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Capítulo 5.
—¿Te acuestas con Naraku?
La pregunta salió de golpe, así, sin más. Hubo un silencio tan sepulcral, que Kikyō se obligó a bajar la vista, ante el reciente entumecimiento del cuerpo de su acompañante. La vio de espaldas, aún con las manos —ahora aferradas— a los vestidos colgados en las perchas. La mujer pareció quedarse sin aire ante la delineada pregunta que su vigilada le había hecho. No la miró un segundo hasta que guardó la compostura y siguió viendo las prendas una a una, sin fijarse realmente, desconcertada. Esa reciente duda le había sonado a celos y no supo cómo manejarlo.
No conocía bien a Kikyō.
—Mi padre trabajaba para el señor Tatewaki, el padre de Naraku —comenzó a relatar después de unos segundos de tensión. Siguió moviendo vestidos y sacándolos arbitrariamente. Kikyō la observó fijamente, poniendo mucha atención—. Él era muy fiel todo el tiempo, pero una vez, fue descubierto intentado traicionarlo… —agachó la mirada, pensando en el doloroso recuerdo que tenía de él—. Le perdonó la vida, pero, a cambio, le dijo que yo pertenecería a su gremio —soltó un suspiro— yo lo supe después de la muerte de papá, estaba pequeña cuando sucedió todo eso.
—¿Y tu madre? —Se interesó en saber, notando que la explicación de Kagura sí que iba para un lado que ella realmente quería descubrir.
—Una cualquiera que me entregó a papá apenas nací —su expresión se volvió dura— nunca supe nada de ella.
Higurashi asintió, procesando lo que había escuchado. Se hizo otro silencio y siguieron caminando por la tienda, buscando otro maldito vestido que a Naraku le gustara para que su Kikyō lo use en la muy cercana reunión —esa misma noche— de negocios que tenía.
—Entiendo. —Dijo después, incitándola a seguir.
—Yo crecí junto a Naraku y aprendí de ellos todo lo que sé —rememoró algunas de sus memorias en la infancia y no supo cómo sentirse por eso—. Tenía alrededor de ocho años cuando papá enfermó gravemente y poco después murió… —ese recuerdo le hizo mella en el alma; desde aquel momento se había sentido tan sola y amargada—. Cómo me gustaría ser libre… —Susurró bajito, pero Kikyō la escuchó y sintió un vacío en el estómago con ese comentario.
—Lo lamento. —No se le ocurrió decir más. Imaginó que no había otra cosa que Kagura conociera fuera de los muros de Tatewaki—. Debió ser duro.
La aludida asintió.
—Luego de la muerte del padre de Naraku, hace poco más de dos años —Kikyō sintió una corriente helada pasarle por toda la espina dorsal y casi vio el piso abrirse bajo sus pies. Kagura no lo notó, seguía viendo ropa—, pasé a ser propiedad de él… bueno —apenada y ajena al torbellino de sensaciones que estaba causando en la joven a su lado, intentó confesar—. Naraku fue el primer hombre que tuve en mi vida desde la adolescencia, pero jamás hemos sentido nada el uno por el otro… —cerró los ojos lentamente— ahora cree que ser su puta cuando le da la gana, hace parte de mi trabajo.
La joven Higurashi tragó duro y sacó la vista de Kagura. No era posible que eso estuviera pasando… Naraku había pasado de ser el galán de barrio adicto al cigarro a un magnate de los negocios turbios, que lavaba enormes cantidades de dinero, amasando un imperio que le había tocado heredar porque su padre había muerto… por eso se había ido de repente, sin decirle nada más justo después de descubrir cosas en su departamento. ¿Habría sido su manera de alejarla de todo aquello? Entonces, ¿Naraku no era realmente malo? Negó rápidamente.
«La gente no paraba de decir que su novio era un criminal, que era de esos tipos malos que mataba gente y sobornaba a gobiernos enteros. Su novio era ocho años más grande que ella, por lo que la descripción ácida que le daban, concordaba con su edad —no era demasiado joven para ser eso que todos decían, así que las teorías parecían no sonar tan descabelladas—, pero siempre lo había sentido tan de su edad, tan jovial… no podía ser el hombre cruel y malvado que la gente decía que era, no podía ser.
Se levantó de la cama mientras lo escuchaba ducharse. Envolvió su cuerpo con la sábana para no andar por el lugar toda desnuda. No servía de nada si él no la estaba apreciando. Sonrió entre sus pensamientos tontos y el miedo de que los chismes puedan ser reales, la invadió de súbito… Naraku aparentaba una vida descomplicada y sin lujos, pero una vida «decente». No trabajaba. Él decía que, con sus dos mejores amigos, Bankotsu y Renkotsu, organizaban peleas callejeras clandestinas y así se ganaban la vida. Y ella creía cada cosa que salía de su boca. Que no era una manera «buena» de ganarse el pan, pues no, pero le daba igual, mientras no fuera lo que decía la gente.
Notó que la puerta del clóset estaba entreabierta y algo sobresalía de ella, como una caja de cartón. Se mordió los labios y empezó a mover los pies con un tic nervioso terrible. Naraku no podía ser un hombre malo. Mucho menos si sus sospechas de embarazo se confirmaban… eso no podía estarle pasando. Si esa caja contenía algo que no estaba bien, ella no lo iba a soportar. Bastante ya había pasado a su lado como para que también tuviera que tragarse aquello. Mucha de su confianza le había brindado en lo bueno y en lo malo, él simplemente no la podía defraudar de esa forma.
Naraku ¡no! era malo.
—No… —se dijo, dándose aliento. Negó rápidamente. El agua en la regadera seguía cayendo y parecía calarle en el cerebro con cada gota que se estrellaba en la loza del suelo—. No. —Repitió, mientras sus pies tomaban vida propia de camino al clóset.
Se arrodilló ante la —en efecto— caja de cartón y la observó detenidamente por unos segundos, alejando su concentración de la ducha de su novio y hallándose en el objeto. Puso las manos sobre la magullada caja y abrió torpemente sus tapas manipuladas. Nunca escuchó el agua detenerse.
Lo que se detuvo fue su corazón, al ver la cantidad de dinero que contenía. Abrió la boca y se quedó sin aire, observando lo repleta que estaba de lotes de billetes perfectamente ordenados y cubiertos por plásticos. Ella no tocó ni uno solo, temblando por el miedo.
—¡¿Qué mierda haces ahí?!
Naraku corrió hacia ella, tomándola del cabello y obligándola a levantarse de una vez. Kikyō casi siente morir del susto al verse descubierta, esculcando sus cosas.
—¡Suéltame, estás haciéndome daño! —Le clavó las uñas en el brazo que sostenía sus cabellos y lo obligó a soltarla con un alarido de dolor.
—¡Eres una entrometida, maldita sea! —La empujó para atrás, frenando las ganas locas que tenía de ahorcarla con sus propias manos y se agachó hasta la caja, volviendo a cerrarla y metiéndola lo más adentro posible de su cajonera.
Kikyō había empezado a llorar de forma casi imperceptible, pero espantada completamente por el cuadro que estaba presenciando. Su pecho subía y bajaba, como si un ataque cardíaco estuviera a punto de llevarse su vida. Negó con la cabeza, intentarlo procesar aquello. Se llevó las manos la cabeza, dolida por el maltrato anterior y también por el montón de dudas, miedo y culpas que tenía. La gente, después de todo, había tenido razón. Lo vio levantarse lentamente, con el infierno ardiendo en sus ojos.
—Maldito… —susurró, llena de pánico. Intentó no dejarse amedrentar.
—No tenías por qué meterte en esto —le dijo, odiándola—. No puedo tener a gente entrometida como tú en mi vida.
Kikyō asintió rápidamente, regresando su vista hacia la ropa y tomándola con rapidez. Sí lo próximo que se avecinaba era ser echada de ahí como un perro, sin opción a cambiarse, si quiera, debía estar preparada.
—Resultaste ser la rata que todos decían —se secó las lágrimas con brusquedad y odió que él la viera llorar. No lo merecía. Nunca la mereció.
—Vístete y lárgate ya —no la vio a la cara. La escuchó sollozar bajito mientras se ponía el vestido y los zapatos que, afortunadamente, eran ligeros.
—Antes de irme —trató de encararlo, sin pedir demasiadas explicaciones ante lo obvio. No temió por su vida, por si sacaba un arma y le acababa la existencia de dos tiros en medio de las cejas—. Quiero saber por qué… —era lo único que quería, de verdad que sí—. ¡Dime por qué! ¡¿Por qué diablos me ocultaste esto?!
—¡¿Crees que soy imbécil?! —Regresó a ella con expresión fastidiada y fría. A Kikyō se le heló la sangre—. ¿Decirte quién era para que salieras corriendo y yo sin haber hecho uso de ti?
Ella negó, incrédula.
—¿Uso? ¡¿Uso?! ¡¿De qué mierda hablas?! —Quería matarlo. La idea de que estuviera embarazada de él la mareó. No podía ser posible que ella estuviera enamorada de una persona como él, no podía. ¡Por toda la madre, no podía! ¡No, no! Se negaba rotundamente a aceptarlo—. ¡¿Acaso soy un objeto?!
—¡Es que eso eres, «dulzura»! —La tomó por la quijada, apretando sus mejillas húmedas por el llanto. Tenía una expresión tan frívola que le quitó el aire a la muchacha—. Un objeto.
La soltó de la nada y se quedó en silencio. Kikyō, con el alma casi fuera del cuerpo y el corazón en la mano, lo vio por última vez y salió en silencio de la habitación.
Nunca más volvió a saber de él».
—¿Hola?
Sacudió la cabeza, volviendo a la realidad. Estaba recostada en un sillón, en media tienda. Una asistente le tendía un vaso con agua mientras Kagura intentaba hacerla volver en sí. Se había quedado pálida, en un letargo que daba pánico y sin poder sostenerse de pie muy bien.
—¿Está bien, señorita? —Le inquirió la amable vendedora. Ella asintió rápidamente, tomando el agua—. ¿Se les ofrece algo más? ¿Desea alguna asesoría?
—No, nosotras nos encargamos. —Kagura la despachó y volvió hacia la mujer—. ¿Qué tienes?
—No es nada… creo que recordé algo no muy bueno. —Alzó las cejas, incómoda.
Kagura Toriyama, quien no había sonreído en días, al fin, curvó los labios.
—¿Algo con Naraku? —Su tono fue burlón.
Higurashi la miró directamente, sin una pizca de gracia en sus ojos.
Convencer a sus padres no le había costado mucho. De hecho, Ayame se había tomado la molestia de ir hasta su casa para pedir el permiso correspondiente, alegando que sería un «regalo de cumpleaños adelantado», había insistido mucho con eso. Ah, su cumpleaños… ¡Ya había pasado casi un año desde la última vez que lo había celebrado! El tiempo realmente volaba. Se sentía muy emocionada por el viaje, hacía mucho tiempo que no viajaba. Suikotsu le había preguntado si estaba bien yendo sola o quería que Naomi la acompañara pero ella dijo que no… con Kaede-sama y su familia, todo estaría perfectamente. Además, estaría en la playa, quería relajarse un poco con Kōga y Ayame.
Solo de imaginar las olas…
—Higurashi… —no escuchó el llamado, estaba embelesada—. Higurashi, ¿me estás poniendo atención? —InuYasha la miró detenidamente, parpadeando incrédulo—. ¡Kagome!
—¡Ah, sí, señor! —Lo miró de inmediato, con el corazón a punto de salírsele por la boca y los ojos bien abiertos.
Hubo un silencio largo y después de esto. La aludida empezó a ruborizarse como si no existiera un mañana. ¡Otra vez le había respondido de esa manera, como si estuviera en la Armada! Se odió eternamente por su estupidez y volvió a la vista a sus cuadernos, incómoda. InuYasha alzó una ceja, divertido… ¿Por qué parecía que estaba en un cuartel? La vio cerrar los ojos con fuerza como si se estuviera arrepintiendo de haber nacido y eso le quitó quinientos días de estrés acumulado. Al fin parecía ver algo diferente después de tanto trabajo y malos ratos. Oh, y, por cierto, en un par de horas estaría viajando hacia la playa, así que, de alguna manera, eso ayudaba a disipar todo su malestar, que con tantas cosas por hacer, no había tenido ni siquiera tiempo de deprimirse por su reciente ruptura con Kikyō.
—¿Tienes alguna duda sobre las matrices? —Le preguntó después de unos segundos, intentado olvidar el anterior bochorno.
Ella asintió.
—El proceso sobre los signos aún se me dificulta —respondió bajito, intentando olvidar la vergüenza y ponerse seria. No había clase con ellos que no fuera un completo desastre—. ¿Hay alguna técnica para guiarme más fácilmente?
—Justo eso te estaba enseñando antes de que soñaras despierta con unicornios —se burló, tomando los cuadernos y encerrando en un círculo en último proceso—. Esto.
—Lo lamento, lo estudiaré. —Asintió de nuevo, observando los trazos… era la primera vez que su tutor le escribía algo, normalmente la obligaba a escribir todo a ella—. Gracias… —susurró, leyendo la nota.
"No olvides aprender esto, Kagome. ¡Te hará más fácil la vida!"
Sonrió levemente.
—Bien, nuestra clase del viernes se ha terminado —dobló el cuello y notó que no tenía tantas contracciones como normalmente—, parece que vamos avanzando. —Comentó estoico.
Ambos empezaron a ordenar sus cosas en silencio, ocupados en sus propios pensamientos.
—¿Hoy no hay tareas? —Preguntó Kagome de pronto, como si la idea le hubiera llegado repentinamente a la cabeza. Su tutor negó—. ¿En serio? —Su rostro se iluminó.
—Tienes pruebas de matrices el próximo viernes en la universidad, ¿no? —Ella asintió rápidamente, como esperanzada—. Pues también tienes prueba de matrices conmigo el miércoles, así que más te vale estudiar. —Ladeó el rostro, como intentando decirle que no había de otra. Kagome se desilusionó con la rapidez de la luz.
Taishō miró su reloj y comprobó que ya era hora de retirarse porque no quería ni ver a Kikyō entrar por esa puerta, ni llegar tarde. Kagome, por su parte, tenía en mente darse un baño y tomar sus maletas hechas con anticipación, aunque el domingo por la tarde ya estaría de vuelta. Su hermana había dicho que tenía una importante cita del trabajo y que probablemente llegaría tarde… eso le sonó extraño, ya que ella no solía salir de noche, pero suponía que eran cosas de ella. Y eso esperaba. No había vuelto a hablar sobre su ruptura con InuYasha. Lo miró de reojo y le causó pena su semblante decaído.
—Como digas —terminó por responder, después de su reciente letargo. Tomó, como de costumbre, sus cosas entre los brazos—. Nos vemos el miércoles, pues. —Se retiró de la estancia sin esperar respuesta.
El tutor la vio unos segundos mientras se perdía por las escaleras. Puso los ojos en blanco un instante después.
Soltó un suspiro largo mientras cerraba la cajuela de su auto. Le echó un vistazo al pequeño edificio y los recuerdos de su casa llegaron a él de pronto… cuando sus padres murieron, él no pudo quedarse con el hogar que había sido de ellos, así que, bajo la tutela legal de su tía, presentaron un caso al juzgado para que pueda realizarse la venta de los bienes y adquirir otro lugar para vivir, al igual que un sencillo auto usado que le ayudaría en lo que quedaba de tiempo.
Se preguntó si aquellas heridas del corazón podrían sanar por completo alguna vez.
Rodeó el auto y se subió. Puso algo de música mientras conducía y trató de disipar un poco sus pensamientos… las clases con Kagome eran desgastantes, no solo por ellas en sí, sino por el trabajo que le antecedía. Además, su mente era un constante pensar últimamente, daba vueltas y vueltas en lo mismo: Kikyō.
Y no solo en ella, porque los recuerdos lindos habían sido pisoteados por la forma tan frívola en la que le había cortado y todo el proceso de suspenso los días anteriores, sino en una razón, en una maldita razón que le dijera por qué demonios había jugado se esa forma con él, por qué diablos lo había engañado tanto tiempo. Él juraba que ella no era así, parecía haberse inquietado de un momento a otro. Concentró su vista en la vía mientras ponía cambios y la música se dejaba escuchar suave. No podía entender absolutamente nada, pero esos días había estado cavilando y cavilando y había llegado a una conclusión: la única persona que podría darle esa información, sería Kagome.
Sabía que debía empezar a portarse mejor con ella para poder entender todo eso y pedirle que le ayude a buscar una repuesta, así que se pondría en marcha después… De verdad quería repuestas. En menos de lo pensado, se detuvo detrás del auto de su familia y notó que estaban subiendo ya algunas cosas para el viaje. Apagó el radio y salió de su coche.
—¡Hijo! —Abrazó a su tía con fuerza, después de mucho tiempo sin verla—. ¿Cómo estás, ingrato?
—Lo siento, tía. —Rio un poco—. Hola, tío.
—Nos has abandonado, pequeño InuYasha. —Comentó con su voz rasposa, el avejentado hombre, esposo de Kaede.
—Mis disculpas, he estado ocupado. —Le estrechó la mano y le dio un pequeño abrazo también. Suspiró hondo, mientras sus tíos comentaban algo más sobre su ausencia—. ¿En dónde están Ayame y el lobo? —Sonrió, extrañado por no verlos ahí.
—Adentro, ya vienen. —Comentó Kaede con una sonrisa, estrechando el brazo de su sobrino, a quién amaba como a un hijo.
—¡No demores tanto! —Exclamó Ayame desde la puerta, llevando con ella una pelota de fútbol y, atrás, su novio, una especie de red armable para colocar en la arena y poder jugar—. ¡Casi no llegas! —Exclamó al ver ahí a su primo.
—¡Te animaste a venir, tonto! —Kōga rio, tan jovial como siempre, viendo a su amigo un poco más animando. La última vez que conversaron, había sido el lunes, en su departamento y tenía mal semblante por su reciente ruptura.
—¡No fue por ti! —Le contestó.
Todos echaron a reír.
—Bueno, vamos ya —Seitō tomó las llaves y se preparó para subir al auto.
—Espera, papá, aún no sale… —Ayame se obligó a callar, cuando escuchó la puerta cerrarse con seguros—. Oh, ya viene.
InuYasha abrió ligeramente la boca, totalmente perplejo. Se formó un extraño silencio y cuando Kagome regresó la vista hacia el frente y vio aquella figura tan conocida para ella, se heló. Quitó como en cámara lenta sus auriculares. No podía ser, ¿en serio? Las sonrisas de la pareja no se borraron ni un segundo. Kōga pensó que su plan de no decirles que estaban invitados al mismo viaje, había sido la mejor decisión de su semana. Los observaron verse tensionados, con aquella atmósfera tan distinta del resto y Ayame rio por lo bajo. Esos dos…
—Espero que se lleven bien —le susurró a su novio, lo más bajito que pudo.
—Es mi plan, ¿crees que no estoy nervioso por el resultado? —él le respondió en el mismo tono.
Ambos asintieron.
Kagome avanzó algunos pasos, temerosa. Ayame y Kōga habían hecho eso a propósito, casi podía olerlo. Intentó relajarse en el camino, asumiendo que no había ningún problema realmente. Muchas veces había viajado a Yokohama con la familia de su amiga, pero jamás junto a InuYasha, su, ahora, tutor de matemáticas.
—Bueno, bueno, es hora de irnos, hija. —Apuró Kaede, empezando a hacer que todos alrededor se movieran.
InuYasha salió del impacto de verla allí y también trato de distender el momento. Entre el trajín de los demás, la tuvo a una distancia más personal y alzó una ceja, divertido por su expresión avergonzada y las mejillas enrojecidas.
—¿No dijiste que nos veríamos hasta el miércoles próximo?
Kagome se mordió los labios, viéndolo directamente y asumiendo que, con esa actitud, debía perder ya tanto recato ante sus comentarios siempre llenos de sarcasmo.
—Te gusta burlarte de mí.
Él sonrió, dejando de mirarla y avanzando al auto, esperando por que Ayame le diera alguna indicación. Desde ahí la observó con su actitud furiosa y aniñada… pasarían juntos el fin de semana, suponía que debían llevarse un poco más ameno si no quería que su cabeza explotase por el estrés.
«Eres imposible»
Continuará…
¡Qué alegría! Al fin termino este capítulo. Mis ideas se están arreglando y las cosas fluyen mejor. Muchísimas gracias por sus maravillosos comentarios que me dan vida.
Sé que quieren que InuYasha y Kagome ya se den besos, pero les pido algo de paciencia, por favor. Recuerden que no ha pasado más de una semana desde que InuYasha y Kikyō terminaron, no sería lógico que hiciera eso. Prometo que irán descubriendo cosas en los siguientes capítulos, estos dos ya tienen historia anterior y ustedes lo saben /guiño picarón.
Saludos a las hermosas lectoras que están pendientes de este fic tan raro...
Mi maravillosa Gabriela Cordón, gran, gran fan de este fic.
Gaby Obando, mi preciosa.
Mis muy dulces y preciadas Laurita Herrera y Paulina Hayase.
A la invitada "Moroha".
Mis adoradas Dubbhe y Lis-Sama.
Mi [puntos violentos] favorita: Iseul.
La bella Nena Taisho.
Oh, la guapísima Lhya1998.
Gracias a todas por leer. Y a las hermosas chicas que me comentan en la página de Facebook también. Preciosas todas.
