mantuvieras lejos de este caso; te dijo que me mintieras para estar totalmente concentrado en Moriarty.
Ahora el silencio provino del lado de John. ¿Y en serio Mycroft quería que le mintiera a Sherlock?
—Sherlock... —sonó sereno.
—Te veo en catorce minutos. No cinco —y colgó.
Sherlock volvió a guardar su teléfono y vio a Lestrade que parecía confundido ante el asunto.
—¿Todo bien?
—No —respondió con una sonrisa y caminó por encima de todos los periódicos regados e hizo demasiado escándalo con ellos.
La señora Hudson y Bell, quienes estaban en la cocina mirando el televisor, pudieron escuchar el inmenso ruido de los periódicos. La mujer suspiró desganada y se alzó de la silla para servirse un poco de café.
John llegó al departamento y entró al lugar tan rápido como pudo. Al percibir el escándalo que John hizo, la señora Hudson y Bell salieron de la cocina y vieron al Doctor subir los escalones a pasos apresurado. Bell se mantuvo curiosa y la señora Hudson llevó sus manos sobre los hombros de la pequeña.
—No te asustes —dijo con una sonrisa—, es tan normal verlos entrar y salir así, pero tal vez han descubierto algo de lo tuyo. ¿Quieres ir a preguntarles?
Ella le miró extrañada por unos segundos y su respuesta fue cabecear un sí.
El doctor llegó al piso y miró a Sherlock sentado en su sofá, en su típica pose con las manos bajo su barbilla y mirando a la nada y echó un vistazo a todo el caos que era el departamento. No era algo habitual ver demasiados periódicos doblados y hechos bola por doquier.
—¿Y Lestrade? —preguntó John con una sonrisa nerviosa.
—En Scotland Yard —sin verle, le respondió seriamente.
—¿Te ha traído los archivos? —buscó evadir el tema, pero el detective no contestó—. ¡Sherlock! —exclamó rendido mientras se acercaba a él.
—No des ni un paso más —demandó en tono amargo.
John se detuvo a poco menos de un metro de él.
—¿Qué fue lo que te dijo Mycroft? Con exactitud —preguntó mientras volteaba a verle.
—¡Ah...! ¡Pues...! —decía muy nervioso y en ello llevó su mirada hacía la pared, apareciendo como estaba pegado un periódico con la fotografía de Magnussen.
John no pudo ocultar su sorpresa y caminó hacia la pared para observar mejor y saber si sus ojos no lo estaban engañando.
—Sherlock, ¿por qué tienes la fotografía de Magnussen?
El detective se rehusó a contestar, solo le veía por el rabillo del ojo. En ese momento entraron Bell y la señora Hudson y Sherlock llevó su seria vista con ellas en lo que John no dejaba de mirar la fotografía.
—Venimos a saber, ¿cómo van con el caso de Bell?
Sherlock siguió con su postura sería y John, volviendo a la realidad, volteó a mirar a las dos damas que les observaban curiosas.
—Pues...
—John ha descubierto algo nuevo —respondió Sherlock seriamente y este le miró aterrado.
—¡¿Qué?!
—¿Vez, cariño? —dijo la señora Hudson con una sonrisa mientras tomaba a Bell de sus brazos—. Te dije que ya debían de saber algo, son tan rápidos —y la pequeña sonrió a medias.
—Pero... —continuó hablando preocupado John— Pero ¿qué hace la foto de Magnussen en la pared?
—¡Oh! —Exclamó la señora Hudson—. Bell lo encontró en el periódico y comenzó a gritarle que era el hombre malo.
—¿Hombre malo? —preguntó extrañado.
—John —interrumpió Sherlock—. Sería bueno que comenzarás a hablar.
N/A:
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