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CAPÍTULO 5
Eso Era Privado

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La travesía por mar no concordaba mucho con ella. En su camarote, sola y sin quien conversar, sentía que se acercaba cada vez más al lugar en donde siempre debió estar pero al mismo tiempo, esa idea no la llenaba del todo. Kou era su hogar, no Sindria. Y por mucho que llevase a criadas, sirvientas y Ka Koubun, nunca sería lo mismo.

En Kou había sido invisible para sus hermanos y nunca había tenido amigos, pero era lo que conocía y estaba acostumbrada a eso. En cambio, Sindria era un lugar extraño para ella y no podía evitar sentir la angustia de presentarse ante lo desconocido. ¿Qué tal si hacía un pésimo trabajo como prometida al Rey Sinbad? ¿Qué tal si la boda se cancelaba? ¿Y si avergonzaba a Kou comportándose como una tonta frente a todos? Tantas cosas podían salir mal y cada una se repetía en su cabeza en escenas desastrosas.

Se lanzó sobre su cama y miró el techado de madera del barco. Sus manos temblaban ligeramente mientras pensaba en su vestido de novia, en lo que debía decir, en la dote que Hakuryuu llevaba en pago por casarse con el hombre de sus sueños. Un mundo nuevo se estaba abriendo para ella y lejos de sentirse emocionada, sólo estaba nerviosa.

Y luego pensó en Judar.

Habían pasado cuatro días en ese barco y ni si quiera la miraba, sino que se dedicaba a pasear de un lado a otro como un pajarito encerrado en una jaula, quejándose a viva voz de lo molesto que era tener que transportarse así y de lo aburrido que estaba. En cualquier otro viaje ya le habría gastado una broma para esa altura, pero por algún motivo, parecía que Judar había decidido que era invisible.

Se sentó sobre el colchón, suspiró y caminó hacia uno de los baúles en donde estaban sus pertenencias. Miró todos los contenidos de ésta recordando su vida en cada objeto, desde el primer adorno de cabello que había recibido al llegar al palacio, hasta un bonito abanico que Kouen le había dado para su cumpleaños. Cada cosa ahí tenía un significado, representaba a alguien que había dejado atrás y un momento en su vida que deseaba atesorar.

Revolvió las cosas con cuidado, tocando y mirando con melancolía, hasta que se topó con su diario y un suspiro se le escapó. Anotaba cosas en éste a veces, cuando la cabeza se le llenaba de pensamientos que consideraba demasiado pesados para cargar ella misma. Entonces, sin saber realmente por qué lo hacía, escribía todo lo que sentía. Abrió, y la primera hoja estaba cargada con emociones hacia su madre y no encajar, anhelar ver a sus hermanos cerca, sentir afecto, encontrar un amigo. ¿Sería su vida en Sindria de la misma manera? No lo sabía. Sólo quería creer que Sinbad la iba a amar y que juntos serían felices. ¿Por qué no? Ella lo amaba. Se había enamorado de él desde que lo vio, tan masculino y galante. Sonrió viendo la última hoja de su diario y escribió.

Todo saldrá bien.

Y luego pensó, ¿Para qué necesitaba algo que le recordase sus momentos más tristes si iba a ser muy feliz en Sindria? Tomó el diario y decidió que ya no lo necesitaba. Pero, tampoco podía conservarlo por ahí. Había muchas cosas privadas y pensamientos secretos en él.

Con la noche protegiéndola, caminó hasta la cubierta del barco y se paró mirando desde la borda hacia el mar. Se sentía cómoda en el agua por algún motivo, como si tuviese la capacidad de alejar cada uno de los pensamientos que la agobiaban como si flotaran lejos de ella. Así nada más, sonrió y lanzó el diario hacia el agua.

―¡Auch!

Su corazón se heló al escuchar ese sonido. Sabía perfectamente a quien le pertenecía esa quejumbrosa y somnolienta voz.

―¿Quién rayos arroja cosas al mar a esta hora de la noche? ―se quejó Judar, flotando mientras se sostenía el rostro, como si el diario le hubiese caído en la nariz―. Claro. Debí suponerlo ―dijo, cuando sus ojos se encontraron―. ¿Quién más sería tan torpe y estúpida como para arrojar basura por la borda? ¿Es que no tienes nada mejor que hacer que molestarme mientras intento dormir?

Una parte de su corazón se alegró cuando lo escuchó quejarse. ¿Por qué? No lo sabía. Se sentía familiar empezar una discusión entre ellos y su corazón se sentía en casa.

―¡Tú debiste ver donde dormías! ―le dijo mientras lo observaba sobarse la frente.

―¿Por qué vendrías a lanzar cosas por la borda a esta hora de cualquier forma? ―gruñó Judar mientras tomaba el diario que había caído en su cabeza―. ¿Qué es esto? ―el corazón de Kougyoku pareció saltarse un latido ante la idea de que las manos de Judar si quiera tocaran algo tan personal.

―No es nada ―dijo palideciendo―. Devuélvemelo.

―¿Un libro? ¿Acaso podrías ser más patética? ¿Qué tipo de persona lee en un barco con todo este movimiento ―Judar lo miró extrañado y cuando lo abrió para ver qué decía lo comprendió―. ¿Tu diario de vida? ―rió mientras se volteaba rápidamente y abría la primera página leyendo en voz alta. Kougyoku de inmediato intento alcanzarlo desde atrás―. Bla bla bla, hoy es mi primer día en el Palacio y... bla bla bla... aburrido... lloriqueos... soy tan inútil... bla bla bla entrenaré más esgrima para que mis hermanos se sientan orgullosos de mí... bla bla bla... bla bla bla... aburrido... aburrido... ―movía las páginas con rapidez. Judar era un Magi, sus ojos no funcionaban igual que el resto―. Bla bla, Kouen no debería dejar que...

―¡Basta! ―exclamó ella suplicante―. ¡Eso es privado!

―¿Por qué alguien escribe todo lo que hace en el día? Digo, ¿Quién podría querer saber lo que haces? ―dijo con extrañeza, como si en su mente Kougyoku fuese lo más predecible del mundo y leerla en la vida real fuese más fácil que leer su diario―. ¿Por qué estás tan nerviosa?

―N-no lo estoy.

―¿Hay algún secreto tuyo aquí? ―Judar sonrió divertido, aunque luego lo pensó mejor―. ¿Por qué alguien se interesaría en un secreto tuyo? Debe ser de lo más aburrido.

―Claro, son sólo cosas de niña. Por favor, dámelo.

―Tienes la misma cara que pones cuando espías a Kouen y alguien te sorprende haciéndolo ―Kougyoku tragó saliva cuando notó la luz que brillaba en los ojos de Judar―. ¿Dice algo sobre mí esta basura? ―preguntó entre fastidiado y divertido.

―No. Nada ―mintió nerviosa, enrojeciendo. Judar la miró sobre el hombro un momento y creyó que su corazón se iba a detener.

―Oh. Con que lo dice ―susurró suavemente mientras una astuta sonrisa se formaba en sus labios―. ¿Qué dice?

―¡Dámelo! ―le exigió Kougyoku intentando agarrarlo pero Judar se movió más rápido haciéndola perder el equilibrio y darse de rostro en el suelo.

―Dime en qué página habla de mí así no tengo que leerlo todo ―Judar movía las páginas y cambiaba de rostro desde divertido, a irritado, a curioso―. ¿En serio sangrar por ese lugar es tan desagradable? Nunca me lo imaginé. Digo, siempre pensé que era asqueroso, pero no creí que...

―Por favor, por favor devuélvemelo ―le suplicó, mortificada, sentada en el suelo con los ojos llenos de lágrimas. Judar comenzó a flotar en el aire, sentado, con las piernas cruzadas, evitando de ese modo que ella pudiese alcanzarlo mientras leía. Torturar a Kougyoku era una de sus actividades favoritas y ya que ella había llegado a él...

―¿Escribiste sobre la vez que te hice bañar en una tina llena de cerdos porque pensaste que era un buen tratamiento de belleza? Ay que estúpida ―Judar rió con fuerza―. ¿O la vez que te corté el cabello mientras dormías? Eso fue muy gracioso. Oh, mira, aquí está esa vez que nos escapamos juntos a la ciudad.

―Judar, por favor. Es privado ―le suplicó una última vez. Judar la miró fijamente como si lo estuviese considerado y luego le dio un mordisco a su melocotón sin importarle demasiado lo que ella le pedía.

―Tengo bastante tiempo que matar hasta que lleguemos a tu nuevo hogar. Es tu culpa que esté en este maldito barco de cualquier forma, así que me lo cobraré leyendo tus pequeños secretos.

Entonces pensó que debía atacarlo. Si usaba a Vynea, quizás... podría flotar para intentar alcanzarlo. Pero justo cuando estaba por agarrar su aguja de cabello, Judar la miró seriamente.

―Si peleamos por el diario, hundiré el barco ―le advirtió―. Yo no tengo problema conque algo así ocurra, puedo flotar... pero... no así el resto.

―¡Ojala te ahogues con ese durazno! ―gritó Kougyoku corriendo de vuelta a su camarote. No quería ver el rostro triunfante de Judar cuando leyese lo que ella había escrito sobre su primer beso.

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El golpeteo en la puerta no cesaba. Miró en esa dirección con algo de pánico, tal como se había sentido todo el día escondida en su camarote. ¿Por qué tenían que estar en un barco? Si hubiese sido en el Palacio se habría podido esconder de él con facilidad, pero ahí, era casi imposible.

―Déjame en paz, Judar ―le dijo, pues sabía que era él. La idea de que fuese él la mortificaba y se había escondido bajo las sábanas todo el día. Pero el golpeteo fue insistente. Tres golpes. Sabía que no iba a irse. Quizás era mejor tener que afrontarlo ahora y no luego. Se puso de pie y abrió la puerta de su camarote―. ¿Qué quieres?

―¿Qué carajos tenías en la cabeza cuando escribiste esa estupidez? ―Judar la miraba fijamente, serio. Muy serio. Estaba fastidiado. Enojado. Sus ojos tenían ese tinte rojizo amenazador. El ruhk se sentía pesado a su alrededor―. Habla.

―¡Era privado! ¡Nunca pensé que lo ibas a leer!

―No tenías derecho alguno de escribir esas tonterías sobre algo tan... tan insignificante y...

―Y asqueroso.

―¿Asqueroso? ―preguntó arrastrando las palabras con rabia.

―Muy asqueroso ―respondió ella lentamente, con el orgullo ofendido.

―¿Entonces por qué escribiste esto? ―le arrojó el diario como si fuese basura, a sus pies-.¿Qué pasa contigo?

―¿Conmigo? –exclamó, por fin podría decirle todo lo que pensaba sobre lo que le había hecho y todo lo que había dado vueltas en su cabeza desde ese momento―. ¡Tú me besaste! ¡Tú! ―Judar se quedó callado, observándola con cuidado-. Fuiste y lo hiciste como si...

―¿Y qué si te besé? ―exclamó molesto, interrumpiéndola antes de que dijera algo que ninguno de ellos quería escuchar―. No parabas de hablar y hablar ―nunca lo había visto así, era como si él mismo quisiera justificar lo que ella había intentado describir―. Y tú vas y escribes esto. ¿Esto? ―Kougyoku estaba mortificada, porque sabía lo que venía. Él no estaba molesto por el beso sino por lo que había descrito de éste―. ¿Labios dulces? ¿Sabor a melocotón? ¿Corazón acelerándose? ¿No poder dormir? ¿Pensaste en eso toda la noche? ¡Mierda Kougyoku! Suena como si...

―¡Ya cállate Judar! ―si lo decía, lo odiaría por siempre.

―...estuvieses enamorada algo igual de estúpido ―Kougyoku lo observó desesperada, pero en silencio y un gesto igual de grave apareció en Judar, mientras su voz se volvía de furiosa a asustada―. ¿Lo estás? ¿Por qué te casarías con ese Rey estúpido si tú...?

―Nadie, nunca, se podría enamorar de ti ―arrastró mientras se le llenaban los ojos de lágrimas, intentando soportar lo humillada que se sentía en ese preciso instante por la indiferencia de Judar hacia sus sentimientos―. Yo amo a Sinbad-sama.

Pareció que Judar tomaba dichas palabras de peor forma que la bofetada que le había dado por besarla

―Bien ―dijo, cortante.

―Bien ―repitió ella ofendida.

―¡Bien! ―exclamó Judar dándose la vuelta y abandonándola.

―¡Bien! ―respondió la joven, cerrando su puerta de golpe.