Todavía no me movía y ya tenía los primeros objetivos a la vista. Un zigzag de cuatro dianas se encontraba más adelante, por donde iba el camino de flechas. No podía correr demasiado rápido, las dianas estaban muy cerca del inicio y si lo hiciera, me pasaría algunas. Decidí sacar la primera flecha de mi carcaj mientras empezaba a trotar. En un acto instintivo, disparé, acertando en el centro del más cercano. Repetí el proceso a la vez que aceleraba mas y mas. Aunque acerté a los cuatro centros, saqué la siguiente flecha para lo que se aproximaba.

Entonces noté la primera pluma azul, estaba a unos veinte metros, y entre nosotros se encontraban dos dianas y cuatro maniquíes, dos de estos últimos colgando de los árboles, balanceándose. Era imposible disparar a tantos objetivos en tan poco tiempo. Tenía que concentrarme en los más valiosos.

Cada segundo contaba, por eso pensé en disparar a los objetivos de mi derecha. Así no perdería tiempo en girar al otro lado. Solo necesitaba saber hacia donde se movían los maniquís colgados. El primero se balanceaba hacia mi en ese instante, no sabía cuando iba a cambiar de dirección, así que disparé sin dudar. Justo en la cabeza. Moví el brazo hacia atrás en busca de un nuevo proyectil sin perder de vista al siguiente objetivo, el cual se movía de un lado a otro, esta vez más rápido. Éste era más difícil, decidí no arriesgarme con la cabeza. Apunté al pecho y con un ruido seco supe que había acertado.

—¡Diez segundos!

Escuché una voz de fondo. Ni siquiera llevaba la mitad del recorrido. Debía apresurarme. Sin darme cuenta, el tercer objetivo estaba demasiado cerca, a esa velocidad no podía prepararme para disparar a tiempo. Decidí dejarlo atrás. Tal vez perdí esa oportunidad, pero aproveché en mirar la siguiente sección, no sin antes preparar el próximo disparo.

Una esquina del circuito se aproximaba, si no empezaba a desacelerar, caería por el empuje de mi inercia antes de cambiar de dirección. Tenía menos de diez segundos. Observé sin pestañear los nuevos objetivos. La diana más cercana se encontraba justo delante de la esquina, casi recto de donde yo corría. No lo pensé dos veces y dispare, al final era el objetivo más sencillo hasta ahora. Saqué otra flecha a la vez que cambiaba de dirección, había pasado la primera esquina. Volví a acelerar.

Un maniquí se encontraba de mi lado izquierdo, dos dianas del derecho. A lo lejos distinguí dos maniquís y una diana, todos colgando de las ramas. Estaban demasiado lejos, no podía apuntarles sin perder demasiado tiempo. Decidí ir por el maniquí de mi izquierda. Estando a unos dos metros, disparé a la cabeza, acertando. Sin tiempo a festejar mi pequeño éxito, repetí los movimientos brazo-carcaj-apuntar. Vi la diana más cercana de mi lado derecho, estuve a punto de pasarla, pero en un acto instintivo, disparé. De nuevo, en el centro.

—¡Cinco segundos!

No podía creerlo, todavía me faltaba gran tramo, pero lo peor fue no darme cuenta de la siguiente esquina que se aproximaba, ahí se encontraba otra flecha de pluma azul. Intenté desacelerar lo más que podía, pero ya era muy tarde. Detuve mis pies en un intento de desesperación, provocando que cayera hacia adelante. No podía rendirme en este punto. En vez de terminar con la cara en el suelo, logré encorvarme para hacer una voltereta y recuperar la estabilidad. En ese punto ya había soltado el arco, llegar era mi única prioridad. Aunque salí un poco del camino, logré cambiar la dirección. Lo único que veía era un grupo de flechas en fila. Todo lo demás no importaba. Corrí tan rápido que podía escuchar el viento ser cortado por mis movimientos. Entonces logré ver la flecha de pluma verde, el cual marcaba el fin del recorrido. Mis piernas dolían a más no poder, pero eso no importaba, yo seguí corriendo. Y cuando ya no vi más esa flecha, escuché:

—¡Tiempo!

Mis piernas dejaron de responder, y como de si una costumbre se tratara, comencé a caer de nuevo. Cerré los ojos y puse los brazos sobre mi cara, esperando que sirvan de protección. Momentos después me percaté de un ardor en las extremidades y estómago, que desapareció con la llegada de un ruido fuerte que me llevó a la completa oscuridad.

Al despertar, lo primero que vi fue un techo blanco y una cortina que me impedía ver fuera. Confundido, intenté levantarme, sin éxito, pues sentí una migraña terrible. Puse mi mano sobre la cabeza y me di cuenta de las vendas que la cubrían. Entonces recordé el ardor de antes, levanté mi brazo, también estaba vendado. Imaginaba que lo mismo aplicaba para las demás zonas que sintieron lo mismo.

—¿Qué pasó? —dije en voz alta, esperanzado de que alguien respondiera. Escuché un ruido al otro lado de la cortina.

—¡Despertaste! —gritó contenta la enfermera—. Tienes suerte de poder hablar, jovencito. Te golpeaste muy duro —dijo, mientras abría la cortina. Recordé el ruido fuerte de antes.

—¿Me estrellé con un árbol?

—Una pared. Dame un momento, te traeré algo de comer.

—¡Espera!

Se paró en seco junto a la puerta que lleva al pasillo.

—¿Qué pasa? ¿Por qué gritas?

—La viste ¿Verdad?

—¿Qué? ¿Tu amiguito? Soy una enfermera no te preocupes por eso.

No pude evitar ponerme rojo. Sacó una risilla al percatarse de esto.

—¡No! Eso no... Hablo de la cicatriz. Su expresión cambió.

—Sí, la vi. Debiste sufrir mucho.

—No se lo diga a nadie, por favor.

—Entiendo.

Retomando su objetivo inicial, la enfermera salió de la habitación, dejándome solo. Entonces, mi dolor de cabeza reapareció, más fuerte que antes, por lo que me recosté. Después de un rato escuché unos pasos que se acercaban con rapidez, los cuales resultaron ser de la bestia rubia, quien apareció por la puerta.

—¡¿Estás bien?! —gritó—. ¡Perdón, perdón, perdón!

Estaba haciendo mucho ruido, no podía soportarlo.

—¡Cállate!

Se detuvo. Dirigí mi mirada al techo, esperando que de alguna manera, eso calmara el dolor.

—¿Qué quieres? —le pregunté. No escuché respuesta por medio minuto. Volteé a revisar si se había ido. Por algún motivo, se encontraba ahí, parada, viendo el suelo.

—Vi a la enfermera —respondió en voz baja—. Me dijo que despertaste y...

—¿Recorriste el circuito? —interrumpí.

—¿Ah?

—Te pregunto si recorriste el circuito.

Se mordió el labio, parecía que no se esperaba mi respuesta.

—No, te trajimos luego de que te estrellaras.

—Pero lo harás, ¿cierto?

Volteó a verme, ahora con más seguridad.

—¡Olvida el duelo! Concén...

—¡¿Estás jodiendo?! —interrumpí mientras luchaba por sentarme. No podía creerlo, todavía que acepto su puto capricho y se atreve a decirme que lo olvide—. ¡¿Me estás diciendo que mi esfuerzo se va a ir al carajo?! ¡¿Qué todo mi tiempo inconsciente fue en vano?!

—No...

—¡Entonces recorrerás el puto circuito y terminaremos con esto para no volverte a ver jamás!

Sus ojos verdes brillaron por las lágrimas retenidas. Sin decir ni una palabra, se dio la vuelta y salió corriendo. Me recosté en mi cama, molesto. Pasaron unos segundos antes de que la enfermera entrara. Traía un plato cubierto de frutas de un lado, y carne del otro. Lo dejó en mi regazo y se sentó en una silla contigua a mí.

—Merphel, escuché casi todo.

Me sorprendieron sus palabras, pero fingí mientras devoraba un filete.

—La hiciste llorar. ¿Cómo puedes ser tan cruel?

Dejé de masticar.

—Ella se lo buscó.

Tomó mi mano, que aún sostenía un pedazo de carne.

—Dos personas vienen a verte todos los días. ¿Sabes quienes son?

—¿Dos personas? Uno tiene que ser Yves, supongo.

—Así es.

—Pero el otro, mmm... no, no tengo idea.

—Es la misma persona que le gritaste hace un momento.

Sin querer me atraganté.

—¿Esa bestia? Debe estar bromeando.

—No, ella se sienta en esta silla todos los días, culpándose de todo. Es una buena chica, Merphel. La próxima vez que la veas, discúlpate, ¿quieres?

No sabía que decir.

—Lo pensaré.

Sentí la preocupación en sus ojos. Se levantó y dejó el lugar para que pudiera comer tranquilo.