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Sucedía una vez al mes, a veces de forma sorpresiva y sin avisar. Su presencia no podía ser ignorada por los empleados y administradores de las sucursales, quienes estaban nerviosos y en alerta máxima para que todo funcione a la perfección, mientras eran analizados por el ojo de la tormenta.
Era el jefe de la Phantom' Company quien caminaba entre ellos, una figura temida, odiada, codiciada, envidiada y muchas veces subestimada, pues en apariencia no era más que un niño de 13 años jugando a ser empresario, o al menos, eso fue lo que pensaron la primera vez que lo vieron reclamar la empresa, adquiriendo los deberes y responsabilidades de su difunto padre.
- My lord... Siempre es una grata sorpresa tenerlo entre nosotros. Usted quien ha hecho de este sueño posible y tangible, los productos de nuestra amada Phantom Company ahora completamente distribuidas por todo el país y países vecinos. Es impresionante, en verdad, los números y estadísticas no dejan de crecer cada día desde su innovación.-
Los halagos no hacían más que aumentar, y las felicitaciones lo acompañaron durante todo el recorrido en la fábrica; se sintió exhausto, irritado, y deseó poder regresar rápidamente a la seguridad de su mansión, en donde permaneció la mayor parte de su tiempo y en donde realizaba todo el trabajo requerido manualmente. Pero sabía que no todo consistía en estadísticas y papeleo detrás de un escritorio, era su deber asegurar las óptimas condiciones de los trabajadores y que todo funcionase a la perfección, sin desvíos ni engaños. Pues cada cierto tiempo debía despedir a alguien que intentaba engañarlo con falsos documentos, a quienes creaban disturbios, difamaciones o maltrataban a los asistentes. Fue todo un tema a combatir en su primer año, tras tomar la empresa al borde del colapso.
Viendo ahora su trabajo realizado, decidió concluir su recorrido por el día de hoy, mientras una sombra oscura y siempre presente en su espalda lo cubrió con un abrigo negro de capa larga y un sombrero de copa. El conde sujetaba firmemente un bastón mientras que un anillo familiar decoraba su mano derecha.
- Excelente trabajo. Esperaré los próximos informes.- Se despidió del encargado de la sucursal, suavizando su mirada una vez fuera de ese lugar.
Suspiró ante su larga caminata en las fábricas, cayendo exhausto en el asiento del carruaje cuando las puertas fueron cerradas por su mayordomo. Odiaba salir de su mansión y no toleraba los ambientes ruidosos. Pero ahora, tenía sólo una hora de descanso hasta llegar a la ciudad, pues aún quedaba trabajo por hacer.
A pesar del día tan soleado, las calles no se veían tan abarrotadas de gente como de costumbre, ni el tráfico de los coches se vio estancado por la multitud, sino que cada uno se apresuró a regresar a su hogar sin demoras y a concluir con sus trabajos de rutina rápidamente. Fue a través de la ventana del carruaje que Ciel Phantomhive podía contemplar aquel ambiente de incertidumbre y desconfianza que paralizó a las personas durante más de una semana, y a su parecer, era una reacción muy exagerada para algo tan sin sentido.
"The White Demon" Era una figura creada por periodistas para explicar los ataques ocurridos en horarios nocturnos, creando toda una leyenda urbana en torno a los incidentes y empeorando aún más la situación.
Las personas eran simplemente supersticiosas, influenciables por los medios. Y al parecer, no era el único en pensar de esa manera, pues la misma Reina decidió no hablar sobre el tema ni acudir a él por los sucesos, que en última instancia, habían disminuido a simples rumores en los últimos días. En definitiva, los incidentes eran un asunto policial que poco interés abarcaba en el inframundo de Londres.
A medida que avanzó por las calles y dejaba atrás las calles pobres, fue cuando se dio cuenta de algo más, un simple detalle que para alguien de su rango social consideraría insignificante, pero que aún persistió en su mente: La ausencia evidente de niños pobres y sin hogar vagando en las calles, lo cual, siempre fue una plaga urbana tanto como la de perros callejeros. Pero ahora no había ningún indicio de niño sucio y descalzo. Quienes muchas veces eran vistos como pequeños ladrones a evitar.
Sus sospechas y pensamientos fueron interrumpidos cuando la puerta del carruaje fue abierta por su mayordomo, tan imponente y elocuente como siempre, tendía su mano para recibir y escoltar a su amo, el cual representaba su única fuente de interés, mientras que el resto del mundo eran tan sólo decoración.
- Hemos llegado más pronto de lo esperado, joven maestro. Tendrá tiempo de sobra para descansar si así lo desea.- Anunció mirando su reloj de bolsillo con una leve sonrisa que aparentaba amabilidad; ambos dirigiéndose a la comodidad de la mansión.
- Afortunadamente.- Suspiró el Conde con alivio, y agradeciendo a ese supuesto diablo blanco por su intervención, aunque sabía que aún le esperaba mucho trabajo por hacer.
- De inmediato le prepararé el té...- El mayordomo fue interrumpido, cuando la casa no pareció estar tan vacía como esperaban.
- Bienvenido a casa, Ciel... ¡Te hemos estado esperando! - Al entrar, fue asaltado por una melena oscura y púrpura mientras que dos brazos rodearon su cuello asfixiándolo, el Conde quedó paralizado queriendo correr devuelta hacia la seguridad del carruaje, pero con irritación se contuvo, para luego quitárselo de encima con brusquedad.
- ¿¡Qué están haciendo...!?-
- Es un alivio tenerlos de vuelta sano y salvo, Señor Ciel, Señor Sebastian. Espero que hayan disfrutado de su agradable paseo.- Otro sirviente de tez morena le dio la bienvenida con una leve inclinación y gran sonrisa. Incluso su propio mayordomo se vio alterado, aunque de inmediato recuperó sus modales.
- Príncipe Soma, Señor Agni. Es una... inesperada sorpresa encontrarlos nuevamente por aquí.- Sonrió con cierta dificultad tras imaginar que tendría que preparar el doble de té ahora mismo.
Ciel en cambio, estaba temiendo por sí mismo y su cordura, tras ver esa enorme sonrisa eufórica del Príncipe... ¿dónde había quedado su descanso?
- ¿¡Qué están haciendo aquí!? ¿¡Y quién les dio permiso para entrar!?-
- Obviamente vinimos a protegerte...- Soltó Soma con seriedad como si estuviera tratando con un niño que había hecho una travesura.
- ¿Eh!?- Ante la confusión, Agni decidió explicar.
- Luego de enterarnos de los últimos acontecimientos en Londres. El Príncipe se sintió muy preocupado por usted y decidió acompañarlo hasta que la Diosa Kali expulse a ese demonio de la ciudad.- Dijo solemnemente.
Tanto el Conde como Sebastian se miraron hastiados, pero se abstuvieron de lanzar cualquier comentario que pudiese ofender al Príncipe.
- ¡Eso no explica cómo entraron a mi mansión!-
Sus quejidos cayeron en oídos sordos mientras eran guiados a la sala principal por los sirvientes, en dónde se serviría el té preparado con antelación por Agni, tanto para el Conde y los invitados... ¿Invitados?
Entonces fue cuando Ciel lo vio ahí sentado en el sillón, a quién menos deseaba ver el día de hoy.
- ¡Lau! ¿¡Tú también!?- Arremetió con enojo y resignación, pensando que debía obtener un nuevo sistema de seguridad para la mansión. El príncipe Soma no dio ningún indicio de sorpresa, por el contrario, había estado interrogando a ese hombre por horas.
- ¿Oh? ¿Es así como el Conde Phantomhive recibe a sus invitados?- Se burló el noble chino, fingiendo estar herido por la áspera bienvenida.
- Bienvenido a la mansión Phantomhive. Señor Lau, señorita RanMao...- Se inclinó Sebastian como buen mayordomo, evitando que las sorpresas inesperadas lo afectaran.
- No es como si hubieran sido invitados.- Murmuró Ciel sentándose rígidamente. - Y bien... ¿qué haces aquí? Creí haberte enviado una carta hace sólo dos días, sabes bien que los problemas triviales de tus negocios sucios no son mi problema.-
Fue hace una semana que Ciel Phantomhive había estado recibiendo varias cartas del malvado noble para exigir una reunión urgente por los últimos acontecimientos. Sin embargo, las razones de tal urgencia le parecían insuficientes, no movería ni un sólo dedo a menos que sea por orden de la Reina.
No por nada lo llamaron Perro Guardián.
- Es entendible...- Dio un sorbo de su té antes de continuar. - Sin embargo... Esto ya no es sólo una cuestión de negocios. Las cosas se han vuelto un poco extrañas.- Dijo en un tono misterioso.
- ¿Extrañas?- Interrogó Ciel, con el mayordomo negro fielmente posicionado por detrás, luego de haber intercambiado itinerarios con el mayordomo del Príncipe.
- Esto no tendrá que ver con ese tal demonio blanco, ¿verdad?- Intervino aquel mismo mayordomo, con una mirada curiosa y astuta que alertó a Phantomhive.
- No me digas que tu también crees en eso.- Suspiró el Conde, dirigiéndose ahora a Lau con irritación.
- ¿Acaso usted no?-
Automáticamente iba a negarlo y decir lo incoherentes que eran las personas por creerse tales cosas sin sentido ni fundamentos, pero algo lo detuvo... una presencia asfixiante y dolor punzante en su alma que nunca lo abandonó. Y de reojo, observó a su propio mayordomo de ojos rojos que también lo miró intensamente, esperando su respuesta.
- Tendría que verlo por mi mismo para creerlo.- Se limitó a decir con rigidez.
- Lo eh visto.-
- ¿Eh!?- Las cortas palabras del noble chino sorprendieron a ambos presentes, y RanMao sentada junto a él asintió, confirmando sus palabras. - Eh visto al demonio blanco.- Repitió alegremente, como si fuese un gran descubrimiento.
Fue hace tres días, la situación de los malvados comerciantes se había calmado luego de un par de semanas, y todo parecía haber vuelto a la normalidad. Tanto, que el señor Lau decidió reunirse junto a otros empresarios en uno de los Casinos registrado bajo su nombre, y abierto al público nocturno. Esa noche prometía alcohol y mujeres; mientras que los juegos de azar eran el principal entretenimiento de los participantes.
Todo parecía normal con alguna que otra tensión entre competidores, o de estafadores que eran detenidos por los guardias de seguridad. Pero a media noche, fue el noble chino Lau quien lo vio entrar por la puerta principal siendo ignorado por los ingleses por su evidente origen extranjero. Y fue eso quizá, la razón por la cual sintió tanta curiosidad, aunque no imaginaba realmente de quién se trataba.
Un japonés, reconoció de inmediato. Y no es que sean tan queridos por los chinos ni viceversa, al contrario, una larga historia de guerra y muerte unía a ambas naciones para nunca olvidar ni perdonar. Pero sólo por ésta vez, ambos personajes convivían en territorio ajeno.
El japonés de rizos blancos se la pasó bebiendo y apostando durante horas, pero siendo evidentemente de clase baja y un plebeyo mal vestido todos imaginaron que acabaría muerto de hambre al día siguiente si su suerte no cambiaba pronto. Pues literalmente era un perdedor, y su frustración aumentaba con cada pérdida y con cada burla obtenida de sus oponentes...
¿En qué estaba pensando Gintoki al venir aquí en su situación?
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