| De citas y serpientes enamoradas |

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Blaise vio de reojo como el par de chicas se dirigía a la sección de pociones, esa donde todo el cuerpo estudiantil buscaba con desesperación para intentar obtener algo mejor que un Troll en sus exámenes. Todos menos los slytherin. Blaise sabía de antemano que Pansy era capaz de engatusar lo suficiente a la castaña para que la investigación del asunto de Draco quedara en segundo lugar, o al menos lo suficientemente relegada para que todo su plan embonara a la perfección. Así que él tenía paso libre para pavonearse un poco con un secreto de las serpientes, que por lo menos le ayudaría a romper el hielo con el nervioso pelirrojo que caminaba de forma torpe detrás de él.

—Creo que la sección sobre pociones es por allá —indicó con un ligero titubeo.

Blaise lo miró sobre su hombro, dándole una sonrisa taimada que hizo al otro chico pasar saliva sin ninguna sutileza.

—He notado que las pociones no son tu fuerte —dijo empleado su tono más suave.

—No soy un completo desastre —farfulló indignado. Ambos sabían que sí lo era.

—Nunca dije eso —rio pasando algunas mesas e internándose en la sección de "Alquimia liquida y sus derivados"—. Creo que solo necesitas encontrar los libros correctos —tarareó pasando las puntas de sus dedos por el lomo de los ejemplares, de forma casi distraída—, ¿Eres bueno guardando secretos? —preguntó deteniéndose a medio pasillo, se giró hacia su acompañante con una ceja alzada y una sonrisa pícara colgando de los labios.

—Sí, creo que lo soy —soltó confundido.

—Es bueno escucharlo porque estoy a punto de decirte un secreto slytherin —canturreó en un murmullo. Crear ambiente siempre se le había dado bien.

El pelirrojo lucía una justa mezcla de desconfianza, intriga y expectación en su rostro. Aunque eran de la misma estatura el pecoso se inclinó hacia él antes de dar un nervioso vistazo a su alrededor, como si estuvieran a punto de confabular en contra del mismísimo retrato de Dumbledore. Blaise encontró esto deliciosamente encantador y gracioso.

—Es aquí, ¿no? —cuchicheó con cierto deje de incredulidad y terror.

—¿A qué te refieres con es aquí? —repitió con extrañeza. Estaba claro que no estaban en el mismo renglón.

—Es donde, bueno…—dijo pasándose la mano por el cuello— donde los slytherin emboscan a sus víctimas y los llevan a las mazmorras para sus ritos paganos —explicó balanceándose sobre los pies, su voz bajando unas décimas—. Para los sacrificios de Walpurgis y eso —finalizó titubeante. Blaise vio la genuina duda en sus ojos azules, como si esperara una confirmación.

Blaise se quedó sin palabras, con su "ambiente" coqueto y misterioso disolviéndose en el solitario corredor con olor a moho. Le tomó tres parpadeos antes de echarse a reír con verdadero sentimiento, tuvo que cubrir su boca con una mano para evitar que Madame Prince lo escuchara. Se apoyó en uno de los estantes cuando se dobló por el estómago. Entre más altas eran sus carcajadas más rojo era el rostro de Ron.

—¿Dónde, por amor a Salazar, oíste eso? —jadeó limpiándose las lágrimas con la manga de su túnica. Risas esporádicas todavía sacudiéndolo.

—Es lo que todos dicen —masculló cruzándose de brazos con notable incomodidad.

—¿Eso es lo que dicen de los slytherin? —consiguió repetir. Le dolía las mejillas—. Dime, por favor —resopló aun con una enorme sonrisa y tono ligero— ¿Cómo evitábamos que todo el mundo se diera cuenta que teníamos un altar de magia negra donde sacrificábamos hufflepuff engordados con ofrendas de tarta de melaza y bailábamos alrededor de la chimenea vistiendo túnicas rituales de seda?

—Es un sacrificio representativo —balbuceó desviando la mirada—. Ustedes les quitan la felicidad para alimentar su maldad — aclaró con torpes aspavientos.

—¿Cómo dementores?

—Algo…algo así —tartamudeó. Clavó la vista en sus desgastados zapatos.

—Olvida lo del secreto de slytherin —pidió recostado contra la estantería—. Desde ahora nombro este pasillo como el Pasillo Oficial de Asecho Slytherin, fieles siervos de deidades paganas y discípulos de los dementores —anunció solemne—. En nuestra próxima junta de aquelarre lo propondré, les encantará.

Su compañero emitió algo entre un gruñido y un "cállate" sin mucha convicción. Aprovechando el ángulo Blaise se agachó un tanto para ver el rostro avergonzado y mortificado de Ron. Duraron unos momentos en silencio, con las risas del moreno aun flotando en el ambiente. Aun con la alegría burbujeando en su pecho Blaise no le quedó otra opción que estirar el brazo y darle un suave tirón a la deshilachada manga del suéter para llamar su atención.

—Gracias, hace demasiado que no reía tanto —murmuró buscando la mirada del pelirrojo.

La cara de genuina sorpresa y la suave pincelada de satisfacción que cruzó el pecoso rostro bastó para suavizar su sonrisa. A veces ser sincero tenía sus recompensas.

—Yo…sí, cuando quieras —dijo Ron con una sonrisa pequeña.

Blaise le dedicó una última mirada antes de aclararse la garganta e incorporarse.

—Desgraciadamente, el verdadero secreto es mucho menos dramático —lamentó buscando entre los títulos de los tomos—. Este pasillo es la bibliografía al completo de Snape.

—¿A qué te refieres? —curioseó acercándose un poco.

Blaise le pasó un viejo encuadernado marrón, con ilegibles letras plateadas. Si rozó más de los necesario los dedos de su acompañante, este no se quejó.

—Todos los ensayos, respuestas a cuestionarios e investigaciones están aquí —reveló encogiéndose de hombros—, la información más clara e incluso algunas preguntas de examen con las mismas palabras. Los slytherin vienen a esta sección para buscar los mejores libros y dejamos que el resto intente encontrar algo en el área de pociones.

El chillido de indignación que recibió lo hizo reír. Ron lucía como si hubiera atrapado a Dean Thomas con las manos en la falda de su hermana. O tal vez al fantasma de Snape con las manos en su propia falda, si es que el pelirrojo usara falda. Que visión tan interesante.

—¡Es jodidamente injusto! —rugió.

—¿Cuándo Snape fue justo? —contradijo dándole otro libro, esta vez de desgastada tela gris y un título tan largo que continuaba por toda la pasta.

—¡Y ustedes tampoco decían nada, malditas serpientes! —continuó despotricando, siguiendo a Blaise mientras este apilaba los libros entre los brazos ajenos.

—Baja la voz —pidió, su tono muy lejos de ser un regaño—. Nosotros solo estábamos nivelando la balanza.

—¿Cuál balanza? McGonagall nunca nos favoreció de esa maldita esa manera —siseó en un susurro contenido.

—¿Quién habla de ella? —burló poniendo los ojos en blanco. Les dio una mirada a los ejemplares seleccionado, y dándose por satisfecho, salió del corredor—. Hablo de nuestro perfectamente imparcial exdirector.

Se acomodaron en una mesa al fondo, a un lado de una amplia ventana que daba al Bosque Prohibido. El sol finalmente se levantaba en todo su esplendor, dándole un tinte dorado a césped aun húmedo por el rocío matinal.

—Dumbledore le daba puntos a Potter solo por zamparse tres porciones de tarta de melaza en un minuto y no ahogarse en el proceso —recordó con cizaña.

Ron dejó los libros en la mesa, aun contrariado y ligeramente indignado. Ni siquiera hizo el ademan de tomar alguno, entretanto Blaise revisaba el índice de uno color verde botella con una serpiente negra moviéndose juguetonamente en la portada, ocultando el título.

—¡No es cierto!

—Lo es.

—¡Dumbledore era perfectamente justo! Era gryffindor.

Blaise resopló y le dio una sonrisa incrédula.

—Lo era —rebatió el pelirrojo.

—Creo que este es un tema un demasiado largo para discutirlo mientras mi mejor amigo es un sapo y depende de Potter su integridad física.

Eso pareció aplacarlo, pero no convencerlo. Blaise sonrió.

—¿Tan seguro estás? —retó inclinándose.

—¡Sí!

—Baja la voz —repitió, su tono aun sedoso y divertido—. Es claro que los argumentos no servirán, así que te parece algo más…físico.

Ron se echó para atrás en la silla, con la boca abierta y los ojos de par en par.

—¿Quieres que peleemos? —chilló espantado. Su voz otra vez baja.

—Gryffindors, de verdad —bufó poniendo los ojos en blanco—. Viernes, campo de quidditch a las 5 —lo apuntó con un gesto vago y luego a sí mismo—. Solo tu y yo. Así sabremos quien tiene la razón.

Si el reto le pareció ilógico o que no resolvería nada Ron no lo hizo notar. Haciendo gala de un entusiasmo digno de un cachorro, el de ojos claros asintió energético. Blaise procuró que la sonrisa satisfecha que tenía en los labios quedara oculta tras el libro. Los leones eran tan predecibles en el ámbito romántico: impulsivos, apasionados y tontos coronados. Estaba seguro de que ni la aguda mente de Hermione Granger se salvaba de ello. Tal vez tenían alguna característica que los diferenciaba, como la desconfianza de la castaña, la ceguera del moreno y la torpeza del pelirrojo, pero al final todos eran nobles leones con corazones de dorados y cursis. Listos para ser tomados por serpientes como ellos.

Después de aquel intercambio Blaise mantuvo sus coqueteos al mínimo, no quería asustarlo cuando todavía no llegaban a buen puerto. Se concentró en fingir que buscaba en los libros alguna solución para la pócima que Pansy había hecho, Ron ojeó con notable confusión algunos libros, luego se conformó con ver las ilustraciones antes de caer dormido usando sus brazos como almohada.

Blaise aprovechó el momento para verlo sin restricciones. No había mentido del todo cuando dijo que una parte de su atracción se debía a su físico, Ron Weasley era en realidad un chico apuesto; el tono correcto de rojo en su corto y despeinado cabello, una quijada fuerte que le daba ganas de delinear, pecas salpicando una nariz recta y ojos azules como topacios. La estatura justa para que sus miradas se encontraran sin esfuerzos, la musculatura de un guardián.

Sin embargo, era más que eso. Si Blaise quisiera un chico apuesto en su cama tenía una lista variada y larga. Dentro y fuera de Hogwarts. Blaise se recostó en la mesa, cruzando sus brazos sobre el desastre de libros y apoyando su mentón sobre su antebrazo, sus ojos en el pacífico rostro frente a él.

Blaise era rico, con clase y lujos. La residencia principal de su familia era un caserón neogótico en el corazón del Londres mágico, que, si bien no tendía la extensión de Malfoy Manor, su ubicación privilegiada la hacía incluso más costosa. Y por supuesto que estaban la mansión barroca en una zona exclusiva en el centro de Roma baja el nombre de su apellido materno, Falivene; que habían evitado ocupar durante la guerra para no ser encontrados. Era un chico citadino privilegiado. Pero bien podría ser un huérfano.

Su padre había muerto cuando tenía ocho años, aunque con la indiferencia casi mezquina que le mostraba a Blaise, poco cambio había hecho su fallecimiento. Su madre pasaba todo su tiempo buscando un amante que calentara su cama, llegó un punto que duró un año entero sin verla o recibir una carta suya cuando atrapó a un inocente y joven noble danés. Su vida era soledad, abundancia y estrictas reglas de etiqueta. Y aunque amaba la libertad que esto le traía—sin supervisión parental y dinero a manos llenas—lo cierto es que había una frialdad que le congelaba las entrañas, una frigidez que lo ataba como cadenas y ojos de despiadados cuervos adinerados esperando un error para abrirlo a canal. Un fallo, una descortesía, un paso mal dado y sería su fin.

Ron Weasley era un rayo de sol en medio de un despiadado inverno escoces.

Era torpe, honesto y cálido. Era una clase de libertad que nunca había estado a su alcance. Era un desastroso desayuno en cama, una pelea juguetona a orillas del lago, una siesta en la biblioteca, un suéter viejo y suave en invierno, un baile sin ritmo, un cielo despejado, un día de verano. Era como humo del hogar y pequeñas flores silvestres al lado del camino.

Era lo que Blaise quería. Era el chico que le había intrigado en quinto año, que lo atrajo en sexto y que en séptimo le hizo quedarse dudado en la puerta de su casa un minuto entero, mientras su madre le gritaba que debían tomar el traslador a Italia antes de que vinieran por ellos.

Era más de lo que cualquiera creía. Su amor y Ron Weasley.

Dejó que sus dedos vagaran por esos mechones de fuego un instante, en un silencio y compañía que nunca creyó conocer. Dejó que el pecho se le entibiara.


Pansy sabía lo que valía, y ella no aceptaba menos que lo mejor. Es por eso que había fijado sus ojos en Hermione Granger, porque una Parkinson no iba a conformarse con nada menos que la mejor bruja de su generación. El encanto y belleza de la castaña era unos muy bienvenidos puntos extras.

Por supuesto que su corazón no era de piedra. No del todo, al menos.

Su interés no solo residía en la conveniencia y ambición, no se había acercado a ella por primera vez pensando en que beneficio podría obtener; eso había llegado después, luego de decidir que la chica del Trío Dorado era demasiado fascinante para resistirse. Primero pensó que en realidad podría ser su amiga; inteligente, astuta, en cierta medida ambiciosa y con la vista en lo más alto, la descripción idónea para una buena amiga. El hielo se había derretido desde su primer encuentro amistoso en la biblioteca, la conversación fluyó y descubrió con gran asombro, que por supuesto disimuló fantásticamente, Hermione no le guardaba mayor rencor. Todo fue a pedir de boca desde ese momento.

Sus intenciones de formar una amistad duraron cerca de un mes. Cuando descubrió que en realidad prefería más que charlas pasajeras e inofensivas palmadas en el brazo, no hizo mayor alboroto y se dedicó a pensar cómo lograr una cita en Hogsmeade que, obviamente, terminaría en un noviazgo tan excepcional como las partes que lo componían. No le dio un ataque de pánico como a Draco cuando despertó de un sueño húmedo con Potter como protagonista durante cuarto año: ni se dedicó a meterse en los pantalones de toda la población de sexo contrario como Blaise en su quinto año. Pansy era la parte racional de los tres. Y la que hace mucho descubrió las mieles de la bisexualidad.

Hoy, por ejemplo. Blaise podía aparentar cuanto quisiera, pero notaba como sus coqueteos usuales eran menos sagaces, poco refinados, más torpes. Ni mencionar de Draco y su pánico casi patológico de encontrarse con los ojos de Potter más de tres segundo en el desayuno.

Qué largo camino les faltaba, cuanto iban a perder por el medio.

Ella, por otro lado, se encontraba en su mejor forma. Su uniforme hecho a medida le quedaba magníficamente—tanto como un uniforme escolar puede hacerlo—, su cabello sedoso caía elegante por su cuello, maquillaje para hacer sus ojos verdes un arma de temer y un perfume parisino que bien podría ser amortentia. Granger ni siquiera iba a darse cuenta de que sucedió.

Pansy acompañó alegremente a Hermione por todas las estanterías de la sección de Pociones. Sabía que no encontraría nada ahí, el único libro que contenía la poción estaba siendo modificado a millas del colegio. Pero eso no le quitó el gusto de atender su interminable monólogo sobre pociones, ingredientes y efectos adversos. Pansy le gusta escuchar la pasión en su voz cada vez que hablaba de algo que le interesaba, incluso si a veces no terminaba de comprender del todo temas sobre Runas Antiguas o Artimancia, el placer de oír la voz clara y firme de la castaña la mantenía horas pegada a su silla de la biblioteca.

—¿Qué opinas tú? —soltó finalmente Hermione una vez instaladas en una mesa solitaria, rodeadas de libros.

Pansy no tenía ni idea de que platicaban exactamente. Se había perdido en sus pensamientos, en su preocupación por su plan, y se había conformado con deleitarse con el sonido de su conversación. Bien, eso sonaba un tanto patético para sus estándares.

—Aún no lo tengo del todo claro —tarareó inclinándose sobre la mesa, sonriendo con inocencia y batiendo sus pestañas—. Explícame un poco mejor esa parte, la que acabas de decirme.

—¿Sobre la metáfora ética de la medicina muggle y el uso de pociones sin regulaciones?

—Esa misma.

Hermione sonrió y se sumergió de nuevo en sus divagaciones, manteniendo su tono en susurros para no perturbar el silencio de la estancia. ¿En qué punto empezaron a hablar de cosas muggles?

No era el escenario ideal, ni el tema que hubiera querido para la situación, pero Pansy sabía trabajar con lo que tenía. Mientras que Draco esquivaba a Potter como un mortífago a los aurores y Blaise se andaba de puntillas alrededor de la comadreja, Pansy sabía que lo suyo no iba a funcionar así. Podía ver algo ardiendo bajo la calma de la castaña. Un lado que mantenía oculto de los nobles leones, y ella iba a sacarlo a flote.

Lo suyo iba a ser directo, arriesgado y vertiginoso. Una vez que derribara ese muro de prudencia que tenía Hermione.

Cuando el tema se dio por terminado Pansy decidió hacer su movimiento. Tomó un libro cualquiera, abriéndolo en una poción aleatoria. Sin más ceremonia se levantó y con paso elegante se sentó al lado de la chica, que observó todo en silenciosa expectación.

—¿Pasa algo? —cuestionó gentil.

—Mira aquí —dijo viéndola a través de sus espesas pestañas. Hermione era más alta y debía levantar la cabeza para verla. Una ventaja que iba a aprovechar—. Es este ingrediente, me suena un poco de la conversación de los ravenclaw que creo convirtieron a Draco —señaló un nombre al azar de la lista que encabezaba la hoja: crisantemo de bayul—. ¿Crees que si investigamos sus usos podríamos dar con la poción correcta?

—Oh, por Merlín, eso sería fantástico Pansy —felicitó con una enorme sonrisa. Se inclinó sobre su hombro la leer por sí misma la pócima.

Pansy se movió ligeramente, girando hacia ella. Sus rostros quedaron muy cerca. Hermione dio un pequeño sobresalto al darse cuenta, pero para la alegría de Pansy, no hizo ningún gesto para apartarse. Sus brazos rozaban, un rebelde rizo que escapaba del moño de Hermione le acariciaba la mejilla.

—¿Qué puedo decir? —musitó dándole un nada disimulado vistazo a la boca ajena—. Puedo ser buena chica cuando me lo propongo.

La castaña se quedó muy quita, Pansy pudo notar su respiración acelerándose ligeramente y sus enormes ojos marrones se quedaron predados a los suyos. Sabía que debía ser más prudente, ir lento cuando no sabía en que posición estaba con Hermione, no obstante, los slytherin nunca desperdiciaban una oportunidad. Y esta era una que valía oro.

Se acercó apenas, tan lento que casi no parecía moverse en absoluto. Un poco más.

—¡Mione, sabía que estarías aquí!

La aludida dio un salto sobre la silla y soltó un chillido. Hanna Maldita Abbott sonreía desde el otro lado de la mesa. Parecía tan ignorante de lo que acababa de interrumpir que Pansy tuvo que meter sus manos bajo las piernas para no tomar su varita y clavársela en la garganta.

—Te estaba buscando desde el desayuno, pero desapareciste —dijo acercándose hacia su costado libre.

Hermione parecía tratar de recomponerse a si misma, colocando nerviosamente un rizo suelto detrás de su oreja y sin lograr que el rubor se fuera de su rostro. Si Pansy no estuviera controlado su instinto asesino se estiraría ella misma a acomodar el cabello suelto. O a terminar lo que esa desgraciada tejona imprudente había estropeado.

—Estuve ocupada —farfulló inquieta—. Aun lo estoy.

—Ya veo —soltó la rubia asintiendo comprensiva—. Prometo no quitarte mucho tiempo, solo es una pequeña pregunta de la tarea de Astronomía.

—Hummm…sí, claro —balbuceó enderezándose. Le dio una mirada de reojo a Pansy antes de prestarle toda su atención a la recién llegada.

Pansy estaba furiosa, se sentía como si acabaran de arrebatarle un vestido de diseño exclusivo de las manos, solo quería maldecir a alguien. Por supuesto no lo hizo. Con toda la dignidad y elegancia que tenía se disculpó un segundo para ir a buscar otro libro. Sintió la mirada de la gryffindor en su espalda conforme se alejaba, aun así, no se giró, demasiado concentrada en mantener su mal humor a raya.

Después de todo si había algo en lo que Draco y ella se parecían era en sus astronómicos berrinches.

Se perdió entre los pasillos diciéndose a sí misma que pronto tendría una cita con Hermione, solo debía hacer algo con Weasley y Blaise para que no se presentaran el próximo fin de semana en las Tres Escobas. Tal vez convertiría finalmente al pobretón en una comadreja y lo tiraría en el Bosque Prohibido para Blaise se entretuviera buscándolo.

Revisó su reloj de muñeca. Eran ya las diez y media, en una hora iría a su dormitorio para que Winny le diera su encargo. Haría que Blaise distrajera a ambos leones mientras colaba el libro en una estantería para encontrarlo casualmente. Todos comprobarían que solo un "beso de verdadero amor" podría traer a Draco de regreso, así, cuando lograra que el Niño Me Ponen Los Rubios Mimados besará a su amigo convertido en sapo no cabría duda de que eran uno para el otro. O al menos eran lo suficientemente compatibles para intentar algo.

Como sea, Pansy ya habría hecho suficiente por esos dos. A partir de ese momento se concentraría en su propia felicidad.

Hermione Granger tenía los días contados como soltera.

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¡Buenas!

Otro capítulo y esta vez, un poquito más pronto de lo usual. Sí, mi ritmo de publicación es de avergonzarse. Estoy ya escribiendo el siguiente capítulo y espero terminar más pronto esta vez, deséenme suerte e inspiración.

Como verán esta parte no hay drarry, pero la siguiente tengo pensada dedicarla solo a ellos e ir acomodando todo para terminar en un par de capítulos más.

También quería mencionarles que pronto publicaré un recopilado de one-shot inspirándome en los comentarios que me han dejado en una publicación de Facebook. Espero que se pasen por ahí.

De nuevo, les agradezco sus lecturas, kudos y comentarios. Ustedes me dan vida 3

¡Muchas gracias, nos leemos!