EL PISO de Edward estaba bañado por la luz del sol. Bella se obligó a respirar más despacio. Se soltó de la mano de Edward al entrar y se acercó a una ventana a contemplar la vista.
Él se puso a su lado y ella comenzó a sentir pánico. ¿Qué hacía allí?
Para romper el silencio, farfulló unas palabras.
–Esto es precioso. Eres muy afortunado.
–Sé lo hermoso que es y lo afortunado que soy.
Apoyó la espalda en el cristal y ella lo observó. Se había quitado la corbata y la miraba como si la estuviera evaluando.
Bella tuvo un ataque de timidez. Llevaba muy poco maquillaje, el cabello suelto y despeinado y una ropa anodina. Tenía un aspecto totalmente opuesto al de la mujer que había conocido una semana antes.
–¿Por qué me deseas? –le preguntó.
–Porque eres lo más bonito que he visto en la vida.
–No lo soy -Bella agachó la cabeza y el cabello le cayó sobre el rostro.
Edward se lo colocó detrás de la oreja y le levantó la cabeza poniéndole un dedo en la barbilla. Se puso frente a ella.
–Si lo eres, Bella. Y por eso te deseo, aparte de porque no podré volver a pensar con claridad hasta que te haya poseído.
Se le acercó más, hasta que sus cuerpos se rozaron. Ella sintió que el aroma masculino la ahogaba y se agarró a su camisa para no caerse al suelo. Y él inclinó la cabeza.
Sus besos eran dulces como la miel. Ella gimió con desesperación en la boca masculina, lo que él tomó como una invitación para introducirle la lengua, que se enredó en la de ella.
El beso se hizo más profundo y sensual. Edward le puso la mano en la cintura y siguió descendiendo hasta apretarle una nalga. Bellan se separó de su boca. Apoyó la frente en el cuello masculino, jadeante. Edward retrocedió un poco para conducirla a un sofá cercano. Se sentó y ella cayó en su regazo. Bella trató de sentarse, pero él no se lo permitió.
–Te quiero así.
Volvió a besarla y ella se olvidó de protestar. Él le agarró un seno y se lo apretó suavemente. Después, le sacó la camisa de la falda para acariciarle la cintura y siguió ascendiendo hasta volver a asirle el seno y acariciarle el pezón.
Bella apartó la boca de la de él y lo miró, enfebrecida. Edward le bajó el sujetador y le puso la mano en el pecho desnudo.
–Desabotónate la camisa. Quiero verte.
Ella lo obedeció con manos temblorosas, como si fuera un robot.
–Tal y como lo había imaginado: es hermoso –murmuró él. Inclinó la cabeza y se lo besó y lamió, y chupó el pezón como si fuera un exquisito bocado.
Después le destapó el otro seno y volvió a hacer lo mismo. Ella tuvo que apretar los muslos con fuerza para contener la tensión creciente que experimentaba en el centro de su feminidad. Pero él le introdujo la mano entre ellos y se los separó. Se la apretó contra el sexo por encima de las braguitas, explorándolo con los dedos arriba y abajo. Bella lo agarró del brazo buscando sostén. Le resultaba increíble estarse comportando de una manera tan desvergonzada, permitirle que la acariciara tan íntimamente, empujándola a caer por un precipicio que, hasta entonces, había explorado sola.
Pero no fue capaz de decirle que se detuviera.
, Edward le apartó la braguita y la acarició con mano experta, sabiendo lo que ella deseaba. Bella se mordió los labios. Sin dejar de mirarla, él siguió desvelando todos sus secretos con los dedos y luego se introdujo en ella suavemente al principio, pero con creciente presión después, abriéndose paso de forma rítmica e implacable. Le acarició el clítoris con el pulgar. Bella intentó controlarse, pero le resultó imposible. Se derrumbó en sus brazos, con la cabeza hacia atrás, al tiempo que se le contraían los músculos, totalmente indefensa ante semejante oleada de placer.
Le pareció que tardaba siglos en volver a la realidad mientras flotaba en una nube de satisfacción que nunca había experimentado. Lo miró, aturdida.
Él lo hizo con sensual aprobación.
–Reaccionas muy bien.
Después, Bella vio cómo lo hacía él, cuando lo contempló completamente desnudo. Volvió a excitarse. Llevaban apenas unos minutos en el piso y ella volvía a gemir y a retorcerse en su regazo. Seguro que su reacción no tenía nada que ver con las elegantes respuestas a las que, sin duda, él estaría acostumbrado.
Se libró de su abrazo y se desplazó al otro extremo del sofá al tiempo que se bajaba la falda y se cerraba la camisa. Edward se incorporó.
–¿Qué te pasa, Bella ?
No lo oyó porque se estaba reprendiendo a sí misma por no haberle dicho la verdad. ¿No era eso parte del trato al que había llegado consigo misma para justificar el haberse ido con él? Pero se le había olvidado con la exaltación del momento. Se suponía que debería desanimarlo, no darle esperanzas. Él se había puesto a su lado.
–Hay algo que debes saber –le dijo con voz ronca–. Soy virgen. Edward se esforzó en comprender, ya que el deseo le entorpecía los pensamientos.
–¿Qué has dicho?
Ella se sonrojó y lo repitió:
–Soy virgen. Él la miró durante unos segundos. Si le hubiera dicho que había un unicornio al otro lado de la habitación, se habría sorprendido menos. Pensó en cómo había reaccionado a sus caricias y observó que se había vuelto a colocar bien la ropa. De pronto, necesitó más espacio. Se levantó y le preguntó:
–¿Cuántos años tienes?
–Veintidós.
–¿Y nunca…?
Bella se levantó a su vez, con los brazos cruzados para que no se le abriera la blusa. Tenía la falda subida y se le veían los muslos. Estaba muy sexy. Y él se dio cuenta de que no era consciente de su atractivo.
Edward comenzó a sentir una opresión en el pecho. Ella evitó mirarlo a los ojos.
–Nunca he tenido novio ni he deseado tener sexo con nadie. En casa solo vivimos mi padre y yo.
Él lo pasó muy mal cuando mi madre murió, así que no he salido mucho. La sensación de opresión de Edward aumentó. Lo conmocionó, sobre todo después de los secretos y mentiras que había descubierto en su familia y de la tragedia que había derivado de ellos. Sabía que debería pedirle que se fuera. No se relacionaba con vírgenes. En su mundo se había abandonado la ilusión de que la inocencia o las familias felices existieran. Sin embargo, se sintió incapaz de hacer lo que debía. Puso un dedo en la barbilla de Bella para levantarle la cabeza.
En cuanto sus miradas se encontraron, supo que no la dejaría marchar, a pesar de su inocencia. La quería para sí con una fiereza que lo desconcertó.
–Me has dicho que no has querido tener sexo con nadie. ¿Quieres hacerlo ahora?
Bella asintió. Edwardb había aprendido a valorar la sinceridad por encima de casi todo, y, en aquel momento, Bella le pareció que representaba algo que no había experimentado jamás: una especie de pureza. La atrajo hacia sí al tiempo que le acariciaba el rostro, tan suave como un pétalo de rosa.
–¿No quieres que me vaya? –preguntó ella.
–¿Por qué iba a quererlo? Ella tragó saliva.
–Porque no tengo experiencia.
–De ningún modo, querida Bellan. No vas a irte a ningún sitio.
A ella le brillaron los ojos de deseo. Y él quiso devorarla. La tomó de la mano para conducirla al dormitorio y no poseerla en el suelo, como un animal. Ella se la apretó y él la miró. Estaba pálida y parecía inquieta.
–No tomo la píldora. Necesitamos protección.
Edward se sintió aliviado porque, por un momento, creyó que había cambiado de opinión. Pero lo que le preocupaba era la protección, igual que a él. La agarró por la nuca y pegó su boca a la de ella. Su cuerpo ya había reaccionado al deseo, y no esperaría.
–No te preocupes. Yo me encargaré de que estemos protegidos.
La preocupación de ella la hacía aún más sincera.
Edward sabía que, si tuviera más experiencia, podría aprovecharse de la situación en la que él se encontraba con su familia. La llevó al dormitorio. Había algo visceral en saber que ningún otro hombre la había tocado, que sería el primero en dejarle su marca. Sería indeleblemente suya. La soltó de la mano y se volvió a mirarla. Tenía los ojos muy abiertos y la boca aún hinchada por los besos. Se le adivinaban los pezones endurecidos debajo de la camisa. Edwardb pensó que tenía que controlarse. Casi le daba miedo tocarla.
–Quítame la camisa.
Cuando ella avanzó hacia él se le abrió la camisa, que dejó al descubierto las seductoras curvas de sus senos desnudos. Edwardn tuvo que cerrar los puños para no tomarlos en sus manos. Ella le fue desabotonando lentamente, uno a uno, los botones
. Los dedos le rozaban la piel con leves caricias. Edward apretó los dientes. Cuando ella, concentrada, sacó la punta de la lengua y se mordió el labio inferior, comenzó a sudar. Las manos femeninas habían llegado a la altura del cinturón, y no pudo resistirlo más. Se las agarró y le besó las palmas. Después, se las soltó, se sacó la camisa por la cabeza y la tiró al suelo. Ella le miró el pecho.
Edward vio que cerraba un puño, como si se contuviera para no acariciarlo. Él le abrió los dedos y le colocó la mano en el centro de su pecho. Tenía la mano fría, pero lo quemó como la más seductora de las caricias. Ella lo miró y comenzó a explorarlo con titubeos. Cuando le arañó un pezón con la uña, él contuvo el aliento y se excitó mucho.
–¿Te he hecho daño?
–No, todo lo contrario.
Ella descendió hasta el abdomen, y más abajo. Le agarró el cinturón y lo miró como pidiéndole permiso. Él se limitó a asentir. Se había quedado sin palabras. Ella se lo desabrochó y le desabotonó el botón de la cintura de los pantalones.
Edward casi se sintió avergonzado del enorme bulto de su entrepierna. Ahogó un grito de placer. Ella estaba bajándole la cremallera y rozaba su excitación con los nudillos. Ella volvió a mirarlo y él le apartó las manos.
–No voy a durar mucho si me sigues acariciando así.
–Lo siento.
Edward la agarró de la barbilla. ¿Cómo era posible que no supiera lo que le estaba haciendo? Porque era inocente.
–No lo sientas. La soltó para quitarse los pantalones, que dejó en el suelo.
–Quiero verte. Bella se quitó la camisa lentamente. Sus senos desnudos estaban levemente levantados por el sujetador. Edward se quedó maravillado; aquello era posiblemente lo más sensual que había visto en su vida. Ella se desabrochó el sujetador, que también cayó al suelo. Sus senos, perfectamente formados, estaban a la vista, cada uno coronado por un pequeño, duro y rosado pezón. A él se le hizo la boca agua. Quería volver a saborearlos. Ella levantó los brazos para cubrírselos. Él se los bajó con delicadeza. –Eres hermosa.
–Nadie me había visto nunca así.
–Gracias por confiar en mí.
Los ojos de Bella brillaron durante un momento con algo parecido a la culpa, pero él pensó que lo había imaginado, ya que el brillo desapareció de inmediato. ¿Y por qué iba a sentirse culpable? Rose se quitó la falda y se quedó frente a él en unas cómodas braguitas blancas que a él volvieron a parecerle el colmo del erotismo después de años viendo a mujeres desfilar con toda clase de transparencias.
El deseo sustituyó a las palabras y los pensamientos. Ella tenía los miembros largos y la piel pálida, curvas delicadas, cintura alta, pecas en los antebrazos y el pecho. Edward la tomó de la mano y la condujo al lecho.
–Túmbate, cariño.
El término afectuoso le salió espontáneamente. Solía ser más circunspecto. Ella se sentó en la cama mientras él se quitaba la ropa interior. Bella se lo quedó mirando fijamente.
Él se llevó la mano a su masculinidad, como si eso pudiera aplacar el deseo. Buscó protección en el cajón de la mesilla. Bella observaba sus movimientos.
–Túmbate.
Lo hizo lentamente, sin dejar de mirarlo. Él se tumbó a su lado en la enorme cama y se fijó en lo oscura que parecía su piel en comparación con la de ella. Le puso la mano en el vientre y Bella contrajo los músculos.
–Te voy a hacer disfrutar, pero puede que al principio te duela un poco. Confía en mí, ¿de acuerdo?
Ella asintió.
Edward la besó largamente en la boca. Ella se le abandonó con dulce inocencia, pero, de repente, apartó la cabeza y se puso tensa. Miró las enormes ventanas de la habitación.
–¿No nos verán desde fuera?
Edward recordó que algunas de sus amantes habían deseado hacer el amor junto a una ventana, precisamente para que los vieran
-- No, los cristales son especiales y lo evitan.
–Ah…
Volvió a relajarse. Edward le acarició el cuello y descendió hasta uno de sus senos. Se lo estrujó y observó que el pezón sobresalía como una fresa. A ella se le aceleró la respiración. Edward se preciaba de ser un buen amante, pero, en aquel momento, le pareció que todo lo que conocía no le servía de nada.
Se inclinó y le lamió el seno y se lo introdujo en la boca. Podría pasarse días haciéndolo. Su masculinidad se endureció aún más al oír los suaves gemidos de Bella y al sentir que lo agarraba del cabello. Deslizó la mano por su vientre y descendió un poco más. Ella había cerrado los muslos con fuerza.
Él se los acarició con suavidad y ella se relajó y los separó. Él aspiró el olor almizclado de su excitación. Se dio cuenta de que no podría contenerse mucho más. Exploró los rizos que ocultaban su feminidad y estuvo a punto de gemir cuando percibió lo húmeda que estaba. Lista para él.
Le quitó las braguitas y no pudo resistir la tentación de saborearla. Se situó frente a ella y le colocó las piernas sobre sus hombros. Ella alzó la cabeza.
–¿Edward …?
–Shhh. Túmbate.
Ella lo hizo. Edward le besó la parte interior de los muslos. Su olor era más embriagador que el de un caro perfume. Se abrió paso entre sus pliegues secretos con la lengua y la introdujo en el estrecho canal. Ella le apretó la cabeza hasta hacerle daño, pero ni siquiera eso lo distrajo. Estaba ebrio de ella. Le lamió el clítoris y volvió a introducirle la lengua mientras contenía el deseo de acabar de una vez y liberarse. Ella empujó el cuerpo contra su rostro y él extendió una mano hacia uno de sus senos y se lo apretó con fuerza cuando ella alcanzó el éxtasis, con espasmos tan intensos como la vez anterior.
De pronto le asaltó la idea de que nunca dejaría de desear a Rose, pero el deseo de penetrarla hizo que no le hiciera caso. Alzo la cabeza y vio que ella sonreía con el rostro brillante de sudor. Edward se puso un preservativo y volvió a situarse entre sus piernas
–¿Estás lista? –le preguntó con voz gutural.
Desesperada. Ella asintió. Parecía drogada. Edward comenzó a penetrarla con cuidado, solo con la punta. Ella seguía húmeda, pero estaba contraída. Lo agarró con fuerza de los brazos.
–Estoy bien. Sigue.
Él se arrodilló y le levantó levemente el cuerpo al tiempo que le separaba aún más las piernas.
La penetró un poco más y enlazó las piernas de ella a sus caderas. Se inclinó y la besó en la boca al tiempo que la embestía con fuerza. Se tragó el grito de ella, que se unió a su propio gemido. Reculó un poco. Bella jadeaba y le clavaba las uñas. Estaba muy pálida.
–¿Estás bien? Ella tardó unos segundos en responder.
–Creo que sí.
Él comenzó a masajearle el sexo con suavidad y notó su reacción en su miembro. Apretó los dientes para controlarse, ya que lo único que deseaba era salir de ella y volver a embestirla con toda la fuerza de la que fuera capaz. Se movió lentamente, entrando y saliendo, y sintió que Bella se relajaba. Pensó que era el primer hombre que gozaba de ella.
La abrazó al tiempo que comenzaba a moverse rítmicamente. Los último vestigios de control desaparecieron cuando el cuerpo de Bella comenzó a responderle y sus piernas se apretaron en torno a él. Y cuando ella comenzó a mover las caderas en pequeños círculos, no pudo contenerse más. La embistió fuerte y profundamente y sintió las contracciones femeninas justo antes de que él se viera inmerso en un placer tan intenso que, durante unos segundos, no fue consciente de nada, salvo de los latidos de su corazón. Cuando volvió a la realidad se percató de que estaba aplastando a Rose. Sintió leves pulsaciones en el sexo. Alzó la cabeza para mirar hacia abajo, incrédulo. Aquello nunca le había sucedido antes. Bella tenía la cabeza vuelta hacia un lado y los ojos cerrados. Edward se separó de ella, que parecía estar bien. Pero ¿no se había lanzado a obtener su propio placer sin pensar en el de ella?
Vio que había cerrado las piernas. Había sangre en las sábanas. Se sintió como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago. La tapó con la sábana.
–¿Estás bien, Bella? ¿Te he hecho daño?
Bellan sabía que no podía eludir las preguntas de Edward eternamente. Giró la cabeza hacia él y vio que las miraba con ojos asustados.
–Estás llorando. Te he hecho daño, pero creí… Ella no se había dado cuenta de que lloraba, pero negó con la cabeza y se secó una lágrima. –No, no me has hecho daño.
–¿Entonces?
–No me imaginaba que pudiera ser así. Ha sido muy hermoso.
Se estremeció.
«Hermoso» no era un término adecuado para expresar lo que había pasado. Había sido algo brutal, el placer y el dolor unidos en una sensación pura e incandescente. Y un placer como nunca había experimentado. Edward le acarició el rostro como si fuera a romperse.
–¿Estás segura? Ella asintió.
–Al principio, cuando… –se sonrojó–. Me dolió, pero no mucho tiempo. Después se transformó en otra cosa.
Edward se tumbó de espaldas y ella se acurrucó a su lado al tiempo que recordaba la boca de él entre sus muslos. Se ruborizó de arriba abajo. Él le acarició la ardiente mejilla y sonrió.
–¿En qué piensas?
Ella se avergonzó del deseo de él que volvía a sentir. Tan pronto y a pesar de que tenía los músculos doloridos.
–En nada.
–Mentirosa.
A ella se le contrajo el estómago. La verdad era que aquella noche era una completa mentira.
«Pero al menos, él ha usado protección», pensó. Edward la apretó contra sí.
–Descansa.
Ella supo que aquello se había acabado y que debía marcharse. Pero le pesaba tanto y tan deliciosamente el cuerpo que se aferró a aquel sueño un poco más y se quedó dormida.
~~~~~~~~~Nueve meses y un bebé~~~~~~~~~
El cuarto capítulo de esta historia!! Será que npodemos llegar a los 20 comentarios?
Al final les digo de quién es la historia.
