Aún rodeado por un vacío de oscuridad, se supo acostado sobre el piso. Sintió su cabeza sobre algo suave y una mano cálida recorriendole el rostro.
—Pensé que querías luchar —dijo la voz calma de Urahara—. ¿Y te descubro despidiéndote de tu hijo? —sonó incrédulo.
—Le estoy haciendo daño —aceptó mientras las figuras y los colores del mundo se mostraban de nuevo—. Ésta es mi forma de luchar por él.
—¿Te resignaste a perderlo? —preguntó con tono llano. Una de las pocas preguntas que le había escuchado hacer sin segunda intención.
—¿Encontraste la forma? —devolvió esperanzado, incorporándose hasta tener los ojos del científico a la misma altura.
El movimiento le valió un fuerte mareo.
Sintió la mano de Urahara de vuelta en sus hombros para estabilizarlo.
—¿Es posible?, ¿en verdad? —apresuró ilusionado y con una sonrisa colándose por sus labios.
—Todo es posible, Kurosaki-kun —respondió con una sonrisa de lado.
La emoción de poder quedarse en el mundo material para ver a Kazui crecer, y tener a Urahara a su lado al mismo tiempo, hizo que no notara de inmediato la formalidad con que volvía a ser llamado. Pero cuando lo hizo, frunció el ceño. El mal sabor de boca que le dejó sólo lo podía relacionar con aquel hombre alejándose de él una vez más.
—A las dos de la mañana, en cuatro días, abre tu ventana —indicó el científico cubriendo su rostro con el abanico y poniéndose de pie.
Él se movió, tal vez para detener su marcha o para enfrentarlo, pero Urahara no se marchaba aún. En cambio, le tendió la mano.
Tomó la mano extendida en una reacción inmediata y fue ayudado a ponerse en pie.
—Nada de mensajes sangrientos en las paredes —avisó el hombre viéndolo severamente.
—Tienes que descansar mientras tanto, vamos a tu habitación —indicó el mayor mientras lo llevaba por el interior de una casa ajena—. Nada de visitas al Quincy o estar jugando con el peligro —amonestó.
Bufó con una indignación relajada ante la amonestación que recibía.
—Alguien me ha estado siguiendo un poco, ¿no?
Urahara se cubrió los ojos con el sombrero mientras agachaba la cabeza y lo apresuraba con un ligero empujón para llegar a la alcoba principal.
En su habitación, el mayor lo sentó en la cama para de inmediato comenzar a rebuscar en cajones y repisas, tomando una cosa u otra sin inmutarse de la confusión que dejaba tras él.
—¿Vas a decirme qué haces? —le preguntó fastidiado porque estuviera poniéndole atención al cuarto y no a él.
En cuanto le había dicho que iban a la habitación, había sentido un nudo de anticipación en el estómago, se había imaginado entre los brazos del otro, en un beso apasionado, y se había dejado llevar mansamente… sólo para ver sus expectativas frustradas. Al menos agradecía no haberse comenzado a quitar la ropa sólo para ser ignorado como estaba siendo ignorado con la ropa puesta. Urahara se metió al baño de la recámara y removió gabinetes hasta soltar un aspaviento victorioso. Salió del baño con una sonrisa iluminándole el rostro… al menos la parte que ese condenado sombrero permitía ver.
Ichigo se levantó de la cama y llegó hasta Urahara en tres grandes zancadas.
—¿Me trajiste al cuarto para que te vea hurgar en él? —espetó, sujetándolo por el brazo y acercándolo a él.
Cualquiera que los viera podría pensar que estaba amenazando al otro, tal vez en verdad lo estuviera haciendo… y, tal vez, sólo estaba indignado y dolido por haber pensado que Urahara hubiera buscado una excusa para repetir lo de la noche anterior y estar equivocado.
—No realmente —respondió Urahara ligeramente avergonzado.
Su respuesta calmó sus nervios y la anticipación volvió a crecer en sus vísceras.
Se acercó para besarlo. Urahara evitó sus labios. Se cubrió con el abanico y volteó la cara a un lado, forzando los cuerpos a separarse.
—Vaya, Kurosaki-san —comenzó con su tono cantarín—, si no es usted demasiado osado para ser un hombre casado.
Eso lo recibió como una bofetada en plena cara.
Lo soltó apenas y justo para darse cuenta que no quería hacerlo.
—Mi vida es menos jodida desde que reapareciste en ella. Así que no dejo que te apartes, Kisuke.
Lo jaló hacia él para que lo enfrentara con la mirada, pero el maldito gorro seguía cubriendo sus ojos. Con un manotazo furioso, mandó el sombrero volando hasta el otro lado de la habitación y pudo enfrentar esa mirada gris una vez más. Urahara desvió la mirada.
Eso lo enfureció.
—Los hombres muertos no están casados —gruñó mientras le volteaba la cara por la quijada y estrellaba sus labios contra labios cerrados. Labios que no respondían.
Frustrado, llevó la mano de la quijada del hombre hasta los testarudos labios cerrados y con el talón de ésta le obligó a abrir la quijada empujando la inferior hacia abajo. Metió dos dedos a la boca de Urahara para mantenerla abierta mientras unía sus bocas y enterraba su lengua lo más profundo que le permitía la presencia de su propia mano. Cuando notó que la lengua de Urahara no respondía, suspiró derrotado. Se alejó del contacto dejando ir la sujeción de su mano y le dio la espalda al otro mientras calmaba su respiración. Apretó la zurda en un puño, deseando que la sensación de haberlo tocado y el recuerdo de la incipiente barba contra su palma desaparecieran pronto.
—No vine para esto, Kurosaki-kun —dijo con esa voz ronca y quebrada por el deseo mientras apoyaba la frente en el centro de su espalda.
La furia… indignación… incomprensión… frustración… lo que mierda fuera, había alcanzado un nuevo nivel cuando el hombre le habló como si lo deseara tanto como él. Esa voz oscura y sensual mostrándole la pasión que el cuerpo del hombre le negaba.
—Tengo trabajo qué hacer y poco tiempo para hacerlo —se quejó Urahara rodeándole la cintura con los brazos.
Apretó los antebrazos del otro sobre su propio cuerpo en una reacción inmediata y apretó la quijada con frustración.
—A la mierda, Urahara —dijo zafándose del abrazo.
Le quedaba tan poco tiempo que lo mismo daba una cosa que otra.
—No hagas esto, Ichigo —suplicó Urahara.
—¿¡Ahora sí es "Ichigo"!? —soltó enojado, incrédulo y burlón—. No voy a jugar a esto contigo, Urahara. Me rechazas cuando me acerco pero quieres cercanía cuando a ti te conviene. ¡¿Quién es el egoísta ahora?! —estalló.
Urahara dio un paso atrás, como protegiéndose de él. Le fastidió aún más que su reiatsu se descontrolara de nuevo en esa situación y aventó con saña lo primero que encontró. Resultó ser el tocador de su esposa y maldijo en un grito cuando se enteró de ello.
—¡Que se vaya todo a la mierda! —rugió.
—¡Ichigo! —llamó severo Urahara, poniéndose frente a él.
Mientras él reaccionaba para gritarle al hombre, éste le cubrió los hombros con el haori oscuro que siempre usaba. El sombrero de vuelta sobre la rubia cabellera.
—No controla el reiatsu ni sus consecuencias, pero lo oculta —le explicó con voz formal, sujetándolo aún por los hombros. Sonrió entonces mientras movía la cabeza en una negativa silenciosa que parecía divertirlo—. Así me recuerdas al chico terco y exasperante de 15 años que conocí hace tanto.
Tronó la boca con un fuerte desplante.
—Dejé de ser ese chico hace mucho tiempo.
—Lo sé mejor que nadie —respondió el mayor susurrándole al oído y terminando con una mordida en el lóbulo.
Se estremeció por dentro ante la sensación de esos labios en su piel y los dientes raspando suavemente el cartílago.
—Quiero esto tanto o más que tú, Ichigo —susurró de nuevo—. Pero parece que soy el único que sigue deseando salvarte. ¿Quieres que te salve? —preguntó tras lamerle la oreja y bajando una mano por su abdomen.
No pudo evitar el quejido de placer que escapó por su garganta.
—Sí, hazlo —dijo en un suspiro esperando que…
—Bien —dijo Urahara apartándose rápidamente y volviendo a su tono cantarín—. Necesito unas muestras.
Se quedó de piedra.
Vio a Urahara sacar algo de la manga de su ropa, sintió que su cabeza era empujada a un lado y que algo se clavaba en su cuello. Pudo moverse de nuevo segundos después, cuando el cretino del sombrero se lo permitió.
—¿Muestras? —gruñó sobándose el cuello y descubriendo una gota de sangre—. ¿Para qué?
Urahara le devolvió una mirada sarcástica.
—Para investigar, Kurosaki-kun.
Estuvo a punto de apretarse la cabeza con fuerza. Ese hombre lo estaba volviendo loco de una forma que… casi extrañaba. Casi. Por segundos lo creía completamente desinteresado, dejándolo a él como el único que quería tocarlo y ser tocado; para, al siguiente, escucharlo hablar con la misma pasión que él sentía descontrolada a pesar de su edad. Y sólo para volver a sus manierismos desinteresados y burlones un segundo después. Permitía que se acercara demasiado sólo para detenerlo cuando estaba a punto de lograr algo. Lo tenía mareado de tantas vueltas que le obligaba a dar entorno a él. Pero…
Algo tenía ese hombre que su sola presencia lo hacía sentirse sediento, siendo Urahara el agua que necesitaba para ser satisfecho.
—Podrías ser más… amoroso —se quejó devolviendo el sarcasmo.
Jaló al hombre por la ropa y una vez más chocó sus labios con los de él. Si lo rechazaba esta vez, por los dioses que al menos le rompía la nariz.
Urahara devolvió el beso esta vez.
Sus lenguas danzaron entre ellas hasta que Urahara gimió de placer ante las atenciones. Entonces se separó del contacto sólo para besarle el cuello inmediatamente después.
—¿Qué otras muestras necesitas? —preguntó entre un beso y una mordida.
—Sangre… —comenzó sólo para ser interrumpido cuando él unió sus caderas con un poco más de fuerza de la necesaria.
—Esa ya la tienes —le recordó, besándolo de nuevo mientras apretaba y empujaba su cadera contra la de él.
—Reiatsu… —siguió con un gemido.
Tras la palabra sintió las manos de Urahara separarlo con un empujón sin fuerza. Aceptó de buen grado sólo para poder bajar sus labios a la clavícula que comenzaba a aparecer bajo el samue desacomodado. Rozó sobre el hueso con los dientes, tratando de evitar la laceración cercana.
Urahara cerró su mano en el cabello y de ahí lo jaló hasta sus labios. Lo besó salvajemente hasta dejarlos a ambos jadeando por aire y lo separó de nuevo, una vez más usando su cabello para lograrlo. El dolor en su cuero cabelludo envió impulsos eléctricos a su espalda y a su entrepierna.
—¿Siempre haces lo que quieres, verdad, Kurosaki-kun? —amonestó con un dejo de pasión latente en su voz.
—Si hiciera lo que quiero, estaría enterrado en ti hasta la base, Urahara-san —devolvió el formalismo.
Vio la piel del otro sonrojarse y sus ojos brillar con la imagen que eso evocó en su mente.
—Y me llamas cruel a mí —lloriqueó con un gruñido bajo, pero ganando distancia entre ambos cuerpos.
El científico sacó algo más de su manga, un aparato que parecía la pistola de Riruka pero en miniatura. La pegó a su pecho y disparó. Un click fue todo lo que se escuchó y el científico dijo que estaba hecho. No sintió dolor por eso.
—Y tejido —terminó Urahara.
Sonrió con malicia ante el pensamiento que cruzó por su cabeza.
Él mismo retiró el haori oscuro de sus hombros dejándolo caer lentamente al piso y tomó el borde de su playera para comenzar a subirla igual de lento. Aquello le valió una mirada extrañada del otro antes de comenzar a mover la cadera sugerentemente y a acariciarse la piel mientras subía más la prenda sobre su cuerpo. Aunque no sabía realmente lo que hacía —sólo lo que quería lograr—, la mirada de Urahara pendiente de la piel que descubría le dijo que lo estaba haciendo bien.
Fueran los cambios notorios y no tan notorios que podía descubrir en el hombre, o fuera el deseo de romper ese control que Urahara tenía sobre sí mismo lo que le llevaba a hacer tales disparates; el poder de lograrlo le parecía adictivo.
Quitándose la playera, se acercó a su público privado para tomarle la diestra y llevó ésta a su cintura. La mano de Urahara acarició sobre la piel sólo para retirarse un instante después.
Entrelazó los dedos de su mano derecha con los de Urahara para no permitirle que la apartara de su cuerpo. Guió entonces la mano ajena sobre la extensión de piel… a sus costillas… a su pecho.
—¿De dónde quieres el tejido? —preguntó provocadoramente.
Urahara sonrió pecaminosamente mientras soltaba sus dedos para abrazarlo y pegarlo a su cuerpo.
—Bastará de cualquier parte —respondió con un tono natural mientras lo agarraba del trasero para juntar sus caderas.
Se sorprendió con la dura erección del hombre y tuvo que preguntarse cómo era que podía mantener la compostura. Él no podía y no pudo cuando Urahara lo provocó con la cadera de nuevo. Gimió sintiendo su propia erección volverse dolorosa.
—Eres un peligro en la habitación —le dijo Urahara al oído.
—Han pasado muchos años desde que… —se justificó de inmediato.
—Y tendrán que pasar un par de días más —interrumpió el otro en su tono más serio.
—Soy malo para esperar —rezongó.
—Pero es la espera lo que hace grande la recompensa, Kurosaki-kun —dijo en su tono cantarín.
—Sólo un par de días —le advirtió con voz ronca.
—No podría soportar más —aceptó Urahara al fin. Y sonrió avergonzado, pero divertido, mientras miraba sus caderas juntas—. Mientras tanto… —dejó la frase incompleta de palabras para terminarla con una mirada a sus entrepiernas juntas.
Una risa burbujeó desde el interior de sus entrañas y comenzó a desabotonar sus pantalones al tiempo que Urahara se bajaba los propios apenas para liberar su pesada erección. Ambos gruñeron cuando piel sintió piel. La mano de Urahara lo tomó a él mientras él tomaba la longitud de Urahara. Entre caricias, besos y un par de mordidas, no duraron mucho más.
Urahara terminó con un gruñido mientras él lo hacía con un gemido más sonoro.
—Supongo que podría usar esto como muestra —dijo Urahara entretenido mientras veía su mano manchada.
—No quiero saber para qué —avisó con un suspiro relajado.
Urahara le sonrió, irredento, mientras guardaba el semen en un frasco que sacó desde debajo de la ropa.
—Tejido —le recordó Urahara sacando un bisturí de otra parte de su ropa.
Una vez más, tenía que preguntarse dónde guardaba todas esas cosas que aparecían en su mano justo cuando las necesitaba. Nada parecía ocupar espacio bajo la tela que lo cubría.
Tomó la mano que llevaba el instrumental y puso el filo directamente sobre su pecho, a la altura del corazón.
Urahara lo miró con esos ojos grises brillando con la pregunta que sus labios querían hacer pero que no harían. Siguiendo la pauta que le daba, respondió con una mirada que intentó tuviera la seguridad y el valor de aquella historia que vivieron juntos.
Pareció funcionar, porque Urahara hizo un par de cortes y guardó su muestra de tejido.
Sintiéndose como si todo estuviera por terminar, al menos por el momento, tomó la mano del hombre frente a él intentando alargar su tiempo juntos. Llevó esa mano de nuevo a su piel, pero ahora sobre la sangre que se derramaba.
—¿Cómo están tus heridas? —preguntó débilmente.
—Mejor —respondió con una sonrisa suave.
Sin creerle del todo, desató las tiras que mantenían cerrado el samue y desnudó el torso sin intención sexual esta vez. En efecto, las heridas se veían inmensamente mejoradas. Frunció el ceño mientras se maravillaba por la velocidad de curación. Deslizó la prenda dejando a la vista la falta de músculo en el hombro para notar que la cavidad se había reducido a la mitad de la profundidad anterior. Si tal mejoría había sucedido de un día para otro —menos de 24 horas realmente— no quería imaginarse cómo se había visto hacía diez años o siquiera una semana.
—Si se recuperó tanto en un día… ¿Cómo sobreviviste a tu bankai?
Urahara sonrió avergonzado.
—Hay formas de acelerar el proceso.
—¿Cuáles? —preguntó interesado más allá de la curiosidad médica.
—¿Quieres enterarte de todos mis secretos? —cambió a su tono cantarín—. Eso no es conversación para una segunda cita, Kurosaki-kun.
—No sabía que las estabas contando como citas —atacó con una voz rasposa.
Urahara se sonrojó de inmediato y se calzó el sombrero para cubrir sus ojos haciéndolo reír en buen talante. Haber alterado el ritmo usual del Shinigami era una victoria inocente que hizo su pecho se hinchara con ese poder sexual que sólo había conocido con el hombre frente a él.
—¿Cuál es el secreto, Kisuke? —ronroneó en su oído.
—Lo que hicimos ayer… uhm… Es una forma de acelerar la regresión —dijo sonrojándose aún más y volteando la mirada al piso.
Lo abrazó de nuevo mientras reía sin sonido. Su momento terminó así de rápido con un golpe en la cabeza. Urahara le había golpeado con el abanico.
—En dos días abre la ventana a las 2 de la mañana —instruyó.
—En serio no quiero mensajes sangrientos en las paredes —avisó con una nota de amenaza.
—No tienes sentido del humor —se quejó Urahara en un mohín.
—Nunca lo he tenido —espetó con una ceja levantada.
Urahara le acarició la cara desde la ceja arqueada y hasta los labios deteniéndose allí un segundo. Lo besó ligeramente y sonrió con una mueca que tenía tanto de vergüenza como de dolor y de anhelo. De nuevo lo tomó por los hombros y presionó con sus manos, como si dudara algo.
Confundido por la duda que veía en Urahara, lo tomó por los antebrazos y fue cuando notó el haori oscuro aún sobre el piso. Apenas recordó que le había dicho ocultaba el reiatsu… así como su sombrero. Sólo entonces entendió la duda del alguna vez capitán del Gotei 13 que había sido exiliado.
Y aún seguía en peligro.
Fue por el haori sabiendo que Urahara necesitaba esa prenda más que él ahora que, por su culpa, volvía a tener problemas con su antigua afiliación. Vistió al hombre con la prenda dándole un beso ligero en la quijada para callar lo que ya comenzaba a decir. Porque si iba a recordarle que él la necesitaba tanto como Urahara, iba a perder el juicio. Y la mirada del hombre le decía que justo eso quería argüir. Negó con la cabeza ante el comentario no dicho.
Sabía que el científico encontraría la forma de salvarlo.
—Buenas noches, Urahara-san —lo despidió juguetón.
El Shinigami se calzó el sombrero antes de llegar a la ventana de la habitación. Con un movimiento fluido, desapareció como hacía tantos años lo había hecho con regularidad.
No podía decir que estuviera feliz o que su vida no estuviera tan llena de mierda como hasta hace unas horas, pero con la espalda de ese hombre grabada en sus retinas, recordó una frase de hacía mucho tiempo:
"Se siente como si la lluvia se hubiera detenido".
Se llevó la mano al torso desnudo, dónde el corte de bisturí aún sangraba, y recordó lo que había hecho. Sonrió avergonzado ante los extremos que había llegado en esa "cita" y sintió como si le hubieran arrojado un balde de agua fría cuando volteó sólo para encontrarse con la mirada de Orihime.
¿Desde cuándo estaba ahí?
Desde la puerta de la habitación que habían compartido por al menos seis años, lo miraba con ojos más condescendientes que heridos.
—Siento que tuvieras que ver eso, Orihime —dijo contrito evitando mirarla a los ojos.
Ella negó fervientemente con la cabeza, logrando que sus cabellos se ondularan con el movimiento.
—Siempre he sabido que, la que tenías, era una relación especial con Urahara-san —dijo con un tono de resignación tal que la culpa parecía lo consumiría.
Se quedó pensando en las palabras.
Por cómo se lo había dicho, podía también significar que lo que llevaban haciendo dos días, lo habían hecho desde antes. Pero eso no era cierto. Lo especial de su relación, entonces, podría haber sido la confianza… aunque realmente no, ya que nunca sabía qué iba a hacer el otro. Complicidad, parecía más correcto, pero, de nuevo; él nunca le había dicho sus planes con antelación.
Sin poder ponerle un nombre, sabía que ese hombre estaría de su lado cuando lo necesitara; que podía ser egoísta y rebelde y eso no lo había alejado. Sabía que, con él, no tenía que mantenerse siempre en control para evitar asustarlo o lastimarlo. Urahara era alguien a quien podría enfrentar con todo lo que era, sin ocultar nada, sabiendo que él lo enfrentaría de igual manera. El científico no absorbería con una sonrisa el daño que pudiera causarle, sino que lo evitaría o lo devolvería; dándole la seguridad de poder hacer hasta donde el otro permitiera y no más. Era esa seguridad de no tener que ser menos de lo que era para acomodarse a otro. En eso, sentía, radicaba su conexión.
Él lo había preparado para ser quien era en realidad. Y, eso que era —en su agresión, en su singularidad y en sus instintos—, no lo había hecho temerle. Nunca.
Levantó los destrozos que había hecho en el mueble, pidiéndole disculpas a Orihime y ella, como siempre, lo perdonó sin pedir explicación.
Bajó a la clínica para detener el sangrado en su pecho y se encontró tumbándose en la cama para los enfermos.
¿Era esa la conexión con Urahara?, se preguntó mirando al techo. En verdad había conocido a tanta gente diferente, a razas diferentes, y con cada una de ellas había forjado un lazo especial. Kon, siendo un alma que habitó en su cuerpo cuidando también a sus hermanas. Grimmjow, quien pasó de enemigo a algún tipo de aliado; casi como Kenpachi. Byakuya, que había luchado en su contra para al final convertirse en un ícono de la disciplina y el autocontrol. Nel, quién le había mostrado que los Hollow no eran sólo almas a purificar. Renji, Shinji… Rukia, quien le había abierto las puertas a ese emocionante mundo; que le había cambiado la vida y dado un propósito. Quien lo llevó a esa nueva vida que le había enseñado quién era él y de dónde venía. Lo había acercado más que nunca a su madre y a su padre.
Sí, Rukia le había cambiado la vida para siempre; pero había sido Urahara quien le enseñara a vivir en ese nuevo mundo cuando la pequeña Shinigami huyó de él. Urahara, el que peleó batallas desde el flanco menos peligroso, pero el más importante: la estrategia. Y, aunque él había sangrado al lado de Renji, de Rukia, de Chad y de Uryu; era la estrategia de Urahara la que seguían, aunque con algunos traspiés por aquí y por allá… a veces sin saberla, pero siempre con un plan del hombre en marcha. Y no es que el hombre se hubiera quedado quieto mientras pensaba, también los había curado, protegido, entrenado. Y había luchado una batalla que lo había hecho desaparecer por diez años.
Dependía de nuevo de ese Shinigami rubio con motivos siempre ocultos. Y sabía que Urahara tenía un plan —o un ciento— en mente. Lo que le obligaba a preguntarse qué parte de éste jugaría él.
Pero sólo podía esperar, y esperaba que el tipo de las sandalias hubiera escuchado su advertencia de los mensajes sangrientos. Por los dioses, tenía un niño de 5 años bajo ese techo.
