Desde que aquel héroe lo libró de sus tres peores pesadillas, Jean comenzó a acecharlo, a vigilarlo; a espiarlo cual acosador compulsivo día a día. Pero no se atreve a hablarle. Jean piensa que aquel hermoso ser vivaz de ojos como luceros y brillante sonrisa no merece a alguien tan repugnante y aburrido como él a su lado.
No entiende cómo ese niño de carácter tempestuoso cuando está de malas y de ángel guardián cuando está de buenas puede tener tan sólo dos amigas; porque sí, siempre anda con dos niñas más. Una de ellas tiene el corto cabello soleado y ojos grandes, enormes, y azules como la playa en su mejor momento del verano; esa niña siempre anda pegada a su héroe como una tierna garrapata, siguiéndolo a todas partes, y Jean le tiene envidia. La otra luce una bonita y larga cabellera negra, tan negra como el azabache y sus tormentosos ojos que nunca se despegan de Eren. Esa siempre cuida de su héroe, a pesar de que este le grita y protesta por ello; aún así, él sabe que la quiere, porque sus dos luceros iluminan con más intensidad cuando ella está cerca.
«¿Algún día podré cuidar yo de él?», se pregunta Jean cada vez que sus ojos siguen a Eren, a su héroe. Su héroe le parece el niño más lindo de la escuela, incluso más que las niñas, y a él sólo le gustaría invitarlo a ver dibujos animados mientras comen churros con chocolate.
Pero no tiene el valor para acercarse.
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