©"Shingeki no Kyojin/進撃の巨人" y sus personajes pertenecen a Hajime Isayama


Los cálidos rayos del sol me saludaron por la mañana, creando destellos sobre mi rostro somnoliento. Abrí los ojos lentamente, acostumbrando la vista a la tenue claridad que se filtraba a través de las cortinas.

No pude evitar sonreír cuando me di cuenta de dónde me encontraba. Los sucesos de la reciente noche permanecían grabados en mi memoria y en mi cuerpo. Por un instante, pensé que se trataba de un bonito sueño; pero estaba en la cama de Levi, y las sábanas revueltas confirmaban absolutamente todo. Jamás pensé ser correspondido, y mucho menos poder liberar mis sentimientos. Recordaba cada caricia, cada beso, cada sensación y el amor inmenso que nos transmitimos por horas.

Busqué a Levi a mi lado, pero no estaba allí. Preguntándome adónde habría ido, me incorporé con pesadez. Estaba muy cansado, y un bostezo escapó de mi boca cuando mis pies tocaron el suelo.

Unos súbitos gritos procedentes del exterior captaron mi atención. Mis sentidos se alertaron de inmediato tras escuchar el ajetreo que llenaba las calles de la ciudad. No entendía por qué la gente estaba tan alarmada, aunque en realidad solo me importaba encontrar a Levi. Me vestí lo más rápido que pude y corrí escaleras abajo, cada vez más exaltado; pero justo cuando iba a alcanzar el portón, la voz de Levi me detuvo.

—Será mejor que no salgas.

Sentí cómo la calma robada regresaba a mi interior.

—Lo estaba buscando —confesé, regalándole una sonrisa sincera.

Me sorprendió ver que su rostro estaba tenso, pero su mirada cambió conforme se acercaba y una dulce sonrisa se dibujó en sus labios cuando estuvo frente a mí. Sus ojos inspeccionaron mi rostro antes de instarme a que me agachara, acortando la distancia que nos separaban por la diferencia de altura, y depositó un tierno beso en mi frente.

—Te amo —susurró sin despegar sus labios.

Era tan feliz que no podía dejar de sonreír. Sin embargo, los gritos procedentes del exterior rompieron la burbuja de silencio y serenidad que habíamos creado a nuestro alrededor. Entonces, recordé la razón por la que me había asustado tanto.

—¿Sabe qué ocurre fuera? —pregunté, señalando la entrada de la casa con un ligero movimiento de cabeza.

Su rostro volvió a ensombrecerse y apartó la vista a un punto perdido en el suelo, antes de responder:

—Al parecer, la ciudad de Shiganshina fue arrasada anoche. Se ha corrido la noticia y se ha formado un gran alboroto en las calles de todos los distritos. —Me miró, esa vez con un brillo peculiar en sus ojos, para luego cerrarlos con fuerza y apretar los puños. Parecía consternado—. Recibí una citación del comandante Erwin… el Ejército me reclama.

Fue como si un enorme peso cayera sobre mí, aplastando mis sentimientos y exprimiéndolos al máximo, hasta que no quedara nada de ellos. Levi llevaba varios años retirado. ¿Por qué le citaban en aquel momento? Sin duda, la situación debía ser bastante grave.

Después de pedir e insistir varias veces, conseguí que accediera a dejarme acompañarlo. Utilizó como excusas el ambiente, demasiado abatido, el frío, la nieve… pero no desistí, y acabé convenciéndolo.

Caminamos por las calles empedradas uno al lado del otro, a una corta separación entre nuestros cuerpos. Contuve el impulso de darle la mano, pues sabía que debíamos guardar las apariencias para no atraer miradas indeseables. Había algo en Levi que me desconcertaba. Sería su ceño fruncido o su paso acelerado, pero algo en él reflejaba que ocultaba algo importante. Quizás no me había contado toda la verdad acerca de lo que estaba ocurriendo. Quizás el asunto era más alarmante de lo que aparentaba.

Cuando llegamos al Cuartel General, en el centro de la ciudad, únicamente me brindó una corta caricia de despedida, solo un gesto disfrazado de amabilidad antes de cruzar las pesadas puertas y dejarme allí solo. La entrada a ese lugar era negada a cualquier persona sin la correspondiente autorización, y a los androides nos estaba prohibida sin excepción alguna. Tenía muy claro que mi espera estaría colmada de miradas fisgonas y murmullos, pero me dio igual lo que los demás pensaran de un androide solo junto a las puertas de una de las principales sedes del Ejército. Me bastaba con contemplar los diminutos copos de nieve precipitarse a morir sobre los escalones de la entrada.

De pronto, una figura encapuchada apareció corriendo desesperada entre el gentío. Estaba siendo perseguida por una brigada de policías y, desde mi perspectiva elevada en lo alto de los escalones del cuartel, vi cómo la capucha se separaba de su cabeza, desvelando un atisbo de largos cabellos negros. La fugitiva figura consiguió distraer a los policías huyendo por una calle estrecha, pero antes de desaparecer de mi vista, percibí que algo ligero de color rojo se desprendía de ella y caía al suelo olvidado. Aquello despertó mi curiosidad, así que decidí seguir sus pasos.

Debido al ajetreo que dominaba las calles, nadie excepto yo parecía haber prestado atención a lo que acababa de pasar. Nadie excepto yo se acercó a recoger lo que se había caído. Una bufanda roja. Sin dudar ni un segundo, me adentré en el lugar por donde la figura se había ido. Estaba desierto y solo se escuchaba el eco de mis pasos entre los altos edificios que lo confinaban. Miraba en los callejones que se abrían a ambos lados, sin hallar rastro de la persona que buscaba.

—¿Eren? —susurró una voz surgida de las sombras —. ¿Eres tú?

La voz era increíblemente familiar, pero no podía tratarse de quien creía que era. Era imposible.

—¿Mikasa? —murmuré sin caber en mi asombro.

Mikasa había muerto. O eso pensaba. La figura que había visto emergió de la oscuridad, tomándome por sorpresa, y retiró su capucha para revelarme unos finos labios curvados en una cariñosa sonrisa.

—¡Mikasa! —exclamé, lanzándome a abrazarla—. Pensé que habías muerto.

La última vez que la vi, fue en una visita en la que acompañé a Levi a casa de su tío. Recordé lo desdichada que parecía teniendo que soportar las constantes reprimendas por parte del odioso hombre, y meses después, la noticia de su muerte me había golpeado para luego reencontrarme con ella, haciendo que la voz se me quebrara al pronunciar la última frase. Si pudiera llorar, lo habría hecho.

—Estuve a punto de ser convertida en chatarra —dijo sin poder dejar de estrecharme entre sus brazos, sonriendo más radiante que nunca. Yo también sonreía, sin poder creérmelo—, pero ellos me rescataron.

—¿Ellos? ¿Quiénes son ellos? —pregunté confundido.

En ese momento, distinguí tres figuras ocultas detrás de ella. Una era tan alta que parecía alcanzar los dos metros, otra era un poco más baja y fornida, mientras que la del medio avanzó hacia nosotros, mostrándome un rostro que ya había visto antes.

—Vaya, parece que volvemos a encontrarnos, Eren.

Era la mujer con la que hablé aquella vez en el mercado de Navidad. Sus ojos azules me miraron de arriba a abajo sin cambiar su expresión indiferente.

—Ellos —aclaró Mikasa a la vez que tomaba mis manos—. La Resistencia.

—No lo entiendo…

—¿No has escuchado los rumores? —cuestionó la mujer, que se detuvo al lado de Mikasa, rozándola el hombro—. Un grupo de androides bombardeó Shiganshina esta misma madrugada.

Sabía que había ocurrido algo malo en Shiganshina, me lo había contado Levi; pero no sabía que el ataque había sido perpetrado por… Algo se escapaba de mi lógica, y cuando lo comprendí, tuve que reprimir un grito con ambas manos. No podía ser posible. Pero las piezas encajaban a la perfección. Las palabras de esa misma mujer días antes estallaron en mi cabeza como las bombas que habían sido lanzadas aquella noche. Y de repente todo lo que dijo cobró sentido.

—Somos la Resistencia —continuó—, androides capaces de pensar por nosotros mismos, como tú. —Me miró, haciendo una mueca que intentó ser una sonrisa—. Luchamos en busca de un futuro sin represión por parte de los humanos. No queremos que nos traten como seres inferiores solo por el hecho de que nos crearon. Ahora nosotros también sabemos cómo crear otros androides —señaló a las dos figuras todavía ocultas en la oscuridad del callejón—, mucho más inteligentes, fuertes y resistentes que ellos.

—El dominio de la humanidad tiene los días contados —sentenció una de ellas, cuya gruesa voz reverberó en las paredes de los edificios y en mis oídos.

El miedo me retorció la garganta, comprendiendo la gravedad de la situación. Estaba helado, sin aliento, con los ojos muy abiertos y la mirada clavada en la mujer rubia. Levi formaba parte de la humanidad, y como ex militar, su deber era cumplir el juramento que antaño realizó de proteger la Nación y dar su vida por ella.

—Eren, ven con nosotros —sugirió Mikasa, apretando su agarre y sacándome de mis pensamientos.

—Yo… no… —no sabía cómo decirlo, pero de ninguna manera me quería alejar de Levi. ¿Destruir a la humanidad? Aquella idea me parecía una locura.

—¡Están conspirando contra nosotros! ¡Los androides quieren acabar con nosotros! —gritó de pronto una mujer que nos vio hablando desde un extremo de la calle. Por el terror reflejado en su rostro, supe que había escuchado la última parte el discurso.

La señora corrió hasta la plaza principal gritando y pidiendo socorro. A pesar de eso, ninguno de ellos la detuvo ni hizo amago de intentarlo. Los policías locales no tardarían en llegar, pero nadie se movió. Parecían esperar algo, una señal… o una respuesta que jamás saldría de mi boca.

—Eren —volvió a hablar Mikasa, ignorando la interrupción de la mujer—, ven conmigo. —Tiró de mi brazo con urgencia.

—No puedo —refuté, pidiéndola perdón con la mirada.

Nuestros ojos se observaron en silencio durante lo que pareció una eternidad, un instante robado a la inminente guerra que se conjuraba sobre nosotros. El negro de sus orbes reflejaba mi rostro compungido como un cristal de espejo. Sentía cómo mi alma se dividía en dos; una parte deseaba irse con ella y luchar por la libertad que tanto había anhelado, y otra mantenía mis pies anclados junto a Levi.

—No podremos hacerles frente solos —masculló la mujer de nariz aguileña, haciendo un gesto firme con la mano a los que se encontraban más atrás, que dieron varios pasos dispuestos a enfrentar a los policías—. Retirémonos, no tenemos nada más qué hacer aquí —dijo, dándose la vuelta y marchándose con calma.

Pero Mikasa no se dio por vencida tan fácilmente.

—Ya no tendrías que obedecer a nadie. Serías libre, Eren.

—No… —Suspiré, intentando zafarme de la fuerza de sus manos, que mantenían presas mis brazos.

—Deja a Levi, no tienes por qué servirle más.

Su insistencia fue demasiado, y acabé gritando:

—¡Estoy enamorado de él!

La expresión de Mikasa fue un poema. Sus ojos se abrieron y me miraron con sorpresa. Después, el agarre de manos se desvaneció y su expresión pasó de la confusión a la incredulidad y, finalmente, al desaliento. Con asombro fui testigo de cómo el brillo de sus ojos se hacía más intenso y una lágrima se deslizaba por su pálida mejilla.

—Lo siento mucho, Mikasa —dije en un susurro, acariciando su rostro y atrapando la lágrima con el pulgar—. Me encantaría ir contigo, pero no puedo enfrentarme a él porque lo amo.

—¿Cómo…?

—No lo sé. Simplemente ocurrió. Por favor, perdóname. —Con delicadeza, coloqué la bufanda sobre sus hombros y uní nuestras frentes—. Lucha por nuestra libertad.

La mujer de la Resistencia pronunció su nombre para que se apresurara, pues los policías debían estar a pocos minutos de llegar. Mikasa cerró los ojos un instante, hundiendo la mitad de su rostro en los pliegues de la bufanda, y se fue corriendo tras ellos hasta perderse en la oscuridad del callejón. Era muy probable que no volviéramos a vernos, pero saber que estaba viva era suficiente para mí.

Salí de la angosta calle lo más rápido que pude, creyendo que no les interesaría a los policías porque no me había unido a la Resistencia. Se me olvidaba que era un androide igual que ellos, y nada más pisar la plaza, la mujer que dio el aviso no dudó en señalarme con un dedo.

—¡Ese androide estaba con ellos!

Miles de acusaciones me rodearon al mismo tiempo que la gente gritaba, me señalaba y me miraba, algunos con odio y otros con temor. Estaba asustado. Tapé mis oídos, pero sus voces traspasaban mi cabeza y hacían eco en cada rincón de mi ser.

No tardó en abrirse una brecha en el círculo que me sitiaba, dando paso a una brigada policial armada. Uno de ellos avanzó hasta mí y me inmovilizó con brusquedad contra el suelo. El miedo no me permitía respirar. Quería llorar, escapar de allí. Mi cuerpo temblaba y mi mente gritaba auxilio, pero ningún sonido salía de mi boca.

—¡Basta! —escuché la voz de Levi por encima de los gritos. La gente se apartó inmediatamente y él apareció, justo a tiempo para rescatarme—. ¿Se puede saber qué problema ocurre con mi androide?

Los guardias intentaron explicarse, pero Levi les aclaró que yo no suponía ninguna amenaza y estaba allí porque le había acompañado al Cuartel General. Ellos no tuvieron más opción que dejarme libre, ya que Levi se presentó como Capitán de la Legión y les ordenó que así lo hicieran.

Una vez liberado, corrí a colocarme a su lado, sintiendo las miradas de las personas que nos rodeaban clavadas en ambos, taladrándonos con su infinito aborrecimiento.

—Salgamos de aquí —escuché que decía Levi en un susurro, más para sí mismo que para mí.

De regreso al calor de la pequeña mansión, que se me antojó el lugar más acogedor del mundo, Levi me abrazó por detrás y comenzó a besar mi cuello, arrancando suaves jadeos de mis labios. Sin embargo, la conversación con Mikasa y los androides de la Resistencia seguía ocupando mis pensamientos. Mis piernas empezaron a temblar a causa de la angustia, e incapaz de escabullirme de su abrazo, doblé mis rodillas y nos arrastré al suelo lentamente.

—¿Qué pasa? —preguntó con suavidad—. ¿Es por lo que ha pasado en la plaza? ¿Qué decían esos hombres acerca de que eras…?

—Han sido ellos —dije, impidiéndole seguir con sus preguntas. Levi no dijo nada, seguramente porque no entendía lo que quería decirle—. Los androides bombardearon la ciudad, ¿verdad?

Sentí su respiración pausada en mi nuca, erizando mis cabellos. Hubo un silencio prolongado, hasta que chasqueó la lengua, como solía hacer cuando se molestaba por algo.

—Al parecer se trata de un grupo organizado de androides con tecnología suficiente para representar una amenaza para la humanidad. Se hacen llamar la Resistencia.

—Lo sé —dije de pronto, sorprendiéndole—. Los he visto.

—¡¿Cómo?! —exclamó Levi. Me tomó el rostro para obligarme a mirarle. Parecía asustado y sus ojos brillaban más que nunca.

—Me han pedido que me una a ellos.

Al instante de pronunciar aquello, Levi apartó su mirada y se puso de pie con un movimiento ágil. Podía imaginar lo que pasaba por su cabeza, y el profundo suspiro que escapó de su garganta lo confirmó.

—Decidas lo que decidas, quiero que sepas que yo nunca te delataré. Mi corazón será tuyo hagas lo que hagas. —La forma en que su voz se quebró al decir la última frase fue un duro golpe para mí—. Puedes irte cuando quieras.

—¡De ninguna manera pienso dejarle! —exclamé levantándome, y entrelacé nuestras manos.

—Pero… —balbuceó—. No, Eren, debes irte, es lo mejor para ti. Tú mismo sabes lo que se siente al ser tratado como un objeto, sé que lo has pensado y has deseado cambiarlo muchas veces. Solo necesitabas el poder para hacerlo, y ellos lo tienen. Es la oportunidad que esperabas para obrar un futuro… no me conviertas en un obstáculo para ti.

Pero no lograría convencerme con eso. Acerqué mi rostro al suyo y me dedicó una triste sonrisa acompañada de una caricia, que yo retuve en mi mejilla mientras cerraba los ojos. En momentos como aquel, solamente deseaba detener el tiempo y vivir con él para siempre.

—Mi único futuro está junto a usted, Levi-sama —susurré, reprimiendo con todas mis fuerzas el nudo en mi garganta para que no se notara demasiado que esa resolución me rompía por dentro—. ¿No se da cuenta? No quiero luchar contra usted. Jamás, por nada en el mundo, soportaría estar en bandos enfrentados.

Sin darle tiempo a reaccionar, uní nuestros labios en un dulce y suave beso. Respiré su aroma, sentí su sabor en mi boca y sus manos sobre mi cintura, y supe que no quería vivir si no estaba a su lado. Con ese pensamiento claro, ya nada más importaba. Estaríamos juntos hasta el final.

—Le amo —susurré contra sus labios solapados a los míos.

Levi recorrió mi espalda con sus manos, suspirando y atrayendo más aún nuestros cuerpos.

—Te amo más que a nada, Eren. —Me abrazó con más fuerza, y oculté el rostro entre su cuello y su hombro, dejándome envolver por él—. Cuando todo esto termine —susurró en mi oído—, nos marcharemos muy lejos de aquí, tú y yo solos.

Sonaba como una promesa sobre un hermoso futuro. Sonreí y cerré los ojos, pero la sensación de ahogamiento no se disolvió. Había un matiz en esa promesa, el hecho de que conllevaba una restricción. ¿El qué tenía que terminar? ¿Qué se interponía entre nosotros y ese futuro feliz?

La respuesta estaba en el exterior. Yo lo sabía, pero a pesar de eso preferí engañarme a mí mismo.

—¿Es una promesa?

—Te lo prometo, Eren.

Y con un apasionado beso, sellamos esa promesa, aunque en el fondo ambos sabíamos que era un sueño imposible de cumplir.

.

Los días se escurrieron entre nuestros dedos, y un manto de nubes grises colmó el cielo de tristeza y agonía. La guerra entre androides y humanos fue inevitable.

Mientras nuestro amor crecía con el paso del invierno, el odio y la penuria invadían las ciudades y los distritos de la Nación. No fui el único que continuó al lado de los humanos, aunque apenas podía salir de casa sin recibir duras acusaciones, insultos y miradas cargadas de desprecio. Intentaba hacer caso omiso, limitarme simplemente a ocultar el rostro de las personas y continuar mi camino, casi siempre acompañando a Levi. Para él era diferente. Le molestaba muchísimo el maltrato de la gente hacia mí, y en más de una ocasión enfrentó a alguien. Afortunadamente, las riñas solo se quedaban en insultos dichos al azar.

Todas las noches dormíamos juntos, a veces demostrándonos nuestro amor y otras solo abrazados, con mi espalda pegada a su torso y su rostro hundido en mi pelo. Intentábamos ignorar los problemas del mundo, aunque, en ocasiones, el miedo se colaba en la habitación y no nos permitía conciliar el sueño. Así pasamos noches en vela, abrazos en silencio, rogando por un día más de vida para vivir lo que quedase de ella juntos.

Una lluviosa tarde, Levi recibió un aviso urgente del Ejército. La Resistencia había conseguido tomar las principales ciudades de la periferia, por lo que la Legión requería del mayor número posible de fuerzas. Tuvo que marcharse, no sin antes prometerme que la guerra terminaría pronto, que todo estaría bien, que volvería conmigo antes de la llegada de la primavera.

Nos besamos en el vestíbulo durante unos minutos que se convirtieron en horas, y cuando me quedé solo, me odié por no ser capaz de llorar a pesar de sentir sus lágrimas sobre mi piel. Las lágrimas que mi alma derramaba eran invisibles. Un llanto que perduraría hasta su regreso.

N/A: Wewewewewe esta parte siempre me ha parecido muy larga y tediosa porque pasan muchas cosas de golpe en comparación al ritmo de historia que había antes. Creo que queda mejor así, dividido en dos.

En el siguiente se viene el drama. Pido perdón de antemano, ya que voy a añadir un cosa que hará todo más dramático... Me he dado cuenta de que este fanfic saca mi lado más cruel.