Nada me pertenece, una disculpa por cualquier error que puedan encontrar al leer.


Capítulo 5

POR FIN llegó el viernes y, con él, la troupe de feriantes con sus enormes camiones. Emma esperaba apoyada en una valla, viendo a sus compañeros ir de un lado a otro mientras instalaban las atracciones. Además de eso estaban los puestos de comida, de tiro al blanco, las casetas en las que se rifaba de todo, las bandas de música…

Tenían todo el fin de semana para instalar las casetas y las atracciones y la feria no empezaría hasta el martes.

Pero en la carretera había ciudadanos de Storybrooke con pancartas, protestando contra la feria. Y contra ella.

August no había llegado todavía, pero Emma estaba deseando volver a ver a sus amigos que ni esperaban ni querían nada de ella. Estaba deseando ver a alguien que no la mirase con esperanza, con desesperación o con recelo. Alguien que la tratase como a una igual.

Estar «de servicio» todo el día era agotador. Sabía cómo portarse, qué tipo de ropa llevar: pañuelos, faldas largas de gitana y todas esas cosas, pero empezaba a cansarse.

Había llamado a su abuela por la mañana y tuvo que sonreír al oír su voz.

–Hola, preciosa. He oído rumores de que bailarás en mi boda. Una carcajada sonó al otro lado del hilo telefónico.

–Mientras no te cases dentro de un par de meses… Ah, Emma mi bella nieta, por primera vez siento que vuelvo a vivir. No sabes lo maravilloso que es moverse sin que me duela nada. La verdad es que casi estoy a punto de levantarme y ponerme a bailar.

–Abuela, abuela, prométeme que seguirás todas las indicaciones del médico.

–Promesas, promesas. ¿Qué tal van las cosas en Storybrooke? ¿La alcaldesa ha aceptado ya lo inevitable?

–Nada es inevitable, tú me has enseñado eso. Pero Regina Mills es… no sé. A veces creo que quiere ayudarme y otras parece que está dispuesta a sacarme del pueblo a empujones.

–Emma.

–Lo cual, además de ser muy irritante, es completamente admirable.

–Te gusta –dijo su abuela. Le gustaba. Maldición.

Era una mujer guapísima e interesante. Cuanto más tiempo estuviera en aquel pueblo, más peligroso sería para ella.

–Me hace desear cosas que no puedo tener.

–¿Cómo un hogar, por ejemplo? ¿Un trabajo respetable? ¿Una familia propia? Eres tú quien se impide a sí misma tener todo eso.

–Tengo que seguir en la carretera o no podremos tener la casa, abuela.

–Cariño, yo no puedo quedarme en Storybrooke si eso significa que tú vas a ser infeliz.

–No digas eso. Esto es lo que tú quieres, lo que necesitas y lo que te mereces. Ya llegará mi turno.

–¿Y qué pasa con la alcaldesa?

–Ella cambiará de opinión tarde o temprano. Aunque tenga que seducirla, chantajearla o lo que sea.

Su abuela soltó una risita.

–Suena bien.

–¿Recuerdas lo que pasó en Storybrooke hace unos años, cuando unos estafadores se llevaron el dinero de la gente?

–Sí, me temo que sí. Cuánto daño hacen esos canallas.

–Pues ahora hay un Comité de ciudadanos cuya misión es evitar que eso vuelva a pasar. Se llama el Comité de Comportamiento Ético.

–¿No me digas que se están metiendo contigo?

–No, no. Por ahora no, al menos. Me miran mal, me han dicho algunas cosas desagradables…

–Parece el mismo tipo de recelo con el que nos encontramos en todas partes.

–Sí, algo así. Pero el Comité no quiere que haya feria en Storybrooke. Hay un grupo de personas protestando en la carretera ahora mismo. Y eso que la mayoría de los feriantes no ha llegado todavía.

–Vaya, hombre. No me gusta que estés ahí sola, hija. ¿Cuándo llegará August con el resto de los chicos?

Emma miró su reloj.

–Dentro de media hora.

–¿Y qué hace tu alcaldesa con esa panda de extremistas de la carretera?

–Abuela, son ciudadanos preocupados por el pueblo, no extremistas. Y no es mi alcaldesa. Pero ahora entiendo que sea tan cauta. Es un grupo pequeño, pero ruidoso. Y está formado por varios ciudadanos prominentes.

–Defendiendo a la alcaldesa, ¿eh? Eso sí que es interesante. ¿Qué te dice la intuición, hija?

Emma eligió sus palabras cuidadosamente. No quería mentirle a su abuela, pero la verdad… que su instinto no le decía nada, sólo serviría para darle un disgusto.

–No necesito usar mi don para saber que aún necesita curar de sus heridas. Pero te va a gustar Storybrooke, abuela. En general, la gente es muy simpática, aunque un poco excéntrica –Emma sonrió, recordando que había llegado el momento de animarla un poco–. Y podrás hacerte ese tatuaje con el que llevas años soñando. Aquí los hacen en el salón de belleza.

–No pienso hacerme un tatuaje. Soy una anciana enferma… Emma levantó los ojos al cielo.

–Venga, por favor, tú sabes perfectamente que quieres hacerte un tatuaje como el mío.

–Qué niña más mala.

Entonces oyó una voz masculina al otro lado del hilo telefónico.

–Calla, estoy hablando con mi nieta.

–Has conocido a alguien, ¿verdad? –exclamó Emma–. Y por la voz ¡Un hombre!

–No empieces con eso. Soy demasiado vieja para esas tonterías y sé que sólo lo dices para cambiar de tema.

–¿Ah, sí? Pues yo también sé cuándo alguien quiere cambiar de tema. Y quiero que me cuentes todos los detalles.

–Huy, no puedo. Aquí llega la enfermera con las pastillas. Voy a tener que colgar.

–Cobarde.

–Hablaremos mañana.

–Abuela –dijo Emma antes de que colgase–. Cuidado con el príncipe azul.

–Tonta –dijo Ruth Swan antes de colgar.

Desde luego que hablarían al día siguiente, pensó Emma. Porque pensaba averiguar quién era aquel hombre del que su abuela no quería contarle nada.

Un coche blanco se detuvo a su lado entonces. Zelena iba al volante y Henry la saludaba con la mano desde el asiento trasero.

–Hola ¿Qué tal?

–Tenía que dejar a Henry en la oficina de Regina, pero no está. Me han dicho que estaba en el establo grande que pondrían… ¿tú sabes cuál es?

–Sí –contestó Emma–. Está detrás de esos dos pequeños. Pero la verdad es que no le he visto.

–Le he llamado al móvil, pero lo tiene apagado. Y llego tarde a la consulta del médico.

–Ah –sonrió Emma. Eso explicaba que estuviera tan nerviosa–. Si quieres, yo puedo llevar a Henry.

En ese momento sonó el móvil de Zelena.

–¿Se puede saber dónde estás? No tengo tiempo para buscarte por todo el pueblo… No, yo tengo que irme. Emma llevará a Henry al granero… sí, ahora se lo digo –suspiró, antes de colgar–. Gracias por echarme una mano. Regina va a salir para encontrarse contigo. Dice que tiene buenas noticias para ti.

–¿En serio?

Zelena había abierto la puerta del coche y Henry saltó directamente a los brazos de Emma.

–¿Vamos a ver gatitos?

–¿Gatitos?

–La gata de una amiga suya ha tenido gatitos –le explicó Zelena–. Bueno, me voy. Hasta luego.

Emma miró a Henry, que a su vez estaba mirándola con cara de expectación. Ah, sí, los gatitos.

–Me parece que aquí no hay gatitos, cariño. Pero seguramente habrá conejitos. Y también está Betsy, la cerdita que sólo tiene tres patas.

Emocionado por la idea de ver un cerdo con tres patas, Henry empezó a bombardearla con preguntas mientras daban la vuelta al corral para dirigirse al establo. Por supuesto, el tema principal de las preguntas era su fiesta de cumpleaños y una clara descripción de la espada que quería.

–Yo tenía una cuando era pequeña –le confesó Emma–. Pero no tenía las luces que la que quieres tú la mía era de madera, tal como dices tú tener una espada mola mucho.

–Molan –repitió Henry–. Tú también puedes venir a mi fiesta. Es el sábado por la tarde…

En ese momento vio a Regina saliendo del establo, con unos vaqueros que se ceñían a sus piernas de una manera pecaminosa, algo que no había visto en la alcaldesa. Aquella mujer debería tener alguna verruga o algo. O no tener pelo también funcionaria. Cualquier cosa que la hiciera menos atractiva. Tanta belleza en aquel envoltorio tan atractivo hacía que fuera irresistible.

–… Gretel está enfadada con su madre porque es muy mala –estaba diciendo Henry en ese momento.

–¿Qué?

–Que Gretel está enfadado con su madre.

–¿Por qué? ¿Su madre le pega? –preguntó Emma, sorprendida, abriendo sus sentidos para buscar un camino hacia aquel niño del que hablaba Henry. Lo primero que notó fue el abrumador amor que rodeaba a Henry. La confianza, la alegría de vivir.

Otra cualidad admirable para añadir a la lista de cualidades de Regina Mills: era una madre estupenda.

–No, es que ha sido mala y le ha castigado.

–Ah, bueno.

Emma notó confusión y desilusión… pero ningún elemento de violencia o dolor. Muy bien, nadie pegaba a la tal Gretel.

–¿Puedo contárselo a mi mamá?

–Puedes contarle lo que quieras.

–Sí, mi mami es muy lista. Y muy valiente. Como todas las reinas en los cuentos. Emma hizo una mueca ante la referencia a la «realeza». Para alguien que creyera en las señales, ésa era definitivamente una de ellas. Afortunadamente, su abuela no estaba allí para recordárselo.

–¡Ahí está mi mamá! –gritó Henry, soltando su mano para correr hacia Regina. Ella se inclinó, con los brazos abiertos para recibirlo… La intimidad del abrazo hizo que a Emma se le encogiera el corazón.

Por mucho que quisiera negárselo a su abuela, a sí misma, deseaba momentos como ése en su vida. Quería casarse, tener hijos, tener amor.

Era casi demasiado bonito para mirar.

–Hola.

–Hola –sonrió ella–. Bueno, aquí te dejo a tu hijo.

–Gracias –dijo Regina.

–De nada. Bueno, me voy. Adiós, Henry.

–Espera. ¿No quieres saber qué noticias tengo para ti?

–Ah, sí, Zelena me ha dicho algo…

–Mamá, la cerdita…

–Henry, estoy hablando con Emma.

–Pero yo quiero ver a la cerdita con tres patas –insistió el niño, acariciando el pelo de su madre, que parecía a punto de derretirse.

–¿Ah, sí? ¿Vamos todos a ver a la cerdita?

–¿Por qué no? –sonrió Emma.

–¡Mamá, bájame!

–Sí, bueno, pero no salgas corriendo. Quédate donde yo pueda verte.

Naturalmente, en cuanto estuvo en el suelo, Henry salió disparado.

–Cuando sea mayor te dará muchos quebraderos de cabeza –se rió Emma. Regina hizo una mueca.

–No sabes cómo me aterroriza esa idea.

–No te preocupes, te quedan muchos años por delante. Henry aún sigue pensando que eres una reina como de cuento.

–¿En serio?

–Acaba de decírmelo.

–Me encanta oír eso –se rió Regina.

Emma suspiró, en silencio. ¿Qué se podía hacer con una mujer tan enamorada de su hijo y que mostraba tal alegría al ser considerado una heroína? Quizá dejar de luchar contra lo inevitable, dejar de luchar contra la atracción que sentía.

–Bueno, ¿cuál es esa noticia que tenías que darme?

–¿No sabes leer los pensamientos? –bromeó Regina.

–Ah, ¿ahora quieres jugar? Leer los pensamientos de la gente no es lo mío –replicó Emma, poniendo las manos en sus caderas–. Pero estoy dispuesta a intentarlo.

Regina, con un brillo de deseo en los ojos que no podía disimular, dio un paso adelante; la reina que había en ella no se dejó intimidar por su postura de reto. Pero, para no hacer algo que pudiese lamentar, se detuvo y giro su atención a su hijo.

–Después de considerarlo debidamente, he decidido que puedes tener una caseta en la feria.

–¿De verdad?

¡Por fin! Emma lo celebró haciendo un bailecito. Y sin que le importase que Su Excelencia, la Alcaldesa, estuviera mirando.

–¿Y qué pasa con el Comité? –preguntó luego quedándose quieta a medio baile–. No creo que esa decisión les agrade mucho.

–¿Qué sabes tú sobre el Comité? ¿Has tenido algún problema con ellos?–cuestiono preocupada Regina

–No exactamente un problema –sonrió Emma–. Reul Dupres me dijo amablemente que una echadora de cartas no era bienvenida en el pueblo.

Regina se encogió de hombros.

–Reul lo hace con buena intención, pero el Comité es un grupo pequeño con más tiempo libre que sentido común. En realidad son inofensivos. El comisario ha dado su aprobación… después de una investigación exhaustiva, así que tendrás tu caseta en la feria. Pero tengo que pedirte que no des consejos financieros. Ninguno.

–Te lo prometo –dijo ella–. Y gracias. Gracias de verdad.

A pesar de que había confiado en que lograría hacerle cambiar de opinión, la verdad era que Emma no las tenía todas consigo hasta aquel momento. Y tan emocionada estaba que le dio un beso en la cara. Piel contra piel. Y, de repente… paf, todo cambió para siempre. Emma sintió el calor de su piel, la flexión de sus músculos, su aroma… a jabón, a frutas, manzana.

La realidad del amor.

Su sistema nervioso absorbió el golpe. Y supo en aquel momento que aquella mujer, aquella extraña, era su alma gemela.

Oh, no, no, no.

Eso no podía ser. Era imposible.

–¿Emma? ¿Qué pasa?

–Nada –contestó ella. Pero no podía decir nada más porque tenía un nudo en la garganta. Eso mismo le había pasado a su abuela. Un beso y se había enamorado como una loca de su abuelo.

–Te has puesto pálida. ¿Qué ocurre?

–Yo… es que… tengo que irme.

Emma se dio la vuelta y prácticamente salió corriendo, sin preocuparse por la impresión que eso diera. Estaba corriendo para salvar su vida.