Polidrama - Capítulo 5

-¿Te puedo hacer una pregunta?

Una nueva mañana traía a Yin de regreso al cuarto del hospital de Coop. Aunque el muchacho aún mantenía los yesos en sus extremidades, ya se había librado del cuello ortopédico y de algunos de sus vendajes que cubría su ropa. La coneja se encontraba concentrada en su labor, regalándole una cucharada tras otra, mientras que el chico se armaba de valor para iniciar su plan.

-Sí, dime –respondió sin perder la concentración.

El chico la miró detenidamente, y respondió:

-¿Qué te parece… esa relación… que tiene Yang con… Millie?

La voz le salió más insegura de lo que deseaba. Yin lo miró y por un instante detuvo sus labores. Ella tenía una opinión negativa de los hechos, pero no consideraba sensato compartirlo con Coop.

-¿Por qué lo preguntas? –respondió retomando sus labores.

-Bueno, este –Coop buscaba concentrarse para evitar sonar inseguro-… la verdad es que a mí, en lo personal, no me da muy buena espina todo esto.

-¿A sí? –preguntó Yin sin despegar la vista de su trabajo.

-No lo sé –prosiguió improvisando-, sé que no conozco mucho a Yang, pero por lo poco que lo conozco, noto que no se está tomando muy en serio su relación con Millie, y ahora con esto del poliamor, creo que puede ser mucho peor.

El silencio trajo de regreso los nervios de Coop. Yin se detuvo y quedó pensativa. Regresó la cuchara al tazón mientras buscaba las palabras ideales. Yang era muy evidente y de difícil doble interpretación. Negar las palabras de Coop era tan malo como confirmarlas. Debía tener cuidado con su respuesta si no quería crear más problemas.

-Bueno, supongo eso es algo que tienen que ver ellos –respondió retomando su trabajo-. No creo que sea algo en lo que tengamos que meternos.

-Lo entiendo, pero eso no quita que estemos atentos a lo que sea que les pase –insistió Coop.

-¿Y qué podría pasarles?

-No lo sé –lo siguiente que a Coop se le vino a la mente lo sintió demasiado personal como para verbalizarlo. Tenía que encontrar una respuesta alternativa sin hacer enojar a Yin-, que se den cuenta que el poliamor no sea para ellos y terminen sufriendo, o algo así.

Yin continuó dándole cucharadas sin prestar mayor atención aparentemente. Cuando Coop pretendía replicar, la coneja respondió:

-El dolor también es parte de la vida.

-Pero si es evitable, podremos hacer algo, ¿no? –replicó Coop casi de inmediato.

-Eso es algo más que seguro –contestó Yin.

-¡Entonces! –respondió el chico animado-. Te propongo algo: ¿Por qué no nos aliamos?

-¿Aliarnos? –cuestionó la coneja arqueando una ceja.

-¡Sí! –respondió Coop-. O sea, ambos estamos en el mismo problema por culpa de nuestros hermanos. Tratemos de mantener contacto. Así nos enteramos más rápido de cualquier problema y podremos ayudarlos mejor.

Yin nuevamente detuvo su labor y le regaló una mirada de sorpresa. Los nervios regresaron a Coop, temiendo haber lanzado una oferta muy agresiva. A la coneja, efectivamente, no le daba confianza la propuesta del muchacho.

-¿Qué es lo que exactamente quieres? –lanzó su pregunta con una mirada seria.

Los nervios se multiplicaron en Coop.

-Yo solo quiero que nadie salga dañado de todo esto –respondió.

El silencio y la mirada de Yin lo obligaban a extender su respuesta.

-La verdad conozco a Millie, y simplemente no me la imagino en una situación como esta –prosiguió-. O sea, recuerdo que en la secundaria le gustaba alguien y era muy celosa con ese tipo. Esto del poliamor es derechamente lo contrario a lo que ella aceptaría. ¿Ella compartiendo su novio? ¡Eso no ocurriría ni aunque empezara a llover para arriba!

Lo había lanzado. Era una anécdota que no se esperaba contarle, pero con tal de tener una aliada como ella era más que necesario. El fin justifica los medios. Vio como el rostro de Yin comenzaba a suavizarse. La coneja empezaba a comprender el trasfondo. Conocía lo suficiente a su hermano como para negar que la teoría de Coop estaba demasiado cerca de la realidad de lo que él mismo sospechaba. Aunque sabía que era muy probable que Millie saliera dañada, en un principio quería dejarla que se diera cuenta sola. Desde el primer minuto que se conocieron le desagradó completamente, quitándole cualquier interés en ayudarla. Por otra parte, Coop parecía sensatamente preocupado por ayudarla. Más bien por él es que se estaba decidiendo por aceptar su alianza.

-Aceptaré con una condición –le respondió.

-La que tú quieras –se ofreció.

-No más ataques violentos.

-Lo prometo –respondió casi sin procesar la condición.

Le regaló una sonrisa triunfante que no pudo evitar contagiarle.

La preocupación de Coop dio vueltas en la cabeza de Yin a lo largo de aquel día. Aunque no la arrancaba de su trabajo en la academia, sí regresaba a su cabeza por cada tiempo muerto que arribaba en su día.

-¿Ya le dijiste a tus chicas del almuerzo? –soltó durante el almuerzo aquel mediodía.

Yin y Yang se encontraban en la oficina de su academia almorzando. El señor Burtonburger había mandado a un carpintero para la reparación de todo lo reparable y para la cotización de todo aquello que se debía comprar de nuevo. La mesa y las sillas se habían reparado, mientras que el aparador se encontraba aún con los vidrios rotos, para ser reparado próximamente.

Yang por poco y se atraganta con el agua que se estaba bebiendo de la botella. Desde la última mención del tema, había engendrado la esperanza de que se hubiera olvidado. Aquella mención repentina lo atrapó volando bajo. En el fondo lo sintió como un golpe bajo, una jugada tramposa. Exigía tarjeta roja y expulsión.

Yin alcanzó a ponerse de pie al notar que el ahogo parecía serio, cuando Yang recobró el habla.

-Me-atoré –balbuceó tosiendo.

-No me di cuenta –respondió su hermana con sarcasmo regresando a su asiento.

Dejó pasar los minutos para que la situación se calmara. Yang se acercó su plato de pollo asado con arroz y se concentró en devorarlo. Yin esperó pacientemente a que terminara antes de provocarle una nueva asfixia. Tenía demasiadas aprensiones y no lo iba a dejar salir de aquella oficina hasta solucionarlas.

En el restaurante La mesa de Lynn, Lincoln se encontraba entregando las órdenes de un par de pedidos en la cocina cuando vio entrar a Millie. La chica llegó sola y se instaló en la misma mesa junto a la ventana de la otra vez. El muchacho de inmediato se armó de una libreta y un lápiz para ir a atenderla.

-Buenos días, señorita –la saludó con una amplia sonrisa-. ¿Qué se va a servir?

-¿Qué tiene de almuerzo? –contestó la chica.

-Hoy tenemos carne mechada con puré.

-Pues…

-Y claro, con todos los agregados que siempre traen nuestras colaciones –aclaró Lincoln.

-Entonces tráigame una –pidió Millie.

-Enseguida –contestó Lincoln animado.

Tras regresar a la barra con la nueva orden, se volteó a observar los pensamientos de Millie. Sus preocupaciones internas se mantenían idénticas a las del día anterior. Sintió la curiosidad por conocer más sobre su preocupación. Se le veía tan sola y aislada intentando soportar un peso más grande que sus hombros. No quería dejarla así como así mientras estuviera en sus manos poder hacer algo. No podría soportarlo en su consciencia.

En eso, una conversación cercana lo arrancó de sus pensamientos.

-Hola nena, quiero una orden especial de muslos de pollo con papas fritas bañadas en mayotaza. ¡Ah! Y unas empanadas de queso con extra salsa barbacoa, unos Nuggets de cerdo bañados en su propio ñachi, y un helado huracán con chispas de chocolate. ¡Ah! Y quítale las nueces que soy alérgico.

Quien hablaba era un gallo musculoso y prepotente. Venía vestido completamente de negro, con pantalones ajustados, camisa sin mangas, un chaleco abierto sin mangas, gafas de sol, bototos gigantes y unos guantes sin dedos. Era completamente amarillo con las plumas de la cabeza rojiza y peinadas hacia atrás con gomina. Estaba con un codo sobre la barra mirando a Lynn por sobre sus gafas y regalándole una sonrisa soberbia.

-Aquí servimos comida, señor –respondió la chica mientras anotaba su pedido en una libreta.

-Y una soda dietética –agregó el gallo.

-En seguida se lo traemos –respondió Lynn con un suspiro molesto.

En eso el gallo se volteó, encontrando a Millie con la mirada

-Puedo esperar –respondió con una sonrisa que no daba nada de confianza.

Mientras tanto, en la academia del centro comercial, Yin volvió a probar suerte en su misión de conversar con su hermano.

-Entonces… ¿les dijiste o no? –preguntó con cautela.

Yang acababa de terminar su manzana. No había excusa de asfixia.

-¿Qué cosa? –intentó hacerse el desentendido.

-Sobre el almuerzo –insistió su hermana.

-Ya… ya les voy a decir –respondió desviando la mirada.

Los nervios de Yang se notaron inmediatamente, aumentando la aprensión de su hermana.

-Escucha Yang –decidió hablar cruzándose de brazos-, tienes que tomarte en serio esta decisión, porque aquí, el que tiene más que perder eres tú.

El conejo la observó de reojo. Francamente odiaba cuando se ponía tan seria, en especial frente a algo que él prefería evitar. Odiaba que le encarara sus debilidades y defectos. Siempre era así. Él, cargado de defectos. Ella, la chica perfecta. Ella amaba humillarlo.

-¿A qué te refieres? –contestó arqueando una ceja.

-Engañaste a Lina con Millie, y a Millie con Leni –se apresuró en responder-, y luego vienes con esto del poliamor, que considerando tu pasado más parece una excusa para seguir jugando con las mujeres que algo serio.

La impresión, el temor y el enojo golpearon a Yang hasta vaciar cualquier pensamiento y respuesta de su mente. Se encontraba en el punto de la vida en que realmente quería cambiar de rumbo, pero la inseguridad le mostraba que cualquier camino a seguir era incorrecto. Lo anterior, sumado a la visión tan optimista de su hermana, terminaban por coartarle cualquier acción.

-¡¿Qué?! –alegó molesto-. ¿Quién eres tú para venir a sacarme los trapitos al sol?

-No me malentiendas –trató de calmarlo-, pero si realmente quieres dejar atrás tu pasado, tienes que demostrarlo con hechos. Empezando por decirles a tus chicas que el sábado nuestro padre las espera en la academia –agregó frunciendo el ceño.

Los nervios recorrían los pies del conejo, atravesando su médula espinal hasta golpear su nuca. Suspiró pesadamente. Le sirvió para aclarar su mente. Finalmente se atrevió a mirar a su hermana. A pesar de su postura rígida y sus brazos cruzados, pudo notar su mirada preocupada tras su ceño fruncido. Finalmente –y como siempre- tenía razón. Debía enfrentar las consecuencias de su decisión.

-Les diré esta noche –prometió. Era una promesa que le salía a duras penas.

Mientras tanto en el restaurante, Lincoln observó desde su sana distancia la jugada del gallo. Se acercó a la mesa en donde se encontraba Millie. Ella inicialmente no se percató de su presencia, pues estaba distraída viendo a la gente pasar.

-Disculpa, ¿este asiento está ocupado? –le preguntó en un patético intento de sonar seductor.

-No, no lo está –contestó Millie observándolo de pies a cabeza antes de regresar a su distracción.

El gallo arrastró la silla y se sentó en ella.

Millie volvió a voltearse al extrañar el ruido de un arrastre más largo. Esperaba que el gallo se llevara la silla a otra mesa en donde le faltaran sillas, no que derechamente se instalara junto a ella.

-Soy Cooper Anton Prints, para servirle –se presentó con cortesía-. Reparo motos en mi taller Los gallos bravos, por si algún día necesita mis servicios –agregó entregándole una pequeña tarjeta y guiñándole un ojo junto a una sonrisa seductora.

-¿Y para qué rayos quiero un taller de motocicletas? –Millie le regaló una mirada hosca sin recibir la tarjeta del ave.

Chica difícil pensó el gallo con emoción.

-Bueno, a veces doy clases de conducción de motocicletas, digo por si te gustaría –contestó Coop.

-No gracias –respondió directamente la chica antes de regresar su atención a la ventana.

-También puedo enseñarte otras cosas –sin rendirse, el gallo se puso de pie solo para acercar su silla, voltearla y sentarse al revés en ella. Su pico se encontraba a unos cuantos centímetros de su cara.

A Millie le molestó su cercanía inapropiada. Al minuto de sentir su ala rodear su espalda, reaccionó. Lo agarró del cuello de su camisa, y con una fuerza sobrehumana lo lanzó contra la pared. Su rostro chocó contra el muro, botando algunos cuadros que se encontraban colgados. Cayó al suelo semiconsciente, mientras que una enorme grieta adornaba el muro justo en el lugar donde impactó su rostro. Ante el repentino acto, la gente se sobresaltó, alejándose del punto cero lo más pronto posible. Los sobresaltos provocaron derrames de comida y ropas manchadas. Los sobresaltos llamaron la atención de los empleados de la cocina, quienes se asomaron a ver el espectáculo. Millie se puso de pie y se acercó lentamente al gallo, a la espera de cualquier respuesta.

Coop se puso de pie lentamente mientras se sobaba la cabeza. A pesar del fuerte golpe, no había más secuelas que unas cuantas plumas despeinadas.

-Con un simple no bastaba –balbuceó adolorido.

-No vuelvas a acercarte a mí –lo amenazó la chica.

-¡Nadie le dice que no a Cooper Prints! –exclamó el ave acercándose a grandes zancadas.

Cuando estuvo a una distancia considerada personal por la chica, ella le propició una patada en la entrepierna. El golpe lo paralizó y le arrancó el aire de sus pulmones. Cayó de rodillas preso de un dolor indescriptible. Millie aprovechó aquel momento para regalarle una patada con su talón en la nuca. El gallo quedó golpeado y tirado en el suelo.

-¡Ya basta! –exclamó Lynn entrando en escena. Se veía bastante molesta-. ¡No voy a permitir este tipo de espectáculos en mi restaurante!

-¡Él empezó! –alegó Millie apuntando al ave en el suelo.

-¡No me interesa quién empezó! –respondió Lynn en el mismo tono-. ¡Los dos quedan baneados de La Mesa de Lynn! –sentenció.

-¡¿Qué?! –alegó Millie-. ¡Yo solo me estaba defendiendo!

-¡La decisión está tomada! –gritó la mesera-. ¡Fuera de aquí los dos! ¡Ahora!

La lucha de miradas entre las dos chicas la terminó ganando local. Millie decidió no extender el momento. Todo el mundo estaba atento a ella, cosa que la incomodó aún más que el atrevimiento del ave. Por la paz, le cedió el triunfo.

-Recuerden que la próxima semana deberán entregar sus proyectos trimestrales y a la vez presentar sus resultados a la clase.

Una chica de no más de catorce años estaba despidiendo a un grupo de jóvenes de más de veinte años. El ruido de la muchedumbre se sentía como panal de abejas enfurecidas. A la joven poco le importaba. Al igual que todos, se encontraba guardando sus cosas, preparada para abandonar el salón después de todos.

Aunque parecía inverosímil que una adolescente se encontrara dirigiendo una clase universitaria, su mirada seria e inexpresiva no dejaba dudas. Sus cabellos descuidados y sus enormes lentes con marco oscuro y grueso sumaban a su ambiente de seriedad. Traía un sweater verde oscuro descuidados y unos pantalones oscuros bajo su bata blanca y abierta que le llegaba a los tobillos. Cargó un bolso de cuero con sus libros, apuntes y computadora, y se dirigió a la salida. Pudo respirar con tranquilidad. Ya no tenía que lidiar con una muchedumbre humana que solía perderse en el camino de la comprensión de su discurso.

Caminó por los pasillos artificialmente iluminados del recinto, hasta arribar en una oficina. La puerta le daba la bienvenida con una placa brillante que versaba su nombre: Lisa Loud, profesora asistente.

Apenas se había instalado, escuchó un par de golpes de puertas que para ella le eran más que familiares. Antes de otorgar el permiso de entrada, vio aparecer a Dennis desde el umbral.

-Buenas tardes profesora Loud –la saludó con cortesía.

-Dennis, que bueno que viniste –le respondió con voz monótona-, mañana el grupo de Química uno tendrá su primer laboratorio.

-Eso es cierto –respondió el muchacho tomando asiento en la silla frente a Lisa. La profesora se ajustó los lentes y continuó.

-Debes tener en cuenta que les debes dejar demasiado claro la importancia de la seguridad. No quiero formar parte de otra demanda como el año pasado.

-Es complicado –respondió el muchacho con las manos sobre su bolso, que se encontraba sobre su regazo-, con esto de los teléfonos inteligentes y los problemas afectivos, se distraen fácilmente.

-Una distracción en el laboratorio podría costarles la vida –aclaró Lisa con seriedad-. Además, no culpes al cerdo, sino a quien le da el afrecho.

-¿Cree… que deberíamos quitarles los teléfonos? –le preguntó el chico intentando comprender el mensaje de la profesora.

-No, es poco práctico –respondió estirándose sobre su asiento-. Por cierto, ¿tienes los exámenes de geofísica?

-Acabo de revisarlos –respondió extrayendo una pila de hojas desde su bolso-, aunque las calificaciones no fueron las mejores en comparación con el examen anterior, aprobó más de la mitad.

-Creo que tendremos que preparar algo más difícil –contestó Lisa con una fina sonrisa que solo podía vaticinar un mal presagio.

El día para Millie no podía ser peor. Se había peleado con Josh por culpa de un requerimiento mal implementado. Franco la abandonó durante el almuerzo por culpa de una ineludible reunión justo a esa hora. Ni hablar de la pelea contra el gallo en el restaurante. Por culpa de ese tipejo se quedó sin almuerzo. Lo peor ocurrió a eso de las cinco, llegó su jefe con una torre de cajas de pizza y diez botellas de coca cola hasta el sótano en donde estaba atrapada. Era señal clarísima de la llegada de horas extra que la mantendrían atrapada por lo menos hasta la medianoche.

Minutos más tarde, recibió una extraña llamada de Mariana. Ella era la secretaria de la recepción del edificio. Solo una vez la había llamado por un supuesto problema técnico en su computadora que terminó siendo un ruego para que le hackeara la cuenta de Facebook de su novio. Esta vez era diferente.

-Un chico te está esperando en la entrada –le dijo mientras mascaba ruidosamente una goma de mascar.

Millie abandonó el sótano extrañada. Imaginaba que era Yang quien la esperaba. Era el único chico que podría tener razones para venir, aunque estas razones aún no se le vinieran a la cabeza. Grande fue su sorpresa al encontrarse con el chico del restaurante.

-Lamento lo del almuerzo –fue lo primero que le dijo-, vi todo lo que pasó, y sé que te estabas defendiendo de ese pollo estúpido. Intenté hablar con Lynn sobre lo ocurrido, y aunque está molesta, te prometo que lograré quitarte el baneo –agregó con una sonrisa nerviosa.

-¿Eh? –contestó estupefacta. Pudo verlo con su mirada oscura mientras entre sus brazos traía un paquete blanco bien envuelto en bolsas de nylon.

El chico se fijó en la mirada de Millie, y contestó.

-Te traje el almuerzo –le dijo acercándole la bolsa-. Acabo de recalentarlo. Supongo que debes estar hambrienta.

-Muchas gracias –contestó recibiendo el paquete aún confundida por lo que estaba sucediendo.

-Olvidé presentarme –continuó el muchacho extendiendo su mano-, soy Lincoln Loud, el restaurante es de mi papá, Lynn, y la chica que te echó también se llama Lynn.

-Soy Millie –respondió la chica estrechando su mano con la del chico. La sonrisa de la chica lo tranquilizó-, y te agradezco por todo.

-Los viernes en la tarde Lynn no está en el restaurante, y yo sí. Puedo recibirte sin ningún problema.

-Te agradezco por todo, Lincoln –respondió la chica.

-¡Millie!

Un grito distante acabó con el momento. Millie soltó su mano y de inmediato se volteó.

-Lamento la ausencia –se acercó Franco corriendo a toda velocidad. Al llegar junto a ellos, se detuvo para recuperar aire-, recién ahora me soltaron.

Apenas se reincorporó, miró por igual tanto a Millie como a Lincoln.

-Este, ¿nos vamos juntos? –le preguntó a la chica.

-Lo siento, tengo horas extras –respondió Millie dando la media vuelta dispuesta a emprender la marcha-. Nos vemos mañana.

-Este… está bien –contestó el muchacho extrañado.

El desconcierto le llegó a Franco mientras veía alejarse a la chica. Volteó su mirada hacia Lincoln, quien simplemente se remitió a encogerse de hombros.