Disclaimer: Personajes de Gosho Aoyama.
Capítulo 4: Un lugar donde dormir
Después de un tiempo caminando sin ninguna dirección en mente, sólo dejándose llevar, llegaron a lo que parecía una zona residencial bastante acomodada. Se encontraron con casas separadas las unas de las otras, de grandes muros con sus jardines privados y bien cuidados, frente a una plaza pública donde normalmente los vecinos pasearían cuando necesitaban socializar.
Aoko ya no podía con el silencio que les rodeaba. Su amigo estaba mal emocionalmente, aunque intentase disimularlo. - Kaito… - Se detuvo, pero no le soltó la mano, haciendo que él también se parase. - Háblame. - Pero no lo hizo, mantuvo la mirada al frente, sin mirarla. - ¡Kaito! - Le demandó con más fuerza.
- ¿Qué quieres que te diga, Aoko? - Respondió con toda la calma que pudo encontrar. Se giró y la enfrentó. - ¿Que no me ha afectado lo que ha pasado? ¡Porque sí, estoy jodidamente afectado! - Dijo elevando la voz.
- Lo sé. - Dijo con más calma. Al menos consiguió que la mirase, eso ya era un avance. - Por eso quiero recordarte que estoy aquí, y que puedes hablar conmigo. - Apretó el agarre entre sus manos, infundiéndole fuerza.
Suspiró y tomó aire varias veces, intentando relajarse. Se sentó en el banco que había justo a su lado, siendo observado fijamente por su amiga. - ¿Te he dicho alguna vez… Cuáles fueron las últimas palabras que me dijo? - Ella no tenía que preguntar a quién se refería, lo sabía perfectamente. - Claro que no, porque hasta a mí se me habían olvidado hasta esta mañana, que soñé con ellas. - Apoyó la espalda en el banco mientras su amiga se sentaba a su lado, nunca soltando su agarre y con toda su atención en él. - Siempre que me necesites, mira hacia las estrellas y encontrarás la solución. - Elevó la cabeza, observando el cielo, pero las estrellas no se podían ver por la contaminación lumínica de la ciudad. - Siempre, inconscientemente, lo he hecho. He mirado hacia las estrellas, buscando alguna guía. Algo que me dijese qué camino seguir. - Llenó sus pulmones con el aire frío de la noche y lo soltó, intentando encontrar una manera de tranquilizarse. - Sabía que ésto podría pasar, pensaba que estaba preparado.
- Te estabas mintiendo a ti mismo. - Dijo con sinceridad, era lo que en ese momento su amigo necesitaba. - Nadie estaría preparado para ver a su padre después de tanto tiempo.
Él asintió. - Tienes razón. ¿Sabes lo que estuvo rondando en mi cabeza desde que le vi?
- Puedo imaginarlo. - La miró. - Querías advertirle, que no hiciera ese truco que le matará dentro de ocho años. Te mentiría si te dijese que no se me había ocurrido también. - Sonrió con añoranza.
- Lo sé… - Por eso la detuvo. - Pero no podemos, ¿verdad? Debo arreglar lo que está mal, no cambiar la historia. - Se intentó convencer a sí mismo.
- Tus padres y supuestamente tú murieron en el accidente, si debemos de evitar que Chikage-san y tú vayan después de asegurar de que nazcas en esta época, ¿por qué no advertir a Toichi-san?
- Y si lo hacemos y mi padre no muere, ¿qué nos dice que no pasará otra cosa después? Creo que hemos visto las suficientes películas como para saber que la historia es la que es. - Una sonrisa irónica asomó en sus labios.
- Son películas… Ciencia ficción. - Justificó.
- Los viajes en el tiempo no es una ciencia estudiada. No sabemos lo que podría pasar. - Negó. - Muero por decírselo, pero no podemos.
Después de cavilar, decidió que Kaito tenía razón. No sabían lo que pasaría si cambiaban la historia a como era. Ya alguien estaba jugando con ella, y las consecuencias eran perturbadoras.
Un taxi llegó al área y se detuvo delante de una casa, de donde salieron a los pocos minutos, algo apresurados, una pareja de ancianos con maletas. Al ver lo abrigados que estaban, no se había percatado hasta ese momento la baja temperatura que les rodeaba. Se llevó las manos a los brazos, para intentar paliar algo del frío que comenzó a sentir. Había dejado la rebeca en casa de Kaito, no es que tuviese planeado salir tan de repente.
Kaito observó el movimiento de su amiga por el rabillo del ojo, esa camisa de tiras rosa tan liviana de escote picudo apenas la mantenía en calor. Observó al taxi marcharse, quedándose solos de nuevo en las calles. Una idea asomó en su cabeza y se levantó del banco. - He encontrado un sitio donde pasar la noche. - Bajó la mirada para encontrarse a la de su amiga, confusa por su cambio tan repentino de tema. - Vamos. - La instó a levantarse y se acercaron a la casa de donde había salido la pareja.
Analizaba los alrededores, pendiente de si eran observados por los vecinos, pero no habían moros en la costa. Entraron a la privacidad del jardín y rodearon la casa. Como había supuesto, había una segunda entrada trasera a la casa. Los caserones con esa arquitectura solían tenerla.
- ¿Qué hacemos aquí? - Preguntó nerviosa. - ¿Vamos a allanar la casa? - Terminando con un gritito.
La hizo callar. - ¿Prefieres dormir bajo un puente?
- Podemos ir a algún hotel o apartamento, tengo dinero. - Refutó.
- ¿Puedes decirme de qué año son los billetes? - Preguntó con tranquilidad. Al ver que su amiga sacaba la cartera y miraba la fecha de impresión de los billetes, supo cual iba a ser su respuesta. - ¿Cómo quieres que expliquemos a los que cambian divisas que tenemos billetes que aún no se han impreso? Pensarán que los intentamos timar y terminaremos en prisión. - Con esa respuesta, la chica se removió incómoda en donde estaba, pero decidió que tenía razón. Era un delito y su moral le gritaba, pero se intentaba convencer de que no era un delito mayor. Y se moría de frío.
Sacó de su mochila el juego de ganzúas e intentó abrir la puerta mientras se agachaba frente a la cerradura. - Pareces un ladrón. - Comentó con un deje entre divertido y nervioso la chica al verlo trabajar.
Ante ese comentario, y la dificultad de mantener los utensilios al estar sus dedos sin apenas sensibilidad, se le cayeron ante el susto. Cuánta razón tenía sin saberlo. Se maldijo a sí mismo. - Muy graciosa. - Comentó irónico. - Todo mago sabe abrir cerraduras. - Intentó recoger los instrumentos del suelo, pero parecía que su mano no quería cooperar. - Maldita sea… - Volvió a maldecir entre dientes. - Aoko… - Terminó llamándola, con la cabeza agachada por la inutilidad que sentía. - Necesito tu ayuda. - Ante el silencio prolongado, la miró desde su posición agachada.
- ¿Qué pasa? - Preguntó preocupada ante la mirada que le echó.
- Mi mano no está respondiendo como quiero. - Explicó. - Necesito que cojas las ganzúas y hagas lo que te diga.
Negó con la cabeza. - Yo… No puedo, no…
Kaito la agarró de la muñeca y la hizo agachar junto a él. - Sí puedes. Ten confianza en ti. - Unos azules confiados miraban con intensidad a los azules temerosos. - Yo te guiaré, ¿de acuerdo? - Terminó sonriendo para darle confianza.
Asintió con la cabeza, aún no muy segura de poder hacerlo. Y como le hizo ver, tampoco es que tuviesen dinero para dormir en un sitio caliente de forma legal. Cogió las ganzúas del suelo y respiró hondo. - ¿Qué tengo que hacer?
La sonrisa del mago se transformó en orgullo, se apartó un poco de la puerta para que su amiga se pusiese ante la cerradura para que estuviese cómoda. - Introdúcelas y comienza a mover la ondulada. - Su nueva pupila asintió y comenzó a hacer lo que se le indicaba. - Con suavidad. - Le indicó al ver lo fuerte que lo hacía. - Tienes que sentir los engranajes.
En lo que los minutos avanzaban, la chica se desesperaba aún más. Soltó un bufido de rabia y soltó las herramientas que se quedaron dentro de la cerradura. - Es imposible que yo pueda hacerlo.
- Hasta un niño de cinco años puede hacerlo. - Intentó picarla para que volviese a intentarlo, pero por la mirada que le echó, supo que no lo había conseguido.
- No todos somos unos frikis de la magia y superdotados como tú.
Suspiró con resignación, no sabía de dónde había sacado la paciencia para no comenzar una pelea como siempre hacían. Puede que fuese porque no era el momento de pelear. - Los trucos de magia, para realizarlos, tienes que tener mucha paciencia, no sólo la habilidad en las manos. - Cogió la mano de su amiga. - Admito que ese es un punto importante e imprescindible, pero hay trucos que sólo se necesita la paciencia. - Se colocó detrás de ella y cubrió la espalda femenina con su pecho. - Si quieres ver la finalización del truco antes de terminar de realizarlo, los espectadores se desilusionarán, porque nunca lo verán. - Cogió la otra mano de la chica y las dirigió a la cerradura. - Siente los instrumentos como si fuesen parte de ti. - Susurró con suavidad cerca de su oído. - No son ganzúas, son la punta de tus dedos obrando con gracilidad. - Ayudó en el suave movimiento de las manos, guiándola. - Cierra los ojos, y siente cualquier variación.
La calidez del mago a su espalda de alguna manera la relajó, acompasando su respiración conforme notaba los latidos calmados saliendo del pecho varonil. Vio los dedos semitransparentes y su determinación creció. Respiró hondo y cerró los ojos como le había dicho, siguiendo cada una de las instrucciones de su amigo.
Sentía cada movimiento, cada roce de las ganzúas dentro de la cerradura. La respiración del mago a su lado, su apoyo y su acompasado corazón. ¿No se vio en una situación parecida hace un tiempo?
Sintió el engranaje moverse antes de escuchar el característico "click". Se paralizó y miró hacia la puerta, con su respiración subiendo de intensidad. Kaito se pegó más a ella y alcanzó el picaporte, abriéndolo sin dificultad. - ¿Ves? Si te lo propones, puedes conseguir cualquier cosa.
Una sensación de júbilo se instaló en su pecho. - Lo hice… - Aún incrédula, se giró y miró con una sonrisa al chico. - ¡Lo hice!
- Eso parece. - Dijo divertido por la reacción de su amiga, le recordó a una niña que acababa de descubrir un regalo debajo del árbol de Navidad.
El rostro de la chica se desdibujó al comprender lo que había hecho. - Dios mío… He abierto una casa ajena sin permiso… ¿Por qué me alegro? - Se mordió la uña del dedo gordo con preocupación.
Kaito entendía perfectamente el cambio drástico que experimentaba. La sensación del trabajo bien hecho era inigualable, pero al darse cuenta de que era algo no muy ético, te hacía replantearte muchas cosas. - Aoko… Tranquila. No vamos a hacer nada malo, sólo descansar.
- Lo sé… - Se quejó. - Pero eso no quita de que es una propiedad privada.
- ¿Prefieres que no entremos? - Ofreció. Tendría que pensar en algo más para que ella no cogiese un resfriado.
Miró a su amigo a pocos centímetros de su rostro, no se había dado cuenta de lo cerca que estaban. Intentó por todos lo medios no sonrojarse, y giró de nuevo para ver el interior oscuro de la casa. Endureció su expresión y se volvió a girar. - Como se lo digas a papá, te mato.
Soltó una sonrisa divertida. - Como que cuando volvamos iré corriendo a ver a tu padre para decirle que llevé a su hija al París de hace 18 años y dormimos sin permiso en una casa que ella abrió. Llamará corriendo a los de la camisa de fuerza.
De algún modo, ese comentario había conseguido relajar a la chica, haciendo que se levantasen y entraran en la casa juntos, cerrando la puerta tras ellos.
Aoko encendió la linterna de su móvil. - Quizás no deberíamos encender la luz. - Comentó observando a su alrededor una cocina bien limpia y organizada.
Su compañero asintió. - Si le dijeron a alguno de los vecinos que se iban de viaje y se asoman viendo las luces encendidas, tendremos más problemas de los que ya tenemos. - La miró de reojo. - Ya piensas como toda una criminal. - Comentó gracioso.
- Cállate. - Gruñó molesta.
Recorrieron la casa y sacaron fotos para, por si acaso tocaban algo, dejarlo tal y como estaba. No tuvieron que utilizar mucho más la linterna al acostumbrarse a la oscuridad, y ya que la claridad de la calle alumbraba bastante bien el interior de la casa, a pesar de las cortinas livianas que cubrían las ventanas.
- Aoko. - Su amigo la llamó, instándola a acercarse con la mano. Entraron en el dormitorio, del que se había dado cuenta que era el único en toda la casa. Se mordió el labio, nerviosa por lo que eso podría significar. - Tú descansa aquí. - Escuchó su voz desde la ventana, donde observaba la tranquila calle entre las cortinas. - Yo iré al salón.
Una inexplicable desazón la embargó. ¿Por qué se desilusionó con sus palabras? ¿Acaso qué esperaba? Su amigo pasó por su lado para salir y se giró antes de que lo hiciera. - ¡Espera! - Le demandó sin saber por qué, haciéndole detener y girarse en el dintel de la puerta. - Esto… - ¿Qué pensaba decirle?
Sin embargo, lo que querría decirle murió antes de que pudiese siquiera pensar en ello, ya que el rugido de su estómago se escuchó en toda la estancia.
Se llevó las manos al estómago mientras sus mejillas se arrebolaban. A su amigo le pareció la mar de gracioso, ya que comenzó a reír a pesar de que intentó no hacerlo. - ¡No te rías, Bakaito!
- Lo siento. - Se disculpó, sin embargo no se detuvo. - Pero un poco más y suena en toda la casa. Nunca había escuchado un estómago tan ruidoso.
- ¿Y qué quieres? - Se quejó avergonzada. - No he comido nada desde el almuerzo.
Consiguió dejar de reír y se llevó una mano al cabello, despeinándoselo más de lo que ya estaba. - Tienes razón. - Abrió su mochila y sacó un sándwich después de varios segundos rebuscando dentro. - Ten. - Extendiéndoselo.
Se acercó alargando el brazo y lo cogió. - ¿Y tú? - Preguntó algo preocupada.
- No te preocupes. - Dijo despreocupado. - Yo comí antes de salir. Y tengo otro en la mochila. - Sacó una botella de agua. - También necesitarás beber algo. Hazlo y descansa. Tendremos que salir al amanecer, antes de que haya demasiada gente como para llamar la atención.
Aoko se quedó finalmente sola, rodeada del silencio en un cuarto repleto de objetos personales de otras personas. Se acercó al tocador y observó la foto de bodas, la pareja feliz sonreía a la cámara. - Lo siento, prometo que nunca se darán cuenta de que estuvimos aquí.
Comió y bebió algo, con mucho cuidado de no manchar nada. Fue a la cama y se acostó sobre el edredón, cogiendo la manta que estaba a los pies y cubriéndose para entrar por fin en calor. Aunque, por algún motivo, cada vez que estaba cerca del mago, no se percataba de éste. Sus mejillas se tornaron rosadas. - ¿En qué piensas en éstos momentos, Ahouko?
Por otro lado, Kaito bajó las escaleras y se sentó en el sofá, suspirando con cansancio. ¿Cómo había llegado a eso? Se había mostrado débil. Por primera vez, mostró lo que de verdad sentía. Él, quién debía de ser fuerte para no preocupar a la chica más de lo que debía de estar. Observó sus dedos, transparentándose de forma lenta, pero inevitable. Sus manos temblaban sin control. Antes de que la transparencia llegase hasta donde estaba el anillo, se lo quitó y lo dejó en una caja pequeña dentro de la mochila, a salvo de que se rompiese o perdiese. Se miró de nuevo las manos y apretó los puños, obligando a detener el temblor con rabia.
Malditos asesinos. Se llevó una mano al rostro y dejó caer la cabeza en el respaldar. - Maldito yo. - Si no se hubiera empecinado en seguir los pasos de su padre, eso no estaría ocurriendo. Y Aoko no estaría metida en este embrollo. La pregunta en ese momento era cómo enfrentar a quienquiera que hizo esto y que a sus futuros padres y, por supuesto, a Aoko, no les pasase nada.
En mitad de la noche, algo perturbó el sueño de la joven, despertándola con agitación. Sus ojos brillaban por las lágrimas que amenazaban por salir. El sueño que había tenido le pareció tan real… Se talló los ojos para despejarse las lágrimas que finalmente escaparon de su prisión azul, y un nombre se dibujó en su mente.
Se levantó de la cama y se cubrió con la manta sobre los hombros, el frío había aumentado conforme había avanzado la noche. Salió al silencioso pasillo y bajó por las escaleras con el corazón en un puño.
Al terminar de bajar y tener buena vista del sofá, encontrando al mago durmiendo, el aire que no sabía que mantenía en los pulmones escapó de ella, la tranquilidad llegando a su cuerpo.
Se terminó de acercar y se le quedó observando. Ese día había sido completamente de locos. ¿Quién le hubiera dicho que terminaría el día en ese lugar?
Observó la mochila de su amigo a sus pies, y le picó la curiosidad de lo que llevaría. ¿Cómo se había preparado para todo eso? Volvió la mirada en el chico, durmiendo, y retornó en la mochila. Después de todo, no podía dormir.
Se agachó y comenzó a abrir la cremallera. Iba a observar su interior, pero un un movimiento tremendamente rápido la sobresaltó, haciendo que soltara un gritito.
Cuando todo a su alrededor se detuvo, se encontró cara a cara con el rostro de su amigo a pocos centímetros, tapándole la boca con una de sus manos y la otra agarrándola con fuerza de la cintura, pegándola a su cálido cuerpo. Y si no era suficiente para ponerla nerviosa, estaba sobre sus piernas de una manera algo pecaminosa.
- Aoko… - Susurró en cuanto se terminó de despertar. Había actuado completamente por instinto al notar movimiento a su alrededor. - ¿Qué haces? Deberías de estar durmiendo.
La mano destapó sus labios. - Me desvelé. - Susurró avergonzada por la situación.
Suspiró, no dándose cuenta de la nueva timidez de su amiga. - Ve a descansar, el día será largo.
Asintió, pero por algún motivo desconocido, no se movió de donde estaba. - ¿No estás incómodo? - Kaito arqueó una ceja, curioso por esa pregunta. La observó detenidamente y al fin se percató de dónde se situaba ella. Su rostro permaneció impasible, pero estaba seguro de la respuesta que le hubiera dado. No estaba para nada incómodo en ese momento. - Por la mañana te dolerá horrores el cuello.
Se llevó una mano a esa parte del cuerpo, masajeándola levemente. - Estoy bien. He dormido en sitios peores. - Vio la extrañeza y curiosidad en el rostro de su amiga. - ¿Acaso me estás ofreciendo la cama contigo? - Comentó burlón. Pero al ver que ella no se molestaba, sino que sus mejillas se tornaron más rosadas de lo que ya estaban, su sonrisa desapareció, asomando el asombro en su rostro. - ¿En se...?
- La cama es bastante grande. - Se apresuró a explicar. - Y así estarás más descansado para lo que nos espera.
El mago la observó detenidamente bajo la oscuridad, pudiendo diferenciarla gracias a la luz que pasaba entre las cortinas y su entrenada vista. Aoko no se atrevía a mirarle, demasiado avergonzada. ¡Y qué demonios! Él también lo estaba. Ha intentado por todos los medios no mostrar su vergüenza al darse cuenta de lo que hizo al atraparla recién despierto y subirla prácticamente sobre él. Pero al notar movimiento a su alrededor, fue un bendito acto reflejo. Siguió escudriñando a la chica, la conocía perfectamente y sabía que había algo más. Porque dudaba mucho que ella le ofreciese compartir cama sólo por el bien de su cuello. - Bien. - Hasta él mismo se sorprendió de lo que salió de sus labios, mas no lo demostró.
No como su amiga, que toda su cara es puro asombro, no se esperaba que él aceptase. - ¿En serio?
- ¿Te estás echando atrás? - Cuestionó arqueando una ceja. - Lo siento, una vez ofrecido, no se puede retirar. - Comentó con una risita.
- ¡No! - Exclamó con voz elevada, tapándose la boca al darse cuenta que había hablado demasiado alto. Se incorporó apoyando las manos sobre los hombros del mago, y se agachó a tomar la manta que había caído al piso. - Vamos a descansar. - Le animó en baja voz.
Kaito también se levantó, viendo de reojo cómo su amiga subía las escaleras. Se agachó a coger su mochila y se percató que estaba abierta. Un sudor frío recorrió su espalda, mirando directamente el camino por donde desapareció la chica.
- ¿Qué lado prefieres? - Fue lo primero que le dijo en cuanto entró por la puerta. La manta ya estaba colocada sobre la colcha para taparse en cuanto estuviesen sobre la cama.
- No tengo preferencia. - Respondió aún sumido dentro de sus pensamientos.
Aoko le miró al notar su voz apagada. - ¿Te ocurre algo? ¿Te sientes mal? - Le atacó con preguntas. Llevó levemente sus ojos a la mano medio invisible, preocupada.
Terminó por mirarla y sonrió despreocupado. - Estoy bien. - Se sentó en el lado de la cama cerca de la puerta y dejó la mochila a sus pies, cerca de la mesita de noche. - Me quedo éste. Espero poder dormir a pesar de tus ronquidos.
- ¡Yo no ronco! - Se quejó llevándose las manos a la cadera y con el ceño fruncido.
- Lo discutiremos por la mañana. - Fingió un sonoro bostezo. - Buenas noches. - Terminó de acostarse y se tapó con la manta.
Sintió el peso de la chica hundirse al otro lado del colchón. - Eres insufrible. - La escuchó continuando con sus quejas. - Debería haberte dejado en el sofá y que te salga tortícolis.
Una sonrisa preocupada asomó en los labios del chico, agarrando con una mano la mochila como un salvavidas. No podrá mantenerla en las sombras por mucho más tiempo. Pero estaba totalmente aterrado por su reacción. - Perdóname.
- ¿Por qué? - Se sorprendió por tener respuesta, dándose cuenta de que había dicho lo último en voz alta.
- ¿No estabas durmiendo?
- No puedo dormir. - Notó el movimiento del colchón. - ¿Por qué debería de perdonarte? Si es por todo ésto, no es tu culpa. - Le intentó calmar. - Aunque si te estás disculpando por haber dicho que ronco, voy a pensar que no eres Kaito. - Frunció el ceño.
Cerró los ojos y respiró hondo. - No es por nada de eso. - Se giró y se la encontró cara a cara. Se quedó tumbado como ella, mirándole a los ojos. - Es por algo que aún no sabes.
- ¿Y cómo quieres que te perdone si aún no sé de qué te tengo que perdonar? - Arrugó la nariz por la confusión. - ¿Qué has hecho ahora?
- Algo que, lo más probable, haya sido lo que nos ha metido en esta situación. - Dijo sin pensar, arrepintiéndose al instante.
El silencio reinó en el cuarto lo que le pareció una eternidad. - Sabes por qué intentan evitar que nazcas. - Sabía que no era una pregunta, pero se vio obligado a asentir con la cabeza. - Y no me la quieres decir.
- No es que no quiera… - Se removió en el sitio. - Es que no puedo.
- ¿Por qué? - Inquirió. - ¿Porque prometiste no decírselo a nadie?
Negó. - Porque no quiero perder a mi mejor amiga. - La miró con intensidad. - Si te lo digo, me odiarás.
¿Qué podía ser tan malo como para que ella pudiera odiarle? No le entraba en la cabeza. - Yo tampoco quiero perder a mi mejor amigo. - Susurró. - Y si sabiendo ese gran y horrible secreto me ayuda a no hacerlo, quiero saberlo. No quiero volver a tener esas pesadillas. - Al rememorarlos, su cuerpo se estremeció, notándolo el chico al instante.
- ¿Por eso no puedes dormir? - Ella asintió. - ¿Quieres hablar de ello? - Negó. - Dicen que si cuentas tu sueño antes de mediodía, no se cumplirá. - Comentó con una sonrisa pacífica.
- ¿En serio? - Preguntó incrédula.
- ¿Te recuerdo dónde y cuándo estamos? - Arqueó una ceja.
Volvió el silencio entre ellos. Él iba a decirle que estaba bien, que no se lo contase si no quería, pero ella se le adelantó. - Estaba en la torre del reloj de pequeña, esperando a mi padre. - Comenzó a relatar. - No sabía cómo, pero sabía que pronto tendrías que aparecer, y darme esa rosa azul para animarme. - Sonrió nostálgica, haciendo que el mago también lo hiciese, rememorando ese echo en su vida. - Pero… - Su sonrisa desapareció. - Nunca apareciste. - La sonrisa de Kaito también se desvaneció al escucharla. - Luego, estaba en clase, y al mirar a tu lado, no estabas, había otro chico que no conocía en tu sitio. Cuando preguntaba por ti, nadie sabía quién eras. Incluso… - Añadió. - Cuando estaba almorzando con mi padre y me preguntaba para quién era el tercer plato, al responder que para ti, él no sabía quién eras. - Sus ojos se humedecían sin control a medida que iba avanzando en su relato. - Tengo miedo de que si duermo, al despertar tú ya no estés. Que quienquiera que esté haciendo esto, haya ganado y tú no existas, porque nunca lo hiciste.
Se quedaron en silencio lo que les pareció una eternidad. El mago asimilaba todo lo dicho, y se volvía a maldecir por hacerle pasar por todo eso. - Si ganan, no te acordarás de mi. - Susurró.
Le miró ojiplática. - No puedes hablar en serio con tanta tranquilidad.
- Es una posibilidad de que todo ésto sea para nada. - Apretó la mano que estaba desapareciendo con fuerza.
- No puedes rendirte. - Se quejó.
- No lo hago. Barajo las diferentes opciones. - Explicó. - Sé que debería de estar siendo positivo para tratar de calmarte, pero no me siento con fuerzas para seguir mintiéndote.
- ¿Mintiéndome? - Susurró sorprendida. - ¿Me has estado mintiendo? - Le miró a los ojos, buscando algo, no sabía el qué. - ¿Para ocultar ese secreto que no me puedes decir?
- Lo siento. - Con esas palabras, no hizo falta que le dijese más.
Se removió y se quedó mirando hacia el techo, pensativa. - Tiene que ser un Gran secreto. - Terminó diciendo con molestia.
- Uno que me persigue a cada paso que doy. - Susurró resignado.
Un silencio incómodo se instauró entre ellos, no sabiendo ninguno de los dos qué más decir.
Y así continuaron hasta que, por algún milagro, el cansancio les venció, consiguiendo dormir hasta que los primeros rayos de la mañana les alumbraron a través de las cortinas.
Continuará...
