Siento vibrar mi móvil. Es Ino.
—¿Es verdad? —Oigo cómo le da una calada a su cigarrillo.
—¿Si es verdad el qué?
Estoy tumbada boca abajo en mi cama. Mi madre me contó que si me dolía el estómago, debía tumbarme encima y así entraría en calor y me sentiría mejor. Pero no creo que esté funcionando. Llevo todo el día con un nudo en el estómago.
—¿Te lanzaste sobre Uzumaki y te pusiste a besarlo como una loca?
Cierro los ojos y se me escapa un quejido. Ojalá pudiese contestar que no, porque no soy el tipo de persona que hace ese tipo de cosas. Pero lo hice, de modo que debo de serlo. Quiero explicarle la verdad a Ino, pero todo este asunto es demasiado embarazoso.
—Sí, me lancé sobre Naruto Uzumaki y me puse a besarle como una loca.
—¡Hostia! —exhala Ino.
—Lo sé.
—¿En qué narices estabas pensando?
—¿Quieres que te sea sincera? No tengo ni idea… Tan sólo… lo hice.
—Joder. No pensaba que fueses capaz. Estoy un poco impresionada.
—Gracias.
—Eres consciente de que Sakura irá a por ti, ¿no? Puede que hayan roto, pero todavía lo considera suyo.
Me da un vuelco el estómago. —Sí, lo sé. Tengo miedo, Ino.
—Haré lo que pueda para protegerte de ella, pero ya sabes cómo es. Será mejor que te cubras las espaldas.
Ino cuelga el teléfono. Ahora me siento peor que antes. Si Natsu estuviese aquí, seguro que diría que escribir esas cartas fue una pérdida de tiempo desde el principio y me reñiría por ser una mentirosa compulsiva. Después me ayudaría a encontrar una solución. Pero Natsu no está aquí, está en Kumo y, lo que es peor, es justo la persona con quien no puedo hablar. Nunca, nunca, nunca debe saber lo que sentía por Kiba. Al cabo de un rato, me levanto de la cama y deambulo hasta la habitación de Hanabi. Está sentada en el suelo, y rebusca en un cajón. Sin levantar la vista, me pregunta:
—¿Has visto mi pijama de corazones?
—Lo lavé ayer, así que estará en la secadora. ¿Esta noche quieres ver pelis y jugar al Uno? Me iría bien animarme un poco.
Hanabi se levanta de un salto.
—No puedo. Voy al cumpleaños de Konohamaru Sarutobi.
Está apuntado en el horario del cuaderno.
—¿Quién es Konohamaru? —Me dejo caer en la cama todavía sin hacer de Hanabi.
—Es el chico nuevo. Nos ha invitado a todos los de la clase. Dará crepes para el desayuno. ¿Sabes qué es una crepe?
—Sí.
—¿Has comido alguna vez? Dicen que pueden ser dulces o saladas.
—Sí, una vez probé una de Nutella con fresas.
Kiba, Natsu y yo condujimos hasta Richmond porque Natsu quería visitar el Museo de Madara. Almorzamos en una cafetería del centro, y eso fue lo que tomé.
Los ojos de Hanabi están abiertos como platos, reflejando su glotonería.
—Espero que su madre los prepare así. —Se marcha a toda prisa, supongo que en busca de su pijama. Cojo el cerdito de peluche de Hanabi y lo abrazo. Incluso mi hermana de nueve años tiene planes para el viernes por la noche. Si Natsu estuviese aquí, iríamos al cine con Kiba o nos pasaríamos por Gakure a la hora del cóctel. Si mi padre estuviese en casa, quizá podría reunir el valor para coger su coche o podría llevarme él, pero ni eso es posible. Cuando recogen a Hanabi, regreso a mi habitación y organizo mi colección de zapatos. Aún es un poco pronto para cambiar las sandalias por los zapatos de invierno, pero lo hago de todos modos porque estoy de humor. Se me pasa por la cabeza hacer lo mismo con la ropa, pero no es tan fácil. En lugar de eso, me siento y le escribo una carta a Natsu con un papel de carta que me compró mi abuela. Es de color azul pálido con borreguitos blancos regordetes en los bordes. Le hablo de las clases, de la nueva maestra de Hanabi y de la falda lavanda que encargué de una página web japonesa que seguro que querrá tomar prestada, pero no le hablo de las cosas importantes. La echo mucho de menos. Nada es lo mismo sin ella. Me doy cuenta de que este año será solitario porque no tengo a Natsu, ni tampoco a Kiba, y estoy sola. Tengo a Ino, pero ella no cuenta. Desearía tener más amigos. Si los tuviese, quizá no habría cometido una estupidez tan grande como besar a Naruto U. en el pasillo y decirle a Kiba que era mi novio.
Me despierta el ruido del cortacésped. Es sábado por la mañana y no puedo volver a dormirme, así que me quedo tumbada en la cama mientras contemplo las paredes, todas las fotos y las cosas que he ido guardando. Estoy pensando en que ha llegado el momento de darles un vuelco a las cosas. Estoy pensando en que quizá debería pintar mi habitación. Mi padre lleva horas despierto. Está fuera, cortando el césped. No quiero que me convenza de que le ayude con el jardín, así que busco trabajo por casa y limpio el piso de abajo. Barro, desempolvo y friego las mesas y, mientras, no paro de darle vueltas a cómo voy a solucionar lo de Naruto U. con un mínimo de dignidad. Le doy vueltas y más vueltas, pero no se me ocurre ninguna solución. Cuando llega Hanabi, estoy doblando la colada. Se deja caer boca abajo en el sofá y me pregunta:
—¿Qué hiciste anoche?
—Nada. Me quedé en casa.
—¿Y?
—Organicé el armario. —Resulta humillante decirlo en voz alta. Me apresuro a cambiar de tema—. ¿Al final la madre de Konohamaru preparó crepes dulces o saladas?
—De los dos tipos. Primero de jamón y queso, y luego, de Nutella. ¿Cómo es que nunca hay Nutella en casa?
—Creo que porque las avellanas hacen que le pique la garganta a Natsu.
—¿Podemos comprar?
—Claro. Pero tendremos que acabarnos el bote entero antes de que vuelva Natsu.
—Ningún problema.
—En una escala del uno al diez, ¿cuánto echas de menos a Natsu? —le pregunto. Hanabi se pasa un buen rato meditando.
—Un seis y medio —dice al fin.
—¿Sólo un seis y medio?
—Sí, he estado muy ocupada —responde. Se da la vuelta y agita las piernas en el aire—. Casi no he tenido tiempo de echar de menos a Natsu. ¿Sabes qué? Si salieses más, seguro que no la echarías tanto de menos.
Le arrojo un calcetín a la cabeza y Hanabi explota en un ataque de risa. Le estoy haciendo cosquillas en las axilas cuando llega papá con el correo.
—Te ha llegado una carta devuelta, Hinata —dice, y me entrega un sobre. ¡Tiene mi letra! Me levanto de un salto y se lo arranco de las manos. Es mi carta para Hitomi, el del campamento. ¡Me la han devuelto!
—¿Quién es Hitomi? —indaga papá.
—Un chico a quien conocí en el campamento hace tiempo —respondo mientras abro el sobre.
Querido Hitomi:
Hoy es el último día de campamento, y seguramente no volveremos a vernos nunca porque vivimos muy lejos el uno del otro. ¿Te acuerdas del segundo día, cuando me asustaba el tiro con arco e hiciste una broma sobre piscardos y casi se me escapa el pis de la risa? Dejo de leer. ¿Una broma sobre piscardos? ¿Cómo iba a ser tan graciosa una broma sobre peces? Echaba de menos a mi familia y tú me ayudaste a sentirme mejor. Creo que de no haber sido por ti, me habría marchado del campamento. Así que gracias. Además, eres un nadador increíble y me gusta cómo ríes. Ojalá me hubieses besado a mí anoche en la hoguera y no a Kita H. Cuídate, Hitomi. Que tengas un buen verano y te vaya muy bien en la vida.
Con amor, Hinata
Me abrazo la carta al pecho. Ésta es la primera carta de amor que escribí. Me alegro de que me la hayan devuelto. Aunque supongo que no habría estado tan mal que Hitomi descubriese que ayudó a dos personas en el campamento ese verano: al niño que casi se ahoga en el lago y a la Hinata Hyuga Hyuga de doce años.
Cuando papá tiene un día libre, cocina comida japonesa. No es del todo auténtica, y a veces se limita a pasarse por el mercado japonés y a comprar acompañamientos preparados y carne marinada, pero en ocasiones llama a la abuela para pedirle una receta y lo intenta. Ésa es la cuestión: papá lo intenta. Él no dice nada, pero sé que lo hace porque no quiere que perdamos el vínculo con nuestro lado japonés, y la comida es la única forma en la que sabe poner su granito de arena. Después de la muerte de mamá, intentaba organizar encuentros con niños japoneses, pero resultaban incómodos y forzados. Excepto por el breve momento en el que me gustó Edward Kim. Gracias a Dios la cosa no fue a más porque, de lo contrario, también le habría escrito una carta y así tendría otra persona a la que evitar. Mi padre ha preparado bossam, lomo de cerdo cortado en tiras y envuelto en lechuga. Anoche lo marinó en sal y azúcar y lleva todo el día asándolo en el horno. Hanabi y yo estamos pendientes de él: huele muy bien. Cuando llega la hora de comer, mi padre ha puesto la mesa del comedor con mucho cuidado y le ha quedado preciosa. Un bol de plata con cogollos de lechuga, recién lavado, con las gotas de agua todavía adheridas a la superficie; un bol de cristal con kimchi que ha comprado en la tienda de comida orgánica; un bol pequeño de pasta de pimientos; y salsa de soja con cebolleta y jengibre. Mi padre está tomando fotografías artísticas de la mesa.
—Le enviaré una foto a Natsu para que la vea —comenta.
—¿Qué hora es allí? —le pregunto.
Es un día tranquilo: son casi las seis y sigo en pijama. Me estoy abrazando las rodillas al pecho, sentada en la silla grande con reposabrazos del comedor.
—Son las once. Seguro que sigue despierta —responde mi padre, y aprieta el botón de la cámara—. ¿Por qué no invitas a Kiba? Necesitaremos ayuda para terminarnos toda esta comida.
—Seguro que está ocupado —me apresuro a decir. Aún no he decidido qué voy a contarle sobre lo mío con Naruto U., por no hablar de lo mío con Kiba.
—Prueba a llamar. A él le encanta la comida japonesa. —Papá mueve un poco el lomo de cerdo para que esté más centrado—. ¡Date prisa, antes de que se enfríe el bossam!
Finjo que le envío un mensaje. Me siento un poquitín culpable por mentir, pero papá lo comprendería si conociese todos los hechos.
—No entiendo por qué los jóvenes enviáis mensajes cuando podríais llamar directamente. Recibirías una respuesta al momento en lugar de tener que esperar.
—Kiba no puede venir. Vamos a cenar. ¡Hanabi ! ¡A cenar!
—¡Ya voy! —grita Hanabi desde arriba.
—Bueno, quizá pueda pasarse luego y llevarse algunas sobras —se resigna papá.
—Papá, Kiba tiene su propia vida. ¿Por qué va a venir si Natsu no está? Además, ya no están juntos, ¿te acuerdas?
Mi padre pone cara de confusión. —¿Qué? ¿No lo están?
Parece que Natsu no se lo contó. De todos modos, podría habérselo imaginado cuando Kiba no fue al aeropuerto a despedirse. ¿Cómo es que los padres no se enteran de nada?
—Vale, vale, tu padre no tiene ni idea de nada. —Se rasca la barbilla—.Vaya, habría jurado que Natsu no dijo nada…
Hanabi aparece en el comedor como un tornado.
—¡Rico, rico, rico!
Se sienta de golpe en su silla y empieza a servirse cerdo.
—Hanabi, tenemos que rezar primero —la reprende papá, mientras toma asiento. Sólo rezamos antes de la comida cuando estamos en el comedor, y sólo comemos en el comedor cuando papá prepara comida japonesa o en Acción de Gracias o en Navidad. Mamá acostumbraba a llevarnos a la iglesia cuando éramos pequeñas. Después de que ella muriera, papá intentó mantener la costumbre, pero a veces tiene turnos de domingo, y al final dejamos de ir.
—Gracias por esta comida con la que nos has bendecido. Gracias por mis preciosas hijas y, por favor, cuida de Natsu. En el nombre de Jesús, amén.
—Amén —repetimos nosotras.
—Tiene buena pinta, ¿verdad, chicas? —Mi padre sonríe de oreja a oreja mientras envuelve el cerdo, el arroz y el kimchi con una hoja de lechuga—. Hanabi, tú ya sabes hacerlo, ¿no? Es como un mini taco.
Hanabi asiente con un gesto y copia todo lo que él hace. Preparo mi propio taco de hoja de lechuga y casi lo escupo. El cerdo está muy pero que muy salado. Tanto que casi se me escapan las lágrimas. Pero sigo masticando. Al otro lado de la mesa, Hanabi pone una mueca horrible, pero la hago callar de una mirada. Papá todavía no ha probado el suyo. Está tomando una foto del plato.
—Está muy rico, papá. Parece de restaurante —le felicito.
—Gracias, Hinata. Ha salido igual que en la foto. No me puedo creer lo bonito y crujiente que está. —Papá le da un bocado por fin y frunce el entrecejo —. ¿A ti te parece salado?
—La verdad es que no.
Le da otro bocado.
—A mí me parece muy salado. Hanabi, ¿tú que crees?
Hanabi está bebiendo agua a tragos.
—No, sabe bien, papá.
Levanto el pulgar con disimulo para mostrarle mi aprobación.
—Hum, no, sin duda está salado. Seguí la receta al detalle… Quizá me equivoqué con el tipo de sal para la salmuera. Vuelve a probarlo, Hinata.
Le doy un bocado diminuto que intento ocultar poniendo la lechuga delante de mi cara. —Hum.
—Puede que si corto un poco del centro…
Mi móvil suena en la mesa. Es un mensaje de Kiba. Venía de correr y he visto luz en el comedor. Es un mensaje completamente normal, como si lo de ayer no hubiese ocurrido.
¿Comida japonesa?
Kiba tiene un sexto sentido cuando mi padre cocina comida japonesa, porque siempre aparece husmeando justo cuando nos sentamos a la mesa. Le encanta la comida japonesa. Cuando mi abuela viene de visita, Kiba no se aparta de su lado. Incluso se pone a ver series japonesas con ella. La abuela le corta trocitos de manzana y gajos de mandarina como si fuese un bebé. Mi abuela prefiere los chicos a las chicas. Ahora que lo pienso, todas las mujeres de mi familia quieren a Kiba. Excepto mamá, que nunca llegó a conocerlo. Pero estoy segura de que ella también le querría. Querría a cualquiera que fuese tan bueno como es (o era) Kiba con Natsu. Hanabi alarga el cuello para mirar el móvil.
—¿Es Kiba? ¿Va a venir?
—Eh, no,
Dejo el teléfono y vuelve a sonar.
¿Puedo ir?
—¡Dice que quiere venir!
Mi padre se anima.
—¡Dile que venga! Quiero saber qué opina del bossam.
—Escuchen, chicos, tienen que aceptar que Kiba ya no forma parte de ella. Natsu y él han termi… —titubeo. ¿Hanabi sigue sin saberlo? No me acuerdo de si tenía que ser un secreto—. Quiero decir que ahora que Natsu va a la universidad y tienen una relación a distancia…
—Ya sé que han roto. —Hanabi se está preparando un rollito de lechuga sólo con arroz—. Me lo contó por videochat.
Al otro lado de la mesa, mi padre pone cara triste y se mete un pedazo de lechuga en la boca. Hanabi prosigue con la boca llena:
—No veo por qué no podemos seguir siendo sus amigas. Es amigo de todas, ¿verdad que sí, papá?
—Sí —asiente papá—. Y además, las relaciones son increíblemente complicadas. Podrían volver a estar juntos. Podrían seguir siendo amigos. ¿Quién sabe lo que pasará en el futuro?
Yo opino que no deberíamos excluir a Kiba. Estamos acabando la cena cuando recibo otro mensaje de Kiba. « Olvídalo» , dice. Nos toca comer lomo de cerdo salado durante el resto del fin de semana. A la mañana siguiente, papá prepara arroz frito y le añade trocitos de cerdo y nos anima:
—Imaginemos que es panceta. Para cenar, pongo a prueba la teoría mezclándolo con macarrones con queso y acabo tirándolo a la basura porque sabe a bazofia.
—Si tuviésemos un perro… —no deja de repetir Hanabi. En vez de eso, preparo macarrones normales. Después de cenar, saco a Sadie la Princesa a pasear. Así es como llamamos mis hermanas y yo a Sadie; es una golden retriever que vive al final de la calle. La familia Shah está fuera de la ciudad esta noche y me pidieron que le diese de comer y la paseara. En condiciones normales, Hanabi suplicaría de rodillas para que le permitiese hacerlo, pero quiere ver una película que echan en la tele. Sadie y yo seguimos nuestra ruta habitual cuando aparece Kiba con su ropa de ir a correr. Se agacha para acariciar a Sadie y dice:
—¿Cómo van las cosas con Uzumaki?
« Me alegra que me hagas esa pregunta, Kiba, porque me he preparado la respuesta» . Naruto y yo nos peleamos por videochat esta mañana (por si Kiba se ha dado cuenta de que no he salido de casa en todo el fin de semana) y hemos roto y estoy hecha polvo porque llevo enamorada de Naruto Uzumaki desde séptimo, pero c'est la vie.
—De hecho, Naruto y yo hemos roto esta mañana. —Me muerdo el labio e intento parecer triste—. Es muy duro, ¿sabes? Creo que aún no ha superado la ruptura. Creo que sigue pensando en Sakura, y no hay espacio en su corazón para mí.
Kiba me mira extrañado. —Eso no es lo que iba diciendo esta mañana en McCalls.
¿Qué hacía Naruto U. en una librería? Las librerías no son lo suyo.
—¿Qué… ha dicho? —Intento sonar relajada, pero el corazón me palpita tan fuerte que estoy convencida de que Sadie puede oírlo. Kiba sigue acariciando a Sadie.
—¿Qué ha dicho? —Ahora intento no chillar—. ¿Qué ha dicho exactamente?
—Cuando le estaba cobrando, le he preguntado cuándo empezasteis a salir, y me ha dicho que hace poco tiempo. Ha dicho que le gustabas mucho.
¿Qué…?
Debo de parecer tan sorprendida como me siento, porque Kiba se endereza y dice:
—Sí, yo también me he sorprendido.
—¿Te… te sorprende que le pueda gustar?
—Bueno, en cierto modo. Uzumaki no es el tipo de chico que saldría con una chica como tú.
Cuando le miro sin sonreír, intenta desdecirse: —Bueno, porque no eres, y a sabes…
—No soy, ¿qué? ¿Sakura?
—¡No! Yo no quería decir eso. Lo que intento decir es que eres una chica dulce e inocente que disfruta quedándose en casa con su familia y…, no sé…, Uzumaki no parece el tipo de chico a quien le gusten esas cosas.
Antes de que pueda soltar otra palabra, me saco el móvil del bolsillo y digo:
—Tengo que irme, me ha estado llamando, ahora que recuerdo, así que supongo que sí le deben de gustar las chicas aburridas y hogareñas.
—¡No he dicho que fueses aburrida! ¡He dicho que te gustaba quedarte en casa!
—Adiós, Kiba. —Me marcho a toda prisa. Arrastro a Sadie conmigo—. Ah, hola, Naruto —le digo al teléfono.
En clase de química, Naruto se sienta en la fila de delante. Le escribo una nota.
¿Por qué le dijiste a Kiba que… —vacilo un momento y termino con— éramos algo? Le doy una golpe en el hombro, se da la vuelta y le entrego la nota. Se encorva para leerla y veo que está garabateando algo. Se inclina hacia atrás en la silla y suelta la nota en mi pupitre sin mirarme
¿Algo? Jaja.
Presiono tanto el lápiz que se queda sin punta.
Responde a la pregunta, por favor.
Luego lo hablamos.
Suelto un suspiro frustrado y Shino, mi compañero de laboratorio, me lanza una mirada llena de curiosidad. Después de clase, Naruto desaparece con sus amigos. Se marchan todos en grupo. Estoy guardando el material en la mochila cuando regresa solo. Se sienta de un salto en una mesa.
—Hablemos —dice en tono súpercasual. Me aclaro la garganta para poner mis ideas en orden.
—¿Por qué le dijiste a Kiba que éramos… —casi digo « algo» otra vez, pero en el último momento lo cambio a— pareja?
—No sé por qué te enfadas. Te hice un favor. Podría haberte dejado tirada con la misma facilidad.
Me detengo un momento. Tiene razón. Podría haberlo hecho.
—¿Po-por qué no lo hiciste?
—Tienes una manera curiosa de dar las gracias. No hay de qué, por cierto.
De forma automática, digo: —Gracias.
Un momento. ¿Por qué le doy las gracias?
—Te agradezco que me dejaras besarte, pero…
—No hay de qué —repite. ¡Ah! Es tan pesado. Sólo por eso se merece que le lance una pulla.
—Fue… muy generoso de tu parte. Dejar que lo hiciese, digo. Pero ya le he contado a Kiba que lo nuestro no va a funcionar porque Sakura te tiene domado, así que ya no tienes por qué preocuparte. Ya puedes dejar de fingir.
Naruto me taladra con la mirada.
—No me tiene domado.
—Mmm. A ver, los dos estáis juntos desde séptimo. Lo cierto es que, pues, eres… básicamente de su propiedad.
—No sé de qué estás hablando —se enfurruña Naruto.
—El año pasado corrió el rumor de que te obligó a tatuarte sus iniciales para su cumpleaños. —Hago una pausa—. ¿Lo… lo hiciste?
Alargo el brazo con curiosidad, Naruto chilla y se aparta de un salto y yo no puedo evitar reírme de eso.
—¡Sí lo tienes!
—¡No tengo ningún tatuaje! —grita—. Y ya no estamos juntos, así que ¿te importaría dejar ya de remover el pasado? Hemos roto. Hemos terminado. He acabado con ella.
—¿No… fue ella quien rompió contigo? —pregunto confusa.
Naruto me lanza una mirada asesina.
—Fue de común acuerdo.
—Bueno, pero… seguro que volveréis a estar juntos dentro de nada. Ya habíais roto antes, ¿no? Y volvisteis a estar juntos en muy poco tiempo, casi de inmediato. Además fuisteis la primera vez del otro. No podéis separaros y ya está. Eso es lo que he oído decir de la primera vez, sobre todo con los chicos —añado a toda prisa. Naruto se queda con la boca abierta.
—¿Tú cómo sabes…?
—Yo…—Me pongo roja como un tomate—. Perdón, pero… lo sabe todo el mundo. Lo hicisteis en primero en el sótano de sus padres, ¿no?
Naruto asiente de mala gana.
—Eso lo prueba. Incluso yo lo sé, y eso que soy un don nadie. Aunque hayan roto de verdad esta vez, tampoco es que puedas salir con ninguna otra chica. —Y añado, con un tono vacilante—: No nos olvidemos de lo que le pasó a Shion…
Naruto y Sakura rompieron durante un mes el año pasado, así que Naruto empezó a salir con Shion. Es posible que Shion sea incluso más guapa que Sakura, pero su tipo de belleza es distinto. Es más bien llamativa. Tiene el pelo blanco y largo, una cintura estrecha y unos grandes ojos. Digamos que las cosas no le fueron bien. Sakura no sólo la expulsó de su grupo de amigas sino que además le contó a todo el mundo que la familia de Shion tenía un esclavo viviendo con ellos, cuando en realidad sólo era su primo. También estoy casi segura de que fue Sakura quien difundió el rumor de que Shion sólo se lavaba el pelo una vez al mes. La gota que colmó el vaso fue cuando los padres de Shion recibieron un e-mail anónimo asegurando que se estaba acostando con Naruto . Sus padres se la llevaron directamente a un colegio privado. Sakura y Naruto volvieron a estar juntos a tiempo para el baile de primavera.
—Sakura dice que no tuvo nada que ver con todo eso.
Le lanzo una mirada de lástima. —La conozco bien, y tú también. Bueno, la conocía. Pero no creo que la gente cambie tanto…
—Es cierto. En su momento erais las mejores amigas —apostilla Naruto.
—Éramos amigas —asiento—. Pero no diría que las mejores amigas…
Un momento. ¿Por qué estamos hablando de mí?
—Naruto… Todo el mundo sabe que fue Sakura quien se lo contó a los padres de Shion. No hace falta ser un genio para llegar a la conclusión de que Sakura estaba celosa de ella. Sakura era la chica más guapa de nuestro curso junto a Shion. Sakura siempre ha sido muy celosa. Me acuerdo de cuando mi padre me compró…
Naruto me está mirando todo pensativo y, de repente, empiezo a ponerme nerviosa.
—¿Qué?
—Hagámoslo durante una temporada.
—¿El… el qué?
—Hagámosle pensar a la gente que somos pareja.
Un momento… ¿Qué?
—Sakura se está volviendo loca pensando en lo que hay entre nosotros. ¿Por qué no dejamos que le dé unas cuantas vueltas más? De hecho, sería perfecto. Si sales conmigo primero, Sakura comprenderá que hemos acabado. Habrás roto el sello. —Arquea una ceja—. ¿Sabes lo que significa romper el sello?
—C-claro que sé lo que significa.
No tengo ni idea de lo que significa. Nota mental: preguntarle a Ino la próxima vez que la vea.
Naruto se me acerca y yo retrocedo. Ríe, ladea la cabeza y apoya una mano en mi hombro.
—Entonces, rompe el sello.
Suelto una risa nerviosa.
—Ja, ja. N-no creo. La verdad es que… —busco decir algo hiriente, algo que le haga entender que no pienso caer en su juego — No estoy interesada. En ti.
—Bueno, claro. De eso se trata. Yo tampoco estoy interesado en ti. Pero nada de nada. —Naruto se estremece—. Así que ¿qué te parece?
Le miro como si se hubiera vuelto loco.
—¡Acabo de contarte que Sakura le destroza la vida a cualquier chica que se te acerca!
Naruto hace caso omiso de mi respuesta.
—Sakura ladra mucho. Nunca le haría nada a nadie. No la conoces como yo. — En vista de que no respondo, interpreta mi silencio en positivo y añade—: Tú también te beneficiarías. Con el tal Kiba. ¿No te preocupaba quedar mal con él? Bueno, pues finge que estás conmigo. Pero sólo negocios. No me conviene que también te enamores de mí.
Me proporciona gran placer mirar a los ojos de este Chico Apuesto y decirle:
—No quiero ser tu novia de mentira, y mucho menos la de verdad.
Naruto parpadea. —¿Por qué no?
—Ya leíste mi carta. No eres mi tipo. Nadie creerá que me gustas.
—Como quieras. Intento hacerte un favor. —Entonces se encoge de hombros y mira la puerta como si esta conversación le aburriese—. Pero Kiba, sin duda, la creyó.
De súbito y como de costumbre, sin pensar, suelto: —Vale. Hagámoslo.
