Disclaimer: Todo lo que aparece en el fic es de Rowling, incluidas sus contradicciones.

¡Muchísimas gracias por las lecturas y los comentarios!


La generación de la guerra

Tras cepillarse los dientes, Harry se puso el pijama y se metió en la cama. Draco seguía sentado en la ventana en la misma posición en la que lo había dejado. Dudó sobre si darle las buenas noches. No quería incomodarlo, pero tampoco ofenderlo y tampoco tenía claro que estaba pasando exactamente entre ellos y qué esperaba Draco que hiciese y qué no. Se tumbó de lado, en dirección hacia él, aprovechando que Draco no estaba mirando en su dirección para observarle.

Tenía una sensación extraña en el pecho tras tener esa conversación con él. Si el día anterior, cuando Draco había entrado en la habitación tirando su mochila al suelo, le hubiesen dicho que menos de cuarenta y ocho horas después iban a sentarse a hablar como dos personas civilizadas sobre sus circunstancias personales, se habría reído como un loco. Sin embargo, ahí estaban. Compartiendo cuarto como los dos antiguos conocidos que eran y dejando a un lado sus diferencias. A pesar de las tensiones, de los malentendidos… Harry suspiró satisfecho, pensando que algo que se sentía tan bien no podía estar mal, reforzando su decisión de intentar dejar atrás el pasado de la guerra. Como Hermione había dicho, era hora de mirar hacia adelante.

Ni siquiera le estaba pareciendo especialmente difícil. Quizá más al principio, pero cada vez se veía mejor capacitado para lidiar con los conflictos que pudiesen surgir. Comprender cómo se sentía Draco había sido determinante para ello. Repasó mentalmente la conversación que acababan de tener, sobre todo las últimas palabras de Draco sobre su costumbre de coger lo que tenía a su alcance sin pensar. Para él había sido duro no tener nada, pero se había acostumbrado rápidamente a disponer de su propio dinero. Para Draco debía haber sido más difícil porque perder siempre era peor que ganar. Y Draco había perdido mucho.

También había ayudado que Draco se disculpase y admitiese poder estar equivocado. Por lo que le conocía, Harry sabía que no le debía de resultar fácil hacerlo. Nunca le había oído admitir estar equivocado o tener una debilidad, ni siquiera en aquel pasillo mientras espiaba su conversación con Snape. Suponía que se debía al ambiente generado tras la actividad en la sala común. Debía ser verdad que eran juegos que ayudaban a establecer confianza y relaciones en el grupo. El hormigueo del estómago se intensificó.

Harry respiró profundamente, como había aprendido a hacer para relajarse y conciliar mejor el sueño. Fue consciente de que Draco se había levantado silenciosamente en algún momento y entrado en el cuarto de baño. Salió unos minutos más tarde intentando hacer el mínimo ruido posible, caminando con los pies descalzos. Un recuerdo de Draco en la sala común diciendo que le gustaba andar así se abrió paso difusamente en su cabeza. Entreabrió los ojos, intentando separar el sueño de la realidad a tiempo de ver cómo Draco deshacía la cama para coger la almohada y, abriendo con cuidado de no hacer sonido alguno, salía del dormitorio con ella abrazada. Harry se despejó inmediatamente, incorporándose en la cama con brusquedad. Tanteó en busca de las gafas que había dejado encima de la mesita de noche y se las puso.

Encendió la luz y se frotó los ojos por debajo de los cristales, intentando comprender. Se levantó y abrió su baúl rebuscando hasta encontrar el Mapa del Merodeador, intrigado por el comportamiento de Draco. Lo puso encima de la cama, lo tocó con la varita y, con una mezcla de culpabilidad y nostalgia por todas las veces que había hecho lo mismo el último curso que asistió a Hogwarts, pronunció las palabras:

—Juro solemnemente que mis intenciones no son buenas. —El mapa se desplegó. Las líneas se trazaron sobre el pergamino, extendiéndose como largos caminos de tinta negra—. Busca a Draco Malfoy.

Había averiguado que si preguntaba al mapa por alguien en concreto este lo buscaba automáticamente. El mapa se centró en el área que rodeaba al ala este del castillo. Durante casi un minuto, las líneas se emborronaron, intentando reorganizarse, moviéndose con pequeños latigazos por el lienzo. Se mordió el labio en un rictus de duda, dándose cuenta que probablemente McGonagall había reformado aquella zona después de la batalla para repararla y preparar los dormitorios que iba a acoger. Se preguntó si el mapa tendría suficiente magia como para poder adaptarse y reflejar el estado actual del castillo.

Poco a poco el mapa se fue aclarando y Harry vio dibujado el dormitorio de Morag y Hermione, con una pequeña etiqueta con el nombre de esta última junto al mismo escritorio que tenía él en la suya. Apareció su propia etiqueta entre las dos camas del dormitorio. El resto se fue rellenando despacio. Harry sonrió orgulloso al ver la capacidad mágica del mapa. Su padre y sus amigos habían sido unos genios. Las líneas empezaron a dibujar la sala común y la etiqueta de Draco Malfoy marcó su presencia en ella flotando enfrente de la chimenea. Frunció el ceño, sin comprender qué hacía ahí.

—Todavía no es demasiado tarde, quizá esté leyendo o algo y no ha querido encender la luz de la habitación para no molestarme —se le ocurrió.

Su psicólogo le había insistido hasta la saciedad en que la mayoría de los motivos de las personas solían ser anodinos a pesar de que la mente de uno tendía a ponerse en lo peor y Harry no estaba muy dispuesto a retomar su permanente actitud de sospecha hacia las acciones de Draco. Se daba cuenta de lo agotador que había sido observar con lupa todas sus acciones durante los años de atrás. Satisfecha su curiosidad, tocó el pergamino con la varita pronunciando las palabras que lo desactivaba, dejó ambas cosas en la mesita junto con las gafas, golpeó la almohada para mullirla como a él le gustaba, se giró de cara a la ventana, cerró los ojos y se durmió en un sueño ligero e intermitente.

Se desveló varias veces a lo largo de la noche, mezclando retazos de la conversación que había mantenido con Draco con la que había tenido con Ginny. Se despertó bruscamente unas horas después, incapaz de recordar exactamente qué era lo que le había desvelado, tardando unos minutos en darse cuenta de que estaba en el nuevo dormitorio de Hogwarts y no en el cuarto de Sirius de Grimmauld Place. Todavía inseguro de qué era la realidad y qué fantasía, dedicó varios minutos a respirar profundamente e intentar separar en su mente los recuerdos del sueño.

Preocupado, Harry se giró hacia la cama de Draco para comprobar que no lo había despertado, pero esta seguía vacía, exactamente igual que el chico la había dejado tras coger la almohada. Frunció el ceño y miró el reloj, comprobando que eran las tres de la mañana. Cogió la varita de la mesita de noche.

Lumos —susurró. La tenue luz de la varita llenó de penumbras el dormitorio. Se puso las gafas y volvió a recitar las palabras que activaban el mapa—. Busca a Draco Malfoy. —El mapa tardó menos tiempo en dibujar las líneas de esa parte del castillo esta vez. La sala común apareció y la etiqueta de Draco Malfoy flotó exactamente en el mismo sitio que antes—. Vale, esto sí que es extraño.

Paseó por la habitación, dudando. Recordaba lo que había ocurrido en sexto, cuando le había dado por buscarlo y seguirlo por todo el castillo hasta que la situación desembocó en una pelea en la que casi lo había matado. Otro ramalazo de culpabilidad le invadió el cuerpo. No obstante, la curiosidad pudo más que la prudencia y acabó tirando el mapa encima de la cama y rebuscando de nuevo en el baúl hasta encontrar la capa de invisibilidad. Se la puso sobre los hombros y salió al pasillo.

Descalzo como estaba, atravesó el suelo helado hasta la puerta entreabierta de la sala común. Con un hechizo no verbal para no hacer ningún ruido la abrió un poco más, lo suficiente para poder deslizarse dentro. La sala estaba a oscuras y bastante fría. Se acercó a la chimenea. En el sofá más largo estaba Draco acurrucado en posición fetal. Dos trozos de pergamino encima de su cuerpo le indicaron que Draco había utilizado las mantas transformadas por Morag un par de noches antes, pero que la magia que las mantenía así se había agotado en algún momento de la noche. Apoyaba la cabeza en uno de los cojines de Harry, que aún conservaban su forma.

«Has dormido aquí anoche también, ¿verdad, Draco?», pensó Harry, haciendo una mueca de desagrado. «Por eso por la mañana la cama estaba vacía y cuando salí de la ducha estabas en el cuarto recién levantado. Pero… ¿por qué? ¿Por qué, Draco?»

Se acercó más a él. Con cuidado, casi sin tocarle, le rozó el hombro con la mano. Draco se estremeció. Tiritaba de frío, Harry podía notar a través de la tela del pijama que estaba congelado. Sin pensarlo, empezó a realizar hechizos calentadores con la máxima potencia que pudo para que el calor durara lo más posible. Avivó el fuego de la chimenea y transformó de nuevo los dos trozos de pergamino en mantas, imprimiéndoles toda la fuerza mágica que pudo. Se sintió tentado a añadir un par de mantas más, pero creyó que si lo hacía seguramente Draco se daría cuenta que tenía más mantas encima que cuando se acostó al dormir. Rezó porque no se percatase de que los colores de las mantas de Harry eran verdes mientras que las mantas que Morag había transformado habían tenido cuadros escoceses.

—¡No! —Harry dio un salto hacia atrás al oír a Draco hablar a media voz, asegurándose de seguir completamente cubierto por la capa—. ¡No, por favor!

—¿Draco? —musitó Harry lo más bajo que pudo, sospechando que no estaba despierto.

—¡No! —La exclamación de angustia de Draco le hizo dar otro respingo—. No, por favor…

«Pesadillas», entendió. Sentándose en el suelo cerca de la chimenea, esperó a cerciorarse de que dejaba de temblar de frío. La pesadilla, que había perlado la frente de Draco de sudor, parecía haber pasado y este respiraba más tranquilamente. Esperó un rato más, contemplándole dormir a la luz crepitante de la chimenea.

Paseó la mirada por el entrecejo de Draco, aún fruncido con disgusto, la nariz recta, los labios crispados y las mejillas ahora cubiertas por un ligero sonrojo gracias a los hechizos calentadores. La posición del cuerpo se había relajado un poco al entrar en calor y tenía un aire desvalido que despertó un sentimiento protector en el interior de Harry, que se preguntó de nuevo por qué dormía Draco allí en lugar de en el dormitorio.

Sabía que no podía ser por él. La noche anterior lo habría entendido, pero ahora parecía que habían llegado a un término cordial no tenía sentido que se comportase así. Cavilaba sobre ello cuando Draco empezó a agitarse otra vez. Murmurando cosas inteligibles, se revolvió de nuevo bajo las mantas, inquieto. La frente empezó a perlársele de sudor de nuevo. Harry se levantó y se acercó a él, dispuesto a despertarlo. Draco frunció el labio superior con terror, con el surco naso labial cubierto de gotitas de sudor también.

Volvió a tocarle el hombro con la intención de sacudirle para despertarle sin sobresaltarle ni delatarse. Nada más sentir el roce, antes de que pudiese hacerlo, Draco le sujetó la muñeca con un agarre firme. Harry se asustó, pensando que se habría despertado, pero Draco seguía murmurando negativas salpicadas de oraciones incomprensibles. Con la mano libre, Harry intentó separar los dedos de Draco de su muñeca, pero este se lo impidió soltando la muñeca y aferrándose a su mano, estrujándola y apretándola contra el pecho con tanta fuerza que le hacía daño. Harry se quedó perplejo, pero dejó de intentar zafarse de su agarre cuando notó que se tranquilizaba. Poco a poco, Draco fue relajando el cuerpo y también la fuerza con la que se sujetaba.

Con un suspiro resignado, Harry se volvió a acomodar en el suelo, apoyando la espalda contra el sofá en una postura incómoda, intentando no forzar que la mano de Draco se soltase o despertarle, dispuesto a quedarse allí mientras Draco se sintiese consolado dentro de su pesadilla. Un par de horas después, la mano de Draco se había aflojado lo suficiente para poder zafarse de ella. Renovando el hechizo de calentamiento y confuso por lo que había ocurrido, Harry se levantó, se estiró en silencio y salió sin hacer ruido de la sala común, cayendo rendido de sueño en la cama según la tocó.

A la mañana siguiente, despertó con el ruido de la ducha. Se frotó los ojos, recordando los acontecimientos de la noche anterior en retazos confusos. Tumbado en la cama, esperó a que Draco saliese del baño para levantarse y asearse mientras aclaraba sus recuerdos. Sentía el cuerpo agarrotado por haber estado despierto hasta tan tarde sentado en una posición tan incómoda.

—Buenos días —le saludó Draco amablemente al salir con en una toalla blanca firmemente envuelta alrededor de las caderas.

—Buenos días a ti también —le correspondió Harry, alegrándose de que hubiese sido Draco quien tomase la iniciativa en saludarle, desterrando la fría y muda cortesía del día anterior. Dudó sobre si hablarle de que le había visto dormir en la sala común—. ¿Qué tal has dormido?

Draco le miró mostrando desconcierto en la cara. Harry pensó por un momento que quizá había excedido la confianza que habían empezado a concederse el uno al otro al tratarle con esa familiaridad.

—Bien, gracias —respondió Draco, no obstante, con un asentimiento de cabeza cortés.

Mientras entraba al baño para ducharse, Harry pensó que ojalá esa confianza fuese lo suficientemente amplia como para que Draco acabase durmiendo en el cuarto y no en la sala común. Poniéndose bajo la ducha, apartó a Draco de sus pensamientos y se dispuso a disfrutar durante un buen rato del chorro de agua caliente sobre sus músculos entumecidos, relajándolos.

Una hora después, se apresuraba a llegar al aula de Pociones tras desayunar a toda prisa. No había mirado el reloj cuando se había levantado y se había entretenido demasiado en el baño. Hermione había bajado al Gran Comedor sin él al informarle Draco de que todavía no había salido de la ducha. Cuando llegó a la mesa, todos estaban terminando de comer y Harry tuvo que apresurarse para terminar a tiempo de no llegar tarde a clase. Al entrar en el aula de las mazmorras que les habían reservado para Pociones, Slughorn ya estaba dentro, hablando animadamente.

—¡Harry! —le saludó Slughorn con tono festivo—. ¡Al fin has llegado! Justo estaba preguntando a la señorita Granger sobre ti.

—Lo siento, profesor, llegué tarde al desayuno —se excusó Harry, incómodo por la adulación que destilaba el tono de Slughorn.

—No importa, no importa. ¡Qué sería de nosotros si no fuésemos un poco indulgentes los primeros días, ¿verdad? —Harry asintió, incómodo, echando un vistazo al aula y buscando un sitio libre.

Como en la del día anterior, había diez mesas colocadas por parejas, con su correspondiente fila de calderos en el espacio libre que quedaba en el aula. Draco y Hermione estaban sentados juntos en la última fila. Se preguntó quién habría llegado primero y si habría sido iniciativa de Draco sentarse allí o de Hermione. En cualquier caso, se alegraba. La chica le miraba con censura por el retraso, pero Draco tenía los ojos fijos en el tablero de la mesa y no levantó la mirada.

—Hay algún sitio aquí si quieres sentarte, Harry —le ofreció Slughorn con una enorme sonrisa, señalándole los dos pupitres de la primera fila.

Harry caminó hasta allí y, con decisión, cogió una de las dos mesas y la llevó hasta el final de la clase, poniéndola al lado de la de Draco.

—Si no le importa, en las otras clases nos hemos sentado así, profesor. —Esbozó una sonrisa cortés mientras volvía a por la silla para llevarla junto a la mesa. Slughorn mudó la sonrisa a una mueca de desconcierto.

Se dejó caer en la silla junto a Draco, igual que el día anterior. Slughorn comenzó a explicar el programa que iba a seguir durante el trimestre, como habían hecho los demás profesores el día anterior.

«Granger se sentó aquí, no pretendía quitarte el sitio». La nota de Draco apareció en su campo visual unos segundos después.

«No me has quitado el sitio. Está bien así para mí».

«Quien no parece muy contento es Slughorn».

Harry se fijó de nuevo en que Draco no necesitaba mover el papel para escribir en él, haciéndolo con la izquierda y sin prácticamente apartar la vista del frente. Le envidió. A pesar de ser diestro, Harry necesitaba retorcer la muñeca sobre el papel y más que escribir, tallaba las palabras en el papel. A veces, pensaba que era absurdo que los magos no conociesen los lápices y los bolígrafos.

«Sólo está un poco sorprendido, supongo. Se acostumbrará, como todos», refutó Harry, devolviéndole el pergamino.

«Puedo cambiarme en la próxima clase, no quiero ocasionar problemas».

«No seas absurdo».

La clase transcurrió con normalidad. Durante dos horas, Slughorn atacó el temario teórico de la poción multijugos, primera poción del nivel de EXTASIS que comenzarían a preparar aquel curso y que deberían simultanear con otras debido a su largo tiempo de cocción. Al final de la clase, mientras recogían, Slughorn golpeó un montón de papeles encima de su mesa con la varita y estos empezaron a volar hacia los pupitres.

—Me gustaría contar con ustedes este viernes para una pequeña cena de bienvenida —anunció Slughorn con una sonrisa mientras un sobre aterrizaba en cada una de las mesas. Harry cogió el suyo y, sin abrirlo, lo metió dentro de la bandolera—. La directora me ha permitido que podamos quebrar el toque de queda y nos acompañarán algunas alumnas de séptimo curso.

Hermione había hecho como él y había introducido la invitación de Slughorn dentro de uno de los libros sin abrirla. Draco, que ya estaba de pie, arrimó la silla bruscamente a la mesa y salió como un vendaval del aula. Algunos de los demás compañeros sí estaban abriendo y leyendo las invitaciones bajo la complacida mirada del profesor. Hermione salió sin decir nada y Harry se apresuró a seguirla.

—La verdad es que considero que Slughorn ha sido un maleducado —protestó Hermione, malhumorada, una vez en el pasillo.

—¿Qué? ¿Por qué lo dices?

—¿No lo has visto? Ha ignorado a Draco deliberadamente.

—¿Cómo? —Harry frunció el ceño, intentando recordar cuándo había ocurrido. La actitud del profesor durante toda la clase, lisonjera y aduladora tanto como él como Neville o Dean, le había molestado un poco, pero no había prestado demasiada atención, demasiado cansado.

—Tú no habías llegado —le contó Hermione—. Al principio de la clase nos ha saludado a todos y se ha interesado por nosotros, menos a Draco. Tampoco le ha gustado nada que nos hayamos sentado juntos, a mí también me ha insistido en que podía ocupar la primera fila.

—Draco también ha dicho que Slughorn no parecía contento.

—¿Cuándo habéis hablado? —preguntó Hermione extrañada.

—Me pasó una nota durante la clase. —Su amiga levantó una ceja, divertida—. Se ofreció a cambiarse de sitio por eso, que Slughorn no estaba muy conforme.

—¿Y tú qué le contestaste?

—Que no fuese absurdo. —Vio que Hermione abría la boca y la interrumpió antes de que pudiera decir nada más—: Hablamos del tema ayer también. Además, cuando no se porta como un gilipollas es hasta simpático y tiene sentido del humor. Me gusta sentarme con él, no se lo he dicho como un insulto, sólo era una forma de hablar.

—Yo también creo que es un chico agradable —asintió Hermione. Tras una breve pausa, añadió—: Además, Slughorn no le ha invitado a la fiesta.

—¿No lo ha hecho? —Harry frunció las cejas, disgustado. Hermione negó con la cabeza. Harry intentó recordar cuántos pergaminos habían llegado hasta su fila, pero no había prestado atención—. ¿Por qué?

—Es evidente, ¿no? —resopló Hermione con desdén—. Slughorn sigue queriendo tener su Club de las Eminencias. Todos nosotros somos héroes de guerra, mientras que la situación política de Draco es… cuestionable. No tiene influencia alguna y su apellido está en horas bajas.

—Pero a mí no me parece bien que… —Se interrumpió cuando vio que Hermione giraba en dirección hacia las escaleras móviles que llevaban al cuarto piso de la torre sur—. ¡Oh, olvidé que tú tenías Aritmancia!

—Claro, Harry —contestó Hermione, moviendo la cabeza con condescendencia mientras empezaba a subir las escaleras—. ¡Nos vemos en el almuerzo!

Dándose cuenta que llegaría tarde también a clase de Criaturas Mágicas por haber acompañado a Hermione, echó a correr en dirección a la salida del castillo maldiciéndose por estar tan dormido y retrasarse en todas las clases.

Hagrid no le reprendió tampoco por haber llegado tarde a Cuidado de Criaturas Mágicas. La clase fue sorprendentemente teórica para ser parte de los EXTASIS. Como sólo estaba él de los nueve, la compartía con los Ravenclaw de séptimo año, lo que le agradó, pues pudo emparejarse con Luna. Le había cogido mucho cariño a la chica y desde el final de la guerra apenas había podido hablar con ella. Al final de la clase se dirigieron juntos al Gran Comedor para almorzar.

—¿Cómo has estado, Harry? —preguntó Luna cuando emprendieron el camino que llevaba a la entrada del castillo.

—¿Eh? Bien, supongo.

—Me alegra escucharlo. Yo he tenido problemas para dormir, ¿tú no?

—Bueno, es normal, supongo. —Harry también había tenido un periodo de desvelo continuo tras la batalla. Las pesadillas habían poblado su sueño y el psicólogo no entendía por qué el cuerpo de Harry estaba en constante alerta. No poder hablarle de la guerra era un hándicap. No obstante, la terapia poco a poco había funcionado; pero todavía había ocasiones en las que, como la noche anterior; se desvelaba con sueños incómodos que no luego apenas recordaba—. Hace apenas unos meses de la Batalla de Hogwarts, todos tenemos derecho a estar un poco traumatizados todavía. Quizá tú más que nadie.

—Parece que a algunas personas no les afectó tanto —dijo Luna encogiéndose de hombros—. Yo he empezado a tomar una poción para dormir sin soñar, pero hace que no me concentre bien por el día —agregó apenada.

—Yo no tomo nada, pero me parece buena idea. No se me ocurrió visitar a un sanador, lidiar con pesadillas ha sido mí día a día desde que tengo recuerdo —dijo Harry. En un ataque de sinceridad, continuó—: Pero sí he visitado a un terapeuta muggle durante estos meses de atrás. Me dio algunos consejos muy útiles.

—Quizá debería probar yo también.

Harry estuvo a punto de explicarle que había abandonado la terapia en parte por regresar a Hogwarts y por otro lado por lo difícil que era sincerarse con un muggle que desconocía la magia, pero se contuvo, razonando que quizá a otras personas sí podría serles útil desahogarse también. No añadió nada más y siguieron caminando en un silencio amistoso y cómodo. Traspasaron las puertas del Gran Comedor y antes de separarse Luna se despidió de él apretándole ligeramente la mano.

—Al menos nosotros ganamos la guerra —dijo Luna, sonriendo con tristeza y dirigiéndose a la mesa de Ravenclaw. Harry se sentó en su mesa mirando un momento a su alrededor.

«La generación de la guerra», pensó con ironía. «Muchas de las personas presentes en esta sala somos una generación que nació durante una guerra, creció en un frágil y prejuicioso periodo entre guerras y que han vivido una segunda guerra. Lo raro es que no estemos como cabras».

Ernie y Justin le saludaron. Ya tenían los platos llenos de comida, así que habían llegado un rato antes. Mirando su reloj, Harry se dio cuenta que era temprano, Hagrid había terminado la clase pronto y por eso faltaban los demás. Encogiéndose de hombros, comenzó a servirse la comida. Poco a poco comenzó a llegar el resto. Tácitamente, se fueron colocando dejando los dos sitios adyacentes a Harry libres, sentándose todavía como el primer día. Hermione no tardó en dejarse caer a su derecha con aspecto cansado.

—Hola, Harry —saludó, sirviéndose costillas asadas y puré de patatas—. ¿Cómo te ha ido?

—Tranquilo. Hagrid no nos ha presentado a ningún nundu, que era mi mayor temor para la primera clase —bromeó Harry, consiguiendo sacar una sonrisa sincera a Hermione—. ¿Qué tal tú?

—Una clase intensa pero interesante. Vector nos ha apretado las tuercas desde el principio. Todos los alumnos en esa clase tenemos cierto retraso en el temario y quiere recuperar el tiempo perdido.

—¿Con quién te ha tocado?

—Había alumnos de séptimo de todas las casas además de Draco y yo.

—¡Oh! —exclamó Harry, mirando el asiento vacío a su izquierda.

—Salió antes que yo del aula —dijo Hermione frunciendo el ceño y respondiendo a la pregunta que Harry no había formulado—. Me he sentado a su lado también, claro, pero no hemos hablado. Ha salido disparado al terminar, como ha hecho en Pociones.

—Quizá no tenía hambre —supuso Harry, sintiendo un peso en el estómago.

No sabría decir por qué, pero creía que era muy probable que Draco estuviese molesto. Se atrevía incluso a asegurar que la actitud de Slughorn esa mañana había tenido mucho que ver. Pensando en la invitación que el profesor les había extendido a todos esa mañana menos a Draco, carraspeó para llamar la atención de sus compañeros de mesa.

—¿Qué ocurre, Harry? —preguntó Dean con curiosidad. El resto fueron enmudeciendo poco a poco. Harry esperó, porque no quería alzar el tono de voz y llamar la atención de otros alumnos o del profesorado.

—¿Habéis abierto el sobre que nos ha dado Slughorn esta mañana? —La mayoría asintió y el resto puso cara de haberse olvidado de ello. Neville rebuscó en su mochila para sacarlo y empezó a abrirlo—. Yo no lo he leído y no sé dónde lo he puesto. ¿Podríais decirme qué pone exactamente?

—Era una invitación a una fiesta, básicamente lo que ha dicho en clase —explicó Michael.

—Estimado señor Longbottom —leyó Neville en voz alta—. Me complace invitarle a usted y al acompañante que desee a una cena el próximo viernes… pone la fecha y hora… en uno de los salones de pociones… y que le agradará mucho contar con nuestra compañía y que seguramente encontremos muy estimulante el encuentro… Lo mismo que hace dos años, básicamente.

—¿Hace dos años? —pregunto Morag con curiosidad.

—A Slughorn le gusta rodearse de alumnos que él cree talentosos o bien conectados en algo que llama El Club de las Eminencias. Pretende así hacer contactos para el futuro. Tiene toda una red de personas en puestos influyentes que pertenecieron a ese club —explicó Hermione.

—Vaya… ¿Por qué nos querrá a nosotros? No somos… nadie. —Justin frunció el ceño.

—Bueno… somos la generación que peleó contra Voldemort, ¿no? —dijo Ernie.

—Peleó y lo venció —recordó Dean—. Tenemos méritos más que de sobras. A todos o casi todos nos conoce toda la sociedad mágica o nuestra historia ha salido en El Profeta.

—A mí no me gusta —sentenció Neville antes de que el resto, que estaba emocionándose, interviniese—. Ya estuve en una de esas reuniones, con Harry y Hermione. Slughorn va examinando a cada uno, intentando ver qué puede sacar de ellos en un futuro y descartando a aquellos que no le interesan. A mí no volvió a invitarme tras la primera reunión y ahora sí quiere volver a contar conmigo.

—Es cierto —asintió Hermione—. Es desagradable, hipócrita e interesado.

—¿Insinúas que no debemos ir? —preguntó Michael entrecerrando los ojos—. Porque vas lista si crees que no voy a aprovechar una oportunidad de hacer contactos.

—No insinúo nada, Michael —le tranquilizó Hermione—. Sólo confirmaba lo que Neville ha dicho. Ni siquiera estoy segura de que debamos rechazar la invitación. Quiero decir, es un profesor, ¿no?

—Un momento. ¿Por qué estamos valorando la opción de rechazar una invitación a una fiesta? —interrumpió Ernie, muy serio—. Michael tiene razón. Si invita a gente influyente y Slughorn conoce a personas famosas, es una oportunidad magnífica para hacer contactos para nuestro futuro laboral.

—Yo no voy a ir —dijo Harry, provocando que todos le mirasen—. Cada uno que haga lo que quiera, sólo quería saber qué ponía en la carta —explicó con voz cautelosa—. De verdad que ni siquiera sé dónde he metido la mía. Pero no voy a ir, sea o no un profesor.

—¿Por qué? —preguntó Dean con sorpresa—. Es una fiesta, Harry. Vayamos, comamos gratis y divirtámonos. ¿Qué más da?

—Neville tiene razón —continuó Harry haciendo caso omiso a Dean. Se dio cuenta que Michael fruncía el ceño, pero no le importó—. Slughorn le trató fatal hace dos años, lo recuerdo perfectamente. No sólo a él, a Belby también, ¿recordáis? —Neville y Hermione asintieron—. Sólo quiere relacionarse con gente famosa o con talento excepcional, como un director de periódico, una jugadora de quidditch o, por qué no, un futuro señor tenebroso. Al resto, si no le sirven, los desecha como pañuelos usados.

—Nosotros no somos famosos, Harry —dijo Justin con gesto pensativo—. Hermione, Neville, Weasley o tú lo sois. Lovegood, incluso la hermana de Weasley. Héroes de guerra. Nosotros en cambio no somos nadie. Sí, El Profeta ha contado algunas historias, como las de Dean en el exilio o la de Michael en Hogwarts como ejemplos de superación, pero dudo que nadie les reconociese por la calle.

—Por eso mismo tenemos que aprovechar la oportunidad que tenemos delante —defendió Michael, despertando asentimientos en Morag y Ernie—. No todos tendremos un camino de rosas cuando salgamos de aquí ni nos recordarán por haber plantado cara a los Carrow, aunque lo hiciésemos.

—Tenéis razón los dos. Vosotros también estuvisteis ahí. Huisteis de Voldemort, resististeis en Hogwarts el año pasado, participasteis en la última batalla… pero seguramente serán hazañas olvidadas. Probablemente el único que acabe saliendo en los libros de historia sea Harry, no os engañéis. —Un resoplido de risa sarcástico recorrió la mesa—. Pero no olvidéis que todos hemos vuelto a Hogwarts a estudiar. Acabaremos siendo los únicos graduados de nuestra promoción y Slughorn lo sabe. Eso tiene valor, al menos desde su punto de vista —razonó Hermione.

—La generación de la guerra —musitó Harry, recordando lo que había pensado al sentarse. La conversación estaba tan animada que todos parecían haber olvidado continuar comiendo—. Somos la generación de la guerra y Slughorn lo sabe. Me sorprendería que personas como Luna o Ginny no estén invitadas también.

—Lo averiguo en un momento —dijo Dean levantándose y caminando con paso firme hacia la mesa de Ravenclaw.

—Vale, de acuerdo —concedió Morag con un ademán—. Entiendo vuestro punto. Es posible que tengáis razón. Pero sigo sin verle las ventajas de no asistir a una fiesta así. Michael tiene razón —insistió, tal como había hecho Ernie antes.

—No os estoy pidiendo que no asistáis —negó Harry, meneando con la cabeza—. Siento si he dado a entender lo contrario. Sólo digo que yo no lo haré. No me sentí cómodo cuando tuve que asistir en sexto. No me gustó cómo trató a Neville. Y tampoco me parece bien que haya ignorado a Draco y no lo haya invitado.

—¿No ha invitado a Draco? —Justin frunció el ceño, repentinamente serio—. ¿Por eso no está aquí?

—No sé por qué no ha venido a comer. Pero Hermione dice que Slughorn no le ha dado sobre a él al terminar pociones —dijo Harry, apretando los labios con disgusto.

—Efectivamente, tanto Luna como Ginny están invitadas —soltó Dean, volviendo a sentarse en su sitio—. Por lo que me han dicho, hay varias personas de sexto incluidas en la invitación, y también pueden llevar pareja. —Hizo una pequeña pausa antes de añadir—: Ninguna es de Slytherin, según me ha comentado.

—Menudo jefe de casa que se olvida de los suyos —resopló Justin sin poder evitarlo.

—Lo cierto es que puedo entender que no haya invitado a Draco —dijo Ernie, pensativo—. Digamos… que su historial no está limpio.

—No ha sido condenado por el Ministerio —recitó Harry, con el tono de quien ha tenido que decir esas frases en varias ocasiones—. Tampoco sus padres. Sin su madre no habríamos podido ganar la guerra. Y han contribuido a las indemnizaciones de guerra.

—Un momento —pidió Dean—. ¿Tampoco Draco está invitado?

—Según Harry, Slughorn no le ha dado invitación esta mañana —le confirmó Justin.

—En realidad es Hermione quien…

—¡Vaya guarrada! —exclamó Dean, interrumpiéndole.

—Sí, sí lo es —asintió Michael, despertando miradas curiosas en el resto de la mesa—. Vale, Malfoy, quiero decir, Draco no es santo de mi devoción, lo sabéis, pero soy capaz de ver cuándo hay una injusticia. Es por el curso pasado —confesó tras unos segundos de silencio, bajando la mirada—. Fui torturado varias veces por orden de esos hijos de puta. En una ocasión, por ponerme delante de unos niños de once años para impedir que les maldijesen. Él no estaba, claro, no vino a Hogwarts, pero sí estaban sus amigos, los que siempre le acompañaban. Supongo que me cuesta olvidar que fueron los suyos quienes me hicieron daño. Simplemente no puedo evitar recordarlo.

—Fuiste un valiente, Michael —le consoló Morag.

—Sí —asintió Harry, sintiendo simpatía por Michael—. No podemos torturarnos por no ser capaces de pasar página. Hemos vivido una guerra y estamos marcados por ella. Cada uno tiene sus tiempos para superarlo. Lo conseguirás algún día, Michael. Y creo que vas por buen camino si has sido capaz de decírnoslo.

—Perdona si te has sentido forzado, Michael —dijo Dean—. Tampoco es fácil para mí, pero supongo que cada uno lo procesamos de una manera diferente. En mi caso, creo que me ayuda saber que Draco fue una víctima como nosotros. Cuando nos atraparon en su casa le vi tan acorralado como lo estaba yo, ya os lo conté.

—Así es. —Hermione habló con un hilo de voz. Había bajado la cabeza y Harry estaba seguro de que estaba rememorando el episodio de Malfoy Manor.

—Lo sé. Mi cerebro lo sabe —dijo Michael con voz triste—. Por eso sé que es una guarrada lo que ha hecho Slughorn no invitándolo.

—Decir eso te honra, cariño —le dijo Morag, antes de abrazarle por los hombros y darle un beso amistoso en la sien—. Sé qué haces lo que puedes.

—Estás muy callado, Neville. —Dean codeó al chico, sentado a su lado, que estaba abstraído.

—Sí, perdón. —Neville levantó la cabeza, con decisión—. Estaba pensando… Cuando he leído la invitación ya había decidido que no iba a ir, por las razones que he dicho antes. Si Slughorn no me quiso cuando no era un símbolo de guerra, que no me quiera ahora. Soy algo más que el tío que mató a la serpiente de Quién-Vosotros-Sabéis. No quiero ser ese chico el resto de mi vida. Quiero ser… Neville. Vivir sin tener presente la guerra todo el tiempo. Como ha dicho Michael, a mí también me duele recordar ciertos episodios, sobre todo del año pasado.

—Bien dicho, tío. —Dean le palmeó la espalda.

—Al margen de eso, os estaba escuchando —continuó hablando— y pensando en lo que decíais de Draco. Yo he sufrido a sus manos más que nadie. Más que Harry, que al menos sí sabía defenderse. No, no le he perdonado. Todavía, todo llegará con el tiempo. Pero os apoyé cuando dijisteis que debíamos darle una oportunidad, Hermione. —Harry miró a la chica con una ceja levantada, pensando en que debía haber estado haciendo un duro trabajo de hormiguita si también había hablado con Neville—. Creo que si realmente estamos dándole una oportunidad, tenemos que cerrar filas con él. No sólo en la sala común. Aquí también, frente a Hogwarts y frente a la sociedad que nos mira. Si Slughorn es capaz de comprender el valor de esto, nosotros también debemos hacerlo y utilizarlo para ser mejores personas.

—Eres un verdadero Gryffindor, Neville —Harry estaba impresionado. Nunca habría esperado ese discurso del apocado chaval que conoció en primero. Ya sabía que era noble, pero aquello le hizo sentirse honrado de considerarse su amigo—. Uno de los mejores que he conocido.

—Gracias —susurró este avergonzado, bajando la cabeza.

—No creo que deba ser una decisión colectiva —dijo entonces Hermione—. Ni tampoco que debamos tomarla ahora, a la ligera. Entiendo las razones de Michael y a veces tenemos que ser un poco egoístas. En todo caso, siempre podemos llevar a Draco como pareja uno de nosotros, yo estoy dispuesta.

—No querrá —negó Morag—. Yo no querría y no soy ni la mitad de orgullosa que él.

—No puedes saberlo. Está haciendo un esfuerzo —la contrarió Ernie—. Me he fijado y ya no tiene la actitud odiosa de hace años. Está intentando realmente integrarse con nosotros. Aunque me da que Harry ha tenido algo que ver en eso.

—Para mí no es una cuestión de que venga Draco o no. Me parece mal que Slughorn no le haya invitado y a la vez no querría ir aunque Draco accediese a venir, por razones similares a las que ha comentado Neville —dijo Harry, sin saber qué pensar de lo que había dicho Ernie—. No quería ir ni siquiera cuando estaba en sexto, ahora menos.

—Entonces, es sencillo —concluyó Justin—. Hemos puesto las cartas sobre la mesa. Agradezco mucho que hayáis contado cómo son esas reuniones, sus objetivos y saber que Draco no está invitado. Creo era necesario y que influirá en mi decisión. Sabiendo la información que tenemos, que cada uno decida individualmente qué hacer. El resto respetaremos esa decisión y la apoyaremos.

—Además, Draco no estará solo si los demás decidimos ir —señaló Morag—. Al menos Harry y Neville se quedarán. Podéis hablar con él y hacer algo por vuestra cuenta, aunque sea ir a Hogsmeade a tomar algo.

Harry pensó con aprobación que no era mala idea. Draco se sentiría arropado igualmente y el resto podría tener su oportunidad de formar parte del club de Slughorn si lo deseaban. Conformes todos, reanudaron la comida olvidada, intentando terminar de comer antes de que pasase la hora, mientras algunos alumnos comenzaban a abandonar el Gran Comedor.

Con una inspiración súbita, Harry transformó su servilleta en una tartera de mimbre. El resto lo miró con una mezcla de curiosidad y admiración, pero los ignoró. Agrandándola, la cubrió con la servilleta limpia de Draco, que estaba intacta en su plato y sirvió algunas raciones de costillas y puré en el plato vacío de este. El resto se dio cuenta de lo que hacía, pero no dijo nada. Metió el plato, los cubiertos y un par de piezas de frutas y la redujo de nuevo. Cogiendo la fiambrera, se levantó de la mesa.

—¿Estudiarás en la biblioteca hoy, Harry? —le preguntó Hermione, levantándose con él y despidiéndose con un gesto del resto de sus compañeros.

—Ayer quedé con Draco en que le ayudaría con Transformaciones hoy también.

—¿Estás ayudándole con Transformaciones? —Ambos caminaron juntos hacia la sala común.

—Sí, dijo que en sexto no prestó atención a la asignatura, así que lleva un retraso considerable. Me ofrecí a ayudarle y funcionó bien.

—Podrías pedirle que te ayudase en Pociones. Te vendrá bien subir la nota de la asignatura.

—No creo que en sexto le prestase más atención a Pociones que a Transformaciones.

—Siempre se le dieron muy bien. No te fijabas, pero era uno de los mejores de la clase. Aprobó con Extraordinario su TIMO.

—¿Cómo lo sabes?

—Lo oí —se rio Hermione encogiéndose de hombros.

—Le preguntaré.