La primera chica que le gustó en la vida fue Cho Chang.
Es que era preciosa. De cabellera larga y negra, con una cara casi angelical y una personalidad dulce. A sus ojos de quinceañero era prácticamente perfecta.
Hasta que se fueron de cita.
Si bien, en quinto año, (en verdad, durante todo su paso por Hogwarts), las chicas no eran su mayor interés, Cho le había gustado. Y se sentía bien con ella. Hasta que comenzó a llorar por su ex novio, en medio de una cita con él para luego ponerse celosa de su mejor amiga.
Y lo primero que pensó, fue que nunca podría entender a las mujeres.
No se angustió mucho, la verdad. Durante su adolescencia tuvo muchas, muchas cosas más importantes que salir con mujeres o estar de novio. Así que el asunto con Chang había quedado olvidado casi de inmediato, quedando como un recuerdo agridulce y divertido de un crush adolescente.
Entonces, llegó Ginny.
Enamorarse de ella fue otra cosa completamente diferente, porque había sido abrupto. De la nada. Como una tormenta en medio de un día soleado. Inesperado.
Y es que para Harry era todo lo que él solía creer, (equivocadamente), que las mujeres no eran. Atlética, fuerte, independiente, divertida. No llorona. La chica perfecta para estar en una relación. O eso era lo que él pensaba.
Fue una historia bastante intensa, en medio de una guerra, muerte y destrucción a su alrededor, no pudiendo disfrutar al máximo. O conocerse lo suficiente. Harry a veces pensaba que por lo mismo, luego de que todo acabó, ni siquiera alcanzaron a durar el año.
Porque él necesitaba encontrarse a sí mismo. Descubrir algo que jamás tuvo oportunidad de saber desde que prácticamente nació: quién era.
Porque había sido Harry, el huérfano raro que vivía bajo las escaleras, una plasta humana. Luego, en un giro de 360, pasó a transformarse en Harry Potter, el-niño-que-vivió. Y después, en el aclamado Elegido.
Todos esperaban que siguiese actuando como tal. A veces llegaba a pensar que Ginny se había enamorado de esa imagen heroica y lejana que el resto del mundo tenía de él. Porque si ni el ojiverde se conocía, ¿como ella podría hacerlo? ¿Enamorarse de su verdadero yo?
Además, la chica necesitaba algo que Harry no podía darle. No aún. Ser un apoyo, su pilar de salvación luego de la muerte de Fred. El trauma que tuvo que lidiar luego de que todo pasó. El dolor de su familia. Y él no podía ejecutar más ese papel. Ya no podía. Ni siquiera era que no quería.
Así que después de pensarlo muchas noches, terminaron.
En un principio, había estado devastado. Porque en su mente le gustaba de verdad.
O al menos eso era lo que él se decía.
Pero siempre hubo algo que le faltó a sus ojos. Solo no podía explicarlo.
Estuvo tropezando mucho tiempo, buscando en la oscuridad, con el corazón vacío. Hasta que le reencontró.
Draco, su némesis durante la adolescencia, se había transformado en un famoso pocionista, que colaboraba con los Aurores de vez en cuando. Y le tocó trabajar con él.
Era casi como ver a otra persona. Suponía que ambos lo eran. Aunque las peleas y desacuerdos no se hicieron esperar. Sí, ya no eran niños, ni él era la maldita carnada de un psicópata ni Draco era un jodido racista empedernido gracias a su padre. Pero la diferencia entre sus personalidades era tanta. Sus formas de ver la vida distaban demasiado...
Hasta que se dio cuenta, luego de que por primera vez luego de un año de estar trabajando codo a codo, cuando la pequeña característica sonrisa de Draco empezaba a formarse, que sus diferencias eran exactamente una manera de complementarse.
Entonces fue allí, lo vio en sus ojos.
Fue un sentimiento aturdidor, prácticamente lo mareó mientras se aferraba al escritorio. Era imposible. Inconcebible. Como ir contra la naturaleza.
Como ir en contra de una fuerza que los obligaba a odiarse.
Pero luego de que el caso estuviese cerrado y Draco siguiese visitando su apartamento, para meramente charlar, se convenció. Porque él decía que sentía lo mismo.
Está bien llamar a alguien para abrazar durante la noche. Está bien que cuando ambos estuviesen perdidos, ser la luz del otro. Hacer que nunca vuelvan a sentirse solos.
—¿Podríamos ser suficiente? —había preguntado Harry una noche.
Ambos estaban desnudos bajo las sábanas de su cama, solo iluminados por la luz de la acera de la calle y con una leve brisa de verano acariciando sus pieles. Draco tomó su mano, apretándola con fuerza y envolvió sus brazos alrededor de su cintura, dejando un beso en uno de sus hombros.
—Harry... —respondió él, tomando su barbilla para que lo mirara a la cara— Podríamos ser suficientes. Si tú así lo deseas.
La inseguridad es algo muy fuerte. Era demasiado. Se sentía demasiado abrumador estar amando a alguien al que había pasado la primera mitad de su vida odiando. Al que había tratado de matar, por amor a Merlín. No quería que esa historia tuviese el mismo final que todas las demás historias. Sobre todo la suya, la cual empezó destinada a fracasar.
El rubio había notado su duda, y sonrió. Esa sonrisa que le había hecho darse cuenta de que era allí. Siempre fue allí.
Se inclinó para darle un pequeño beso que le hizo temblar. Había esperado tanto tiempo el dejarse ir.
Sentirse vivo.
—Haré que esto se sienta como tu hogar, Harry.
El pelinegro lo miró, acariciando su pálida piel con suavidad y suspirando.
No tenía idea cómo decirle, que él era su hogar.
