Los mortífagos la matarán...

Esas palabras sonaban en mi mente una y otra vez, como un eco podrido.

Los mortífagos la matarán...

¿Deseo realmente la muerte de Isobel?

Los mortífagos la matarán...

Creo que no...

Los mortífagos la matarán...

Había llegado a mi destino, pero ya era tarde, tendría doble castigo y no me importaba. Me estaba dejando los sesos en busca de una solución para evitar la muerte de mi hermana, mi querida hermana... No me di cuenta de que entré sin llamar hasta que el profesor Snape se levantó de su silla con violencia y con cara de pocos amigos.

―Lo siento...

Es lo único que se me ocurrió. El profesor Snape arqueó una ceja e hizo una ligera mueca con el labio. Eso me indicaba que hoy tenía un buen castigo para mí.

―¿Lo siente? Dígame una cosa señorita Rosenberg, ¿es usted así de incompetente siempre o se debe a que es una despreciable y sucia Gryffindor?

Fruncí mi ceño, y enseguida apareció mi mirada asesina.

―Soy una Slytherin profesor Snape. ―dije con las pocas fuerzas que tenía para mantener la calma.

―En todo caso, pase y cierre la puerta, le explicaré su castigo.

El profesor Snape volvió a sentarse lentamente en su silla, al mismo tiempo su mirada se templaba hasta hacerse fría, la ira desapareció de sus ojos. Cerré la puerta temblorosa, sería un horrible castigo como siempre. Pero ahora no me importaba, en mi mente solo cabía la palabra ''solución''. Tomé asiento frente a la mesa del profesor, él seguía mirándome con asco, yo apenas le prestaba atención pues mi hermana en poco tiempo estaría enredada entre los lazos del diablo, pronto estaría muerta y yo quería evitarlo.

―El castigo para usted se debe a su falta en mi clase, por lo tanto para remediar esas faltas de asistencia, durante una semana vendrá todos los días luego de las clases de primer curso a ordenar y limpiar el aula de pociones, sin magia por supuesto. ¿Le ha quedado claro?

―Transparente, profesor.

Como siempre había resumido su castigo en una sola frase y sin olvidar nada. Aquel hombre era frío y calculador. Desde que entré en Slytherin siempre había escuchado elogios para él, pues a veces había escuchado que en otra vida fue un mortífago, aunque otros le tachaban de cobarde pues también se comentaba que dejo de lado al que no debe ser nombrado y buscó a Dumbledore. No sabía que pensar de él sinceramente, solo sabía que era un ser despreciable.

―Muy bien, pues largo de aquí Rosenberg.

Me levanté tan rápido como escuché esas palabras. Aún seguía dándole vueltas al plan que tenía para salvar a mi hermana, aunque...También tenía otra plan en mente, mucho mejor que ese, solo que podía conducirme a una expulsión. Llegué a la puerta con rapidez pero no estaba segura de irme de allí. Frente a la puerta de negro me debatía si hablar o no. Ya había tenido mis dosis de castigo aquella noche pero quizás uno más valiera la pena...

―¿Pasa algo Señorita Rosenberg? ―decía ya con un punto de irritación en la voz.

Me di la vuelta para mirarlo a los ojos. Quizás me mate por lo que estoy a punto de decir, y eran los últimos ojos que iba a ver hoy.

―Profesor Snape... ―dije casi en un susurro.

―¿Qué le pasa ahora? ―ya estaba irritado, y por el tono de su voz muy cansado de mí.

―Usted es...―se me quebró la voz, ya temía su furia, pero era preciso obtener ayuda y si era la suya, mi hermana podría salvarse ― ¿usted fue un mortífago?