Capítulo 4: Extrañas coincidencias

Lily Evans caminaba a toda prisa en dirección a la Torre de Astronomía. Eran alrededor de las seis de la tarde del viernes, y estaba a punto de llegar tarde a su cita de estudios con James.

James Potter.

Sí, exactamente el mismo James Potter, al que hacía no demasiado, habría estrangulado con sus propias manos sin miramientos. En sentido figurado, claro está.

Si alguien le hubiera dicho hace tan solo un año, que el merodeador castaño emplearía su tiempo libre entre clases, para ayudarla con la asignatura de Defensa contra las Artes Oscuras, habría jurado y perjurado que mentían, y que muy probablemente estuvieran intoxicados con alguna sustancia mágica peligrosa e ilegal.

Nunca antes había tenido tanto sentido la frase 'La vida da muchas vueltas'.

Pero en ese breve periodo de tiempo, la pelirroja se había dado cuenta de que esa frase no podía ser más cierta.

En solo un año, Remus y Sarah habían sido lo suficientemente valientes como para confesarse los sentimientos que se habían negado a sí mismos durante años y como consecuencia de ello, empezar una bonita relación. Alison se había enamorado hasta el tuétano por primera vez en su vida y le habían roto el corazón, también por primera vez en la vida, por no mencionar el tema de la futura boda con el protagonista de ambas historias, que para más inri, no era otro que Sirius Black.

Y ella, ella había salido con su amor platónico de todos los tiempos, Amos Diggory, para acabar dándose cuenta de que no estaban hechos el uno para el otro, había perdido al que durante años consideró su mejor amigo, Severus Snape, y había empezado a llevarse bien con James Potter, su enemigo acérrimo durante al menos cinco años. Si eso no era dar al menos sesenta vueltas de campana, no sabía qué lo sería.

La chica ingresó algo apurada al interior de la Torre, convencida de que por primera vez en su vida, llegaba tarde. No obstante, para su tranquilidad, el muchacho aún no se encontraba allí, por lo que respiró tranquila. O al menos, todo lo tranquila que podía llegar a estar dada la situación.

Al menos así, podría calmar su pulso y su respiración un poco antes de que él llegara, evitando así la humillación que supondría que el muchacho la encontrara hecha un auténtico flan.

Se sentía algo incómoda, pues aún no sabía bien cómo actuar ni qué decir cuando estaba cerca de James. Lo cual no era demasiado extraño, teniendo en cuenta que la mayor parte de las veces que habían intercambiado alguna que otra palabra antes, había sido para insultarse o hechizarse mutuamente.

—Emmm, Hola. Siento haberme retrasado — saludó James algo cortado rascándose la nuca, mientras dirigía una fugaz mirada hacia donde se encontraba parada la pelirroja, a la vez que ingresaba en la Torre.

El principal motivo de haber elegido ese lugar para practicar, no era otro que la tranquilidad y silencio que lo inundaban. Además, era de los pocos lugares del castillo, donde no tendrían que ir con cuidado para evitar hechizar por accidente a algún alumno despistado.

—No lo has hecho, creo que yo llegué antes de tiempo — reconoció algo nerviosa, desviando involuntariamente la mirada.

—Pues...en ese caso no lo siento — bromeó el castaño, elevando tímidamente las comisuras de los labios, mientras se acercaba hacia donde se encontraba la chica.

James se situó frente a ella y la observó con detenimiento, visiblemente divertido.

Se la notaba tensa y apretaba con fuerza contra su pecho el manual de la asignatura, Las Fuerzas Oscuras. Una guía para la autoprotección.

—¿Qué? — preguntó Lily completamente a la defensiva, confundida por la sonrisa del merodeador.

¿Se estaría riendo de ella?

—No necesitarás esto — replicó en respuesta el muchacho, arrancando el pesado libro de entre los brazos de la chica, sin disminuir ni un ápice su sonrisa.

Pero esta vez, a Lily Evans no le pareció una sonrisa burlona, ni mucho menos altiva, era una sonrisa amable.

—Pero… — trató de decir, limitada en cierto modo por su inseguridad.

Los libros siempre habían sido un refugio para ella. La teoría nunca le había supuesto mayor problema que un par de horas de estudio, mientras que la práctica era sin lugar a dudas su talón de aquiles.

Y no era por qué lo hiciera mal o no fuera lo suficientemente buena con los hechizos, más bien acostumbraba a ser excepcional. Pero eso no aumentaba en absoluto su confianza, pues nunca llegaba a considerarse a sí misma lo suficientemente buena. Tanto era así, que a menudo envidiaba en secreto a su amiga Alison, por la confianza en sí misma que acostumbraba a desprender la rubia.

A veces se preguntaba si el motivo de sus inseguridades, no era otro que su sangre muggle. No porque ser de origen muggle en sí fuera algo malo, sino porque a veces no podía evitar sentir que no pertenecía por derecho propio a ese mundo, y por lo tanto, debía ser agradecida y esforzarse el doble. En su mente, ser mediocre no era ni mucho menos una opción.

—Pero nada, ¿confías en mí? — preguntó el castaño, centrando sus ojos color avellana en los de la muchacha.

Sabía de sobra que ganarse la confianza de alguien como Lily Evans no sería ni mucho menos algo fácil, menos aún tratándose de él, pero estaba más que dispuesto a intentarlo.

—¿Tengo que decir que sí si quiero que me ayudes? — tanteó la gryffindor con fingido hastío, cambiando el tono de la conversación a uno más cómico y amistoso.

—Me ofendes, Evans — replicó el muchacho, con una sonrisa ladeada dibujada en el rostro.

James Potter no era ni mucho menos el paradigma del compañero de clase ejemplar, pero cuando la muchacha pelirroja se acercó a él para pedirle ayuda, no fue capaz de decir que no, y para ser sinceros, de haber podido hacerlo, tampoco se habría negado. Lejos quedaban ya aquellos días, en que cada encuentro entre ambos se convertía en una batalla sin cuartel.

No obstante, por alguna razón se sentía nervioso al respecto, pues no quería bajo ningún concepto decepcionarla. Había confiado en él para ayudarla y eso haría. Pero para conseguirlo, antes tendría que serenarse un poco y controlar el temblor apenas apreciable que se había apoderado de su voz.

—Bien, empecemos.

El castaño se llevó la mano a la barbilla pensativo, y tras poner rápidamente en orden sus ideas, se situó justo en frente de la muchacha, que le observaba expectante.

—En primer lugar, necesito que estés relajada — explicó James, posando sus manos sobre los hombros de la chica y zarandeándola con delicadeza — Por Merlín, Evans, ¿siempre estás así de tensa?. Mi escoba está más relajada que tú — bromeó masajeando amistosamente los hombros de la chica para tratar de relajarla.

—Es solo que no puedo evitar frustrarme cuando no consigo realizar correctamente algún hechizo, y como pudiste observar en clase de Defensa contra las Artes Oscuras, esto claramente no es mi fuerte — explicó Lily dejando escapar un largo suspiro.

El muchacho la soltó y meditó un segundo antes de volver a hablar.

—Evans, el patronus es de los hechizos más difíciles que existen, así que no tiene sentido que te machaques por no conseguirlo a la primera cuando prácticamente nadie lo hace. Además, tienes la increíble suerte de tener a tu disposición al mejor profesor del mundo, así que como que me llamo James Potter que hoy sales de esta Torre habiendo logrado conjurar un patronus corpóreo — sonrió confiado, dando un golpecito de ánimo en el hombro de la chica.

—Mataría por tener la confianza que tienes en ti mismo — replicó Lily rodando los ojos divertida.

A fin de cuentas, James Potter seguía siendo James Potter y por mucho que hubiera cambiado de actitud, su esencia continuaba cual, lejos de molestarla, curiosamente había comenzado a parecerle incluso divertido.

Definitivamente se había vuelto completamente loca.

—Lo siento, no está a la venta. Y ahora, si no hay más preguntas respecto a mis asombrosas e innumerables virtudes, pongámonos manos a la obra — bromeó el castaño, volviéndole a robar una sonrisa a la muchacha — Lo primero que quiero que hagas es cerrar los ojos — indicó.

—Pero… — trató de quejarse ella.

No obstante, su queja fue rápidamente interrumpida por las palabras del muchacho.

—Confía en mí — insistió James con decisión, mirándola fijamente.

—Está bien — concedió la muchacha a regañadientes, dejando escapar un profundo suspiro, mientras cerraba los ojos algo insegura.

—Perfecto — comentó James complacido — Ahora quiero que respires hondo un par de veces tratando de traer a tu mente un pensamiento cotidiano. Por ejemplo, puedes imaginar que he vuelto a enfadarte, y estás buscando la forma de embrujarme para que pague por ello, con una cascada de agua por ejemplo — rió recordando el incidente del tren del pasado año.

Lily no pudo evitar que involuntariamente una sonrisa se dibujara en su rostro al escucharle.

—Bien, ahora que estás algo más relajada imaginando las mil y una formas en que me hechizarías si tuvieras la oportunidad — bromeó James — Quiero que visualices con claridad el que consideres el recuerdo más feliz de tu vida — guió el muchacho, mientras caminaba alrededor de la chica, observándola con detenimiento.

—Creo que fue cuando descubrí que era una bruja — confesó la muchacha con timidez.

James sonrió enternecido por la confesión. Para él enterarse de que era mago no fue ni de lejos algo especial, pues prácticamente desde su nacimiento, había sido consciente de su naturaleza mágica. Pero podía entender a la perfección por qué sí lo había sido para ella. Completamente ajena al mundo de la magia hasta ese momento, descubrir su existencia debió haber sido algo realmente especial y que inevitablemente, cambió la vida de la muchacha para siempre.

—No hace falta que lo digas en alto, solo trata de recordar cada instante de ese momento. Cada sensación, sonido, olor que percibiste, traslada tu mente a ese recuerdo. Y cuando te sientas preparada, pronuncia el hechizo — indicó James.

Lily permaneció unos segundos más con los ojos cerrados, y tras dejar escapar todo el aire que había estado conteniendo, abrió lentamente los ojos.

—¡Expecto patronum! — pronunció con decisión agitando su varita.

No obstante, lo único que consiguió fue que unas fugaces chispas azules, salieran disparadas hacia delante.

James estaba satisfecho. Eso ya era un avance, y además, debía de reconocer que el movimiento de varita había sido impecable. Aunque no esperaba menos de alguien como Lily Evans.

—Esto es una pérdida de tiempo, soy una inútil — bufó Lily frustrada, lanzando su varita contra el suelo de la Torre.

—Por supuesto que no, eres una de las brujas más excepcionales que he conocido nunca y lo vas a lograr — aseguró James sin un ápice de duda, fijando sus ojos en los de la muchacha con confianza — Intentémoslo de nuevo — propuso agachándose para recoger la varita de la chica, y a continuación, tenderla en dirección a ella.

—Está bien —suspiró Lily en tono de derrota, recogiendo la varita de la mano del muchacho.

—Sigue todos los pasos que te di antes pero prueba con otro recuerdo, es posible que el anterior no fuera lo suficientemente fuerte.

La pelirroja asintió y volvió a cerrar los ojos para seguir nuevamente las pautas de James.

El siguiente intento no fue ni mucho menos el definitivo, ni el posterior tampoco, pero tras una decena de veces y con una creciente frustración invadiendo todas las partículas de su cuerpo, Lily finalmente logró serenarse y decidida a conseguirlo, volvió a pronunciar otra vez el hechizo, trayendo esta vez a su mente el recuerdo del día en el que conoció a Ali y Sarah, durante el Banquete de Bienvenida del primer curso.

—Expecto patronum — gritó pasados unos segundos.

Y lo hizo con una potencia de voz y convencimiento que dejaron a James completamente asombrado.

Al instante un torrente de largos hilos azules salió disparado por la punta de su varita, materializándose frente a los ojos del muchacho en una tierna cervatilla de grandes ojos.

—Evans, abre los ojos —ordenó James estupefacto.

La pelirroja no tardó en hacer caso al muchacho y tras hacerlo, observó con admiración el patronus corpóreo que había logrado conjurar.

No obstante, el orgullo inicial por haber sido capaz de hacerlo, dio paso a la confusión, e inmediatamente después a una creciente incomodidad.

—Una cervatilla — musitó en un hilo de voz.

—Sí, eso parece — constató James pensativo.

Si alguien hubiera podido leer la mente de los muchachos en ese momento, se habría vuelto loco, pues en ambos casos, saltaban de un pensamiento a otro a una velocidad vertiginosa.

El patronus de él era un ciervo y el de ella una cervatilla, ¿Significaría eso algo o solo era mera coincidencia?.


Alison Potter caminaba entre las estanterías de la Biblioteca, en busca de un ejemplar del manual 'Guía de la transformación, nivel superior', con el que poder realizar con éxito la dificilísima redacción que les había encargado la profesora McGonagall, sobre la teoría de la permutación y su aplicabilidad y efectos, para la clase de Transformaciones.

No acostumbraba a adelantar la tarea pendiente, más bien era de esas personas que solían dejar todo para el último momento. Pero ese día, Sarah había quedado para pasar la tarde con Remus, y Lily estaba con su primo James practicando para la clase de Defensa contra las Artes Oscuras, por lo que a la rubia le había tocado quedarse sola.

Y sin mucho más que hacer la tarde del viernes, prefirió el silencio y tranquilidad de la biblioteca, al bullicio de los pasillos y zonas comunes del castillo. Sobre todo teniendo en cuenta que desde su llegada, no había hecho más que escuchar murmullos y cuchicheos a sus espaldas. Por lo que irónicamente y contra todo pronóstico, la biblioteca se había convertido en un lugar seguro para Alison Potter. Además, estaba del todo segura que sería en el último lugar en el que se cruzaría con Sirius, lo cual sin lugar a dudas, era un beneficio añadido.

No obstante, sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando tras diez minutos de intensa búsqueda, sumergida entre las polvorientas estanterías, al fin divisó el condenado manual. Sin embargo, en cuanto tiró de su lomo dispuesta a cogerlo, sintió como alguien ejercía presión sobre el libro desde el lado opuesto de la estantería, y con curiosidad, asomó la cabeza entre las rendijas que dejaban libres el resto de libros.

—¿Regulus? — preguntó confundida, al descubrir al otro lado de la misma al distraído slytherin.

El muchacho como consecuencia de la sorpresa, soltó el libro en un acto reflejo e inmediatamente a continuación, se dirigió hacia el pasillo paralelo para saludar a la rubia.

—Perdona, no sabía que ibas a cogerlo — se disculpó a modo de saludo inevitablemente avergonzado, desviando sus ojos verdes de los de la chica.

—No, perdóname tú, no te había visto — sonrió Alison, visiblemente feliz de haberse encontrado allí con el muchacho.

No podía explicar por qué, pero desde su encuentro aquella noche en las cocinas, sentía una conexión especial con el muchacho que le impulsaba a acercarse a él de manera constante. Era una atracción casi magnética. Posiblemente fuera por la insana curiosidad que le suscitaba, pero en ocasiones parecía sentirse atraída, casi como si el moreno fuera el polo opuesto de un imán.

A decir verdad, nunca había tenido muchos amigos del sexo opuesto, o al menos no desde su acercamiento a los merodeadores, pero por una vez todo en ella le impulsaba a acercarse. Después de todo, al igual que Sirius, Regulus era de las pocas personas que podía entender a la perfección cómo se sentía, y ser capaz de hablar con él sin tener que mentir, o fingir que era alguien que realmente no era, era increíblemente liberador y reconfortante. Por no mencionar el hecho de que el moreno era un auténtico encanto y en consecuencia, disfrutaba enormemente de su compañía.

—Te iba a proponer que lo compartiéramos, pero no me fío demasiado de ti desde el incidente de mi croissant — bromeó Regulus divertido enarcando una ceja.

—Nuestro croissant — corrigió rápidamente Alison, haciendo hincapié en la palabra nuestro.

—Tienes ligeramente distorsionado el concepto de propiedad — rió Regulus, recostando su hombro derecho sobre la estantería.

—Es bastante probable, pero dado que soy yo la que tiene en su poder tu preciado tesoro, deberías plantearte seriamente lo de portarte bien conmigo — le advirtió en tono burlón, apoyándose sobre la estantería que había a su espalda.

Ambos muchachos se encontraban enfrentados, mientras se miraban desafiantes sin despegar los ojos el uno del otro.

—No quería tenía tener que recurrir a elaboradas técnicas de tortura, pero tú me has obligado — susurró en voz baja el moreno, para que sólo ella pudiera oírle.

Y cuando la rubia menos lo esperaba, el muchacho se abalanzó sobre ella, dirigiendo las manos a sus costados para comenzar a hacerle cosquillas, sin detenerse en ningún momento a pesar de las súplicas de ella, que para esas alturas, había olvidado por completo la existencia del libro, dejándolo caer sobre el suelo de piedra de la Biblioteca.

Las carcajadas de ambos inundaron cada recoveco de la estancia, consiguiendo que los muchachos fueran expulsados de la Biblioteca por la autoritaria señora Pince, con una advertencia. No obstante, a pesar de la merecida reprimenda de la bibliotecaria, en su camino hacia la salida de la sala, ninguno de los muchachos dejó de sonreír en ningún momento.


—Remus, para de correr un poco, por favor. Necesito un respiro — suplicó Sarah completamente asfixiada, incapaz de seguir el ritmo al castaño.

—Te prometo que ya queda poco —insistió él tirando de su mano.

—Ya, y yo lo entiendo, pero si quieres que llegue con vida en lugar de morir asfixiada por el camino, necesito que paremos aunque sea un minuto — exigió frenando su paso en seco, mientras se dejaba caer sobre el polvoriento suelo del sendero.

—Se supone que no deberíamos estar aquí, Sarah — le recordó él, cruzándose de brazos frente a ella.

—No me digas, don sabelotodo — replicó ella con ironía, tratando aún de recuperar el aliento por completo — ¿Y entonces qué hacemos en el Bosque Prohibido?, te recuerdo que has sido tú el que nos ha arrastrado hasta aquí — se quejó, completamente agotada.

—Lo sé, pero te prometo que va a merecer la pena. Es solo que no podemos pararnos porque a parte de que es peligroso, si nos ve alguien vamos a acabar castigados, y supongo que eso es lo último que quieres — insistió Remus, consiguiendo finalmente hacer ceder a la chica y que esta se levantara del suelo.

Sarah se limpió el polvo de las manos contra la tela de sus vaqueros y siguió a Remus durante unos minutos más, que por qué no decirlo, a la muchacha le parecieron horas.

No obstante, el castaño no tardó en detenerse y tras hacerlo, se giró con un dedo sobre los labios, para indicar a la chica que debía permanecer en silencio.

Cuando la muchacha asomó la cabeza entre las ramas de los frondosos arbustos que les cortaban el paso, pudo distinguir al otro lado un bonito claro inundado de hierba de color verde intenso, y decorado con multitud de flores salvajes de todas las tonalidades de la gama cromática. No obstante, a pesar de la indiscutible belleza del lugar, no fue precisamente eso lo que llamó su atención, sino la manada de unicornios que descansaba apaciblemente sobre el fresco manto verde.

El impoluto blanco perlado de su pelaje, reflejaba los últimos rayos de sol de aquella tarde otoñal, acompañando la llegada del ocaso de alegres y sonoros relinchos.

—¿Ves? Te dije que merecería la pena — sonrió Remus complacido, al observar como la ilusión se apoderaba del rostro de la muchacha.

Sarah se había quedado completamente muda.

Nunca había visto un unicornio más allá de los dibujos y fotos de ellos que contenían sus libros de texto, y menos aún tan cerca de ella. Por un momento incluso deseó poder acariciarlos. No obstante, deshechó rápidamente la idea, pues lucían tan tranquilos, que lo último que quería era perturbarlos o que se asustaran.

—Es perfecto, Remus. Es la cita más curiosa y bonita que he tenido nunca, aunque tampoco he tenido muchas citas para ser sincera. Mi experiencia se limita a un compañero de clase de la guardería llamado Max, pero se comía las ceras de colores, así que supongo que no cuenta mucho — bromeó la chica algo nerviosa, al notar como un divertido Remus acortaba la distancia entre ellos a su espalda.

—Juro que aún no he empezado a comer ceras, mi único vicio por el momento es el chocolate — susurró el castaño a escasos centímetros del cuello de la chica, acariciando con sus suaves labios el lóbulo de la oreja de la castaña.

Sarah sintió un escalofrío recorrerle de los pies a la cabeza y mordiendo con fuerza su labio inferior, se obligó a sí misma a darse la vuelta y poner distancia entre ella y el merodeador.

Desde su reencuentro aquel curso, la conexión entre ambos se había vuelto tan intensa, que saltaban chispas cada vez que su cuerpo y el del muchacho se tocaban. Y aunque en un principio se había dejado llevar por el deseo, siendo incapaz muchas veces de controlar los impulsos de su propio cuerpo, cada vez se sentía más insegura y nerviosa al respecto, por lo que trataba de frenar tanto como le era posible esas situaciones, huyendo a menudo de ellas.

No es que no lo deseara, por supuesto que lo hacía. Más de lo que nunca había deseado ninguna otra cosa, el toque del castaño era sorprendentemente liberador y adictivo. Pero el miedo a no saber, a hacer algo mal, a meter la pata, había conseguido dominar su mente por completo.

Remus tenía mucha experiencia y ella en comparación nada en absoluto, lo que provocaba que el miedo a hacer el ridículo se apoderara de cada partícula de su cuerpo. Probablemente no fueran más que estúpidas barreras mentales pues su propio cuerpo no hacía más que empujarla una y otra vez a seguirlo, a provocarlo con cada caricia de sus labios, con cada toque de su piel. Pero por alguna incomprensible razón estaba completamente bloqueada, y ni siquiera era lo suficientemente valiente como para hablar con él de ese tema, aún sabiendo que Remus jamás le presionaría para hacer algo que no quisiera.

—Creo que deberíamos regresar, se está haciendo tarde — comentó la chica avergonzada, con la mirada fija en el suelo.

El chico asintió algo confundido, y ambos emprendieron el camino de vuelta al castillo.


Sirius Black se encontraba sentado en uno de los bancos de piedra del pasillo de las mazmorras, más concretamente, en el más cercano al aula donde se impartía la asignatura de Pociones. El moreno estaba esperando a su amiga Caroline, que no tardaría en salir de la tutoría que había concertado con el profesor Slughorn, para resolver algunas de sus dudas en relación a la última clase.

Tanto James como Remus estaban ocupados aquella tarde, y Peter se encontraba en uno de los patios de la escuela, jugando una partida de snap explosivo con otros alumnos de sexto. Por lo que, dado que el moreno no estaba de humor para jugar a las cartas, prefirió esperar a que su amiga acabara la tutoría para pasar lo que restaba de la tarde del viernes charlando con ella.

Aunque para ser sincero, todavía albergaba la esperanza de cruzarse con Alison por el pasillo esa tarde. Es posible que aún estuviera algo molesto por el tema de Regulus, pero eso no disminuía ni un ápice las ganas que tenía de volver a verla.

Era más que consciente de que ella no le dirigiría la palabra, al menos no para charlar o bromear respecto a las insinuaciones del moreno como solía hacer antaño, eso era cosa del pasado. Pero aún podía observarla en la distancia para asegurarse de que estuviera bien, o bueno, todo lo bien que podía llegar a estar dadas las circunstancias.

No había nada que deseara más que ver a la rubia feliz de nuevo, que recuperara esa preciosa sonrisa que había acostumbrado a lucir de manera casi permanente hasta ese verano. Y lo deseaba a pesar de no poder ser quien volviera a causarla, cosa que como no podía ser de otra forma, le hacía añicos el corazón. Pero tendría que aprender a vivir con ello, pues no parecía haber vuelta de hoja.

—Un sickle por tus pensamientos — interrumpió una voz frente a él.

El moreno levantó la vista y bufó.

—¿Qué es lo que quieres, Liss? — inquirió con cara de pocos amigos.

En ese momento, la morena no era ni de lejos su persona favorita en el mundo y las ganas de intercambiar cualquier tipo de palabra con ella eran inexistentes tirando a nulas.

La muchacha sonrió divertida por la contestación del moreno y se cruzó de brazos frente a él.

—Cualquiera diría que me odias, Sirius — comentó en tono juguetón, ganándose en consecuencia una mirada incrédula del muchacho.

—¿Y todavía lo dudas? — volvió a bufar el moreno contrariado porque la chica se atreviera a acercarse a él de esa forma, después del caos que había provocado.

—Oh vamos, Sirius. Tanto tú como yo sabemos que te hice un favor. Además, no fui yo la que no creyó en tu palabra, piénsalo de este modo, si ella hubiera confiado en ti, nada de lo que hice hubiera servido para nada — apuntó divertida, sentándose en el asiento libre del banco, junto al moreno.

—Por supuesto, porque hacer creer a Marlene que me gustaba para que me comiera la boca delante de Alison, claramente iba a parecerle maravilloso, tanto que incluso me preguntaría si podía unirse — soltó con sarcasmo, apartando la mirada de la morena y recostándose sobre la pared de piedra.

—Yo lo habría hecho. Unirme quiero decir — aclaró en tono juguetón, consiguiendo que el moreno volviera a mirarla confundido, sin entender absolutamente nada.

—En serio, para. No va a funcionar — aclaró tajante, observando con seriedad a la morena, sin un ápice de diversión en sus ojos.

—Sirius, ella no te va a perdonar. Cuanto antes lo asumas mejor para tí. Es demasiado orgullosa para darse cuenta que se ha equivocado, y antes que creerte prefiere manosearse entre los muros del castillo con tu propio hermano — atacó venenosamente, provocando una mueca de disgusto en el rostro del moreno — Así que, puedes convertirte en monje tibetano hasta que tengas que casarte con ella, o puedes pasar página y disfrutar del sexto curso con todas las que estamos más que dispuestas a darte "amor". Tú sólo reflexiona sobre ello — sonrió antes de marcharse, dejando al moreno allí solo entre confundido, molesto y enfadado por sus palabras.