Naruto Y Hinata en:
Lord Pecado
3| HUIR
—DISPENSADME, majestad, pero me temo que no os he oído bien —insistió Hinata, sintiendo que el corazón le dejaba de latir—. ¿Qué habéis dicho?
Naruto no le prestó ninguna atención mientras los ojos del rey relucían con un taimado destello.
—¿Cómo hemos podido ser tan descuidados? —preguntó Itachi en un tono que fingía inocencia. Era muy consciente de que Hinata no sabía a qué se estaba refiriendo y que la llenaba de furia verlo jugar con ella de esa manera—. Hinata de los MacHyûga, os presentamos a vuestro futuro esposo, Naruto.
Hinata vio inflamarse la hoguera de la furia en los azulados ojos de Naruto ante la mención de su nombre.
—¿Cómo decís que se llama?
—Hinata— repitió Itachi.
Naruto soltó un juramento; Hinata no comprendía por qué su nombre le causaba tal desagrado. En realidad, le daba igual cuál pudiera ser la razón, porque no estaba dispuesta a casarse con un inglés.
—No me casaré con él.
Itachi arqueó una ceja en una muda advertencia dirigida al tono que acababa de emplear.
—Si deseáis volver a casa, lo haréis.
—Mi gente lo matará.
Itachi se echó a reír.
—Puede que lo intenten, pero os aseguramos que no lo conseguirán.
Hinata volvió la mirada hacia Naruto.
—¿Estaba al corriente de esto?
— Todavía he de dar mi consentimiento.
Itachi resopló burlonamente.
—Diste tu palabra. Si encontrábamos un sacerdote para la ceremonia harías honor a nuestro acuerdo.
Naruto miró a Itachi con los ojos entornados y se cruzó de brazos. Si el futuro de Hinata no hubiera dependido del resultado de aquella confrontación, la actuación de Itachi y lord Naruto podría haber sido muy de su agrado. Una mujer no tenía demasiadas ocasiones de ver enfrentarse a dos hombres tan poderosos.
—Primero— dijo Naruto lentamente— quiero conocer a ese sacerdote vuestro y asegurarme de que no es algún campesino disfrazado con un hábito de monje.
El rey se las arregló para parecer ofendido y divertido a la vez.
—¿Piensas que seríamos capaces de hacer tal cosa?
—No me cabe ninguna duda.
Itachi volvió a reír.
—Naruto, muchacho mío, nos conoces demasiado bien. Pero en esto no hay treta ninguna. Es voluntad de Nuestro Salvador que te encontremos una esposa.
—Es voluntad de Lucifer que debáis atormentarme hasta el día en que él pueda tenerme a su disposición.
—Tal vez.
Hinata miró primero a un hombre y luego al otro. No tenía la menor intención de cumplir cualquier acuerdo tramado entre dos ingleses sin su consentimiento, entre otras razones porque semejante acuerdo iría en extremo detrimento de su clan.
—No sé qué es lo que habéis acordado entre los dos, y me da igual. No me casaré con un inglés.
Itachi la miró con expresión pensativa mientras se acariciaba el mentón.
—Muy bien. En ese caso, no nos dejáis elección. Nuestro ejército entrará en vuestras tierras y dará muerte a cada hombre y niño varón para asegurar la paz. Empezaremos mañana por la mañana con la muerte de vuestro hermano pequeño.
Lheo dejó escapar una exclamación ahogada y retrocedió, tropezando con Konohamaru.
Konohamaru, visiblemente horrorizado, lo cogió en brazos y lo apretó contra su pecho mientras le acariciaba la espalda en un intento de tranquilizarlo.
El corazón de Hinata dejó de latir y el terror hizo presa en ella ante la terrible amenaza de Itachi.
—No os atreveríais a hacer algo semejante.
Sus palabras de desafío iban más allá de lo aceptable y todos lo sabían. Itachi le lanzó una mirada que la hizo temblar. Aun así, no se inclinaría ante él. No cuando había algo tan importante en juego, especialmente mientras amenazara a Lheo. Si el rey inglés trataba de llevar a la práctica su amenaza, ella misma se encargaría de hacerle pagar aquel crimen con su vida.
—Tened un poco más de cuidado con lo que decís —dijo Itachi, su voz impregnada de insidia—. Puede que vos pertenezcáis al linaje real escocés, pero él ciertamente no. ¿De verdad creéis que podríais impedir que hagamos lo que debemos hacer para asegurar la prosperidad de Inglaterra?
La mirada de Hinata se encontró con la de Naruto y vio la advertencia en sus ojos. Sí, Itachi podía llegar a ser así de implacable. Ambos lo sabían.
—Esto es ridículo —le insistió al rey.
—Ridículo o no, mañana por la mañana os casaréis con él o nuestro ejército entrará en Escocia. La elección es enteramente vuestra.
Hinata le sostuvo la mirada a Itachi como si fuera su igual. No iba a permitir que él viera su temor, o sus estremecimientos. Si ella hubiera sido un hombre, Itachi nunca se habría atrevido a hacer tal cosa, y la llenaba de ira que aquellos ingleses tuvieran un concepto tan bajo de sus mujeres.
Deseó que todo aquello no fuese más que un farol, pero ya sabía que no lo era.
Los rebeldes del clan de Hinata, mandados por un hombre no identificado al que se conocía simplemente como el incursor, habían sido implacables con los ingleses que habían osado asentarse en Escocia. Hinata estaba segura de que la única razón por la que Itachi se había abstenido de marchar contra su clan hasta el momento era la relevante cuestión de su parentesco con el rey Neji de Escocia. Eso también era lo que la había mantenido a salvo mientras Itachi la tenía en su poder.
Como prima del rey escocés, Hinata había pasado una gran parte de los primeros años de su vida en la corte de Neji y sabía cómo pensaban los reyes y cuál era la manera de actuar de la realeza.
Y sabía que, si ella se atrevía a llevar a Naruto a Escocia, entonces los rebeldes que habían estado atacando a los ingleses sin duda también los atacarían a él y a sus hombres. Unos cuantos días bastarían para que empezara a librarse una guerra en toda regla.
Aquello tenía todos los ingredientes del desastre.
Hinata ya podía verlo claramente con los ojos de la imaginación. El ejército de Naruto entraba en Escocia y sus soldados ponían en pie de guerra a los hombres del clan de Hinata, quienes detestaban todo lo que fuera inglés. Ningún bando daría su brazo a torcer o se mostraría dispuesto a ser razonable. Los hombres del clan de Hinata nunca consentirían que un ejército inglés pusiera los pies en sus tierras.
¿Qué podía hacer ella?
—¿Qué tamaño tendrá el ejército que llevaréis a mi hogar? —le preguntó a Naruto, temiendo su respuesta.
—Ninguno. Iré solo.
Itachi rió ruidosamente hasta que comprendió que lord Naruto estaba dispuesto a hacer lo que acababa de decir.
—No puedes hablar en serio.
Naruto se encogió de hombros despreocupadamente.
—Bastaría con que hubiera diez caballeros ingleses viviendo entre los escoceses para invitar a la clase de conflicto que estáis tratando de evitar. La única posibilidad de que haya paz es un hombre contra ellos.
El que Naruto conociera tan bien a su gente sorprendió a Hinata, al igual que lo hizo su coraje. Pero entrar solo en territorio enemigo y esperar que ellos se rindieran era una locura. Nunca verían llegar el día en que los escoceses hicieran tal cosa.
El rostro de Itachi se oscureció, y sus ojos se llenaron de furia mientras miraba a Naruto.
—Te matarán.
—Dijiste que no podían hacer tal cosa —le recordó Naruto.
El rostro de Itachi se oscureció todavía más bajo el peso de su rabia, y las cabezas de los cortesanos se juntaron mientras empezaban a murmurar entre ellos, recordando así a Hinata que toda aquella discusión estaba siendo presenciada y escuchada con gran atención. Itachi sacudió la cabeza.
—Lo dijimos porque pensábamos que tendrías contigo a tus hombres. ¿Qué clase de insensato...?
—Yo iré con él.
Itachi se volvió para ver a Konohamaru con Lheo todavía en sus brazos. El niño los miraba con ojos más grandes que platos y se mordisqueaba nerviosamente el puño.
Itachi masculló un juramento.
—Konohamaru, te creíamos lo bastante sensato para mantenerte alejado de esto.
Konohamaru pareció pensárselo antes de hablar.
—No, majestad. En cuestiones como ésta parezco ser más bien suicida. Además, siempre he querido ver Escocia.
—¿Quién dice que lo permitiré? —exclamó Naruto, mirándolo con expresión desdeñosa.
Una sonrisa irreverente aleteó por las comisuras de los labios de Konohamaru.
—Lo permitas o no, allí estaré. Me imagino que sería más fácil viajar contigo, pero en cualquier caso partiré hacia Escocia. Necesitas que haya alguien a tu espalda.
Sus palabras parecieron divertir amargamente a lord Naruto.
—Te aseguro que mi espalda está muy bien protegida.
Algo que no llegó a ser dicho pasó entre ellos. Algo que obviamente unía a aquellos dos hombres con un vínculo que no tenía nada que envidiar al de los hermanos. Algo que parecía ser siniestro y frío, a juzgar por las miradas atormentadas que aparecieron en los ojos de ambos.
—Bien que lo sé —se mostró de acuerdo Konohamaru—. Pero a veces hasta al más fuerte le viene bien un amigo.
—Te agradezco que hayas pensado en ello, Konohamaru; no obstante, todavía he de acceder al matrimonio.
—Ya has accedido —insistió Itachi.
Hinata quería protestar, pero sabía que no hubiese servido de nada. Sólo había una esperanza para ella.
Huir.
Nunca podría discutir con unos hombres para los que ni su persona ni sus opiniones tenían ninguna importancia. Para Itachi ella sólo era un peón político al cual podía utilizar de la manera que le pareciese más apropiada.
En cuanto a Naruto, no sabía qué era lo que iba a ganar con su unión. Pero después de todo, tampoco tenía intención de quedarse allí el tiempo suficiente para averiguarlo. Que encontrara una heredera inglesa con la que casarse. O alguna otra muchacha que despertara su deseo.
Ella tenía que alejarse de allí. De aquellos hombres y de aquel horrible país, o de lo contrario todo estaría perdido.
—Bien —dijo lentamente, apartándose de ellos—. Si he de casarme mañana, más vale que regrese a mi habitación, donde podré hacer los preparativos para la ceremonia.
—¿Vas a casarte con un demonio? —preguntó Lheo, frunciendo el labio sólo de pensarlo—. Si lo haces te crecerán cuernos. Hinata hizo como si no lo hubiera oído y se lo quitó de los brazos a Konohamaru.
Lheo sacudió la cabeza como un anciano que estuviera riñendo a un niño.
—Me pregunto si también te saldrá cola.
Hinata suspiró. Bueno, al menos el chico había vuelto a encontrar la lengua perdida. Le dijo que se callara y Lheo siguió parloteando sobre las consecuencias de contraer matrimonio con un miembro de la familia real del diablo.
—Seguro que vuestros hijos nacerán con lengua de serpiente. Y tendrán escamas. ¿Crees que si me muerden habrá veneno en sus dientes? ¿Te acuerdas de cuando el bebé de Robbie me mordió? Me parece que todavía tengo el morado. Kagura dijo que la mordedura llegaba hasta el hueso, aunque yo sólo la veía un poquito púrpura. Naruto los vio volver al castillo sin que el chico dejara de hablar ni un solo instante.
La mujer había cedido un poco demasiado deprisa y él, sabiendo cómo funcionaba su mente, podía ver sus pensamientos con toda claridad. Estaba tramando una nueva huida.
Llamó a Konohamaru con un ademán.
—No la pierdas de vista mientras yo hablo con Itachi.
—Si escapara a la custodia, entonces ya no tendrías que casarte con ella.
—Lo sé. Pero aun así no la pierdas de vista. Tiene un talento increíble para meterse en líos.
Hinata sintió la mirada de lord Naruto posada en ella mientras iba hacia el castillo con Lheo. Cuando llegó a la puerta, se detuvo a mirar atrás y se encontró con que Konohamaru la seguía a un par de metros.
Oh, sapos malditos, Naruto tenía que haber enviado al caballero para que no los perdiera de vista.
Daba igual. Eso tan sólo complicaba un poco más su huida, pero no tenía por qué hacer imposibles sus planes. Durante su juventud, Hinata había engañado en muchas ocasiones a su sagaz aya cuando quería salir del castillo sin ser vista para irse a nadar desnuda en el estanque. Si había sabido ser más lista que Natsu, cuya habilidad para leerle la mente rayaba en lo mágico, no le costaría demasiado quitarse de encima a un mero inglés.
Mientras Konohamaru iba hacia ellos, Hinata reparó en el ave dorada que adornaba su sobreveste verde. Por el corte y la tela de aquella elegante prenda de la que tan orgulloso parecía sentirse el caballero, supuso que se hallaba ante alguien de cierta alcurnia y riqueza. Sin duda Konohamaru era un gran noble.
—¿De qué feudo sois, señor? —preguntó educadamente.
Él le abrió la puerta.
—Sólo mando sobre mí mismo, milady. Soy un caballero sin tierra.
—¿Amigo de lord Naruto?
Konohamaru tardó unos instantes en responder mientras ella pasaba junto a él.
—Supongo que estoy todo lo cerca de ser un amigo que él puede llegar a tener.
—¿Lo que significa...?
—Que Naruto sólo tiene enemigos y a aquellos que intentan ganarse su favor para llegar lo bastante cerca del oído del rey. —Cerró la puerta detrás de ella y Lheo, y luego los llevó por el pasillo lleno de claridad, salpicado por los colores de las ventanas de cristales policromados, en dirección a la escalera.
—¿Puedo jugar con tu espada? —preguntó Lheo.
Konohamaru le revolvió cariñosamente los oscuros rizos al tiempo que lo miraba con ojos llenos de bondad.
—Cuando seas mayor.
Lheo le sacó la lengua y Konohamaru se rió del diablillo.
—Sabes, dicen que cada vez que un niño saca la lengua, ésta les envía un mensaje a los ogros de la noche diciéndoles dónde va a dormir.
—La lengua no hace eso —dijo Lheo, apresurándose a mirar a Hinata—. ¿Verdad que no?
Ella se encogió de hombros.
—Nunca había oído hablar de esos ogros de la noche.
Lheo echó a correr delante de ellos, pero mantuvo la lengua metida dentro de la boca.
—¿En qué categoría entráis vos? —le preguntó Hinata a Konohamaru, volviendo a su conversación—. ¿Intentáis ganaros el favor de lord Naruto, o sois un enemigo?
—Pertenezco a una tercera categoría que parece estarnos reservada exclusivamente a mí, mi hermano y el rey. —Hizo una pausa y la traspasó con una mirada llena de sinceridad—. Le debo la vida a Naruto, y muy probablemente también la cordura. Él hizo cosas por mí que ningún niño debería tener que hacer jamás, y cada noche doy gracias a Dios por la lealtad que me demostró ese hombre en una época en la que cualquier otro muchacho habría estado muy ocupado protegiéndose a sí mismo y acurrucándose miedoso en algún rincón.
—¿Por eso vais a ir a Escocia para morir con él?
La sinceridad en los ojos de Konohamaru era abrasadora.
—No lo dudéis.
Hinata sintió que un escalofrío le subía por la espalda cuando le oyó decir aquello. No sabía qué les había sucedido a aquellos dos hombres cuando eran pequeños, pero tenía que haber sido realmente horrible.
Konohamaru volvió la mirada hacia el final de la escalera, donde Lheo los estaba esperando al lado de la puerta de Hinata.
Bajó la voz para que Lheo no pudiera oírlos.
—Yo apenas tenía la edad de vuestro hermano cuando Naruto cubrió mi cuerpo con el suyo para mantenerme a salvo. Ese día casi perdió la vida a causa de lo que hizo. La noche en que mataron a mi madre, fue Naruto quien me ocultó de la ira de su asesino. Desde el muro en el que me había escondido, pude oír la paliza que prefirió recibir antes que revelar mi paradero. Algunas noches todavía puedo oír y ver los golpes que recibió al defenderme no sólo aquella vez, sino durante todos los años que vivimos en Sarutobi Thorne.
»En la última imagen que guardo de él como un niño lo veo con el cuello rodeado por la mano de un hombre que juró que Naruto lamentaría haberme ayudado. Todavía tiemblo al pensar en lo que le llegaron a hacer por aquello. Pero conociendo a Hiruz como lo conozco, estoy seguro de que cumplió a su amenaza.
Hinata se estremeció ante lo que le estaba relatando Konohamaru. Pero en buena parte eso explicaba la clase de hombre que ella sabía que era Naruto.
Cuando hubieron llegado al final de la escalera, Hinata llamó a Lheo y abrió la puerta de su habitación. Lord Naruto era un objeto de fascinación para ella, pero eso era todo lo que sería nunca. Hinata no podía darle nada más que eso.
Nunca, mientras tuviera un plan para escapar.
.
.
Naruto pasó horas tratando de disuadir a Itachi de su descabellada idea. Itachi se mantuvo firme en su decisión.
Maldición.
Una esposa. Sólo pensarlo hacía que se le revolviera el estómago. ¿Qué iba a hacer él con una esposa?
Él no era la clase de hombre que necesitaba, por no hablar ya de que quisiese, tener a alguien a su lado. Tener un hogar. Y, no lo quisiera Dios, ser amado.
Lo único que quería era que lo dejaran en paz.
Sin que él la hubiera invocado, una imagen de su hermano Menma y su cuñada Tanahi cobró forma en su mente. Cada vez que su cuñada miraba a su hermano, aparecía en sus ojos una luz tan brillante que resultaba cegadora.
Nadie había mirado nunca así a Naruto.
Menos de un puñado de personas lo habían mirado con algo que no fuera desprecio u odio en los ojos. Eso no quería decir que él necesitara ternura en su vida. Había vivido muy bien sin ella. ¿Por qué iba a querer cambiar las cosas ahora?
Con todo...
Naruto sacudió la cabeza. No volvería a pensar en ello. Haría lo que Itachi deseaba que hiciera, pero todavía había maneras de evitar que consiguiera salirse con la suya. Un matrimonio no consumado era fácil de disolver. Iría a Escocia, encontraría a aquel incursor que había estado acosando a los hombres de Itachi, pondría fin a sus actividades y luego recuperaría su libertad.
Itachi se alegraría de que así fuese, y Naruto estaba seguro de que Hinata también...
Hinata.
Maldijo ante la ironía de su nombre. «Odio todo lo que tiene que ver con Escocia y sus gentes, y antes preteriría morir consumido por la pestilencia que volver a poner una sola parte de mi cuerpo en Escocia.» Los ecos del juramento que se había hecho a sí mismo resonaron en su mente.
Disgustado, fue escalera arriba para ir a su habitación.
Cuando llegó al rellano, no le pareció que hubiera nada de raro en el hecho de que el pasillo estuviera desierto en el tramo que discurría ante su habitación y la de Hinata. No hasta que oyó un ruido de golpes acompasados procedentes del otro lado de la puerta de ella. Con una mano sobre la empuñadura de su espada, Naruto frunció el ceño y se detuvo a escuchar.
Golpe, golpe... golpe, golpe... golpe, golpe... Naruto ladeó la cabeza, se acercó un poco más a la oscura puerta de roble y puso la mano encima de la madera.
El ruido sonaba muy parecido al que haría una cama chocando contra la pared mientras dos personas...
Naruto sintió que una rabia desgarradora, corría todo su ser. Especialmente cuando oyó los gruñidos ahogados. Apretó la mano. ¡No! Konohamaru no podía estar haciendo algo semejante.
Naruto pegó la oreja a la puerta.
El sonido era inconfundible. Decididamente era una cama chocando con una fuerza tremenda contra el muro de piedra. Y el ritmo sólo podía ser el de las acometidas de un hombre.
—Konohamaru —siseó—, eres hombre muerto.
Desenvainando su espada, Naruto entornó los ojos y abrió la puerta para ver dos bultos debajo de los cobertores, retorciéndose al unísono encima de la cama.
Naruto no podía recordar la última vez que algo lo había puesto tan furioso. Pero por alguna razón, pensar en Konohamaru con Hinata hacía que quisiera ver sangre. La sangre de Konohamaru.
Hasta la última gotita de ella.
Conteniendo su ira a duras penas, fue hacia la cama sin hacer ningún ruido y luego puso la punta de su espada en el hueco de la espalda del bulto más grande.
El bulto se quedó inmóvil.
—Más vale que esto no sea lo que pienso que es —dijo mientras apartaba la manta de la cama.
La sorpresa lo dejó paralizado en cuanto vio lo que había ante él. Konohamaru yacía sobre el costado, completamente vestido y atado tanto a la cama como a una pila de almohadas mediante una cuerda. Un trozo de tela embutido en su boca le hacía de mordaza. Konohamaru tenía todo el pelo revuelto. Su sobreveste estaba empapada y sus ojos, hinchados y enrojecidos, ardían con una rabia que casi era tangible.
Naruto desenvainó su espada, y luego empuñó su daga para cortar la mordaza.
—Esto no es lo que estabas pensando hace unos momentos —dijo Konohamaru—. Pero es lo que estás pensando ahora.
—¿Qué diablos ha pasado? —preguntó Naruto mientras se disponía a liberarlo de la cama y la pila de almohadas.
Konohamaru estaba rojo de ira.
—Me dijo que tenía problemas femeninos. Entonces, cuando me acerqué a ella para ver si necesitaba que hiciera venir a un médico, me sopló a los ojos algún preparado de bruja.
—¿Por qué estás mojado?
—Después de que me ataran, la mujer trató de ahogarme. Naruto se habría echado a reír si no estuviera intentando decidir a quién estrangulaba primero, si a Hinata o a Konohamaru.
—Debería dejarte atado aquí.
—Si el estar atado aquí me mantiene a salvo de esa bruja, entonces te ruego que lo hagas.
Naruto cortó la última cuerda.
—¿Tienes alguna idea de adónde pensaba ir?
—Ninguna en absoluto.
—¿Cuánto hace que huyó?
—Al menos una hora.
Naruto masculló un juramento. A esas alturas ya podía estar en cualquier lugar de Londres.
.
.
Hinata se detuvo mientras paseaba la mirada por las calles de Londres. El gentío de la tarde que iba y venía entre los grandes edificios era bastante considerable. Ninguna de aquellas personas debería reconocerla a ella o a Lheo.
Con la mano de su hermano firmemente apretada en la suya, echó a andar en dirección norte hacia una posada donde recordaba haberse detenido cuando la llevaban a Londres. El posadero tenía un establo con caballos que podían comprarse. Si conseguía llegar hasta esos caballos, compraría uno para su hermano y otro para ella con el dinero que había logrado ocultarle a Itachi. Cuando se la llevó, el rey inglés no tenía ni idea de que Hinata tenía consigo una pequeña fortuna dentro de su corpiño.
En cuanto estuvieran lo bastante lejos de la posada, se disfrazarían de leprosos y entonces nadie, ni siquiera los ladrones, se atrevería a detenerlos.
Enseguida estarían en casa.
—¿Vamos a ir andando todo el camino hasta casa? —preguntó Lheo.
Hinata sonrió.
—Sólo un poquito más, cariño.
—Pero es que tengo las piernas muy cansadas, Hinata. ¿No podemos parar un rato a descansar? ¿Sólo un ratito? Un minuto o dos antes de que se me caigan las piernas y nunca más pueda volver a correr.
Hinata no se atrevía a detenerse. Estaban tan cerca de escapar de allí...
Cogió en brazos a su hermanito, se lo puso sobre el costado, y siguió andando.
—Ay, muchacho, cada día pesas más —dijo mientras esquivaba a las mujeres cargadas con cestas llenas de cosas para el mercado—.Vaya, pero si todavía me acuerdo de cuando apenas pesabas lo que una hogaza de pan.
—¿Entonces papá me cantaba?
Su pregunta llenó de tristeza el corazón de Hinata. El pobre Lheo apenas se acordaba de su padre, quien ya llevaba casi tres años muerto.
—Sí —dijo, apretándolo cariñosamente contra su cuerpo—. Él te cantaba cada noche después de que tu madre te hubiera acostado.
—¿Era un hombre grande como Kagura?
Hinata sonrió ante la mención de su hermano. A sus dieciséis años, Kagura era sus buenos diez centímetros más alto que ella.
—Más grande que Kagura—. De hecho, su padre había sido casi tan alto como lord Naruto.
—¿Crees que se alegrará de ver a mi madre cuando vaya al cielo con la tuya?
Hinata arqueó una ceja ante aquella pregunta tan extraña.
—Santo Dios, diablillo, ¿de dónde sacas esas preguntas?
— Bueno, es que he estado pensando. Uno de los caballeros del rey me dijo que los sirvientes no pueden ir al cielo, porque son pobres y allí sólo pueden ir los que son de noble cuna. Entonces me puse a pensar que Dios no querría que mi madre estuviera en el cielo con la tuya.
Hinata respiró hondo. Su madre podía haber sido de sangre real y la de Lheo era una simple pastora, pero sólo un estúpido sería capaz de decir semejantes insensateces. Y a un chiquillo, nada menos.
—Ese caballero estaba siendo malo contigo, Lheo. Dios ama a todas las personas por igual. Tu madre es un alma buena que nos quiere, y Dios en su misericordia hará que esté en el cielo, igual que al resto de nosotros cuando llegue el día.
—Bueno, ¿qué...?
—Lheo, por favor —le rogó ella—. Necesito hasta mi último aliento para llevarte en brazos. No más preguntas, por favor.
—Muy bien—. El niño rodeó el cuello de Hinata con sus delgados brazos y apoyó la cabeza en su hombro.
Hinata siguió andando todo el tiempo que pudo, pero pasado un rato empezaron a dolerle los brazos y la espalda.
—Muchacho, necesito que andes con tus propios pies durante un ratito.
Lheo se bajó y se agarró a las faldas de Hinata mientras iban por otra calle llena de gente.
—¿Cuántos días crees que tardaremos en cruzar todo Londres a pie? ¿Cien? ¿Doscientos?
Hinata empezaba a pensar que serían dos mil.
—Tarde o temprano acabaremos saliendo de la ciudad. Intenta no pensar en ello. Piensa en volver a estar en casa.
—¿Puedo pensar en las tartas rellenas de carne de mi madre?
—Claro.
—¿Puedo pensar en el caballo del tío Hizashi?
—Me parece muy bien que pienses en eso.
—¿Puedo pensar...?
—Lheo, ricura, ¿puedes hacerme el favor de pensar para ti solo?
El niño suspiró con abatimiento, como si la carga de pensar para él solo fuera más de lo que podía soportar.
Hinata lo hizo detenerse en cuanto divisó un grupo de caballeros armados que cruzaban la ciudad a lomos de sus monturas. Le soltó la mano a Lheo para cubrirse la cara con el velo por si a alguno de ellos se le ocurría mirar en su dirección.
Los caballeros reían y no le prestaron ninguna atención. Pero sólo cuando se hubieron alejado el corazón de Hinata dejó de palpitar ruidosamente y ella descubrió que sus piernas temblorosas volvían a ser capaces de seguir caminando.
—Hemos estado cerca—jadeó. Extendió el brazo para volver a coger de la mano a Lheo, y fue entonces cuando descubrió que su hermano ya no estaba allí.
¡Oh, Dios, no!
—¡Lheo! —lo llamó, buscando frenéticamente con los ojos entre la multitud—. ¡Lheo! —El pánico volvió a hacer presa en ella. No veía ni rastro de su gorra marrón. Sus rizos oscuros tampoco eran visibles por parte alguna.
¿Dónde podía estar el pequeño?
—¡Lheo!
Continuará...
