[Epílogo]
Y estuvieron juntos para toda la eternidad.
·
·
—¿Estás ruborizándote?
—¡Cállate, no seas pesada! — Souta apartó la mirada, efectivamente con sus mejillas al rojo vivo, y Kagome no pudo evitar reír entre dientes enternecida.
—Vale, vale, perdón, ya no digo nada más— lo miró con una sonrisa tirando de sus labios por un par de segundos— Pero yo que tú quitaría esa cara de idiota, porque por ahí viene.
Los ojos de Souta de abrieron como plato y cualquier rastro de molestia desapareció de su rostro para ser remplazado por la sorpresa e inquietud en el momento que se daba súbitamente la vuelta.
El camino estaba desierto, y lo único que se escuchaba en él eran las carcajadas de Kagome.
—¡Pero serás…!— la vergüenza que lo embargaba quedó al descubierto en forma de enfado y se acercó a su hermana para hacerla callar como primer impulso.
De pronto, un borrón albino apareció por el rabillo del ojo del muchacho y rápidamente se colocó entre ambos hermanos.
—¡Oh, déjame en paz, sabes que no voy a hacerle nada! — Souta se cruzó de brazos, deteniéndose y fulminando con la mirada a una joven que le sonreía con altanería y un canino que no escondía la diversión en su mirada pese a la aparente actitud defensiva— ¡Paso de vosotros, me largo! ¡No me sigáis!
—¡La casa de Kana está por el otro lado! — le gritó Kagome cuando él se alejaba a paso rápido.
—¡OLVÍDAME!
Eres malvada, se carcajeo InuYasha en su cabeza.
La sonrisa de Kagome le cogía todo el rostro cuando se encogió de hombros.
—Soy su hermana mayor, está en mi deber meterme con él cuando tiene un flechazo.
InuYasha se rio nuevamente en su cabeza.
Una cálida sensación se estableció en su estómago como cada vez que lo escuchaba tan alegre y dejó que la sonrisa se deslizase nuevamente por sus labios. Habían pasado tiempos muy duros, ambos, y ese pequeño remanso de paz que habían conseguido crear todavía era algo a lo que tenía que acostumbrarse, pero de lo que siempre estaría agradecida.
—Bueno, ¿y tú qué? — lo empujó un poco con su cadera, sabiendo que ni aun poniendo todas sus fuerzas sería capaz de moverlo un solo palmo— ¿Pillaste alguna presa para la cena?
InuYasha entrecerró los ojos en su dirección molesto.
Claro, mira en mi bolsillo, tengo un par de cosas.
—Debí haber ido— Kagome sacudió la cabeza, con aparente molestia y pesadumbre—, no puedes hacer nada sin mí.
InuYasha gruñó fingiendo morder su yukata.
Te recuerdo que llevo valiéndome por mí mismo por muchos años antes de que tú nacieras, muchacha impertinente.
Kagome, rompiendo su fachada de indignación, le rodeó el cuello con sus brazos y entremetió sus dedos en la pelambrera de él, como sabía que le gustaba.
—Pues eso, que ya estás viejo. Necesitas sangre joven que te ayude— siguió picándole.
InuYasha gruñó otra vez y se acercó a ella en una actitud amenazante que rápidamente fue cambiada a una risa ahogada que vino acompañada por un par de lametones babosos -de esos de los que siempre ella se quejaba- en el cuello. La escuchó gemir molesta.
—¡Oye, ¿qué te digo siempre?!
De pronto, una luz brilló por detrás de sus retinas y cuando quiso darse cuenta eran unos brazos masculinos los que estaban rodeándole la cintura. Kagome rápidamente se acomodó a ellos con una sonrisa tirando de sus labios.
—Mocosa insolente— farfulló él a poca distancia de su boca.
—Medio demonio gruñón— replicó ella, acortándola por completo.
Como cada vez que se besaban, el mundo a su alrededor desaparecía y solamente se sentían el uno al otro. El beso fue demandante por parte de ambos, pero lleno de amor y de dulzura, una muestra exacta de cómo se sentían en esos momentos. Pronto, la temperatura a su alrededor fue en aumento y, para no variar, InuYasha fue el primero que intentó romper el beso, para disgusto de ella.
—Kagome— la detuvo, tocando sus frentes.
—¿Por qué te detienes siempre? — murmuró, intentando contener el gemido infantil que quería escapar de sus labios— Estamos solos…
—Yo…—InuYasha no supo qué decir, así que volvió a unir sus labios, solo que esta vez mucho más cuidadoso, y también se separó demasiado pronto.
Una sonrisa medio satisfecha, medio fingida se plasmó en el rostro de él cuando vio a Kagome fulminarle con la mirada brillosa y desenfocada. ¿Por qué siempre se detenía en la mejor parte? Kagome nunca había sentido nada igual a lo que le inundaba cuando estaba con InuYasha; era una sensación tan placentera que la invitaba a querer más y más… pero él…
—Volvamos a casa— el medio demonio extendió una mano hacia ella y, pese a todo, Kagome se la cogió sin dudarlo ni un instante. Sin embargo, en su pecho, un temor que nunca había querido escuchar, no dejaba de crecer con cada distancia física y emocional que ponía él entre ellos.
Y estaba tan asustada…
·
«—¿Puedes ser un poco menos guarro, Souta? — se quejó Kagome, fulminando con la mirada su hermano menor.
Él, en respuesta, masticó la última pieza de conejo con la boca abierta, causando un gemido de asco en la chica y las carcajadas en el medio demonio.
Souta, al tragarse la comida, se carcajeó también y le guiñó el ojo.
—Todo un gusto, hermanita— se burló, levantándose.
—Próxima tontería de esa y te dejamos abandonado en el camino— espetó con rabia, aunque nadie de los que estaba sentado en el fuego se lo creyó.
—A ver si a quién dejamos abandonada es a ti, pesada— le sacó él la lengua en respuesta— Ahora vengo, voy al río a limpiarme las manos y la cara— hizo un ademán digno de los altos emperadores con gesto irónico— No os vayáis sin mí, ¿eh? InuYasha, retenla.
Cuando Souta estuvo a una distancia lo suficiente segura como para que no los escuchara, a pesar de que podían ver el discurrir del río bajo la colina en la que habían decidido hacer una parada para descansar, Kagome golpeó con fuerza al medio demonio en el costado, quién había intentado aguantar la risa, aunque no con muy buenos resultados, por supuesto.
—Esta camadería entre vosotros es de lo más inusual y molesta para mí, ¿lo sabías?
¡Por favor, habían pasado de odiarse -bueno, en el caso de Souta-… a ser los mejores amigos del mundo! Y, lo más irritante de todo, a crear un frente unido que la mayoría de las veces tenía como finalidad molestarla a ella.
Cuando las cosas habían sido difíciles antes había estado dispuesta a dar lo que fuera necesario por conseguir que su querido hermano y la persona que se había convertido rápidamente en una de las más importantes de su vida -tanto como canino como medio demonio- se llevasen bien. ¿Ahora? No estaba segura si prefería que se llevasen como el perro y el gato a esto. Al menos, se estarían molestando entre ellos y no sería ella la que se llevara todas las burlas. Sin embargo…
Una cálida sensación se extendió en su pecho al recordar lo que ocurrió unas noches más tarde a que salieran huyendo de la aldea, cuando Souta y ella finalmente tuvieron tiempo de descansar frente al fuego y hablar cara a cara, cuando se sinceraron y abrieron por completo, sin dejar nada en la oscuridad. Kagome, acurrucada en el cuerpo del canino que se había transformado para ayudarla a paliar el frío y hacerla sentir más cómoda en el duro suelo, habló de cómo se sintió todos estos años con respecto a su vida, a la aldea, a él… Y le contó sobre InuYasha, cómo realmente sucedieron las cosas después de que esos malhechores intentasen propagarse con ella, y cómo descubrió la verdad. Le contó sobre su arrepentimiento y culpa por mentirle y hacerle pasar por todo lo último acontecido… y mientras ocurría todo esto, InuYasha no se había movido de su lado, con la cabeza apoya en el regazo de ella, sintiendo la caricia que sus dedos le daban a la parte alta de su cabeza, cómo entremetía los dedos entre su pelambrera; y tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para no transformarse y estrecharla entre sus brazos, intentando eliminar así cualquier rastro de inquietud y tortura en esos ojos achocolatados que tanto adoraba.
«Creo… que… te debo una disculpa», murmuró entonces Souta, atrayendo la atención del medio demonio, quién se giró a verlo y lo encontró al otro lado del fuego, rodeando sus piernas con los brazos y con las pupilas clavas en las llamas que bailaban frente a él. «No… ¡Qué digo una! ¡Un millón de disculpas! Yo no quería… Te dije mil veces que era el primero que te defendía cuando alguien de la aldea te atacaba pero, después, a lo hora de la verdad, también te reprochaba tu comportamiento. Sabes que el señor Kane no le gusta meterse en estas cosas -bueno, no le gusta hablar en general, más bien-, así que no tenía problemas en la herrería, pero cuando iba y volvía del pueblo… Los escuchaba, allí por donde iba, los susurros me perseguían y aunque me obligaba a ignorarlos… nunca desaparecían del todo. Me pasé años culpándote por ser simplemente quién eras, pensando que yo estaría mucho mejor en la aldea si te obligaba a cambiar para entrar en los estándares de esos… ignorantes. Era un hipócrita cuando pensaba esas cosas, porque después llegaba a casa y tú… me sonreías, me contabas las cosas que hacías en el día… te preocupabas por mi… y yo pensaba "¿qué hay de malo en ella?"» escupió con asco, revolviéndose el cabello. Alzó la cabeza y clavó sus ojos en los de su hermana: en ellos, se veía un cielo de tristeza y arrepentimiento. «Los escuché, hermana. Ese día… volvía a casa cuando escuché una discusión entre Asagi y Kohi y escuché que este intentaba convencer al otro para ir en tu busca…»
Un gruñido se escuchó en el aire y ambos hermanos desviaron la atención hacia InuYasha, quién, mientras tenía la vista clavada en un punto lejano, sus fauces estaban ligeramente abiertas, como si esperase abalanzarse contra el primero que apareciese. Sus ojos prometían sangre.
«InuYasha, estamos bien. Estamos lejos de allí, de todos ellos» lo tranquilizó la joven, cogiéndole la quijada para hacer que la mirase. El medio demonio se resistió un poco al principio, pero terminó por ceder y al encontrarse sus miradas, el cuerpo del canino se relajó visiblemente.
Cuando Kagome llevó su atención de regreso a su hermano, descubrió la fascinación y un tinte de ternura bañando su semblante. Se removió incómoda. Sí, él le había pedido perdón y había accedido a viajar con ellos… pero todavía temía que ocurriese algo que le hiciese que viese y creyese las cosas que no eran…
«¿Te descubrieron?» intentó encauzar la conversación al tema anterior para eliminar la tensión del ambiente, y de paso saciar su curiosidad.
Souta parpadeó y como si quisiera salir de unos pensamientos muy profundos, sacudió la cabeza.
«Sí. Yo… no me lo creía. Intenté correr para ir a avisarte, incapaz de asumir que las mismas personas con las que convivía realmente iban a ir a por ti… pero me cogieron antes y me encerraron en aquel maldito granero», suspiró, refregándose el rostro. «Cuando viniste a buscarme, cuando él… InuYasha nos salvó, me sentí el más estúpido del mundo, y me odié profundamente, porque aunque no quería, todos estos años las voces que había intentado callar habían estado influenciándome y por mi culpa tu estabas desmayada, después de haber puesto tu vida en peligro por mí…» la voz le tembló, y Kagome lo vio tragar saliva y apartar la mirada rápidamente al suelo. La muchacha luchó contra el impulso de ir a él para abrazarlo y consolarlo porque sabía que en ese momento no sería muy bien recibido. «Entonces, cuando estábamos en la cabaña y esperábamos que despertaras, InuYasha me dijo quién era en realidad y no fue hasta ese momento que eché de menos a tu lado a ese per… Bueno, tú me entiendes», le lanzó una pequeña sonrisa a InuYasha, quién gañó una ligera risa en respuesta. «¡Dios, fui tan estúpido y… manipulable! Lo siento muchísimo, hermana, no sabes… no sabes… No sé qué hacer para hacer que me perdones. ¡Tú me criaste! ¡Diste todo de ti para ayudarme y yo solo… te lo devolví huyendo de ti, dejándote sola, y corriendo a esconderme con aquellas… escorias! ¡Merezco…»
Incapaz de quedarse quieta, Kagome se incorporó más rápido de lo que debería y eso, junto con el cansancio del día y las pequeñas secuelas que aún perduraban en ella del ataque, causó un ligero mareo que le nubló la mente. Sintió la alarma de InuYasha como si fuera la suya cuando la imitó, levantándose sobre sus patas, pero apenas le echó cuenta al correr hacia su hermano y tirarse encima de él para apachurrarlo en sus brazos.
«¡Kagome!», se quejó sorprendido y molesto por el repentino ataque con la espalda pegada al suelo.
«Hermanito… mientras sepas la verdad y me creas, todo estará bien» exclamó ella con las lágrimas sueltas y el corazón a punto de escapársele del pecho. ¿Estaba soñando? ¿Estaba pasando todo de verdad? Se dedicó a besuquearle las mejillas como sabía que a él le molestaba, y efectivamente, Souta empezó a soltar maldiciones por lo bajo, aunque no hizo el menor intento de alejarla. «No sabes lo feliz que me hacen tus palabras, Souta, y que hayas decidido… venir conmigo, con nosotros»
Souta hizo una mueca cuando sus ojos se encontraron y Kagome atisbó un brillo en su mirada aguada, aunque ninguna lágrima había escapado de ellos.
«Te mereces el mundo por lo que te hicieron pasar, por lo que yo te hice, hermana, solo… déjame formar parte del tuyo»
Kagome volvió a estallar en lágrimas como una tonta.
«Te traeré de los pelos si se te ocurre escapar lejos de mí, mocoso» le amenazó medio en broma, medio real.
«Solo si consigues pillarme» le sonrió él amplia y cálidamente.
La mano de InuYasha acariciándole la mejilla la hizo salir de sus pensamientos y cuando se giró a mirarlo, vio que él también estaba haciéndolo.
—¿Dónde has ido? — inquirió con una de sus cejas en alza.
—Por ahí— respondió, pero antes de que él indagase aún más, escucharon el ruido de un chapoteo en el agua. Ambos miraron en dirección al río, y se encontraron con que Souta se había quitado la camiseta y se había adentrado hasta la cintura.
—¡Kagome, InuYasha, venid! ¡Está buenísima! — los llamó a lo lejos, levantando una mano.
—¿Qué dices? ¿Te apetece un chapuzón? — inquirió el medio demonio, sonriéndole sugerente y sus dedos le rozaron el interior de su muñeca. Kagome sintió un fuego subirle por el estómago y un cosquilleo recorrerle entera y contuvo las ganas de pedirle que siguiera moviendo esa mano.
—Esta vez pienso darte una paliza— respondió ella, acercándose a él hasta que sus labios quedaron a tan solo un palmo.
—¿Ah, sí? — su sonrisa se hizo más grande y sus ojos ambarinos se clavaron en los labios de ella.
—Sí…— susurró, besándolo suavemente, antes de separarse un poco a desgana— ¿Pero sabes qué? ¡Esta vez tendré a ese convenido de mi lado! — exclamó antes de ponerse súbitamente en pie.
—¡Eh, espera, eso es trampa!
Kagome corrió hacia el agua, donde les esperaba su hermano, con un divertido InuYasha tras ella, sintiéndose la chica más afortunada del universo»
·
—¿Crees que se molestará mucho si voy a buscarlo y me uno a la conversación? — cuchicheó Kagome con una sonrisa divertida en sus labios.
Eri observó el lugar donde apuntaba su acompañante y cuando descubrió que se trataba del hermano de esta, quién estaba teniendo una conversación entusiasmada y entretenida con la joven Kana, soltó unas carcajadas.
—¿Nunca te cansas? — arqueó una ceja en su dirección. La sonrisa inocente de ella le dio la respuesta que necesitaba— Algún día te lo devolverá, ya verás… Deja al pobre chico, anda. Si vas allí a molestar, estropearas el ambiente íntimo, ¿no les ve la carita a ambos?
—Hombre, íntimo, íntimo…— murmuró pasando una mirada por todos los aldeanos que se habían reunido esa noche de luna llena, toda una tradición en la aldea pues era el mes de la recogida de la siembra— Pero bueno, si insistes, me portaré bien— fingió estar molesta cuando suspiró, sacudiendo la cabeza— Lo que hace una por ser una buena hermana…
Eri se carcajeó de nuevo y la conversación se desvió fácilmente a otros derroteros, aunque no pudieron ahondar mucho en ellos. Apenas unos minutos después llamaron a Eri desde la distancia y la atención de esta pasó a otra cosa.
—Perdón— suspiró Eri, poniendo los ojos en blanco— Yuka… En fin, ya ves, una nunca tiene el tiempo para sí misma cuando los hijos te reclaman— se encogió de hombros, aunque el brillo de sus ojos decía que tampoco podía estar tan molesta por la interrupción. Después de tener dos hijos gemelos mayores, la niña de la casa era la pequeña debilidad para la familia.
—Ve, no te preocupes, hazte cargo de tus deberes— le guiñó un ojo.
—Nos vemos luego, ¿vale? Querrá despedirse de ti cuando termine de jugar y quiera que nos vayamos.
—Claro.
Eri se alejó en busca de sus hijos y Kagome se dedicó a observar con calma al resto de aldeanos, su mirada deteniéndose por más de un par de segundos en su hermano y su amiga y la sonrisa de sus labios se hizo más grande. Por mucho que le molestase -oye, una tenía que vengarse después de todo, ¿no?-, le alegraba que él también hubiera podido encontrar su lugar en esta acogedora y apacible aldea. Les había costado encontrar un espacio donde estar, un sitio donde empezasen a verlo como un hogar, pero pasito a pasito, esa aldea estaba convirtiéndose fácilmente en ese lugar donde le gustaría pasar el resto de su vida. Los habían acogido con los brazos abiertos desde el primer momento cuando, en su largo y deambulante camino sin destino, escucharon que un demonio ciempiés asolaba una aldea cercana a donde estaba ellos. Oyeron el ataque que hubo poco antes y los numerosos destrozos y heridos que dejó a su paso. Kagome, incapaz de contenerse, decidió ver si podía ayudar con su conocimiento sobre plantas medicinales y unos sorprendidos lugareños agradecieron profusamente los cuidados que esa amable y desinteresada viajera les estaba brindando. La curandera, Kaede, era una mujer mayor y aunque hacía todo por ayudar, su cuerpo no era ya como cuando era joven, así que toda ayuda que pudiera llegar era bien recibida. Souta se apresuró a echar una mano también con los destrozos y la construcción de las casas y aunque InuYasha no había sido privado de alguna que otra mirada de desconcierto y curiosidad, no habían llegado a mucho más que eso. Él se dedicó -por insistencia de la muchacha, más que nada- a encontrar al demonio que asolaba esas tierras y después de un par de días de búsqueda incesante consiguió llegar a madriguera. Pero, después de todo, que el demonio hubiera sido derrocado no significaba nada; aún quedaba mucho por hacer, tanto en el cuidado de los heridos como en la reconstrucción de la aldea, y de mala gana el medio demonio aceptó que se desviasen de su camino y se quedasen por un tiempo.
Finalmente, ese tiempo que al principio iban a ser unos días, terminó convirtiéndose en semanas… y esas semanas… en meses y allí estaban, festejando con ellos como si fueran uno más de esa enorme familia.
Bueno, salvo uno…
Ni siquiera necesitó echar un vistazo para saber que el medio demonio no estaría en aquel lugar. InuYasha no había sido mal recibido -Kagome había supuesto que la presencia de otro medio demonio cerca, Jinenji creía que se llamaba, había ayudado lo suyo- y después de toda la ayuda que había brindado sin dudar, los aldeanos habían dejado de mirarlo con suspicacia para admirarlos como "el defensor" de la aldea, que era en lo que se había convertido; pero Kagome estaba segura de que siempre quedaría en él esa aura de soledad e indiferencia con el mundo. No por nada había estado muchos años sobreviviendo completamente solo… y las viejas costumbres simplemente no cambiaban de la noche a la mañana.
Kagome se incorporó del tronco en el que había estado charlando con Eri, una chica unos años mayor que ella con la que había hecho buenas migas desde el principio, y sonriéndole a los que pasaban a su alrededor con sus vasos y la barriga llena, se escabulló de la hoguera y empezó a caminar por las solitarias calles.
Había un lugar al que sabía que debía ir… y efectivamente, él estaba allí.
La respiración de Kagome se detuvo cuando vio la escena frente a sí. A la orilla del río que discurría apaciblemente por esa zona, InuYasha estaba sentado sobre la hierba, con las rodillas en alza, los brazos apoyados en ella y el rostro elevado hacia el cielo. El silencio y sirenidad que mostraba su actitud solo era amortiguado por el sonido del agua, algún que otro grito que provenía de los aldeanos y los chillidos de las aves y animales nocturnos.
—¿Qué haces ahí quieta? — su voz la sacó de sus ensoñaciones, y Kagome se sobresaltó.
—Hum, hola— balbuceó, repentinamente nerviosa— ¿Puedo molestar?
Lo escuchó bufar como si su comentario le hubiera hecho gracia, pero al haber ausencia de una negación, Kagome lo sintió como si estuviera aceptando, así que se acercó a él con pasos tentativos. No sabía qué estaba pasando, qué ocurría, pero había algo en el aire, una esencia… que la estaba poniendo de los nervios: su corazón golpeaba con frenetismo, su estómago no dejaba de cosquillear y un calor en su pecho se extendía más y más por su cuerpo.
¿Qué le estaba pasado? ¡Por favor, era InuYasha!
Lentamente se sentó a su lado, ambos con la expresión dirigida al río, y un silencio -inquieto para ella- se cernió sobre la pareja.
—Deberías ir con los demás, se están divirtiendo mucho.
—¿Por qué no has venido tú también?
Pregunta estúpida, puesto que ya sabía la respuesta.
Se imaginó la mueca que debía haber hecho InuYasha en sus labios, aunque no la vio, pues tenía los ojos puestos en el río.
—Keh. Son todos muy ruidosos.
Kagome lo observó por el rabillo del ojo y el aire se detuvo en sus pulmones cuando vio su rostro serio bañado por la luz de la luna que estaba en todo su esplendor y una vez más, se preguntó como un ser cómo él podía estar con alguien como ella. ¿Qué había en ella que lo atrajese tanto? ¡Si no eres más que una humana torpe y tonta!
—No necesito leer tus pensamientos para saber lo que estás pensando— la voz de InuYasha la sacó de sus cavilaciones y las mejillas de la muchacha se sonrojaron furiosamente al advertir que él la había pillado observándolo.
Sin embargo, no apartó la mirada.
—¿Ah, sí?
Una lenta y sesgada sonrisa apareció en la expresión de él que revolucionó el interior de Kagome. ¿Qué le estaba pasando? Ese algo inexplicable que había sentido en el aire parecía ir subiendo en intensidad y ese algo la estaba llamando…
InuYasha se inclinó hacia ella, apoyando una mano junto al cuerpo de la chica pero sin llegar a tocarlo, y Kagome lo observó moverse sorprendida.
Sus rostros quedaron a un palmo de distancia.
—¿Quieres que te lo diga? — susurró en su oreja. Kagome cerró los ojos mientras toda su piel se ponía de gallina. Asintió sin palabras pues se había quedado muda de la impresión, sobre todo cuando sintió la mano libre de él acariciar la piel expuesta de su cuello, echando los mechones de pelo hacia atrás.
¿Qué le estaba pasando a InuYasha? Llevaba tanto tiempo rehuyendo de su contacto cuando se ponían demasiado… íntimos, que ahora Kagome lo sentía… extraño. Agradablemente diferente.
Este, sin embargo, no contestó con palabras. Llevó sus labios a la zona de su clavícula y empezó a repartir besos de lo más deliciosos para la joven, quien no pudo más que cerrar los ojos y expirar todo el aire que no sabía que había retenido en sus pulmones mientras se dejaba llevar por las sensaciones. La mano de él le rodeó la nuca y la instó a levantar la cabeza para dejarle más espacio libre.
Kagome se dejó llevar como una muñeca de trapo movida por hilos.
InuYasha empezó a repartir besos por su cuello y mentón y cuando llegó a sus labios y estos lo acogieron con ganas, Kagome se vio cayendo sobre su espalda, con el fornido y cálido cuerpo de él colándose encima de ella. Se besaron con ardor y ansias y Kagome atisbó un poco de desesperación en el fondo de estos que la dejó momentáneamente descolocada.
¿Qué estaba pasándole?
Cuando la necesidad de oxígeno se hizo imperante, se separaron. Kagome jadeaba, su pecho subiendo y bajando a gran velocidad, mientras sentía una suave sensación de anhelo y sorpresa cubrirla por completo.
—Inu…
Pero él la calló una vez más con su boca y nuevamente se perdieron el uno en el otro. Las manos de él empezaron a rozar las curvas de su cintura y Kagome gimió por lo bajo ante la sensación tan placentera. Se sentía tan bien y, sin embargo…
—¡InuYasha! — exclamó cuando noto los dedos de él viajar al pliegue en el pecho de su yukata y con sus manos empezó a empujarle el pecho para separarlo.
El medio demonio se incorporó, aunque sin moverse, y cuando los ojos de la muchacha se encontraron con la mirada dorada de él, la encontró inusualmente vidriosa e intensa. Kagome por un par de segundos se quedó sin saber qué decir. Entonces, InuYasha pareció despejarse y un velo de preocupación e incredulidad cubrió su mirada.
Como si le hubieran quemado, se alejó de ella.
—¡Mierda, lo siento! ¡Yo no… yo…! ¡Joder! — espetó con voz grave, pasándose la mano por el cabello.
Kagome, quién sintió la brisa de la noche más fría que nunca, le costó varios intentos encontrar su voz mientras se incorporaba. Aún la cabeza le daba vueltas por la cantidad de sensaciones que acaba de experimentar y aunque ella misma lo había detenido, el verlo alejarse de esa manera de ella le hizo sentir… mal. Se aferró a la tela de su yukata, cerrándolo en un puño en la parte centrar de sus pechos, sintiéndose repentinamente expuesta… desnuda.
—Lo siento, Kagome, yo no quería…
—¿No querías? — lo cortó, hablando antes de haber pensado las palabras siquiera.
—¡No! ¡Mierda! No me refería a eso— balbuceó histérico, poniéndose en pie— Yo quería, pero no… no debí asaltarte de esa manera, lo siento, de verdad, ha sido un comportamiento horrible. Debería irm-
—¡No! — chilló, imitándolo y poniéndose en pie también. InuYasha se detuvo cuando sintió los brazos de ella rodearle la cintura—No te vayas, por favor.
Durante un par de segundos no se movió, no pudo. Entonces, con sus brazos cubrió los de ella en su estómago. Él estaba tenso, sí, pero no la había apartado y eso fue todo un triunfo para la chica.
—¿Qué pasa? ¿Por qué estás tan… raro? No en el mal sentido —se apresuró a corregir sintiendo el rubor en sus mejillas— Es solo que… no sé… siempre has mantenido la distancia conmigo y hoy… yo solo… me has sorprendido…
—Kagome…— musitó él. Lentamente se dio la vuelta y la muchacha lo vio tragar saliva cuando él le rodeó la cintura y sus miradas se encontraron. Sus ojos brillaban como nunca antes lo habían hecho— Tengo cosas… que contarte. Cosas sobre… mí.
—Dímelo.
—Yo…— bajó la mirada un segundo, escondiéndola en el suelo, antes de enfrentarse a ella un segundo— ¿Recuerdas la leyenda que me contaba mi madre?
¿Qué si la recordaba? ¡Por supuesto! ¡Jamás se olvidaría de la forma en la que él la miró mientras le hablaba o lo profundo que le llegaron sus palabras al corazón!
«Cuenta la leyenda que, al crearse un alma, esta antes de entrar en los cuerpos se divide en dos mitades perfectas, encarnándose en dos cuerpos diferentes. Estas almas se pasan toda la vida buscando su otra mitad, llamándola en silencio en busca de respuesta, y son muy pocas las que son capaces reunirse de nuevo.»
—Somos dos perfectas mitades que estábamos buscándonos sin saberlo— musitó ella con el corazón yéndole a mil por hora.
InuYasha asintió, pensativo.
—Y yo tardé tanto en darme cuenta. Que tú pudieras escucharme en tu cabeza estando en mi forma animal…
—¿No es eso normal?
Siempre que ella le había preguntado, de alguna manera u otra le había dado largas en las respuestas, por lo que Kagome había terminado asumiendo que era algo común en los demonios como él que podían cambiar de forma. Era, simplemente, algo que les ayudaba en la supervivencia. Aunque, ahora que se daba cuenta y pensaba en todos los meses que llevaban juntos, con Souta sabiendo la verdad de InuYasha… nunca le había hablado telepáticamente. Solo había sido con ella.
InuYasha sacudió la cabeza.
—Mi madre me contó… cada vez que me contaba esa leyenda, me miraba a los ojos y me prometía que, a pesar de todo el mal que existía en el mundo, yo merecía encontrar mi otra mitad y lo haría. Y que cuando eso ocurriera, yo lo sabría de alguna manera u otra, porque nuestras almas se unirían como una sola— la mano de él ascendió por su mejilla, acunándosela con ternura— Cuando esos… desgraciados fueron a por ti, me sentí furioso conmigo mismo por no haber podido defenderte… por ser incapaz de tranquilizarte. Y de pronto, me miraste como… como si hubieras podido oír mi desesperada mente.
—Lo hice— jadeó ella— Me dijiste que me protegerías. Te escuché perfectamente hablarme en mi cabeza.
Los ojos de InuYasha se oscurecieron ligeramente.
—En ese momento, no pensé realmente en lo que estaba sucediendo. Me limité a aprovecharme de la situación y asegurarme de que todo iría bien, de que te podía poner a salvo. Y mientras volvíamos a tu casa, cuando el miedo, la preocupación y la inquietud, poco a poco fue menguando… me di cuenta de una cosa: de lo que realmente había pasado entre nosotros. Y entonces lo supe.
—¿Desde tan pronto? — musitó Kagome, incrédula.
Una lenta sonrisa se formó en los labios masculinos, quién inclinó la cabeza para que sus labios quedaran a tan solo un palmo. Su respiración era rápida, así como la de ella, pero ninguno hizo el amago alguno de moverse.
—Incluso desde antes, pequeña, aunque no había sabido darle nombre al sentimiento. No sabes lo idiotizado que me tenías. Pasaba las horas observándote sin cansarme, sintiéndome tranquilo solo mirándote hacer tus quehaceres. Cuando estábamos en la cabaña, yo echado y tú en el hogar canturreando alguna cancioncilla… te juro que jamás me había sentido tan a gusto y tranquilo como en ese momento. Así que supongo que solo necesité eso, esa rareza entre nosotros, para confirmarme algo que ni yo estaba muy seguro. Reconozco que nunca pensé en las palabras de mi madre cuando estaba contigo, me limita a disfrutar del momento sin darle muchas vueltas… pero… cuando todo cobró sentido en mi cabeza… me sentí el bastardo más afortunado del universo— terminó él con un jadeo, e incapaz de aguantar más la distancia, se apropió de sus labios con ansias.
Kagome se dejó hacer, su cabeza daba vueltas y vueltas por el sinfín de sentimientos que la inundaban y las verdades que él estaba confesándole, y se derritió en sus brazos.
—¿Por qué no me dijiste antes todo esto? ¿Por qué ahora?
Los dedos de él acariciaron la piel curva de su cuello, el punto de unión con su hombro, y antes de que ella se hubiera dado cuenta, sus labios estaban haciendo el mismo camino. Kagome no supo cómo sus piernas seguían sosteniéndola, aunque los brazos de él en su cintura seguramente estuvieran haciendo lo suyo.
—Pensé… que sería demasiado para ti. Suficiente tenías ya con lo que yo era, así que lo dejé pasar e hice como si esto fuera normal para alguien como yo.
—Llegué a creérmelo.
—Pude verlo.
Lo sintió sonreír por encima de su piel. La boca de él buscó la de Kagome, un poco a tientas ya que ambos estaban con los ojos cerrados.
—Pero eso no es todo— exhaló a duras penas.
¿Más? ¿Había más por decir? ¿Qué sería lo próximo? ¿Le confesaría que sabía volar?
—¿Qué?
—Hay algo… esta noche…— suspiró antes de tironear con suavidad de su labio inferior y Kagome sintió todos los vellos ponérsele de punta— No puedo contenerme… sé que debería pero…
—¿Contenerte a qué?
Como respuesta, él atacó su boca una vez más, exigiéndole un paso que ella estaba dispuesta a darle sin dudarlo. Las manos de él le acariciaron las caderas, escalando por su cintura hasta dejar una en su espalda y otra en la parte alta de su pecho, justo en la zona del cuello que tenía expuesta por la tela del yukata. El corazón de Kagome se disparó y su cuerpo empezó a pedirle más y más.
Las manos de ella se movieron sola y se vio palpando el pecho de él por encima de la ropa. Una ropa, de pronto, demasiado molesta. Lo sintió gemir en sus labios en el momento que Kagome empezó a juguetear con el lazo de su cinturón.
—Me encanta tu olor…—exhaló InuYasha, dejándose hacer— Y tú… tú… eres tan suave, tan cálida…
Kagome lo tomó como aceptación de sus tentativas, y con ayuda de él, consiguió desabrocharle el cinturón y quitarle la parte de arriba, dejando su pecho al descubierto. Ante la extraordinaria visión que tenía delante de sí, la muchacha se sintió más acalorada que nunca.
—Déjame sentirte…
—Soy toda tuya— no dudó responderle, sintiendo ahora las manos de él jugar con su obi tras la espalda.
Un gruñido bajo y gutural escapó del medio demonio.
—Si quieres… si en cualquier momento…—lo escuchó decir entre dientes, sus hábiles dedos deteniéndose por un angustioso segundo.
—¿Por qué dudas? — inquirió por encima de sus labios— Yo no lo hago, no quiero que pares. Por favor, no me dejes…
No, si él la alejaba una vez más la destrozaría. Ahora que sabía que InuYasha la deseaba, lo único que quería era…
—¿Estás segura? — inquirió él, pero, pese a sus palabras, sus manos habían reanudado su cometido.
—Sí, llevo mucho tiempo deseándote, por favor…
—Mierda, yo también— se apoderó de su boca con desesperación.
Esta vez, Kagome no pudo corresponderle. Se había quedado paralizada.
—¿Cómo? — soltó, echándose hacia atrás para que sus ojos se encontraran. Había sorpresa en la expresión de él.
—¿Qué pasa?
—Yo… yo… ¿me deseabas?
InuYasha pasó de la sorpresa a la incredulidad.
—¿Por qué no iba a ser así?
—Yo… yo…
¿Porque cada vez que ella quería un poco más, él le rehuía por completo?
El entendimiento cruzó por la expresión de él, aun sin necesidad de que ella dijera nada, y soltó un juramento por lo bajo. Rápidamente la volvió a acoger en sus brazos, pegando sus cuerpos, uniendo sus frentes casi con desesperación mientras sus respiraciones se entremezclaban.
—Soy un idiota, un verdadero idiota, pequeña. Yo… esas otras veces… en ningún momento quise separarme de ti.
—Entonces… ¿por qué lo hacías? — murmuró ella, perdida.
InuYasha la miró y con sus manos, apartó un mechón de su cabello para colocarlo detrás de su oreja.
—Porque si no me sería imposible refrenar el impulso.
—¿Impulso?
—Mierda, Kagome— cerró los ojos un momento, como si estuviera reorganizando sus ideas— Por mucho que intente portarme como un humano normal a tu lado cuando estoy contigo… hay partes de mí… que son muy difíciles de contener. Partes de mí que deseaban- que desean irrefrenablemente. Que te desean. Aunque camine a dos patas y me vea como un humano normal… bueno, casi— rectificó cuando vio la mirada de ella ascender a sus orejas caninas y la pequeña sonrisa que le brindó ella consiguió calentarle el pecho—A pesar de eso, sigo siendo un medio demonio, la sangre demoníaca, animal, corre dentro de mí y esta… me dice… me exige… cosas. Cosas que me cuesta mucho no darle, porque, honestamente, yo también las quiero.
—¿Cosas como qué? — inquirió Kagome con la respiración entrecortada, paralizada por la intensidad que se vía en los ojos masculinos.
En silencio pero dejando claro su mensaje, las manos de él ascendieron hasta acunar el rostro de ella y lentamente se inclinó hasta sus labios se tocaron. Primero tentativamente, esperando ser rechazado, hasta que después… cuando Kagome pasó sus brazos por el cuello de él para impedir que se alejara, cuando abrió su boca para dejarle paso… InuYasha se sintió el bastardo más afortunado del universo. Sus bocas se movieron a un único y familiar son, en una danza que solo ellos dos conocían.
—Tú. Toda tú. Siempre has sido tú, pequeña humana.
—¿Sabes qué pasa? — replicó ella con la respiración entrecortada y los ojos cerrados, todavía abrumada por todas sensaciones que la dominaban— Que no hay ningún motivo porque que tengas que refrenarte porque soy tuya. Me tienes.
Las palabras de ella casi hicieron explotar el corazón del medio demonio, quién sintió como este se hinchaba por la enorme dicha y felicidad; por el feroz y maldito deseo de posesión por esa mocosa humana que lo había cautivado desde el primer momento.
—Si lo hago, no habrá vuelta atrás— le advirtió, no obstante, aunque las palabras doliesen como veneno bajando por su garganta. Sin embargo, más le destruiría ver el odio, el miedo y la repugnancia pintada en sus facciones de ángel dirigidas a él— Te estoy pidiendo algo que debes estar muy segura de que vas a darme porque no podrás revertirlo. Estarás unida irrevocablemente a mí.
Los ojos de Kagome se abrieron en ese momento e InuYasha vio la mirada más pura y brillante que había visto en su vida. Una mirada que, de no haberlo estado ya, habría hecho que hubiera caído a sus pies enamorado irremediablemente de ella.
—Sigo sin escuchar eso por lo que debería echarme atrás.
Con un gruñido bajo, InuYasha volvió a apoderarse de sus labios. La tentó y jugó con ella hasta llevarla a la desesperación, hasta hacerla desear más y más.
—Eres malvada— susurró separándose solo unos centímetros, y el sonido de su risa lo hizo ascender a las estrellas. Las manos de ella se entremetieron en su cabello platino.
—¿De quién lo habré aprendido? — sonrió coqueta.
Y entre susurros y risas, el íntimo ambiente que los acogía fue calentándose hasta el punto de que la ropa pronto empezó a sobrar. Necesitaban tocarse y sentirse, que no hubiera nada entre ellos.
Kagome solo era un manojo de nervios, de respiraciones erráticas y un corazón que amenazaba contantemente con escaparse del pecho. Cuando InuYasha la tocaba, cuando sentía sus manos recorrerla de arriba abajo, tocándola con infinita ternura, deseo y necesidad, todo su organismo se revolucionaba y odiaba cada centímetro de separación que había entre ellos.
—Kagome… No sabes el tiempo que llevo deseando esto— jadeó él, ambos recostado en el pasto, con el único sonido de sus respiraciones erráticas y el discurrir del río a su alrededor. Se echó hacia atrás y sus ojos ambarinos, oscuros, se conectaron con los de ella— Si… si…
—Si se te ocurre parar ahora— susurró por encima de sus labios, conteniendo el deseo de gruñir como tantas veces hacía él—, me enfadaré, y mucho, contigo.
A InuYasha se le escapó una sonrisa divertida y muy pagada de sí mismo.
—A sus órdenes, pequeña.
Y el mundo desapareció para ellos dos mientras se convertían en uno solo, mientras sus almas parecían escapar de ellos y se reunían en un mundo etéreo, ajeno por completo a ellos. Y todo se sintió perfecto y seguro, como si el mundo, sus vidas, todo, solo hubiera existido para que este momento hubiera tenido lugar. De pronto, todo tenía sentido. No hay más dudas, ni temores, ni confusión. Solamente ellos.
Eso que sentían, que les hacía perder el aliento, que los encendía, que los acobijaba; ese sentido de morir y volver a renacer, esa sensación de que el mundo era suyo, que de todo era posible, de nunca más estarían solos… eso era el verdadero hogar.
Dos mitades que habían estado deambulando por el mundo sin saber que les faltaba algo y que, finalmente, se habían reunido para no separarse jamás.
—InuYasha…
—Kagome.
Respiraciones erráticas, corazones frenéticos. La sangre viajando a gran velocidad por sus venas. Ojos llenos de luz y amor.
—Cada maldito año que he tardado en encontrarte…— susurró InuYasha, echado sobre ella con cuidado de su peso cuando ambos estaban todavía intentando recuperarse de la increíble experiencia que habían vivido— Pasaría por todo otra vez, si me aseguraran que volverías a salvarme a las orillas del lago. Eres todo lo que anhelaba, todo lo que sabía que no debía estar destinado para mí…— su voz sonaba frágil, pero con una ferocidad que causó que el estómago de ella se retorciera— Te prometo que no tomaré este regalo que me has dado en vano. No dejaré que tú… que te avergüences…
—Jamás— lo calló, abruptamente, sosteniendo su rostro para impedir que apartase la mirada—, ¿me oyes? Jamás vuelva a decir eso. Nunca podré avergonzarme de ti, no cuando eres los mejor que me ha pasado en la vida.
InuYasha se quedó mudo de la impresión y Kagome vio la emoción brillar en sus ojos dorados. Parecían dos soles de lo mucho de deslumbraban.
—Es… es un poco triste ser yo lo mejor de tu vida, ¿no? — murmuró con voz temblorosa, en un patético de quitarle importancia a lo mucho que le habían llegado esas palabras.
Kagome sonrió, sacudiendo la cabeza.
—Cállate y bésame— musitó por encima de sus labios.
—A sus órdenes— gruñó él , y diligentemente lo hizo.
El mundo, una vez más, se redujo a esa pequeña eternidad que eran capaces de crear cuando estaban juntos.
He tardado mil años en traeros esto, pero últimamente mi vida es un caos. El último año de universidad me está consumiendo la energía como no sabéis, hasta el punto que hace días que tenía el capítulo terminado y hasta hoy no he podido traéroslo. Así como también, no recuerdo bien la última vez que pude ponerme a escribir en serio. Lamento decir que de aquí a verano no me veréis mucho el pelo; por lo que no quiero empezar ninguna historia. Prometo que nada más todo se calme, me tendréis con las pilas recargadas, con nuevos proyectos.
En fin, no os doy más la lata.
¿Qué me decís de este? ¿La espera ha merecido la pena?
