Hola!
Juli: Julie es una persona amable y comprensiva y protegería a Ethel sin dudarlo.
Capítulo cinco
Un accidentado comienzo de clases
Durante todo el mes, Ethel y Mildred se fueron acercando cada vez más.
Ethel estaba cada vez de mejor ánimo. Solo cuando pensaba en su madre se retraía y se volvía tan solo una sombra de si misma. Julie había sido muy paciente y la ayudaba en los peores momentos donde parecía que Ethel jamás volvería ver la luz.
Mildred le enseñó a dibujar, nuevos juegos y cosas de su mundo que no paraban de sorprenderla. Ethel le enseñaba costumbres de las brujas, a mejorar su vuelo y poniéndola al corriente con lo que no entendía de la magia. Casi no parecía que se odiaron alguna vez.
Julie trabajaba y estudiaba arte al mismo tiempo, lo cual no le dejaba mucho tiempo para ocuparse de Mildred, pero ella lo comprendía. Le faltaba muy poco tiempo para graduarse y tenía que esforzarse ahora más que nunca.
Esmeralda le estaba pasando dinero a Ethel a través de una criada para ayudar a Julie en los gastos de la casa. Solo lo había hecho dos veces, pero había servido lo suficiente
Al fin llegó el día que tenían que regresar a las clases. Julie les cocinó unas galletas con chips de chocolate para el viaje.
—Para que soporten la insulsa comida del colegio —les dijo. Mildred y Ethel se rieron—. Que tengan un buen siguiente trimestre.
—Gracias, mamá.
—Gracias, señora Hubble…
—Julie, querida, ya te lo había dicho.
—Lo siento.
—Buena suerte. Según el pronóstico del tiempo, habrá una tormenta de nieve, así que apresúrense. ¡Y no se olviden de avisarme cuando lleguen al colegio!
Volar desde el balcón no era una buena idea, asi que bajaron por el ascensor hasta el patio del edificio, envueltas en unas gruesas capas de piel para resguardarse del frío mientras volaban.
—Gracias por prestarme tu capa.
—Tengo muchas —respondió Ethel. Parecía un poco preocupada—. Quiero que tengas mucho cuidado ahí arriba; hay mucho viento y podrías caerte tú o Tabby, ¿si?
—No te preocupes, tal vez lleguemos antes de que el clima empeore.
—Eso espero —respondió Ethel. Aún seguía preocupada y Mildred no estaba muy segura que fuera por el clima.
—¿Te encuentras bien?
—Si, si —respondió de manera distraída—. Será mejor que partamos ahora o llegaremos tarde.
Mildred no quiso insistir. Se aseguró que su gato estuviera bien asegurado en la bolsa y partieron hacia el colegio.
Una violenta tormenta de nieve recibió a los alumnos de la Academia de Brujas de la señorita Cackle cuando volvieron a la escuela para el primer día de clases después de las vacaciones de enero. Las chicas estaban acostumbradas a un tiempo espantoso durante las primeras semanas porque era muy temprano, pero esta vez se había superado.
La señorita Cackle, la amable directora del colegio, observaba desde la ventana de su estudio cómo las alumnas llegaban de dos en dos, luchando por mantenerse en sus escobas, con las capas al revés y los vestidos de verano ondeando salvajemente con el viento chillón.
Mildred Hubble salió de entre las nubes de color gris amarillento con una costra de nieve que cubría su escoba, su gato, su maleta y su uniforme escolar, siguiendo a Ethel.
—¡Nunca había volado en un clima tan horrible! —gritó, castañeteando los dientes.
—¡Ni yo! —respondió Ethel, también a los gritos—. ¡Hay que apresurarnos o nos caeremos de la escoba!
Mildred se preguntaba si estaba realmente congelada en su escoba mientras se esforzaba por dirigirla por encima del muro y hacia el patio. Se giró para comprobar que su gato atigrado seguía con ella, ya que a la pobre criatura le aterrorizaba volar en el mejor de los casos y había estado aullando durante todo el viaje. Lo estaba, pero cuando pasaron por encima de las puertas por unos centímetros, el gatito intentó saltar, lo que hizo que Mildred se estrellara contra un profundo montón de nieve que se curvó en un elegante arco contra uno de los cobertizos para escobas. Se estaba bastante resguardado en el patio y Mildred se tumbó en la nieve recuperando el aliento, observando a los otros alumnos que llegaban a aterrizar, la mayoría de ellos con más éxito que ella. Ethel aterrizó a su lado unos segundos después.
—¿Estás bien? —le preguntó, ayudándola a pararse.
—Si, no me ha pasado nada— respondió. Miró a su gato —. Tabby— dijo Mildred, con los dientes castañeando de frío. —¿Cómo voy a llegar a algún sitio volando en mi escoba mientras esté con un gato como tú?
Tabby se sacudió y la nieve roció la cara de Mildred, ya cubierta de nieve. Incluso tenía carámbanos colgando del ala de su sombrero, y el pelaje de Tabby sobresalía en pequeños picos congelados. Hacían una pareja lamentable.
Levantó la cabeza y le pareció ver a Maud descendiendo a unos pocos metros de ella. Ethel también la vio.
—Yo voy a ver si mis hermanas ya llegaron —dijo y se fue caminando a pasos largos hacia donde estaban las demás alumnas.
Maud aterrizó y fue caminando hacia Mildred, cosa difícil, ya que el viento la tiraba hacia atrás.
—¡Millie! — gritó para hacerse oir —Un tiempo increíble, ¿verdad?
Mildred se quitó toda la nieve que pudo y se acercó a Maud, arrastrando su maleta y su escoba. Tabby había adoptado su posición habitual, colgado de los hombros de Mildred como un tapado de piel.
—¿Crees que entremos pronto? Apuesto a que las chimeneas deben estar encendidas.
—No lo creo —dijo Maud—. Ya conoces las reglas: Nadie puede entrar al colegio sin permiso. Tenemos que esperar en el patio hasta que toque la campana y recién ahí podremos entrar. Mientras tanto, nos tendremos que congelar aquí afuera.
El patio se estaba llenando rápidamente de alumnas que zapateaban para calentarse y esperaban que se les permitiera entrar en lugar de reunirse en el patio como de costumbre. Formaban un espectáculo bastante dramático, salpicados como cuervos contra el blanco resplandeciente.
La puerta principal se abrió y Esmeralda salió por ella. Estaba totalmente seca y caminaba hacia donde se encontraban.
—Mírala, toda seca y cómoda cuando todos los demás están congelados, esperando que los llamen para salir de la tormenta —gruñó Maud.
—Cuidado, Maud — dijo Mildred —Nos está llamando. ¿Y desde cuando te cae mal Esmeralda?
—No me cae mal, para nada, solo la envidio porque no tiene que estar aquí parada esperando—explicó Maud
—Mildred —gritó Esmeralda desde el refugio de la puerta—, la señorita Cackle quiere verte en su estudio de inmediato. Parece que es importante.
—Gracias. Ah, Ethel te estaba buscando.
—Oh, gracias. Ya hablaré con ella.
Giró sobre sus talones, fue hacia la entrada y luego se metió adentro, cerrando la puerta tras ella.
—¿Cómo sabes que Ethel la buscaba?
—Ya te explicaré luego. Oh, Maud —se quejó Mildred—. La señorita Cackle debe haberme visto aterrizar de golpe. Uno pensaría que lo dejaría pasar, con un vendaval de fuerza nueve y una ventisca.
—No importa, Mil — la consoló Maud—. Me gustaría que quisiera verme. Habrá un fuego rugiendo en su estudio y al menos podrás calentarte. De todos modos, apuesto a que ni siquiera se trata de tu aterrizaje forzoso; probablemente sea de algo perfectamente agradable.
—¡Perfectamente agradable!— rió Mildred—. Bueno, será mejor que vaya a ver qué he hecho. ¿Por qué no ves si puedes encontrar a Enid mientras estoy allí? Ya debe de haber llegado.
—Buena idea —dijo Maud—. Entonces, buena suerte.
Mildred recogió su maleta y su escoba y subió los escalones de piedra cubiertos de nieve y entró por la pesada puerta principal. Más tarde hablaría con ellas para contarle sobre Ethel.
Estaba más calido dentro de la escuela que en el patio barrido por la las ventanas de estilo castillo había pequeños montones de nieve debajo de los bordes de las ventanas a lo largo de todo el pasillo. La puerta de la señorita Cackle se alzaba ante ella y Mildred redujo la velocidad a paso de tortuga para aplazar el momento en que tendría que entrar y ver lo que había hecho ahora, diez minutos después del comienzo del curso.
Llamó muy suavemente, esperando que no la oyeran.
La alegre voz de la señorita Cackle llamó desde el interior. Mildred empujó la puerta y allí estaba la señorita Cackle sentada en su escritorio con un glorioso fuego de leña ardiendo en la rejilla.
—Ah, Mildred, querida —continuó la señorita Cackle—. Ven y siéntate aquí junto al fuego, pareces absolutamente congelada. Quiero tener una pequeña charla contigo. Hace un tiempo espantoso, ¿verdad?
—Sí, señorita Cackle —aceptó Mildred amablemente, sintiéndose menos ansiosa al notar el tono de buen humor de la voz de la señorita Cackle. Tal vez fuera algo "perfectamente agradable" después de todo, como había dicho Maud.
Mildred se sentó agradecida en una silla junto a la chimenea y Tabby bajó de sus hombros y se acurrucó tan cerca de la rejilla que su pelaje casi se incendió.
—Tabby —llamó Mildred, chasqueando los dedos—Vuelve aquí de inmediato.
Pero el gatito estaba demasiado concentrado en descongelarse como para obedecer las órdenes de su ama. También se descongelaron los carámbanos del sombrero de Mildred y tres de ellos descendieron simultáneamente al suelo con un suave tintineo.
—Ahora, Mildred —dijo la señorita Cackle, juntando las puntas de los dedos y observando a Mildred por encima de ellas—. Quería hablarle de su gatito. Es muy bonito, ¿verdad?
—Oh, sí, señorita Cackle -dijo Mildred—. Es muy dulce. No es muy bueno. Quiero decir que no consigo que haga nada bien y que todavía le da pánico volar, pero es muy bueno y...
—Sí, querida —dijo la señorita Cackle—. Veo que es un gatito encantador, pero estaba observando tu llegada hace un momento y no pude evitar notar que el gato te desequilibró al pasar por la puerta. Realmente es una criatura bastante problemática, a pesar de su agradable naturaleza, y también tiene un aspecto terrible cuando estamos todos expuestos (colgando de sus garras, extendido en horizontal cuando todos los demás gatos están sentados bien y rectos a estas alturas) excepto los gatitos del primer año, por supuesto. El tuyo nunca ha superado la fase de gatito, ¿verdad, querida?
Mildred miró fijamente a la señorita Cackle, y una oleada de alarma se extendió por ella. Otro carámbano se desprendió de su sombrero y cayó en su regazo.
—De todos modos, querida —continuó la señorita Cackle. Me preguntaba si un gato negro más normal y reglamentario podría ayudarte con tus estudios. Una de las chicas de tercer año, Fenella Feverfew, se trasladó a la Academia de la señorita Pentangle el curso pasado y dejó atrás a su gato extremadamente bien entrenado; en la academia de la señorita Pentangle tienen lechuzas, así que no le sirvió de nada un gato. Puedes quedártelo si quieres.
Mildred estaba horrorizada. Recogió a Tabby de la chimenea y lo aferró a su húmedo y poco frívolo vestido de verano, mientras los carámbanos restantes tintineaban en el suelo.
—¿Pero qué pasará con Tabby, señorita Cackle? —exclamó—. Es muy amable de su parte el considerarme así, pero lo tengo desde hace casi dos años y depende de mí, sobre todo porque no es muy inteligente y le tengo mucho cariño.
La señorita Cackle sonrió con indulgencia a Mildred, que tenía un aspecto bastante lamentable, de pie en un charco de nieve derretida, con la ropa y las trenzas empapadas, con el patético gatito abrazado a su corazón.
—Ahora bien, querida —dijo—. No hay nada de qué preocuparse. La señorita Tapioca, la cocinera de la escuela, me ha dicho esta mañana que la cocina tiene un problema de ratones y que necesita un buen ratonero. Yo diría que el pequeño Tabby es el adecuado para el trabajo, ¿no?
—Pero, señorita Cackle —dijo Mildred—, Tabby tiene miedo de los ratones. Él no...
—Tonterías, Mildred —se rió la señorita Cackle—. Ningún gato tiene miedo de los ratones. Qué idea. No, creo que tu trabajo mejorará mucho si aceptas mi oferta del gato de Fenella. Y Tabby se lo pasará en grande en la cocina persiguiendo ratones todo el día y acurrucándose junto a la estufa cuando esté cansado. Ahora vete. La señorita Tapioca te está esperando, la llamé hace un momento. Vete, querida, o llegarás tarde a la asamblea. La señorita Tapioca tiene el reemplazo de Tabby en una canasta abajo.
—Sí, señorita Cackle. Gracias, señorita Cackle —dijo Mildred, tratando infructuosamente de no llorar. Abrazó a Tabby con más fuerza y salió al pasillo, cerrando la puerta tras de si.
