Fuuga, quinto año de la guerra.

Yona, mientras tanto, seguía tejiendo y destejiendo su telar. Ante la ausencia prolongada del esposo, bien pronto habían aparecido unos cuantos pretendientes exigiendo desposar a la supuesta viuda, para ayudarla a soportar la gran carga de llevar la hacienda y sus tierras. Como si ella no hubiera estado haciendo precisamente eso durante cinco años… Buitres, eso es lo que eran… Ella seguía engañándolos con la promesa de elegir nuevo esposo en cuanto terminara el tapiz que nunca tuvo la intención de acabar… Así que, al llegar la noche, Yona volvía al telar para ganar un día más de tiempo…

Estaba harta. Harta de esperar, harta de dormir sola, de ver crecer a su hijo sin un padre, y de vivir sin Hak. Y sin embargo, no podía evitar cierto sentimiento de culpa, porque la paciencia y la obediencia nunca habían sido una de sus virtudes. Nunca había sido una buena esposa. Bueno, al menos ella no tenía lo que se esperaba de una esposa. Y eso Hak siempre lo supo. No, definitivamente ella no era como las demás…

Esa noche, Yona prendió en llamas el telar.