DULCES BESOS
3| PERDIDO
Naruto MacNamikaze estaba preocupado. Aunque no había nada que pudiera señalar aparte del fuego notable que ella poseía, su atavío desvergonzado y su manera inusual de hablar, no podía sacudirse el sentimiento de que un hecho aún más significativo lo eludía. Inicialmente, había pensado que tal vez ya no estaba en Escocia, pero entonces ella le había informado que estaba a una caminata de tres días escasos de su casa.
Quizá había perdido varios días, incluso una semana. Negó con la cabeza, tratando de aclararse. Se sentía igual a aquella vez antes, cuando de niño había tenido una fiebre alta y se había despertado alrededor de una semana más tarde: confundido, estúpido, sus instintos, normalmente veloces como el rayo, aletargados.
Sus reacciones estaban adicionalmente embotadas porque la lujuria tronaba en sus venas. Un hombre no podía pensar claramente cuando estaba excitado. Toda su sangre estaba siendo absorbida hacia una parte de su cuerpo, y aunque era una de sus mejores partes, la calma y la lógica ciertamente no la caracterizaban.
Lo último que recordaba, antes de despertar con la muchacha inglesa tumbada tan lascivamente encima de él, era que había estado corriendo hacia el lago pequeño en el valle detrás de su castillo y sintiéndose inusualmente cansado.
Desde allí, sus recuerdos eran borrosos. ¿Cómo había acabado en una caverna, a un viaje de tres días de distancia de su casa? ¿Por qué no podía recordar cómo había llegado? No le parecía haber sufrido daño alguno; ciertamente, se sentía saludable y sano.
Luchó por recordar por qué había corrido hacia el lago. Hizo una pausa, mientras una marea de recuerdos fragmentados caía en olas sobre él. Un sentido de urgencia... incienso... un coro de voces distantes... y los trozos de conversación: Él nunca debe ser encontrado, y una respuesta curiosa, lo esconderemos adecuadamente.
¿Su inglesita había estado allí? No. Las voces habían tenido un acento curioso, pero no como el de ella. Rápidamente descartó la posibilidad de que ella tuviera algo que ver con su aprieto. No parecía una muchacha brillante, ni particularmente fuerte.
Aún así, una mujer de su belleza no necesitaba serlo; la naturaleza le había dado todos los dones que necesitaba para sobrevivir. Un hombre usaría todas sus habilidades como guerrero para proteger a tal lujuriosa beldad, aunque fuera sorda y muda.
—¿Estás bien?— la inglesita lo golpeó suavemente en el hombro—. ¿Por qué te detuviste?, y por favor no dejes que la luz se apague. Me pone nerviosa.
Ella era caprichosa como un potro. Naruto presionó el botón diminuto otra vez y se sobresaltó sólo suavemente en esa ocasión cuando la llama surgió.
—¿El mes?— él preguntó toscamente.
—Septiembre.
Su respuesta lo golpeó como un puño en su estómago: la última tarde que él recordaba había sido el decimoctavo día de agosto.
—¿Qué tan cerca de Mabon?
Ella lo evaluó extrañamente, y su voz estaba tensa cuando dijo:
—¿Mabon?
—El equinoccio de otoño.
Ella se aclaró la voz con inquietud.
—Hoy es diecinueve de septiembre. El equinoccio es el veintiuno.
¡Cristo, había perdido casi un mes! ¿Cómo podía ser? Consideró cuidadosamente las posibilidades, ordenando y descartando hasta que encontró una que lo horrorizó, porque en apariencia era la única explicación que se adaptaba a las circunstancias: una vez que había sido atraído hacia el claro, había sido secuestrado. Pero asumiendo que había sido secuestrado, ¿cómo había perdido un mes entero?
El cansancio excesivo anormal que había experimentado mientras corría hacia el valle, repentinamente tuvo sentido. ¡Alguien lo había drogado en su castillo! De esa manera, sus secuestradores habían logrado llevarlo, y aparentemente lo habían mantenido drogado.
Y alguien podría igualmente regresar entonces a la caverna para obligarlo a dormir otra vez. No encontrarán tan fácil capturarme una segunda vez, juró silenciosamente.
—¿Estás bien?— ella preguntó con vacilación.
Él negó con la cabeza, sus pensamientos sombríos.
—Ven— indicó antes de llevársela a rastras tras de sí.
Ella era tan pequeña que habría sido más fácil lanzarla sobre su hombro y correr con ella, pero tenía la sospecha de que la muchacha se resistiría ruidosamente a tal tratamiento y no necesitaba perder el tiempo discutiendo.
La joven era de finos huesos y menudita, pero peliaguda como un jabalí hambriento. Era también exuberantemente curvilínea y estaba escandalosamente vestida y agitaba un caldero de deseos lujuriosos en él.
La miró por encima de su hombro. Quienquiera que fuera, de dondequiera que fuera, estaba sola cerca de un hombre, lo que quería decir que iría a casa con él. La muchacha hacía a su corazón martillar y su sangre rugir. Cuando había despertado para encontrarla encima de él, había respondido ferozmente.
Desde el momento en que la había tocado, había sido renuente a dejar de empujar, de deslizar sus manos arriba de sus piernas sedosas, cautivado por la imagen de que tal vez ella no tuviera vello en todo el cuerpo. Se enteraría tan pronto como su aprieto se lo permitiera.
En las feroces Highlands de Escocia, la posesión era nueve décimas partes de la ley, y Naruto MacNamikaze era la décima parte restante: Naruto era brehon, o legislador. Podía recitar el linaje de su clan hacia atrás por milenios, directamente hasta los antiguos druidas irlandeses del Tuatha De Danaan, un hecho digno de un bardo Druida. Nadie cuestionaba su autoridad. Había nacido para dominar.
—¿De dónde eres, inglesa?
—Mi nombre es Hinata Hyûga— dijo ella rígidamente. Él repitió su nombre.
—Ese es un buen nombre. Soy Naruto MacNamikaze, laird de los Namikaze. Mi gente tuvo su hogar en Irlanda por muchos siglos, antes de tomar estas Highlands como nuestra casa. ¿Conoces mi clan?
¿Por qué había sido secuestrado? Y una vez tomado, ¿por qué no lo habían asesinado? ¿Qué habría hecho su padre ante su desaparición? Luego un peor pensamiento se le ocurrió: ¿estaba su padre todavía vivo y sano y salvo? El temor por la seguridad de su padre lo capturó, y repitió su pregunta impacientemente.
—¿Tienes noticias de mi clan?
—Nunca he oído de tu cl... familia.
—Debes vivir cerca de la frontera. ¿Cómo viniste aquí?
—Estoy de vacaciones.
—¿De qué?
—Vacaciones. Estoy de visita— aclaró.
—¿Tienes clan en Escocia?
—No.
—Entonces, ¿a quién haces una visita? ¿Quién te acompaña?—. Las mujeres no viajaban sin escolta o clan, y seguramente no se vestían como ella. Aunque había anudado una tela azul alrededor de su cintura antes de que hubieran dejado la caverna principal, no podía ocultar sus escandalosas prendas de ropa interior. La mujer no tenía vergüenza en absoluto.
—Nadie me acompaña. Soy una chica grande. Viajo perfectamente bien yo sola. Había una nota desafiante en su voz.
—¿Tienes algún miembro vivo en tu clan, muchacha?— preguntó él más amablemente. Quizás su familia había sido masacrada y ella exhibía su cuerpo a su pesar, con la esperanza de encontrar un protector.
Se comportaba con la bravuconería inflexible de un cachorro de lobo huérfano, condicionado por el salvajismo y la inanición a lanzar una dentellada a cualquier mano, sin importar que pudiera contener comida.
Ella lo miró furiosamente.
—Mis padres están muertos.
—Och, muchacha, lo siento.
—¿Tú no deberías estar ocupado tratando de encontrar una salida?— la joven cambió de tema velozmente.
Él encontró ese despliegue de dureza, afectado como estaba por una mujer tan obviamente pequeñita e indefensa, realmente conmovedora. Era obvio que la pérdida de su clan era todavía algo de lo que le resultaba difícil hablar, y estaba lejos de su intención apresurar una discusión sobre eso. Él conocía demasiado bien el dolor de perder a alguien amado.
—Och, pero si está precisamente adelante. ¿Ves la luz del día filtrándose a través de las piedras? Podemos abrirnos paso allí.
Él dejó que la llama se apagara, y fueron tragados por la oscuridad, quebrada por unos cuantos chorritos delgados de luz a una docena de yardas de distancia. Cuando se acercaron más, Hinata divisó con incredulidad los escombros bloqueando el túnel.
—Ni siquiera tú puedes mover esas piedras colosales.
Naruto la miró. Ella sabía tan poco acerca de él. La única pregunta era si él usaría su cuerpo o sus otras... artes. Ansioso por abandonar la caverna, supo que usar sus habilidades druidas sería la forma más rápida de salir.
También sería la forma más rápida de asegurar que él nunca la metería en su cama. Un despliegue de tal poder sobrenatural había alejado de su vida a tres prometidas. La cuarta había sido asesinada dos semanas atrás...
No, enmendó, un mes y medio atrás si estaba verdaderamente en Mabon... con su hermano Menma, quien la había escoltado hacia el Castillo Namikaze para la boda. Cerró sus ojos contra una naciente ola de pena. Todavía se sentía como si fueran dos semanas para él.
Nunca había conocido a su futura esposa. Aunque se apenó por su muerte, por la pérdida de una esposa potencial, lo apenó más el final abrupto de una vida tan joven, no la mujer en sí misma.
Menma, por otra parte... Ah, esa era una pena amarga y ardiente dentro de su pecho. Él cerró los ojos firmemente, acorralando el dolor para encargarse de él después. Desde que su hermano había muerto, era aún más crucial que él engendrara un heredero. Y pronto. Él era el último MacNamikaze sobrante para engendrar hijos.
Recorrió especulativamente con la mirada a Hinata. No. No usaría magia druida para mover las piedras en su presencia.
Estudió el bloqueo de piedras por unos pocos instantes antes de emprender un asalto físico simple. Pero no metió simplemente sus brazos en el trabajo: metió su cuerpo entero en él, consciente que ella se había dejado caer de rodillas en el piso del túnel y observaba cada movimiento.
Él podría haberse doblado un poco más de lo que era necesario, pero era para demostrar qué premio ella podría disfrutar en su cama. La anticipación era una parte importante de los juegos de alcoba y aumentaba la satisfacción final de la mujer inconmensurablemente. Nunca podría decirse que él no era un amante experto y atento.
La seducción comenzaba mucho antes de que él quitara la ropa a una mujer. A las mujeres podría no gustarles el pensamiento de casarse con él, pero competían por el placer de compartir su cama.
Excavar era una pérdida de tiempo. Observando cuán apretadamente las piedras estaban apiñadas, las hendiduras entre ellas selladas con el polvo de los años, él especuló que esa rama del túnel había colapsado hacía mucho tiempo y pasado al olvido. Cavó y sacudió las rocas más pequeñas antes de fijar su atención en las mayores, usando su hacha como palanca para empujarlas y hacerlas rodar.
En poco tiempo, había despejado un pasaje pequeño. El follaje grueso camuflaba la abertura, y podía ver que el túnel había sido abandonado. Lo que una vez había sido una entrada yacía aislado entre grandes rocas redondas y al amparo de las zarzas. ¿A quién se le ocurriría buscar una caverna en tal lugar? Era evidente que él no había sido introducido por ese túnel. Tanto follaje no podía haber crecido en un mes.
Él la miró por encima de su hombro. Ella levantó una mirada culpable de sus piernas, y él sonrió abiertamente.
—No tienes nada que temer— la reconfortó—. Liberarnos es fácil. Pero la caminata será fatigosa.
—¿Qué caminata?
Él no se molestó en contestarle, sino que regresó a su trabajo. Mientras más pronto salieran, más pronto podría dedicar su atención a seducirla. Por supuesto, tenía que ocurrir mientras viajaban de regreso a su castillo, pues no se arriesgaría a perder el tiempo.
Después de ensanchar la abertura, usó su espada para hacer tajos a través del denso matorral que ensombrecía la entrada. Cuando finalmente había despejado un pasaje que estimó lo suficientemente seguro para permitirles pasar, ella se apresuró a ir a su lado. Se percató de que ella escaparía por la abertura y correría a toda velocidad lejos de él, si le diese la oportunidad.
—Da un paso atrás mientras lo atravieso— ordenó.
—Las damas primero— dijo ella dulcemente. Él negó con la cabeza.
—Te alejarías más rápido que una liebre si fuera tan tonto—. Él asió sus hombros y la jaló un poco—. Te desaconsejaría que huyeras de mí. Te atraparía fácilmente, y la persecución sólo me incitaría—. Cuando ella trató de sacudirse sus manos fuera de sus hombros, él dijo—: ¿Es esta la manera en la cual me agradeces por liberarte?— bromeó—. Me podrías conceder una recompensa por mis esfuerzos.
Él reposó su mirada sobre sus labios, dejando en claro qué regalo tenía en mente. Cuando ella se los mojó nerviosamente, el hombre dejó caer su cabeza más cerca, tomándolo como señal de docilidad.
Pero la contradictoria muchacha aplastó sus palmas pequeñitas en sus mejillas y lo mantuvo a raya.
—Muy bien. Ve primero, entonces. La edad antes que la belleza— agregó dulcemente.
—Muchacha arrogante— dijo él con un bufido, admirando a regañadientes su audacia—. Dame tu bolsa—. Después de producir el asombroso fuego desde adentro de eso, confiaba en que ella no trataría de huir de él sin su preciada posesión.
—No te daré mi mochila.
—Entonces no te moverás— dijo él rotundamente—. Y no sé por cuánto tiempo resistiré aquí, en tal proximidad tentadora...
Ella lo golpeó en el pecho con la mochila, duramente, y él rió. Las mejillas de la chica se sonrojaron cuando el hombre dijo:
—Qué genio, qué genio, inglesita. Eso es verdaderamente más adecuado para ti—. Qué fiera tan adorable era, apenas más alta que un niño, pero voluptuosamente curvilínea y lo suficientemente mayor para el placer carnal.
Sí, él la llevaría de regreso al Castillo Namikaze; tal vez resultaría ser una compañera agradable, tal vez más... tal vez podría ser su quinta prometida, pensó sardónicamente, y quizá realmente la llevaría hasta el altar. Nunca había encontrado a una mujer que no se amedrentara ante él. Era refrescante. Con su altura y tamaño, sin mencionar los rumores que circulaban acerca del MacNamikaze en las Highlands, a menudo atemorizaba a las muchachas.
Él se arrastró a través de la abertura, luego tomó las manos de la chica y la ayudó a gatear a través del hueco, disfrutando la sensación de sus pequeñas manos en las de él. Trasladando su apretón hacia su cintura, la sacó.
No la puso sobre sus pies de inmediato, sino que miró desafiantemente sus ojos mientras la deslizaba hacia abajo rozando su cuerpo, disfrutando del empuje firme de sus pezones contra su pecho. La fricción era deliciosa, y él sintió que las rodillas de la mujer se tambaleaban por un momento antes de que ella pudiera enderezarse.
Si la retirada era la medida de su deseo, entonces ella lo deseaba ferozmente. Se alejó de él con una expresión alarmada en el momento en que los dedos de sus pies tocaron la tierra. Él clavó los ojos en sus pezones, sus cumbres ahora endurecidas bajo su chemisse.
Ella bajó la mirada y provocativamente cruzó sus brazos a través de sus preciosos pechos, enseñando los dientes en un enfurruñamiento pequeño y feroz. Él se rió, porque ella logró sólo empujar los montículos generosos más juntos y levantados, aumentando diez veces su deseo de enterrar la cara en su regordeta hendidura.
—Dije que no corras de mí— le acordó—. No podías esperar dejarme atrás—. Él la miró de arriba a abajo. Su piel —y él veía una cantidad espléndida de ella— era suave y sin cicatrices, sin signos de enfermedad.
Su cintura era delgada, su vientre tenía la oleada leve que él adoraba en una chica, y aunque sus caderas eran exuberantes, sospechó que nunca había tenido un niño. La luz brutal del día, a menudo poco halagadora para una chica, esta vez no le rendía sino tributo, y él refrenó un gemido. No se había sentido tan intensamente excitado por una mujer en toda su vida.
—Deja de mirarme de esa manera— ella contestó bruscamente.
Su mirada chocó con la suya; ella tenía ojos como piedras preciosas y del color plateado de la luna, y había evidencias claras de una tormenta fraguándose en las heladas profundidades plateadas.
—¿Por qué eres tan espinosa, inglesita? ¿Es porque soy escocés?
—Es porque eres arrogante, mandón y agresivo.
—Soy un hombre— él contestó con demasiada facilidad.
—Si los hombres tienen permiso de comportarse de una manera tan atroz, ¿Cómo deben actuar supuestamente las mujeres?
—Agradecidas. Y en mi clan nos gusta que sean exigentes en la cama— él agregó con una sonrisa. Cuando la mirada de ella se hizo aún más fría, dijo—: No sabes responder adecuadamente a una broma. Cálmate, Hinata Hyûga, no busco sino aliviar tus miedos. No necesitas temer nada, muchacha. Cuidaré de ti, a pesar de tu mala disposición. Aún hasta los ingleses pueden aprender. En ocasiones— agregó, simplemente para provocarla.
Ella gruñó —realmente gruñó— quedo en su garganta, como si él la hubiera irritado de tal manera que nada le gustaría más que patearlo. Y se encontró esperando que ella lo hiciera: ansiaba una excusa para pelearse con ella y colocar su cuerpo suave bajo el de él.
Entonces la haría gruñir quedo en su garganta por una razón enteramente diferente: un gemido de deseo mientras él se sepultaba entre sus muslos.
Pero lenta de entendimiento como podía ser, tuvo mejor criterio que provocar un contacto con él: lo podía ver en sus ojos llenos de tormenta. Su falta de inteligencia no parecía haber excluido el sentido común. Él hizo una respiración profunda de aire fresco y sonrió. Estaba libre de la caverna, vivo, y pronto estaría en casa. Descubriría a los traidores y se premiaría a sí mismo con la inglesa llena de energía. La vida era exquisita, pensó el laird de los MacNamikaze.
Para ser una mujer no propensa a la violencia, Hinata se quedó estupefacta por su deseo de patear a Naruto MacNamikaze.
No para rebanarlo y cortarlo en pedacitos verbalmente, lo cual habría sido la cosa más madura para hacer, sino darle puñetazos, tal vez hasta morderlo la siguiente vez que la tocara. Su mente se puso en blanco un instante, en un descanso sabático, solamente mirándolo.
Nunca había encontrado a un hombre tan perdidamente patriota. Sacaba lo peor de ella, rebajándola a un nivel tan primitivo como el de él. Le dieron ganas de arrojarse contra él y golpearlo con los puños. Él se comportaba como si, porque la había encontrado encima de él, la poseyera. Los lords escoceses obviamente no habían cambiado mucho a través de los siglos.
No había pasado por alto su proclamación que él era un auténtico laird; más bien, había preferido ignorarlo. Él parecía esperar una reverencia o un desmayo virginal, y no alimentaría su vanidad. Parecía que los siglos de sumisión hacia los ingleses no habían enseñado a los escoceses ni un bledo acerca del respeto.
Probablemente fuera de esos aristócratas tediosos que estaban peleando para restaurar la independencia de Escocia, así podría pavonearse en su falda escocesa y sus privilegios como un pequeño rey. Incluso prefería la afectada forma de hablar arcaica de siglos pasados.
Y era definitivamente un Don Juan. La conversación fácil y sexy había alertado sus susceptibles radares. Probablemente tan estúpido como un cofre de rocas, sin embargo, porque toda esa fuerza muscular no podía dejar lugar para tener mucho cerebro.
—Tengo que regresar a la posada ahora— le informó ella.
—No hay necesidad de que busques refugio en una taberna común y corriente. Estarás generosamente alojada en mi propiedad. Me ocuparé de tus necesidades—. Posesivamente, él ahuecó su mano en la nuca, enredando los dedos en su cabellera—. Me gusta la forma en que llevas el pelo. Es inusual, pero lo encuentro más... sensual.
Encrespándose, ella removió su flequillo fuera de sus ojos.
—Pongamos algo en claro, MacNamikaze. No voy a ir a casa contigo. No voy a compartir la cama contigo, y no desperdiciaré un momento más riñendo contigo.
—Prometo no burlarme de ti cuando cambies de idea.
—Oooh. Contrario a lo que tú pudieras pensar, la arrogancia no funciona como afrodisíaco para mí—. Era sólo una pequeña mentira. La arrogancia de por sí no lo hacía, pero ese hombre arrogante en particular era una piruleta andante, y estaba segura de que poner sus labios encima de cualquier parte de él satisfaría el anhelo oral inexorable contra el que había estado luchando por diez días, siete horas y cuarenta y tres minutos, que por supuesto ella no contaba.
—Afro-di-sía-co— él repitió lentamente, las cejas arrugadas. Guardó silencio un momento, luego dijo—: Ah, griego: Afrodita y akos. ¿Quieres decir una poción de amor?
—Algo así—. ¿Cómo podría él no conocer esa palabra?, se preguntó, mirándolo cautelosamente. ¿Y por qué partía la palabra griega?
Cuando él sonrió, abiertamente arrogante, ella dejó caer su mirada y fingió una fascinación repentina por sus cutículas. El hombre era demasiado condenadamente sexy para su bien. Y más estando tan cerca.
Él deslizó sus manos en su pelo y tiró con gentileza, obligándola a mirarlo. Sus ojos azules brillaban intensamente.
—Dime que no adviertes el calor entre nosotros. Dime que no me deseas, Hinata Hyûga—. Su mirada la desafiaba a mentir.
Desalentada, ella se percató que él podía percibir cuánto lo deseaba, tal como sospechaba que él ansiaba tenderse encima de ella, así que hizo lo que las engañosas reclamaciones de seguro le habían enseñado a hacer mejor: Negar, negar, negar.
—No te deseo— ella se burló ligeramente. Bravo. Correcto. La tensión sexual entre ellos casi calificaba como una quinta fuerza de la naturaleza.
Él movió hacia un lado la cabeza. Una ceja rubia se levantó y su mirada fue divertida, como si estuviera en cierta forma al tanto de su debate interno. Una esquina de su boca se elevó en una sonrisa débil.
—Cuando finalmente digas la verdad, será tan dulce, inglesita. Me endurecerá como la piedra, escuchar simplemente las palabras en tus labios.
Ella consideró imprudente señalar que él ya lo estaba. Cuando había sepultado sus manos en su pelo, había rozado esa parte de él contra ella. Se escandalizó al percatarse de que realmente contemplaba tener sexo casual con él, mientras trataba de juzgar qué era lo peor que podría ocurrir entonces, si como muchas personas que conocía lo hacían, brincaba a la cama con un desconocido. Dios, él era tan tentador.
Ella quería experimentar pasión, y cuando ese hombre la contemplaba de la manera en que lo hacía en ese momento, sentía que el Cielo podría ser simplemente un beso caliente y lúbrico.
Pero era terco, demasiado bello para la tranquilidad de espíritu de cualquiera, una variable salvajemente imprevisible en una ecuación riesgosa, y ella sabía que esos eran los que podrían hacer estallar el caos. El revoloteo nervioso en su estómago, el deseo que sentía, eran sensaciones demasiado nuevas para actuar sin reflexionar.
Aunque quería cambiar su vida y estaba decidida a perder su virginidad, comenzaba a darse cuenta de que no era tan fácil como había pensado que sería. Pensar en tener relaciones sexuales con un virtual desconocido era por completo diferente a realmente zambullirse directamente en el ardor y la desnudez y su falta de experiencia de ella.
Especialmente cuando ese virtual desconocido era tan hombre, un poco extraño, y bastante abrumador. Sus recién descubiertos sentimientos de deseo la asustaron. La intensidad de la reacción de su cuerpo hacia él la asustaba.
Quizá ella lo podría hacer con él en el último día de su viaje, caviló. Él estaba ciertamente dispuesto. Podría tener lo que se conocía por sexo casual, luego volver volando a casa y nunca tener que verlo otra vez. Había comprado condones antes de dejar los Estados Unidos, y estaban remetidos en un lugar seguro en su mochila.
¡Shh! ¿Era la locura contagiosa? ¿Qué demonios estaba pensando? Una sacudida enérgica de cabeza restauró su cordura.
—Sigamos— dijo él.
Me gustaría, pero tú eres demasiado peligroso, ella pensó con un suspiro. Dado que él se dirigía hacia abajo de la colina en dirección general a la posada, ella lo siguió.
—No tienes que sostener mi mano— protestó la joven—. No voy a irme corriendo. Sus ojos se arrugaron con diversión silenciosa mientras él la soltaba.
—Disfruto de sostener tu mano. Pero puedes caminar junto a mí— le informó.
—No caminaría en ningún otro sitio— ella masculló. Ir detrás alimentaría su ego, aunque ella lograría observar su cuerpo increíble, inadvertida. Adelante, se sentiría miserable, sintiendo su mirada fija en ella. A su lado era el único lugar aceptable.
Él daba largas zancadas, su paso natural demasiado largo para ella, pero se rehusó a quejarse. Mientras más rápido caminaran, más rápidamente se podría rodear en la seguridad del tumultuoso pueblo. Ella no había soñado nunca que estaría tan agradecida de ver un bus de ancianos en su vida.
Ocupada tramando su retirada educada pero apresurada de su presencia, no se percató de que él se había detenido hasta que estuvo a alguna distancia detrás de ella. La muchacha se volvió y gesticuló impacientemente, pero los ojos del hombre estaban en el pueblo debajo.
—Vamos— gritó ella. Él no pareció oírla. Lo llamó otra vez, agitando los brazos para llamar la atención, pero él permaneció inmóvil, su mirada fija en el panorama.
Estupendo, decidió, éste es un buen momento para irse, y tengo ventaja. Arrancó en una carrera rápida hacia abajo de la ladera sesgada. Estirando sus piernas al máximo, como si corriera por su vida, repentinamente se sintió tonta.
Si el hombre verdaderamente había tenido intención de dañarla, podría haberlo hecho hacía mucho tiempo. A pesar de eso, no podía sacudirse la sensación de que estaba dejando algo increíblemente peligroso tras ella, más que un hombre común y corriente, y que era más sabio que se alejara ahora.
Corrió por varios segundos antes de que el misil la bombardera desde atrás. Ella tropezó y aterrizó en su estómago en un cantero bailarín de arvejas púrpuras, atrapada bajo su cuerpo. Él estiró sus manos por encima de su cabeza y la presionó contra el suelo.
—Dije que no corrieras de mí— la advirtió—. ¿Cuál palabra es la que encuentras difícil de entender?
—Pues bien, tú te congelaste— discutió Hinata—. Te llamé. Y ay, demonios, ahora estoy magullada en todas partes.
Cuando él no respondió, y sólo apartó su cuerpo ligeramente fuera del de ella para que pudiera respirar, ella cayó en la cuenta de un cambio sutil en él. Su corazón sonaba estruendoso contra su espalda, su respiración era superficial, y sus manos temblaban encima de las de ella.
—¿Q-qué sucede?— preguntó débilmente. ¿Qué horror podría hacerle temblar las manos tan fuertemente?
Él apuntó hacia un coche que desaparecía en la carretera sinuosa bajo ellos.
—¿Qué en nombre de todo lo que es santo es eso? Hinata miró de reojo.
—Se parece a un VW pero que no puedo asegurarlo desde esta distancia. El sol me da en los ojos.
—¿Un qué?
—Volkswagen.
—¿Un... qué vaguen?
—Volkswagen. Un coche—. ¿Se había vuelto el hombre sordo?
—¿Y eso?
La mejilla del hombre rozó su sien mientras ella volteaba su cabeza para contemplar donde él apuntaba.
—¿Qué?— ella parpadeó con seriedad. Él parecía señalar la posada—. ¿La posada?
—No, esa cosa brillante con colores como nunca he visto. ¿Y qué hay de todos esos árboles deshojados? ¿Qué le ha ocurrido a los árboles? ¿Y por qué han atado cordones entre ellos? ¿Piensas que se escaparán en caso de que no los aten con una correa? ¡Nunca he visto robles tan abominables!
Hinata contempló el signo del neón por encima de la posada y los postes telefónicos en un silencio cauteloso.
—¿Pues bien, muchacha?—. Él hizo varias profundas y lentas inspiraciones, luego dijo inestablemente—. Nada de esto estaba aquí antes. Nunca he visto tales rarezas. Se ve como si la mitad de los clanes de Escocia se hubieran reacomodado cerca del lago de Brodie, y estoy realmente seguro de que él no aprobaría todo esto. Es un hombre muy reservado—. Él comenzó a rodar fuera de ella y la volvió de cara al cielo, luego la levantó hasta que estuvo de rodillas de frente a él. Él ahuecó las manos sobre sus hombros y la sacudió—. ¿Qué es un coche? ¿Qué propósito tiene?
—¡Oh, por el amor de Dios, sabes lo que es un coche! Deja de fingir. Has estado bonito actuando como el lord arcaico, pero no juegues más conmigo—. Hinata lo miró furiosamente, pero bajo su cólera, la asustaba. Tenía una expresión desconcertada en su cara, y creyó vislumbrar un indicio de miedo en sus ojos brillantes.
—¿Qué es un coche?— él repitió suavemente.
Hinata comenzó a hacer un comentario cáustico, luego vaciló. Quizá estaba enfermo. Quizá esa situación fuera infinitamente más peligrosa de lo que había pensado.
—Es una máquina accionada por... baterías y... er... y gas— abruptamente se decidió a llevarle la corriente, dándole una respuesta corta—. Las personas se transportan en ellos.
Silenciosamente, sus labios formaron las palabras batería y gas. Permaneció muy quieto un momento, y luego dijo:
—¿Inglesa?
—Hinata— ella corrigió.
—¿Eres verdaderamente inglesa?
—No. Soy americana.
—Americano. Sé que parece... verdaderamente, pero... ¿Hinata?
—¿Qué?— sus preguntas comenzaban a asustarla.
—¿En qué el siglo me encuentro?
La respiración se le atoró en la garganta. Ella se masajeó las sienes, atacada por un dolor de cabeza repentino. Debería haberse imaginado que un hombre que emanaba tan crudo sex-appeal tenía que ser fatalmente defectuoso. No tenía idea de qué decirle.
¿Cómo contestaba uno a esa pregunta? ¿Se atrevería ella a hacerlo y simplemente alejarse, o la acometería él otra vez?
—Dije, ¿Qué siglo es este?— él repitió suavemente.
—Veintiuno— dijo ella, entrecerrando los ojos. ¿Estaba jugando? Las letras mayúsculas remarcadas de un titular de periódico florecieron contra el interior de sus párpados, excluyendo todo pensamiento racional:
«UNA UNIVERSITARIA QUE NO COMPLETÓ SUS ESTUDIOS, HIJA DE FÍSICOS RENOMBRADOS EN EL MUNDO, SECUESTRADA POR ENFERMO MENTAL FUGADO. Subtitulado: DEBERÍA HABER ESCUCHADO A SUS PADRES Y HABER PERMANECIDO EN EL LABORATORIO.»
Él permaneció silencioso, y cuando ella abrió los ojos, escudriñaba el pueblo debajo: los botes en el lago, los edificios, los coches, las luces brillantes y los letreros, los ciclistas en las calles.
Irguió la cabeza, escuchando las bocinas, el zumbido de las motocicletas, y, de algún café, el bajo rítmico de un rock and roll. Frotó su mandíbula, su mirada fija y cautelosa. Después de algún tiempo asintió con la cabeza, como si hubiera resuelto un debate interno que había estado sosteniendo.
—Cristo— medio murmuró, sus aristocráticas fosas nasales dilatándose como los de un animal arrinconado—. No he perdido una luna escasa. He perdido siglos.
¿Una luna escasa? ¿Siglos? Hinata pellizcó su labio inferior entre su dedo y el pulgar, pensando.
Luego él la miró de nuevo, observó su camisa, su mochila, su pelo, sus pantalones cortos y finalmente sus botas de excursionismo. Él sacó su pie fuera de ella, lo sostuvo en sus manos y lo estudió por un largo momento antes de levantar sus ojos hacia ella otra vez. Sus cejas rubias se hundieron.
—¿Tú nombras tus medias?
—¿Qué?
Él pasó su dedo sobre la palabra Polo Sport cosido en el puño de su calcetín de lana gruesa. Luego su mirada se fijó en la etiqueta pequeña de sus botas: Timberland. Antes de que ella pudiera formar una respuesta, él dijo:
—Dame tu bolsa.
Hinata suspiró y comenzó a dárselo, luego bajó la cremallera principal de la mochila, sin humor para entrar en un debate acerca de las cremalleras. Considerando la que tenía en sus pantalones cortos, si él verdaderamente no sabía cómo funcionaban, no iba a apresurarse en enseñarle. Las mujeres deberían coser candados en sus cremalleras con él cerca.
Él tomó la mochila y echó el contenido sobre el terreno. Cuando su teléfono celular cayó, ella se sintió momentáneamente furiosa consigo misma por olvidarlo, hasta que recordó que no funcionaría en Escocia de cualquier manera.
Mientras él lo extraía de la confusión de sus pertenencias, Hinata se percató que no funcionaría nunca más en la vida. La envoltura plástica había sido aplastada en una de sus muchas caídas, y se hizo pedazos en las manos masculinas. Él contempló la tecnología diminuta de adentro con fascinación.
Buscó desordenadamente en sus cosméticos, abrió su polvera, y se contempló a sí mismo en el pequeño espejo. Sus barras de proteínas fueron arrojadas a un lado junto con la caja de condones, (gracias a Dios) y cuando él curioseó su cepillo de dientes, su mirada desconcertada pasó rápidamente desde el pelo largo y espeso de la muchacha hasta el cepillo diminuto y de regreso a su pelo otra vez.
Una ceja se arqueó en una expresión de duda. Él recogió la última edición de Cosmopolitan, contempló la imagen de la modelo medio desnuda en la cubierta, luego pasó rápidamente las páginas, mirando estúpidamente las fotos brillantemente coloreadas. Pasó sus dedos sobre las hojas como si estuviera estupefacto.
—Y Minato piensa que sus tomos iluminados son preciosos— masculló.
Cuando empezó a buscar desordenadamente entre sus bragas de distintos colores, la joven consideró que ya había tenido bastante. Puso su puño sobre la braguita de seda lima que él examinaba entonces y firmemente meneó su cabeza.
Pero cuando él la miró, ella se dio cuenta de que por primera vez desde que se habían encontrado, la seducción no estaba en su mente. Su deseo de escapar fue abruptamente vencido por el aspecto de angustia en su cara, y ya no estuvo tan segura de que él estaba jugando. Si lo estaba, entonces era un actor consumado.
Arrancando la revista de sus manos, ella señaló la fecha en la esquina. Los ojos de Naruto se ampliaron incluso más aún.
—¿En qué siglo creías estar?— preguntó ella, disgustada consigo misma por ser tomada como tonta por ese hombre tan guapo. No estaba en sus cabales, no tenía ninguna cualidad redentora, pero la atraía como una polilla suicida hacia una llama, ¿y qué ocurriría si hacía cenizas sus alas?
—El dieciséis— contestó huecamente.
Sonó tan perturbado que ella lo tocó, rozando con sus dedos la mandíbula cincelada, permaneciendo allí mucho más tiempo de lo que era sensato.
—MacNamikaze, necesitas ayuda— lo consoló—. Y encontraremos ayuda para ti. Él cerró su mano sobre la de ella, volteó su cabeza, y besó su palma.
—Mis gracias. Estoy encantado de que acudas tan velozmente en mi ayuda. Ella retiró su mano rápidamente.
—Ven conmigo al pueblo y te conseguiré un doctor. Probablemente caíste y tienes una concusión— dijo Hinata, esperando que fuese cierto.
La alternativa era que él hubiera estado vagabundeando, sólo Dios sabía cuánto tiempo, pensando que era algún lord medieval, y ella francamente no podía reconciliar al hombre poderoso y arrogante con un mentiroso paranoico y esquizofrénico. No quería que estuviera enfermo. Quería que fuera tal como parecía ser: competente, fuerte y saludable. Parecía mentira que un caso mental pudiera ser tan... dominante, tan regio.
—No— dijo él suavemente, su mirada flotando mansamente hacia la fecha en la revista otra vez—. No iremos a tu pueblo, sino a Ban Drochaid— dijo finalmente—. Y no tenemos mucho tiempo. Será un viaje duro, pero te compensaré cuando lleguemos. Serás generosamente premiada por tu ayuda.
Oh, Dios Santo, él tenía la intención de llevarla a su castillo. Realmente estaba de la cabeza.
—No iré a esas piedras contigo— dijo ella tan serenamente como pudo dadas las circunstancias—. Déjame llevarte a un doctor. Confía en mí.
—Confía en mí— dijo él, mientras la jalaba hasta ponerla de pie a su lado—. Necesito de ti, Hinata. Necesito tu ayuda.
—Y trato de dártela...
—Pero tú no entiendes.
—¡Sé que estás enfermo!
Él meneó su cabeza rubia, y en la luz del atardecer sus ojos azules eran claros, ecuánimes e inteligentes. Ningún indicio de locura acechaba allí, sólo preocupación y determinación.
—No. Estoy sano y de ningún modo loco como piensas. Simplemente tendrás que verlo por ti misma.
—No iré contigo— dijo ella firmemente—. Tengo otras cosas que hacer.
—Debes olvidarlo. El Namikaze tiene prioridad, y con el tiempo entenderás. Ahora te pregunto una última vez, ¿vendrás conmigo por propia voluntad?
—Ni cuando se hiele el infierno, bárbaro.
Cuando él envolvió su mano en torno a su muñeca, ella se dio cuenta de que mientras discutían había quitado una cadena de cierto tipo de alguna parte de su cuerpo. Cuando él cerró los enlaces de metal alrededor de su muñeca y la sujetó a él, abrió su boca para gritar, pero el hombre aseguró una mano poderosa sobre su boca.
—Entonces vendrás conmigo por mi única voluntad. Así sea.
Continuará...
