Capítulo 5: Presentimiento.
Harry leía una novela sentado en el sofá, mientras Ginny, tumbada con la cabeza recostada en sus piernas, ojeaba Corazón de Bruja, distraída.
—¿Por qué has decidido que vengamos a tu casa? —Ginny preguntó, de pronto, con voz distraída.
—Oh, eso es fácil: porque en la tuya sólo hay comida para conejos —respondió del mismo modo, mirándola con malicia—. Y porque yo tengo más cuartos de invitados que tú. Puedes elegir el que quieras.
Al escuchar su respuesta, Ginny se incorporó, abandonó la lectura y, por un momento, lo miró con suspicacia. Sin embargo, decidió dejar el tema ahí.
—Me voy a dar una ducha —anunció. Y se marchó escaleras arriba.
Harry la observó marchar, enarcando una ceja. Sin embargo, segundos después desechó todos sus oscuros pensamientos y, curioso, cogió la revista que Ginny había abandonado en el sofá. Con cada página que pasaba, se sentía más y más alucinado. Que si "tal ha cogido kilos en las caderas", que si "cual ha sido vista saliendo de casa de otro cual", que si este chisme, que si aquél… ¿Y los 'modelitos' de ropa que iban intercalados en los reportajes de vez en cuando? ¿En serio?, pensó. ¿En serio alguien era capaz de ponerse aquella ropa y no morirse de vergüenza?
Sin poder evitarlo, conjuró una enorme pamela de color rosa chillón que había en una de las fotos. Y también una boa de plumas de lo más extravagante. Cogió la pamela y la observó desde todos los ángulos posibles: allí dentro cabía toda una fiesta de las que organizaba Molly, con músicos y todo. Rió por la ocurrencia y se la puso para saber qué demonios se sentía al llevarla. Nada, absolutamente nada. Supuso que era porque no había buscado un espejo ante el que avergonzarse. Así que, aún más curioso, cogió la boa de plumas, se la enrolló al cuello y caminó hacia el espejo del recibidor. La imagen que vio era desternillante. Empezó a hacer poses ridículas y muecas estrafalarias, sin dejar de reír.
A su espalda, Ginny lo observó, atónita.
—¿Pero qué estás haciendo? —Lo miró como si se hubiese vuelto loco, de pronto.
—¿En serio las mujeres os ponéis estas cosas? —Se giró, mirándola con verdadera curiosidad, incrédulo.
Ginny apenas pudo ocultar una carcajada. Realmente, se le veía ridículo… Y divertido.
—No —respondió, apenas recompuesta—. ¿De dónde narices las has sacado?
—Las he copiado de esa revista malévola que has estado leyendo.
—¿Malévola? —Lo miró, sorprendida—. Ah… te refieres a los chismorreos…
—A eso me refiero, sí. Y a estos armarios de piojos que os incita a poneros. «Que sepas, chata, que no pienso arriesgar mi hermosa melena cubriéndola con semejante artefacto» —afirmó, de pronto, parodiando a una de esas modelos pijas y estiradas que pululaban en la revista.
Imposible de seguir conteniéndose por más tiempo, Ginny estalló en una enorme carcajada.
—Harry, por favor, déjalo —le pidió, incapaz de dejar de reír.
Pero él adoraba verla reír.
—"Ni lo sueñes, mona. Creo que, al final, voy a coger gusto a estos trapitos".
—Quítatelos, Harry, si no quieres que muera de un ataque de risa —ella pidió. Hizo ademán de arrebatárselos e, intentando coger la pamela, tropezó y Harry se vio obligado a sostenerla entre sus brazos.
Ambos se miraron a los ojos, abrazados.
—Será mejor que me los quite, sí —él declaró, finalmente. Con suavidad, apartó a Ginny de su lado, se quitó la pamela y la boa de plumas y las hizo desaparecer—. He encargado cena a mi restaurante favorito. Espero que no te moleste. —Se encaminó hacia la sala de estar, esperando que Ginny lo siguiera.
—No, no me molesta —ella murmuró. Contempló su espalda con mirada triste y, finalmente, lo siguió.
—Bien. Cenemos, pues.
Nada más hubieron cenado, Harry se disculpó, alegando que se sentía muy cansado, y se marchó a su dormitorio. Así que Ginny no tuvo más remedio que encerrarse en el suyo.
A la mañana siguiente, ambos desayunaron tranquilamente, conversando sobre temas banales. El resto del día transcurrió sin contratiempos; charlaron, leyeron, caminaron… Ginny temió que, tras la cena, Harry mostrase el mismo comportamiento que el día anterior. Pero ella no deseaba que él se alejase de su lado. Así que, intentando alargar la conversación el máximo tiempo posible, miró a Harry fijamente a los ojos e hizo la pregunta de la que tanto temía conocer su respuesta; aunque necesitaba saber la verdad.
—¿Habrías pasado este fin de semana conmigo, si no tuvieses que protegerme? —quiso saber, con voz inquisitiva.
—No —él respondió, con calma.
—¿Y eso?
Harry clavó en ella una mirada severa, escrutadora.
—¿Qué es lo que esperas de mí, Ginny? —preguntó a su vez—. Tú tienes muy claro que no quieres estar conmigo. Sin embargo, cuando yo no hago más que respetar tus deseos, me lo reprochas, sintiéndote decepcionada.
—No es eso, lo que yo deseo —respondió con voz enfadada.
—Pero crees que lo que deseas no coincide con lo que quieres —él objetó, manteniendo la calma.
Ginny se puso en pie y comenzó a caminar por el cuarto, nerviosa. Cuando lo miró de nuevo, en sus ojos había frustración y reproche.
—Después de todo lo que viviste, de lo que vivimos… ¿Por qué tú no sientes miedo? —Aquello era una velada acusación. No era capaz de comprender cómo él, quien había perdido a tantos seres queridos en la Segunda Guerra, podía comportarse de un modo tan 'normal'.
Harry le devolvió una mirada irónica y sonrió con acidez.
—Yo no soy inmune al miedo, Ginny; en absoluto. Pero uso mis miedos a mi favor, no en mi contra. Si permito que estos me dominen, no soy nadie; no valgo para nada.
—¿Estás insinuando que yo no valgo para nada? —le recriminó con indignación.
—No. Te estoy diciendo que ya tengo suficiente con mantener a raya a mis propios demonios. No me pidas que intente también mantener a raya a los tuyos. Tan sólo tú puedes recorrer tu propio camino. Tú lo sabes. Y yo lo sé. No pienso destruirme a mí mismo empeñándome en conseguir algo que tú no estás dispuesta a darme. Toma una decisión de una vez por todas, sea la que sea. Pero no esperes que, mientras tú te debates en aguas pantanosas, yo me hunda en ellas.
—Eres un… arrogante —lo acusó, sintiéndose herida.
—Seguramente. Y un insensible, también —respondió, sin más.
—¡Yo sé lo que quiero! ¡Y es lo mismo que deseo! —le gritó con frustración, más y más enfadada por momentos.
—Quizá. Pero hace mucho tiempo que decidiste que no vas a luchar por ello. No me pidas algo que tú no estás dispuesta a ofrecer —sentenció—. Buenas noches, Ginny.
Puso una mano amistosa en su hombro, intentando tranquilizarla. Pero Ginny, airada, la retiró de un manotazo. Él la miró con dolor y suspiró. En silencio, se marchó del cuarto.
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En la oficina de Harry, Ron terminó de leer el informe que él le había pasado y lo miró, estupefacto.
—Pero esto no puede ser. ¿Seguro que ha buscado bien? ¿Seguro que no se equivoca? —objetó, aún no dando crédito a lo que acababa de leer, frustrado y desesperado.
—Él es nuestro mejor informador, Ron. Tiene magníficos contactos en todos los estratos de la sociedad, absolutamente en todos. Cuando él se equivoque, ya no podremos confiar en la información que nadie nos proporcione; incluida la que el Cuartel General obtenga por sus propios medios —negó, tajante—. Él es el mejor.
—Lo sé… Pero, entonces, ¿qué vas a hacer? —quiso saber, dubitativo.
—Sabemos 'a quién' y 'por qué'. Ahora lo que debemos averiguar es 'quién'. No te preocupes. Sé exactamente lo que tengo que hacer.
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Para Ginny, cada día había resultado ser prácticamente imposible para poder hablar con Harry durante más de diez minutos; y siempre ante la atenta mirada de Nate. Como hacía siempre desde que Kingsley comunicó a ambos el legado del giratiempo por parte de Albus Dumbledore, Harry le hacía una visita cada tarde, después de salir del Ministerio de Magia. Pero jamás había vuelto a entrar en su casa, siquiera. Mecánicamente, se limitaba a recibir el informe del día por parte de Nate, a comprobar las defensas del hogar de Ginny y tras todo ello, distante, le dedicaba a ella unas palabras cordiales y se marchaba.
Curiosamente, aquella actitud fría y distante por parte de Harry, parecía haber logrado despertar en Nate cierto interés por ella. Poco a poco, él había ido perdiendo aquella timidez que lo había caracterizado durante sus primeros encuentros, que había sido sustituida por una sensación de comodidad, de camaradería. También había contribuido a acercar a ambos, todo sea dicho, el hecho de que ya no se había producido ningún intento de agresión hacia Ginny. Por lo que ambos habían podido disfrutar de numerosos momentos de charla amena y distendida. Durante aquellos días, Ginny había descubierto que Nate era verdaderamente interesante: inteligente, muy inteligente; atento, gracioso, con un toque enigmático que lograba fascinarla. Y rabiosamente guapo.
Educado, él le había propuesto que ambos saliesen a cenar aquella noche, mirándola con picardía. Y ella conocía perfectamente el significado de aquella propuesta: cena en un restaurante elegante, quizá un paseo —siempre protegida por él, por supuesto; como el mismo Harry había asegurado, uno de los mejores aurores de que el Ministerio de Magia disponía—, la última copa en casa de Ginny y…
—No vayas —Hermione le pidió, mientras contemplaba cómo ella se probaba uno de los más bonitos y atrevidos vestidos de noche de su cuñada, quien ahora no era capaz de ponerse debido los kilos ganados durante su embarazo.
—Quiero ir, Hermione —ella aseguró, girándose para mirarla con decisión.
—No, no quieres ir —la amonestó, como si de una niña se tratara—. Pero no es eso, lo que me preocupa.
—Entonces, ¿qué? —Ginny la miró con curiosidad, suspicaz.
—No lo sé, Ginny. Tengo un nudo en el pecho. No sé cómo explicarlo. Te lo suplico, no vayas.
—Tonterías. Ambas sabemos qué es lo que te duele realmente, y porqué. Y en ese sentido, no hay nada que hacer —negó, tajante.
—Aún así, no vayas —pidió una vez más, muy inquieta y preocupada.
—No me pasará nada, Hermione, te lo garantizo. Deséame suerte. —Guiñó un ojo a su cuñada, con picardía, cogió el bolso a juego que había sobre la cama y se marchó.
Hermione quedó contemplando el espejo en silencio, pensativa. Minutos después, dejó sobre la mesa una breve nota escrita para Ron, quien la había avisado de que se retrasaría lo menos posible, se puso un abrigo ligero, cogió su bolso y también se marchó, decidida. Sentía que algo debía hacer al respecto de aquel presentimiento que la atormentaba. Si a Ginny no le preocupaba, desde luego ella no estaba dispuesta a dejarlo pasar.
Ya en el restaurante y mientras esperaba a Nate, Ginny abrió el pequeño bolso en busca de un espejito con el que retocar su maquillaje, de un modo distraído. A tientas, su mano halló el tacto de un objeto extrañamente conocido y familiar que, sin embargo, no fue capaz de identificar. Sintiendo un escalofrío repentino, desvió su vista hacia aquello que su mano estaba sosteniendo.
—El giratiempo —afirmó con fastidio—. Hermione…
NOTAS DE LA AUTORA
Es muy curioso comprobar como la gente, a veces, somos capaces de decirlo todo sin decir realmente nada... Y como, a pesar de ello, quienes nos conocen bien, son capaces de entendernos a la perfección.
Dedico este capítulo a Snitchbcn (me ha hecho infinita ilusión leerte, te llevo siempre en mi corazón), a Natesgo y a patriciamartin151197, mis dos fieles 'compañeras' capítulo a capítulo. A las tres, mi más hondo cariño y agradecimiento.
Nos leemos en el próximo capítulo.
Rose.
