Una disculpa por aparecer hasta ahora; después de tantas pérdidas, el tiempo pesa sobre los hombros. Si eres una de esas personas que perdió algo, o a alguien en el 2020, lo siento mucho, y espero que logres superarlo.

Capítulo 5.

—¿Te encuentras bien?

—Sí —dijo Anna, colocando perezosamente su servilleta sobre la mesa —, ¿por qué habría de estar mal?

—Has estado callada, y no es normal en ti. Dime, ¿qué sucede? ¿Hay algo que debamos hablar?

La joven pelirroja reprimió un inevitable puchero, quería preguntarle muchas cosas a su novia, indagar en su pasado, conocer con detalle cada travesura de su adolescencia, pero temía que hacerlo probablemente la hiciera ver como una novia tóxica, y no lo era. Aunque ciertamente ganas no le faltaban.

Aun así, decidió tentar a la suerte.

—Tú… ¿Tú estás segura que jamás has tenido una novia antes de mí?

Elsa tomó la carta del menú que le ofreciera el mesero y con especial atención hacia este regresó una mirada divertida a su acompañante.

—Casi completamente segura como que si de haberla tenido, sin duda lo recordaría. ¿De dónde surge esa inquietud?

—Es que, ¡mírate! Eres muy linda —protestó la menor, como si saberlo le doliera —, en todos los aspectos; encuentro realmente difícil que no hubiera nadie en tu vida antes de mí.

—Este, por favor —señaló Elsa al atolondrado mesero, quien pareció estar de acuerdo con Anna. Un café cargado y una novia angustiada era todo lo que la pediatra requería en aquél día maltrecho. Largas horas a la espera de los resultados de una cirugía la mantenían tensa, pero Anna y su sobrada inexperiencia en ocultar sus celos le devolvían un poco de energía a la rubia. Secretamente le gustaba encontrarla celosa.

La chica Hansen eligió una tizana en modo desinteresado, y esperó a que Elsa volviera a hablar.

»Veamos… esto no te había preocupado antes, ¿qué sucedió que atormenta ahora tus pensamientos?

—No es que lo ignorara, solo que… bueno, yo no quise indagar mucho en el tema.

—¿Por qué no? ¿Temes que piense que eres una novia psicópata? —La ginecóloga bajó la cabeza en evidente afirmación. Elsa sonrió de medio lado —Sentí algo por una chica alguna vez, lo sabes. Pero jamás hubo nada entre nosotras, y si digo nada es porque realmente… nada. A ella le gustaban los chicos.

—¿Y lo supo? ¿Que a ti te gustaba ella?

—No en su momento, pero para cuando sucedió yo tenía mi vida entregada a la universidad.

—¿Ya no la querías?

—No solo eso, ella le pertenecía a otra persona, o al menos fue lo que yo creí, así que las cosas realmente me resultaron sencillas. Si bien no dejamos de amistarnos, para ser honesta.

—¿Y te habría gustado tener una oportunidad?

—¿En aquél momento? Por supuesto; era una chica después de todo. —Elsa notó el gesto desencajado de Anna y agregó, porque sabía que de ese modo la animaría —: Pero conocí a otra mujer, que será mi esposa, y no puedo estar más feliz.

Anna esbozó una sonrisa tímida, nada más había en la vida que le gustara tanto a la muchacha como las atenciones de su futura esposa, y aunque por el momento quedara conforme con la respuesta de la rubia, esperaría otra oportunidad para indagar de nuevo en el tema, por el cual aún sentía una incontrolable curiosidad. Eso y que deseaba asegurar que aquella mujer no representaría un problema para su relación, después de todo, continuaban siendo amigas.

Le dio un pequeño sorbo a su botella de agua, deduciendo la forma en que lograría ese cometido.

—¿Algo más que necesites saber?

—No, por ahora —resolvió la menor —. Pero… sí hay otra cosa de lo que quiero hablarte.

—Tengo tiempo, te escucho.

—Bueno, esto es algo extraño, no sé cómo lo tomarás pero, mamá dijo que mi abuelo quiere conocerte.

—¿Qué? ¿Quién? ¿Tu abuelo homofóbico? ¿Tu madre que me odia?

—No es homofóbico. Y mi madre no te odia… Solo son conservadores.

—Y la diferencia es…

—Yo no lo sabía, pero al parecer mi tío abuelo Henry… Henry no es su nombre —hizo una pausa para aclarar —. Pero ya sabes, discreción.

—Claro. Continúa.

—Resulta que el tío Edward… Henry, quiero decir, es homosexual, y uno de sus hijos también, recientemente este ha salido del clóset y el tema se ha vuelto la comidilla entre la familia; por supuesto que mi abuelo lo sabe y hubo discrepancias entre ellos, pero, mamá dice que él lo entendió, y ya ha convivido con la pareja de su hermano y de su hijo. Alguien le habló de mí y ahora cree que, aunque no es algo que acepte, eso no podrá cambiar lo que soy para él.

—¿Y eso le lleva a la gente tantos conflictos entender?

—Didi tiene 74 años —aclaró la menor, refiriéndose a su abuelo —, nació bajo otras tradiciones.

—Y reconozco su buena intención al intentar cambiar los patrones. A su modo.

—¿Entonces vienes?

―¿A dónde, princesa?

—El sábado es su cumpleaños y celebraremos en su casa, es la mejor oportunidad para que pueda conocerte.

—¿Y que surja la historia de Iduna 2.0? ¿Estás probando mi valentía?

—Los errores que mi abuelo haya cometido ya los ha pagado con creces. —Anna decidió ignorar los comentarios de Elsa, a sabiendas que buscaba chincharla —. O eso quiero pensar. Como sea, no creo que esté en posición de rechazarte por ser una mujer, o de rechazarme a mí. Estoy segura que se arrepiente de sus malas acciones en el pasado; de tenerlas, porque tampoco me consta. Solo ruego porque no tenga nada qué ver con el hecho de que mamá y papá ahora pelean con frecuencia.

Tras pronunciar lo último la muchacha escondió la cara entre sus manos. Elsa la notó cansada y comprendió lo pesado que debía ser vivir entre confrontamientos familiares con personas diferentes a las que respeta por igual. Elsa no tenía la voluntad para negarse.

—Bueno, entonces si conocer a tu abuelo te hará sentir mejor; bien, vayamos a conocer a Didi. Y que Dios nos ampare.

La carilla de Anna se alzó y una sonrisa tímida se asomó de sus labios. Si Elsa aún no estaba convencida de ceder, ese gesto habría bastado para incluso, ponerla de rodillas ante su amada.

—Aun así necesito que sepas que si las cosas se complican, te sacaré de este país y nos iremos lejos. No estoy dispuesta a tolerar más prejuicios sobre nuestra relación.

—¿Ah, sí?¿Serías capaz de hacer eso por mí? —preguntó Anna, coquetamente.

—No tienes idea de lo que soy capaz de hacer por ti.

—Tendré qué arreglármelas para hacer uso de ese poder, entonces.

—Sería un descaro cuando sabes que lo ejerces, todo el tiempo.

Y los ojos azules recorrieron el contorno del rostro de la chica pecosa, en sobrada admiración.

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Tal y como había acordado con Anna, pasado del mediodía del sábado siguiente la rubia mujer acudió puntualmente al domicilio de su novia, el acuerdo era llevar a las Hansen a casa del enigmático abuelo.

Hilde, la empleada doméstica de mayor antigüedad en la familia y con la que Elsa solía llevarse bien, la recibió apresuradamente cediéndole el paso hasta la sala. Mencionó que Anna y su madre volverían pronto, ya que estarían recogiendo el regalo de Didi; y que ella saldría por unos minutos.

A Elsa le pareció bien, ya que tendría oportunidad para devolverle un mensaje de voz a Hans y comunicarle que pronto lo llamaría de vuelta. Había formado una estrecha relación con el geek tras frecuentes visitas en las que se reunían para hablar de la investigación sobre los padres de Elsa, solo como pretexto, ya que realmente ambos se encontraban mutuamente interesantes el uno al otro. Incluso Hans llegó a visitar el orfanato en el que colaboraba la pareja de novias.

Luego de enviar el mensaje de voz, en medio del silencio de una sala vacía, Elsa se dio la vuelta para encontrarse con la figura desaliñada de Agnarr, quien la observaba desde el pasillo.

La rubia dio un pequeño saltito sobre su lugar, hasta ese momento creía encontrarse sola en casa de los Hansen. De manera fugaz pasó por su mente la duda sobre si el hombre llevaba rato ahí, pero la apartó de su cabeza culpando a una justificada desconfianza femenina. Nerviosamente, se acomodó un mechón de cabello suelto detrás de la oreja. Agnarr, resueltamente recargado contra la pared, pareció sonreír al notar la disimulada conturbación de la joven.

—Hola, Elsa. Lo siento, te asusté. Debí haberme anunciado desde que te vi.

"¿Desde que te vi?". Nuevamente Elsa buscó mantener la compostura. La doctora intentó ignorar el hecho de ser esa la primera vez en la que miraba al hombre evidentemente pasado de tragos, él siempre proyectaba una imagen sobria e impecable, y estaba segura que ni su esposa ni su hija lo dejarían mostrarse en esas condiciones ante ninguna circunstancia.

Algo había pasado.

—¿Cómo está señor, Hansen? —respondió la joven mujer, guardando su teléfono —Sí, yo… quedé de pasar por ellas para llevarlas a…

—Con el abuelo, lo sé. Es su cumpleaños, toda la familia estará reunida —dijo él, dando un trago lento a la copa que llevaba en la mano —. Los muertos saliendo de sus tumbas, los demonios haciendo fiesta. No quisiera estar en tu lugar. Y creo recordar… que hasta hace poco me llamabas simplemente… Agnarr.

Luego de eso miró su copa vacía y comenzó a bajar las escaleras, dando tropezones de vez en vez hasta llegar al minibar del fondo. Elsa notó que el hombre se encontraba en un mal momento.

—Lo siento, aún no me acostumbro, suelo dirigirme de esta manera a personas que respeto —inquirió, para sentar el precedente de sus posiciones.

Agnarr tardó algunos segundos en responder, mientras se ocupaba de llenar de vuelta su copa, dando la espalda a Elsa, quien aprovechó para echar una mirada a su alrededor; por el silencio y la calma, intuyó que se encontraban a solas. Se preguntó cuánto tiempo tardaría Hilde en volver.

»E-Es una reunión importante para Anna, así que…

―Las mujeres… son difíciles de entender, ¿no es así? —Interrumpió él, aún de espaldas, y luego de comprobar que la botella estaba vacía se giró para mirarla de frente —Tú debes entenderme, seguro mi hija no es la única que ha caído por tus encantos. Aunque no sé si por el hecho de ser una mujer, y una bastante guapa, por cierto, presentes alguna ventaja sobre los caballeros; porque de este lado, Elsa, cuando un hombre trata mal a una mujer, le basta arrepentirse para ser perdonado. Un caballero las trata bien, todo el tiempo, y al final es poco considerado. Algo injusto, ¿no lo crees?

—Si el caballero que las trata bien lo hace con el fin de recibir afecto y reconocimiento a cambio, entonces ese caballero debería reflexionar sus intenciones.

Agnarr asintió en silencio, y observó a la rubia echar una mirada a su reloj de mano. Ella sabía de los problemas que la familia de Anna tuvo con los Hansen en el pasado, y conocía que, a pesar de que convivían educadamente, Agnarr todavía mantenía represalias en contra de su suegro.

—Mi hija es incapaz de concebir la maldad de la gente, ¿sabes? No la juzgues, Elsa, ella creció así, nos encargamos de eso. Le construimos un mundo donde nosotros luchamos por ella. No sé si hicimos bien o mal. El hecho es que mi hija, nuestra princesa, cree que todos merecemos el mismo trato. Y eso no es así; y lo mismo pasa con mi esposa, por eso tiendo a creer que es una particularidad en las mujeres. Aunque no es algo que note en ti. De verdad que eres distinta.

La situación no olía nada bien, Agnarr comenzó a caminar peligrosamente alrededor de la rubia, esta vez con un vaso lleno en lugar de la copa, como un buitre acechando a su presa. Elsa tuvo el impulso de estirarse cuando el hombre se tambaleó a unos pasos, pero logró componerse. La joven miró alrededor, esperando que alguien más apareciera, pero todo seguía en silencio.

—Anna es muy inteligente —dijo la doctora, intentando desviar el incómodo momento hacia otra conversación, pero él parecía encontrarse más interesado en ella —, y se defiende bien.

De pronto Agnarr se detuvo, la joven no podía verlo, ya que se encontraba fuera de su visión periférica, pero podía sentir y escuchar su respiración, a escasos centímetros.

—Hmm, ¿es eso lo que te gusta de Anna? —dijo al fin. La doctora percibió su aliento alcoholizado cerca de su oreja y suspiró, buscando la forma de controlar lo que sucedía —¿Qué más te gusta de ella? Si se puede saber… ¿Y a ti, Elsa, por qué te ama mi hija?

Elsa sabía tratar con esas palabras y con ese tipo de hombres, pero la situación se tornaba diferente si el sujeto que le coqueteaba con total descaro era el padre de su novia; la duda no era sobre lo que debía hacer, sino hasta dónde.

—No me lo tomes a mal, me gusta que estés en la familia, o vayas a estarlo. Anna no podía estar con nadie mejor, te necesita, nosotros te necesitamos. No a esos tipos que solo buscan acostarse con ella, aunque seguramente contigo lo hace. Pero tú eres diferente, eres inteligente y te plantas bien, y creo que por eso le gustas a Anna, porque la sabes defender, incluso de Iduna. Y además eres tan bella... Y hueles tan bien.

La médico volvió la cabeza y se encontró con los ojos claros de Agnarr; estaba ebrio, lo sabía, por lo que a toda costa intentaba controlar el impulso de empujarlo y salir corriendo, una situación le repelía por toda la cara.

Al notar su conturbación el hombre aprovechó para pasar su mano libre por el hombro desnudo de la mujer, acariciando su piel descubierta y antes de que Elsa pudiera reaccionar a tal gesto, él la sujetó con ambas manos atrapándola contra el sillón con sus dos piernas.

»Tienes algo que me atrae, pero no sé qué es. Amo a Iduna, y amo a mi hija, pero tú… veo algo en ti…

—Por favor, suélteme, Agnarr —luchaba la rubia, intentando zafarse —, o le advierto que su esposa sabrá de esto.

—Iduna es incapaz de confiar en ti, ignorará a la persona que no solo ha venido a robarle a la hija, sino también al marido.

—Tiene la percepción equivocada, a quien yo amo es a Anna, no a usted.

—Eso es porque nunca has estado con un hombre, ¿ah? ¿Qué rol juegas en el sexo? Vamos, Anna es mi orgullo en muchos sentidos pero estoy seguro que te puedo hacer sentir más mujer. Te lo puedo hacer mejor que ella.

―Me da… ¡asco su comportamiento! ―gritó la joven, una vez que consiguió librarse de él —Anna no merece esto. ¡Ella lo admira! —Le espetó, limpiándose el hilillo de sangre que le corría por el labio mordido —Y se atreve a quejarse del abuelo. ¡¿Está seguro que es usted menos basura?!

Agnarr se quedó un momento en silencio, observando las marcas que las uñas de Elsa dejaron en sus brazos, por un momento la rubia notó conturbación en su mirada, pánico, tal vez. Su mente intentaba hilar un sinfín de motivos por los que aquél respetable hombre de repente se había convertido en un animal.

Justo en ese momento, la puerta se abrió y los pasos de Anna y su madre se escucharon a la entrada del pasillo. Las dos personas en la sala se miraron, él con marcado terror, y ella con sobrada repugnancia.

—Por favor, no se lo digas a mi hija ―suplicó el hombre, con evidente aversión hacia sus propios actos.

Elsa lo vio fajarse los pantalones y ocultar con sus mangas las heridas que le había infligido. El maltrecho hombre se fajó la camisa y pasó los dedos por su desastroso cabello.

—Hola, amor, disculpa por hacerte esperar. —La rubia aún se sentía incapaz de responder, se apresuró a alisarse la falda y a desviar el perfil de su rostro herido cuando Anna se acercó.

—No te preocupes.

—¿Estás bien? Te ves un poco pálida, y mira que eso ya es demasiado. —Elsa intentó sonreír, pero la situación aún le escocía.

—Le… contaba a tu padre de aquella cirugía que me mantiene un poco tensa. Lo siento, todavía me siento mareada.

—Amor, sé cuánto te duele ver a los niños sufrir, pero ese pequeño estuvo en las manos de Kristoff, estará bien. ¿Qué te pasó en el rostro?

Preguntó de improviso, y el nerviosismo de Elsa la asaltó.

—Me… herí con mi botella de agua. Estoy bien, no te preocupes —respondió ella, besándola en la frente —. Deberíamos irnos, se hace tarde.

Anna arrugó las cejas, pero al final accedió a obedecer, ya tendría tiempo para regañar a la rubia por ser tan descuidada.

—Subiré por mi mochila y las alcanzo en el auto.

Anna se perdió en las escaleras y Elsa aprovechó para darle la espalda a la pareja que se miraban como si un manto de revelaciones les hubiera caído a mitad de la sala. Iduna no era tonta, sabía que Elsa mentía.

Y podía imaginar el por qué.

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Confió en él, le pareció siempre un hombre a la altura, atento, amable y sobre todo, respetuoso con ella y su relación con Anna; jamás, en ninguna ocasión dio Agnarr indicios de acercarse a Elsa de esa forma, y pocas veces lo captó mirándola, ninguna vez de forma en que la joven se sintiera intimidada. Elsa estaba segura que la reacción de Agnarr se debía a alguna pelea con Iduna más temprano.

—Amor, ¿me escuchas?

—¿Qué? Lo siento, me distraje.

—Llevas todo el camino perdida en tus pensamientos. ¿Qué te sucede?

—No-no es nada, solo… No me hagas caso, sigo preocupada por mi paciente.

—Pensé en llevarte a tu departamento, pero no te hará bien estar allá llenando tu cabeza de estrés, así que un poco de distracción podría arreglarlo.

—Solo ofréceme café llegando a casa de tu abuelo y me sentiré mejor.

—Está bien. Y voy a ponerte antiséptico en ese labio, parece una herida horrible y recién hecha; tendrás qué darme muchas explicaciones, rubia.

Elsa asintió con la cabeza mientras llevaba la mirada al espejo retrovisor. Los ojos azules de la joven se cruzaron un instante con los de la mujer que viajaba en silencio en la parte trasera del coche. No hizo falta nada más para que ambas dedujeran que aquella mirada no podía ocultar lo sucedido. Las dos lo sabían, y por el momento mantendrían la paz.

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—Hey, Anna, hace siglos que no veíamos tu presencia refulgir entre los mortales. ¿Dónde estabas metida? ¿Es esta la que dicen que es tu novia? Oye, es una barbie, ¿de dónde te la robaste? ¿O a qué bruja le pagaste para conquistarla?

Anna siempre se llevó bien con sus primos, era de hecho, una de esos personajes que caen bien a toda la familia. El problema no era la gente joven, si no los mayores aferrados a conservar las arcaicas tradiciones que inculcaran sus abuelos.

—Elsa Ekman, es mi prometida en realidad, pero no se lo digas al abuelo aún.

—¿Que no se lo diga? Ya lo sabe, ¿acaso piensas que esta familia iba a guardarte el secreto? Muchacha ingenua, sabes que entre menos herederos, más grande la fortuna.

—Oh, maldita sea.

—Pero ¿qué va a importarle? Es guapa y desde mi exigente evaluación supera todas las expectativas. Con ese precioso rostro se disipa su temor de que tu chica terminara bebiendo cerveza de quinta con los caballeros de esta noble familia, parece que no será el caso. Así que quédate tranquila, la tía Iduna se encargó de ser discreta. —Y volvió la mirada a Elsa, como si la inspeccionara —. ¿Quién diría que serías tú quien vendría a mejorar la raza, eh pelirroja? Ay, pero qué envidia.

Elsa rió de manera jovial, lo que provocó un atasco de ternura en la prima de Anna.

—Oh, mírala, es muy tierna, cuando no la quieras me la puedo quedar —expresó la joven mujer. Anna decidió arrebatarle la palabra, girando los ojos.

—Elsa, ella es Hanna, la prima que no quisieras tener.

—Soy… tus mejores momentos con los Haraldssen —dijo la chica, quien volvió de nuevo la atención a Elsa, sonriéndole con sus brillantes ojos verdes —. ¿De verdad quieres pertenecer a esta familia? ¿Ya te contó Anna a la cueva de víboras que entras?

—Elsa… —interrumpió la pelirroja —se sacrificará por mí. Pero en serio, ¿qué tanto sabe el abuelo de ella?

—Quédate tranquila, pecosa, la tía Iduna dijo que las presentaciones te corresponden a ti. La identidad de tu barbie modelo sigue siendo un misterio para todos.

Elsa no creía eso, inmediatamente cuando entraron a la mansión, las miradas y cuchicheos se volcaron sobre ellas; sin duda, si bien no sabían quién era la novia de Anna, ese día esperaban que se hiciera presente, por lo que, salvo su nombre, la identidad de Elsa estaba a la vista de todos. Le parecía ridículo verse en medio de tanta teatralidad, pero entendía que ese era el estilo de vida de muchas personas que gozaban de esa clase, por lo que no quedaba otra qué seguir el juego, cuán rudo se volviera con el estigma que llevaba consigo por tan solo ser una mujer amando a otra mujer.

En casa, Elsa nunca se encontró en la necesidad de revelar sus preferencias sexuales. Su madre siempre tomó con naturalidad el disimulado interés que su hija adoptiva mostraba mayormente hacia las mujeres, cuando osaba señalarle alguna mirada coqueta sobre ella en la calle, o cuando le preguntaban por la hermosa Elsa. Así que su relación con Anna no fue ninguna revelación, sino más bien un "ya era hora".

Por otro lado, no es que a Anna le preocupara que su abuelo supiera sobre Elsa, lo que no quería es que tuviera las ideas equivocadas, o la información antes de las explicaciones, pues Iduna, a quien la particularidad adoptiva de su novia le había molestado, era una réplica casi exacta de los pensamientos de su padre.

—Quédate aquí y no coquetees con ninguna persona que te tire flores, ¿de acuerdo? —Ordenó la pelirroja cariñosamente —. Iré por tu café y el botiquín para limpiarte esa herida. —Le guiñó.

Elsa se quedó de pie a la salida de un enorme balcón que miraba hacia el jardín, desde donde tenía dos vistas sorprendentes. La casa de los Haraldssen era de detalles elegantes, con acabados pensados para impresionar al rey más opulento; el lujo se medía en cada rincón, en los jarrones, en las luces, en las cortinas. Por supuesto el tono resultaba anticuado y fuera del gusto de Elsa, que prefería por siempre las cosas planas y sencillas, sin brillo, pero no podía evitar admirar a lo que cierto tipo de personas logra acostumbrarse.

A decir verdad, hasta ese momento recordó que realmente nunca le había preguntado a Anna nada acerca de su abuelo, ni la muchacha ahondaba más allá de visitas esporádicas o acontecimientos pasados a manera de chisme en su familia, a Anna le gustaba el cotilleo, y por esa razón su tía Martha de repente pasaba a ser la tía Margareth, Rodia era Runeard y hasta a su propia madre a veces le cambiaba el nombre por Agduna. Lo que Elsa tenía claro era el apellido, Haraldssen, bastante común entre las familias bien acomodadas de Arendelle; y Didi, el apodo por el que su novia llamaba amorosamente a su abuelo.

Se regañó a sí misma por no haber parecido particularmente interesada, aunque ciertamente escuchaba atentamente todo lo que Anna le decía. Aparentemente sus charlas las absorbía Iduna y sus cada vez más creativos desplantes, había poco espacio para Didi, y menos para el resto de la familia de los cuales saludó a pocos, jóvenes en su mayoría, y más curiosos que amables.

—¿Te estás aburriendo?

La ginecóloga la sorprendió por la espalda, hacía rato que había ido en busca de su taza de café, lo que le tomó varios minutos para regresar. La pediatra en tanto decidió esperar en la soledad del balcón que miraba hacia el amplio jardín de indudable estilo inglés. Elsa creyó recordar algo como que la familia de Anna estaba emparentada con algún conde de algún país cercano. Entonces era de esperarse aquél innecesario desborde de grandeza pasada.

—Estoy bien, ¿dónde estabas metida?

—Bueno, tú entiendes, tengo estas primas que quieren saberlo todo de ti.

—Es extraño, ¿sabes? ―Suspiró la rubia ―. Hasta hace poco la discreción era lo primero y ahora, todo el mundo está enterado.

—¿Eso te genera algún conflicto?

Preguntó la menor, empujando a Elsa hacia una cómoda silla, perfecta para invitarla a sentarse cual paciente herida demandando atención.

—No realmente, solo se siente extraño, tu familia es grande y no puedo decir lo mismo de la mía, estoy acostumbrada a pasar desapercibid… ¡auch! —Se quejó, cuando Anna le pasó la gasa por el labio lastimado —Ahora entiendo por qué eres ginecóloga.

—Sin quejarse. Y eso es un engaño, nunca pasas desapercibida. —Anna terminó de desinfectar la herida sin inmutarse.

—Me refiero a que… Bueno… —dijo Elsa, revisándose el adolorido rostro con la pantalla de su teléfono —. No importa, en realidad no me interesa lo que tu familia llegue a saber y pensar sobre mí. Discúlpame por eso.

—Descuida, ha quedado demostrado con mi madre.

—Al menos ella es sincera y me deja entrever su decepción en la cara, pero aquí desconozco quien me levantará el dedo medio apenas dé la vuelta.

—Nadie lo hará. —Y luego la muchacha pecosa llevó la mirada hacia el jardín, dando por terminada su tarea—. Excelente sitio, tiene una hermosa vista, pero conozco uno mejor, podemos ir ahí para llegar al salón, el festejado está a punto de bajar.

Anna la llevó de la mano por un corredizo lateral tenuemente iluminado que se escondía de la gente, pero notoriamente visto desde lo alto de las escaleras, si se bajaba por el lado derecho.

—¿Sabes una cosa? A pesar de esto esa herida te hace lucir muy sexy, un poco ruda, tal vez.

Elsa, que hasta ese momento había conseguido apartar de su mente el horrible momento que pasara más temprano, desvió la mirada al sentir una punzada de dolor, no provocado por el daño físico, sino por el coraje y la pena por lo acontecido, viniendo de un hombre al que su prometida tanto adoraba.

A pesar de las ganas que tenía de contárselo todo como una forma de vengar el mal rato y revelar los sucios pensamientos de su padre, decidió no causarle ningún dolor a la muchacha, ya lo arreglaría después.

A cambio de su seriedad, obtuvo una sensual sonrisa en recompensa.

—Pensé que te gustaba que fuera frágil y delicada.

—Me fascina, pero también me gusta cuando te vuelves una chica mala.

—Anna Hansen, por favor, calma tu libido. No es el lugar adecuado para que intentes seducirme.

—Qué importa ―dijo ella, rodeándola por el cuello ―, ya todos saben que estamos juntas, qué más da que se imaginen lo que hacemos en sitios menos concurridos.

Pasó una gasa limpia suavemente por última vez alrededor del labio herido de la rubia y le sonrió, de nuevo, antes de pararse de puntillas para besarla, protagonizando una romántica escena apenas notada por el encorvado hombre que descendía de las escaleras, justo por el lado derecho.

—¿Quién es la chica que está con Anna?

Alcanzó a escuchar Iduna, que ayudaba a su padre a sostener el bastón.

—Esa —respondió la mujer que hacía de compañía, con el tono de voz más desdeñoso y altanero posible —, es Elsa Ekman, la novia de Anna; o más bien, su prometida.

Iduna hizo un gesto irritado con la clara intención de soltar algún improperio con clase, pero fue reprimido debido a que en ese instante Runeard Haraldssen colapsó en el suelo, con la mirada perdida hacia la pareja que se acercaba para brindarle los primeros auxilios.

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—Anna, de prisa —dijo Elsa —, tu abuelo está entrando en paro cardiaco.

—¡No! No lo toquen, ¿qué no han visto lo que provocaron?

—Tía, apártate, necesitamos espacio para dar reanimación.

—¡Míralo, Iduna! Él estaba bien, tu hija vino aquí con su… pareja y ahora nuestro padre colapsó.

La pelirroja llevó la mirada al corpulento pelirrojo que se encontraba con los ojos abiertos y las manos estiradas hacia Elsa, como si lo ahogara el deseo de hablarle.

—Anna, escúchame, te necesito aquí. Conozco a tu abuelo, podemos ayudarlo, pero bríndanos espacio, por favor.

—¿Lo conoces?

—Te contaré luego, ¿de acuerdo? Ahora mantente conmigo para dar rcp.

Anna sabía que los segundos eran cruciales, Runeard estaba tirado en el suelo, con los ojos abiertos mirando fijamente a Elsa mientras balbuceaba palabras incomprensibles que poco a poco se fueron apagando.

—¡Iduna, evita esto! —La tía Martha continuaba protestando.

Entre la multitud, los ojos azules de Elsa se encontraron con una nerviosa Iduna que se encerraba en el espasmo. A pesar de las diferencias, la mujer mayor respetaba la labor profesional de la médico. Como pudo, se sacudió los nervios y confrontó a la multitud para alejarla.

—¿En qué puedo ayudar? —gritó Hanna, retrocediendo a la señal de su tía.

—Llama al servicio de urgencias del Hospital del Este para que envíen equipo especializado —respondió la pediatra, mientras brindaba las atenciones —, paciente entrando en paro cardio-respiratorio, expediente 007/RH. Enviarán ambulancia y se prepararán para recibirlo.

Hanna tomó el teléfono y se alejó.

A mitad de la enorme sala y con las dos mujeres trabajando en reanimar a Runeard, la expectación en la mirada de Anna por la relación que Elsa mantenía con su abuelo la cuestionó. Sin embargo, no era el momento, y la pediatra tampoco tenía las explicaciones suficientes.

—Después, amor.

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Elsa llevaba dos horas abrazando a su novia quien se acurrucaba contra su pecho en el sillón que yacía a mitad del solitario y frío pasillo del hospital. En la sala contigua, algunos familiares aguardaban a la espera de noticias, mientras que a unos metros a la distancia, Iduna observaba a la pareja. Se incorporó cuando vio a uno de los médicos acercarse, seguido de una enfermera y otra mujer quien parecía empleada del mismo lugar.

—Seré breve —dijo él —, su estado es grave, continuaremos trabajando para brindarle estabilidad y quizá logremos alguna breve reacción, pero no es ninguna esperanza. Siento mucho decirles que lo más viable es que se vayan preparando para…

—¿Cuánto tiempo? —preguntó la tía Martha, saliendo de entre la multitud —¿Cuánto tiempo le queda a mi padre?

—Es impreciso ―respondió el doctor, aturdido por la arrebatada pregunta ―, pueden ser horas, días. No podemos determinar el tiempo, pero sí el hecho de que...

—Entonces deberíamos llevarlo a otro hospital, tenemos claro que aquí no podrán hacer nada por él, y que además tienen personal de dudosa reputación —insistió la mujer, echando una mirada desdeñosa a Elsa.

—No lo creo conveniente por cuatro razones —dijo el profesional —: la más importante es que su estado no lo permite, un traslado ahora podría resultar contraproducente. Este es el hospital que el paciente eligió para atender su enfermedad por años y por el cual creamos un protocolo siendo Runeard Haraldssen socio del mismo, lo cual le otorga ese derecho. Yo, soy su médico, conozco su expediente. Y como cuarto punto él demanda la atención médica de la doctora Ekman, así que sugiero que si bien ella no es su especialista, tenga total acceso al paciente durante su turno.

—Pero esta mujer no es su familia, no hay razones para que esté aquí.

—La razón es la voluntad del paciente, el protocolo firmado por él así lo señala —respondió la mujer que acompañaba al médico, Iduna dedujo que se trataba de una trabajadora social —. Además la ha estado llamando. Tanto a ella como a… Iduna Hansen —dijo, revisando sus notas —, a quien nombró como su representante a cargo.

—Pero yo soy la hija mayor.

—Señora, seguimos el protocolo que el señor Haraldssen designó, cualquier inconveniente que tenga la familia, deberán revisarlo con el representante legal del paciente, es el Abogado Matías, viene en camino. Y de nuestra parte es todo lo que podemos informar, hasta que el estado del paciente nos brinde mayores detalles de su avance.

—Pero no es justo que…

—Ya basta, Martha —alegó Iduna —. Si no harás otra cosa que quejarte será mejor que te retires. Y es mi última palabra. —La mujer cerró la boca cual niña regañada, buscando la manera de continuar rebatiendo, pero Iduna y el resto de los presentes la ignoró —. Por esta noche solo preciso que mi hermano Erling me acompañe, si es posible.

—Lo es ―respondió la trabajadora ―, pero en caso de que el cuadro clínico del paciente se complique, usted es la única que podrá tomar decisiones, excepto lo que competa a la doctora Ekman.

—Comprendo. —Y luego Iduna se volvió a Elsa —. Por favor, lleva a mi hija a tu casa, por esta noche, tal vez hay cosas que debamos discutir mañana. Espero que puedas venir.

La rubia asintió y tomó de la mano a su novia, quien se despidió de su madre con un abrazo, antes de dar la vuelta para comenzar a caminar. Ambas chicas podían sentir las miradas de la familia sobre ellas; sin exagerar, la joven Ekman juraría que si las miradas fueran balas, estaría hecha una coladera.

Y no era para menos, evidentemente había cosas que Runeard Haraldssen mantuvo ocultas para su familia.

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—Es tu paciente, ¿verdad? El que te llama con frecuencia.

A las tres de la mañana la carretera se encontraba vacía, algún que otro conductor trasnochado las encontraba en el camino. Elsa ansiaba llegar al apartamento, pero todavía tenía cosas qué aclarar. Seguramente Anna moría por saberlo todo.

—El día que conocí a tu abuelo fue gracias a una persona bondadosa que lo encontró en la calle, desorientado y presentando los primeros síntomas de su afección cardíaca. Dada la urgencia y la casualidad de que el consultorio de mi padre se situaba a escasos metros, lo llevaron ahí. Yo lo vi en la sala de espera, al principio me dio un poco de miedo porque él me miraba con demasiada fijación, y luego me hizo muchas preguntas. Pero al final, poco a poco su actitud fue más amistosa. El buen trato que le brindara mi padre le ganó su confianza y él se volvió su médico de cabecera. Al poco tiempo la relación médico-paciente se volvió más cercana y terminaron siendo excelentes amigos. Entonces Runeard se convirtió en un visitante asiduo de nuestra familia.

Anna guardó silencio, con la atención en las oscuras sombras del paisaje nocturno.

»Cuando papá murió —continuó Elsa —, él nos tomó como si fuéramos su responsabilidad. Y se aferró a nuestra atención clínica, aunque no le sirviéramos de mucho dada su cardiopatía y que papá era el único cardiólogo entre nosotros. Lo que deseaba era estar ahí, acompañándonos, y lo hizo, todo el tiempo, como un buen amigo. —Al notar que su prometida prefería guardar silencio, Elsa le correspondió.

Pasaron algunos instantes antes de que Anna por fin se animara a conversar.

—Él no es un hombre de amigos. Es difícil asimilar que mantuviera relaciones tan sanas y amistosas con otras personas como no ha hecho con los de su sangre.

—Lo siento, no pensé que te molestaría.

—No me molesta el hecho de que pueda ser amable con otras personas, sino que él… ¡Ah…! —expresó con frustración —. El Runeard Haraldssen que yo conozco no mira a la gente como amigos, sino como piezas de ajedrez, desde que te conoce te asigna un rol en el juego. Él es así, tan… inalcanzable, no un buen vecino que va a tu casa a comer hamburguesas los domingos. Sinceramente no entiendo las razones por las que mantuvo a tu familia en secreto. Estoy segura que ninguno de nosotros sabe sobre ustedes.

—Siento mucho que nuestras experiencias con él sean distintas. Lo lamento, no tengo nada malo qué decir en su contra, nada que me conste. Me ha parecido solo un hombre discreto.

—Es difícil escucharlo, es increíble; es como si él llevara una doble vida… O cuéntame ―suplicó la muchacha, con un gesto evidentemente dolido ―, ¿cuánto les habló de nosotros? Porque es probable que de haberlo hecho posiblemente supieras de mí, incluso antes de conocerme. Pero es obvio que él prefería que ni los Haraldssen ni los Ekman supieran de su existencia en el mismo universo, en su universo.

—Creo que enterarte de esto no te ha hecho bien, discúlpame, no fue mi intención —dijo Elsa, virando para entrar al silencioso estacionamiento de su edificio —. Tampoco me explico muchas cosas pero, entendí que es un hombre reservado, y que sufría por alguna razón de lo cual jamás quiso que habláramos. Lo intentamos ayudar pero él siempre dijo que el mal estaba hecho, y que su cobardía debía enfrentarla de ese modo, por muy caro que le resultara pagar el precio.

―Quizá mentía.

―Quizá, o tal vez tengas razón y él está arrepentido de haber sido duro con tus padres.

Anna pareció encontrar un poco de calma con esa posibilidad, después de todo, había pasado por su mente que Runeard quería conocer a su novia simplemente porque deseaba evitar el error que cometió con Iduna en cuanto a su relación con Agnarr, no queriendo llevar sobre sus hombros el peso de otra vida miserable. Esas debían ser sus razones.

―Pero tengo qué serte sincera y confesar una preocupación personal.

—¿Qué es lo que te preocupa?

La rubia esperó a aparcar el coche antes de responder, apagó el motor del vehículo y extrajo las llaves para juguetear con ellas mientras ordenaba sus pensamientos.

—Que tu tía Martha tenga razón y vernos juntas, aunado a su ya deteriorada salud, le provocara esto a tu abuelo.

—De ninguna manera, por lo que pude notar él te aprecia, Elsa. Y a mí también, ¿por qué no le gustaría que estuviéramos juntas?

—Porque he convivido con él por bastantes años, y sé que a pesar de lo amable y atento que ha sido conmigo, es un hombre que cuida su clase y protege a los suyos; y porque en su mirada no vi decepción, sino terror hacia mí y mis… actos.

―¿Qué actos? ¿De qué hablas?

―Yo no le hablé de ti, y le pedí a mi familia que tampoco lo hiciera.

―¿Por qué?

―He tenido la sospecha de un suceso poco afortunado de hace años, además de su nulo aprecio por las personas homosexuales; él nunca lo manifestó directamente pero sí me di cuenta de su desdén cada vez que mamá mencionaba a una chica con la que… solía convivir. Así que no quería que la protección que me brindaba fuera más allá de lo permitido, y que eso dañara nuestra relación, por eso pensé en ocultarte de él hasta que nuestra boda estuviera muy cerca.

―¿Tenías miedo de lo que sea que él pudiera hacer?

―Podía haberlo enfrentado, y ser clara, pero hacía tiempo que su estado y un montón de ocupaciones de su parte le impedía visitarnos con la misma frecuencia; y tampoco he sido muy abierta sobre mis relaciones personales, así que no había necesidad de ponerlo al tanto. Ahora siento que tal vez no fue una mala decisión, ya que de haberse enterado antes de lo nuestro, probablemente ya no estaríamos juntas.

—Tal vez tienes razón, es un hombre tan impredecible.

Elsa observó a la muchacha y se acercó a ella para tomarla de las manos.

―Anna, quiero que sepas una cosa: pase lo que pase no voy a abandonar el sueño que tengo contigo. Si se da alguna oportunidad de que Runeard se recupere, teniendo en cuenta lo médicamente imposible que eso suena ahora, hablaré con él y le diré que además de mis disculpas, te amo y deseo de verdad que seas mi esposa, tanto que estaré dispuesta a pelear contra todo, y contra todos por ti.

―No necesitamos nada más, Elsa ―respondió su novia, con una fortaleza renacida desde sus entrañas ―. No pelearás sola, serás mi mujer y yo seré la tuya aunque el mundo entero se revuelque en su ira.

Se miraron a los ojos y sellaron el pacto con un beso. Mil gigantes podrían venir contra ellas, pero estaban seguras que los vencerían a todos.

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—Hola, tú, hasta que decidiste salir de la caverna, fueron dos meses de hibernación esta vez.

Hans dejó pasar de largo a Anna hasta que se instaló en su sofá, la muchacha pelirroja terminó de enviar un mensaje de texto a Elsa y alzó la cabeza para ver a su amigo, quien permaneció de pie y en silencio delante de ella. Anna notó enseguida que algo no marchaba bien, Hans nunca la recibía de esa forma, siempre tenía alguna manera creativa para molestarla.

—¿Qué pasa? —preguntó la menor, al notarlo aturdido —Ayer nos llamaste.

—¿Y Elsa? —respondió él, en un tono seco que puso alerta los sentidos de la doctora.

—No pudo venir, está en el hospital atendiendo la situación del abuelo, de lo cual supongo ya estás enterado.

—Sí, algo supe... ¿Elsa está con él?

—No vas a creerlo, pero Didi era el paciente necio que solía llamarla todo el tiempo. Pues resulta que son amigos, y muy buenos al parecer, tiene cosas qué decirle a Elsa, o al menos eso pensamos. Solo espero no sea lo que me imagino.

El rostro de Hans se ensombreció, y pareció vacilar sobre sus siguientes acciones. Con movimientos casi robóticos se sentó sobre el reposabrazos de su mullido sillón y fijó la vista en ningún punto en particular.

—¿Y tú? ¿Irás a verlo? ¿Es por eso que estás así?

—No —respondió de inmediato —, es decir, lamento la situación pero... No es… Tengo otras cosas en la cabeza... — Y luego los dos se miraron en silencio, varios segundos, hasta que él retomó la conversación —. Anna, no te tengo buenas noticias, necesitaba que Elsa estuviera aquí, básicamente era asunto de ella, aunque...

La miró, Anna tenía los grandes ojos expectantes, a la espera de cualquier estocada, aunque confiada en que ninguna cosa grave podría ocurrir.

—Dímelo —dijo ella, con una dulzura de voz, poniéndose cómoda.

Hans volvió a mirar a la joven, se pasó una mano por el pelirrojo cabello y tuvo la intención de girarse, pero finalmente se armó de valor y volvió a enfrentar a su compañera.

—Bien, tienes qué prometerme que serás una chica fuerte, he descubierto algo que va a golpearte y no será fácil de asimilar.

—¿Encontraste a los padres de Elsa? —preguntó, porque seguramente habría algo turbio detrás, tal vez hayan muerto y Elsa jamás llegaría a conocerlos. O tal vez eran personas malvadas, locas o solamente habían llevado una vida feliz sin ella, sin su prometida, y eso en todas formas era terrible, Anna no quería que su novia sufriera, no más de lo que ya había hecho.

—Sí —dijo él —, lo hice. Los encontré.

—¿Y bien? ¿Dónde están? ¿Viven? ¿Murieron? —Tal vez esa sería la noticia menos lamentable, a decir verdad lo prefería antes que el hecho de que ellos hubieran elegido llevar una vida feliz sin el estorbo que una hija les representaba, de ser ese el caso. No podría darle una noticia como esa a la rubia.

—No, Anna, no están muertos. Están vivos.

—Oh, muy bien. ¿Quiénes son? ¿Dónde los podemos encontrar? ¿Siguen juntos? ¿Son felices?

Hans se frotó la barbilla y se acercó a las notas apuntadas en su pizarrón, en un afán por evitar el menor daño posible al soltar la bomba que inevitablemente explotaría.

—Hice una investigación exhaustiva y meticulosa, quiero que lo sepas antes que todo, trabajé mucho y usé todos mis recursos disponibles para tener la información más precisa y sin errores. Quería… regalarle esto a Elsa, a ambas, esperando que fuera una sorpresa agradable, pero... —Suspiró, para tomar fuerzas —. Anna, Elsa no fue abandonada, ella fue arrebatada, sus padres querían tenerla, fue una niña deseada.

Los rosados labios de Anna se enarcaron en una sonrisa, era lo mejor que podía escuchar.

—Entonces, ¿qué pasó?

Hans observó y repasó sus notas, esperando encontrar un fallo, pero no había nada, el joven era conocido por hacer bien su trabajo; buscó y rebuscó sobre esa encomienda para llegar a la verdad, hasta que esta fuera innegable, y tenía toda la revelación delante de sus ojos.

—Nació un 21 de diciembre de 1993, no el 31, como se piensa. En Arendelle, aunque le dijeron otra cosa. De una familia bien acomodada pero llena de complejos sociales. La madre se embarazó joven de un muchacho sin futuro, desagradando los estrictos estándares de su padre... —Hizo una pausa para observar a su amiga, las últimas palabras sonaban tan propias. Luego Hans continuó —. No terminó bien, el abuelo de Elsa era un hombre poderoso y consiguió deshacerse del... "problema" que representaba un bebé fuera del matrimonio para una familia como la suya, de clase noble, con un apellido de prestigio. Apartó al bebé de sus padres, debilitando a la madre primero al separarla de su pareja, aunque solo por un tiempo. De ese modo, sola y embarazada, no le resultó difícil aprovecharse para desaparecer a su bebé... La niña fue dada en adopción, entre un montón de cosas que sucedieron antes de que finalmente acabara en un orfanato, y aunque no fue directamente de ese lugar donde la encontraron los Ekman, fue donde tuvieron qué comenzar los trámites para adoptarla.

—Así que los padres de Elsa la aman... Ellos no la abandonaron —expresó una alegre Anna, demasiado emocionada para deducir a dónde la conducía la información de Hans.

—No, jamás lo hicieron.

—¿La buscaron? ¿Dónde están? ¿Qué pasó con ellos?

Hans, que se había puesto de pie para caminar alrededor del departamento, finalmente volvió a su lugar en el sillón, al lado de la pelirroja, hablándole con serenidad y condescendencia.

—Lograron estar juntos de nuevo, pero no buscaron a su hija, no podían, no hubo manera. A ellos les fue dicho que el bebé fue un varón, y que nació muerto.

—Oh, pero qué terrible, ¿cómo una mente humana es capaz de concebir tanta maldad? Desearía que el hombre que hizo tal cosa lo esté pagando con creces.

—Estoy seguro que lo hace —habló el muchacho, en un tono de voz que parecía resultarle satisfactorio —. Creo que ahora vas a entender por qué me separé de la familia.

—Pero Didi no te odia de esa manera, él no sería capaz de hacerte eso a ti, o a mí, o a Hanna. A nadie.

El joven pelirrojo llevó la mirada al suelo, y continuó hablando, con un nudo ya formado en su garganta.

—Nunca terminas de conocer a las personas. Runeard ya le hizo eso a alguien… Los padres de Elsa se casaron después de muchas batallas —decidió continuar —, y finalmente pudieron tener otra hija por la que se han desvivido, quizá debido a que antes no se les permitió... Nuestro abuelo es un maldito, Anna, lo siento —se lamentó el muchacho, golpeándose la cara con desesperación—. Él le arrebató a Elsa de las manos a tu madre, él la envió lejos, quería que el rastro de esa niña se perdiera para no cargar con una mancha en su apellido.

Algo en la cabeza de Anna la obligó a ponerse de pie, como un resorte.

—Hans, estás confundido. Estás mezclando dos historias.

—No es así, y sé que lo entiendes. Lamento tener qué darte esta noticia, Anna, pero sabes que te estoy diciendo la verdad. No me arriesgaría a hacerlo sin estar totalmente seguro de las cosas. Ven, siéntate —dijo él, tomándola suavemente por el brazo —. Te juro que hice lo imposible por encontrar la forma de que esto no me condujera hacia esta verdad. Cada vez que alguna información, un dato, lo que sea, me llevaba a ella, buscaba la forma de que fuera mentira, de que hubiera un error, pero no fue así, nunca fue así, las cosas, casi desde el principio estuvieron claras... No hay forma de negarlo, puedo comprobártelo... Elsa y tú son hermanas... Tus padres, son sus padres...

Anna sintió que el mundo se hacía pedazos bajo sus pies. Jamás había tenido qué vivir en carne propia una verdadera pesadilla. Vio cómo la vida, en un segundo, se mofaba de ella al resquebrajar cada ilusión que se había formado.

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Una vez que terminé el capítulo 5, mismo que me llevó alrededor de tres meses terminar, y estaba a punto de subirlo, mi teléfono me jugó una mala pasada y borró mi documento, no lo pude recuperar, y no tenía un buen respaldo del mismo, por confiada. Tuve qué empezar de nuevo. Una disculpa, este lo escribí en dos semanas.

Ahora estoy trabajando en el siguiente, espero subirlo muy pronto. Un abrazo.