Katsuki caminaba rápidamente detrás de Jin, el eunuco más fiel de Enji Todoroki. Había sido llamada para ver al emperador, interrumpiendo su camino de regreso a su palacio después del trabajo.
La razón del llamado fue por su sugerencia sobre el tema del caballo, después de una semana en espera por el resultado.
Ella confiaba en su conocimiento sobre las plantas de su tierra y sabía que no le iba a pasar nada, pero de todas formas seguía sintiendo terror cada vez que la llamaban para estar a solas con él.
El eunuco se detuvo ante unas grandes puertas que eran custodiadas por dos guardias. Le indicó a Katsuki que esperara un momento para anunciar su llegada. A los pocos minutos estaba dentro, en frente del emperador.
Katsuki se inclinó, apoyando su frente contra el suelo - Saludos al sol del imperio - recitó el característico saludo.
-Levantate - ordenó Enji. Katsuki así lo hizo - ¿Sabes por qué te he llamado?
-Esta concubina le fue informada para ver a su majestad para hablar sobre el tema del caballo - dijo Katsuki, sin levantar su vista hacia el rostro del emperador.
-Nadie pudo resolverlo — dijo el emperador — ni sus cuidadores, ni los ministros y mucho menos mis mujeres, pero... una semana después de seguir tus recomendaciones, el caballo se salvó. La princesa Fuyumi agradece tus esfuerzos.
-Es un honor servirle a su majestad y a la princesa imperial.
Enji sonrió levemente.
-De recompensa, puedes pedir lo que quieras
"Lo que yo quiera... " Pensó Katsuki. Ella tenía muchos deseos, pero también estaba consciente que está imposible pedírselo al emperador si los decía. Ni de chiste liberaría a su pueblo y la dejaría volver a su casa, tampoco podría hablar mierda sobre las consortes Hawks y Yuu y su castigo injusto. Solo le quedaba un camino.
-Muchas gracias, su majestad — agradeció con una reverencia — Está concubina solo cumplida su deber, que es servir a su majestad.
-Es verdad — dijo el emperador — Pero la princesa insiste en darle un regalo a la persona que salvó al caballo ¿No cumplirías la voluntad de la princesa?
-Sí es el deseo de la princesa, entonces está concubina aceptará.
-¿Qué es lo que quieres?
-Medicina.
Enji frunció el ceño, confundido — ¿Medicina? ¿A caso no hay un médico imperial específicamente para el harén?
-Claro que sí y es alguien bueno en lo que hace — contestó rápidamente Katsuki.
-¿Entonces?
-Como verá, esta concubina es de un rango bajo y, como sabrá, no se me permite visitar más de una vez al mes al médico sin síntomas de una enfermedad grave-
-¿A caso tienes alguna enfermedad? — interrumpió el emperador, consternado.
-No, su majestad — dijo Katsuki rápidamente — La razón es por el trabajo asignado. A veces es inevitable lastimarse. Está concubina pide perdón por su incompetencia. — Katsuki se vuelve a inclinar, haciendo una reverencia.
El emperador mira sin ninguna expresión la reverencia de la rubia. Había algo en ella que le llamaba la atención, pero todavía no sabía qué era y eso lo estaba empezando a molestar. Su intención inicial había sido llamar a Katsuki, felicitarla por ser de ayuda y darle el regalo de agradecimiento que Fuyumi le había estado hostigando.
Pero verla ahí, a solas, lejos de cualquier distracción, había algo. Algo que le impedía despegar su mirada sobre su ser.
Sabía que no era por su cuerpo. A leguas de notaba que la rubia era extremadamente joven, una adolescente, quizás. Un cuerpo que todavía se estaba formando. Tema que a Enji no le interesaba.
La atracción física no era la respuesta ¿Tal vez lo intelectual? Pero no recordaba haber tenido otro encuentro con ella además del evento del caballo. Solo había una forma de saber si era por eso.
Enji decidió ponerla a prueba.
-Tu pedido será concebido — dijo el emperador, haciendo una pausa — Pero antes de que te vayas, dime ¿Cómo sabías qué planta había sido consumida por el caballo y cuál era el antídoto?
-Antes de que está concubina de casase con su majestad, leía muchos libros sobre diferentes temas y recordó lo aprendido justo en el momento cuando su majestad contó el problema.
Enji se sorprendió ante la respuesta — Entonces ¿Sabes leer?
-Así es.
-Supongo que también sabes escribir ¿No?
-A pesar de no ser muy buena en caligrafía, puedo escribir correctamente.
Eso sí era sorprendente. La mitad del harén del emperador eran mujeres analfabetas que su único propósito eran verse bonitas y entretener al emperador en sus momentos de ocio. La otra mitad eran mujeres de familias nobles que habían recibido una educación básica y especializada para ser una buena esposa.
Y luego estaba Katsuki, una concubina que, por su rango dentro del harén indicaba que no era ninguna noble, pero tenía una educación como tal.
Pero ¿Hasta dónde llegaba su conocimiento?
Enji llamó a uno de sus sirvientes que rápidamente entró a la habitación.
-Trae mi libro favorito de poesía — ordenó el emperador al sirviente.
El sirviente salió así como vino y regresó con un libro algo delgado, para entregárselo al emperador.
-Dáselo a ella — indicó — Espero que no te moleste, pero me gustaría que leyeras un poco de mi poesía favorita.
El sirviente se acercó a la rubia y le entregó el libro. Katsuki lo agarró y empezó a hojear el libro — no se preocupe, su majestad, está concubina le leerá toda la poesía que guste.
Enji indicó a la rubia que podía empezar a leer cuando estuviera lista. Quería saber qué tan avanzado podía leer aquella chica, por eso había traído un libro de poesía avanzado.
Katsuki empezó a leer, cuidando tanto su pronunciación como su entonación. Para ella esto era pan comido, su padre le encantaba la poesía del imperio a pesar de ser el líder de un pueblo guerrero, y le pedía a su hija que le leyera mientras disfrutaban el té en familia.
El emperador quedó fascinado.
Había encontrado lo que le había llamado la atención desde el primer momento que le puso atención: su voz.
No era una voz común, mucho menos una que fuese encontrada encantadora para ser una mujer, pero era eso precisamente que era lo que resaltaba entre tantas voces suaves y agudas de las demás concubinas.
Su voz era fuerte y clara. Se podía entender claramente cada sílaba que pronunciaba. Era encantadora de su forma, y en cierta medida tranquilizadora.
Enji no supo cuántos poemas Katsuki leyó esa tarde, simplemente no quería que se callara nunca.
Sin querer, Katsuki había cumplido con su objetivo del día.
Katsuki volvió a su palacio al anochecer. Le dolía la garganta y necesitaba un gran vaso de agua urgente.
-¡Mi señora! — dijo Kirishima tan solo al ver a la rubia llegar — ¡Me tenía muy preocupada!
-Estoy bien — contestó Katsuki, forzando un poco la voz — Trae agua.
Kirishima, quién no le pasó desapercibido la voz rasposa de su ama, corrió por la tan necesitada agua para dárselo a su señora.
-¿Qué pasó? — preguntó Kirishima, preocupada — Todo este día fue muy extraño. Primero la llama su majestad cuando terminó su trabajo, tarda en volver, regresa con voz rasposa y, de colmo, llegaron unos eunucos, trayendo una gran caja para mí señora.
Katsuki separa el vaso de agua de su boca abruptamente. — ¿Dónde está la caja?
-La dejé en su habitación, pero ¿Qué es?
-Medicina — contestó Katsuki — su majestad me lo regaló por haber ayudado al caballo.
-Oh, mi dios — exclamó Kirishima, alegre — por fin podemos curarle apropiadamente las heridas de los azotes en su espalda.
-Exactamente — dijo Katsuki, llevándose nuevamente el vaso de agua a sus labios para darle un trago. — Pero ninguna palabra sobre esto fuera del palacio ¿De acuerdo?
