El último deseo del último soldado

La vida en el mundo exterior era simple. Despertar temprano en la mañana, tomar el desayuno, dejarse arrastrar de un lado a otro; recibir halagos cada vez con menor frecuencia, volver a tiempo para la cena, ducharse e ir a dormir. Día tras día, la misma rutina, solo existiendo.

Levi estaba cansado de esa simpleza. Hacía mucho que había perdido la noción del tiempo, pero sabía que habían pasado ya algunos años desde aquella última batalla. Desde entonces y aunque se había prometido vivir para honrar la memoria de sus compañeros caídos, pasaba cada día como si fuera nada más que un espectador, observando una vida que no se sentía suya. Ahora que ya no tenía que luchar para sobrevivir, se sentía perdido, sin un propósito.

Y no era que Levi no quisiera vivir. En realidad, el mundo fuera de los muros era interesante, mentiría si dijera que preferiría estar muerto; era sólo que estaba cansado. Demasiado cansado. Aunque habían pasado solo algunos años, había días en los que se sentía como si hubiera trascurrido una eternidad.

Sus músculos se habían debilitado por el desuso, sus piernas eran casi por completo inútiles, su cabello ya contaba con algunas hebras platinadas y su rostro lucía como si hubiera envejecido una década de la noche a la mañana. Por eso, aunque cuidaba su apariencia todos los días, procuraba no prestar demasiada atención a la imagen que se reflejaba en el espejo.

Porque, aunque había decidido vivir por todos aquellos que no pudieron llegar tan lejos, el hombre que le devolvía la mirada al verse no era sino la viva imagen de su soledad. Pese a que eran pocos los días en los que realmente estaba solo, saber que todos sus camaradas habían muerto lo hacía sentir perdido. Estaba contento de estar vivo, de haber cumplido con su misión, pero no podía dejar de pensar que hubiera sido mejor si también hubiera muerto. Del hombre que solía ser, no queda más que un recuerdo en el fondo de su mente.

Justo al lado del recuerdo de esa persona a la que tampoco podía olvidar.

Aunque habían pasado ya muchos años desde el día de su muerte, todavía podía ver a Erwin cuando cerraba los ojos. Esos ojos llenos de curiosidad, la sonrisa que poco a poco se había ido apagando, la esperanza que siempre había ardido en su pecho… era el recuerdo más preciado que tenía y, también, el más doloroso.

Cada día que despertaba, en ese mundo tan distinto a todo lo que alguna vez hubieran imaginado, Levi se consolaba pensando que algún día, cuando muriera, podría verlo otra vez. Que volvería a sentir el calor de su cuerpo, a respirar su aroma, a besar sus labios. Si bien no se atrevería a terminar con su propia vida, no había nada que anhelara más que el día en que volvieran a encontrarse. Vivía esperando la muerte, porque ansiaba descansar en el cálido abrazo del hombre que había amado. Que todavía amaba.

Esa mañana, mientras ordenaba su cabello pensando distraídamente en que debería cortarlo un poco, sus ojos fallaron en ignorar su imagen y terminó encontrando su propia mirada en el espejo. El hombre que le devolvía la mirada era difícil de reconocer. Un rostro lleno de cicatrices y pequeñas arrugas. Sin embargo, un segundo después, la imagen en el espejo cambió. Ya no era un rostro ajeno sino el hombre que solía ser, fuerte, astuto, con una mirada llena de determinación. Pero no estaba solo, a su lado, alguien más lo miraba con una brillante sonrisa.

Quiso sonreírle de vuelta, pronunciar su nombre y hablarle de lo mucho que lo echaba de menos, pero las palabras se quedaban atoradas en su garganta. En su lugar, un par de lágrimas se deslizaron por sus mejillas mientras intentaba grabar esa imagen en su mente, de ellos dos juntos otra vez, como en los viejos tiempos.

—Sigo esperando por ti, Levi, no seas impaciente —dijo Erwin, y aunque sabía que era imposible, de algún modo, pudo sentir como si esas palabras hubieran sido pronunciadas junto a su oído.

Un jadeo escapó de sus labios, pero fue incapaz de decir nada. En su lugar, se permitió disfrutar de ese rostro lleno de paz, que lo miraba con el mismo amor que él aún sentía. En todo ese tiempo, había tenido un único deseo; uno que pensó que se cumpliría en su lecho de muerte y no antes. Volver a ver a Erwin, que le sonriera una última vez, sentir que había alguien esperándolo al final del camino.

Ahora que había podido cumplir ese sueño, Levi sentía que podía seguir adelante, avanzando por esa nueva vida sin remordimientos. Viviendo en honor al hombre que le había dado la libertad. Esperando con calma el día en que se volvieran a encontrar.